5 - Desastre

Recomiendo  Why Do You Love Me de Charlotte Lawrence

para ser escuchada durante este capítulo


Ojos grises.
Pelo negro.
Piel bronceada.

Damn, bitch.

¿Por qué es tan atractivo? Aún con la mirada perdida y un gesto deprimido el seguía luciendo auténticamente seductor.

—Es la primera vez que veo a Sam en una fiesta —comentó Eduardo. Era un castaño en cabello y ojos, su piel era blanca pero no pálida, ligeramente amarillenta. Tenía una nariz ancha y un rostro un poco largo, de labios carnosos y cejas pobladas—, está solo.

Julia movió sus cejas rápidamente y me codeó en el brazo.

— ¿Por qué no vas a consolarlo? —Sonrió, enseñándome sus perfectos dientes blanquecinos. Su cabello fueguino brillaba con la luz del cuarto, a pesar de estar a la penumbra era lo que más resaltaba. Sus ojos marrones me veían con picardía mientras se fruncían acompañando su sonrisa de oreja a oreja— La otra vez los vi muy juntitos.

Reí suavemente—: No necesita consuelo.

Eso pensé hasta que lo vi ser rodeado por algunas chicas desconocidas y una que otra cara familiar del trabajo. Apreté mis puños mientras sentía como mis venas comenzaban a calentarse progresivamente. Quizás me enojaba al pensar que Florencia gustaba de él y que en su propia fiesta otras tías se lo ligaban, ¿no?
Me enfadaba ver el rostro de Sam irritado y que ellas piensen que él estaba cómodo con su repentino acercamiento, mientras era lo contrario.
Al mismo tiempo que Julia y Eduardo estaban hablando, sumiéndose en pura distracción, aproveché para levantarme del sofá e ir sigilosamente hasta Sam y el montón de chicas, pasando minuciosamente pasando entre las personas intentando no advertir de mi presencia. Finalmente me aproximé a él y lo atrapé en un abrazo enredado en su cuello, hundiendo mi cara en su pecho, para luego ver a sus ojos, sumamente complacida por su confusión.

— ¡Pensé que no vendrías! —exclamé sin contexto alguno, sin embargo, las chicas captaron mi señal y se marcharon sin antes despedirse con un movimiento horizontal de sus manos, dejándome básicamente a solas con Sam.
Me separé con brusquedad y fingí limpiar mis brazos y mi cara, notando luego la frialdad en su rostro.

Reí. Borde de mierda.

— ¿Hasta cuando fingirás que eres un témpano de hielo, lindura? —le dije con una enorme sonrisa de suficiencia. No cambió su semblante y suspiré de cansancio— Con esto llevas cinco favores pendientes.

—Nadie pidió tu ayuda.

Fruncí mi ceño, apuñalándolo en mi cabeza.

—La pediste, Sam, con tus ojos. No hay nada ni nadie más sincero que los ojos —Hice una pausa—, así que no puedes mentir.

— ¿Pero qué es lo que dices?, ¿el alcohol te hizo efecto o qué? —comentó indignado, como si yo dijera sandeces.

Hablando de alcohol... él ya olía a bebida. Desvié mi vista a sus espaldas y noté una barra improvisada la cual era rodeada por un par de personas. Devolví mi mirada a Sam y la detuve en él con el mismo gesto hastiado de antes.

—No he tomado.

Él pareció un segundo sorprendido, pero sólo un segundo, luego volvió a su mueca relajada. Mantuvo su silencio por lo que giré mi rostro y noté que algunos ojos iban en dirección a Sam, y que, otro par de ojos, iba hacia a mí, simplemente era un sensación, aún así esto se sentía demasiado real, y estaba segura de que era así.

—Eres bastante solicitado —le comenté con una sonrisa de lado, viéndolo de reojo mientras me refería a las mujeres —y algunos hombres— que mantenían su vista pegada a la anatomía de mi acompañante.

—Es molesto —dijo en un tono seco y molesto, filoso también diría.

Aquello me llamó la atención y en parte lo comprendí.

— ¿Por qué crees que es molesto? —pregunté. Sabía la respuesta, sólo necesitaba comprobar si mis teorías eran ciertas.

—No tengo —Pausó sus palabras y sus ojos se elevaron, como si le consultara a su cabeza las palabras que debía usar—... libertad. Siempre que me esté moviendo, me verán. Quizás ahora me están juzgando por hablar contigo, o te estén insultando en su cabeza por simplemente hablarme.

—Tal vez, tal vez —respondí con indiferencia mientras agitaba vagamente mi mano.

Noté su detenimiento en las personas bailando, había unos cuantos que estaban bailando entre amigos la música que sonaba, que era bastante tranquila y estaba a un volumen moderado. Aquel detalle me llamó la atención, de una fiesta esperaba reggaetón o trap con gente perreando alrededor, menos mal que no había sido así, ese tipo de cosas me recordaban a mi etapa hormonal y me daba cierto asco. 

— ¿No bailas? —preguntó en murmuro.

—No, no me gusta.

Vi un poco de decepción en su mirada.

—A mí tampoco.

Mentiroso.

Deposité mi mirada en sus ojos casi blanquecinos que puestos en la nada, pensativos y lánguidos, afilados y vastos de pestañas, de rabillo caído y ligeras ojeras denotando cansancio. Su cabello oscuro y sedoso caía en finas cascadas a un lado de su frente, proporcionándole aires desprolijos y rebeldes. Di un suspiro un tanto cansado y me acerqué a él para revolver su pelo.

—Creo que ya te he librado temporalmente de los buitres, Sam —Bajé mi brazo y volví a distanciarme—. Bueno, nos vemos al rato.

No contestó, simplemente me vio con sus ojos ligeramentes abiertos y sus cejas señalando hacia arriba, mientras mantenía entreabiertos sus labios; estaba mínimamente preocupado, ¿de qué? No lo sé, pero me deba ternura notar sus emociones con tanta facilidad. Él era, como la frase cliché, un libro abierto, la diferencia es que la única persona que sabía leer un libro para apreciarlo y valorarlo en este sitio era yo. Sam siempre portaba una máscara de seguridad, pero únicamente en mis ojos esa máscara era transparente.

Apenas me alejé de él unos pasos una persona me arrastró por el brazo a un sitio considerablemente más oscuro que los demás de la casa, era un pequeño pasillo, y me había acorralado contra la pared.

—Dijiste que eran amigos.

Ah, era Florencia. Lo noté por su tono chillón.

—Lo somos —Le sonreí, intentando trasmitirle confianza. Tomé la parte posterior de sus brazos y apreté ligeramente, tratando de apartarla, ya que, ¡estaba a la distancia de una escena de un beso!—. ¿No has visto que estaba rodeado de mujeres hambrientas de hombres guapos? Pues fui a salvarlo con una pequeña actuación.

—Lo abrazaste —respondió enfadada. Dios santo, ¿qué tan escandalosa podía ser esta mujer por un abrazo? 

—Es un abrazo, Florencia —respondí de malas—, si te preocupa que él sienta algo por mí, pues no, ni siquiera lo correspondió.

— ¿No has visto como te mira? —¿Cómo me mira? ¿Con los ojos, no?— Eres hermosa, Katerine, cualquier hombre que esté aunque sea un poco cerca de ti podría caer a tus pies enseguida.

—Lo que llega al corazón no es tu aspecto, Flor, es tu...

—Cállate —me interrumpió de forma brusca. Observé como levantó su mano, preparando un golpe y reaccioné rápido. 

—Mujer, no te puedes poner así por un tío —reprendí con una voz carrasposa al percatarme de su osadía y la empujé desde sus brazos—. Actúas infantil, ¡es sólo un hombre, joder! —Me alejé unos cuantos pasos apresurados aún mirando en su dirección y volteé bruscamente yéndome de aquel pasillo tan angosto volviendo al salón. Ni siquiera me preocupé por esperar una respuesta suya, eso me había sacad completamente de onda.

Observé a todos lados y me topé con la extrañeza reflejada en el rostro de Julia, quien aún permanecía en el sofá junto a Eduardo en la distancia. Caminé a pasos largos entre el gentío hacia los dos y me senté nuevamente de un movimiento violento, haciendo ruido al apoyar mi culo ahí. Estaba enojada, muy enojada, le había ofrecido mi ayuda esa mujer y en lo único en que pensaba era en que yo le robaría a su príncipe azul, ¡¿qué interés tengo yo en Samuel?! Somos vecinos, ¿y qué? Él es lindo, ¿y qué? Tenía un novio que me esperaba en mi casa para cocinar juntos, tenía un novio que siempre me ofrecía consejos cuando yo afrontaba obstáculos, tenía un novio cálido y atento. Él tendrá sus errores, y yo los míos, y en eso nos complementamos, ¿qué otra explicación hay para ello? Nunca lo dejaría. Si alguna habría sentido la mínima atracción por Sam se debería únicamente a mis hormonas, nada más, ¿por qué Florencia insistía con tanta firmeza de alguna chispa entre nosotros?

— ¿Estás bien? ¿Pasó algo? 

Qué pregunta estúpida, Julia.

— ¡No, nada! ¡Estoy perfectamente bien!—Exageré mi sarcasmo alzando los brazos y poniendo una voz aguda eufórica. Ella me observó con un rostro un tanto triste, como si mi respuesta le afectara. Di un prolongado suspiro— Sólo un poco... irritada; nada fuera de lo normal.

— ¿Segura?

—Segura.

Ahora fue ella quien soltó un suspiro. Vi a Eduardo tratando de escuchar y entender desde el lado de Julia, al otro extremo del sofá.

— ¿Qué pasa? —cuestionó el muy chismoso.

—Nada —respondimos al unísono Julia y yo, provocando una mueca de alivio por parte del hombre.

La fiesta transcurrió paulatinamente en un estado monótono y neutral, la música se oía relajante y había algunas personas bebiendo. Toda esa tranquilidad reinó en el salón hasta que, escabulléndose, Andreu llegó a los parlantes y comenzó a teclear algo en su celular. Nadie notó su meticulosa maniobra, excepto yo, quien lo veía con un ceño pronunciado, tratando de averiguar qué estupidez tenía en la cabeza.
Repentinamente Perfect de Ed Sheeran finalizó por la mitad y empezaron a sonar ritmos repetitivos, acompañados de un efecto de slow-mo junto a beats monótonos que sonaban en distintas entonaciones. Una voz grave y distorsionada invadió el salón, junto a otras voces mencionando sus nombres. Efectivamente, era trap.
Noté las muecas confusas grabadas en el rostro de la muchedumbre, que paulatinamente se tornaron en semblantes relajados para luego presentarse eufóricos y extasiados.
Había algunas mujeres de cuerpos agraciados que iniciaron un meneo vergonzoso, pero ligeramente reservado. Aún no agitaban el culo, aún. Movían sus caderas y cinturas al ritmo de la música y alzaban con lentitud sus brazos para levantar su cabello.

Mi fijación en su baile acabó al notar a una que tomaba de la muñeca a Sam.

Vaya.

La sensación que poblaba mi pecho era extraña; vacía.
Él no se notaba muy consciente, el alcohol ya le había afectado. No reaccionaba correctamente, aunque esa mujer básicamente le estaba refregando su culo él ni siquiera se inmutaba, simplemente se quedaba quieto, como si estuviera patidifuso, mientras contemplaba la fricción entre los dos.

Apreté mis puños. Julia notó mi estímulo, sin embargo, no comentó nada al respecto y puso una mueca preocupada.

Me sentí impotente. No eran celos, era enojo. ¿Dónde habían quedado esos ideales tan nobles que él profesaba? ¿Se rendiría con ello simplemente por el placer de tener a una mujer pegada a su entrepierna?

Negué lentamente y aparté la mirada. En ese momento recordé mi odio a las fiestas.
Decidida, me puse de pie.

—Iré a asearme —Le sonreí con mis ojos enchinados a Julia y Eduardo, claramente fingiendo.

Caminé rápidamente hacia el pasillo oscuro donde me había arrastrado Florencia mientras evadía a los agitados invitados que parecían aparecer repentinamente en mi camino.

Bufé. Estaba afligida, un tanto harta y al mismo tiempo decepcionada. Tenía expectativas en esa juntada y resultó en un desastre.

Andreu tenía la habilidad de cagarlo todo. La fiesta era perfecta, pacífica y parecía una reunión de amigos, hasta que tenía que llegar él y poner un mix de música guarra.

¿Culpaba a Andreu de mi enojo?

Si lo pensaba un poco, él no tendría idea de que sucedería eso, no tendría idea de lo mucho que me molestaría que Sam bailara así con una tía.

Luego de avanzar bastante noté que había una puerta en el extenso pasillo abierta y con la luz encendida. Entré rápidamente y efectivamente era el baño. Era un pulcro y blanco baño.

Recargué mis manos en el lavabo y enfrenté mi reflejo.

Me observé y noté las arrugas que se formaban en mi ceño. La costumbre de enojarme estaba afectando un poco mi rostro. Bajo el mismo yacían mis ojos, derretidos en cansancio. Estaba agotada, lo admitía, estudiar y trabajar al mismo tiempo era una agonía inevitable. Mis ojos ámbar lucían apagados, hace mucho que no brillaban.

Ya no era tan hermosa como antes.

Notaba la carga en mi hombros, la podía ver y sentir, principalmente, la podía sufrir.

¿Cómo podía Bruno amar a una mujer tan desgastada como yo? De sólo pensar en que me abandonaría se me enredaba la garganta en un nudo y mi pecho se asfixiaba.

Me senté en el retrete con la tapa cerrada y mi mirada se perdió.

¿Qué podía hacer en una fiesta? No sé manejarme en ellas.

Debía irme. Sí, debía irme.

Salí del baño y a pasos agigantados atravesé el pasillo, entrando nuevamente al salón y moviéndome a través del contorno de la pared me aproximé a la puerta de la casa. Estaba abierta y me apuré en salir, sintiendo el frío azotar mi cuerpo.
Intenté avanzar pero un brazo me detuvo. Me di la vuelta y mi rostro se llenó de desdén.

— ¿Ahora qué? —Me dirigí a Florencia con desprecio. Observándola con asco, lucía apenaba y asustada, como si mi tono le hubiera afectado en algo.

—Kat, necesito tu ayu...

— ¡¿Qué?! ¡¿Pedirás mi ayuda luego de casi haberme golpeado, pedazo de mierda?!

Todo se tornó borroso, mis palabras salieron por reflejo, sin pensar, y ella sólo soltó un jadeo, claramente despavorida. Abrí mis ojos desmesuradamente sorprendida de mis propias palabras, el fastidio e indignación me habían consumido a nivees estratosféricos, simplemente soltaba insultos sin pensarlo dos veces, repleta de enfado.

—Es Sam, Kat, necesito tu ayuda —suplicó con su mirada. Sus ojos se abrían desmesuradamente y sus cejas se fruncían, pero no con enojo. Aún tomaba mi brazo pero su agarre era notablemente ligero.

Mi mente se aclaró al oír el nombre del chico. Suspiré y de un tirón arrebaté mi brazo de su mano.

— ¿Qué... quieres? —Mi mandíbula estaba tensa asimismo hablaba, era obvio que retenía un insulto o grito.

—Llévalo a casa. Está agotado —dijo poniendo una mano en su otro codo, denotando preocupación—. Sólo te pido eso, si pudiera hacerlo yo... lo haría, pero hoy soy anfitriona, no puedo dejar la casa en malas manos.

Suspiré.
No me molestaba llevar a Sam a su casa, estaba literalmente pegada a la mía.

—Acepto —Su cara se alegró considerablemente. Añadí—:, pero me pagas el uber.

Asintió y corrió hacia dentro de la casa.

Apoyé mi peso en una pierna mientras me cruzaba de brazos, aguardando la llegada de Sam y Flor.

Después de unos minutos observé el cuerpo inconsciente del joven siendo cargado desde sus brazos y piernas por Eduardo y Andreu.

—Lo cargan como si fuera un mueble —bromeé con cara seria y oí una risa por parte de Andreu.

— ¿Entendiste el chiste? —le dijo a Eduardo, quien no se reía— O sea, es porque lo estamos llevando por los dos extremos, ¿entendiste si o no?

—Cierra la boca —arremetió Eduardo en un tono rasposo. Ellos no se llevaban demasiado bien, Ed era un hombre reservado y de pocas palabras mientras que Andreu hablaba hasta por los codos, y no decía cosas demasiado interesantes... por no decir estupideces.

El cuerpo —que parecía muerto— estaba apoyado en el césped, mientras esperábamos al vehículo. Finalmente, divisé luces de carro al otro lado de la desolada y oscura carretera. Alcé mi brazo y lo agité, anunciando mi ubicación. Florencia asomó y me tendió un manojo de billetes pequeños, alcé un rostro serio al notar que me había dado cambio.

El auto paró y observé el rostro de horror en el conductor. Eduardo y Andreu lo tiraron violentamente a los asientos de atrás como si fuera una bolsa de papas, lo que me hizo reír un poco.

Me giré a Eduardo.

—Gracias por la ayuda —dije, únicamente a Ed, quien me sonrió sin enseñar sus dientes.

— ¿Qué hay de mí? —Andreu se señaló con su dedo índice.

—Ah, pues también —contesté seca y me metí rápidamente al automóvil, haciéndome espacio en los asientos de atrás.

Observé por el espejo retrovisor la mueca aterrorizada del conductor.

—Tío, es un borracho, no un muerto —me burlé, su cara era muy risible.

Aún así el hombre se mantenía alarmado, quizás el hecho de tener un borracho cerca era lo que le espantaba.
Tomé descuidadamente la cabeza de Sam y la puse sobre mi regazo, de no ser así se podría partir el cuello o algo así considerando el poco espacio en el sitio.
Noté sus ojos cansados, su cabello sumamente revuelto mientras su boca tenía hilos de saliva en las comisuras. Menudo asco.

— ¿Es su novio? —preguntó el conductor. Señor chismoso.

—No, es un conocido —respondí—. Si lo dejaba ahí, considerando lo tonto que es, se habrían aprovechado de él y quizás lo violaran o algo así. Es un tonto importante.

— ¿Por qué lo violarían?

—Porque las chicas se mojan por él, verlo tan indefenso es un afrodisíaco para tan desesperadas almas. No podía dejarlo inconsciente por ahí.

Oí una risa efímera por parte del hombre.

Luego de aquella conversación me dediqué a observar el paisaje nocturno a través de la ventana en el coche. Pasaron unos cuantos minutos hasta que divisé el edificio que había marcado como destino, y también, nuestro hogar..., bueno, no, eso suena raro. Era el edificio donde estaban nuestros departamentos.

Pasé mis mis brazos por debajo de las axilas de Sam y formé un agarre, arrastrándolo fuera del coche, nuevamente me asomé al susodicho y le di el dinero al hombre. El motor rugió y oí las llantas avanzar, para que luego sólo quedara el humo del automóvil que ya se había ido.

Di un suspiro.

Gracias a Dios Samuel era un flacucho y no pesaba gran cosa, pero me herniaba llevarlo, después de todo era una persona y seguía pesando lo suyo. Tras el prolongado recorrido de arrastrar al cuerpo —casi inerte— observé sus prendas y estaban repletas en polvo y mugre. Reí suavemente, realmente parecía muerto.

Al llegar a su departamento busqué entre sus bolsillos las llaves, debo aclarar que estaba plenamente incómoda al hacer eso, especialmente a buscar en los bolsillos de su pantalón. El hedor al alcohol rebosaba de él, aunque se mantuviera la distancia el mismo permanecía siendo perceptible.
Mientras lo revisaba apreté mi nariz con dos dedos cerrando mis fosas nasales intentando no sentir el desagradable olor.
Finalmente, no encontré las llaves.

Le di repetidas cachetadas al muerto y él soltó unos cuantos quejidos y mugidos.
Abrió sus ojos de golpe y pegó un salto, para luego tambalearse y caer nuevamente. Se notaba en lo entrecerrado de sus ojos que estaba exhausto. No tenía demasiado control de su cuerpo, por lo que se sostenía contra la pared.

— ¿Tienes alguna idea de donde están tus llaves, Sam? —Fui al grano.

Él alzó su rostro lentamente y me miró confundido. Guardó silencio así que interpreté que no me había oído o entendido.

—Tus llaves —repetí—, ¿dónde están?

Él me observó unos cuantos segundos y comenzó a palmar su ropa.

—En... mis bolsillos —contestó desconfiado. Golpeó el último bolsillo y, efectivamente, las llaves no estaban ahí. Alzó su vista hacia a mí y noté desasosiego en sus ojos.

— ¿Las... perdiste?

—Creo —dijo asustado y se llevó las manos a la cabeza, sacudiendo su pelo y llevándolo hacia atrás con fuerza—. Debo ir a buscar...

Se levantó de golpe y tambaleó, cayendo hacia delante, me apuré a tomarlo y que no caiga, poniendo con firmeza mis manos en su torso. Bajo mis manos sentía un fuerte galope, quizás era el alcohol, ¿no?
Lentamente lo ayudé a pararse correctamente, aunque le costaba demasiado mantenerse erguido. Nuevamente yacía apoyado en la pared, esta vez con mi ayuda.

—No puedes salir en este estado, Samuel —le regañé—. Además, son las nueve de la noche. Mañana por la mañana vas a casa de Florencia y le pides ayuda, ¿de acuerdo?

Asintió vagamente no del todo convencido, simplemente quería seguirme la corriente.

— ¿Podrías hablar más bajo? —pidió, ciertamente aturdido.

Estaba hablando a un volumen moderado, pero al parecer su dolor de cabeza era inmenso.

—Si no tengo mis llaves... ¿dónde duermo? —Sonaba preocupado y el desasosirgo poblaba sus ojos paulatinamente.

Pensé unos cuantos segundos, para luego observar si estaba bien sostenido y alejarme de él con pasos precavidos.

—Puedes dormir en mi sofá —ofrecí un poco dudosa, él me miró de la misma manera.

Sería incómodo considerando que mi sofá estaba en mi propia habitación, frente a mi cama, pero no podía dejarlo desamparado, le había hecho demasiados favores, pero no me importaba en este momento aquel detalle. 

— ¿Segura?

Su tono fue torpe. Aún seguía adormecido, por lo que hablaba lento y casi balbuceaba.

— ¿Prefieres dormir en este pasillo?

Su rostro se tornó incómodo, quizás imaginaba qué tan duro sería el suelo.

Suspiré y pasé mi mano por el interior de mi bolso pequeño, buscando con el tacto las llaves. Luego de unos cuantos segundos sentí la frialdad metálica, por lo que tomé el objeto y lo alcé, aproximándolo a la cerradura y dando una vuelta. Abrí la puerta sin vacilar y dirigí mi mirada a Sam.

—Entra antes de que me arrepienta.

Él obedeció y caminó apoyado en la pared, para luego tomar con una mano el umbral y balancearse con él, al fin entrando. Inspeccionó la casa, le dio un vistazo a las paredes cafés y al suelo de tablas de madera, algunas zonas estaban un poco amohosadas, pero realmente no me importaba.

— ¿Quieres comer algo? —Encendí ambas luces, iluminando el sitio.

Negó con su cabeza.

Di un largo suspiro al notar que no avanzaba, por lo que pasé su brazo por detrás de mis hombros, de lo contrario tiraría algo con sus tropiezos.

—Sólo me das problemas, Sam —dije con un tinte de enfado.

Comencé a caminar lentamente a su ritmo, tratando de sincronizar los movimientos de ambos.

—No te pedí que me trajeras.

Le di un codazo en la costilla, él me respondió con un mugido.

 Abrí la puerta de mi cuarto y entramos en él, ambos caminando cual zombies. Lo derribé en el sofá y él me miró con enfado gracias a mi brusquedad.

—Lo siento, princesa —me burlé con una sonrisa fingida, para luego darme la vuelta y cerrar la puerta detrás de mí al salir del cuarto.

Estaba cocinando algo para mí después de haberle llevado un cubo con agua a Sam para que «expulse» su vómito, en caso de que me ensucie la alfombra rápidamente lo degollaría sin vacilar. Luego de cenar regresé a mi cuarto, encontrando a Sam cubierto con mis sábanas y con los ojos bien abiertos. Reí levemente y tratando de no ser muy ruidosa.

—Creí que estabas dormido —Caminé hacia mi cama y me senté en ella, para luego subir mis piernas y finalmente recostarme.

—El olor a paella me despertó.

— ¿Tienes hambre?

—Sí.

—Pues hazte la comida —repliqué dando una vuelta en la cama. Alcé mis piernas un poco y atrapé la manta, alzándola a mi cuerpo, caléntandome paulatinamente.

Oí que bufó.

El silencio reinó unos cuantos minutos, ya comenzaba a sentirme adormecida por lo que agradecía plenamente despreocuparme de responder a Sam.

Suspiré y una idea loca se me pasó por la cabeza. Tenía curiosidad, ésta me mataba. 

—Sam.

— ¿Qué? —contestó con desdén.

Tragué saliva, dudosa de soltar lo siguiente.

—¿Por qué has ido a la fiesta? —pregunté en murmuro, cubriendo la mitad de mi rostro con la manta, como si éste lograra verme. Fijaba mi vista en la pared, esperando ansiosa por su respuesta, la cual no llegaba. Añadí—: Me han dicho que nunca vas.

Estoy segura de que divagó entre contestarme o no,  desconocía de la razón.

Soltó un suspiro.

—Quería verte.

Abrí mis ojos con sorpresa, sin embargo mantuve el silencio, aguardando por que prosiguiera.

—Hace mucho que no sales al balcón —añadí casi mascullando. Hablaba muy bajo, como si se avergonzara—... y oí que estarías ahí.

Una diminuta sonrisa se mostró en mi semblante. Estaba un poco feliz de que Sam apreciara mi presencia, creía que yo le era molesta. Al parecer él oyó el sonido de mis labios al formar una sonrisa, por lo que dijo:

— ¿Qué te hace sonreír?

—Tú —respondí sin rodeos, cubriendo enteramente mi cara con la sábana.

Deseaba ver su mueca en ese instante. ¿Estaba indiferente?, ¿avergonzado? ¿o feliz? Quizás la primera.

Suspiró con pesadez y oí como se dió la vuelta en el sofá.

—Buenas noches.

No le contesté y simplemente apagué la lámpara de la mesa de luz, para luego tratar de acomodarme en la cama. Cerré mis ojos fuertemente, tratando de conciliar el sueño, la cercanía de Sam simplemente me inquietaba, no podía moverme con naturalidad y ciertamente me preocupaba llegar a roncar a la hora de dormir.

Mis intentos cesaron al sentir la vibración constante de mi celular debajo de mi almohada. Rápidamente abrí mis ojo y saqué con brusquedad el móvil de aquel sitio al percatarme de la constancia que denotaban a las notificaciones.

La pantalla se encendió automáticamente al recibir una llamada instantáneamente tomé el celular en mi mano. Bruno.

Me levanté repentinamente y salí del cuarto dando pisotones acelerados. Cerré la puerta de un azote rápido, pudiendo atender ulteriormente.

—Bruno —saludé apenas inició la llamada.

Estaba sudando frío. No esperaba que llamara a medianoche, y si lo hacía de forma tan repentina sólo podía significar una cosa.

Sabía que estaba pasando. Siempre pasaba. Nada además de aquello podría hacerlo llamar en este horario. Tragué fuertemente saliva, rogando por que no sea eso, sin embargo, mi aliento fue arrebatado con sus siguientes palabras.

—Kat, te... necesito.


______________________

Nah, ¿qué te pasa, Bruno?

Nuevo capítulo rico, así es. Esta vez con 4300 palabras, mi gente. Cuanta más atención tenga Sollozo a Medianoche habrá más capítulos con esta longitud o más.


¿Qué creen que le pasa a Bruno?


Si ustedes fueran Katerine, ¿se quedarían con Sam a cuidarlo de su borrachera o irían corriendo a ver qué le pasa a Bruno? Díganme lo que harían, guapas y guapos.



¡Hasta la próximaaaaa!

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