56 - Venia
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DOBLE ACTUALIZACIÓN
SI NO LEÍSTE EL CAP 55
NO AVANCES
PLS
TE LO RUEGO
QUE DESPUÉS TE HACÉS SPOILER
BUENO, YO TE DIJE
SEGUÍ LEYENDO DX
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Acerqué mi mano a la suya y la tomé, sintiendo el sudor en la misma. Miré a Sam. Estaba con la mandíbula tensa. Como si contuviera afiladas palabras tras ella.
—Tranquilo —le consolé—. Todo irá bien.
Apretó mi mano con cierta inseguridad, envolviendo el frío de mi piel con su calidez. Nuestro contacto se disolvió. Nos dimos una mirada cariñosa antes de entrar. El mundo pareció temblar bajo mis pies en el momento en el que entré al restaurante. Sentía punzantes miradas, en mis hombros, nuca y espalda.
El miedo y desasosiego me atacaron en aquel instante. ¿Podría haber sido que una foto mía fue filtrada?
Meneé mi cabeza en negación mientras estaba en la sala de empleados. Oí pasos a mi lado. ¿Tacones? Sí, eran ruidosos tacones que con cada paso causaban estruendo en la habitación.
Volteé con un mínimo brinco hacia un lado y vi a la cínica y locuaz pelirroja. Su pelo anaranjado estaba despampanante atado en una larga y alta cola de caballo que despejaba su pálido y afilado rostro de cualquier travieso mechón.
—Hola —casi susurró, observándome dolida—. Me he enterado de lo de Rocío... —suspiró con pesadez—, ¿quién habrá hecho eso? Es asqueroso y ruin.
Creí que Julia me comentaría el doloroso hecho como un chisme de farándula, pero afortunadamente no fue el caso.
—No lo sé —mentí—. Esperemos que las fotos no circulen por mucho tiempo.
Ella asintió con su cabeza y tomó un labial rojo pasional de su bolso, aplicándolo frente al espejo con envidiable precisión.
—Algunos tíos de Délicatesse las tienen. Son unos sinvergüenzas.
Surgió dolor en mi pecho. Probablemente Andreu figuraría en la lista de imbéciles sin pudor.
—¿Cómo crees que se sienta Rocío? —preguntó en tono preocupado.
—Humillada —respondí—, si es que se ha enterado, porque no está dentro del grupo de Délicatesse.
—¿Crees que sea mejor ocultárselo?
Observé el brillo metálico de la puerta del casillero. Ocultar. Ocultar nunca soluciona las cosas. Pero... tal vez Rocío no necesitaba saber eso.
Di un resoplido y bajé mi cabeza. Luego la llamaría y, ayudándome del tono de su voz intentaría saber su estado.
—Por el momento. —Hice una pausa y mis ojos temblaron de miedo—. Ella no se encuentra bien anímicamente... Sólo... ignoremos el hecho y tratemos de borrar esas fotos.
Julia asintió con un apaciguado sonido y salió a paso rápido de la sala. Permanecí dentro, con la boca chueca, perdiéndome en mis pensamientos. El enorme bostezo de alguien me levantó la vista y entendí que debía ir a trabajar. Salí al comedor, buscando con la mirada algún indicio que me indicara cómo estaba la situación.
Mi estómago continuó revuelto y la bilis me escaló a la garganta al ascender por las esbeltas y largas piernas, continuar por un estilizado torso hasta acabar en un rostro angular, de nariz torcida hacia un lado y desastrosa barba grisácea. Ferre. Quien estuvo todo el turno tenso y hablando de forma mezquina a los empleados.
Lucía trastornado, con su mente en otro sitio. En un momento de la jornada estuve segura de que soltó repetidas maldiciones en catalán.
Observé a Sam dando pasos pesados. Pululaba de aquí allá. Portaba su impresionante gesto estoico e imperturbable, aunque su enfado era obvio en su caminar y en la fuerza de sus puños. La incomodidad le comía. Sin embargo, era sabido de que cada vez que Ferre le dirigía la palabra, él intentaba mantener sus nudillos apartados de la escuálida cara del gerente.
Afortunadamente la mezquindad de los clientes menguó en ese servicio. Hubo uno que otro intentando echarme los trastos, pero por suerte ninguna insinuación resultó desagradable. Aunque sí incómodas.
Los días en Délicatesse sin Sam y Rocío rodeándome eran aburridos. Especialmente todo era más soso cuando Sam le daba más atención a las plantas colgantes del restaurante antes que a mí. No es broma, más de una vez lo vi retraído siguiendo el camino de las cuerdas artesanales que sostenían a las blancas y pulcras macetas.
Minutos tras el mediodía me acerqué a una mesa cercana a la entrada. Le di un vistazo de soslayo a Ignacio, quien estaba bostezando de forma exagerada.
—Kat —saludó en tono amable.
—Hey. —Le devolví la sonrisa.
Se acomodó su desordenado pelo castaño y apoyó ambas manos sobre la mesa, a una distancia prudente.
Sentí inquietud. Mas no le di mucha importancia.
—Fue un servicio tenso —soltó jocundo—, aunque parece que hay alguien que te alegra los servicios. —Alzó sus cejas.
Arrugué mi ceño.
—¿Qué intentas decir?
Rompí el contacto visual, llevando mi vista al trapo blanco tomado por mi mano.
—Samuel —replicó—. ¿Se gustan, no? O al menos sé que a vos te gusta.
Le sonreí, sorprendida por su deducción.
—¿Qué te hace pensar que me gusta?
Además de que literalmente lo miro durante todo el turno.
—Creo que es re obvio. —Hizo una pausa—. En el bar fue obvio, también en el restaurante. Bueno, hasta dijiste mientras estabas borracha que Sam te gusta mucho.
He hecho muchas cosas ebria de las cuales no me han dicho nada.
—Ya veo —solté nerviosa.
—También te le encimaste jugando pool —añadió.
Vale, eso lo recordaba, pero fue para sacarme de encima a Andreu. Aunque, hablando con sinceridad, rozar sin querer la pelvis de Sam había sido un poco excitante.
Las mejillas me ardieron por pensar en ello y me llevé una mano a la cara, tratando de ocultarle mi sonrojo a Ignacio. Creo que copié el hábito de Sam.
—Aunque no tendrías que intentarlo mucho con él.
La vergüenza huyó de mi cara y volví a arrugar mi ceño. ¿Otro intentando echarme los trastos? No, gracias.
Con cierta incomodidad, miré a otro lado y mi inquietud acrecentó al encontrar la mirada platinada de Sam. Profunda, observadora y, por supuesto, amenazante. Pareció advertirme algo en silencio cuando se percató de las intenciones del castaño.
Una lástima que molestar a Sam me fuera un hobby.
Ignoré la impertérrita y furtiva carga casi blanquecina y le devolví mi atención al castaño, quien, lucía atento y risueño.
—¿Por qué dices eso?
Él se encogió de hombros, y en un tono tan mentiroso como el de un vendedor de teletienda, dijo:
—Por sus actitudes parece gay.
Buena forma de acercarse a una tía: dile que su interés amoroso es homosexual y, ¡puff!, ya estará rendida ante ti.
Contuve la risa.
—¿Qué te hace pensar que Sam es gay?
Él se aproximó unos centímetros a mí y detuve el movimiento de mi mano sobre el paño.
—Si desaprovechó la oportunidad con alguien como vos —murmuró—, sólo queda pensar que es gay.
Entrecerré mis ojos y volví a esforzarme por no soltar una carcajada por el show de Ignacio. Lentamente acerqué mi rostro al suyo, y, cerca de su oído, junto a mi mano trasladada en una parte cercana a su nuca con tal de no dejarle apartarse, mascullé:
—No es muy listo que me mientas sobre mi novio para ligar conmigo.
Al alejarme, Ignacio estaba del color de la nieve, con una boca entreabierta, casi diciendo sin sonido: «la cagué».
Levanté mi mirada y encontré la mirada de Sam, luciendo un cabreado mohín. Le saqué la lengua y apretó más sus labios.
Oops.
Unos minutos previos a la finalización del turno, me dirigí al depósito con tal de dejar algunas cosas de limpieza. Resoplé, buscando el sitio para el recogedor.
La puerta del depósito sonó y observé una figura alta entrar por ella. Sonreí de lado.
Si en la mañana él me había dejado boquiabierta con su elección para vestir, en el mediodía me amplió la sonrisa con su impresionante forma de llevar el uniforme. Verlo vestido con el uniforme de Délicatesse me daba ganas de obligarlo a ponerse un traje. Estaría babeando. Escalé mi mirada por su cuerpo y mi risueño gesto se borró al verlo enfurruñado cual toro.
—¿Estabas ligando con Ignacio? —inquirió chispeando crispación.
—No.
Ladeó su cabeza y se cruzó de brazos.
—Kate... —gruñó enfadado.
—Te estoy diciendo la verdad, Sam. —Empujé el recogedor por el estante, hasta dejarlo en el fondo—. Sólo ponía a Ignacio en su lugar.
Me observó receloso y eché un suspiro. Él avanzó en mi dirección y pude saber que se agachó detrás de mí cuando pronunció cerca de mi cuello en voz baja:
—No olvides que eres mi novia, Katerine.
Un cosquilleo me recorrió la columna y sentí cierto enfado.
—Deberías tratarme como una —remarqué—. El otro día parecías un patán.
Sus brazos envolvieron mi cintura y apoyó su rostro en el espacio entre mi cuello y hombro, inhalando con delicadeza y profundidad.
—He intentado disculparme —murmuró—, y, aunque estés enfadada, ligar con otro tío para ponerme celoso no solucionará las cosas.
Resoplé ampliamente.
—No estaba ligando, Saaam —rezongué—. Estoy demasiado ocupada pensando en qué demonios hay en tu cabeza como para tener tiempo en siquiera acercarme a alguien.
Presionó mi espalda contra su torso y pegó mi cuerpo al estante. Parecía no querer soltarme, mucho menos dejarme ir. Mis fosas nasales fueron invadidas con el atractivo aroma que desprendía, no era algún perfume artificial, simplemente el olor natural de su cuerpo junto a su champú. La calidez de sus manos sobre mi cintura aceleró mi corazón. Sus labios rozaban con la piel de mi cuello, y su respiración golpeaba suavemente contra mí.
—Suéltame —pedí.
—No.
—Suéltame —repetí—, alguien podría entrar y malinterpretar las cosas.
Una risa sardónica sonó en su boca.
—Pueden malinterpretarlo. —Hundió más su cara en mi cuello, tanteando con la punta fría de su nariz mi piel sensible—. De esa forma sabrán que eres mi novia y dejarán de hablar de ti como un jodido pedazo de carne. Si no te respetan, haré que te respeten.
Sus brazos se aferraron más a mí y plantó un delicado y tierno beso sobre mi cuello. Se aclaró la voz con la boca cerrada y lo vi observándome con total cariño cuando mi mirada deambuló a mi lado.
—Mientras tú veías a Ignacio siendo amable y agradable, cuando está solo con su grupo habla de ti como un puto proxeneta —soltó cabreado y un tanto quejumbroso—. No soporto verte siendo amable con ese imbécil, que tal vez sólo busca un polvo.
No me extrañaba que Ignacio hablara así. Andreu lo hacía, Ed de vez en cuando también. Solían ser muy desagradables a la hora de conversar sobre una tía que les resultara guapa.
—Incluso sin saber eso no lo intentaría con él —confesé, ladeando ligeramente mi cabeza para unir nuestros ojos. Escaneó mi rostro con su mirada relajada, aunque aún con una chispa de enfado—. De hecho, antes, al susurrarle le dije que eres mi novio mientras él intentaba hacerte quedar mal. Deberías haber visto su cara.
Me observó con total adoración y separé mi cuerpo ligeramente del suyo para poder mirarlo desde una posición cómoda.
Sonrió con suavidad y volteé en su dirección, dejándole volver a tomarme de la cintura y presionarme contra él. Mis pechos —o al menos lo poco que tenía— estaban rozando su torso, mientras que mis caderas se pegaban a las suyas.
—¿Crees que alguien podría venir y vernos?
—¿No era eso lo que querías hace dos minutos? —me mofé.
Él se avergonzó y miró a otro lado, cohibido. Llevé una de mis manos a su cabello y lo atraje con tranquilidad hacia mí, dispuesta a besarlo. Mis labios entraron en contacto con los suyos, saboreando su bonito gusto a chocolatada. Tras el efímero tacto, me separé de Sam con lentitud. Aunque él regresó a mí, lamiendo mi labio superior para luego sonreír.
—Tu labial es tan dulce —comentó con un tono adormecido y relajado—. Me dan ganas de besarte por horas.
¡Al fin! Al fin volvió mi Sam tierno y cariñoso. Ningún Sam indiferente, serio, distante o posesivo a la vista, afortunadamente.
—Entonces sigue besándome —hablé risueña—, ¿o te vas a echar para atrás?
Negó con su cabeza y amplió su pequeña sonrisa, volviendo a conectar nuestras bocas. Soltó un gruñido cuando acaricié su paladar con mi lengua. Casi sonreí durante el beso, profundo y tan dulce que podría empalagarte. Al separarme, mordisqueé suavemente el labio inferior de Sam para luego estirarlo, y, con sutileza saboreé el superior con la punta de mi lengua. Mi jugueteo con su boca le oscureció la mirada, y casi pude ver un destello en sus oscuras pupilas.
—No comprendo cómo he podido alejarte —confesó—. Golpéame si lo vuelvo a hacer.
Solté una suave carcajada y perdí mi vista en sus ojos y húmedos labios enrojecidos. Mi pulso estaba acelerado, llenando mis oídos del sonido del galope de mi corazón.
—Vale, prepárate para un buen tortazo, Alphi.
Una de sus manos se escabulló a mi rostro, acariciando la piel a un lado de mis ojos con lentitud. Asimismo su mirada delataba un sentimiento de veneración.
—Burrito.
—¿Sí? —Relajé mi gesto.
—Te quiero.
Mmm... Diabetes.
—Yo también. —Mi mirada deambuló en sus claros y bonitos ojos grises, como un cielo nublado—. Siempre y cuando no actúes como un idiota.
Sus ojos se languidecieron.
—Lo siento.
Ladeé mi cabeza, contemplando con curiosidad su gesto apenado.
—Creo que nos encontramos más tarde —intenté despedirme.
Sam apretó suavemente mi mano que estaba sobre su abdomen, casi rogándome por un minuto más de contacto.
—Tengo que irme —insistí.
Él dejó un beso en mi frente y se apartó de mí, apretando sus labios en una fina línea.
—Nos vemos en un rato, burrito —soltó Sam antes de salir por su respectiva puerta azulada.
Sonreí incapaz de contener el sentimiento creciente de felicidad. Me alisté lo más rápido que pude para poder salir del restaurante y acabé con eficiencia mis últimas tareas. Sam d'Aramitz ocupó mis pensamientos como una creciente bola dentro de mi cabeza... Eso sonó insalubre.
Cerré el casillero con suavidad y mi mirada curiosa dio una vuelta por el cuarto. No había nadie, Sam y yo estábamos siendo de las últimas personas en irnos.
Salí por la puerta de la sala de empleadas, avanzando por el pasillo de pulcro suelo de mosaicos y altas paredes del tono de los narcisos.
Vi la puerta de la sala de hombres entreabierta y eché un vistazo. Ed estaba sentado en una esquina revisando su móvil, no había nadie más, salvo Ignacio, quien me saludó agitando su mano. Hice una mueca poco cómoda y llegué a la puerta del callejón. Oía el tenue sonido de una agitada discusión con un tono mezquino, aunque sereno, en las voces. Tragué saliva con fuerza, con mis manos temblando.
Una de las voces era la de Sam. La otra era de Andreu.
La voz de Sam era baja. La voz de Andreu... era altanera.
Uno intentaba tranquilizar. El otro parecía querer irritar.
¿Debería haber salido?
—Perderé mi trabajo —remarcó uno—, lo que hice fue justo.
—Fue horrible —refutó Sam entre dientes.
—Si Rocío tomó esas fotos era porque quería que la vieran.
Dejé la puerta entreabierta, oyendo la conversación mientras miraba fijamente el SALIDA escrito en verde. El viento caliente que entraba por la franja azotaba mi cara.
—Eres un saco de mierda. —La ira y asco entrecortó sus palabras—. Andreu.
Un atisbo de risa entre dientes salió de la boca del otro. Asomé mi rostro por la puerta. Los dos estaban en la parte del callejón que profundizaba entre los edificios. Sam me daba la espalda, y el otro lo enfrentaba, pero Andreu estaba muy cabreado como para verme un poco. Ambos cuerpos lucían diminutos entre los edificios, gigantescos. Sin embargo, Andreu en comparación de Sam era una mosquita, tal vez el susodicho sería similar a una vara. Mientras que Andreu era bajo y robusto, Sam lucía alto y delgado.
La oscuridad del callejón provocaba importantes sombras que colisionaban contra el suelo. Mientras que la luz al final del callejón provocaba un contraste impresionante en el cuerpo de Andreu. Esto causaba que sus expresiones apenas fueran visibles.
—¿Por qué la defiendes? —atajó el castaño—. Tú también perderás tu trabajo.
—Es un empleo de mierda. Joder. ¿Siquiera te importa lo que le pasó a Rocío?
Andreu ladeó su cabeza.
—Ella se dejó.
Los puños de Samuel estaban tan apretados que sus nudillos se volvieron blancos. Andreu lucía más relajado de lo normal.
—Y lo provocó —añadió.
Sam dio un paso. Yo di dos. Había salido del pasillo de Délicatesse.
—Déjalo —le dije a Sam—. No deberías escucharlo.
Sam volteó a verme por arriba de su hombro, pareció digerir lo que dije. Andreu fijó sus ojos oscuros en mí.
—Otra zorra.
Arrugué mi nariz, mas le resté importancia. Pero Sam mandó a la mierda mi consejo y volvió a ver a Andreu con total ira.
—¿Qué mierda le has dicho? —Sam puso énfasis en cada sílaba.
—La verdad. —Sonrió—. ¿Fue divertido ponerle los cuernos a tu ex?
—Cállate de una puta vez o...
—No vale la pena —le insistí a Sam para interrumpirlo—. Sólo es un imbécil.
—¿O qué harás? ¿Golpearme? Ni siquiera tienes cojones para hacerlo.
Estaba aterrada. No sabía qué hacer.
Las venas del cuello de Sam parecían atravesar su piel enrojecida. Sus puños eran dos piedras a punto de ser lanzadas. Mi corazón golpeaba mi tórax. Necesitaba hacer algo, algo para parar la bomba antes de que explote.
—Sam, esto no vale la pena, sólo...
Antes de que terminara de hablar, la imagen del cuerpo de Sam fue difusa. Antes de que pudiera parpadear... Andreu estaba en el suelo. Y Sam sobre él.
(Nota de autor donde la autora habla mucho)
A
Sam se enojó. Le entró el Diablo. Hay que hacerle un exorcismo antes que se vuelva asesino Dx
Bueno, ya decían, más vale fuera que adentro, así que le toca piña a Andreu.
SÉ QUE DIJE QUE HABRÍA GOLPES Y VINO
PERO NO PENSÉ QUE IBA A OCUPAR TANTAS PALABRAS, ASÍ QUE ESTOS SON LOS CAPS DE HOY
Así que en este capítulo es más bien inicio del bardo (?)
Sé que a veces parece que Andreu y Ferre son demonios exagerados, pero es un poco triste que realmente haya gente así en el mundo. Y no son casos especiales, porque es común que en nuestra familia, trabajo, salón de clases o entorno haya alguien así o similar, ah :(
Gracias por leer, por aguantarme, por votar, comentar, y hacer sus cosas bonitas :'D
Nos vemos en el siguiente cap
Se los quiere
Muack
—The Sphinx.
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