65 - Esta vez los d'Aramitz son extraños
DIS FRU TEN CHI KIS
A CUER DEN SE DE DE JAR UN VO TI TO LIN DO ♥
—Papáaa, ¿cuánto falta para llegar? ¡Me aburro! —La voz chillona de Olaf resonó en el caluroso automóvil.
Tanto calor me iba a derretir, necesitábamos llegar ¡ya!
—Paciencia, cariño. Serán unos minutitos de nada.
—Si te callas, te doy un chupachups, Ol —Sabrina canturreó.
Miré a Sam, quien estaba sentado al otro lado del asiento trasero y tenía una cara de mala leche tremenda.
—¡Mamá! ¿Por qué esta tía está aquí? ¡Mamáaa! —protestó el muy joputa, agitando sus pequeños, aunque inquietas, piernas sobre el asiento.
«Que se calle, por favor, ¡que se calle!», rogué en mi inconsciente.
—Ya te hemos dicho que es la novia de Samuel, cielo.
—¡Pero si a Sam no le gustan las chicas!
—¿Quién ha dicho eso? —Sam frunció el ceño.
Su papá miró por el espejo retrovisor con nervios y luego regresó su vista a la carretera cuando hizo contacto visual con su hijo.
Samuel escarbó en su mochila y tomó un chuche de la misma. Se lo enseñó a Ol y cuando éste lo quiso tomar Sam apartó la mano.
—Si te quedas tranquilo te daré esto, ¿va?
Su hermanastro asintió con felicidad e intentó volver a quitarle el dulce a Sam, mas lo volvió a evadir.
—¿Lo prometes?
—Sí.
Al final, le dio el dulce y Olaf se quedó callado mientras lo comía con tranquilidad. Se embarró las comisuras de chocolate. Cuando miré al crío, y luego a mi novio, no notaba mucha diferencia en cuanto a ese aspecto. A veces Sam era muy bestia para comer chocolate y se manchaba la cara.
Pero, a pesar de encontrar esas similitudes, el niño tenía una apariencia peculiar, totalmente opuesto al de mi chico. Su cabello era muy claro y sus ojos de un celeste casi blanquecino. Además, sus facciones eran toscas para su edad.
—¿Por qué Olaf se llama así? —pregunté en voz alta. Era muy obvio de que el niño me causaba curiosidad, tanto por su aspecto como por su nombre poco común, al menos en España.
—Mi ex es inmigrante —respondió Sabrina—. Así que le ha puesto así. Ahora ya no sé si mi hijo es un niño o un vikingo que me va a arrancar la cabeza con su hacha.
—Si le pusieras una barba con trenzas sería un vikingo completo —añadió Sam observando al esbirro, probablemente en su cabeza imaginaba a su hermanastro desaliñado y con una hacha, tal vez también unos cuernos de vikingo.
Carcajeé con la boca cerrada y me dediqué a observar el paisaje a través de la ventana del coche. Estaba que me derretía y algún abanico para un bonito vientito me hubiera venido bien.
La marcha del automóvil cesó en el final de la calle que recorríamos, la cual estaba vasta en gente. El padre de Sam nos vio por el espejo y soltó:
—Por aquí debe estar vuestro hospedaje. Buscad un poco por la zona.
Samuel asintió y se acercó a los asientos delanteros para saludar con besos en la mejilla a Sabrina y su papá. Revolvió el cabello de Ol y el niño carcajeó en un tono dulce. También saludé a ambos padres y al crío pseudovikingo.
Bajamos del carro y Sam abrió el maletero. Cargué junto a él las pocas cosas que habíamos llevado. El hospedaje no quedaba muy lejos, por lo que no tuvimos que sufrir el abrasante calor del sol por demasiado tiempo.
Mi pelinegro habló con el hombre encargado de aquel sitio y logramos entrar. Era un ático pequeño, con una terraza con vistas a la playa y una decoración cálida y reconfortante.
En el medio de conjuntos de pequeñas casas había una gran piscina, lucía de uso público y un aparcamiento yacía a los pocos metros. Sam abrió la puerta tras atravesar la compacta terraza techada con un emparrado de madera, las enredaderas se entrelazaban en él formando un bonito y natural techo.
Las paredes del apartamento eran blancas y pulcras, con algunos minimalistas cuadros colgando. Macetas eran agarradas del techo, junto a la iluminación. Era un sitio pequeño, aunque bien ordenado para que el espacio no escasee.
Junto a la cocina estaba el pequeño salón con sofá y televisor. La cocina disponía de islas con taburetes. Había algo de modernidad en aquel lugar. La iluminación natural era vasta, y sumada la producida por las luces eléctricas, el resultado era hermoso.
—Nora y Lao llegarán más tarde —murmuró Sam.
—Es un lugar bonito. —Sonreí, agitando mis ojos al intentar recorrer todo el sitio con mi vista—. Tiene una vista impresionante.
Me acerqué al ancho ventanal dando largas zancadas y sonreí, observando cómo en la costa la cristalina agua se deslizaba con un elegante baile sobre el arena.
—También es barato —añadió—. Así que nos queda dinero para hacer otras cosas.
Estar en Cádiz se sentía extraño. Era muy diferente de mi Zaragoza. Me daba cierto pánico alejarme de Aragón, pero desconectar un poco realmente no era tan malo.
Además, la mayoría del tiempo tendría a Sam para mí sola. Eso siempre sería bueno.
Abrí la puerta del cuarto y entrecerré mis ojos. Eran dos camas individuales juntas, sobre su cabezal había una ventana cubierta con cortinas blancas. Las paredes eran claras y había un armario a un costado. Una bonita decoración minimalista estaba presente en todo el cuarto.
Mi cuerpo cayó derribado a lo largo de ambas camas y solté un chillido eufórico. Los colchones eran cómodos en exceso, mi espalda entera se distendía sobre las camas.
—Luces contenta.
Sam dejó caer las bolsas de equipaje en el interior del armario y volteó a verme con su linda sonrisa pequeña y disimulada.
—¿Cómo no lo estaría?
Avanzó con precaución hacia mí y se sentó a mi lado. Se recostó de costado, apoyando su codo en la cama y su cabeza sobre su mano. Su izquierda acarició mi rostro con calidez y ternura.
—¿El viaje te ha dejado cansada?
—Un poco —suspiré risueña—. Pero he pasado por peores.
Apretó la sonrisa y se agachó un poco, hasta dejar un corto beso en mis labios. Con una mano revolví su cabello negro.
Mis párpados se entrecerraron ante la vista. Ver a Sam sobre mí siempre era un paisaje atractivo, especialmente por sus lindos labios enrojecidos o sus grises ojos contemplándome con dulzura, aunque a veces la situación se torcía y esos tiernos ojos se convertían en unos lascivos que lograban desprender deseo con una sola mirada.
—Lamento que Olaf sea tan pesado —murmuró.
—Nah, es un niño... Creo que todos en algún momento hemos sido unos pesados como niños.
—El caso es que a él lo malcrían mucho —murmuró, algo cabreado—. Así que apenas le ponen límites.
Sonreí levemente.
—¿Estás celoso?
Desvió su mirada. Conociendo a Sam, sabía de que le tenía envidia al pequeño ruidoso.
—¿Usarás traje de baño?
Entrecerré los ojos aún más. Ya me estaba cambiando el tema.
—Ajá.
—Mmm. Me gustaría verte así.
—Entonces usaré camiseta y shorts.
—¡Cabrona!
Reí suavemente y estiré un poco de su cabello.
—Oye, Sam... Estamos solos.
—Síp —murmuró—. No sé dónde se metieron Lao y Nora.
Arrugué la nariz. No captó mi indirecta.
—Estoy diciendo de que estamos solos. O sea que nadie nos ve. Ni nos escucha.
Tuvo un cortocircuito hasta que soltó un largo «ah» al comprender.
—Al final tan cansada no estás.
—Nunca estoy cansada para tener mi dosis de Sam en modo sexo.
Soltó unas carcajadas y unió su boca a la mía. El beso fue calmo, hasta que mi lengua invadió su cavidad y un incómodo sonido fue ahogado en mi boca.
Sentí su cuerpo moverse para acorralarme contra la cama, asimismo sus labios continuaban bailando contra los míos de una manera exquisita.
Mis manos recorrieron su anatomía y pronto llegué a la cremallera de su pantalón. El ruido metálico pareció alarmarle y se separó un poco de mí.
—Estás yendo muy rápido.
—No sabemos cuándo Nora y Lao estarán aquí —susurré contra su boca—. Y quiero saborearte entero.
—Kate...
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez —proseguí, mis yemas acariciaron su abdomen, suave y con algo de músculos—. Extraño tu cuerpo.
Suspiró y cerró sus ojos.
—Tócame.
Hice caso a su petición y su camiseta fue a parar al suelo. Recorrí su torso con mis manos, eran caricias cariñosas, mas bajo aquel cariño estaba oculto mi deseo. También mi admiración a su cuerpo. No era novedad que aquella desnudez me provocaba un cúmulo de sensaciones que recorrían mi cuerpo entero, haciendo cosquillear en especial mi íntima zona. Mis palpitaciones fueron vergonzosamente excesivas, se sentían en cada centímetro de mi piel, incluso en mi interior.
Todo dentro de mí se sacudió cuando Sam se apoderó de mi boca. Acariciaba mi paladar con su lengua y mis manos viajaban por su pecho, provocándole aún más.
—También te extraño —susurró contra mis labios—. Extrañé mucho la sensación que tus caricias me dan.
Se separó un poco de mí y tomó el borde de mi camiseta para quitármela con rapidez. Sonrió levemente.
—¿Planeabas nadar con esto?
Negué con mi cabeza.
—Me puse esto para ti —ronroneé cerca de su oído, acompañada de una sonrisa.
Me mostró un mohín apenado.
—Pero tendré que quitártelo...
Contuve una carcajada.
—Hazlo sin pena.
Apretó los labios y me levanté un poco para que sus manos se inmiscuyeran por mi espalda para deshacer la unión de mi sostén. Sam lució algo triste cuando me quitó la prenda de encaje.
—¿Qué quieres que te haga, Katerine?
—Um... De todo —carcajeé junto a él.
Su boca fue a mi cuello y descendió por mis clavículas. Sus manos estuvieron sobre mis senos, acariciándome con la palma entera. Sus dedos juguetearon conmigo un rato, aunque luego la lengua de Sam participó en el juego y lamió mis pezones con suavidad. Primero uno y después el otro.
Un suspiro me fue arrebatado cuando una mano suya tanteó bajo mis pantalones cortos, tocándome sobre la tela de mi ropa interior, hasta quitármelos de un tirón. Pataleé un poco para tirarlos al suelo y observé la expresión avergonzada de Sam al percatarse de mi tanga.
—La lencería blanca te queda muy linda. —Sonrió, con algo de rubor en sus mejillas.
Me permití besarlo y ahogué un sonido cuando su mano fue por debajo de la tela del tanga, hasta inmiscuirse por mis pliegues. Abrí mis piernas inmediatamente y sus dedos tantearon mi intimidad húmeda, hasta hallar mi nudo de nervios exaltado para darle cariño con sus caricias.
Ahogué un gemido contra su boca al sentir su yema frotarme con lentitud. Eran caricias intensas, al igual que excitantes. Llevé mis brazos sobre mi cabeza y Sam aprovechó eso para separarse de mí.
Sus labios tomaron posesión de uno de mis pezones y jadeé. Su lengua me acarició con gentileza y calma, hasta que me obligó a quejarme cuando me mordió suavemente.
—Sam...
—¿Te lastimé?
Negué con un sonido. Mi cuerpo se retorció con sus lamidas y deferentes caricias. Las manos de Sam bajaron mi tanga con lentitud, como si probara mi paciencia. Mordí mi labio inferior mientras me abría más de piernas para él. Lucía algo nervioso al verme en esa posición.
—Por favor... Usa tu boca —murmuré con timidez.
Sam se incorporó en el suelo, frente a la cama. Estaba arrodillado para encarar mi coño. Ahogué un sonido extraño, excitada por la vista. Las grandes manos de mi novio me tomaban de los muslos y su cabeza estaba entre mis piernas. Sus ojos grises se levantaron para hacer contacto visual y relamí mis labios. Tenía un semblante lascivo, no había rastro de inocencia o ingenuidad en su mirada. Simplemente yacía el vasto deseo, plasmado en su mirar sin ningún pudor.
Suspiré al sentir su caliente lengua recorriendo la piel de mis muslos y un resoplido huyó de mis labios cuando su nariz rozó mi intimidad. Dejó algunos besos en mi piel, mas no se encargó de mi palpitante centro.
—Estás tan excitada —bisbiseó contra mi piel. Sus dedos tocaron mi clítoris de manera superficial y rezongué, con estrés—. Te ves bonita así.
Su lengua rozó mi centro, y ahogué un gemido débil.
—¿Me extrañas aquí? —Su voz fue seductora.
—Sí... Sam, de verdad, hazlo.
Una sonrisa burlona le iluminó el semblante, y, antes de pudiera prepararme más hundió su boca en mi sexo para devorarme cual manjar. Su lengua jugueteó con mi clítoris, provocando que mis piernas tiemblen y mi interior se revuelva de placer.
—Por favor —rogué, apretando mis labios al soltar un vergonzoso sonido—. Haz que me corra. Lo necesito.
Sus dedos se abrieron paso por mis apretadas paredes, hasta frotarme en una zona sensible para arrebatarme un jadeo.
Mi cuerpo no tuvo control. Su boca se apoderaba de mi hinchada y palpitante vulva mientras que mi pelvis se movía contra su rostro. Eché mi cabeza hacia atrás, liberando un agónico gemido. Sus falanges acabaron por arrancarme la poca cordura que me quedaba.
—Más... Por favor... Más. —Le rogué a Sam.
Necesitaba correrme con su boca. Apretó mi clítoris y chupó con fruición, con total confianza y de una manera tan intensa como para dejarme enloquecida. Gemí agotada, y mis piernas temblaron como gelatina, hasta que cerré mis ojos y la avalancha de sensaciones logró derribarme.
Eché un suspiro y mi respiración fue frenética, mis ojos se nublaron inmediatamente y sólo sentí la boca de Sam recogiendo con su lengua los vestigios de mi orgasmo como si se tratara de alguna bebida.
Sus dedos abandonaron mi interior y me permití un descanso.
Me senté sobre la cama segundos después y miré a Sam quitándose sus pantalones. La tela de sus bóxer se tensaba con su pronunciada erección.
—¿Te duele? —pregunté, gateando sobre la cama para dirigirme a él.
—Es algo molesto.
Mis pies tocaron el suelo de tablas de madera y me arrodillé frente a Sam.
Alcé mi vista hasta conectar con la suya y sonreí levemente.
—Déjame devolverte el favor.
Sam mordió su labio inferior y evadió el contacto visual. Probablemente se ruborizó.
Mis manos bajaron sus bóxer y las coloqué en sus caderas. Alcé mis cejas con sólo ver la gloriosa Samuconda.
—Andas algo desesperado por estos lares, eh.
—Cállate. —La vergüenza fue obvia en su voz.
Acerqué mi rostro a él y mi lengua jugó con su hinchado glande, lamí toda la extensión de su polla. Oí sus suspiros, los cuales me alentaron a meter su miembro en mi boca. Sam estaba tan excitado que su duro pene palpitaba dentro de mi cavidad. Mi novio gimió y su mano fue a mi cabeza con tal de animarme a profundizar.
—Eres tan buena...
Un gemido suyo acarició mis oídos y mis dedos tantearon la fina piel de sus testículos. Le acaricié con cariño y resopló. Su virilidad me volvía loca. Ansiaba vaciarle para saborear su semen que tanto me satisfacía sentir, especialmente cuando cobraba aquel sabor dulce que me encantaba.
Le chupé como si se tratara de un caramelo, paseando mi lengua por él y succionándolo para arrebatarle gemidos.
—Katerine —gimió mi nombre, preso del placer—. Vas a hacer que me corra muy rápido.
Ni siquiera me hubiera molestado si lo hacía en mi cara. Sólo quería verle correrse. Adoraba observar cómo llegaba a perder la calma y control, para dejarse llevar sólo por mi boca.
Mi mano derecha se movió a través de su duro glúteo, con una perfecta forma, y le apreté contra mí.
Aunque a veces ciertas cosas debemos hacerlas con permiso. No seáis como yo.
Acerqué mi mano a su zona íntima y uno de mis dedos exploró la entrada de Sam. O salida, en todo caso.
—Kate, ¿estás...?
Froté suavemente aquella zona, masajeando con total delicadeza. Alcé mi mirada y me encontré con un muy avergonzado Sam.
—Katerine. Basta.
Me separé de su miembro y le observé.
—Déjate llevar un poco.
Contuvo un suspiro por mis leves caricias en su trasero y luego frunció su ceño, enfadado, sin embargo, no detuve mi constante movimiento circular sobre aquel punto tan sensible. Sabía que con mis movimientos suaves cedería, sin embargo, quien no parecía querer ceder era él. Pero, a pesar de su desagrado noté que su erección permaneció allí, erguida. Lamí un poco su glande, incitándole a relajarse. Le observé, intentando que se calme, y él continuaba pidiendo que no lo haga.
De la nada, sentí presión en mi frente y luego un empujón hacia atrás que me hizo desestabilizarme y caer al suelo. El trasero me dolió por el duro golpe.
Alcé mi mirada, atónita; Sam me había apartado. De una forma muy, muy brusca.
—¡¿Qué mierda haces?! —soltó alterado, con los ojos desmesuradamente abiertos y la cara enrojecida—. ¡¿Por qué no te detuviste?!
Fruncí mi ceño y subí a la cama, cubriendo mi cuerpo desnudo con las mantas. Me sentía algo humillada.
—Yo... creí que te gustaría.
Los ojos de Sam se oscurecieron. No por deseo ni excitación. Era por enfado.
—¿Por qué me gustaría algo como eso? —escupió, realmente histérico. Sus ojos se clavaban en los míos. Me intimidaba, y yo me hacía pequeña al sostenerle la mirada—. ¡Te pedí que pararas!
—¡Y yo pensé que tal vez...!
—¿Tal vez qué? —Se vistió con su ropa interior y buscó sus pantalones, dando pocos saltos para colocarlos—. Kate, ¿por qué demonios te gusta eso?
—¿Qué tiene de malo?
—¡Es raro! Es... ¡degenerado y asqueroso!
Apreté mis labios. ¿Realmente era algo raro? Negué con mi cabeza, intentando que ese pensamiento no llegue a mi cabeza.
—Katerine, eres una mujer. No deberías «meter» —murmuró—. Eso es raro, es como... pervertido. Las mujeres no hacen eso.
En ese instante me sacó completamente de mis casillas.
—¿Qué has dicho? —La voz me tembló sin querer—. Oh, claro, soy una mujer, tengo que dejar que me la metan —me burlé de él, imitando su voz—. ¡Claro! ¡Ahora lo entiendo! ¡Soy un maldito hombre sólo porque quiero hacerte disfrutar!
Frunció su ceño, y acabó de vestirse colocándose su camiseta.
—¡Por fin lo entiendes!
Arrancarle la cabeza no hubiera sido suficiente.
—¡Vete antes de que la sigas cagando! ¡Imbécil!
Abrió la puerta del cuarto hacia la terraza, salió y dio un estruendoso portazo que me hizo brincar del susto.
¿Por qué se había enfadado tanto?
Los labios me temblaron y la vista se me difuminó. ¿Por qué dijo esas cosas?, ¿realmente eso pensaba de mí? ¿Pensaba que era una asquerosa?
Apreté la manta dentro de mis puños, cabreada entera. Hasta que el alterado dorso de mi mano derecha, con las venas sobresaliendo de furia y los tendones blanqueados, fue invadido por mis lágrimas tontas. Me limpié rápido. No quería llorar, no por esa idiotez, pero me había dolido tanto que me hablara de esa forma que mi corazón galopaba afectado por el enojo.
No fui capaz de darle más chance a Sam de hacerme sentir peor, así que antes de hundirme por completo en mi martirio me vestí con el seductor bikini y peiné mi cabello.
Reconocía que hice mal en intentar profanarle el hoyo sin permiso, pero él la cagó aún más gritándome como un joputa.
El traje de baño era de dos piezas, carmesí y lo suficientemente revelador como para haberme avergonzado en el pasado. Pero en ese momento me daba igual. La gente iba en cueros a las playas nudistas y yo no tenía que ponerme roja por enseñar tres centímetros más de piel.
Mi cabello yacía ondulado, como siempre. Aunque brilloso y sedoso, como en alguna publicidad de shampoo.
Me coloqué una camisa sobre eso y un par de shorts. Al poco tiempo oí los pasos de otras personas dentro del ático. Eran Eleonora y Lao, quejándose acerca del otro. Al parecer no éramos la única pareja en problemas. Luego de unos minutos, ambos ya se estaban haciendo ojitos y soltando chistes privados.
Los tres nos dirigimos a Valdevaqueros caminando. El hospedaje no estaba muy lejos, así que no había problema.
En la playa se respiraba un aire distinto, puro, y el clima se sentía diferente al llegar allí. El sol pegaba como un desgraciado, así que tenía un sexy bronceado asegurado.
Estanislao me observó con los ojos entrecerrados, mientras buscábamos un lugar libre para sentar la sombrilla y picnic. La playa estaba atestada de gente, la algarabía resultaba ruidosa, y había poco espacio libre. Lo bueno es que el agua lucía fenomenal.
—Vosotros os habéis peleado, ¿verdad?
—¿Cómo sabes?
—Si estuvierais bien, Sam no te soltaría —respondió Nora, dándole una lamida al helado. Lao le miró con cierta envidia—. Ya sabes lo pesadito que se pone mi cuñado contigo. «Keeeit, ¿quiris in hilidi?», «Keeeit, ¿ti diy in ibinico?». ¡Pesao'!
—Ya te lo he dicho, mi hijo está enamorado —replicó mi cuñado, frunciendo el ceño—. Por cierto, ¿vosotros os habéis graduado de la carrera de idiotez? No es lo ideal pelearse en el primer día de vacaciones.
—Para empezar, el conflictivo es Sam. Y segundo: él se ha cabreado solito.
Ambos me dieron una mirada de recelo.
—Te conozco, Kate, no eres buena influencia para mi hermano menor —habló Nora.
¡Es que en esa familia todos los roles estaban mezclados!
—¡¿Cómo?! —exclamé atónita.
—Mi pobre niño, mi chico ingenuo y puro, se está volviendo muy impulsivo desde que está contigo —prosiguió Lao, algo horrorizado—. Algo has hecho.
—¡Que no!
—Ajá —aceptó la pelinegra—. A ver, si nada hiciste, ¿entonces, por qué se ha enfadado?
¡Porque le quise meter el dedo en el Anastasio!
—¡No lo sé! —mentí—. ¡A veces le dan esos arranques tontos!
Llegamos a un espacio vacío y comenzamos a armar el picnic. A lo lejos vi a una figura alta, algo delgada, pelinegro y de piel clara, completamente mi tipo. Cuando se acercó, me percaté que el tío que era mi tipo era literalmente mi tipo. Juego de palabras chungo.
Apreté la mandíbula cuando me di cuenta de las miradas desubicadas clavadas en el cuerpo de mi chico. Mientras sólo observaran no había problema.
Sam finalmente quedó frente a los tres y me contempló tan apenado como si estuviera al borde de echarse a llorar.
—Burrito...
—Ningún burrito —espeté—. Ya no hay ningún burrito por aquí, sólo una mujer cabreada.
Lao salió disparado tan pronto vio a su hermano, sin embargo, Nora permaneció en los alrededores, pululando con tranquilidad.
Mi novio se sentó en el arena, junto a mí, e intentó acercar una mano a mi rostro. Aparté la cara de inmediato.
Me di unos segundos para verlo, se había cambiado y sólo llevaba unas bermudas de playa oscuras, que permitían ver su musculoso torso, aunque esbelto. Tenía el cabello desaliñado, y un gesto que denotaba mucho su arrepentimiento.
—Hablé sin pensar, lo siento mucho, Kate, por favor...
—Ah-ah —negué—. Nada de Kate, ni burrito, tampoco Katty, mucho menos Katerine. Te queda Greco.
—¿Grey?
—¡Greco! —Fruncí el ceño—. No te hagas el chistoso.
Tomé el protector solar de la mochila y me lo pasé por todo el cuerpo. Sentía la mirada de cachorro abandonado de Sam, rogándome por que le deje ponerme siquiera una pizca de protector.
—¿Puedo ponerlo en tu espalda?
No le contesté.
—¡Nora! —exclamé.
Cuando la cuñada de Sam llegó, le pedí que me colocara en la espalda y cumplió mientras observaba con una sonrisa burlona a su cuñado.
—Greco... ¿quién me pondrá a mí?
—¡Estanislao! O búscate a una que quiera pasarte protector.
—Vale, iré a pedirle a una tía que lo haga.
Abrí mis ojos desmesuradamente.
—¡Lo haré yo! —exclamé, aterrorizada.
El pelinegro me enseñó una pequeña sonrisa y se puso de espaldas para que pueda pasarle la crema. Luego, me enseñó el torso.
Hice una mueca de asco y le di el envase.
—Eso lo puedes hacer tú.
—Entonces le pediré a otra que...
—Vale, bien, pídeselo. No tienes el valor. Si te acercas a una, te pones rojo como una manzana.
—¿Lo apuestas?
—Cincuenta euros.
—Muy poco.
—Cincuenta y cinco.
—¿Estás de coña?
—¡Sesenta!
—Vale, vale.
Sonreí levemente y él replicó mi gesto. Buscó con la mirada alguna víctima para su malévolo plan para ponerme celosa. Sam amplió su sonrisa al hallar con sus ojos a una castaña muchacha que lucía de su edad, sola en el arena, armando un castillo que mucha pinta de castillo no tenía, pero ella parecía intentarlo.
Antes de que pudiera responderle, caminó de manera plausible hacia la chica. Cuando quedó frente a ella, no disimuló su asombro y sus ojos cafés lucieron como dos platos, mientras su mandíbula cayó al suelo.
Afiné el oído, luchando por lograr alcanzar su conversación. Quizás mi oreja aumentó de tamaño en ese momento.
Él lució avergonzado, mas consiguió decir:
—Oye... Lo siento por molestarte. El problema es que...
—¡N-no me molestas ni un poco! —chilló la joven. Sus ojos no parecían creer lo que veían.
Sam, además de homosexualizar hombres totalmente heterosexuales, tenía el superpoder de idiotizar a cualquiera que le mirara dos segundos a sus preciosos ojos grises. Era algo como la maldición de Medusa.
—Vale, es que, necesito ayuda con el protector. —Alzó el pote.
En ese instante me pregunté cómo hubiera reaccionado la chica si el hombre que le pidiera eso fuera un pelín feo.
—¡C-cl-claro!
Sam se sentó sobre el arena y le enseñó la espalda a la chica. Ella, encantada, pasó la crema por donde yo ya lo había hecho. Encontré mi mirada con la de Samuel y él me enseñó la lengua. No hice más que apretar la mandíbula.
Cuando mi novio regresó tras ser acariciado en el pecho por las manos de la desconocida, enseñaba una sonrisa burlona y de triunfo, casi mofándose de mi derrota.
—Te he desheredado —solté, sumamente avergonzada.
—Quiero mi pasta. —Me tendió la mano y la agitó un poco, pidiendo de manera grotesca el dinero.
Tomé mi cartera de la mochila y le di los cientoveinte euros. Me iba a dejar la cartera pelada el muy sinvergüenza.
Se sentó a mi lado tras guardar su pasta y me sonrió como un idiota. Su mirada recorría mi cuerpo sin disimular.
—¿Qué quieres? —dije malhumorada.
—Estás hermosa.
Alcé mis cejas en muestra de indiferencia.
—Antes era una pervertida, y ahora soy hermosa.
—Supongo que eres una pervertida hermosa.
Eso sí me enfadó.
—Vete al diablo.
Rio un poco, algo entretenido por mi cabreo, y pasó sus dedos por mi cabello. Ignoré por completo sus caricias y me aparté de él.
—Ve a acariciar a la otra, cabrón.
Sam liberó un suspiro pesado.
—¿Estás celosa?, ¿de esa chica? ¿Es en serio?
Le miré mal, algo enfadada y él se irguió sobre el arena con los brazos cruzados.
—¿Por qué no vas y le preguntas si puede ponerte protector en la po...?
—¡Katerine!
Le saqué la lengua.
—Vete. —Corté el contacto visual—. O quizás este hombre te ataque con sus masculinas manos asquerosas y pervertidas.
—Kate...
—Que te vayas.
Miré a un grupo de personas jugar al voleibol. Esa pequeña escena me ayudaba a no pensar tanto en las estupideces que Sam me había dicho una hora atrás.
—Estás exagerando.
Fruncí mi ceño y eché un bufido. No me importó ignorar por completo a Sam; ya no me interesaba discutir con él.
Oí un sonido liviano tornándose cada vez más leve y bajo; eran sus pasos en el arena. Cuando volteé, me percaté de que ya se había marchado.
Eleonora regresó al poco tiempo, tenía un gesto curioso impreso en el rostro. Observé sus prendas. Tenía un buen sentido de la moda y el traje de baño pomposo que usaba podía ayudarle a disimular su cuerpo sin curvas y delgado.
—¿Por qué os habéis peleado?
—Ya te lo he dicho —solté, dándome la vuelta para poner mi espalda para broncear—. Se ha cabreado solo. No le he hecho nada malo.
—¿Entonces?
Me negué a contestar. Nora suspiró y se sentó a un lado, cogió sus gafas de sol y las bajó de su cabeza para ponerlas a la altura de sus ojos oscuros. Su sonrisa delgada y desgarbada se formó entre sus labios teñidos de lila.
—No suele ser muy molesto. Normalmente se enoja por algo que le ha jodido mucho. —Palpó mi espalda, dando suaves palmadas—. Y algo me dice que tú eres una peleadora.
Hice un sonido de negación.
—Me ha insultado.
—Ups. —Retiró su mano con rapidez—. Las pocas veces que Sam me ha insultado es por coger mal su guitarra.
—¿Cómo?
—La tomaba de las cuerdas.
—¿Eres subnormal? —solté con hastío. ¡De las cuerdas decía!
—Eh, todos cometemos errores. —Contuvo unas carcajadas entre dientes—. A él le encanta ese instrumento viejo, así que ni lo insultes, ni lo maltrates. Es un regalo de su abuelo, ¿sabes? —Apoyó su espalda en el suelo, y admiró con su vista el cegador sol—. Es de las pocas cosas que le quedan de él.
—¿De su abuelo? —Parpadeé varias veces, y luego clavé mi mirada en los diminutos granos de arena en el suelo—. ¿Cómo era... el abuelo de ellos?
—No lo conocí. —Su mano tomó un puñado de arena y la vio caer por el espacio entre sus finos y largos dedos—. Pero... cuando él murió, mi Lao tomó toda la responsabilidad sobre Sam. Toda. Ya sabrás a partir de eso qué tan importante era su abuelo en la familia. Como un padre; el padre que nunca estaba en casa. —Echó un suspiro—. Cuando él murió, Sam dejó de ser lo que era.
—Se... apartó.
—Ajá —confirmó—. Fue como perder toda una parte de él.
Ladeó su cabeza, hasta girarla y verme. Alzó sus gafas de sol hasta su cabeza y me observó con un gesto circunspecto.
—Quizás tocar su guitarra es una manera que tiene de conectarse con él. Después de todo, es la misma guitarra con la que él tocaba junto a su abuelo.
Mi pecho se encogió, algo entristecido por oír eso. Fue un comentario preciso y certero, describía correctamente la situación. Sin embargo, saberlo me hería un poco. A pesar de lo todo lo malo que acarreaba su pérdida, Sam continuaba hacia delante, liberando su melancolía al pasar sus manos por las cuerdas de esa guitarra, o siquiera intentar tocar el piano como cuando lo hacía con su abuelo.
—Estanislao y Samuel podrían haber sido rencorosos, podrían haberse deprimido hasta el punto de querer morir —murmuró en voz baja—. Y quizás, llegaron a pensar en eso. Pero no siguieron el mismo camino que otras personas. En este momento pienso que a pesar de todo, Lao es un novio excelente; con sus errores, claro está, e intenta mejorarlos, no se conforma con ser una peor versión de sí mismo. Si él pudiera, sería perfecto.
Remojé mis labios, sin saber qué decir, y observé el panorama con cierto desinterés. Entrecerré mis ojos cuando noté a Lao enterrando a Sam en el arena.
—¿Ese es tu novio excelente? —Señalé la escena.
—Ese mismo —coincidió con una sonrisa—. Mira qué guapo está mi hombre.
—Literalmente está enterrando a su hermano.
—Eeh... Amor fraternal, supongo. —Se encogió de hombros—. No cualquiera se ve guapo enterrando gente, Catalina.
—Katerine.
—Bien, Katty. —Sonrió—. Admira al dios Lao, en su máximo esplendor, enterrando a su hermano menor.
Observé el gesto de Sam. Quizá no estuviera muerto literalmente, pero por su cara podía intuir que estaba muerto por dentro.
—Tu chico se está cuestionando su propósito en el universo —comentó divertida.
—Eso debería ser a las tres de la mañana, no al mediodía.
—No le digas al cerebro qué hacer.
Mordí mi labio inferior al contener una risa y continué mirando cómo Lao cogía un puñado de arena con la pequeña pala y lo tiraba encima de Sam, quien no lucía muy molesto. Incluso permanecía completamente quieto.
Estaba concentrada en la escena hasta que sentí una cachetada en mi trasero. Di un leve brinco y Eleonora rio por lo bajo.
—Ésta debe ser una de las razones por las que Sam sale contigo.
Entorné la mirada al recordar todas las veces que me encontré a Samuel mirándome el culo.
—Además de que estás buenísima —añadió.
—Nah.
—¡Sí! —insistió—. Anda, tía, no te hagas la humilde. Yo mataría por algo de carne en las nalgas.
—Pero si eres delgadísima, ¿por qué no quedarse así?
—No quiero ser un esqueleto. —Se cruzó de brazos.
Resoplé y regresé a ver a mi novio siendo enterrado. Ya estaba cubierto hasta el cuello y algunos críos le observaban con asombro y se paraban sobre él. Mas Sam se esforzaba por no delatar la molestia que le causaba el arena.
Me levanté de mi sitio, poniéndome de pie y observé a Nora, con su mirada sumergida en las olas.
—¿Irás a nadar?
—En un rato —me contestó.
Coloqué las sandalias en mis pies y marqué un camino de huellas hasta la tumba de Sam. Mi novio tenía la mirada perdida en el cielo celeste y despejado. Su cuerpo yacía inmóvil bajo el arena. Algunos niños se reían alrededor o mujeres de mediana edad cuchicheaban como cotillas.
—Oye, te comerán los bichos —musité en voz baja.
Sam no contestó.
Lao, quien estaba de cuclillas sobre el arena, contemplaba a su «difunto» hermano.
—Es el ciclo de la vida —murmuró con pesar—. Sé que no quieres aceptarlo, Kate, pero ha llegado la hora que a Sam se lo coman los bichos.
La brisa agitó el cabello negro de Sam, y noté que parpadeó. Mala actuación; los muertos no pestañean.
—¿De qué ha muerto? —inquirí.
—Corazón roto. —El dolor en su voz fue tangible—. Algunas personas no pueden soportar la agonía que supone sufrir tal martirio.
Había que destacar que Lao tenía un buen conocimiento del lenguaje español.
—Oí que su esposa lo abandonó, dejándolo solo, a la deriva en el océano del sufrimiento —relató llevando una mano a su pecho. Sam movió sus ojos para verme con el ceño fruncido, como si le cabreara lo que decía su hermano—. Qué mujer tan poco compasiva con tal miserable alma...
—Los muertos tienen los ojos cerrados —regañé a Sam.
—Tal fue su impacto cuando su esposa le dejó que se quedó con los ojos abiertos —lloriqueó Estanislao.
—Ah, qué mal —solté indiferente. Me erguí sobre el suelo con un gesto de desdén y los labios de Sam temblaron de tristeza—. ¿Quieres ir a nadar, Lao?
—Estoy velando a mi hermano —gruñó.
Entorné mi mirada de forma cansina. ¿Realmente tenían ganas de jugar a eso?
Atravesé la playa, aproximándome a una Eleonora muy somnolienta sobre el arena, tenía la mirada fija en el agua como cuando me fui.
—¿Quieres ir a nadar? —repetí lo que le pregunté a Estanislao.
—Vale, vale. A ver si nos lleva la corriente.
—No bromees con eso.
—Sólo lo estaba deseando —corrigió con una torcida sonrisa.
La familia de Sam era un tanto lúgubre.
Rezongué por el arena que se me juntó en los pies mientras caminaba hacia el agua junto a Eleonora. Ella se mofó de mí, aunque luego de eso se tropezó y cayó de cara al suelo. Instakarma.
El agua estaba a una temperatura ideal. Una lástima de que Nora no sepa quedarse tres segundos quieta y me haya estado salpicando todo el rato que estuvimos dentro.
La verdad es que Estanislao y Eleonora eran opuestos en totalidad. Lo único que compartían era la E inicial. Mientras que Lao eran sencillo, calmado y optimista, Nora buscaba estar al tanto de la moda, se la pasaba siendo irónica y sarcástica y tenía un aspecto algo oscuro.
Al oscurecer el día; cuando las nubes se tiñeron de rosa y el cielo enrojeció, Eleonora me guió hacia su casa de playa. No era muy ostentosa, pero, anda, no cualquier tiene una jodida casa de playa. En ese punto me pregunté si su dinero sería una de las razones por la que Lao estaba con ella. Aunque no lo creía, parecían muy contentos el uno con el otro.
La casa tenía dos pisos, con un gran ventanal en dirección a la playa y una estructura que lucía inspirada en la arquitectura vernácula de las Islas Polinesias o Hawái. Un gigante tragaluz en el techo permitía ver el cielo de la tarde. El gran ventanal en la pared poseía persianas de madera móviles. El piso era de anchas tablas de madera de un tono ligeramente rojizo. La decoración, por su parte, era minimalista y en mayoría era constituida por verdosas plantas. A través del vidrio divisé un pequeño patio con aspersores y caminos rectos de agua. El cuarto frente a nosotros era el salón, conformado por un impresionante televisor, una pequeña mesa de café frente a un sofá marrón en L y pequeños sillones vastos en almohadas y mantas.
Sonreí al ver al padre de Sam sentado en uno de los sillones individuales, acariciando con cariño un peludo gato negro regordete dormido sobre su regazo.
—Pspsps —siseó Nora—. Miau. Pspspsps.
El gato pareció despertarse para cumplir la misión más importante de su vida, porque sus ojos se abrieron repentinamente de manera dramática, enseñando aquellos preciosos y grandes orbes celestes. Su cola se levantó y saltó del regazo del hombre para llegar al suelo. Correteó apresurado hacia la pelinegra. Refregó su cuerpo peludo con las piernas de Eleonora, contoneándose contento y maullando como si festejara la llegada de su dueña.
—¿Cómo estás, Miau?, ¿has cuidado de la casa? —inquirió con dulzura. Alzó al gato hasta la altura de su rostro y el felino, cariñoso, le pasó su seca y agrietada lengua por la nariz a la muchacha—. Supongo que eso es un sí.
—¿Miau? —le pregunté a Lao, quien estaba ayudando a su hermano a sacar restos de arena de su espalda.
Se encogió de hombros y dijo:
—Mi Nora no es muy creativa para los nombres.
Samuel, tras ser sacudido de manera violenta por Estanislao, se acercó a su papá con una sonrisa pequeña.
—¿Sabrina? —preguntó por su madrastra, evidentemente confundido.
—Ha ido con Ol a comprar algunas cosas —respondió su padre, destilando miel con su dulce gesto. El hombre volteó su rostro y fijó su mirada en mí. Le mostré una incómoda sonrisa, incapaz de saber que hacer ante su escrutinio—. Aún no nos hemos hablado mucho, ¿no es así?
Asentí con mi cabeza. Siendo sincera, en aquella altura no había tenido mucha charla con mi suegro. Temía caerle mal y cagarla fuerte, mas pensé que no podía ser peor que con el padre de Bruno, quien aprovechaba la situación siempre que podía para humillarme debido a mi situación económica o manera de actuar.
—Podríamos buscar un mejor lugar —ofrecí, señalando con el mentón el jardín que divisé en previos minutos.
Sam siguió nuestra conversación con su inquieta mirada. Lucía muy trastornado al pensar en algo de contacto entre su padre y yo.
—Oooh, mi Kate, ten cuidado con el d'Aramitz viejo, ¡ese sí que da miedo cuando se enoja! —Las palabras de Nora me alentaron en demasía. Vaya novia se cargaba mi cuñado.
Cuando miré la gentil sonrisa del hombre, quien parecía totalmente dispuesto a entablar una conversación conmigo. Me sentí como Buzz Lightyear:
«¿Amigo... o enemigo?».
Mierda.
Síp, ya sé que todavía no publiqué el extra de Bru, ni tampoco el especial. But just you wait~ como diría Burr.
Pepepepero publiqué un adelanto de Acompáñame al infierno, una historia que vengo planeando tras las bambalinas y estoy escribiendo tantito. Sé que lo que hay público por ahora no se ve muy llamativo pero es cosa de mejorar, i guess.
Espero que les haya gustado el cap, lamento la duración eh, se me alargan sin querer kkkkkkk
Se los quiere. TENEMOS 100K+ MÁS WTF. Llegaron unos cuantos nuevitos últimamente, ¡hola a ustedes! Espero que hayan disfrutado de su camino por esta nove ♥
remember that: se los ama, se los aprecia, y si no hubieran dado apoyo a esta novela me hubiera quedado en el capítulo 4.
HASTA LA PRÓXIMA <3
—The Sphinx.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top