63 - El chico perfecto que se hace llamar mi novio

PERDONEN LA HORA. FRIENDLY REMINDER: dale estrellita al cap para ayudar a crecer la novela (si estás sin WiFi, ntp, cuando te conectes me llega tu voto).

SIN MÁS QUE DECIR, disfruten wapísimis 

En el mundo hay muchas cosas que te pueden hacer feliz. Una de ellas era ver a Sam durmiendo.

Acaricié su cabello con cuidado para no despertarlo. Veía como respiraba con calma y profundidad. Sus pestañas largas acariciaban sus pómulos, mientras que sus labios estaban entreabiertos. Afortunadamente, por esa vez no estaba roncando ni hablando dormido, cosa que se había hecho común cuando llegaba a la cama estresado y agotado.

—Alphi... —susurré—. Sammy. Samusamu. Sam.

Continuó durmiendo. Eché un sonido de frustración y volví a apoyar mi cabeza en la almohada, dejando de acariciarlo. Él abrió con lentitud sus ojos y me observó con fastidio.

—¿Por qué dejaste de acariciarme?

—Así que estabas fingiendo, cabrón.

—No... Déjame dormir un rato más.

—Nope.

Gruñó y se cubrió la cabeza con la manta.

—Sam... —le regañé.

—Sólo un rato más.

—Holgazán.

Me levanté de la cama y me desnudé para poder cambiarme la ropa. Observé por arriba del hombro y Sam seguía intentando dormir más.

Liberé un suspiro y caminé hacia él, entre mis yemas tomé la manta y la bajé lentamente, descubriendo su somnoliento rostro.

—Anda... Por fa, Sam, hazlo por mí, ¿vale? Cuando lleguemos a casa dormirás todo lo que quieras. Sólo desayunarás aquí y luego nos vamos.

Bostezó como si fuera a tragarse el mundo y se sentó sobre su cama. Tenía los ojos pegadísimos y el pelo hecho un desastre sobre su cabeza.

—Quiero mi abrazo —murmuró.

Oh, claro. A Sam le encantaba que lo mime desde temprano.

Lo rodeé con mis brazos y él apoyó su rostro en el espacio de mi cuello. Inhaló con delicadeza mi aroma y acarició mi espalda baja lentamente.

—Me estás cargando la batería —le oí decir.

Reí contra él y mantuve mi sonrisa cuando dejó un beso pequeño en mi cuello.

—¿Feliz? —pregunté, separándome de él.

Asintió con su cabeza teniendo una pequeña sonrisa grabada.

—Síp, por ahora —masculló—, aunque cuando lleguemos a casa querré más que un abrazo.

Mi rostro se acaloró enseguida.

—Me vas a agotar los condones, maldito adicto.

Se rio un poco mientras buscaba sus pantalones. Cuando los encontró, vi cómo se los ponía.

—Luego compraré.

Entrecerré mis ojos y me puse de pie. Sam terminó de colocar su camisa y tomé la corbata.

—¿Usarás esto?

—No lo creo —respondió—. Ya no tiene sentido que esté vestido muy formal.

—Um.

De todas formas, llevé la prenda a su cuello y comencé a anudar la corbata.

—¿Por qué? —Frunció el ceño.

—Me gusta que te vistas así. Me pone bastante.

Meneó la cabeza en negación.

—No lo entiendo.

—Es que te hace ver sexy. —Acabé con el nudo y acomodé superficialmente su cabello—. Además, cuando lleguemos a casa quiero que me ates las muñecas con tu corbata. ¿Te gusta la idea?

Alcé mi mirada hacia la suya y noté algo de excitación desplazando su pereza de recién despertar.

—Si insistes... no hay otra opción que hacerlo. —Una sonrisa perezosa suya hizo que mi interior convulsionara y que una zona mía antes dormida ardiera de deseo—. Espero que no te arrepientas de haberlo dicho.

Mordí mi labio inferior. Anoche Sam y yo no llegamos a nada, obviamente por estar en casa de mis padres. Por lo que apenas mi novio diera un paso dentro de mi piso sería mejor que se prepare para quitarse la ropa. No me gustaban los rodeos. Apenas tuviera la oportunidad para desnudar al atractivo y sexy pelinegro no me lo pensaría dos veces.

—Para nada, Samuel. No me arrepentiré.

Ambos bajamos al comedor luego de terminar nuestro aseo en el baño. Mamá estaba encantada interrogando a Sam de todo lo que se le ocurría. Le oía emocionada de cómo él le contaba acerca de sus deseos en la vida.

Conocía el pasado de Sam. Sus metas me parecían tan importantes como las mías y no dudaría en apoyarlo de la forma en que pudiera para que mi novio se destaque en el ámbito musical. Él ya tenía una fanbase, sin embargo, me había comentado que estaba trabajando en un álbum original.

Sam perseguía el mismo sueño que su abuelo y su padre. Sin embargo, los dos fracasaron y se estancaron en un estado económico pésimo.

Mi chico no quería acabar así, y cuando le oía hablar de sus gustos y su pasión por la música sabía que Samuel llegaría a ser reconocido. Ya había sentado sus cimientos en las redes sociales, sólo debía lanzarse a crear su propia música original.

—Lavaré los platos —soltó Adela tras almorzar. Síp, nos obligó a quedarnos para el almuerzo.

—Puedo ayudar —se ofreció Samuel, siguiéndola a la cocina.

Papá me observó extrañado, como si le sorprendiera el hecho.

—¿Él hace los quehaceres de la casa?

Asentí con mi cabeza.

—Suele prepararnos la cena a ambos. Lo hace mejor que yo, la verdad. —Sonreí, golpeando mis dedos contra la mesa con cierto ritmo—. Sam cocina desde que es pequeño.

Frunció el ceño, ampliamente confundido.

—¿Por qué?

—Su papá trabajaba mucho y casi nunca estaba en su casa, mientras que su hermano mantenía trabajos a medio tiempo después del bachillerato. Cuando ambos llegaban cansados a casa, Sam les tenía preparada una cena.

—¿Qué hay de su madre?

Parecía interesado.

—Ella se divorció de su padre cuando Sam era muy pequeño —comenté apagada—. Se fue con otro hombre y el papá de Sam abandonó sus estudios en la universidad para poder mantener a sus hijos.

Apretó los labios, quizás profundizando en su cabeza lo que le acababa de contar.

—Entonces... no es de esos tíos que les da asco tomar una escoba.

Sonreí levemente.

—Obvio que no. Sam es bastante cooperador en esas cosas.

Mi novio salió rato después de la cocina y se vio incómodo por el peso de la mirada de papá, quien, en sus ojos tenía un leve rastro de esperanza. Sam le sonrió algo afligido, intentando comprender a qué se debía la repentina atención.

—Oye. —La grave voz de mi papá resonó en el comedor, alarmando al pelinegro que dio un leve brinco—. Ven conmigo.

Y, como si fuera la parca arrastrándolo al limbo, se lo llevó hacia la sala. Estuvieron unos cuantos minutos solos y papá tenía un volumen de la voz lo suficientemente bajo para que no pudiera espiar su conversación desde otro cuarto.

Cuando Sam regresó conmigo, no me quiso dar detalles. Aunque noté sus hombros tensos y su mirada perdida, así que algo malo le habría dicho mi padre. Enseguida me cabreé. «Ciro, ¡qué cabrón debiste ser para dañar a tal criatura pura!».

Antes de irnos de la casa, pasé por el cuidado jardín de mamá para regar las plantas. Cuando la manguera estuvo en mi mano, apunté hacia Sam y dio un brinco del susto cuando lo mojé.

—¡Katerine!

—¡Lo siento! —Reí—. Pensé que eras una flor.

Me miró con una cara de culo tremenda y sacudió su ropa para quitarse las múltiples gotas que lo mancharon. Dejé la manguera cerrada sobre una maceta y avancé a través del césped para alcanzar a mi pelinegro.

—Anímate, cariño. —Acaricié su espalda, esforzándome por mantener mi sonrisa—. Detesto verte tan apagado.

Echó un suspiro afligido.

—¿Quieres jugar con la consola cuando lleguemos? Podemos encender el aire para que haga frío y acurrucarnos en el sofá. —Intenté conectar nuestras miradas, mas me evadía.

Permaneció callado. Apreté mis labios, repleta de aflicción y murmuré:

—¿Cola Cao? ¿Cereales? ¿Chocolate? —pregunté intentando sonar animada—. Sam..., responde... Por favor.

—Sólo recostémonos —contestó con un tono bajo—, y charlemos un poco.

Por fin pude sonreír al oír su bonita voz y asentí con mi cabeza.

—Compraré algo para comer en el camino. ¿Qué es lo que quieres?

Sonrió.

—Chocolate.






—Hogar, dulce hogar —solté apenas pisé el suelo de mi piso—. Mira estas tabletas, Sam. —Agité la bolsa con el chocolate.

Era una marca cara. No venía mal gastar algo de dinero para animar a mi novio que tantas veces me había dado socorro cuando yo estaba triste.

—Las he visto. Estuve ahí cuando las compraste.

Reí suavemente y me acerqué a mi chico, dejando un pequeño beso en su cuello. A menos que él colaborara, besarle los labios era una tarea difícil considerando nuestras diferencias de altura.

Me mostró una sonrisa pequeña y débil.

—¿Quieres ir a la cama? Descargué una peli —dije ordenando las bolsas de compra sobre la mesa.

—¿Qué género es?

—Drama.

Hizo una cara extraña.

—Que no me haga llorar, eh —soltó mientras me ayudaba a sacar las cosas de las bolsas para llevarlas a la cocina.

Le pisé los talones al seguirlo. Miré las baldosas de la cocina con una mueca de asco, tenían polvo.

—¿Te gustan los perros? —inquirí, abriendo una puerta del depósito para dejar unos cuantos productos de limpieza.

—Me encantan. —Sonrió—. Pero papá nunca quiso uno en la casa.

Mierda, había descargado Hachiko.

Cuando acabamos de ordenar las cosas, acabamos recostados con el televisor encendido. Uno de los periodistas, argumentaba ofendido, qué tan corrupto le parecía un político del que no me interesaba oír. Bajé bastante el volumen y volteé mi cuerpo hacia mi novio, observando su mirada fija en las líneas del libro.

—¿Por qué te gusta leer esto? —preguntó, con el ceño fruncido—. Grey es un tío medio raro.

Me encogí de hombros.

—Antes me gustaba más. Ahora leo... esto. —Levanté el libro entre mis manos, tomándolo de la repisa detrás de mi cama.

—¿Cazadores de sombras? —Pareció sorprenderse—. Vaya cambio de gustos repentino.

—Aún sigo leyendo eróticos y New Adult, no te confundas. Pero este bebé me tiene enganchada —murmuré, conmovida, abrazando el libro entre mis brazos—. Puedo prestarte el primero.

—Estoy ocupado viendo una serie.

—Oh... Vale. —Bajé mi cabeza y apreté mis labios—. La verdad... yo tampoco quería que los leyeras, ¿sabes? A pesar de que me gusten mucho, quizás no sea de tus gustos y reconozco que no debería obligarte a leerlos...

—Vale, vale, vale. Préstamelo —soltó agobiado y le respondí con una sonrisa.

—Te lo envolveré con papel de regalo.

Rio con la mandíbula apretada y me acostó de nuevo en la cama con su brazo sobre mi cintura. Me apuré a dejar el libro detrás de la cabecera y me acurruqué junto a él. Podía sentir los latidos de su corazón, calmo.

Cuando alcé mi vista al rostro de Sam, me percaté de lo desanimado que lucía. Llevé mi mano a su mejilla, acariciando su piel con tranquilidad. Aquellos perdidos ojos grises hallaron los míos y pareció encontrar alivio.

—¿Soy un buen novio?

Su pregunta me tomó de sorpresa, haciéndome abrir desmesuradamente los ojos.

—Por supuesto que lo eres, Sam —contesté con una sonrisa, aunque él se vio afligido—. Eres un novio perfecto, bueno, al menos para mí. Yo soy la mala novia.

Soltó un gruñido bajo, como si le enfadara que dijera eso.

—No eres mala novia.

—No mientas.

—Hablo en serio, Katerine. —Frunció el ceño—. La cagaste hace un mes, pero en parte trato de entender tus razones. Sé que no querías lastimarme y por eso mentiste. —Su tono de voz fue bajo, casi susurrante. Su hálito golpeaba mis labios—. Y todo terminó muy mal cuando no pudiste sostener tu mentira.

Permanecí callada, con la herida aún latente. Me arrepentía muchísimo de mentirle a Sam, pero en aquel momento se vio como la mejor salida. Cuando me di cuenta de que no debería haber mentido y confesé, la cagué aún más.

Mis labios temblaron y él se dio cuenta de que tenía ganas de llorar. Inmediatamente me apegó a él.

—No llores, por favor...

—No sé porqué sigues aquí, conmigo. —La voz me salió quebrada—. Nunca debería haberte hecho eso. Soy una mierda. Yo...

—Kate. Deja de tratarte así, tonta. No eres una mierda. —Entrelazó sus dedos en mi cabello, acariciando suavemente.

—No te merezco.

—No digas eso —murmuró. Se separó de mí y su rostro estuvo frente a frente con el mío. Los ojos grises de mi novio me escrutaron con firmeza—. Estoy aquí porque quiero, no porque pienso que me «merezcas» o una de esas mierdas narcisistas. No se trata de merecer, Kate, se trata de amarnos.

Cerré mis ojos y me dejé calmar por su voz y sus caricias, lentamente me calmé hasta no sentir aquel nudo en mi garganta. Fue como una paulatina aunque satisfactoria liberación.

—Bien —habló y en su tono se notó su sonrisa—. Mejor.

—Gracias.

Cuando abrí mis ojos, me di cuenta de que la expresión de Sam destilaba cariño y dulzura.

—Ven aquí.

Me contagió su sonrisa e hice caso a sus palabras, uniendo nuestros labios.

—Lo que has hecho prueba de que eres un novio increíble —solté tras separarnos.

—¿Entonces no tengo porqué temerle a tu papá?

Eché unas carcajadas.

—¿Qué fue lo que te dijo?

Llevó un mechón mío detrás de mi oreja.

—Quiere que te cuide, te ame y te dé atención todos los días. Dijo que si te lastimo o hago llorar me cortará las bolas.

No pude evitar la risa.

—Tus bolas estarán a salvo. Sé que no harás nada de eso.

—Claro que no. Si verte llorar me duele mucho, no sé qué pasaría si lloras por algo que yo he hecho.

Lo observé enternecida.

—Me das mucha ternura.

—No quiero ser tierno.

—¿Por qué no? —Le sonreí, para luego acariciar su mejilla—. Puedes ser adorable y aún así ponerme súper caliente. Lo sabes, ¿no?

Se avergonzó y evadió mi mirada cerrando sus ojos con fuerza.

Incapaz de contenerme, lo besé. Inició como un beso cariñoso hasta que ambos comenzamos a desear más del otro. Sus gruñidos hicieron presencia y pronto me moví sobre él. Cuando corté el beso, me acomodé sobre su pelvis y froté mi sexo contra el suyo.

Se incorporó con tal de continuar besándome y sus manos tomaron mis glúteos para cooperar con mis movimientos. Su miembro se puso duro al poco tiempo, clavándose en mi hendidura sin ninguna vergüenza.

—Mi chico siempre tan dispuesto —murmuré algo entretenida por ponerle más.

La mirada de Sam me amenazó en silencio y fruncí mi ceño cuando sus manos abandonaron mi trasero.

Aunque mordí mi labio inferior cuando empezó a quitarse su corbata.

—Junta las manos.

Emocionada y excitada por su dominante al igual que exigente voz, obedecí su orden. Cuando ajustó el nudo de su corbata sobre mis muñecas, dijo junto a una sonrisa engreída:

—Tendrás tu segundo castigo, Kate.

Alcé mis cejas.

—¿Por qué?

Me tomó de la cintura y me derribó en la cama, quedándose sobre mí. Mis manos unidas permanecieron sobre mi cabeza.

—Por ser una tonta con la autoestima por los suelos.

Carcajeé un poco y fijé mi mirada en sus húmedos y enrojecidos labios.

—Castígame tanto como quieras, Samuel.








Rocío echó un gran bostezo, mientras miraba las burbujas de la soda subiendo para luego explotar.

—Pum —soltó—. Pum.

Entrecerré mis ojos y deslicé la caja envuelta en papel de regalo a través de la encimera. Fijé mi vista en sus muletas, apoyadas contra el borde de la isla.

La cocina de Jade era impresionante. Tenía una arquitectura y estética modernas, bañada en tonalidades grises y pasteles. Miré el moderno lavaplatos con cierta envidia, hacía un ruido leve mientras trabajaba. Lo cierto era que yo no podía costear un lavaplatos, por lo que ver la calidad del susodicho me dejaba boquiabierta y me hacía temblar las rodillas un poco.

Me desperté de mi inmersión cuando el papel de regalo comenzó a sonar de manera metálica. Cuando volteé, Rocío estaba entretenida abriendo la caja.

—Wow. —Sus cejas alcanzaron las raíces de su cabello—. Esto es... impresionante. ¿Los has elegido tú?

—Ajá.

Hice una mueca incómoda. No sabía si a Rocío le gustaría su regalo.

—Dijiste que... odias las acuarelas —murmuré—. Leí reseñas sobre esta marca y... compré. Quizás no te sirva o tengas unos mejores...

—No, Kate. Me encanta —murmuró.

Noté que su mirada se cristalizó por un momento, mientras sostenía en sus manos la metálica caja de los lápices.

—Es la primera vez que piensan en mí para regalarme algo —prosiguió, con su voz quebrada—. Gracias. De verdad... Gracias.

Apretó la caja contra su pecho con una torcida sonrisa repleta de felicidad. Parecía que iba a llorar.

Con el corazón partido al verla tan sentimental, me levanté de la silla y fui al otro lado, hasta agacharme y darle un estrecho abrazo cariñoso.

—No llores —supliqué con una ligera sonrisa—. Es tu cumpleaños, no llores.

—Estoy feliz.

Su gran sonrisa, acompañada de sus ojos vidriosos lo dejaba en claro.

Una calidez inmensa me pobló el pecho. Me alegraba mucho hacer feliz a esa melancólica chica, que parecía tener muy poca suerte en su vida. Causarle una sonrisa genuina me ponía eufórica.

—Amo esto, Katerine. —Su voz fue taciturna, aunque cargada con aquel tono dichoso—. Pero... has gastado mucho dinero. No deberías haber...

—No, no, Ro. No tengo problemas monetarios.

—Aún no tienes un trabajo estable —insistió, con cierta tonada de reprimenda.

—Tengo uno. Inestable. Pero tengo uno. —Ladeé mi cabeza, risueña—. Créeme, no necesito el dinero que gasté en los lápices. No sientas culpa.

Ella arrugó el gesto algo compungida, sin embargo, cuando bajó su vista a los bonitos y vibrantes lápices su alegría regresó con la misma belleza que un rayo de luz iluminando la penumbra.

Yo tenía una manía con ahorrar. Usaba el dinero que guardaba por meses o años cuando necesitaba invertir en algo. Por lo que, gastos como esos no me afectaban en exceso.

Dejé un beso en la pálida frente de Rocío y luego me erguí. Llevé mi mano a su cabello, acariciándolo con ternura. Su apariencia había mejorado en las últimas semanas donde Sam y yo nos encargamos de su cuidado. Tanto mi novio como yo colaborábamos en la recuperación de la muchacha, y nuestro esfuerzo poco a poco daba sus frutos.

Me dirigí a mi bolso, colgando de un perchero en la esquina de la cocina, y tomé un peine que tenía guardado para arreglarme en caso de que mi pelo se desordene. Revolví las cosas hasta coger una liga azul. Luego, regresé a Rocío.

—Es raro que no te hayas maquillado —murmuré, mientras entrelazaba los dientes del peine con sus finas hebras casi blancas.

—Me dio pereza.

Sonreí levemente.

Mientras desenredaba un poco su cabello, Rocío tomó un bloc de notas con una lista de números de teléfono y arrancó una hoja del fondo. Comenzó a bocetar con rapidez, formando círculos y cuadrados, que, por la manera en que estaban hechos intuí que eran figuras humanas.

Probó los lápices sin premura. Intentaba combinar tonos o formar degradados.

—El pigmento es genial —alabó—. Y tiene linda textura. Debería probarlos en un papel adecuado.

—Cuando llegues a casa —sugerí.

Ella asintió con un sonido y continuó con lo suyo. Asomé mi vista, viendo un poco el dibujo que construía sobre la hoja.

—¿Qué dibujas?

—A Sam —respondió, señalando la cara del dibujo. Era una versión cartoon de él—. Está enojado porque me burlé de la voz de Alex Turner. —Su dedo bajó a la siguiente viñeta, donde estaba ella sosteniendo un vaso—. Le doy una chocolatada para que se calme y no sea tan sensible.

—¿Y esto? —Señalé una viñeta donde Sam volvía a aparecer.

—Es Sam ignorándome porque le has enviado un mensaje.

—Dale un tortazo.

—Lo haría si no tuviera las piernas partidas —comentó—, si me inclino mucho para golpearle quizá me caiga primero.

—Buen punto.

Tomé mi móvil, revisando mi chat con Sam. Me había enviado una foto en el trabajo. Le enseñé la imagen a Rocío.

—Está guapo. Le han rizado las pestañas.

—Siempre está guapo.

Rocío asintió con un sonido y se perdió de nuevo en lo suyo. Repliqué rápidamente a Sam, enviándole grititos escritos dignos de una fangirl. Al poco tiempo, al no notar una respuesta de su parte, sonreí levemente.

«Oye, Sam. Te he hecho algo», fue lo que envié.

A los pocos minutos, llegó su respuesta: «q?».

Envié la foto. Un minuto después sus mensajes hicieron vibrar mi móvil.

«QUÉ».

«MIER».

«DA».

«ESTOY EN EL TRABAJO KATERINE».

«ME QUIERES MATAR ??».

Reí por lo bajo y Rocío me miró por arriba del hombro.

—¿Ahora qué has hecho? —Entornó sus ojos.

—Le he enviado nudes.

Negó con su cabeza lentamente.

—Eso es demasiado para un pobre virgen —murmuró antes de darle un sorbo al zumo sobre la encimera.

—Ya no es virgen.

Nunca vi una cascada de zumo ser soltada de una forma tan violenta.

—¡¿Qué?! —chilló agudo.

—Que ya no es virgen. Ha hecho el chacachaca. El acto pecaminoso. La obra de Satanás.

—¿Cuándo, cómo, dónde y por qué ninguno me lo dijo?

Rocío volteó su cuerpo entero hacia mí, mirándome con el ceño fruncido. Alcé mis manos en señal de paz y retrocedí un poco.

—Hace unas semanas. Tranquilo. En mi cama. Y porque no lo preguntaste.

Las arrugas de su frente fueron más oscuras. Aunque repentinamente llevó sus manos a su cara y —creo que— fingió sollozar.

—Mi hijo ya creció —soltó entre balbuceos—. Le han quitado su inocencia.

—En mi defensa, diré que él fue quien lo pidió.

Bajó sus palmas de su cara, para luego observarme perpleja.

—¿Cómo dices que me has dicho?

—Que fue él quien lo pidió.

—Hostias.

—Sí. Hostias.

Cuando volví a revisar mi móvil, Sam me había dejado largos mensajes quejándose y argumentando de porqué no debía enviarle esas fotos durante el trabajo. Sólo le contesté con un 'vale'.

Al poco tiempo de mi charla con Rocío sobre la difunta virginidad de Sam, Jade apareció por la puerta con gordas bolsas con comida. Su cabello estaba recogido en dos pequeños moños que lucían como pequeños cuernos. Cada vez que la veía tenía un color diferente de pelo, por lo que la vi con rosa y amarillo, cada uno predominando en un lado.

Tenía los labios pintados de un rosa chicle y las pestañas gruesas y levantadas con rimel. Su ropa, ajustada y llamativa, le daba buenas curvas a su voluptuoso cuerpo. Sus ojos oscuros me inspeccionaron de pies a cabeza y su boca me dio una coqueta sonrisa que me hizo encogerme de incomodidad.

—¿Quién es tu amiga, Ro? —inquirió, ladeando su cabeza, mientras sus comisuras se alzaban.

—Katerine —respondió de malas—. Pero no le pongas un dedo encima. Tiene novio.

—Oh, eso no es un problema.

Me escudé detrás de Rocío, quien le dio una reprimenda a la chica de cabello de colores con la mirada.

—Sam llegará en un rato —comentó la rubia—. Así que ni te acerques a Katerine.

Le saqué la lengua a Jade y entrecerró los ojos.

—Cuando estés libre, háblame.

—Eso será en mucho tiempo —afirmé con total confianza, fastidiando a la chica.

Dejé a Jade y Rocío para ordenar la comida en bowls, optando por decorar la sala y comedor con las cosas que compró la chica. Les oía hablar y discutir un poco. Probablemente a Rocío le sentaba horrible que Jade ligara conmigo frente a ella. Era obvia la atracción que le tenía la rubia, mas la otra no parecía darse cuenta, o simplemente pasaba de ella.

De todas formas, Rocío merecía a alguien mejor.

Eché un suspiro ligero, apoyada contra una de las paredes beiges del cuarto. La iluminación tan potente me dañaba la vista y ocasionaba que entrecerrara mis ojos de hastío. Musité para mí misma el orden de cada cosa que debía poner en la mesa.

Rocío me había dicho que no haría nada grande, y que su cumpleaños sería para recibir a un par de personas. Jade ofreció su casa para la reunión, ya que, obviamente el piso de la rubia no estaba en las mejores condiciones para tener dentro a más de tres personas, o más de dos.

Caminé a través del piso de tablas de madera, brillosa a más no poder, hasta pasar a la siguiente pared y colocar sin mucho entusiasmo las largas guirnaldas coloridas de tono lila. Mientras que Sam tenía un serio problema con el color azul, a Rocío le sucedía lo mismo con el morado y todo lo que se le asimile.

Revisé la hora mientras me dedicaba a disponer la mesa de comida. Rocío era amante de lo salado, especialmente las patatas fritas. No era raro verla llevándose un gran puñado que le llenaría la boca como a una ardilla.

Sam se estaba tardando. Y mucho. Mas no le di demasiada importancia, salvo que un leve atisbo de preocupación invadía mis pensamientos cada ciertos minutos. ¿Y si le había pasado algo? Negué con mi cabeza ante la repentina duda. Probablemente el bus se atascó o necesitaba hacer algún extra en el trabajo.

Sonreí levemente ante el recuerdo de su nuevo trabajo. Ver a mi novio arreglado y modelando algunos calzones me daba mucha ilusión. Repentinamente tenía ganas de comprar catálogos de calzones.

Tiempo después llegó uno los invitados de Rocío. Y por uno de los invitados también me refiero a uno de los marihuanos recibidos en la academia de la estupidez y pereza; Eduardo.

Se alegró al verme en la casa, incluso se podría decir que Ed reaccionó mejor en ese momento que cuando vio a su prima, Jade.

—¿Por qué lo invitaste? —le pregunté, apoyándome levemente en la mesa de comedor de oscura madera.

Se encogió de hombros.

—Ed es mi amigo. No tan cercano como tú o Sam, pero al fin y al cabo está ahí cuando le pido ayuda en algo pequeño —respondió con naturalidad, observando a través del ventanal cómo los arbustos se revolvían agitados con el violento soplar del viento veraniego—. Es un gilipollas, gilipollas y buena gente. Otros son gilipollas y bastardos. Y mira el lado bueno: Ed le salvó el culo a tu novio hace un tiempo. Podría haber acabado en el hospital si él no intervenía.

Asentí levemente con mi cabeza, mirando a Ed algo rabioso por una broma pesada de su prima.

—Sam no llega —musité algo preocupada, ignorando por completo la escena.

—Envíale un mensaje.

Revisé mi móvil y Sam había enviado algo.

«hay un bb en el bus».

«ayudaporfavormisoídosardendedolor», fue lo siguiente.

—Sigue en el bus —respondí con relajo.

—Entonces llegará en un rato más. Quizá el tránsito lo ha retrasado o algo así.

«Tíralo por la ventana», le contesté a Sam.

«medasmiedo».

Reí por su respuesta y no contuve la sonrisa que invadió mi rostro. Rocío se acercó un poco a mí y me murmuró al oído:

—Cuéntame más de operación DAS.

—¿Operación DAS?

—Desvirgar a Sam.

Expandí mi sonrisa y con nulo detalle y cuidando mis palabras le conté un poco de mi primer encuentro con Sam entre algunas risas tímidas y susurros. Aunque Rocío me miró con un rostro de deshonor total cuando le dije que dormimos luego de bañarnos. Imaginaba que a ella le gustaba lo hard.

El tiempo avanzó con naturalidad. La cumpleañera permanecía apartada y yo a su lado, mientras que Jade y Ed parecían bastante inmersos en ponerse al día sobre la vida del otro. El cielo se oscurecía y Sam no llegaba. Vaya tráfico.

Cuando pregunté en qué sitio se encontraba no hubo respuesta. Esperé mucho por ella. Ni siquiera llegó.

Comenzaba a mordisquear mis uñas de nerviosismo. Me estaba arruinando la manicura, pero me daba igual, necesitaba alguna forma de liberar mi estrés. Mi pie dio repetidos golpes contra el suelo, aguardando por siquiera un simple mensaje, o una llamada corta de Sam. Necesitaba saber que no había pasado nada malo.

Rocío acarició mi espalda con ternura, en un intento de bálsamo a mis nervios, mas mi estado de inquietud se agigantaba aún más.

Aunque el bendito sonido del timbre me salvó de mi martirio.

Caminé casi dando saltitos con una sonrisa plasmada en el rostro y abrí la puerta principal. Mi rostro alegre se desplomó cuando bajé mi vista para ver a Ignacio.

—Hey, no pongás esa cara. Me hace sentir mal.

—Perdón —respondí inmediatamente, algo avergonzada y con cierta decepción.

El argentino pasó a saludar a los demás con un beso en la mejilla y se alegró especialmente al ver a Jade en la casa, a quien intentó abrazar, pero ésta se negó. Luego fue y felicitó a Rocío.

—Sam llegará en unos minutos. —Sonrió la rubia, intentando tranquilizarme—. Sólo sé paciente.

Apreté mis labios, repleta de tensión. Un mensaje para confirmar que Sam estaba bien me hubiera bastado para calmarme.

Cuarenta minutos después, a las seis de la tarde, el sonido del timbre nos distrajo a todos. Rocío tomó sus muletas y con ayuda de ellas caminó hasta la entrada, para luego abrir la puerta. Observé expectante el umbral, deseando porque sea Sam.

Afortunadamente lo era.

—Me perdí —soltó apenado.

Rocío carcajeó.

—¿Ves, Kate? Tu chico es un idiota que se pierde mientras usa un mapa. —Ella volteó a verme, señalando al pelinegro con su barbilla.

—No es mi culpa de que estas calles sean tan complicadas —se defendió.

Meneé lentamente mi cabeza con una sonrisa de oreja a oreja y me levanté del sillón para saludar a Samuel, quien, tras darme un beso en la mejilla me murmuró al oído:

—Tú y yo necesitamos hablar a solas.

Mordí mi labio inferior, entretenida.

—¿Ahora qué he hecho?

—Deberías saberlo —respondió molesto.

Rocío ocultó una risa y luego echó un suspiro. Nos invitó a sentarnos frente al televisor. Eduardo había puesto el Mario Kart e Ignacio le estaba partiendo las nalgas mientras conducía con Peach. Peor fue cuando le tiró una cáscara de plátano y el vehículo de Ed comenzó a dar vueltas como un desquiciado.

—¡Hola, Sam! —La chillona voz de Jade me arrebató toda la concentración de la partida.

Fruncí mi ceño cuando me di cuenta que la prima de Eduardo estaba sentada en el sofá a la izquierda de Sam, mientras que yo estaba a su derecha. Mi novio se movió, algo incómodo, hacia mí con tal de evadir la cercanía con Jade.

—Buenas —respondió.

Cuando ella intentó cortar la distancia entre los dos, Rocío le apoyó su mano en el hombro.

—¿Por qué no vas y buscas algo para beber, Jade?

Su amiga se levantó ante la petición de Rocío y desapareció por el arco hacia la cocina con un paquete de cerveza.

—¿Vais a tomar? —preguntó la anfitriona, tomando una de las botellas.

Yo asentí, mas Sam negó con su cabeza de inmediato.

—¡Anda, Sam! —intervino Jade—. ¡No seas aguafiestas, sólo es birra!

—Yo no bebo.

—Pero...

—Ha dicho que no —insistí—. Si luego quiere beber, beberá. Si no, pues bien, que no beba.

Rocío se movió incómoda sobre su sillón individual y me alcanzó una pinta. La cogí y llevé la bebida a mi boca. La cerveza estaba fría, aunque el sabor no era del todo convincente.

La rubia vació la primera botella de cerveza al servirle a todos, exceptuando a Sam. La tía de cabello de colores tomó la botella y nos sonrió a los cinco:

—¿Qué os parece jugar un rato? Será divertido.

Cuando vi su sonrisa, supe que no sería nada divertido. O al menos, no para mí.

son las cinco en la mañana 

y yo no he dormido nada ~ ~ ♪♫

Estuve con cierre de notas y con uno que otro lío de esos que te dan ganas de dormir todo el día dX, así que me he atrasao como una desgraciada.

gracias por leerme bichis. Si les interesa tener más R O C E conmigo pueden seguirme en Instagram (https.sphinxie), pueden tipear sphinxie y ya les aparecerá mi foto toda lindi.

POSDATA importantita

Bruno tendrá un extra 18+ a petición de la tribuna de Instagram. Pronto verán a la bombita en acción. Literalmente.


Se los ama wapis


—The Sphinx.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top