62 - Los Greco son extraños
disfruten <3<3
Mi familia siempre había sido bastante excéntrica. No tanto como los Damiani, quienes tenían manías extrañas y comportamientos un tanto escalofriantes de vez en cuando. Pero era innegable que las actitudes de los Greco tenían sus peculiaridades.
Sam lo comprendió cuando se sentó en la mesa de nuestro comedor y recibió la enérgica mirada de mi mamá y la pesada de mi padre.
Carraspeé un poco antes de tomar el tenedor entre mis dedos.
—Deberíamos comer —comenté incómoda.
Di el primer bocado y mis padres pronto hicieron lo mismo, Sam fue el último en llevar un trozo de carne a su boca.
La iluminación tenue le daba un aspecto dramático al rostro de mi padre, sus cuencas hundidas tampoco favorecían a que no se viera como un potencial asesino de una película de terror europea muda. Sólo necesitaba una sombra gigante proyectando en la pared detrás suyo.
Espié la expresión de Samuel a través del rabillo de mis ojos. Sus hombros yacían tensos, como si alguien los tomara y ejerciera presión en ellos.
—¿Qué estudias? —preguntó mi madre con su dulce sonrisa repleta de cariño.
Papá lució interesado por el tema y clavó la mirada en mi novio.
Sam se puso nervioso.
—Aún estoy pensando qué hacer con mis estudios terciarios —soltó un tanto cohibido, apretando su tenedor.
—¿'Aún'? —recalcó mi padre, con el ceño arrugado. Sam asintió con su cabeza suavemente—. ¿Qué edad tienes?
El pelinegro me miró, como si estuviera inseguro de decirlo.
—Dieciocho.
La mandíbula de mi madre se cayó y la mano de mi padre fue a su frente.
—Hay una pervertida entre nosotros —masculló Adela apretando los dientes.
—¡Oye!, ¡no hay mucha diferencia! —refunfuñé señalándola con el tenedor.
—Podría ser tu hijo —respondió mi papá.
—Ser madre a los tres es algo perturbador, pa.
—¿Tienes veintiuno? —Mi madre estrechó las cejas.
Hice mi cabeza hacia atrás soltando un resoplido de fastidio.
—Casi veintidós —contestó el pelinegro, un tanto perdido en la conversación. Al menos eso delataba su cara—. Realmente no tenemos problemas por nuestras edades...
—Eres un niño —dijo mamá.
—Ya no.
Quería cavar un hoyo en medio de la cocina para escapar de esa conversación y dejar a Sam solo con mis padres. Vale, eso podría haber sido cruel. A lo mejor podría llevarlo conmigo.
—Estoy trabajando —murmuró mi novio—. En... una agencia de modelos. Aún estoy entrenando, pero de vez en cuando me llaman para trabajar en sesiones y gano algo de dinero.
Mi familia fijó su mirada en él, intentando formular otra pregunta posiblemente.
—¿Dónde os conocisteis? —preguntó papá, sin darle importancia a nada de lo que Sam dijo.
—Délicatesse —repliqué luego de tragar—. Sam era un empleado. Lo ayudé con un par de asuntos y... pasaron cosas.
«Pasaron cosas». Empezamos a hablar como amigos, nos preocupábamos por el otro, coqueteos..., manoseos, confesión, encerrados en un cuarto minúsculo, chupada de brazo, chupada de labios, chupada de cuello, y más chupadas. En conclusión, muchas chupadas.
—Vivimos en el mismo edificio —añadí, sin quitar la vista de mi cena.
El mantel blanco se había vuelto muy interesante para mis despistados ojos.
—Eres encantador, Sam —soltó mi madre tras unos instantes—. Espero que cuides bien de mi niña.
—¡No soy una niña!
Primero era una vieja pervertida, pero, cuando había que sobreprotegerme automáticamente se me restaban diez años.
—Lo eres —soltó Ciro antes de llevar la carne a su boca.
Puse mis ojos en blanco, aunque Sam estaba resplandeciente con su sonrisa de chico puro e ingenuo.
—Lo haré, señorita. —Sonrió él, con un gesto que podría enamorar incluso a arrománticos.
—¿Has oído lo que dijo, Ciro? —soltó enternecida, derrochando felicidad.
Llamarle señorita a mi madre era la clave para ganarse su corazón.
—Bruno decía lo mismo.
Mi mirada fue suficiente para amenazar a papá.
—Sam no es Bruno —mascullé, apretando uno de mis puños.
Él permaneció en silencio, sosteniendo sus oscuros ojos sobre mí. Las arrugas cerca de su boca se pronunciaron, mientras que las que yacían entre sus cejas tomaron más importancia de lo normal.
No necesitaba hablar. Papá lo decía todo con aquel gesto.
—Sé que Bruno ha sido una mala pareja —repentinamente, Sam habló. Ambos volteamos a ver a mi novio, quien, con una sonrisa débil y sardónica hablaba suavizando su voz—, pero eso no significa que yo lo sea. Sólo... dadme una oportunidad.
Tenía muchas ganas de abrazarlo con fuerza. Solamente con oírlo un tanto consternado y observarlo con sus ojos perdidos el corazón se me compungía de la tristeza. Ese chico me hacía una sentimental y me activaba los instintos sobreprotectores.
—Te la daremos —la voz de mi madre fue una caricia, aunque le dio un apretón a la mano de Ciro sobre la mesa—, ¿no es así, cariño?
Papá no contestó. Aunque vi como su mano se volvió minúscula por el tremendo apretón que su esposa le dio como amenaza.
Al final, asintió con un tenue sonido de su garganta.
Ella depositó ambos cubiertos a cada lado de su plato y se dirigió al pelinegro con una sonrisa. Realmente Sam le agradaba.
—¿Te quedarás a dormir? Me gustaría pasar más tiempo contigo.
Fruncí mi ceño.
—Pero, ¿dónde dormirá? —inquirí.
—Pues, en tu cama.
Sam se encogió de hombros.
—No me molestaría quedarme, mañana no tengo nada pendiente —respondió cálido.
—Esperad, esperad. —Mi papá alzó ambas palmas y agachó la cabeza, como si pidiera una pausa—. ¿Dormireis juntos?
—Claro —solté animada.
Alzó las cejas hasta su cabello, sus ojos oscuros parecían haber alcanzado su máximo nivel de negrura.
—No lo permito.
—Joder, Ciro, ¡serás pesado! —exclamó Adela, poniendo los ojos en blanco en un intento de exponer su rabia—. Son una pareja, hombre, deja que compartan una cama. Que tú y yo no dormíamos separados, eh.
—¿Por qué no me defiendes, Adela? ¡Compartirán cama! ¡En nuestra casa! ¡Por la gloria de Jesucristo!
—Puedo dormir en el suelo —se ofreció Sam, con una inquieta sonrisa.
—No. Tú dormirás conmigo —le espeté—. Yo me encargo de este viejo cabrón.
—Más respeto a tu padre, Katerine —arremetió él, para luego voltear a ver a mamá—. He dejado que este muchacho coma en nuestra mesa, ¿y aún pretendes que duerma en mi casa?, ¿con mi hija?
—Te estás ahogando en un vaso de agua, pa.
—No, se está ahogando en una cuchara con agua. —Adela se llevó las manos a los ojos—. Vale, tengo un plan. Kat duerme conmigo y tú duermes con Samuel para que os llevéis bien. Mañana nos informais de vuestro progreso. —Se levantó de la mesa, tomando su plato en sus manos para encaminarse fuera del comedor, desapareciendo por la puerta hacia la cocina.
Papá se deprimió sobre su asiento. Quizás haciendo teorías sobre qué pasaría si compartiera cama con Samuel. Estaba segura de que tendrían charlas profundas sobre la vida y la muerte.
Sí, eso sería típico de ambos.
—Tu madre está mal de la cabeza, Katty.
Vi a Sam contener una carcajada y sólo meneé mi cabeza en negación, casi sintiendo vergüenza de mi familia.
El pelinegro me acarició la espalda cuando llevé ambas manos a mi rostro, sumamente estresada.
En ese momento comprendí que no sería tan fácil integrar a Samusamu a la familia.
Acabé con mi comida y me dirigí a la cocina, donde mi madre llevaba una bolsa con hielo a su cabeza. Qué exagerada.
—Tu padre me pone muy nerviosa, Katerine. Cuanto más viejo es, más gruñón.
—Ya entenderá que Sam es un buen muchacho, y le caerá bien. —Sonreí—. Si no es así, que le den.
Adela suspiro suspiró de agobio y la vi fruncir el ceño.
—Revisa que tu cama esté en perfecto estado. Es una cama vieja, podría romperse con el peso de los dos.
—No estoy gorda —murmuré.
—Cariño... Sam y tú seguro sumáis más de cien kilos.
Eché un suspiro y terminé de lavar mi plato para salir y subir por las anchas escaleras de la entrada de la casa. Dejé la puerta de mi cuarto abierta, y luego de alistar la cama, con sábanas mejores y almohadas cómodas, volteé hacia la salida. Brinqué del susto que me dio Sam, quien se apoyaba en el umbral de mi puerta.
—Hola, Katty.
—No me digas Katty.
—¿Por qué? Suena a kitty; gatita —comentó risueño—. Irónicamente te comportas como un gato. Un gato callejero y malhumorado.
—No me digas gatita —añadí.
—Gatita.
Entorné los ojos.
—Sabes que eso suena muy pervertido, ¿no?
Tuvo un pequeño lapso de silencio donde se pensó dos veces las cosas.
—Oh. Vaya.
—Sí, vaya —respondí seca—. Ve a hablar con mi madre. Parece que le interesas mucho. —Me encaminé hacia él y acaricié su pómulo con sutileza, sonriendo—. Al menos a ella le agradas. Sólo falta que te ganes a mi papá.
Él fue contagiado con mi sonrisa y bajó sus labios a mi frente, dejando un suave beso cariñoso.
—Dame un tiempo y ambos me adorarán —mi sonrisa se amplió y me embriagué con sus lindos ojos—, Katty.
Fruncí el ceño y la sonrisa se me borró.
—Que no me digas Katty, joder.
Sus carcajadas me hicieron enfadarme más.
—Ka-tty.
Sonreí levemente, poniendo mis ojos en blanco. Tomé su corbata y lo acerqué a mí, para luego ponerme de puntitas. Le di un beso corto y eché un suspiro liviano.
—Tu padre me dijo que soy un lobo disfrazado de un corderito —murmuró, con el ceño fruncido—. ¿Me veo como un corderito?
—Metafóricamente. Ya sabes que para mí eres un cachorro.
Sonrió de manera adorable.
—Voy a hablar con tus padres. Deséame suerte —murmuró antes de darme un beso en la mejilla y luego bajar las escaleras con prisa.
Eché un suspiro repleto de adoración y felicidad. Cerré la puerta y me tiré sobre la cama. Hizo un rechinido cuando mi cuerpo cayó en ella.
Mi corazón latía muy rápido y la sonrisa no se borraba de mi boca. Incluso sin la aprobación de mis padres, continuaría saliendo con aquel chico. Me hacía demasiado bien.
Esperaba que yo le hiciera bien a él.
La cabeza empezó a dolerme cuando ese pensamiento me atajó. No quería volver a lastimar a Sam. Tal vez si yo permanecía a su lado él acabaría destrozado.
Cerré mis ojos con fuerza. No debía pensar en eso. Debía esforzarme de no cagarla. Todo iba bien entre nosotros. No pasaría nada malo.
Tras unos cuantos minutos largos, pensando en cosas banales y evadiendo cualquier pensamiento negativo, oí golpes en la puerta de mi cuarto.
—Pase —exclamé sin mover un pelo.
Mi vista dio con mamá, quien cerró la puerta detrás suyo y se sentó en el borde de mi cama.
Me preocupó la forma en que sus ojos observaban a la nada, como si hubiera visto algo horrible y buscara la manera de decírmelo.
Tragué saliva con fuerza y me senté en la cama, sin quitarle los ojos de encima a mi madre.
—Katerine, tengo que decirte algo importante —fue lo que murmuró, con su vista perdida entre mis cosas.
—¿Qué pasa, ma? ¿Qué necesitas decirme?
El silencio reinó en la habitación. Las manos me temblaron con sólo ver a mamá tan seria.
—Deberías casarte con ese chico.
¿Eh?
Estiré mis labios con hastío.
—Creí que dirías algo serio.
Me sonrió suavemente.
—Va en serio.
—¿Es coña, no? —Arrugué el ceño.
—No, Kat. Si yo conociera un muchacho así le pediría casamiento en dos días.
—Eso explicaría porqué tras los años papá y tú os odiáis tanto.
Me hizo mala cara. Aunque yo decía la verdad.
Abandonó el cuarto diciéndome qué tan guapo estaba Sam y cómo le encantaba su voz. Sonreí ligeramente, con la calidez aún poblando mi corazón. Todo era demasiado bueno para ser verdad.
No recordaba cuándo fue la última vez que me sentí tan cómoda en mi propia casa. Mi verdadera casa.
Mis ojos se clavaron en el envejecido techo de madera. Tenía algunas manchas de humedad en algunos rincones oscuros, pero a pesar de todo, continuaba en buen estado.
Mordí mi labio inferior, sin abandonar mi gesto risueño y estiré uno de mis brazos hacia una almohada para abrazarla. Pataleé contra la cama de alegría, como una niña incapaz de contener su felicidad.
Sam le caía bien a mamá... Sólo faltaba que convenza a mi padre. Aunque debía vigilar a Adela, de lo contrario me hubiera robado el novio.
Me levanté de la cama y a paso lento descendí por las escaleras con suma calma. A lo lejos lograba divisar la luz de la cocina encendida. Sam reía de manera genuina, aquel sonido sólo lograba calentar mi corazón.
Vi, por el otro lado del pasillo, la luz del salón encendida. Papá carraspeaba, haciendo un ruido ronco inconfundible. Su tos era un ruido característico de él. Cuando era niña, en la noche lo oía levantarse, encender el televisor y carraspear. Al bajar para ir al baño, veía la botella de cerveza que lo acompañaba. Siempre llevaba su mano a su frente con agobio, como si no pudiera soportar las mil y una cosas que le preocupaban.
Bajé el último escalón y caminé a través del suelo de moqueta hacia el final del oscuro pasillo. Atravesé el umbral hacia el salón. Como esperaba, papá estaba en el sillón, con su posición preocupada de siempre. Sin ninguna bebida en su mano.
Los ojos oscuros y marrones estaban fijos en la luminosa pantalla que le daba color al cuarto sumido en la negrura. Las arrugas de su frente se veían aún peor y sus surcos nasolabiales tomaban un tono oscuro que delataba las sonrisas que habría hecho a lo largo de su vida.
—Papá.
—Bella —su voz sonó como un agotado susurro, mas la felicidad parecía buscar sitio en su oscuro tono.
Di unos pasos sigilosos por el cuarto, aproximándome a él. Volteé a ver la pantalla.
—Nunca te cansas de esos programas —murmuré, admirando cómo el hombre explicaba la función de alguna extraña máquina industrial.
—Son interesantes.
Me senté en el sillón individual de su lado, prestando atención a aquel documental. A papá le gustaba ver informes sobre economía. Historias de inspiradores empresarios que iniciaron sus negocios desde el punto más humilde. Era su sueño frustrado, y resultaba deprimente observarlo abatido por la envidia y la sensación de derrota.
Él siempre decía que no a todos la vida nos sonreía. A algunos nos daba patadas, nos pegaba al suelo aplastando nuestra cabeza y luego nos escupía. Pero debíamos mantener la frente en alto, porque, si te dejabas vencer por ella todo se acabaría. Cuando era una adolescente en plena pubertad no comprendía qué quería decir con aquello, sin embargo, la vida me había dado tantos golpes que me habían destrozado. Aunque, después de todo, si me dejaba hundir por aquella pesimista sensación todo se oscurecería. No vería con claridad, y, quizás, tomaría el camino incorrecto.
He perdido la cuenta de las veces que me tomado el camino incorrecto.
Recordaba con nitidez todas las veces que tras ser humillada, menospreciada e insultada había buscado socorro y afecto en las personas y sitios sitios equivocados. Después de todo, los demonios existían y eran mis falsos amigos o crueles conocidos.
Los ojos se me pusieron vidriosos, e, incapaz de contener el impulso, mi mano fue a la de mi padre. La estiré hasta sentir la piel áspera y maltratada de aquel viejo gruñón y cariñoso.
Cerré mis ojos, dejándome llevar por la sensación. La calidez que su piel despedía me reconfortó de una manera enorme.
—Él... Bruno... Él te ha maltratado tanto —susurró, con la voz debilitada. El tenue sonido del televisor apaciguó sus palabras—. Te ha quitado tu brillo, pequeña.
Mis párpados continuaban pesándome. No quería abrir mis ojos.
—Debes entenderme, Katerine —prosiguió—. No quiero que un patán vuelva a herirte. Sé que mi hija merece algo mejor.
—Pa...
—Sé que te he criado mal. No estuve ahí cuando me necesitabas. Pero, al menos esta vez, escúchame. —Mi corazón se compungió, y abrí mis ojos finalmente. Ciro Greco me contemplaba afligido, con sus ojos negros brillando con la humedad de los mismos y la luz azul de la pantalla. Los labios le temblaban—. No dejes que un hombre te use de esa forma y que luego te desheche. Eres una fuerte y hermosa mujer, no dejes que un indigno te vuelva a pisotear.
—Papá... —volví a sonar suplicante—. Mi relación con Bruno ha sido muy mala. Pero... pero he aprendido de mis errores. De verdad amo a Sam, muchísimo, es un chico increíble, cariñoso y...
—Simplemente no puedo creerte.
Aquella frase fue tajante y dolorosa como el profundo corte de un cuchillo en el pecho... que tras incrustarse da un giro y hace la herida más grande... y grave.
Su mano desapareció, la alejó de la mía, y ocultó su rostro.
—Nos has mentido. A tu madre y a mí, Katerine. Nos has tratado como estúpidos, soltando frases falsas e historias sacadas de cuentos infantiles.
—Esta vez digo la verdad, pa —casi sollocé, mas retuve el llanto en mi garganta. Inevitablemente la voz se me puso ronca—. Sam de verdad es alguien bueno. Lo juro.
—¿Cómo puedo creerte cuando meses atrás decías lo mismo de Bruno?
—Entonces conócelo. —Apreté la mandíbula, con los ojos dirigiéndose a algún punto insignificante—. Conoce a Sam y sabrás que digo la verdad. Si crees que voy a alejarme de él porque tú me lo digas estás equivocado, papá.
Él se tragó sus palabras y no dirigió nada más hacia mí. Hasta que dos sílabas lograron golpearme fuertemente:
—Vete.
Con mi labio inferior sujetado con mis dientes, me levanté del sillón y apreté mis puños con fuerza. Me sentía inútil y avergonzada. Como si todo fuera mi culpa. Como si todo lo malo que me sucedía era producto de errores de mi pasado.
Ni siquiera sabía si eso era cierto. Probablemente lo era.
Salí del salón, mi garganta anudada se alivió al oír la risa de mamá mezclada con la de mi novio. Estaban armando un jaleo en la cocina los muy ruidosos. Con la curiosidad haciendo temblar mis manos, antes tiritando por miedo, avancé hacia la cocina.
Cuando di el primer paso en el baldosado suelo, Sam levantó su vista alegre. Tenía una gran sonrisa arrugando levemente su rostro con jocosidad.
—Oye, Katty —pronunció—, ven aquí.
Bajé mis ojos hacia las manos de mi madre, aunque los entorné al percatarme de que sostenía un álbum de fotos. Mías.
Caminé hacia ellos dos, ambos apoyados contra la encimera y con la nariz metida en el libro de fotos. Cuando estuve al lado del pelinegro, él estiró mi mejilla y solté un quejido ruidoso.
—¿Qué le pasó a tus mejillas? ¡Se han desinflado! —exclamó divertido, señalando una foto donde tenía una cara muy malhumorada. Incluso siendo una bebé tenía deseos de matar contenidos.
Las mejillas se me inflaban al hacer aquel cabreado mohín y las cejas estaban estrechadas con furia, como si me acabaran de contar una muy mala y pesada broma. Para peor, mi cabello estaba corto y enredado.
—Parecías un demonio —me comentó—, pero eras adorable.
—¿A que sí? —intervino mi madre—. Ahora sólo es un demonio, ya se le quitó lo adorable.
Sam soltó una carcajada y enlazó su brazo a mi cintura, pegándome a él para mirar las fotos. Mostré cierto rechazo a la cercanía pero al cabo de unos instantes ya me tenía adherida como pulga.
Mamá nos enseñó otra foto, estaba acompañada de una amiga y le estaba agarrando de los pelos. Me pregunté porqué mamá y papá me sacaban ese tipo de fotos que me dejaban mal.
—Así que siempre fuiste agresiva —comentó riendo.
—Por supuesto —hablé con seguridad—, siempre he sido muy intolerante con los que me caen mal.
Revolvió mi cabello, despeinándome.
—Eres una salvaje, eh.
—Ajá. Y tengo las uñas filosas, así que ten cuidado con tu espalda.
Mi mamá contuvo la risa por lo último.
—¿Qué? —dije.
—Nada, nada. —Agitó su mano—. Me ha sonado raro.
Desgraciada malpensada.
Sam, mi madre y yo continuamos observando fotos, en muchas yo estaba cabreada o poniendo cara de: «no me toques, soy famosa». Ojalá hubiera mantenido ese garbo a lo largo de mi vida, desgraciadamente me había convertido en un caniche rabioso a punto de quedarse calvo.
Mi novio se reía de mí, especialmente del ego que delataba mi cara a esa edad. Cuando avanzamos a mis fotos hechas en la pubertad, había crecido unos kilos y tenía cara de detestar mi vida. Normalmente en las fotos de la escuela salía en una esquina apartada del grupo, como si no perteneciera a él.
Al avanzar hacia mi adolescencia, la cosa no cambió mucho, los tres permanecíamos en silencio cuando mamá pasaba por una página donde Bruno estuviera presente. Siempre que lo veía, inmediatamente cambiaba la página.
Sam volvió a sonreír cuando apareció una foto mía en el acuario de Zaragoza, con un sombrero que imitaba la luz que cargaban los peces de las profundidades y con dos peluches, uno rodeado con cada brazo.
—¿Te gustan los delfines? —inquirió él, mirando uno de los peluches.
—Antes. Ahora me dan miedo.
Exhaló aire al reírse y me acarició la cintura con suavidad.
—Vale, ya es tarde —murmuró mamá. Le di un vistazo al reloj, no eran más de las once de la noche—. Iros a dormir si no queréis que Ciro se cabree más.
—Pero si es tem...
—Claro, mamá —le interrumpí a Sam, dándole un codazo en la costilla.
Si bien Sam y yo nos quemábamos los ojos viendo vídeos hasta tarde, bajo el techo de mamá había que seguir sus órdenes. Entorné mi vista. De todas formas era muy temprano, y sumado el hecho de que nos habíamos despertado mucho después del mediodía la cosa se ponía peor.
—Buenas noches —murmuró, desapareciendo a través del arco.
Vi a Sam parpadear varias veces.
—Hasta las tres no duermo —me dijo de forma confidencial.
—Tendrás que esforzarte, Sammy.
—¿Sa... Sammy?
—Síp.
—Ese apodo es para Samantha.
—Ya no.
Hizo un mohín fastidiado y se irguió correctamente.
—¿De verdad tengo que dormir ahora?
Puse los ojos en blanco. Parecía un niño.
—Ajá. ¿Quieres que te prepare chocolatada caliente para que duermas mejor?
—Hace calor.
Sam subió primero las escaleras, yo, en cambio, fui a la sala a despedirme de papá y desearle buenas noches.
Cerré la puerta de mi cuarto detrás de mí y observé a mi novio quitarse los zapatos.
—¿Planeas dormir con la camisa? —inquirí. Él se quitó los pantalones y se recostó con la camisa puesta.
—No sé que más ponerme. Y... no me apetece dormir semidesnudo en la casa de tus padres.
Torcí el gesto y caminé hacia el armario, abriendo sus puertas para buscar alguna prenda.
—No creo que nada me quede.
—Quizás sí —contesté—. Si no encuentro nada, entonces duerme en bóxer o desnudo, a mí no me importará. Y soy la única que dormirá contigo.
—Pero...
—Hey. Tranquilo, Sam. No hay ningún problema en ello.
Echó un suspiro y finalmente cedió. Se quitó la camisa y una pequeña sonrisa se me formó involuntariamente al ver su torso desnudo. Tenía ganas de acariciarlo todo el día y memorizar la forma de su abdomen o la curva de sus clavículas. No me molestaría que me envuelva con sus bonitos brazos.
Me senté sobre mis piernas en la cama y gateé hacia él. Mi cuerpo estaba al lado del suyo, casi encima de él. Apoyé una de mis manos en la pared y me incliné para besar sus entreabiertos labios. Los ojos grises de mi novio se concentraron en mí, y noté cierta felicidad contenida en aquel gesto.
—Oye, Katerine. No llevamos ni tres meses juntos y tu mamá me ha hablado del tema de los nietos.
Contuve la risa y meneé mi cabeza en negación.
—¿Qué piensas de eso?
—Bueno... —Se rascó la nuca, algo pensativo—. Soy joven, no quiero demonios en mi vida.
—Es suficiente con que me tengas a mí —murmuré, apoyando mi rostro en su cuello—. Ya te doy suficientes molestias.
—No digas eso, boba. No eres una molestia —acarició mi espalda baja en círculos, por momentos subía un poco y recorría mi columna con su frío índice—. Eres una maravilla. Incluso si crees que no es así, esa es la verdad.
—Si yo soy una maravilla, ¿entonces tú que eres? —Sonreí contra su piel. Apoyé mis manos en su abdomen y cerré mis ojos ante el contacto de su cálida piel—. Probablemente un jodido dios. No me importaría rendirte culto todos los días. Podría ponerme de rodillas si así lo prefieres.
—¿La insinuación era necesaria? —Le oí divertido.
—Tú lo has malpensado, no es mi culpa.
Soltó carcajadas ruidosas y su mano tomó mi barbilla, obligándome a mirarlo.
—¿Sabes que puedes hacer para adorarme, Kate?
Oh... ¿Estábamos en un juego de roles? Los juegos de roles son sexys y divertidos.
—No... —murmuré, algo nerviosa por su insondable mirada grisácea—. ¿Qué debería hacer?
Su sonrisa se amplió.
—Me duele la espalda.
Entorné mis ojos. Yo quería una respuesta caliente.
—¿Qué?
—Que me duele la espalda —murmuró—. Quie. Ro. Ma. Sa. Je.
Sonó como un niño malcriado al decir eso e hice un mohín frustrado. Sam me soltó y se dio la vuelta, poniéndose boca abajo y cruzando sus brazos sobre la almohada.
—Trabaja, esclava.
Le hice una expresión de repudio.
—Jodido dios mandón.
—No te quejes, sólo haz lo tuyo.
Fruncí mi ceño y llevé mis manos a su espalda, dándole fuertes golpes con el lado de mi palma.
—Aa-a-a-y-y —se quejó entrecortado por mis golpes. Parecía una oveja—. E-e-e-se t-tipo de m-ma-masaje no-o.
Sonreí conteniendo la risa por su voz graciosa y relajé mi ritmo, acariciando su ancha espalda con mis palmas.
—Gracias.
—No es nada, San Sam.
Le vi reírse bajito por el apodo y frunció el ceño cuando mis dedos hundieron la piel de sus músculos, moviéndole con suavidad y lentitud.
—¿Estás cansado por el trabajo?
Asintió con un sonido.
—Es un poco agotador. Estaba preocupado de que Bruno volviera a llamarte y la cagué un par de veces.
Apreté mis labios un poco y me esforcé por hacerle sentir bien con mis movimientos. Un suspiro suyo me dejó en claro que estaba en el punto correcto.
Observé las pecas en su espalda, repartidas por su piel como diminutas manchitas de pintura. Realmente tenía un cuerpo hermoso.
—Fue raro... que llamara. Cuando me despedí de ti me sentí realmente mal, pensaba de que quizás entrarías en crisis. —Cerró sus ojos y, en un tono bajo soltó—: Creí que me te arrepentirías de lo nuestro y te marcharías con él.
—Sam... —pronuncié adolorida, y con culpa haciéndome pesar la cabeza—. Nunca te haría algo como eso, cariño. —Agaché mi cuerpo para poder encararlo aunque sea un poco—. Sé que la jodí cuando mentí. Me arrepiento mucho de esa mentira. Pero... mierda, no sería capaz de hacerte algo tan horrible como eso.
Una débil sonrisa iluminó su rostro.
—¿Lo prometes?
Acaricié su cabello, enredando sus suaves y oscuras hebras.
—Lo prometo.
Se incorporó en la cama, girando con tal de darme la cara. Se sentó y extendió sus brazos para pedirme un abrazo. Me abalancé hacia él, envolviendo su cuerpo en mis delgados brazos, mientras que Sam se aferraba a mí fuertemente.
Su calidez lograba hacerme sonreír. Realmente mi estómago se revolvía y sentía una calma sensación.
—Quiero... hacerte feliz, Kate, para que estés cómoda y no te vayas de mi lado.
—Me haces feliz —susurré, pegando mi cuerpo al suyo en aquel íntimo abrazo—. No me iré, ni siquiera pienses en eso.
Oí su sonrisa contra mi oído y cerré mis ojos con felicidad.
Ni siquiera estando loca preferiría a Bruno antes que a Sam. Siempre lo elegiría a Samuel. Siempre.
—¿Qué hacéis?
Era la voz de papá.
Acompañado del sonido de la puerta.
Cuando dirigí mi rostro hacia ahí, vi a mi padre horrorizado por la escena. Sólo nos abrazábamos.
—¡¿Por qué no tocas la puerta?! —chillé avergonzada.
Sam se apartó rápido y alzó sus brazos.
—Soy inocente.
Papá tenía el ceño fruncido y parecía inspeccionar el cuerpo de Sam, quien, al menos tenía la manta hasta la cadera. Aunque eso daba la ilusión de que estaba desnudo.
Cuando busqué el punto al que se dirigía la mirada de mi padre, me di cuenta de que observaba su torso.
—Ya veo porqué le agrada a tu madre —bufó—. Dormid bien.
Y antes de siquiera decir algo para responderle, cerró la puerta con un perceptible portazo.
Sam me miró confundido a más no poder.
—¿Por qué le agrado a tu madre?
Sonreí y llevé mi mano a su abdomen, intentando hacerle cosquillas. Su cara fue seria apenas lo intenté.
—Porque tienes cuadraditos.
—No soy un personaje de la Atari.
—Esos cuadraditos no. Estos cuadraditos.
El estómago de Sam se contrajo cuando lo rocé con mis dedos.
—Veo que tu mamá te heredó lo baboso.
—No es mi culpa que estés tan bueno. —Fruncí el ceño.
—Pero, Kate, ni siquiera estoy muy marcado.
Negué con mi cabeza, ciertamente ofendida.
—Estás lo suficientemente marcado para hacerme babear.
Echó un bufido y se acostó en la cama, cubriéndose hasta la nariz con la manta. Suspiré y me levanté para dirigirme a la puerta el cuarto y cerrar con llave.
Luego, caminé hasta una silla al lado de mi armario y tomé una camiseta del susodicho. Era blanca y estaba un tanto estirada al igual que holgada, con algunas arrugas. Perfecta para usar de pijama.
Me quité mi camiseta y la reemplacé por la prenda vieja. Al terminar de quitarme los pantalones, miré a Sam por arriba del hombro y entrecerré mis ojos.
—Disimula más si vas a mirarme el culo.
Bufó y dejó de mirarme. Cuando me acosté en la cama, dijo:
—Tú siempre me ves la entrepierna.
—Es que tu paquetote no se puede ignorar.
Frunció su ceño. La manta lo cubría todo excepto sus ojos, que revelaban toda su molestia
—Opino lo mismo de ti.
—Oooh. ¿Te gusta mi trasero?
Vi como sus orejas se volvieron rojas.
—Es... bonito.
Eso explicaría su manía de tocarlo a cada rato.
—Dime más. —Sonreí entretenida.
Sam se cubrió el rostro entero con la manta y refunfuñé.
—Olvídalo.
—Pero quiero saber qué te gusta de mí —murmuré.
—Ya te he dicho qué opino.
Hice un sonido triste y tomé la manta para taparme. Él no hizo un atisbo de mostrarme su rostro. Seguramente estaría rojo.
—A mí me gustan tus ojos —dije en voz baja—, tus labios son lindos. Me encanta cuando sonríes con todo tu rostro.
Él bajó la manta hasta poder observarme, sus pupilas estaban fijas en mí.
—Ah, y tus cachas son nalgueables.
—¿Que mis cachas qué?
—Que dan ganas de darles una nalgada.
Se echó a reír. Su rostro se veía realmente adorable cuando reía.
—También amo tus pequitas lindas y tus pestañas —proseguí—. Ah, y tus manos. Hazme lo que quieras con esas manos.
Arqueó una ceja, con una media sonrisa.
—¿Lo que quiera?
Asentí con mi cabeza, un tanto emocionada.
—Aprovechas cualquier situación. —Entrecerró sus ojos—. ¿No te cansas?
—¡Nunca!
Rio suavemente.
Sentí sus dedos tocarme la piel bajo mi camiseta, y su mano se posó en mi cintura.
—Ven aquí.
Sonreí con algo de timidez y me aproximé a él. Apoyé mis palmas en su pecho y dejé que mis pensamientos se distraigan con el sonido de su corazón.
—Tu cabello... —Su voz era calma y suave, como si intentara dormirme con su tono— es lindo. Tienes ojos bonitos, especialmente cuando les da el sol. Y aunque a ti no te guste la forma de tu cuerpo, a mí me encanta.
Sus yemas repasaron mi piel, hasta detenerse en mis caderas. Eché un suspiro ligero, consumida por la delicada sensación.
—Eres hermosa y deberías empezar a creerlo.
—Amo cuando eres así —pronuncié contra su pecho, acariciando el susodicho con mis yemas—. Me pongo muy feliz siempre que dices cosas tan lindas.
Posó sus labios en mi cuello, dejando un suave beso lleno de cariño.
—¿Aún quieres que te hable de tu trasero?
Inevitablemente me reí.
—No es necesario..., pero no me molestaría.
Él me tomó de la barbilla para obligarme a verlo, y, antes de que pudiera parpadear inició un fogoso beso. Su gran mano acunó uno de mis glúteos mientras me besaba. Se estaba entregando a mí. Se sinceraba. Revolví su cabello entre mis dedos mientras introducía mi lengua en su cavidad. Mi pelvis se retorció ante la sensación que su mano me proporcionaba. Le oí echar un ahogado sonido en el beso, acompañado de los debilitados que yo soltaba.
Tal vez aquella unión era suficiente para que ambos nos sintiéramos protegidos incluso con la desnudez de nuestras consciencias.
Un fino puente de saliva permaneció uniéndonos tras la separación. Mi respiración agitada se fundía con la de él. Eché un jadeo cuando su lengua lamió con sutileza mi labio superior. Me aproximé un poco a él, sin dejar de acariciarle el cabello
—Soy tuya.
Me apretó contra su cuerpo y sus manos me tomaron de una forma firme, como si quisiera unirme completamente a él.
—Y yo tuyo, Katerine.
no se pongan tóxicos
bueno, estos no son capaces de ponerse excesivamente tóxicos, tal vez un poco posesivos, pero nada que pase a mayores. siempre y cuando a kate no le dé un ataque de hipocresía u_U
gracias por leer, se los quiere <3
falta poquito para los 90k uwu♥
—The Sphinx.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top