60 - Katerine Grey
HEY VOS
SÍ, VOS
SI VOS NO TE LEÍSTE EL 59
NO LEAS ÉSTE
ME LO VAS A AGRADECER MÁS TARDE
-
-
-
disfruten
-
Abrí la puerta y, tras cerrarla, Sam se aproximó a mí con lentitud y cuidado. Le observé desde abajo, gracias a nuestra pronunciada diferencia de altura. Corté nuestra distancia y él hizo lo mismo.
No fue un beso salvaje. Pero cuando rompimos aquella taciturna unión, sus ojos se encendieron, probablemente los míos también. Volvimos a besarnos con total entrega, metiendo la lengua en la boca del otro y nuestras manos recorrían aquellos puntos sensibles con los que nos familiarizamos.
Sus manos acunaron mis pechos sobre el vestido y con la presión de sus pulgares sentí la erección de mis pezones friccionando contra la tela.
El beso se rompió debido al hambre por aire. Aunque Sam continuó tocándome y mis ojos se entrecerraron ante la hipnosis que sus iris grises consumidos por sus dilatadas pupilas me proporcionaron.
Una mano de Sam abandonó mi torso y se inmiscuyó en la abertura de mi espalda para tocar mi trasero directamente. Mordí mi labio y cerré mis ojos por su deferente masaje, igualmente placentero.
Su lengua bailó sobre mi cuello y no contuve mis jadeos. Sentía mi intimidad palpitar y humedecerse un poco. Mientras que, ponía mis ojos en blanco cada vez que aquel toqueteo me proporcionaba una sensación intensa.
—Por favor... Dime que Lao no está en vuestro piso —rogué extasiada, sin poder pronunciar bien.
—No está —confirmó alejándose de mi piel—. ¿Por qué preguntas?
—Bueno... —Me avergoncé un poco—. No quiero que me oiga gemir el nombre de su virgen hermano menor.
—Uuh...
Volvió a enfrentar mi rostro y, al conectar su mirada con la mía, apretó mi pezón sobre la ropa, haciendo que mi faz reaccione frente a la suya. Una pequeña sonrisa le iluminó la cara.
—¿Al cuarto? —preguntó en voz baja.
Asentí con mi cabeza, incapaz de pensar en algo racional en el momento. Entre besos y manoseos hambrientos, llegamos a mi habitación y Sam se mordió el labio. Apoyaba sus codos sobre el colchón y me miraba expectante, tumbado.
Me senté sobre él luego de quitarme los tacos y mis manos fueron a su corbata y pronto deshicieron su camisa, botón a botón. Me deshice de ella sumergida en premura cargada de deseos por desnudarle.
—Junta tus manos —pedí jadeante.
Obedeció con una mueca insegura. Tomé la corbata y uní sus muñecas con ella, asegurando que sea un agarre firme mas no excesivo. Se mordió el labio inferior y sus ojos delataron miedo.
—Tranquilo —murmuré cerca de sus labios—. Sólo será un rato pequeño. Si te sientes nervioso con eso, dímelo y lo entenderé. ¿Vale?
—Vale —confirmó.
Aunque el pavor aún teñía su rostro.
Estaba insegura de hacer eso con él. Pero quería, y Sam me había confirmado que también. Por lo que, debía buscar la forma de que no se cohíba y que se sienta cómodo.
—No quiero forzarte a nada —le confesé, recorriendo su abdomen desnudo con mis manos, para luego tocar sus pectorales con mis yemas. Buscaba ponerle—. Me gustas excitado y desinhibido, así que, si hay algo que pueda hacer para que no sientas miedo, puedes decirlo.
—Yo... —Sus palabras quedaron en el aire y apretó sus labios, nervioso—. Kate, quiero que... me beses.
Le miré curiosa.
—¿Besarte en la boca?
—No.
Fruncí mi ceño e intenté comprender.
—¿Dónde? —pregunté, invadida por una sonrisa sugerente.
—El... abdomen —murmuró avergonzado.
Mi sonrisa se amplió y llevé mi rostro a sus clavículas, besando con tranquilidad aquel lugar, para luego descender por sus pectorales y arrancarle un jadeo al rodear su pezón con mi lengua.
—Todo lo que haces me gusta, Katerine —añadió consumido por la agitación.
Su abdomen se contrajo con cada caricia mía y una mano bajó a su miembro. Estaba empalmado. Mis dedos juguetearon con su pantalón, hasta abrirlo y bajar la cremallera.
Me aparté de él para quitarle los pantalones. Sus ojos me siguieron. Continuaba nervioso, aunque el miedo se había ido. Al menos por ahora.
Tenía la piel sudada y la cara enrojecida de vergüenza, incluso con la poca iluminación que proporcionaba mi lámpara de mesa, podía divisar sus bonitos rasgos deformarse ante la invasión de la lujuria.
—Eres tan lindo cuando estás desnudo y rogándome con los ojos que te folle. —Había bajado sus bóxer y me di cuenta de la presencia de sus zapatos. Se los quité de un tirón cuidadoso.
Contuve un sonido extraño al notar lo duro que estaba, y sonreí ligeramente, se había depilado. Levanté mi vista y Sam me contempló con ansias. Sujeté su miembro y su boca se entreabrió, dejando que se escape un suspiro suyo.
—Estás ansioso por que te la chupe, ¿no?
—Kate... —regañó en voz baja.
—Sé que te gusta que lo haga... Te excitas tanto cuando te miro al hacerlo.
Él gimió cuando agité suavemente su duro miembro, recorriendo con mis yemas su caliente extensión.
—Siéntate —hablé, sin dejar de toquetearlo—. Quiero ver todas tus reacciones.
Obedeció, sentándose en el borde del costado del colchón. Me siguió con la mirada, viendo cómo mis pies pisaban el suelo para caminar y mi mano abría el cajón detrás de mi cabecera. Tomé el lubricante y me lo pasé por los dedos, también un poco en la palma.
—¿Qué harás con eso? —preguntó inquieto, mirando fijamente mis manos.
—Nada raro —respondí—. Es sólo para que lo sientas mejor y no sea incómodo, ¿sí? —Bajé mi mirada a su miembro, relamiendo mis labios—. Esta vez no te tocaré atrás.
Asintió con su cabeza, aunque seguía nervioso.
Me arrodillé frente a él y pasé mis yemas por su longitud. Deslicé hasta llegar a sus testículos y con suavidad premeditada los acaricié.
Sam gimió por lo bajo cuando trasladé mi otra mano a su miembro, rozándolo con mi palma lubricada. Pasé mi lengua por su excitado glande, jugueteando con él para llevarme más sonidos de su parte.
Adoraba ver su expresión. Tenía los ojos cerrados y la boca jadeante. Los mechones hechos un desastre, aunque no podía despejar su frente por la unión de sus muñecas.
—¿Te gusta? —pregunté acariciando con mi mano entera sus testículos con sumo cuidado, intentando no causarle ningún dolor o molestia.
—Sí...
No faltó mucho para que mi boca rodee su miembro. Él movía sus caderas contra mí, buscando más contacto y gemía cuando no podía contenerse. Sabía que él tenía ganas de agarrarme del cabello y hacer que profundice. Era chistoso que se frustara al no poder hacerlo.
Tras un rato no muy prolongado dejé que eyacule en mi boca. Me alejé de él con lentitud, pasando el dorso de mi mano por mis labios con tal de limpiarme.
—¿Cansado? —le pregunté, viendo cómo entrecerraba sus ojos y respiraba con fuerza.
Su reciente orgasmo le había dejado muy mal. Parecía que no podía soportar todas esas sensaciones.
—Un... poco.
Me puse sobre él para alcanzar sus manos y deshacer el nudo de la corbata. Acaricié las leves marcas rojas en sus muñecas.
Recorrió mi cuerpo y frunció el ceño, confundido.
—¿Por qué sigues vestida?
Solté una carcajada por su comentario.
—Bueno... Estaba ocupada complaciéndote como para pensar en mi ropa.
Mi respuesta no le gustó y me obligó a levantarme. Observé, ansiosa y con mis rodillas trepidando, cómo él se ponía de pie. Sus ojos, brillantes, seguros y lascivos me examinaron iniciando por mis pies. Deslizó su mirada hacia mis muslos, para luego acercar sus manos a mi cintura y rozarme la piel desnuda que mi vestido dejaba ver.
Sus yemas recorrieron mi espalda con suavidad, exaltando mi corazón.
—Ayúdame a desnudarte —murmuró, regresando a mi cintura—. Tu piel está ardiendo —añadió, algo sorprendido.
Le sonreí suavemente y comencé a deslizar mi vestido hacia abajo. Mis pezones se endurecieron apenas fueron golpeados con el aire fresco, casi helado. La prenda cayó al suelo, formando un círculo alrededor de mi semidesnudo cuerpo y salí del mencionado con un ligero saltito hacia atrás. Él me besó, reclamando mi boca como suya usando su hambrienta lengua.
El clítoris me palpitaba. Me tomó del trasero y aplastó mi cuerpo contra el suyo. Provocó que retroceda y me choqué contra el escritorio de mi cuarto. Sam me levantó y colaboré con apoyarme sobre la mesa del mueble.
Nuestras bocas se dividieron y sus ojos grises recorrieron toda mi anatomía. Noté su sonrojo y desvió la cara, mirando hacia otro lado.
—¿Por qué te avergüenzas? —pregunté—. No es la primera vez que me ves sin ropa.
—Es que... Es tu gesto —explicó—. Y... hoy realmente lo vamos a hacer.
—¿Quieres que ponga cara de culo?
—¡No! —respondió nervioso—. Sólo... sólo tengo vergüenza.
Pasé mi mano por su mejilla, indicándole de forma sutil que me mire.
—Quiero que me veas, Sam..., por favor. Mírame.
Él entreabrió sus labios y cerró sus ojos con fuerza. Tras unos segundos regresó su atención a mí. Le sonreí con suavidad.
—Tócame. Te necesito.
Mi Samuel llevó sus manos a mis muslos e inmediatamente me abrí para que encaje su cuerpo entre mis piernas. Tomé su mano y la deslicé hacia arriba, permitiendo que toque la tela húmeda de mis bragas.
—Por favor —pedí cerrando mis ojos—. Sam...
Su pulgar tanteó sobre la tela, hasta que halló mi hinchado clítoris.
—Sí... Te quiero ahí.
La deliciosa presión que ejerció sobre aquel placentero punto me hizo temblar las piernas y abrir mi boca.
—Estás tan mojada —susurró contra mi oído al bajar mis bragas para poder tocarme directamente. Sentí hilos de humedad que se rompieron cuando lo hizo—. Y... sensible.
Enterré mi rostro en el espacio de su cuello al sentir un dedo suyo deslizarse en mi interior. Lo curvó, frotándome en mi zona más sensible. Un gemido repleto de agonía y placer salió de mi garganta y él echó un suspiro sorprendido.
—Te gusta eso, ¿no? —Volvió a introducir el dedo para frotarme ahí.
Mis caderas se retorcieron con júbilo.
—Quiero más —confesé a duras penas contra su cuello.
Su dedo abandonó mi interior y solté un sonido cargado de frustración. En un momento estaba siendo invadida por su juguetón dedo y al otro sentía la escasez de él.
Me quitó por completo las bragas y cerré las piernas instintivamente. Él se rio por mi reacción.
Dio un paso atrás y me analizó con sus ojos platino, recorriendo mi cuerpo, esta vez sin disimulo y con una buena confianza.
—Abre tus piernas. —Tragué saliva con fuerza y le hice caso, enseñándole mi íntima zona—. Más, Katerine.
Me apoyé mejor sobre el escritorio para separar mi rodillas completamente. Mi coño, resbaladizo y mojado, le fue presentado sin censura. Vi que su miembro reaccionó ante la vista, endureciéndose.
—Carajo.
Ladeé mi cabeza, intentando no avergonzarme. Mi posición era sumamente erótica, reveladora y provocativa. No podía evitar sentir mis fluidos resbalar por mi hendidura ante su atenta mirada, la cual podría haberme fulminado.
—Tócate —ordenó.
—¿Eh?
—Quiero que te toques frente a mí —admitió apretando la mandíbula—. Muéstrame.
¿Me estaba castigando?
—Yo...
—Hazlo.
Mordí mi labio inferior y finalmente cedí a su orden. La yema de mi índice fue a mi adolorida carne entre mis labios y con suaves movimientos masajeé mi clítoris. Eché un placentero resoplido y levanté mi vista a la de Sam. Lucía complacido, excitado y ruborizado. Pero continuaba observándome.
—Piensa en mí.
Joder, no pensar en él era imposible.
Me era inevitable imaginarlo sobre mí, follándome con ímpetu contra el escritorio. Nuestros jadeos llenarían el cuarto y mi cuerpo no soportaría las sensaciones. Pero sólo era una fantasía.
—Tócate más.
Obedecí su orden, por lo que acuné uno de mis senos, rozando y presionando uno de mis pezones. De mi boca escapó un gemido tímido y abrí más mis piernas. Mi pelvis se movió contra mi mano involuntariamente. Él se mordió el labio. Sus dedos se deslizaron por su abdomen hacia su erecto pene y lo comenzó a acariciar, tenía la mirada fija en mis pechos, luego descendía hacia mi intimidad y regresaba a mi jadeante rostro. Su vista poseía una tonalidad fueguina, tomando su ancha virilidad con sus dedos largos para tocarse sin dejar de verme.
Avivada por contemplar sus caricias, llevé un dedo a mi interior, deslizándolo por mi apretada y caliente carne para liberar un suspiro al frotarme en aquel débil sitio.
—Sam... Te quiero a ti... Joder, no me castigues.
—Mala suerte —jadeó, agitando levemente su miembro de arriba abajo al verme—. Ya lo estoy haciendo.
—¿Por qué? —gemí, sin parar de bambolear mis caderas contra mis dedos.
Soltó su miembro y cortó la distancia entre nosotros. Su boca invadió la mía con desesperación y sus manos tomaron mis pechos. Un gemido alto abandonó mi boca cuando su cabeza bajó a mi torso y chupó uno de mis pezones. Lo mordisqueó con cuidado.
Su rostro miró al mío. Tenía un leve rubor pintando su tersa piel clara.
—Dijiste que te gustaban los castigos.
Sus manos liberaron mis senos y las sentí en mis muslos. Me mantuvieron abierta mientras agachaba su cuerpo hasta que su rostro encaró mi coño. No pude contener un jadeo con la vista. Había deseado tanto tener su cabeza entre mis piernas...
—Kate... —gruñó, avergonzado ante la cercanía de sus ojos a mi vagina—. Te has puesto muy mal.
—Es tu culpa.
Esbozó una sonrisa avergonzada.
—Enséñame.
Su voz fue profunda, casi exigente.
—¿Enseñarte qué?
—A chuparte.
Tragué saliva con fuerza. Lucía tímido, mas intentaba verse seguro frente a mí. Mientras que yo me debilitaba más con cada palpitación de mi intimidad.
—No es necesario que lo hagas.
Apretó los labios.
—Quiero hacerlo.
—Vale... —susurré. Eché mi cabeza hacia atrás e intenté recordar la forma en que me gustaba—. Lame... Sólo lámeme.
Observé su expresión tímida y en cómo se lo pensó dos veces antes de sacar su lengua. Subió mis muslos a sus hombros y barrió mi extensión con lentitud con un único lengüetazo.
—Sí...
Hizo lo mismo, a una velocidad tan deliciosa que me erizó el vello. Llevé mi mano a su cabello, acariciando sus suaves hebras negras.
—Lame mi... clítoris. Sé suave... Piensa en la forma en que lo haces con mis pechos.
Asintió con un sonido y su lengua hizo remolinos sobre mi hinchado bulto. Las piernas me temblaron y mi rostro se calentó. Mi cuerpo yacía sumergido en una piscina de calor y placer. Su lengua me recorría con cuidado y sensualidad, haciendo que mis paredes se aprieten con ansias. Necesitaba más de él. Quería sentirlo entero. Rogaba por saborearlo. Chuparlo. Añoraba sus caricias y sus movimientos húmedos enloquecían mi cuerpo. Los pequeños gemidos que soltaba al follarme con su boca me hacían suspirar de éxtasis.
—¿Así? —preguntó en voz baja, con timidez.
—Justo así —jadeé, trepidando de gozo—. Chupa...
Posicionó sus labios alrededor de aquella red de nervios y succionó con premura. Eché un quejido adolorido ante el dolor punzante en aquel sensible punto.
—Más despacio —rogué con mi mueca deformada debido al daño—. Sé suave.
—Lo siento —le escuché entristecido, la forma en que sus cejas se alzaban trasmitía un sentimiento de culpa—. Lo haré... lo haré mejor.
Su lengua rodeó mi clítoris lentamente. Apreté su cabello, tomándolo en mi puño y Sam tomó eso como una señal. Una vez más succionó, primero muy despacio y luego su intensidad se incrementó hasta que me arrancó un extasiado gemido. Mi pelvis se movió contra él con un meneo lento.
Una de sus manos fue a mi trasero y gemí ante su ligero apretón.
—A-ah... Sam...
Rogué por el contacto de sus dedos y él hizo caso a mis plegarias, llevando sus largas falanges a mi interior para atravesarme con lentitud. Otro gemido desesperado abandonó mis labios temblorosos y resoplé intentando calmarme.
Un cosquilleo recorrió mi cuerpo de arriba abajo y una de mis manos apretó el filo de la mesa al sentir su más que placentera succión.
Apretó mi nalga y la masajeó, provocando que un agudo y debilitado sonido mío pueble la habitación.
Chillé su nombre ante una nueva punzada de gozo y éxtasis. Su lengua se curvó en sobre mi hinchado sexo.
—No aguanto —murmuré con dificultad—. Quiero que me folles, Sam, por favor... Te necesito dentro.
Él deslizó con lentitud y cuidado sus dedos fuera de mí, pronto su rostro se alejó. Su linda boca estaba profanada con telarañas de mis fluidos, mientras ésta se abría con jadeos agitados.
Me bajé del escritorio y le di un empujón que le hizo caer de culo sobre la cama. Gemí con sólo ver su miembro erecto y probablemente ansioso por mi coño.
—Móntame —pidió avergonzado.
Tomé el condón y rompí el envoltorio entre mis manos temblorosas. Samuel jadeó cuando deslicé sin premura el preservativo por su pene.
—¿Estás seguro de esto?
—Sí.
Puse mi cuerpo sobre el suyo y me miró maravillado. Sus párpados parecían pesarle. Dirigió las manos a mi trasero y ascendió hacia mi cintura para acariciarme con sus pulgares.
—Por favor —dijo—. Hazlo conmigo.
Mi trasero estaba sobre su impresionante longitud. Yacía ansiosa. Necesitaba eso de él. Lo quería dentro, desde hace mucho tiempo. Y, finalmente, había logrado tener la oportunidad de hacerlo con él.
Tomé su miembro y lentamente bajé para tener su punta rozándome la mojada carne. Mis pliegues se estremecieron con su caliente tacto.
—Con cuidado —indicó, enrojecido.
Su glande entró en mí y un gemido se ahogó en mi garganta cuando su gruesa virilidad se abrió pasó por mis angostas paredes. Me llené enteramente. Hasta el final. Casi rozando un sensible punto dentro mí. Me causó dolor y asombro aquella profundidad.
—Katerine...
Su cabeza se hizo hacia atrás y un gemido salió de su boca. Disfruté de la vista, me encantaba verlo en ese estado tan primitivo. Tan excitado. Desinhibido. Rogaba con sus ojos por más sensaciones; por más placer. Sus caderas se menearon contra mí y eso me fue señal para comenzar a deslizarme por su endurecida y ansiosa polla palpitando en mi apretado interior.
—Dios... —Mi voz se quebró—. Esto es p-perfecto.
Apretó mi cintura, clavando sus dedos en mi piel y yo envolví su cuello con mis brazos. Le apreté el miembro con un movimiento y gruñó con su voz ronca y debilitada.
—Estás muy...
—¿Estrecha?
—Sí...
—Lo estoy sintiendo —suspiré—. ¿Te duele?
—No, Kate. —Un gemido le cortó el habla—. Te mueves tan bien —gruñó.
Busqué mi placer al moverme. Le succionaba la caliente carne con mi estrechez. Me frotaba en mis zonas más sensibles y mi abdomen se contraía de gozo cada vez que me golpeaba donde quería.
Nuestros ojos se encontraron. Estaba consumido por el placer y se dejaba llevar al dejar escapar sus indisimulados y auténticos gemidos. Sonaba tan viril al pronunciar mi nombre con tan desesperado tono.
—Creo que voy a...
—No tan rápido —casi rogué. También quería llegar.
Me moví con más ímpetu, y él intentó seguirme el ritmo. Fue torpe, pero se sentía bien.
Cada contracción fue más rápida. Gemí su nombre cuando llevó una mano a mi pecho y me ayudó a acercarme al orgasmo con sus dedos sobre mi pezón.
Las piernas me trepidaron cual gelatina, la fuerza me escaseaba y estaba a punto de ser bañada por una ola de fuego que me haría arder de placer. Las palpitaciones de ambos sexos fueron sumamente tangibles. Nuestros cuerpos desnudos y sudados se encontraban una y otra vez.
—¡Sam!
Él gruñó apretando sus facciones y no pudo contener la explosión de su miembro. Dejó de moverse y su boca no paraba de soltar jadeos ansiosos de aire. No me importó que se haya corrido y me seguí moviendo esperando poder llegar al orgasmo.
Un sonido adolorido abandonó su boca y sus ojos me rogaron por clemencia, por lo que inmediatamente me moví para que saliera de mí. Me sentí vacía sin su miembro dentro y un tanto decepcionada. Pero no podía decepcionarme con él. Era su primera vez y a ambos nos había ido mejor de lo que esperaba.
Quizá... la próxima.
—De verdad lo lamento —masculló entristecido.
—No pasa nada, Samu. —Permanecí cerca suyo, abrazando su cálido pecho—. Me ha encantado. De verdad.
Levanté mi rostro y encaré el suyo. Estaba buscando aire con jadeos, al igual que yo.
—Si no fuera por ti esto habría sido incómodo.
Le miré con pena.
—También lo hiciste bien —susurré. Di un suspiro contra su cuello, un tanto fatigada—. Realmente... realmente lo hicimos.
—Sí... —afirmó, luchando por detener su agitada respiración. Guardó silencio por unos segundos y luego me enseñó una sonrisa que le formó hoyuelos—. Te veías hermosa.
Sonreí.
—Yo tengo ganas de grabar los sonidos que haces durante el sexo. Probablemente los usaría para dormir.
—¿Para dormir o para algo más?
Mi risa sonó contra su piel.
—Eres terrible. —Mordí mi labio e intenté ignorar las palpitaciones en mi clítoris—. ¿Te molesta si voy al baño y me ducho? Estoy sudada.
—Sudada y bonita.
Puse mis ojos en blanco al reír.
—Ve.
Me levanté de su cuerpo y cuando me puse de pie Sam me escrutó lascivamente, recorriendo mi anatomía desnuda con sus ojos grises brillando. Una sonrisa soslaya pequeña se le formó casi por reflejo.
Le guiñé el ojo antes de entrar al baño y se relamió los labios, haciendo que mi consciencia tiemble.
Intenté cerrar la puerta y no pude. Debería repararla en un futuro cercano. La cerré todo lo que se podía y abrí el grifo del agua caliente de la tina.
Al llenarla en un buen nivel, me metí en el agradable agua calentita. Sumergí mi cuerpo entero, casi recostándome. No pude evitar tener recuerdos de minutos atrás.
Todo había sido bueno. Incluso sus errores. Aún teniendo en cuenta lo rápido que se corrió al entrar me seguía gustando aquel encuentro.
Sus atrevimientos significaban mucho para mí.
Suspiré cuando recordé su rostro sobre mi vulva. Lamiéndome. Me succionaba con cuidado e intensidad. Mis jadeos y gemidos cortos habían llenado la habitación.
Jo. Der.
Conduje mi mano al centro de mis piernas abiertas en la tina y mi deseo por correrme con aquella imagen. Lo haría rápido. Sin ruido.
Mordí mi labio inferior conteniendo cualquier sonido que quisiera huir de mi boca cuando llevé la yema de mi dedo a aquel bulto necesitando atención. Mi mente se nubló con el recuerdo más que nítido.
Apreté mi otra mano entre mis dientes para amortiguar mis jadeos y un cosquilleo fue de mi intimidad hacia mi cabeza repleta de humo gracias a mi estado de confusión y excitación.
Un sonido pequeño huyó de mi boca, mas probablemente fue inaudible fuera del cuarto.
Un jodido rechinido de puerta me exaltó y volteé mi rostro alarmada hacia el causante de ese sonido.
Era Sam. Rojísimo por la vergüenza.
Mi mano fue lejos de aquel sitio y escondí mi cuerpo al abrazar mis piernas, juntas frente a mi pecho.
Sentía las mejillas ardiendo. Mierda... Me había visto.
—No estaba haciendo eso —me excusé rápidamente, con el ritmo de voz alterado.
—Ujum —respondió sin ser convencido.
Me vio. No podía inventar nada para librarme.
Se había puesto sus bóxer. Cuando noté que no planeaba salir del baño, pregunté:
—¿Sucede algo?
Él desvió su mirada de la mía, con vergüenza.
—Quería saber si podía bañarme contigo.
Abrí mis ojos desmesuradamente. ¿Había oído bien?
—C-claro.
Apretó sus labios por la vergüenza y deslizó su ropa interior para desnudarse. Me fue difícil mirarle la cara y no su pequeño Samu.
Me acomodé hacia delante, dejándole espacio detrás mío. Él se acomodó, rodeando mi cuerpo con sus largas piernas y abrazándome por la cintura para que mi espalda choque contra su pecho.
—¿Qué andabas haciendo, guarra? —se burló contra mi oído.
—Sin ofender, Sam, pero tú has tenido dos orgasmos y yo ninguno. Así que necesitaba sentir algo, ¿sabes?
—Mmm...
Unté algo de shampoo en el centro de mi palma y me di la vuelta para encararlo. Su vista fue a mis pechos apenas giré.
—Oye, tonto, mi rostro está arriba.
Sam empapó su cabello y se lo hizo hacia atrás. Qué guapo. Mis manos se dirigieron a sus hebras suaves y húmedas para generar espuma con el perfumado champú.
—Perdona —volvió a disculparse.
—¿Por qué?
—Por durar tres segundos.
—No has durado tres segundos... Aguantaste más de lo que duraría otro. Realmente fue una buena primera vez.
—También... mientras te hacía el oral...
—No fue nada. Todos nos equivocamos, y... un oral no es algo que alguien aprende a hacer en un minuto.
—Pero...
—Basta —murmuré, echando agua sobre el cabello de Sam con un tarro cerca de la bañera—. Mi primera vez no fue digna de peli porno, ¿vale? No sigas pidiendo disculpas por algo que no es tu culpa.
Sus ojos destilaron curiosidad, aunque pronto los cerró al sentir mi masaje en su cuero cabelludo.
—¿Cómo fue tu primera vez? —inquirió con la voz ronca.
—Normal, agradable y torpe. También un poco incómoda. —Carraspeé—. No es algo que quiera recordar.
Pareció comprender qué insinuaba al decir eso último. No me apetecía hablar de cómo era Bruno en el sexo frente a Sam. Era desconsiderado.
Sus manos recorrieron la piel de mi abdomen, mientras me miraba con admiración y cariño.
—Eres como... una diosa en la cama.
Apreté mis dientes ante unas carcajadas a punto de salir de mi boca.
—Oh, no... No lo soy, Sam.
—Sí, lo eres. Deberías llamarte Katerine Grey.
La risa se me escapó.
—«Yo no hago el amor, Anastasio, yo follo... duro» —cité poniendo la voz gruesa.
Él frunció el ceño.
—'Anastasio' se le dice al ano, ¿verdad?
Ladeé mi cabeza.
—Puedo follarte el Anastasio.
Su semblante fue pétreo.
—No, gracias.
—¡Ooh, vamos! No seas tímido, Samusamu.
—Ese territorio está prohibido —recalcó con seriedad.
—Vale, pero dicen que el orgasmo prostático es el mejor.
—¿Lo has comprobado?
Mis labios se torcieron con incomodidad y asentí con la cabeza finalmente. Él enrojeció completamente y cubrió su cara con ambas manos.
—Carajo, Kate. No quería saber eso.
—Has preguntado. —Me encogí de hombros—. Bueno, ya sabes que tengo experiencia. Así que no hay nada de qué preocuparse, Anastasio.
—¡No me llames Anastasio!
—Vale..., Anastasio.
Echó un sonido de frustración y me reí, orgullosa de mi maldad. Rechazaba mi tacto, pero luego de unos minutos lo tuve a mi merced gracias a mis manos recorrieron su cuerpo mientras lo lavaba.
Echó un suspiro cuando el jabón cubrió sus pectorales y mis manos rozaron sus pezones, para luego mojarlo con el agua cálida.
—¿Y tú... alguna vez... recibiste ahí?
Su pregunta me sorprendió y el asombro pobló mi semblante. Aunque una sonrisa pronto desvaneció aquel gesto.
—No... Siempre me dio miedo.
La mirada se le iluminó por unos segundos.
—¿Estás feliz?
—Supongo —respondió sonrojado—. Creo que será la única primera vez que tendrás conmigo.
Entrecerré mis ojos.
—¿Por qué estás tan seguro de que duraremos tanto?
Mi cintura fue rodeada una vez más por sus grandes manos, apretándome de manera posesiva.
—Dije que no te dejaría ir.
Le mostré una sonrisa y me acerqué a él para besarlo. Me tomó con cariño y sensualidad, lamió mi labio superior cuando nos separamos.
—Fue la primera vez que me toqué frente a alguien —le susurré cerca de los labios—. Y fue la primera vez que me excité tanto sin que otra persona me esté tocando.
Las pupilas se le dilataron. El cambio fue muy notorio gracias al más que remarcado contraste de colores en sus ojos.
—Kate...
—¿Sí?
—Tengo ganas de hacerlo otra vez.
—Estás cansado —murmuré—. Mañana será.
Mordió su labio inferior con frustración.
—¿Quieres enjabonarme? —pregunté con un tono juguetón, haciendo que una sonrisa se forme en sus labios.
Me di la vuelta y las manos de Sam llevaron champú a mi cabello, acariciando con sus yemas mi cuero cabelludo. Dejé escapar un extraño sonido de felicidad y disfruté de su deferente masaje.
—Eso me da sueño —hablé.
—No te duermas.
—Uh...
Sam me enjuagó el cabello y aplicó la crema enjuague con total cariño.
—Tu pelo es muy largo —comentó asombrado.
—¿Crees que corto quedaría bien?
—Cualquier corte te quedaría bien. Aunque tu cabello largo es lindo. Y el corto te haría ver más madura, supongo.
Asentí con mi cabeza y las manos enjabonadas de Sam pasaron por mis brazos y luego por mi cintura. Eché un suspiro cuando el jabón pobló mis pechos.
—Sam.
—¿Mhm?
—Puedo lavarme yo sola ahí.
Una risa resonó contra mi oído.
—Hoy no.
Tuve un dejà vu cuando él comenzó a masajear mis pechos para luego concentrarse en mis erectos pezones. Su boca bajó a mi cuello y dejó dulces besos sobre mi piel empapada.
Todo era muy íntimo.
—¿Qué es lo que planeas?
—Hacer que te corras —murmuró con timidez—. No me gusta que estés insatisfecha.
Mordí mi labio inferior.
—Te agrada que te hable al oído mientras te toco —percibió—. ¿Quieres que lo siga haciendo?
—Sí —susurré.
Un gemido dulce salió de mi boca y él aprisionó mis pezones con cuidado, provocando que mis piernas tiemblen.
—Tus gemidos son muy lindos. No parabas de soltarlos cuando te estaba lamiendo.
—Se sentía bien.
—Me lo dejaste claro.
Su mano descendió por mi estómago hasta llegar a mi vientre y rozar mis labios.
—Por favor...
—Sin prisa —respondió—. Tenemos mucho tiempo, Katerine.
Me distraje con los besos que dejó en mi cuello. Ascendió lentamente y atrapó el lóbulo de mi oreja entre sus labios. Giré mi rostro hacia él, permitiendo que me bese con cariño y profundidad mientras su índice hallaba mi clítoris. Se bebió un gemido mío y dos de sus dedos se deslizaron por mi angosta entrada.
Con su otra mano me tomó del muslo y me abrió más, para luego regresar a mi seno. Sus párpados parecían pesarle mientras me observaba fijamente. Había mucha iluminación y sus facciones excitadas eran dignas de alguna obra de arte. Sus mejillas ligeramente coloradas, siendo acariciadas por las largas pestañas con algunas gotitas entre ellas, sumados aquellos ojos grises que me analizaban con total dedicación. Tenía el cabello mojado y hecho hacia atrás. La humedad y rubor en sus labios empeoraban la situación.
—Siempre me cuesta mucho hacer que te corras —comentó en voz baja, con vergüenza—. ¿Hay algo que quieres que haga?
—Tócame con más fuerza —repliqué, posando una mano en la suya sobre mi entrepierna—. Atrévete.
—No quiero lastimarte.
—No lo harás.
Forcé algo de presión para que su pulgar me toque de una manera maravillosa. Jadeé y me sumí en su tacto.
Su boca fue a la mía y no comprendí el paso del tiempo, para luego derretirme sobre Sam gracias a la ola de calor que las sensaciones me proporcionaron durante aquellos minutos de intensidad entre ambos.
Me dejó un beso en la punta de la nariz y sonreí enternecida. No podía respirar de forma calma por el reciente orgasmo.
—Oye, burrito.
—Dime.
—Preséntame a mis suegros.
Solté un sonido de irritación.
—Sam... No me tires esa bomba luego de semejante orgasmo.
—Eh. Lo siento.
Desperté envuelta por los brazos de Sam. La sábana estaba desparramada sobre nuestros cuerpos y me dolía un poco el cuello por lo baja que era la almohada que usé. Me di cuenta que guardaba en mi pecho con mis brazos los peluches de animales marinos que Sam me había regalado tiempo atrás.
Intenté zafarme de su abrazo, pero me apretó más contra su cuerpo, provocándome un quejido.
—¿Dónde están los chocokrispies? —le oí mascullar somnoliento. Probablemente estaba soñando.
Fruncí mi ceño.
—Kaaaatee, ¿por qué te convertiste en un burrito?
¿Qué demonios soñaba?
Lo codeé en el estómago y Sam se despertó con un brinco.
—¿Por qué hablas al dormir? —comenté extrañada.
—¿Te he despertado con eso?
—No, pero roncas un poco al dormir —remarqué—. No ronques cerca de mi oído, por favor.
—Casi nunca ronco —debatió.
Intenté levantarme de la cama, mas me detuvo estirando de mi brazo para tirarme sobre el colchón de nuevo.
—¿Qué haces? —le dije cabreada, sintiendo como volvía a abrazarme para que me quede en la cama.
—Tú no saldrás de aquí hasta que desayunes.
—Tengo que salir para desayunar...
—No, yo me encargo de eso —soltó apretando los labios.
—Uff. Serás pesado.
—No podrás salir de tu cuarto. Sólo para ir al baño.
—¿Me estás secuestrando en mi propia habitación?
—Por supuesto —afirmó orgulloso—. La próxima no podrás salir de la cama.
Alcé mis cejas, un tanto conmocionada.
—Dejaré que me secuestres en mi cama siempre y cuando me pagues las tarifas y la comida, amorcito.
—¿Amorcito? —Me hizo una mueca de aversión.
—Fue sarcástico.
—Claro —confirmó—. Tú sólo me llamas por apodos incómodos.
—Estás aprendiendo, Anastasio.
—Ahí vas de nuevo.
Sonreí ampliamente y Sam estiró una de mis mejillas. Le di una mirada de total disgusto.
—Espérame aquí, ¿vale? Haré algo bueno para ambos.
Asentí con una sonrisa casi pegada a la cara y cuando se fue me dirigí al baño. Despegué la cinta de las notas pegadas en mi espejo. No sentía la necesidad de ver aquellas frases. Todas fueron al cubo de basura junto al papel higiénico.
Cuando acabé con mis asuntos regresé a la cama y encendí el televisor. Las noticias sobre Délicatesse continuaban rondando por los canales de televisión. Cada título era más amarillista y mentiroso que el anterior. Pero todos tenían algo de verdad detrás de aquellas escandalosas palabras.
Apagué la televisión inmediatamente y revisé mi móvil esperando algo de novedad en Instagram. Nada más que memes y alguna que otra publicación de algunos influencers que seguía. Sam había colgado una story con una foto de mi cocina.
«¿Le enveneno la comida?», decía en la imagen.
¡Qué capullo!
Esperé unos minutos hasta que el pelinegro llegó con una bandeja con el desayuno. Sonreí apenas lo vi. Qué guapo se veía con el cabello de cama.
Me dijo que se iría al baño para lavarse los dientes y dos minutos después regresó al cuarto. Se sentó detrás mío y sus piernas se pusieron lado a lado de mi cuerpo sentado como indio.
Intuí que Sam continuaba sintiéndose culpable por durar poco y a eso se debía tanta atención. Aunque él siempre se pasaba con los mimos. Sin embargo, no me importaba, me encantaba que me abrace fuerte y dé besitos llenos de cariño. Era un amor muy diferente al que estaba acostumbrada.
—¿Has dormido bien?
¡Mmm! Qué tierno era.
—Claro. —Le sonreí. El olor a mi shampoo continuaba en su cabello—. Por suerte, no te mueves mucho al dormir.
—Si fueras Lao te hubiera echado de la cama.
—Agradable.
Escuché su risa cerca de mi oído y me dio un beso corto en la mejilla.
—Dame algo de comida a mi también —pidió con la voz alegre.
Acerqué una galleta a su boca y un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando la tomó entre sus labios directamente desde mi mano. Me dio un beso en el cuello después de tragar y dijo:
—¿Qué haremos hoy?
—Nada. Tienes una sesión hoy a la tarde y yo visitaré a mis padres. Olvídate de los cariñitos.
Gruñó como perro frustrado y apoyó su rostro en mi cuello.
—Entonces... visitarás a mis suegros.
¿Por qué recalcaba tanto el mis suegros?
Una risilla tonta se le escapó y me encogí por las cosquillas.
—Sí, iré a visitar a tus suegros.
—Mis.
—Sí, tus.
—¿Tus de mis?
—Mis de tus.
—Sacrebleu!
—¿'Sacrebleu'? —pregunté con el ceño fruncido.
Sabía que la familia de Sam tenía su parte francesa, pero eran contadas las veces que había dicho algo en ese idioma.
—Me he estado juntando con mi padre —justificó—. Pero no te ilusiones, lo máximo que sé decir en francés es le baguette.
—Le baguette! —repetí emocionada.
—Oh, y también... —Sonrió y su mano me apretó la cintura, para luego juntar la punta de su nariz con la mía—, ma femme.
Me mordí el labio, encantada.
—Jodido pseudofranchute. No me tendrás la osadía de seducirme con tus palabras melosas.
—Lo hago en español. No imagino qué sucedería si lo hago en francés, jolie fille.
Me estallaría el corazón.
—Eres terrible.
—Y te encanta.
—Nunca lo he negado.
No se contuvo y podría decir que intentó devorar mi boca. Mi móvil comenzó a sonar en medio del beso y me alejé de Sam. Se vio algo consternado por la interrupción.
Tomé el teléfono y lo encendí con el botón de desbloqueo. Arrugué la nariz al leer que era un número desconocido.
—Apuesto que es publicidad —soltó cerca mío—. Si lo es, me debes una cena con tu familia.
Dejé caer un par de carcajadas.
Acepté la llamada y llevé el móvil cerca de mi oído. Sam me observó expectante a una respuesta.
—¿Hola? —hablé confundida.
No hubo respuesta.
—Dije que sería publicidad —acotó mi novio.
Le puse la mano en la mejilla y lo aparté de forma juguetona, alejando su cara de mí.
—¿Hola? —repetí, esta vez con una sonrisa en mis labios.
Un par de segundos de silencio me tentaron a cortar, hasta que algo sonó del otro lado:
—Hola, Kat.
Era la voz de Bruno.
Hola, Kat.
Sam ha sido oficialmente desflorado. Pobre, es impuro noooo DX
Bueno.
Eso fue todo.
Nos vemos otro día, chikis.
muak
—The Sphinx.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top