51 - Los ángeles también hieren
Discusiones, celestinas, nostalgia, uff.
Mis ojos, abiertos a más no poder habían divisado a Sam bajo los potentes rayos solares de la plena tarde. Lucía magnífico, aunque agitado y ligeramente sudado. Pero no me importó, en ese instante lo consideré algún príncipe de una película de princesas... Pocos segundos después esa imagen se desmoronó.
Recordé las cosas que ese «príncipe» había dicho y mi corazón se enfrió, ralentizándose.
Aunque lo peor vino con la conversación de después, con un intercambio de insultos. Y, repentinamente, tenía a Sam agarrado a mí como si fuera lo más preciado que él tuviera.
Inhaló contra mi cuello, haciendo que mi vientre cosquilleara y murmuró:
—No desaparezcas de esta forma —Su abrazo se fortaleció—, por favor, Katerine, no me preocupes.
Con miedo, llevé mi mano a su cabeza y acaricié su cabello, entrelazando sus encalidecidos mechones en mis dedos.
—Lo siento.
Sam dejó un suave y corto beso en mi cuello que me provocó un suspiro, aunque apreté mis párpados y recordé que estaba cabreada gracias a él.
Me aparté de él con las mejillas cohibidas y me observó difuso.
—¿Qué pasa?
Meneé la cabeza en negación y guardé mis manos entre mis muslos, desviando la vista para no verlo directamente. Al echarle un vistazo, me di cuenta de sus ojos entornados.
—No quieres que te toque —asumió—. ¿Es eso?
No sentía la necesidad de él a diferencia de otras ocasiones. En todo caso, prefería que esté a unos pocos metros de distancia.
—Es eso.
Apretó sus labios en un gesto tenso. Cuando fijé completamente mis ojos en su rostro, me percaté de su semblante confundido y sus cejas arrugadas.
Aunque, repentinamente, se relajó y encogió sus hombros. Como si no le importara.
Volvió a acercarse a mí y yo dupliqué nuestra distancia. Pareció convencerse de que, sin duda alguna, yo no lo quería muy cerca. Y para mi sorpresa, un destello de dolor pobló sus ojos grisáceos. Inmediatamente, aquella tristeza que él sintió me fue transmitida. No me gusta verlo mal.
—Yo debería estar más enfadado que tú.
Fruncí mi ceño.
—¿Eh?
Me dio una mirada débil y ligeramente estoica.
—Katerine, me has mentido sobre un accidente grave para no ir a mi jodida fiesta de graduación —masculló iracundo—. ¿Qué crees que pienso de eso?
El dolor y enojo en sus palabras funcionó para que mi melancolía aumentara. Su rostro, perfecto a mis ojos, lucía destrozado bajo los potentes y brillantes rayos solares. Su cabello era un desastre y sus manos estaban rasgadas, sin profundidad, aunque los cortes eran notables. En aquel instante, sentí como si yo lo hubiera roto. Como si él se hubiera tratado de la escultura más impresionante y hermosa en el mundo y yo la derribé en el suelo, haciéndolo trizas.
—Y no comprendo por qué me sigues gustando y quiero seguir cerca de ti —murmuró, recorriendo mis facciones con sus dilatados ojos. Humedeció sus labios y, agachado, se acercó un poco a mí— aunque me lastime. Me atraes y me hieres. Eso no está bien, Katerine.
La forma en que pronunció mi nombre, ronca y baja, ocasionó que recuerde lo mucho que adoro pegar mis labios a los suyos o el cortocircuito que provoca en mi cerebro cada vez que me toca. Eso no era bueno. Hubiera preferido que mi mente continuara viéndolo como una persona indeseada. Pero era imposible, porque yo deseaba y deseo a Sam.
—Eres un masoquista —acusé en un tono mezquino, en un intento por apartarlo con mis palabras. Pero él avanzó más, cortándome la respiración.
—¿O eres tú la sádica?
Su voz no ayudó en nada. Su tono era embelesador, y no precisaba que me atraiga más.
Cuando lo tuve frente a mí, mi corazón era una carrera de caballos, corriendo a toda velocidad por el primer lugar.
—No... —murmuré sin fuerza, con las palabras estancándose bajo mi garganta al ver el fascinante rostro de quien optaba por llamar mi pseudonovio.
Ese rostro que me había dejado atónita desde el primer día que cruzó la puerta de Délicatesse. El semblante enfadado de la primera vez que tuvimos una conversación. O los gestos juguetones o tímidos de cuando tonteábamos a escondidas de ojos ajenos. La cara de Sam era sin duda alguna lo único que me atontaba con sólo mirar.
Sus ojos eran enigmáticos, aunque tenían una chispa de amenaza, como si advirtieran algo con aquella capa de nubes grises de un cielo tormentoso. Los labios entreabiertos, casi rogando por un roce y sus mejillas... Sus jodidas mejillas, bañadas bajo una tenue galaxia de pecas y un rubor que, a estas alturas no me extrañaba que surgiera en su rostro.
Aunque intentara odiar a Sam o alejarlo de mí, no podía. Parecía que mi existencia entera era un imán hecho específicamente para él. Y detestaba ese sentimiento. Me desagradaba sentir que, de cierta forma, mi amor le pertenecía, porque ningún otro chico podría siquiera asemejarse a la inmensa atracción que sentía por Sam d'Aramitz.
—¿Entonces por qué me hieres? —Su mano fue a mi mejilla, y no lo detuve, estaba hipnotizada por sus ojos platino y rojizos labios.
Tan hipnotizada, que nuestra conversación estaba en algo similar a un tercer plano. Y tan hipnotizada, que no salieron palabras de mi boca, sino tartamudeos nerviosos.
Intenté apartarlo de mí llevando mis manos a sus hombros, pero como esperaba, las tomó y las pegó al césped.
Nuevamente, indefensa y vulnerable. Detestaba volverme gelatina en presencia de Sam.
—Sam, suéltame —exigí con fuerzas escasas y la mente nublada—. Esto está mal.
Su cuerpo se apoyó sobre sus rodillas y nos quedamos contra el suelo. Mi cuerpo, recostado, era aprisionado por él.
—No voy a soltarte.
El tono cabreado en sus palabras me entristeció.
—Necesito saber qué sucede en tu mente, Kate —soltó cerca de mi cara, aligerando y suavizando su voz. Era la primera vez que usaba un apodo y no mi nombre entero en estos días—. Hazlo por mí, ¿de acuerdo, cariño?
La situación fue retorcida. La vergüenza atacó mi rostro.
—¿Me odiarás?
Me observó con dolor y amor a la vez.
—Nunca podría odiarte.
Su voz fue tan sincera que ni siquiera lo cuestioné.
Al ver mi indecisión, Sam aproximó su rostro al mío y sus labios casi rozaron mi boca, pidiendo de forma disimulada mi permiso. No me aparté de él y, segundos después me saboreaba lentamente, con cautela y ternura. Era un beso triste, aunque cargado de amor, como si fuera un contacto desesperado por el socorro del otro.
Se apartó de mí por unos segundos y volvió a atacarme. Nuestras bocas se abrieron y fundieron sus lenguas, marcando un desesperado y agónico baile en pareja. No sentí el ardor que los besos de Sam usualmente me provocaban, sólo me sumí en gelidez.
Gelidez que lograba lastimarme con sus estacas de hielo.
De forma repentina, sentí un hilo humedad en mi mejilla izquierda. Luego otro. Pero Sam no lo sentía. Cuando alejó su rostro, miró con preocupación mis lágrimas y liberó mis manos. Apoyó un codo en el césped y con su otra mano limpió mi rostro.
—¿No dirás nada? —murmuró con dolor—. Necesito que hables, Kate.
Permanecí en silencio.
—¿Harás esto? ¿En serio? —masculló.
Evadí su poderosa mirada, incapaz de cesar el temblor en mis labios.
—Es algo que tiene que ver con Bruno —asumió—. ¿Es así?
Asentí con mi cabeza lentamente. Él suspiró, agobiado y se levantó de la hierba, poniéndose de pie.
—Desde que se fue no puedo parar de pensar en él.
Alcé mi mirada hacia su rostro y noté su gesto enfurruñado.
—¿Y por qué no? —murmuró—. Después de las cosas que te ha hecho... deberías estar feliz que ya no esté contigo.
Arrugué mi nariz al oír eso. Sin duda alguna, su poca empatía me lastimó.
—Lo amé, Sam. No dejé de amarlo hasta hace poco tiempo. Aún me duele —jadeé afónica—. Sé que soy tu novia. Sé que me ha dejado, pero... simplemente no puedo borrarlo de mi memoria.
Él permaneció callado, observando el horizonte con su ceño fruncido, oyendo cada palabra débil que pronunciaba.
—No lo entiendo.
¿Por qué no lo entendía?
—¿Qué es lo que no entiendes?
Volteó su mirada a mí y me atravesó con ella.
—Sientes eso desde... el mes pasado. —Hizo una severa pausa y añadió—: Lo has sobrellevado bien, pero, ¿qué demonios fue lo que hizo que mientas?
¿Por qué mentí?
Era complicado de explicar. Simplemente era una necesidad para mí; un escudo. Si mentía, todo era más fácil. Si decía la verdad, todo cambiaba. Todo se distorsionaba, pero... a veces soportar el peso de una mentira no era sencillo para mi débil consciencia. Era en ese momento donde la cagaba. Donde debía pensar: «esto es mi culpa». Siempre era mi culpa.
Todo lo malo que me pasaba era mi culpa.
—El 23 de mayo fue el cumpleaños de Bruno —casi susurré.
Sam dio un paso hacia mí y me observó desde arriba. Abracé mis rodillas al sentir la necesidad de protegerme debido a su impresionante altura, que le daba sombra a mi cuerpo entero. La brisa sopló con fuerza y todo mi cabello fue a mi cara.
—Él se confesó públicamente a mí en su fiesta de cumpleaños —dije apartando unos cuantos mechones—. Frente... a... toda... la... clase —remarqué lentamente y entre pausas—. Yo acepté, no sé si mi respuesta fue genuina o si era la presión de que el tío popular del bachillerato se me confesara en su jodido cumpleaños frente a treinta personas que veía todos los días.
»A pesar de que me pareció idiota su confesión, creo que esa noche Bruno resultó ser el tío más cariñoso, atento y tranquilo de toda la villa entera —añadí con una sonrisa.
Recordar lo mucho que había amado a Bruno me dolía, me clavaba en el pecho. Llevábamos años enamorados profundamente el uno del otro. No pasó demasiado tiempo para que, como pareja oficial, tuviéramos nuestra primera vez. Eso también me hacía estremecer de angustia, porque durante esta época del año era donde mejor me la había pasado con él.
Estiré las comisuras de mis labios. Estaba tensa, con mis ojos perdidos en el largo y saturado césped iluminado por el cálido sol. Mi mente había viajado a unos cuantos años atrás. Viajó a los brillantes ojos oliva de Bruno, a su juvenil fragancia y su débil y cuidadoso abrazo.
Pero quien estaba frente a mí era Sam. Y en ese momento, era la persona a la que amaba.
—¿Te hubieras enfadado si te hubiera dicho que no fui a tu fiesta porque estaba pensando en otro hombre? —murmuré, manteniendo mi mirada sobre la suya.
Pero «pensar» no era la expresión adecuada. Tal vez «sufrir» hubiera sido más preciso.
—No —respondió.
Entorné mis ojos. Por el extraño movimiento de sus comisuras, deduciría que mentía.
—No le mientas a un mentiroso —remarqué con desdén.
—Me ha enfadado más que me mientas —se sinceró.
Exhaló profundamente y miró las grandes nubes transitando en e cielo celeste.
—¿Ahora estamos bien?
Sam me miró de reojo. No me miró con cariño, ni con tristeza. Sólo me mostró frialdad e indiferencia.
Mis labios temblaron bajo su disgustada mirada. Necesitaba que me enseñe amor o afecto. Quería su calidez, su mirada endulzada o su encantadora sonrisa. Pero nada.
Sólo era hielo.
—Lo pensaré.
Hielo que quema.
Me levanté del césped y él volteó su cuerpo para marcharse, caminé con mis nervios flotando sobre mi piel.
No.
Él no puede irse. Lo quiero conmigo.
—Sam... —lo llamé con la voz quebrada—. Por favor, no termines conmigo. Prometo que mejoraré.
—Necesito pensar.
«Pensar». ¿Pensar en qué?
—¿Por qué? —insistí—. Creí que sólo querías que dijera la verdad.
El viento hizo que su cabello revoloteara. Miré su nuca con insistencia mientras rogaba que decida quedarse.
—Deberíamos tomarnos un tiempo —pronunció sin verme a la cara.
«¿Eso qué significa?».
—¿Por qué? —repetí.
—Porque quiero que mejores mentalmente.
Mi rostro se heló y mis pies parecían pegados al suelo.
—Necesitas un tiempo sola.
La respiración me fue arrebatada.
—Y yo necesito pensar en algunas cosas —finalizó.
La niebla de mis lágrimas apenas me dejó ver la espalda de Sam, arrugué mi frente, intentando hacer fuerza para contener mi llanto.
—No quiero que dejes de ser dependiente de Bruno para que te vuelvas dependiente de mí, Katerine —murmuró cabizbajo, casi inseguro de soltarlo—. No estoy terminando contigo.
«Lo está haciendo».
—¿Entonces qué? —solté—. ¿Me dejarás un tiempo, sin hablarme, sin mirarme y luego volverás como si nada hubiera pasado? Así no funcionan las cosas, Sam.
Vi el apriete en sus puños.
—No creo que seas apta para decir cómo funcionan las relaciones.
—¡Tú ni siquiera has tenido novia antes! —bramé sin controlar mi volumen.
Cuando Sam volteó a verme con un gesto ofuscado, la mandíbula apretada y los hombros tensos, di un paso hacia atrás, asustada.
—Y tú has estado con un capullo que no sabía diferenciar un objeto de una persona.
—Bruno estaba herido. —Sin darme cuenta, lo estaba defendiendo.
Los ojos grises de Sam parecieron negros en aquel instante, exhaló profundamente y su mandíbula lució como si estuviera al borde de quebrarse con toda la presión que estaba poniendo.
—Yo estoy de tu lado, ¿por qué te pones del suyo?
Sus ojos me escrutaron con acritud, y una vez más, retrocedí y desvié mi mirada de la suya. No tuve nada que soltar, sabía que la había cagado con lo que dije y Sam parecía a punto de explotar de enfado. No tenía que provocarlo más, no si no quería que las cosas se empeoren aún más.
Aquella tarde se marchó sin voltear a verme una vez más, desapareciendo entre la larga hierba como un espíritu, y esfumándose tras ella. Intenté no llorar, ya me había quedado sin lágrimas, pero, a pesar de ello, mi cuerpo me traicionó y volvió a sumirme en angustia.
Observé a Rocío con una expresión lánguida. Ella me sonrió e intentó acomodarse en la silla de ruedas con los brazos.
—Es un poco difícil... no poder usar la parte de abajo —soltó adolorida—. Pero me gusta estar aquí, tengo calma, aunque el olor de hospital siempre me irrita. Ah, y ahora que estoy a punto de estirar la pata la gente me da toda la atención que no me dieron en su santa vida.
La escuché con cierta pena. Parecía dolida, y mantenía una sonrisa jocosa que con cada segundo que pasaba estaba a otro paso de quebrarse.
—Deja de mirarme como si fuera un perro desnutrido —soltó apretando los dientes—. Finge que estoy caminando mientras me llevas en mi silla-coche, ¿vale?
Sonreí como una pequeña risa y Rocío me devolvió el gesto. Me puse detrás de la silla y la saqué del cuarto, avanzando por los blanquecinos pasillos, pulcros y minimalistas. Había uno que otro banco para los familiares en espera, mientras observaba cómo dentro de los cuartos algún médico le explicaba algo a algún familiar y éste, se llevaba las manos al rostro, o por lo contrario, saltaba de emoción.
Rocío hizo que su cuello tronara y suspiró.
—Déjame tomar algo de aire fresco —pronunció—. Y tranquila, no intentaré fugarme como en las películas.
Solté una carcajada silenciosa.
—Dudo que puedas hacerlo.
Ella me devolvió la risa.
—Así es —afirmó. Tarareó una melodía corta en voz baja mientras yo conducía la silla y soltó, impaciente—: Dios, Kate, eres peor que Sam. Apúrateee.
No pude contener otra carcajada e intenté acelerar mis pasos.
—No quiero que salgas disparada.
—Uf, sería algo bueno algo de adrenalina.
Llevé a la rubia hasta el ascensor y bajamos a la planta baja, atravesé el ruidoso pasillo repleto de murmullos inquietos y logré salir al pequeño parque a un lado del hospital.
—¡Finalmente! —exclamó extendiendo sus brazos—. No te aproveches de mi condición y no me secuestres, ¿vale?
Fruncí mi ceño.
—Nunca haría eso.
—Era coña.
Las flores de la primavera mostraban sus coloridas caras en el verdoso césped que rodeaba los curvos caminos de adoquines. Las copas de los árboles yacían más pobladas que nunca y daban una maravillosa sombra fresquita para resguardarse del poderoso sol caliente y cegador.
Escuché un ruidito feliz extraño de Rocío al sentir el viento golpeando su rostro. Terminé nuestro camino frente a una pequeña laguna artificial con uno que otro animalillo saltando y formando ondas de agua en la superficie. Las palomas salieron volando espantadas apenas me adentré en su reunión con la silla de ruedas.
—Hace poco he recibido los resultados de la radiografía. No son muy rápidos en este hospital, ¿sabes? Todavía no puedo creer que haya tenido que esperar tanto para tener malas noticias —murmuró agobiada—. Me harán una cirugía, con placas, etcétera, etcétera. Lo único que me importa es caminar de nuevo, pero los médicos me dicen que tendré que esperar mucho para recuperarme completamente. Tengo diecinueve, Kate, quiero hacer cosas. Practicar deportes, salir a fiestas, perderme por ahí... Pero nooo, tengo que esperar una jodida eternidad para volver a ser como antes. Quizás pase un año y yo aún no me haya recuperado. Es una mierda.
Acaricié el cabello lacio y corto de Rocío, jugando con sus desgastados mechones.
—Mejorarás, Rocío. Volverás a tus andadas en algunos meses, pero volverás. No te impacientes.
—Complicado es que yo no tenga impaciencia —murmuró risueña—. De todas formas, estarás conmigo, ¿no? Sé que no debe ser agradable estar mucho rato con una lisiada, pero sigo siendo la misma.
Sonreí cuando ella giró su cabeza para verme a los ojos.
—Eres como una cría.
—En el fondo todos somos niños, sólo que no lo sabemos.
Me senté a su lado en un banco del parque, contemplando el movimiento paulatino del agua de la laguna y el andar de los pájaros en las copas de los árboles, los cuales discutían desde sus nidos.
—Sam y tú habéis peleado, ¿no? —murmuró entristecida.
¿Cómo podía ser tan perceptiva?
—¿Cómo lo sabes?
Ella se encogió de hombros y suspiró.
—Cuando venís, venís por separado, como si tomarais turnos. Y cuando os encontráis, ni os miráis —soltó cansada—. ¿Qué pelea puede tener una pareja como vosotros? ¿Uno se enfurruñó porque no ganó la discusión de «yo te amo más», «no, yo te amo más»?
Me dio gracia su ejemplo y solté con cierta facilidad:
—Sam pidió un tiempo para «pensar».
Rocío torció el gesto.
—Sabes lo que significa eso —añadí—. Me dejará.
Ella negó con su cabeza.
—No. Cuando oigo a Sam hablar de ti me doy cuenta que te ama demasiado, Kate —pronunció con sinceridad—. Su romance no es algo pasajero.
—¿Y si lo es? —posibilité con la voz sin fuerza—. Tal vez fue algo tonto de la juventud.
—Él no te dejará ir fácilmente.
Eso había dicho él.
—Antes pensaba que lo suyo estaba destinado a morir rápido —se sinceró—, pero después de verlos juntos sé que no. Y si Sam no insiste en su relación, insiste tú y en algún momento cederá.
—¿Quieres que lo acose? —reí.
Ella entornó sus ojos.
—Es verdad, suena acosador lo de insistir. —Se rascó suavemente la cabeza—. Dale su tiempo, recúperate de lo de Bruno y luego recupera a tu niño.
—No le digas niño a Sam.
—¡Pero actúa como uno! —insistió con los ojos bien abiertos—. Aunque, bien, no es lo más correcto del mundo llamarlo así. De todas formas, eres una asaltacunas, acéptalo.
Reí suavemente. Rocío tiene esa extraña forma de ponerte de buen humor con sus bromas extrañas.
—Lo acepto —dije sin remedio—. Soy una asaltacunas.
—Al fin lo dijiste. —Sonrió—. Ah, y no te deprimas, dicen que la vida es una caja de sorpresas, así que no todo está perdido.
—Eres una optimista.
—Sólo con la vida de los demás.
Su frase me dio un mal sabor de boca, especialmente por el gesto estoico que usó al pronunciar aquello.
—Cuando Sam vuelva voy a darle un sillazo en la cabeza por ponerte así de triste.
—¿Le darás con tu coche? —mencioné, refiriéndome a su silla.
—En efecto, mi estimada. —Puso una muy linda sonrisa y pronunció alegremente—: Le dolerá tanto que correrá a tu piso para disculparse contigo.
Meneé mi cabeza en una negación divertida. Pasamos el resto de la tarde paseando con su silla-coche y hablando de anécdotas tontas. Debo añadir que las experiencias sexuales de Rocío son las cosas más raras y bizarras que haya escuchado en mi vida. Me sorprendió que no haya cogido una ETS entre tanto mambo.
Sus caras atónitas cada vez que le contaba experiencias en mi bachillerato —aunque no tan impresionantes como sus historias de amantes locas— y hacía un rostro incómodo cuando Bruno se robaba el protagonismo. Aunque parecía que había caído enamorada de Abril, mi mejor amiga de la infancia, y debo admitir que no enamorarse de ella sería algo complicado considerando su desternillante y peculiar personalidad.
La ingenuidad y romanticismo infantil de Bruno desde luego le había sacado unas risas, y numerosas veces me preguntó por qué me gustaba semejante bobo. La verdad es que nunca había imaginado que un niño bobo y romántico se podría convertir en un cabrón posesivo con cara de mala leche.
Aquella tarde me sentí nostálgica, siendo devuelta a la época relajada, sin discusiones, ni novios, mucho menos dramas dignos de una telenovela mexicana, de esas que veía mi abuelita antes de echarse una siesta. Sólo existíamos Rocío y yo, dos amigas no tan amigas compartiendo experiencias vergonzosas e irrisorias, como si en nuestra vida no tuviéramos preocupaciones.
Mis jornadas en Délicatesse se habían vuelto monótonas y aburridas sin mis encuentros con Sam en el depósito o los callejones. Necesitaba su calor, pero cada vez que espiaba por el rabillo del ojo al impresionante pelinegro, me daba cuenta que sólo conseguiría su indiferencia si me aproximaba a dirigirle la palabra.
La brisa fresca y pura de La Fresneda me ayudó días después. Regresar a la villa y mirar a los niños jugando fútbol en la cancha del pueblo, raspándose las rodillas y festejando goles me permitía regresar a mi niñez, donde jugueteaba dentro de mi casa, me inmiscuía por las ventanas y huía a casa de Abril, para leer y mancharnos las caras con marcadores. Nuestros padres nunca estaban en casa y aprovechábamos para hacer cosas peligrosas como escalar árboles justo como lo haría Tarzán.
Transitar por las calles de tierra o de pequeñas piedras me traía de vuelta los recuerdos de regresar de la secundaria de la mano de Bruno. Era imposible que él no apareciera en mis recuerdos, formaba parte de mi vida como si se tratase de un familiar cercano. Me esforcé por no pensar en él y luego de un rato logré volver a mis épocas más infantiles.
Compré un helado con tal de refrescar mi cerebro, terminaron por dolerme los dientes. ¡Auch! Cómo me hizo doler la cabeza sentir lo frío que estaba.
Entre tanto caminar y detenerme en sitios familiares, llegué a casa de mamá y papá, o como yo prefería llamarlo: mi verdadero hogar. Regresar a mis padres siempre me traía paz.
No le conté a mi mamá sobre mi pelea con Sam. Mi padre no lo conocía de nada y le tenía desconfianza, pero más desconfianza me tenía a mí, por enrollarme con alguien tan pronto luego de acabar una relación de años. Él estaba cabreado con Bruno, su relación con mi ex había sido muy buena, pero no pudo evitar tenerle algo parecido a odio luego de oír mi historia con él.
A pesar de eso, tuve una buena noche con mi familia, observando fotos viejas y recordando momentos pasados entre risas escandalosas.
En un momento de la silenciosa noche mi madre me preguntó por Sam. Le solté que las cosas entre nosotros iban bien. Aunque, bueno, mi papá seguía insistiendo en que seguro era un rollito juvenil.
Yo ni siquiera sabía qué había quedado entre nosotros, si él planeaba terminar su relación conmigo o simplemente estaba pensando dos veces las cosas. Pero tenía la certeza de que en muy poco tiempo el cariño que le tomé a Sam escaló para igualarse o superar el cariño que le tomé a Bruno a través de años. Separarme de él sería un sufrimiento horrible para mí, y me culpaba por ello.
Regresé a mi Zaragoza con la frente en alto, aunque mi confianza se achicó en un segundo cuando las puertas del ascensor que me dirigía al pasillo de mi piso se abrieron y Estanislao estaba frente a mi puerta.
Me encaminé nerviosa y él me vio.
—¡Kate! Tiempo sin verte, chica. —Sonrió, pero su alegre sonrisa sólo logró inquietarme—. ¿Cómo has estado?
—B-bien —tartamudeé, intimidada por su altura.
Estiró sus comisuras con tal de darme confianza, pero mis rodillas se inquietaron más. Su cuerpo proyectaba una gran sombra sobre el mío y me privaba de toda luz entrando por la ventana. El pasillo oscuro y frío debido al clima de la mañana no me ayudó en nada.
—¿Y tú? —añadí, alzando mis ojos a los suyos, oscuros, y desviándolos de inmediato en otra dirección.
—Bien supongo. Aunque estresado. Sam se comporta raro y eso me harta, ¿sabes?
—Ah, no lo sabía —mencioné intentando parecer que no me importaba. Pero lo hacía, y mucho—. Si no te importa, tengo cosas que hacer en la casa.
Cuando llevé la llave a la puerta, Estanislao dijo en un tono juguetón:
—Ah, yo también. De hecho, la casa tiene una plaga. Pensaba que me podías echar una mano con eso —soltó echando su cabeza hacia atrás.
Alcé mis cejas, dispuesta a escuchar y él sonrió al notarlo.
—Hemos contratado a unos tipos para que se encarguen de ello. Sam y yo somos unos flojos y tarde o temprano iba a pasar esto —habló fuertemente y estiró su brazos—. Me quedaré en casa de Eleonora, pero Sam no tiene donde quedarse, y ya sabes, no queremos que muera cual rata entre gases tóxicos y esas cosas...
Fruncí mi ceño cuando me di cuenta qué planeaba.
—¿No puede quedarse con vosotros dos?
—Ah, la casa de Nora es pequeñita, no hay espacio para uno más. En serio, lo intentamos —soltó haciendo puchero.
—Escucha, Lao. Sam y yo hemos peleado, pasar unos días juntos en un piso pequeño no sería para nada bueno —solté apretando los dientes.
Pero el mayor de los hermanos no dio su brazo a torcer.
—Ah, eso lo sé, vecinita. ¿Qué otra razón habría para que Sam se obsesione con completar el Mortal Kombat? En algún lado descargaría su enojo cuando vosotros pelearais. Además, está jodidamente irritable, ¡no dejes que ninguna mosca vuele cerca suyo! —gritó agobiado—. Ni me lo ha dicho, pero solito maquino las cosas —dijo golpeándose la sien con el índice—. Sam ya aceptó lo de quedarse, así que no te preocupes por su palabra.
«¿Qué demonios planea este tío?».
—Lao, de verdad estamos peleados.
—Y de verdad tenemos una plaga —insistió—. Sólo serán un par de días en los que hacemos esto y lo otro.
¿Qué es «esto y lo otro»?
—Di que sí, Katerine. —Dio un paso hacia delante—. Si quieres, luego de esto puedes borrar a mi hermano de tu vida, pero sólo acepta.
Aquel día dije que sí tras la insistencia de mi antes cuñado, sin saber que al siguiente vería a un malhumorado Sam tocando a mi puerta dispuesto a mudar sus cosas a mi casa.
Serían unos días en los que Sam estaría en mi piso. No pasaría nada.
Nada.
Por supuesto que no pasaría nada.
¿No?
Wait, qué? Qué onda, Lao?
Hagan sus teorías de qué wea puede pasar con Sam y Kate viviendo juntitos JHSAKHDSK
Espero poder terminar más rápido el siguiente capítulo, ah. Falta poquito para los 60k btw, gracias uwu.
Ya saben, gracias por leer y seguir la novela, sin nada más que decir, me despido!
—The Sphinx.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top