58 - Incompatibles

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ya volví

Abrí mis ojos, somnolienta y sintiéndome exhausta. Realmente detestaba despertar, mi pereza me ganaba en el primer momento del día. Me di la vuelta al estar en una posición incómoda y contuve una carcajada al ver a Sam tan ensimismado en mirarme.

—Holaa —lo saludé con una sonrisa.

—Hola.

Ugh, qué seco.

—¿Cómo has dormido? —pregunté, acariciando su mejilla.

Él cerró sus ojos, sintiendo la yema de mi pulgar frotando su pómulo.

—Soñé contigo —replicó en voz baja.

¿Era el tipo de sueño que estaba pensando?

—¿Qué soñaste? —solté, ciertamente emocionada.

Abrió sus párpados y su profunda mirada recorrió mi rostro como si lo analizara.

—Que unos zombies te mataban y te convertías. Me desperté con ganas de llorar.

Entrecerré mis ojos. Realmente no era lo que esperaba. Aún así dejé las risas detrás de mi boca y me acerqué a él para confortarlo, dándole suaves palmadas en la espalda. Acaricié sus omoplatos, sintiendo su forma y luego pasé mis dedos por su columna, causándole un respingo.

—Pero estoy aquí. Y los zombies no existen.

—Aún —murmuró—. ¿Y si el gobierno los oculta? Podrían usarlos en una próxima guerra.

Me mordí el labio con diversión. Sam lucía serio, totalmente confiado en que sus palabras eran verídicas.

—Tienes mucha imaginación, Alphi.

Él me abrazó con fuerza, sin dejarme mover y casi me robó el oxígeno. Su rostro fue a mi cuello y sentí sus lindos labios rozarme la piel.

—Luego de despertar me di cuenta que estabas conmigo. Y que te ves bonita durmiendo.

—Pero si babeo...

—Sólo un poco. Aunque eso no hace que te veas fea. Te hace adorable.

Me dejó un delicado besito en la piel, dándome cosquillas.

—¿Tú has dormido bien? —preguntó con un tono calmo, formando suaves círculos en mi espalda con sus yemas.

—Síp. Anoche fue espectacular, Sam... ¿Crees que voy a dormir mal después de eso?

Puse mis ojos en blanco de sólo recordar las palabras calientes de Sam en mi oído mientras me volvía loca con sus dedos. Me daba un infarto cada vez que oía su profunda voz murmurarme cómo le gustaría que le folle. Cómo le encantaba cada vez que me sentaba sobre él y qué tanto deseaba que lo monte algún día. Sí, el alcohol causaba estragos en el autocontrol de Samuel, y eso me dejaba mal, muy mal.

Su sonrisa sonó cerca de mi oído.

—¿Te gustó?

—«Gustar» se queda corto.

Una carcajada grave golpeó mi cuello como una vibración.

—Encima estabas tan atrevido... —Recordé la noche anterior con intenso anhelo—. En un momento dijiste que querías hacerme un...

—Basta, ya entendí. —Se apartó de mi con una mueca avergonzada—. Estaba borracho, ¿vale?

—¿Qué?, ¿te arrepientes?

Él permaneció sonrojado, estaba completamente rojo. Sus labios apretados y con su mano llevó la manta a su rostro, ocultando su vergüenza de mí bajo la sábana.

—No. Pero no te tomes en serio las cosas que dije, estaba ebrio, Kate.

—¿No se supone que los ebrios dicen la verdad?

—Creo...

—¿Entonces es verdad que quieres hacerme un oral?

—¡Katerine! —chilló de vergüenza debajo de las sábanas.

—¿Pero es verdad o no?

—Para.

No se quitó la sábana de la cabeza y escuché un quejido bajo de su parte. Probablemente estaba recordando algo y se moría de la vergüenza.

Tomé el dobladillo de la manta y me puse debajo de ella, encarando a Sam, quien, en un tono tímido, soltó:

—Es verdad. Pero ya te lo dije..., estaba borracho. No hice cosas muy propias de mí anoche.

Me evadió el contacto visual y acerqué mi rostro al suyo, dándole un beso en su nariz enrojecida de pudor.

La verdad es que anoche Sam no mencionó nada de hacerme un oral, así que en palabras simples me confesó que quería que le dé clases de Prácticas del Lenguaje.

—¿Sigues adolorido? —le pregunté con una preocupación palpable.

Si bien Sam no había recibido golpes severos, la mierda que Andreu le hizo en su entrepierna era preocupante, sumado el hecho que lo ahorcó. ¿Realmente él quería convertirse en un asesino? De sólo pensar en Andreu con deseos de matar a Samuel hacía que la sangre me hierva y mis venas quieran estallar de la ira.

—No demasiado.

Hice una mueca entristecida.

—Siempre minimizas tu dolor —murmuré abatida—, como si tus problemas no fueran nada grave.

—No quiero que te preocupes, bebé.

Alcé mis ojos hasta dar con los suyos, oscuros gracias a la insuficiente y tenue iluminación que se filtraba a través de la manta.

—Yo me preocupo por ti. —Mi mano fue a la suya sobre mi cintura, y acaricié con suavidad sus morados nudillos—. Si hay algo que pueda hacer para calmar tu dolor, dime, lo haré sin pensarlo dos veces.

—Con lo de anoche fue suficiente. —Atrapó mi mano que lo acariciaba, levantándola con lentitud hasta dejar un beso en la espalda de mis falanges—. Con este momento me basta. Tu sola presencia me alivia.

—Pero, Sam...

—Shh. —Llevó mi mano a su nuca y la soltó allí, pidiéndome sutilmente que lo acariciara.

Repentinamente me arrastró desde la cintura para poder unirse a mí. Mis pechos estaban contra su torso desnudo y me tensé con el íntimo tacto. Un cosquilleo recorrió mi columna cuando la piel de mi trasero fue levemente frotada con sus cuidadosas yemas.

—Ya no me duele tanto allá abajo, así que no te preocupes, no fue nada grave —consoló cerca de mis labios—. No me sucede nada malo.

¿Cómo podía ser tan perfecto? De sólo pensar en que le podría haber sucedido algo peor el corazón se me hacía añicos.

El recuerdo de la pelea me hacía mal. Demasiado.

—Estaba asustada —confesé—. Lloraba, golpeaba y chillaba para os apartéis, pero... no parabais. Cuando te vi a punto de... a punto de... —Mi voz se quebró cual débil hilo—. ¿Y si Ed no hubiera llegado? —Un sollozo intentó abandonar mi boca y lo retuve, dando lugar a un aquejumbrado gemido—. Ni siquiera puedo pensar en lo que pasó ayer sin quebrarme, Sam. Sé que pude haber hecho mejor las cosas, y me culpo por eso. No paro de pensar en todo lo que podría haber hecho.

Él me apretó más contra su cuerpo y apoyó su rostro sobre mi cabeza para dejar un delicado beso en mi cabello. Bajé mi brazo a su espalda y me aferré completamente a mi chico. Intentaba callar mis sollozos y desatar el nudo en mi garganta. No quería llorar frente a él. Pero era complicado.

—Aún así estoy bien —murmuró—. No importa ninguno de los futuros alternos que puedas imaginar. Estoy contigo, en el presente, y en nuestro presente.

Deslicé mis yemas por su espalda, tal cual él hacía en mi piel. Tras unos pocos minutos mi llanto se calmó y sólo permaneció mi unión con Sam.

—Sólo disfruta el momento, Katerine. Literalmente me tienes casi desnudo, en tu cama, y te pones a llorar pensando en eso —carcajeó con suavidad cerca de mi oreja, provocando que toda mi piel se erice.

Su mano ascendió hasta mi barbilla y él se alejó un poco de mí. Alzó mi rostro para que lo observe y mi corazón se volvió loco al hundirme en la profundidad de su océano. Sus ojos era como si el agua reflejara el gris del cielo tormentoso, dando como resultado un tono hermoso y único.

—¿Qué quieres que haga? —inquirí llevando una de mis manos a su pectoral, Sam cerró sus ojos cuando mis yemas rozaron aquel punto erógeno suyo.

—Sólo quiero que seas tú —murmuró—. Adoro tu forma de ser, Katerine. Siempre eres tan... atrevida, refrescante y enérgica. Eres lo opuesto a mí, y eso me encanta.

Hundió su rostro en mi cuello y me dejó húmedos besos que lograron hacer que mi intimidad tiemble.

—Quisiera estar todo el día en la cama contigo. Poder tenerte para mi solo, desnuda y riendo. —Sonrió contra mi cuello—. Sería agradable.

—Podrías convencerme. —Suspiré cuando una de sus manos tomó mi seno desnudo y lo masajeó con suavidad. Mis caderas se retorcieron ante la sensación, Sam podía excitarme cuando quería—. P-pero tenemos que comer.

Besuqueó mi cuello y apreté mis párpados entre ellos cuando su pulgar al fin hizo siquiera un roce en mi pezón.

—Comamos sobre la cama.

—Pero... —Mi objeción se desvaneció con un jadeo.

—¿No dijiste que harías cualquier cosa?

—No te aproveches de mis palabras.

Su jugueteo en mis pechos pronto fue doble, usando su otra mano para estimularme.

—Sam... Basta —mascullé, aunque aún así no lo apartaba—. Estoy un poco cansada después de anoche.

Él apartó sus manos de mí y me miró confundido.

—¿Es en serio?

¡No lo era! Pero si le daba confianza no me dejaría salir de la cama.

—Sí, lo es. —Suspiré hastiada—. ¿Puedo levantarme?

—Déjame vestirte al menos.

Ah... Jodida pulga.

—Vaaale —solté desganada.

Me deshice de la sábana y Sam no se esmeró en disimular su mirada sobre mi torso desnudo. Se sentó en el borde de la cama y yo me puse de pie frente a él. Me agaché un poco y deslicé el cajón del depósito en la parte de la cabecera de mi cama. Era una plataforma detrás de la cabecera que poseía tres cajones. Tomé una tanga y unas bragas y las lancé sobre el regazo de Sam, también llamado mi silla.

—¿Me estás dando a elegir? —preguntó confundido.

—Síp. Anda, elige.

Él miró con indecisión las prendas hasta que apartó la tanga salmón y tomó las bragas grises sencillas. Hice un amago de sonrisa y él se agachó, dándome una señal que levante mis pies. Logró poner cada extremo en el respectivo tobillo y con suavidad deslizó la ropa, sintiendo con sus yemas la piel depilada de mis piernas. Su vista paró en mi intimidad y, tras unos pocos segundos me cubrió con la suave y cómoda tela.

Alzó la tanga y en un tono entretenido masculló:

—Éstas parecían incómodas. —Volvió a dejar la tanga sobre mi cama y se encogió de hombros—. No sé cómo hacéis vosotras para usar algo como un hilo allí. A mí me molestaría.

—Tenemos diferente anatomía —murmuré—, pero sí, a veces es incómodo.

Caminé hacia mi closet y le mostré dos camisetas a Sam. Él optó por la ligeramente ajustada y de tono pastel. Le mostré prendas inferiores y optó por una falda plisada blanca y corta.

Volví a enfrentarlo. Su pelo negro estaba revuelto como si un torbellino le hubiera pasado por la cabeza, mientras que su pequeña sonrisa aceleraba mi sensible corazón. Se veía muy tierno.

—No quieres usar sujetador, ¿verdad? —preguntó divertido.

—Me conoces.

Deslizó la falda de la misma forma en que me colocó las bragas, mientras elogiaba la forma en que a mi cuerpo le sentaban las faldas, y luego se puso de pie. Contempló con su mirada taciturna la desnudez de mi torso. Adoraba cómo sus ojos se dirigían a mí. Con tranquilidad y deseo. Como si intentara ocultar bajo aquel manto de imperturbabilidad su inmensa lujuria.

Sam llevó una mano a mi cintura y la deslizó con lentitud a mis costillas. Lamí mi labio inferior cuando su vista conectó con la mía, como si me pidiera permiso con su mirada. No puse resistencia y pronto tuve a mi novio con su lengua entre mis pechos.

—Siempre me lames —solté extasiada—. Pareces un perro.

Sonrió contra mi piel y su mano se trasladó a mi espalda, atrayéndome a su cara para poder tomar mi pezón entre sus labios. Fue un jugueteo superficial, aunque me hizo temblar cuando me mordió. Rodeó mi aureola con la punta de su caliente lengua y succionó con avidez una zona cerca de la susodicha con tal de dejar un chupón. Hice una mueca de dolor tanto como de satisfacción.

—Una de mis metas es que no haya ningún centímetro de tu cuerpo por el que mi boca no pasó, Katerine.

Su frase me hizo humedecerme más de la cuenta, aunque mi excitación se redujo ante una ocurrencia:

—¿Incluso mis pies?

—Ajá —admitió apretando la sonrisa.

Solté una carcajada ruidosa y llevé mi mano a su cabello, desordenándolo aún más.

—Te quiero —solté de repente—, tonto.

Él me observó con felicidad retenida.

—Burra.

—¡Oye! —le regañé y Sam carcajeó con intensidad.

Terminó con mi camiseta y se acercó a mi oreja, en aquel tono que tanto me encantaba, bisbiseó:

—Haré el desayuno. Te espero en el comedor.

Sentí mis mejillas calientes tras escuchar su voz.

—¿No te lavarás los dientes?

—Ya lo he hecho —soltó antes de cerrar la puerta de mi cuarto.

El sonido seco de la madera golpeando el umbral dio lugar a un silencio lánguido. Fui al baño y pasé más de un minuto tratando de cerrar la puerta. No encajaba. Eso daría problemas, ¡era la puerta del baño!

Mi intimidad continuaba inquieta y me desahogué rápidamente con un juguete. Era un poco incómoda la sensación que daba aquella cosa. A veces creía que usar mis dedos en vez del jodido succionador sería más placentero. La mínima potencia era demasiado potente, irónicamente.

Cuando terminé con mis asuntos, miré la boquilla del objeto con cierta risa. Lo lavé en el lavabo y salí del baño. Escondí el objeto detrás de mi espalda al ver a Sam apoyado cerca de la entrada de mi habitación.

—¿Por qué te tardaste tanto en el baño?

—Diarrea.

Fue lo único que se me ocurrió.

—¿Quieres un té para eso?

—¿Hay té para diarrea? —Arrugué mi ceño.

—Hay té para todo.

Él dio unos pasos hacia mí y yo retrocedí lo que Sam avanzó.

—¿Qué ocultas?

—Un arma.

La realidad es que el aparato realmente parecía un arma sci-fi.

Sam hizo un extraño movimiento hasta que alzó mi muñeca y por ende, el jodido juguete.

—Oh... Vaya.

—Sí, vaya —dije con los dientes apretados.

—¿Por qué estabas usando eso?

—Mmm... No sé, ¿para peinarme las cejas?

Mi pelinegro se puso todo rojo, cohibido de pies a cabeza.

—Pero, ¿por qué lo usaste?

—Quizás porque tú no quieres usar esto —comenté llevando mi mano a su entrepierna e hice una leve presión.

Él abrió sus ojos desmesuradamente y sus cejas casi chocaron con el final de su frente.

—No hagas eso...

Mi fricción contra aquel sitio aumentó, recorriendo su miembro de arriba hacia abajo y mi novio pareció atormentado por mi tacto. Ladeé mi cabeza y con una sonrisa socarrona, me burlé:

—Cuando te pido que te detengas, no lo haces. ¿Crees que te voy a hacer caso?

Con mi caricia superficial, aunque intensa, comencé a sentir un bulto formándose bajo la ropa interior. Levanté mi vista a su rostro. Sus ojos grises parecían nerviosos y su boca hacía una mueca incómoda. Después de todo, era la primera vez que cedía por un tacto tan cercano estando sobrio.

Tener ese poder sobre él era algo atractivo.

Cuando hice un amago de inmiscuir mi mano bajo sus bóxer, me alejé de él y salí del cuarto. Lo oí bufar y refunfuñar de enfado y frustración.

Me reí de Sam y se sentó frente a mí de mala gana. Apoyé mi codo en la mesa y posteriormente mi cara en mi mano, observándole con total diversión.

—¿Qué ha sido lo de recién?

—Un juego —respondí—. ¿Te gusta?

—No.

—Me alegro.

Bebió su chocolatada con ira y resentimiento. Sam frustrado era bastante divertido de ver. Daba ternura.

Repasé su torso manchado, aunque atractivo como siempre, con notorio hambre en mis ojos. Él me amenazó con la mirada apenas notó mi indisimulado escrutinio.

—¿Te mudarás? —pregunté de repente, revolviendo mi té con la metálica cucharita.

Sus ojos lucieron difusos y su boca ligeramente abierta. Pronto aquel semblante sorprendido se difuminó con una mueca confundida. Tenía la nariz arrugada.

—¿Cómo sabes eso?

—Escucho. —Señalé una oreja—. No soy sorda. Te he oído hablar de propiedades con Estanislao.

Samuel suspiró, rendido.

—Estoy ahorrando —murmuró—. Quiero buscar algún piso para mi solo. Amplio, cómodo y útil. Lao planea vivir con Nora y compartir el pago de la renta.

—¿Qué tiene de malo vuestro piso?

Se encogió de hombros.

—Sé que puedo tener algo mejor —replicó seco—. Soy ambicioso. Me gusta pensar en grande, planear e ir a buscar lo que quiero. No me conformo con lo que tengo, Kate.

Observé su rostro, permaneciendo callada e intentaba hallar alguna respuesta.

—¿Significa que en pocos meses no podré aparecer en tu piso cuando se me dé la gana?

—Podrías hacerlo cuando se te dé la gana, pero primero tomarías un taxi antes de ir a mi piso. No me importaría darte unas llaves para que aparezcas cuando quieras.

—¿Incluso por la noche?

—Noche, madrugada, amanecer o mañana. En cualquier momento del día.

Estiró su brazo sobre la mesa, ofreciéndome su mano. Coloqué mi palma sobre la suya y aquel contacto se sintió íntimo y cálido, casi como un beso o un abrazo.

Nuestros ojos se conectaron. Parecía seguro de sí mismo, expidiendo total confianza y calma.

—No me alejaré de ti, sólo será una mudanza.

—Apenas nos veremos —repliqué—. Pronto renunciaré a Délicatesse, así que no te veré en el trabajo, tampoco por el edificio.

—No seas pegajosa —casi carcajeó. Tenía una mirada un tanto jocosa—. No podemos estar juntos todo el día.

Hice un mohín y Sam dio un suspiro.

—Si me das tus llaves seré una pulga —le murmuré—. Me tendrás pegada a ti.

—Entonces pégate a mí.



El clima caluroso nos abrazaba de una manera apretada. Podía sentir hilos de sudor en el dorso de mis manos y en mi espalda. Afortunadamente, había un poco de viento fresco que ayudaba un poco a soportar tal temperatura. 

El césped lucía brillante y el verde precioso le recubría. Los tres yacíamos bajo la copa de un árbol en el parque, mientras que Rocío comía un helado, Sam y yo compartíamos zumo de naranja. 

Rocío ladeó su cabeza, mirándonos a ambos como a dos montones de mierda. Lo cierto es que ponía esa mirada con cualquier persona, incluso con quienes tenía una buena relación. El problema era que ese era su gesto predeterminado, por lo que nunca era seguro si realmente pensaba que eras una mierda o si simplemente estaba pensando. Lo que también era cierto, es que estaba decepcionada de nosotros, por lo que, efectivamente, creía que éramos unos truños.

—¿Qué pensáis hacer? —Mordisqueó el helado de fresa, mientras mantenía aquellos fulminantes ojos claros sobre ambos.

Me encogí de hombros.

—¿Y tú, Sam, qué piensas hacer? —añadió.

Él también se encogió de hombros.

Rocío puso sus ojos en blanco y luego se relamió los labios, limpiando los restos de helado.

—O sea... Dejadme entender. Le has partido el culo a Andreu, y Andreu te lo ha partido a ti, ¿y qué?, ¿qué esperabas? ¿Un abrazo? El lunes tendrás que verle la cara de mierda otra vez.

—No creo que Andreu asista el lunes —refuté—. Tiene el rostro destrozado.

Ella abrió sus ojos desmesuradamente y miró a Samuel con el ceño fruncido.

—¿Cómo?

Sam se defendió—: Yo no fui quien lo dejó en ese estado.

—Fuiste parte de ello —añadí.

—¿Quién fue el que remató? —dijo Rocío dándole el último mordisco a su helado.

—Eduardo —replicamos al unísono.

—Y yo que creía que los marihuanos eran tranquilos.

—Hay marihuanos y marihuanos —respondió Sam.

Apoyó su codo en el apoyabrazos de la silla de ruedas y nos miró en silencio.

—¿Renunciarán? 

—Es obvio —le dije—. Habrá que buscar algo nuevo.

—Sam lo tiene solucionado —murmuró Rocío—. ¿Verdad, Samusamu?

Fruncí mi ceño y vi al pelinegro, con la confusión casi flotando sobre mi piel. Él notó mi estado de ofuscación al voltear a verme.

—Recibí una buena oferta de una agencia —soltó.

—No me lo habías contado.

—No encontré el momento. 

Rocío miraba entretenida la charla con una pequeña sonrisa.

—Pelea, pelea, pelea —alentó en broma. No dijo nada hasta que recobró una postura casual y miró al pelinegro con un gesto torcido—. Anda, Sam, no seas capullo y cuéntale algo a Katerine.

Sam y yo relajamos la mueca. Él resopló como algo liberador.

—Había rechazado otras ofertas —soltó—, pero sé que en esta agencia me irá bien. Los superiores dicen que tengo algo de carisma —dijo en un tono cohibido.

Sonreí cuando pronunció lo último.

—Aunque también le dicen que le falta virilidad —añadió la rubia.

—¿Por qué te faltaría eso?

Sam se encogió de hombros.

—Debe ser porque tengo pocos pelos.

—Claro —afirmó Rocío—. Dicen que cuanto más te parezcas a un oso, más hombre eres.

—Irónico —dije—. ¿Qué más pasó?

Mi novio pasó su brazo por mis hombros y me pegó a él. Casi perdí el equilibrio por estar mal sentada sobre el césped.

—Luego te contaré —soltó antes de dejarme un beso sutil en mi cabello recogido.

—Casaos. —El tono de Rocío pareció exigirlo.

Cuando alcé mi vista para ver el rostro de Sam, me di cuenta que me miraba con un semblante cálido. Parecía un poco risueño. Una chispa surgió en mi adormilado corazón con sólo ver su expresión.

—Llevamos pocos días de reconciliarnos —me dirigí a Rocío.

—Uf, Kate, no seas tan tosca. Mira cómo se ha puesto Samusamu —murmuró apretando la mandíbula.

Sam hizo un mohín entristecido apenas volteé a verlo.

—Deja de hacer puchero —le regañé—. No eres un crío.

Me apretó más contra su cuerpo y le hice una mueca incómoda. Y decía que yo era la pegajosa.

—¿Por qué la cara de mierda? —preguntó Rocío ladeando la cabeza.

—No me gusta el afecto en público. Algunas cosas las tolero, pero ponerme muy cariñosa frente a la gente me hace sentir incómoda.

—Has escuchado, Samusamu.

Él se apartó y me miró con una sonrisa soslaya.

—Cuando estamos solos ella es la empalagosa.

—¿Eso es cierto? —inquirió Rocío.

—Él también lo es.

Ella miró a Sam, esperando una confirmación y el susodicho asintió. Pasaron unos minutos de paz y silencio, simplemente se oía la risa de niños corriendo o el tenue murmullo urbano.

Giré a ver a mi novio. Lucía calmo e imperturbable. Su mirada parecía perderse en el abundante césped veraniego, recorriendo los estrechos caminos de tierra de las hormigas. Su mano sostenía la mía, apoyada entre las verdosas hebras, mientras acariciaba con suavidad el dorso de la susodicha.

El día siguiente sería lunes, de regreso a Délicatesse, y tanto Sam como yo estábamos un tanto aturdidos, lo suficiente para arrebatarnos las ganas de concurrir al establecimiento. Él seguía adolorido y yo confundida, al igual que cabreadísima. Podía tener la certeza que le plantaría un buen golpe a Andreu por lo que hizo y dijo.

Rocío no estaba al tanto de la filtración de los nudes, y, de cierta forma prefería que ella no se entere. Estaba bien, alejada de aquel entorno y sin contacto con Ferre. Él no podía acercarse a su piso gracias a la presencia diurna de la enfermera y la seguridad nocturna de su edificio.

Mi corazón se había inundado de regocijo al enterarme de que la denuncia de Rocío fue oída por la justicia... y las redes. Debía asistir al juicio y testificar, al igual que Sam.

Sin embargo, el lado malo era tangible. El revuelo en Twitter trajo tanto comentarios de apoyo como opiniones innecesarias. No me gustaba recordarlas, Rocío me las mostró, ofendida, pero yo aparté el rostro al leer solamente una opinión negativa.

Había una frase persistente: «¿por qué no lo hiciste antes?».

Ni siquiera yo sabía del todo bien porque la cobardía me pobló de pavor ante la oportunidad de denunciar las actitudes de Ferre, o las de los otros empleados. Temía la humillación. Que no me crean. Que digan que yo lo provoqué, o que yo exageraba las cosas.

Tal vez culparían primero a mis prendas antes que a la repulsiva actitud de Ferre.

La consternada mirada de Samuel me arrancó de mis pensamientos cacofónicos. Cuando levanté mi vista para hacer contacto visual, me dirigió una tierna sonrisa que me ofrecía consuelo en silencio.

—¿Cómo está tu piso, Samuuu? —Rocío arrastró sus palabras—. ¿Aún tienes problemas con las plagas?

—Casi está listo.

—Oh —musitó—. ¿Eso significa que te separarás de Katerine?

—Cuando vaya a su piso le seguiré como un perro —respondí mirando a Sam con un gesto risueño—. Espero que tengas té para mí.

—Hace demasiado calor para beber té, burrito.

Estuve a punto de replicarle, aunque Rocío intervino:

—¿Burrito? ¿Qué tipo de apodo idiota es ese?

—También creo que es idiota —Sam hizo un gesto sorprendido en el momento que dije eso—, pero cuando él lo dice es lindo.

—No sé cómo tomarme eso.

—Tomátelo de la buena forma. —Le sonreí fingiendo inocencia.

Rocío negó lentamente con su cabeza, como si estuviera harta de nosotros. 

—A veces sois un par de tontos. De alguna u otra forma, vuestra relación funciona. —Jugueteó con el envoltorio del helado, haciendo un ruido poco soportable—. Tampoco sois compatibles zodiacalmente.

—¿Tú crees en el horóscopo? —Fruncí mi ceño, atónita.

Se encogió de hombros.

—Es divertido ver cómo tratan de predecir tu vida. Muchas veces han fallado.

—Ajá.

Pasé el resto de esas horas con sam y Rocío, charlando de cosas banales y de vez en cuando nos provocamos dolor de estómago tras carcajadas incesables. Más de una vez le dije a mi novio que se aparte, y más de una vez Samuel ignoró el calor infernal y me abrazaba por la cintura u hombros. Era un empalagoso.

Terminamos nuestro encuentro en el piso de Rocío. Nos invitó a entrar, relatando emocionada, que consiguió unas muletas lavanda. Tras analizar el color de sus sábanas, y diversos objetos en su casa llegué a la conclusión de que tiene una insana obsesión con el lila y el rosa. Siendo sincera a veces sentía que Rocío era una niña encerrada en el cuerpo de una chica ya crecida. 

Sam carraspeó un poco al cerrar la puerta de mi piso con lentitud. Me di la vuelta para verlo y me mostró una sonrisa floja, el desorden en su cabello ayudaba a dar esa sensación perezosa. El problema yacía en que el desastroso cabello que Samusamu llevaba no era gracias a que no se peinara, sino de mi repentino ataque a su boca dentro del ascensor. Me había estado aguantando de besarle durante muchas horas.

—Qué amargada te vuelves cuando estamos con Rocío.

—Corrección: el calor me vuelve una amargada, cariño.

 —Lo que digas.

No le discutí demasiado a Sam. Tenía razón en la parte de que mostrarme afectuosa delante de alguien más no era algo que me gustara mucho.

Le estuve chillando por un rato largo cuando me di cuenta de que sus cosas no estaban en orden y él no hizo más que poner los ojos en blanco. Aunque rato después ya lo tenía pegadito, pidiéndome que le perdone y cosas varias. Como si hubiera cometido genocidio.

Acabamos con la cena y me ayudó a lavar los trastes. También me ayudó a ponerme caliente con su inevitable coqueteo. No había momento en el que Sam pudiera frenar un rato y dejar de decir algo sutilmente sugerente.

Recostada en mi cama, observé los dedos de mi novio sobre el mástil de la guitarra, mientras que con la otra acariciaba con lentitud las cuerdas con total relajación. No conocía la canción, pero cuando le oía arrastrar alguna frase con aquella voz tan seductora no reconocía si me enamoraba de la melodía o de él. Aunque ya había caído por él hace mucho.

Juré que mi corazón se detuvo cuando volteó su rostro hacia a mí y murmuró la letra con una voz ronca asimismo sus ojos conectaban con los míos. Me mostró una sonrisa al acabar la canción y se levantó de la cama para apoyar su guitarra sobre el sofá de enfrente.

Gateó sobre la  cama, encerrándome contra la misma. Se apoyó sobre sus antebrazos y rodillas. Su mirada escrutaba mis pupilas y labios con completa devoción y cariño.

—Hoy estás más callada de lo normal —habló en voz baja.

—Simplemente prefiero mirarte antes que abrir la boca.

—Mmm... 

Ladeó su cabeza para dejar un beso suave y corto en mis labios, para luego dejarse caer a mi lado. Dio palmaditas sobre el colchón hasta palpar mi mano y la tomó con un agarre suave.

 —¿Estás preocupada por algo? 

—No. —Cerré mis ojos y suspiré.

Cuando le miré de reojo, Sam seguía intentando descubrir qué me pasaba. Ignoré por completo sus dudas y le envolví con un brazo, refugiándome en su calma. Por suerte, el ventilador estaba encendido por lo que no hacía demasiado calor en mi cuarto.

—Piensas en él, ¿verdad?

Fruncí mi ceño y alcé mi rostro para verlo.

—No...

—No es necesario que mientas. Puedes decir la verdad.

—Sam —le llamé con una voz clara—. No te estoy mintiendo. ¿Acaso crees que quiero mentirte luego de lo que sucedió?

—Pero...

Bufé, interrumpiéndole y antes de que volviera a abrir la boca puse mi mano sobre la susodicha.

—Escúchame.

Esa vez fui yo quien le encerró contra la cama. Sus ojos grises me contemplaban, confundidos, atónitos e inseguros. Como si no estuviera muy convencido para oírme.

—No soy una persona sincera, ¿vale? Tampoco soy honesta. Hago y digo muchas cosas cuestionables y con el tiempo he intentado mejorar. —Mi mano liberó su boca y se deslizó por su rostro hasta acariciar su pómulo—. Nunca he dicho muchas verdades y a menudo finjo. No hago diferencias; puedo actuar así hasta con mi familia. 

—¿Pero por qué no sólo eres como eres y ya, Katerine?

Entrecerré mis ojos ante su pregunta.

—Porque desde que soy una niña mis incomodidades y dudas no fueron oídas y lentamente he asumido que a nadie le importa —hablé en voz baja, con cierta tristeza—, mi relación con Bruno reforzó ese pensamiento. Me escudo bajo mentiras e historias inventadas y me pongo a la defensiva si alguien intenta aligerarme.

»Pero con el tiempo me he dado cuenta que tanto tú como Rocío intentan conectar conmigo. Sé que ambos escucharán mis quejas y miedos. Nuestra pelea me dejó en claro que tú sólo quieres oír la verdad. No quieres evadir mis sentimientos. Te importo y me importas, y no quiero lastimarte otra vez, porque sé lo mal que estuvo haberte mentido y lo mucho que te afectó —Su mano fue a mi rostro, acariciando mi mejilla con sumo cariño. 

—Me gusta verte feliz y risueño —añadí—. Y sí, a veces pienso en Bruno, pero ahora llenas todo el espacio en mi cabeza. Y hace un rato estaba pensando en cómo me calienta cuando me miras al cantar.

Sonrió por mi última frase y sus orejas se enrojecieron. Abrí mis ojos desmesuradamente cuando su mano me agarró del cabello y tomó posesión de mis labios de forma delicada. Tras mi sorpresa, me hundí en él sin pensarlo más, apretando mis piernas al sentir su lengua inmiscuirse en mi cavidad y acariciarme sin premura.

Se separó de mí, con una sonrisa tonta y acariciando mi cabello.

—Sé que la sinceridad es algo básico —murmuró—, pero me alegra que te sientas más segura conmigo.

—Sacas la mejor parte de mí, Alphi.

Me besó una vez más y al separarnos no tardé en dirigirme a su magullado cuello. Sus suspiros y jadeos abandonaron su boca apenas me sintió contra su piel.

—Katerine...

—¿Mhm?

Un gemido suyo acarició mis oídos y eso me calentó más que el sol de esa tarde. Maldito Sam y sus gemidos lindos.

—Eres muy buena en ponerme nervioso.

Me separé de su cuello.

—¿Ponerte nervioso o ponerte? Son dos cosas diferentes.

—Las dos.

Mordí mi labio inferior y él me contempló con sus ojos entornados. Se apoyó en la cama sobre su codo para acercarse a mí y volver a unir nuestros labios. Sus manos bailaron sobre mi espalda y pronto volaron hasta mi trasero, acariciando con suavidad y calma.

—Quiero que seas todo lo sincera que puedas. —Soltó un jadeo tras decir aquello—. Odio a las personas con secretos. Mi familia siempre me oculta cosas y que tú te vuelvas como ellos me lastimaría demasiado, lo sabes, ¿no?

No pude evitar sentir un nudo en mi garganta con sus palabras.

 —Lo sé.

Me mostró una cariñosa sonrisa.

—¿Mañana podemos estar todo el día en la cama? —preguntó llevando sus labios al hueco de mi cuello. Eché un chillido pequeño cuando apretó uno de mis glúteos, sorprendida.

—Mañana voy al trabajo.

—Délicatesse puede irse a la mierda. Renunciaremos.

No pude evitar un jadeo con aquel delicioso beso en mi cuello. Lograr tener siquiera un pensamiento racional mientras me apretujaba en tal zona sensible, junto a sus suaves labios tentando la sensibilidad de mi piel, era jodidamente difícil.

—Sam...

Se separó de mí y alternó su vista entre mis húmedos labios y ojos encendidos con deseo.

—¿Harás mi deseo realidad?

—Todos los que quieras.

Su sonrisa fue genuina y amplia. Volví a jadear cuando sus manos apretaron mis nalgas como un gesto juguetón.

—No me tientes, burrito.

/mirando fijamente los temas del siguiente capítulo

Estuve con muuucha pereza y un leve bloqueo, eso explica mi pequeño break hohoho.

Son las 4am

tengo un poco de sueño, aunque haya dormido 12 horas ._.

Duerman bien, no sean como Sphinx.

Selosquiere

muak

—The Sphinx.

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