59 - Lo que «pasar» implica
Éste es el primer cap del día
Denle amor a éste mientras el otro está en cola <3
Se los quiere
<3
Nunca le den pintura a Sam.
Nunca.
—¡Eres un idiota! —chillé histérica.
Miré mis brazos bañados en pintura cian. El jodido niño malcriado que tenía —y tengo— por novio me había manchado con pintura a propósito mientras restaurábamos algunas zonas de su piso.
—¡Capullo! ¡Cabrón! ¡Malnacido!
—Sí, sí, lo que digas.
—¡Sigue pasando de mí y te echaré el cubo entero, Samuel d'Aramitz!
—¡La pintura está cara, Katerine Greco!
Apreté mis puños con fuerza y vociferé embravecida:
—¡No digas mi nombre completo, jodido niño idiota!
No pasó mucho tiempo para que olvidemos nuestra discusión y nos comamos el morro contra la pared que se suponía que debíamos pintar.
—Sam... No hagamos esto aquí —suspiré, retorciendo mis caderas de gozo con los movimientos de su boca sobre mi cuello.
Sus labios regresaron a los míos, moviendo sus caderas contra mi pelvis con un ritmo lento y abrasador. Su falo erecto pareció burlarse de mi intimidad húmeda y caliente con aquel indisimulado baile contra mí.
Un gemido ruidoso huyó de mi boca cuando nuestro beso se tornó desinhibido y ardiente. Sus manos acunaron mis glúteos y la fricción entre nosotros fue insoportable cuando me balanceó contra él.
Alboroté su cabello con mis dedos, anhelando su contacto.
—Wow. Tenéis buenos pulmones.
Aquella voz femenina me arrancó de mi deliciosa inmersión dejándome confundida y atónita. Levanté mi vista hasta dar contra el umbral de la puerta de entrada y hallar a Estanislao y una muchacha de cabello oscuro.
—¿Cuánto tiempo lleváis allí? —inquirió Sam, gradualmente apartándose de mí.
—Lo suficiente para saber que traes contenta a tu novia —bisbiseó ella.
—¿Os conocéis, verdad? —soltó Lao, mirando a la tía y luego a mí.
—Yes, aunque cuando nos conocimos ella y Samu eran amigos notanamigos.
—Kate, ella es Eleonora —habló mi novio—, es mi cuñada.
¡Oooh! Recordaba que en el cumpleaños de Sam había sido una chica bastante amigable.
—¡Holaa! —Agitó su mano como saludo y le sonreí.
—Hola.
Hubo un silencio insoportable entre los cuatro, hasta que ella volteó a ver a Lao y le dijo con el ceño fruncido:
—Tú nunca me besas así.
—¿Cómo?
—Como si me quisieras.
—Sin ofender, pero eso no es un beso cariñoso —replicó Estanislao frunciendo el ceño.
—¿Qué es, entonces?
Él nos miró a Sam y luego a mi por turnos, como si estuviera inseguro de soltar lo siguiente:
—Un beso pecador.
Eleonora miró atónita a su novio y luego estalló en carcajadas, agarrándose el estómago como si éste le punzara.
—Cada día eres más idiota.
El hermano de Samuel se encogió de hombros, poniendo una mueca tensa idéntica a las que Sam hacía: apretaba los labios y tensaba las cejas.
Me acerqué a mi novio e hice unos intentos por acomodar su alborotado cabello, él se agachó para facilitarme la tarea.
—Por cierto, Sam, ¿qué demonios hacías? Sabías que iba a aparecer en cualquier momento —preguntó Estanislao, esquivando los muebles fuera de lugar para poder llegar a la cocina.
—No mencionaste nada de que vendrían.
—¿Y el mensaje?
—No me ha llegado.
Inflé mis mejillas al contener la risa y Sam me dirigió una mirada amenazante. Le di una mueca de burla, lo que le hizo blanquear los ojos.
—Entonces... Katerine. —La voz de Nora sonó a un lado y la observé asomar su rostro, mantenimiento su cuerpo detrás del alto mueble—. ¿Qué te gusta de Sam?
El aludido se había alejado para ir a discutir con Estanislao. Les pude oír mencionar algo sobre lo que tardó en regresar al piso para limpiarlo.
—Realmente no lo sé. —Sonreí nerviosa.
Los labios ébano de Eleonora se curvaron y sus ojos café parpadearon de manera mecánica.
—Sus ojos, ¿verdad? —murmuró risueña—. Sam heredó los ojos de su madre.
Nunca había visto a la madre de Samuel. Ni siquiera en fotos. Parecía que él la quería borrar paulatinamente de su vida.
—Tal vez —solté—. De todas formas él es muy atento y...
—Es guapo —interrumpió.
—Ajá. Es cariñoso. —Sonreí, sin nervios—. Es una buena persona.
—Tiene buena nariz.
¿Por qué sólo mencionaba cualidades físicas?
—¿Te llevas bien con él? —pregunté, contemplando sus bellas y delicadas facciones, como las de una muñequita gótica.
—Supongo —replicó con la sonrisa apretada—. Conocí a Estanislao en la universidad, así que cuando empezamos a salir Sam era un crío, casi. Debería mostrarte alguna foto suya de hace algunos años. Era un chiquillo muy lúgubre.
Conocía el rostro infantil de Sam. Lucía como un niño feliz y saludable. Algo debió pasar para que haya terminado como un adolescente distante y callado.
—Entonces... eres cercana a ellos.
—Bastante. Sam es como mi hermano menor.
Asentí con mi cabeza. Realmente no me apetecía hablar mucho con Nora.
Hace menos de dos semanas había regresado con mi novio. Estaba cómoda con él, charlábamos sobre temas intrascendentes y hacíamos juntos todo lo que había a nuestro alcance, especialmente ver películas y jugar videojuegos. Me sentía satisfecha y feliz conviviendo con él.
Tras unos minutos de conversar de temas banales con Nora, sobre el desorden del piso de Lao y Sam, y una que otra queja de ambos, oí el llamado de mi novio desde la cocina. Me encaminé hacia él con pasos apresurados. Le observé acomodando algunas cosas en la alacena.
—¿Sucede algo? —dije.
—Quería saber si quieres comer algo específico.
—No, puedes hacer lo que gustes. —Me paré a su lado. Él se incorporó correctamente, irguiéndose con el mango del sartén en mano—. ¿Necesitas mi ayuda?
Negó con su cabeza. De todas formas me apegué a la cocina para ayudarlo. Mientras cocinábamos oíamos el murmullo de Estanislao y Eleonora asimismo recorrían con los rodillos la pared que Sam y yo arruinamos.
—¿Crees que Lao esté molesto conmigo?
Fruncí el ceño por sus palabras.
—Lo dudo. A lo mejor sorprendido —respondí dejando caer el agua caliente del grifo sobre mis brazos.
Asintió con un sonido bajo y continuamos cocinando. De vez en cuando él se acercaba a mí para envolverme o ver qué hacia, apoyando su rostro en mi cuello.
Tras encender el fogón y dejar la comida cocinándose, tonteé un poco con Samuel. Estaba entretenida hablando con él sobre una película que habíamos visto hace unos días.
—Deja de babear por Chris Hemsworth, Kate.
—Yo te soporto cuando hablas de Alex Turner —me burlé—. A estas alturas estoy dudando ampliamente de tu orientación sexual.
—Que un hombre me parezca atractivo no significa que sea gay.
—Es que no sólo te parece atractivo. A mí me parece que le traes ganas.
—¡Es admiración! —Extendió sus brazos de forma exagerada.
—Ajá, sí, admiración.
Él hizo una mueca estreñida y me acerqué risueña, un tanto divertida por su frustración.
—Sólo bromeo, bobo. —Una de mis manos viajó a su brazo, acariciando el lateral de éste—. Pero procura no ponerme los cuernos con un tío, ¿vale? Si eres gay sólo dímelo.
Me mostró una cara de culo tremenda y amplié mi sonrisa, dando ligeras carcajadas por su actitud cabreada.
Acabamos con el almuerzo y me encargué de ordenar la mesa para disponer los platos de comida. Al poco tiempo aparecieron Eleonora y el hermano de Sam, cotilleándose algo al oído con notorio interés.
—¡Qué bien huele! —exclamó Estanislao llevándose una mano al estómago.
Separé la silla de la mesa de madera y me senté, contemplando mi comida con ansias de devorarla. Eleonora encendió la televisión e hizo zapping durante un rato, hasta que dejó en las noticias.
Los periodistas hacían escándalo sobre un reto peligroso en internet. Sin embargo, nosotros no dábamos mucha atención a la nota.
Mastiqué la carne en mi boca y miré un punto inexacto en la pared. Hasta que sentí un dolor en mis pies y apreté los labios. Dirigí mi mirada al rostro de Sam y él me observaba con una sonrisa maliciosa. Le ignoré hasta que encerró mis pies con los suyos, apretándolos. Mi semblante le advirtió, sin embargo, no me hizo caso.
Eleonora notó el juego de Sam bajo la mesa e hizo una mueca extraña al contener una risa. El mayor de los cuatro nos miró mal y carraspeamos como si nada estuviera sucediendo. Por si no fuera poco con los pies de mi novio encerrando los míos, sentí los pies de Eleonora pateando un poco mi pierna. Mientras tanto, Lao parecía querer arrancar un pedazo de lechuga de sus dientes.
Puse los ojos en blanco y preferí darle mi atención al televisor. Un notero recorría una calle que se me hacía familiar. Ignoré la pantalla hasta que con un vistazo fugaz me percaté de que la cámara enfocaba a Délicatesse.
—¿No trabajas allí, Sam? —Sonrió Nora, para luego tomar el control remoto y subir el volumen del televisor.
Tragué saliva con fuerza. El restaurante estaba cerrado, no era día de servicio. Parecía un sitio muy lúgubre con las cortinas cerradas y el interior oscuro.
El zócalo se desplegó en la pantalla y sólo pude inquietarme ante el amarillismo que desprendía:
EL RESTAURANTE DEL HORROR
En su subtítulo decía: «Usaba a sus empleados como trabajadores sexuales».
Toda la mesa se quedó en silencio.
—Una de las víctimas denunció tras meses de ser acosada por su superior. Todas las pruebas indican a que este comportamiento estaba tan presente como el aire —soltó uno de los periodistas en un tono pinturero. En la cuadrícula de al lado se mostraba una filmación de una de las cámaras de los pasillos—. Además del gerente del restaurante, otros empleados yacen sin juzgar, quienes hoy deambulan por las calles libremente tras sus cuestionables actos.
Una mujer era sujetada del cabello mientras la otra persona parecía decirle algo al oído. En un costado de la pantalla se advertía de posible contenido sensible no apto para menores.
Estanislao mantuvo su mirada en Samuel. Tenía el semblante petrificado, como si las palabras estuvieran surgiendo como cascadas en su cabeza, pero no pudieran atravesar la barrera de sus labios.
—Es una historia larga —respondió mi novio—. Luego... luego hablaremos de eso.
Su hermano dirigió su mirada a mí, esperando que le dijera algo, pero no hubo una respuesta de mi parte.
—¿Por qué nunca lo dijiste?
La sonrisa de Nora se había desvanecido. Estanislao observaba a su hermano menor con un semblante adolorido, casi sufriendo. Sabía que el pesar yacía en su corazón. Probablemente su garganta se anudaba, era notorio por su postura y la línea que formaba su boca.
—Dejemos el tema, Lao.
—No —insistió con voz firme, aunque resquebrajada—. Tú confías en mí, ¿verdad? Confías en mi. ¿Entonces por qué nunca has hablado de eso? ¿Te ha pasado algo, Samuel?
—Creo que sería mejor charlarlo en privado —sugerí en voz baja.
Él no me prestó atención y continuó observando a su hermano pequeño, casi rogándole con su mirada que Sam le devuelva el contacto visual.
Mis manos temblaron sobre mis muslos y sentí el sudor fluir por mi frente. No gracias al calor.
—¿Hay algo más que me ocultes?
Samuel frunció el ceño, parpadeando varias veces.
—Para. Nora y Kate están presentes. Hablaremos cuando estemos solos.
Su hermano estuvo a punto de replicar, mas Eleonora intervino:
—Creo que lo mejor sería que lo charléis en la intimidad, cielo.
Él balbuceó algo incomprensible y tras unos segundos bajó su cabeza, clavando su mirada en el plato de comida.
Tomé el control remoto y apagué el televisor, en consecuencia dejando todo el cuarto en un silencio punzante.
Se me quitaron las ganas de comer, aunque luché por acabar con el almuerzo. Eleonora y Lao se fueron a lavar los trastes, y, mientras Sam y yo continuábamos pintando lográbamos oír cómo ellos dos se murmuraban algo. Nora se oía bastante firme, mientras que él parecía que perdía la paciencia con cada segundo.
Le di un vistazo a mi novio. Lucía decaído, con una ligera chispa de culpa grabada en sus ojos.
—¿Crees que fue lo correcto?
Asentí con mi cabeza y pasé mi mano por sus omóplatos.
—Estuvo bien. Luego charlaréis y le aclararás todo. Esa noticia fue muy escandalosa de todas formas. Sabes cómo es el periodismo: amarillista.
Sam estiró una comisura de manera incómoda y alejó el rodillo de la pared para concentrarse en mí.
—Debe estar cabreado conmigo.
—¿Por qué lo estaría?
—Le he ocultado algo —murmuró con remordimiento.
—Él también te oculta cosas, Sam.
—Supongo que son casos diferentes.
Bajé mi mirada al suelo e intenté aligerar la presión entre mis cejas.
—Arreglaréis las cosas —afirmé.
Las vacaciones de verano estaban a la vuelta de la esquina y en consecuencia el cumpleaños de Rocío. Ella no pedía algo muy grande para su día especial. Por mi parte, no tenía idea de qué regalarle. Había pensado en materiales de pintura, sin embargo, no entendía un comino de marcas. Tocaba investigar un poco.
Probablemente en las vacaciones no haría nada interesante además de derretirme sobre mi cama con el ventilador soplándome la cara sudada.
Sam me había pedido ayuda para probar su música y covers. Lo cierto es que la primera vez que vi su programa de mezclas me quedé pasmada, era muy complicado y las mil opciones que aparecían en pantalla resultaban confusas para mí. Afortunadamente, él no me pidió ayuda en el aspecto técnico, sino que solicitó una opinión. Una opinión objetiva. Ese era el problema. A pesar de todo, pude reunir mis tres neuronas disponibles y señalar algún error para que lo corrija.
Estaba escuchando una canción de él mientras jugaba con un peluche en mi cama. Los covers de Sam deberían titularse: «oye, te cantaré una canción que se supone que es rock, pero con voz sexy y te embarazo en el proceso». Sí, exactamente así. Porque al oír su voz me quedé encantada.
Me levanté de mi cama y caminé a mi armario, para abrir uno de los cajones. Miré a algunos juguetes con cierto pesar. Tomé algunos y los dejé sobre mi cama.
«¿La gente compra juguetes usados?», me pregunté.
La verdad es que el dinero no me estaba escaseando, pero uno que otro juguete no me traía recuerdos deseables. Prefería sacarles pasta antes que tirarlos. Los hubiera conservado si cada vez que los mirara no me recordaran a alguien, en un plan que deseaba no recordar.
Tomé referencias de precios que encontré en sexshops, probablemente los vendería unos cuantos euros por debajo.
Tras unos minutos de estar buscando algún sitio donde colgar el anuncio de venta, me cayó un mensaje:
«KKKKKKKKKKKKKK».
Luego otro:
«BURRITO».
Y otro:
«OYE».
Al final contesté con una simple Q.
«Podemos tener una cita? 👀» fue lo que recibí.
Antes de que siquiera pudiera empezar a escribir, Sam me llamó.
—Burrito. —Su voz se oyó risueña—. Quiero que cenemos en un lugar bueno.
—¿Cómo?
—He reservado en un restaurante.
—No... no tenías que hacerlo.
Él echó un suspiro.
—Deja que te malcríe de vez en cuando. Tú lo haces todos los días
—Soy la más mimada de los dos —refuté con una ligera sonrisa,
—Lo que digas —cedió—. En fin, mañana a las ocho. Espero que uses el vestido negro que se suponía que llevarías a mi fiesta de graduación.
—¿De verdad quieres que use ese vestido?
—Sí. Me... me gustaría ver cómo te queda —noté un hilo de vergüenza en sus palabras—. ¿No te gusta?
—Me gusta..., pero tal vez enseña mucho.
—Nah. Es bonito. Sé que te sentará bien.
Tartamudeé algo, mas no salió ninguna palabra de mi boca.
—¿Aceptas? —preguntó, con la voz algo insegura y nerviosa.
—Claro. Estaré allí.
—¿Segura-segura? ¿No me dejarás plantado?
Sentí algo de tristeza cuando soltó lo último.
—No, Sam... Iré a la cena. De verdad. Lo prometo —dije con la voz baja, intentando sonar dulce para él.
—Vale. —Oí su sonrisa—. Llamaré a tu puerta minutos antes de las ocho, ¿sí?
—Sí. —Sonreí—. Te estaré esperando.
El viernes a las siete me estaba preparando para ver a Sam. Me sentía eufórica, casi dando saltitos al caminar y con una sonrisa pegada a la cara.
Mi cabello yacía ondulado y suelto, a Samuel le gustaba en demasía mi pelo sin recoger y a mí me ahorraba el trabajo de dedicarle mucho tiempo a un peinado. No usé mucho maquillaje, salvo para embellecer algunas facciones y resaltar mis ojos y labios. Como siempre, preferí optar por utilizar el bálsamo con sabor dulce.
Lucía muy guapa. Brillante, podría decir. Tenía el pelo despampanante y unos labios que daban ganas de besar con sólo mirarlos.
Me reflejé, observando mi vestido negro. Tenía espalda abierta con dos líneas entrecruzadas sobre la susodicha, sosteniendo el vestido, ya que éste dejaba descubiertos los hombros por lo que no tenía un agarre firme. Se ceñía en la cintura y la falda caía hasta la mitad de mis muslos.
Me hacía buenas curvas. Mi cintura lucía más pequeña de lo que realmente era y mis caderas se pronunciaban mejor. Sam tenía razón. Realmente me sentaba bien.
No sabía con cuáles calzados acompañar el vestido. Al final usé los clásicos tacos oscuros de siempre.
Estuve ansiosa por ver a Sam durante un buen rato. Hace dos días que no nos decíamos ni mu estando cara a cara. Necesitaba encontrarme con él.
Tomé asiento en una silla frente a la mesa de mi comedor. Di golpecitos rítmicos contra la madera, sumergida en nervios. No comprendía porqué me ponía así. Tal vez esperaba con ansias la reacción de Sam al verme vestida de aquella forma, si bien temía que dijera algo negativo, conocía a mi novio y sabía que no me faltaría el respeto.
Un escalofrío me recorrió la espalda al oír golpes en mi puerta y tuve que esforzarme por no temblar sobre mis tacones. Mi mano alcanzó el picaporte e hice que la llave dé vueltas en dirección contraria a las agujas del reloj.
Abrí la puerta a un ritmo calmo y asomé mi cabeza para comprobar si era Sam.
Lo era.
Extendí una sonrisa eufórica y él me contestó con un semblante cálido. Lucía impresionante. Su camisa negra le hacía una buena forma a su cuerpo, no estaba perfecta, mucho menos ceñida y la llevaba arremangada a los codos. Portaba una corbata de idéntica tonalidad. Mordí mi labio inferior al bajar por sus pantalones estrechos y finalmente acabé en sus zapatos. El negro le sentaba magnífico.
Di unos pasos hacia él y me saludó con un beso corto.
—Hermosa —murmuró cerca de mi rostro—. No debería haberte dicho que uses este vestido.
Fruncí mi ceño, confundida. ¿Realmente enseñaba demasiado?
—¿Por qué?
Sonrió.
—Pareceré un baboso toda la noche.
—Eso no es culpa mía.
Volvió a acercarse a mí. Unió sus labios con los míos en un beso cariñoso y simple, para luego alejarse y degustarme con la punta de su lengua sobre mi labio superior.
Cerré mis ojos con fuerza. Una de sus manos se posó en mi espalda desnuda, formando leves círculos antes de besarme una vez más.
Él tenía la habilidad de dejarme temblando con cosas simples.
Se separó de mí—: ¿Vamos?
Asentí con la cabeza, anonadada por aquel contacto.
Tomamos un vehículo. El tránsito estaba pacífico, por lo que la demora no fue grande. Durante el viaje contemplaba a mi pelinegro. Tenía el cabello aliñado aunque un poco despeinado a propósito. Aún no comprendía cómo demonios estaba tan guapo.
—Llegamos —murmuró.
Divisé un edificio de dos plantas, un cartel en cursiva parecía susurrar el nombre del sitio. La arquitectura era una clásica, y un tanto sobria. Los colores oscuros predominaban en la edificación.
Fuimos guiados por el maître al ingresar al restaurante, quien nos deseó una buena cena tras dejarnos en una de las mesas. Contemplé el cálido interior con cierta fascinación. En las altas paredes yacían colgados gruesos telones rojos que contrastaban con las oscuras paredes de tablas de madera posicionadas verticalmente. El piso estaba conformado por baldosas pintadas con amplio detalle, formando rombos en el centro, cuyos tonos oscilaban en el beige y café.
Me senté frente a la mesa circular hecha de madera brillante, Sam no me enfrentaba, sino que tomó el sitio de un lado. Sin embargo, continuaba cerca mío. La mesa se encontraba en una esquina aislada del salón. El mullido asiento carmesí la rodeaba como una L.
—Es un lindo lugar —elogié risueña, reacomodándome en el asiento—. Gracias.
Sam tomó mi mano y besó el hueco en mi palma.
—Nada que agradecer. —Su voz fue amable y delicada—. Parece que has llamado un poco la atención —comentó disparando su vista entre los presentes.
Miré hacia las mesas, ni muy cercanas, tampoco estaban lejos. Pero notaba la indiscriminada vista de alguno que otro hombre descuidado.
Repentinamente me tomó por la cintura e hizo que me deslice por el asiento, hasta pegarme a él. Supe con su silencio de que estaba diciéndoles sutilmente a esos tíos que dejaran de mirarme.
Levanté mi vista hasta encontrar su mirada. No me sentía del todo cómoda pegada a su cuerpo, pero en parte su cabreo me daba ternura y disfrutaba un poco de aquella cercanía íntima frente a todos los presentes. Acerqué mi mano a su mejilla y acaricié su pómulo, él dejó que acune su rostro.
Luego de un minuto volteé a ver hacia las demás mesas. Ya no había miradas irrespetuosas.
Aunque me deprimió saber que, seguirían mirándome de tal forma si no tuviera compañía.
Su mano se trasladó a mi espalda, recorriendo mi piel con una lentitud tortuosa y provocativa. Nuestros ojos yacían conectados, ansiando algún contacto mayor. Mas no se dio.
—Hoy estás muy callado —comenté, observando sus apetitosos labios entreabiertos—. ¿Sucede algo?
Alejó su vista de la mía.
—Nada.
Me sentí confundida por su repentina incomodidad. Él se apartó de mí y levantó su rostro. Cuando volteé, me di cuenta de que un mesero había llegado.
Revisé el menú con calma y al final me decidí por un risotto. No me fue difícil adivinar que Sam pediría algo con pasta apenas abrió la boca, él parecía adorar la pasta. El mesero asintió, y tras tener anotado todo se marchó junto una cordial despedida.
Conversamos un poco sobre la rutina hasta que finalmente toqué el tema de Estanislao y él.
—Sigue un poco sorprendido —fue lo que contestó—. Sé que he perdido parte de su confianza por no hablarle de ello.
—¿Crees que se haya cabreado?
—No... No parecía enfadado conmigo.
Me alegré un poco. Las cosas entre ellos dos no se habían puesto feas.
—¿Has desmentido lo que dijeron en la tele?
Asintió con un sonido.
—Y le he dicho la verdad.
Le mostré una sonrisa gentil. Sus ojos grises estaban retraídos en la mesa del restaurante, y se inmiscuían entre las líneas de la textura de la madera.
—Entonces no hay nada de que preocuparse —murmuré—. Salvo por los procesos legales y esas cosas, aunque quien más se preocupa por ello es Rocío.
Él llevó su mirada hacia la mía. Su rostro continuaba en seriedad.
—Sé que eso irá bien.
—Espero que sea así.
Samuel apoyó su cabeza en mi hombro y pasó un brazo por mi cintura.
—¿Cómo estás tú? ¿Te sientes bien? —preguntó con la voz pintada con curiosidad.
Me sentía bien. La verdad es que continuaba con las frases motivacionales pegadas a mi espejo. Aún pensaba bastante en Bruno, y de vez en cuando soñaba con él, pero intentaba restarle atención. Lo que más me preocupaba era el trabajo. No podía pedirle dinero a mis padres por mucho tiempo en caso de que me quedara sin pasta. Sin embargo, confiaba en que hallaría algo nuevo antes de caer en bancarrota.
—Un poco preocupada, por el trabajo, ya sabes. Pero bien. Mejor que antes. —Mi mano acarició su espalda—. Estoy feliz, Sam. Tenlo en cuenta.
—Se te nota en la cara —murmuró—. Te ves adorable cuando estás contenta.
—¿Me veo adorable?
—Ujum —asintió.
Levanté mi rostro, encarando el suyo.
—Quería verme de otra forma —le confesé.
—¿Cómo?
Ladeé mi cabeza, con una sonrisa fina.
—¿Sexy? —Fruncí mi ceño un poco.
—Kate, te ves sexy sin maquillaje y sin vestido, con tu apariencia de siempre. Creí que no era necesario aclararlo.
Solté una baja carcajada y eso fue el detonante para que Sam llevara su boca a la mía. No profundizó en el beso, pero un temblor me pobló las rodillas cuando una de sus manos se posó en mi muslo, subiendo con una lentitud asfixiante por mi piel. Acabé con el beso cuando sus dedos se inmiscuyeron bajo mi vestido. Le miré con una amenaza en mis ojos.
—No es momento —advertí, sintiendo el cosquilleo de sus juguetones dedos tan cerca de mi intimidad.
—Nadie nos está viendo —murmuró—. Tampoco estoy haciendo algo raro.
Su sonrisa malévola me hizo presionar la mandíbula.
—Detente.
—Haz que me detenga.
Mis ojos inseguros se unieron a los suyos, oscuros, perspicaces y encendidos con una llama extraña. La voz me tembló cuando intenté reclamarle. Maldito Sam y su forma de hacer que me vuelva idiota.
Su rostro se acercó a mi oído y murmuró:
—Después de todo, te está gustando.
Mordí mi labio inferior conteniendo una grosería.
Su dedo pulgar alcanzó mi monte de Venus y fruncí mi ceño. Sabía que nadie podía ver nada y que nuestra cercanía se veía sólo como un susurro. Pero, mierda, el problema no era que alguien nos vea; el problema era la excitación que hacía palpitar mi interior.
—Sam..., sigue tocándome ahí y te amarraré, cabrón.
Una risa efímera y grave vibró contra mi oído, golpeando mi sensible piel. Todo mi vello se erizó.
—¿Me amarrarás a la cama?
Contuve un sonido extraño producto de su atrevimiento. Me congelé cuando se apartó de mí y sus ojos se fijaron en una figura, la cual proyectó sombra sobre la mesa. Alguien carraspeó para llamar la atención y volteé ruborizada hacia esa dirección.
El mesero tenía algo de pudor, mas se esforzó por decir:
—Disfrutad vuestra comida.
Se alejó de nosotros, dirigiéndose a otra mesa para tomar la orden. Me di la vuelta para ver al demonio que llamaba novio y su sonrisa divertida y nerviosa estaba decorada con un abundante rubor.
Jo. Der.
—¡Sam! —chillé avergonzada—. Oh, mierda, ¿qué ha pensado de nosotros? —mascullé llena de temblores—. Eres un guarro por hacer esas mierdas en público.
Se encogió de hombros.
—No pensé que vendría tan rápido.
Puse mis ojos en blanco y revoloteé mi mano, mostrándole desdén.
Observé el risotto con total vergüenza. El rostro me ardía, al igual que allá abajo. Necesitaba relajarme.
«—¿Me amarrarás a la cama?».
Mi boca se secó de sólo pensar en eso. Imaginaba a Sam debajo mío, con sus ojos privados de visión, su boca jadeante, las manos apretadas con alguno de los pañuelos negros que guardaba en mi cajón, junto a su rostro sudando contorsionado de placer.
No necesitaba relajarme. Necesitaba tener a Sam así.
Miré de reojo al pelinegro. Lucía absorto en su amarillenta pasta bombardeada con salsa. Cuando levantó sus pupilas hasta dar con las mías, esbozó una soslaya sonrisa que me provocó sismos en mis manos.
—¿En qué piensas? —preguntó, llevando su vista a mis dedos flaqueando.
—Nada importante.
Detuvo el camino de su tenedor con pasta a su boca y se dedicó a observarme fijamente.
—Es lo de recién, ¿verdad? —Mis mejillas me delataron—. Y dices que yo soy el guarro.
—Lo eres.
—Lo que digas.
Tragué el arroz y me deslicé un poco hacia Sam, acercando mi rostro a su hombro.
—Sam... —murmuré.
—¿Sí?
—Come rápido.
Él contuvo una sonrisa.
—¿Quieres irte de aquí?
—Quiero ir a algún lugar donde puedas tocarme.
Un ligero rubor invadió sus mejillas y escondió su rostro de mí. Una sonrisa se me escapó. Me resultaba tonta y adorable su actitud de provocarme para luego avergonzarse con lo que él había causado.
Comió nervioso los espaguetis, apenas cruzó mirada conmigo. Continuamos nuestra charla sobre cosas banales, a veces comentando alguna historia de bachillerato. En ese momento comprendí porqué Sam era tan solitario. Menudos idiotas le rodeaban. Al menos él era un capullo sólo de vez en cuando.
Me agradaba oír a Sam hablar sobre su familia. Su relación con ellos era una mezcla de emociones encontradas. Él les guardaba rencor por haberlo dejado depender únicamente de su hermano, mientras que ellos se centraban en sus nuevas familias. Como si Estanislao y Samuel fueran juguetes olvidados resguardados en un cajón.
—Mi papá se volvió a casar —murmuró—. No me molesta; es su vida. Pero a veces he llegado a pensar que trata más como a su hijo a mi medio hermano, en vez de darme la atención que nunca me dio cuando era niño. —Encorvó su espalda, como si algo le pesara—. Lo amo..., pero no sé si papá me ama tanto como yo a él.
Conocía la sensación de abandono. De que tus padres te dejen de lado por alguien o algo. Dolía, tanto que lograba iniciar un incendio que te destruía el corazón, aunque quisieras llamar su atención, hasta ponerte en riesgo para que ellos muestren algo de preocupación, de todas formas no te darían mucha importancia.
La diferencia yacía en que su padre eligió a un hijo. Y ese hijo se llevó casi toda su atención.
—Creo que últimamente me toma más en cuenta —añadió—. Aunque, cuando era niño parecía que era invisible para papá. —Sonrió con cierta tristeza.
Pasé un brazo por su hombros y alejé mi plato, ya acabada mi comida. Dejé un beso en su mejilla y mi mano frotó sus mechones negruzcos, revolviéndolos.
—Al menos ahora se ha dado cuenta que estaba haciendo mal, Sam. —Él volteó a verme con una ligera sonrisa—. Si te sientes mal con ello, puedes probar a hablar con tu padre. Que te explique sus razones.
Su semblante era dulce y cariñoso. Dio un último bocado a su comida y ambos nos levantamos de la mesa. Sentía las miradas de alguna que otra mujer sobre el cuerpo de Sam. Él realmente era muy llamativo y la atracción que provocaba con sólo una mirada resultaba inimaginable. Me sentía afortunada por caminar a su lado. Aunque lo que verdaderamente enamoraba era su personalidad. Pero, sus nalguitas bonitas se agradecían.
Puse parte de mi dinero para pagar la comida y Sam lo agradeció.
La brisa era abundante, haciendo bailar mi cabello. Pude sentir la mano de pelinegro posarse sobre mi falda para cubrirme, lo que me hizo sonreír.
Al final, logramos tomar un vehículo. Sam fijó su vista en la ventana durante todo el efímero viaje. Cuando llegamos al edificio, yacíamos de pie frente a mi puerta.
—Gracias por lo de hoy. —Le sonreí—. Fue una linda cena.
Él se encogió de hombros con una sonrisa cohibida y coqueta.
Quedó en silencio, mirando la pared y por el mínimo movimiento de sus labios parecía que quería formular algo.
—¿Quieres pasar? —ofrecí, casi comprendiendo qué era lo que planeaba.
Su rubor le delató totalmente.
—Sí...
Supe que él conocía lo que «pasar» implicaba.
Protéjanse.
Gracias por 80k, y por 500 en la cuenta :0
Al rato subo el segundo cap
Nos vemos uwu<3
—The Sphinx.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top