48 - Amarillo
uwu
Nunca he sido un adolescente con las hormonas muy alborotadas. Si bien tuve uno que otro lío emocional que me da pena recordar, al menos no soy el clásico crío que se mata a pajas.
De hecho, tengo experiencias traumáticas con el tema de frotar el palo. Como la vez que mi padre me descubrió realizando el ritual maligno y me llevó a la mesa, contándome durante la cena sobre casos de ceguera en pajilleros compulsivos. Esa fue la segunda charla más incómoda que he tenido con mi familia. El primer puesto lo ostenta Estanislao, con su conmovedor discurso de cómo debo evitar el uso de la pornografía para «cubrir mis necesidades». Según él, la susodicha industria no tiene buena fama en cuanto a buen trato hacia el personal femenino, por lo que, sin importar el momento, debo recurrir a mi imaginación a la hora de jalar el ganso... Él siempre ha sido buena persona.
De todas formas, la paja no es mi forma favorita de entretenerme y elijo otros caminos un poco más creativos. Aunque, bueno, siguiendo las instrucciones de mi hermano la masturbación se convierte en un extraño proceso para favorecer a la imaginación.
A pesar de mencionar todo lo anterior, mis hormonas han estado un tanto rebeldes tras la madrugada del lunes. No importa que esté en el trabajo, si veo a Katerine, no tardo más de un segundo en tener pintados todos los colores en mi cara.
Si estoy intentando dormir, me convierto en la Cosa con sólo pensar en eso, lo cual contradice mi desagrado eterno a los Cuatro Fantásticos. Lo admito, soy más de DC, Jason Todd y su diseño como Red Hood me puede. Una lástima las películas. Pero aquí no hablo de cómics. Hablo de cómo no puedo controlar mis impulsos más cavernícolas, que se despiertan gracias a una maldita tía unos cuantos años mayor que yo. Me siento como si volviera a tener catorce, edad en la que tenía un raro fetiche por mujeres mayores.
La única distracción de mis pensamientos hormonales que tengo mientras estoy en casa son las constantes llamadas de Eleonora a Estanislao para corroborar los arreglos sobre el 23 de mayo. Lao no necesita preguntarme para saber que los colores que quiero presentes son el azul o celeste, junto al gris y blanco. Mi hermano me conoce bien y sería una falta de respeto entre hermanos que me pregunte los colores que prefiero. Nos llevamos bien en todo, excepto cuando Estanislao se queja de su terrible suerte, porque, según él: «la genética me favoreció a mí y no quedó atractivo para él». Le diría que está en lo cierto, pero no quiero lastimar su autoestima.
Sin embargo, en Délicatesse, no hay distracciones para ese tema. En Délicatesse, Katerine es la distracción.
Cuando tengo mi mirada en su cabello recogido y bien peinado, en mi cabeza sólo cabe la imagen de cómo éste estaba desparramado en la cama noches atrás. Si llevaba mis ojos a su rostro, recordaba la forma en que rogaba por más cuando estaba sobre ella. Bajé mi vista por su cuerpo, recordando las marcas en sus senos. Y... cuando descendí hasta sus caderas...
Joder.
El recuerdo de sus bragas, mojadas, y completamente pegadas a su piel me golpeó como una maceta que cae de lo alto de un edificio. No hay comparación que vaya más acorde. ¡Me cayó una maceta! Pero estoy muy duro para que me parta el cráneo.
Ante los nervios pensé en las clases de Religión del colegio de monjas con tal de distraerme de esos pensamientos, y no me queda más opción que recordar las oraciones: «Padre nuestro, que estás en los Cielos, santificado sea tu coño...», creo que eso no iba. Estoy verdaderamente mal.
Intenté hacer maniobras con la bandeja para que se me note el bulto de hormonas, aunque sé que aunque me esfuerce en ocultarlo, eso no va a pasar.
Cuando enfrenté a uno de los clientes, vi que era una chica que tendría mi edad o quizás un año más. Me miró de arriba abajo y..., momento... Me miró de arriba abajo. Me... miró... de arriba... abajo. Abajo.
Fingí que no me di cuenta, pero cuando la chica abrió sus ojos desmesuradamente al verme a la cara, temblé. Temblé de miedo.
—¡¡¿Eres el chico del cover de Do I Wanna Know?!! —chilló desprendiendo brillos de emoción—. ¡El de Instagram! Te—te... te llamas Sam d'Aramitz, ¡¿no?!
Mi consciencia se quebró. Ya lo veía en Twitter:
HOY HE VISTO A SAM D'ARAMITZ EN UN RESTAURANTE DE ZARAGOZAAAAAAAA EN LA CALLE FRANCISCO DE VITORIA AAAAAAAAAAAAAAAAA. Y LA TENÍA ****P A R A D A**** . #Samdamitzduro #samhazmeunhijo #teamodaramitz
Tragué saliva con fuerza. El entorno que aparece en mis ojos es el museo de los influencers cancelados. Sólo me quedó una opción:
—¿Quién es Sam Dearami? —Fruncí mi ceño.
La chica estuvo a punto de ceder, hasta sus oídos y los míos escucharon:
—Sos vos, capo, pronunció mal tu apellido.
Me di la vuelta lentamente como si un mecanismo estuviera n mi cuello. Qué suerte de mierda tengo para que Ignacio estuviera al lado.
Apreté mi mandíbula. Estaba decidido a ocultarle su termo a la hora del descanso. Si no recibe su dosis de mate, Ignacio entra en un estado de crisis que se igualaría al que tuve en ese momento.
En ese instante deseé fervientemente sacar un mostacho de mi bolsillo para poder pasar desapercibido, pero los ojos llenos de ilusión de la muchacha me tenían escaneado entero.
Al final suspiré mentalmente y dije:
—¿Puedo tomarle su orden? —Fingí mi mejor sonrisa, aunque parecía que tenía dos mecanismos en cada mejilla que me estiraban las comisuras.
La chica asintió repetidas veces.
—¡¿P-puedo tomarnos una foto también?!
Dudé por un momento, pero al final de todo acepté. Miró la foto en su galería con una sonrisa del mismo tamaño de su frente y se volteó para hablarme.
—¡¡Graciaass!! ¡¡Te amo!! —chilló de forma aguda.
Miré alrededor y me di cuenta de que el alboroto que la chica estaba haciendo desagradó a los presentes. La bronca que me van a echar por esto...
Tomé su orden y le sugerí que baje la voz. Afortunadamente, controló sus decibeles tras aclararle eso.
Cuando terminé con mis tareas y llegó mi preciado descanso, me estiré sobre la silla en la sala. Miré, desde mi cómoda posición, la desesperación de Ignacio.
—¡Me afanaron el termo! —exclamó con las venas queriendo salir de su cuello.
Llevé la taza con chocolatada a mi boca para ocultar mi sonrisa. Una cosa que he notado en Ignacio es que apenas usa su lunfardo, pero cuando entra en una situación crítica le sale el espíritu de los insultos.
Ed lo estaba ayudando a buscarlo, hasta que miró profundamente en un mueble y analizó con firmeza las superficies. Movió un florero luego de echar un jadeo de sorpresa y sacó del fondo de la superficie más alta el recipiente rojo y blanco con la insignia de algún equipo de fútbol. A veces me preocupa lo cercano que es Ignacio al estereotipo argentino.
—Aquí estaba, Nacho —soltó Eduardo, señalando el lugar con su barbilla—. No podías verlo porque eres un enano.
Sí, me aproveché de la importante diferencia de altura entre Ignacio y yo para esconder el termo.
—Cuidá lo que decís —amenazó con su dedo índice y tomó el termo desde el asa, volviendo a la mesa para preparar su bebida. Alzó sus ojos a mí y luego observó a Andreu—. Creo que alguien tiene un problema conmigo.
Dispersé mi atención de Ignacio cuando mi móvil vibró sobre la mesa y abrí mi chat con Katerine. Leí su mensaje:
«Se te ha caído la bolsa».
Fruncí mi ceño.
«Qué bolsa?»
Bajo su nombre me apareció la indicación que estaba escribiendo.
«La bolsa que te encubre, basura».
Solté una carcajada. Creo que así no era la frase.
«¿Ahora qué hice?».
Rápidamente respondió: «nada, solo que lo leí recién y quería usarlo en alguien owo». No puedo enojarme con ella.
—¿Quién es el más alto? —preguntó Ignacio, sacándome de mi inmersión.
—Sam —contestó Andreu, sin quitar los ojos de su móvil, en el que tecleaba con destreza.
Miré de reojo a Nacho, estaba considerando la posibilidad.
—Nah, no fue él. Es tranquilo —contestó de inmediato. Recorrió a todos los presentes con los ojos, como si tuviera un informe de cada uno en su cabeza—. Ed, ¿cómo sabías que el termo estaba ahí?
Eduardo es el segundo en encabezar la lista de altura, no por mucho. Quizás yo le adelante en dos centímetros, la gran diferencia reside en nuestra edad.
El barbudo le dio un gesto de escándalo a su amigo, como si hubiera dicho un conjuro satánico. Sí, Ed se comió la bronca de Ignacio en mi lugar. No me importó mucho de todas formas.
Volví a tomar mi móvil y contemplé un desierto —también conocido como mi chat con Rocío— con una mueca ofuscada. Los últimos días mi atención fue dividida en dos partes iguales para Katerine y Rocío, normalmente suele haber un 70% dirigido a la primera, pero las cosas cambiaron tras la rara charla que tuve con la rubia.
Mis principales sospechas apuntaban a Ferre. No había que ser demasiado inteligente para percatarse de que su relación no era una romántica, y, por lo que Rocío soltó el sábado pasado, me di cuenta que lo más similar a su vínculo era el de una prostituta y un cliente regular. Me apenaba pensar en eso, pero era la realidad.
Mordí el interior de mi mejilla. ¿Por qué hacía eso?
La barra de notificaciones mostró un nuevo mensaje, era de Eleonora, probablemente preguntando algo para la fiesta del 23: «¿Queen o AC/DC?».
«Queen», respondí.
«Hecho».
Mi graduación fue el lunes. El primero de la clase lloró, los profesores dieron un discurso soso y el director explicó lo difícil que será nuestra vida luego del bachillerato, y que le debemos su buena educación porque... bla, bla, bla. Incluso mi padre borracho daría un mejor discurso que ese.
Como Lao y yo ya teníamos en mente que mi graduación sería una de las peores cosas en el mundo, preferimos pedirle a Nora su departamento kilométrico. ¿Cómo es que su familia tiene tanto dinero? Mi hermano y yo tenemos la teoría de que son narcotraficantes, y Estanislao insiste tanto en la broma que a veces pienso que se lo ha creído.
He invitado a antiguos compañeros de clase —mis amigos de Paintball—, uno que otro tipo de mi clase, a Rocío —la cual aclaró que llevará a Jade, y me aterra un poco—, amigos de mi hermano, algunos familiares, y por último: a una chica guapa, quien me deja acurrucarme con ella en la noche, y que visita mi departamento cuando le digo que me siento solo. Hablando de ella, es raro que no me invite al depósito o callejón para «socializar», dicho como eufemismo.
Como si mi pensamiento hubiera viajado a su cabeza, a mi móvil llegó una invitación. Me levanté de la silla y salí de la sala, dirigiéndome al callejón trasero de Délicatesse, al poco tiempo oí la puerta y volteé.
Me escrutó con los ojos tranquilos y le enseñé una sonrisa, a la cual respondió con un suave gesto.
—Parece que te dieron algo de atención esta mañana.
Arqueé una ceja, confundido por su tono con algo de mezquindad.
—¿Estás celosa? —inquirí.
Soltó un largo «pfft» y llevó sus ojos a los míos con una mueca extraña.
—Nah —replicó, evadiendo el contacto visual—. Mientras no intenten agarrarte el culo todo está bien.
—¿Por qué alguien haría eso?
—No sé, Sam, la gente es rara.
Solté una risa corta, me da gracia verla enfurruñada.
Di unos pasos hacia ella simplemente para abrazarla, pero me evadió. Estreché el espacio entre mis cejas, nuevamente confuso.
—¿Qué sucede?
—Mejor alejémonos un poco.
Probablemente mi cara era un signo de interrogación. Rápidamente se explicó:
—No tengo ganas de que Andreu o algún otro estúpido salga por esa puerta y nos vea en plan cariñitos para que luego lo grite y todos sepan que estamos enrollados —comentó con cierto agobio.
¿Qué es lo que le pasa?
—Nosotros no tenemos un rollito, Kate —mencioné, con tristeza.
—Lo sé, pero a primera vista parece un rollito.
Auch.
—¿Por qué parece un...?
—No lo sé. Sólo tengamos distancia de Délicatesse al hacer esto, ¿vale?
Seguí a Katerine a un sitio más apartado y ella echó un suspiro al ver al cielo. Parecía agotada.
—¿Te encuentras bien? —murmuré, ladeando mi cabeza para verla.
Ella se apoyó en mi hombro, o al menos en el lateral de mi brazo y exhaló profundamente.
—Sólo un poco cansada.
Movió su rostro hacia arriba, dejándome ver sus bonitos ojos amarronados. Mas sentí un mal sabor de boca cuando noté el tono rojizo que los rodeaba y la forma en que los entrecerraba, con pocas energías.
—Tus ojos... están rojos —susurré con la voz dolida.
Los cerró y sentí su brazo rodearme con suavidad.
—Ujum —asintió con un sonido.
Me sentí impotente. Probablemente estuvo llorando, y yo no pude hacer nada. Podría haber estado ahí para ayudarla.
—¿Hay algo de que quieras hablar?
Volvió a negar con un sonido.
—Luego de tanto estrés en Délicatesse sólo quiero silencio —habló con calma. Abrió sus ojos y me observó entre sus pestañas—, y quizás un poco de tus besos.
Le mostré una sonrisa cerrada y me giré en su dirección. Por primera vez en la conversación, sonrió al besarle una comisura de sus labios. Sentí su mano tomar la mía y finalmente nos besamos, sin premura, con cariño y suavidad.
Sin que me dé cuenta, sus manos escalaron por mi cintura, espalda y luego permaneció acariciando mi cabello con sus dedos y con su otra mano me aferraba a ella desde el cuello.
Exhaló profundamente contra mi rostro. Me estremecí al separarnos y mis manos temblaron de inquietud cuando su lengua lamió mi labio inferior, para luego morderlo suavemente.
Jadeó, entrelazando nuestras respiraciones calmas aunque ansiosas. Sus ojos recorrieron mi rostro entero, que rápidamente subió su temperatura. Tras estudiarme, Katerine se aferró a mí en un abrazo holgado. Creo que esa no fue una buena decisión de su parte.
Las orejas me ardieron aún más cuando mi jodida erección se aplastó contra su cuerpo. Mierda.
Katerine se apartó de mí con el ceño fruncido.
—¿Acabas de tener una erección con un beso?
Asentí lentamente y me contuve de decir: «esta mañana también tuve una al mirarte», pero, no quiero sonar como un enfermo.
Exhaló como una risa y puso una mueca divertida, acariciando mi cabello suavemente, asimismo me escrutaba con sus tranquilos ojos miel.
—Lo siento —solté.
¿Por qué no nací antes? De esa forma podría salir con Katerine sin ser un adolescente con hormonas hechas un desastre.
—Está bien, Sam, no hay razón para que te disculpes —murmuró—. Si te disculpas por tener una erección, entonces déjame disculparme por que seas protagonista de todos mis sueños húmedos.
¿Cómo puede decir cosas así con esa tranquilidad?
—Oh..., creo que no debería haber admitido eso —comentó con una voz cansada—. Tengo sueño, cuando tengo sueño digo cosas raras, ¿me perdonas eso?
La situación era rara. En palabras básicas tenía a Katerine —también conocida como la chica que tiene una extraña fijación por sentarse en mi regazo y dominarme de vez en cuando— con los ojos a punto de pegarse, gracias a todo el cansancio con el que cargaba, disculpándose por haberme hablado de que tiene sueños húmedos conmigo.
Permanecí en silencio, hasta que solté:
—¿Son buenos?
—¿Los... sueños?
Asentí con mi cabeza.
Soltó una risa entre dientes y perdió sus ojos en mi boca, aunque luego me observó fijamente, analizando la expresión de mi mirada.
—¿Quieres que te cuente, pervertido? —Sus yemas bajaron mi cuello, acariciando mi piel y erizándola.
Quedé silenciado por su pregunta. No quería romper la tensión fluyendo en el aire con un seco «no», pero tampoco deseaba que malinterprete un «sí» por mi parte.
Entornó su mirada y me enseñó una perezosa sonrisa.
—¿Lo quieres, verdad? —casi suspiró sus palabras. Las puntas de sus dedos trazaron un camino por mi cuello, hasta deslizarlos a mi mandíbula y acariciar un lateral de mi rostro—. Sólo debes admitirlo.
Mi pulso jugaba una carrera con mi respiración, ambos agitados por su velocidad torpe. Sus ojos, a pesar del cansancio, me revelaron un brillo lascivo, estudiando mi expresión con tal de descifrarme.
Katerine es una mujer impresionante. Preciosa y con una belleza única y poco convencional. Con cada día que pasaba sentía cómo mi atracción por ella aumentaba de manera exponencial. Que me pida eso sólo logra ponerme a mil.
—Lo admito —murmuré con un color de inseguridad.
Su rostro me mostró sorpresa, pero tras aquello volvió a su estado relajado, perezoso y juguetón.
—¿Ves ese banco de allí? —Señaló con su barbilla hacia un lugar más profundo del callejón, justo en el metálico asiento—. Siéntate en él.
Me encaminé hasta él y obedecí.
Ella permaneció en su sitio, observando mis movimientos con sus brazos cruzados.
—Ahora... cierra tus ojos.
—¿Qué?, ¿por qué?
—Sólo hazlo —insistió—. No los abras hasta que yo te lo diga.
El bulto en mis pantalones aumentó y el apriete de mi pene contra mi ropa me incomodó de forma horrible. Me encanta que me exija, lástima las consecuencias que trae a mi cuerpo.
Cerré mis ojos y el silencio consumió mi calma. Rápidamente comencé a sentirme nervioso. Estaba en un callejón, duro, y con una mujer que me deja muy mal... jugando a un juego que aún no he comprendido.
El eco de sus pasos hizo que mi estómago se encogiera. Lentos, pausados y tan silenciosos como el roce de una pluma, pero, su importancia provocaba cosquilleos en mí.
El sonido escaló en crescendo y se detuvo. Enfrentaba la oscuridad, pero sabía muy bien que Katerine Greco estaba frente a mí, observándome como un depredador a su presa.
A mi lado hubo un sonido seco y corto. Se había sentado.
—Es de noche, puedo notarlo por los grillos y por la poca luz exterior que entra a mi baño.
Un escalofrío bajó por mi columna. Me murmuró al oído. Sólo hizo eso, pero su voz suave acariciando mi oreja es lo único que necesito para que mi estómago se contraiga y mi sangre se vuelva loca.
—Estoy desnuda, en la tina, sintiendo tu cuerpo detrás mío. —Su mano hizo un recorrido en mi espalda, dándome un leve respingo—. Puede que hayamos terminado de tener sexo y decidimos bañarnos.
Mi cuerpo se entumece y deja de responder al sentir una de sus manos en mi abdomen. No puedo evitar imaginar la situación. Sus pechos se muestran ante mí, junto a sus preciosas piernas, mi mirada pasea por su cuerpo y halla su intimidad. Mi erección está contra su cuerpo, tan dura como una piedra.
Su mano bajó de mi abdomen a mi muslo y lo imaginé, nuevamente. Hace unos cuantos días Katerine y yo no hemos tenido un acercamiento como éste, por lo que los nervios me consumen, junto a mi creciente excitación.
—No sucede nada realmente, sólo es la paz y la calidez del agua. —Ascendió su caricia por mi muslo y rozó mi erección. Sólo fue un roce, pero eso sólo me hace palpitar, no precisamente el corazón—. Es tu turno de enjabonarme. No espero demasiado, pero cuando tus manos terminan con mi abdomen, hacen un camino de jabón a mis senos. Jadeo por tu caricia.
Lo que antes fue un roce, se convirtió en una suave caricia sobre mi pene.
—Qué duro estás —comentó, y no comprendí si su frase perteneció a su relato o sólo fue un arrebato del momento—. Me tocas los pezones y susurro tu nombre. Una de tus manos baja y me pides permiso con besos en mi cuello. Sólo puedo pedirte que me toques. Quiero que me masturbes.
No contuve un gutural sonido cuando se sentó sobre mí, y llevó su lengua a mi cuello. Volví a imaginar la situación. En mi mente se reflejó la imagen de mi mano bajando a su clítoris, tocando ese bultito como le gusta a ella: en círculos y con intensidad.
—Cuando tocas mi clítoris suelto un gemido. Mi coño empieza a palpitar por ti e imagino tu polla deslizándose dentro mío. Te deseo. —Su voz sonó quebrada contra mi cuello—. Metes tus dedos. No me basta con uno. Ni dos, sino tres. Me golpeas en el fondo con lentitud. No puedo parar de retorcerme y abro mis piernas para ti. Quiero más, y sé que tú me lo puedes dar.
Meto mis dedos en ella una y otra vez. Le chupo el cuello, pero luego me concentro en mis movimientos en su pezón izquierdo.
Solté un jadeo cuando Katerine bajó la cremallera de mi pantalón, arrebatando mi mente de mis fantasías. En ese instante los nervios me comieron.
—Kate, ¿qué es lo que harás? —logré decir.
Dio una húmeda lamida a mi cuello y luego sopló.
—No quiero hacerlo aquí —declaré.
No pude abrir mis ojos. Sabía que si me atrevía a hacerlo, Kate pararía.
—No lo haremos aquí —aclaró, con su voz dulce—. Pero cuando te quite esta torpe virginidad tuya..., quiero follarte en todos los sitios.
Mordí mi labio inferior. Carajo.
Su mano terminó con mi cremallera y frotó mi erección sobre la ropa interior.
—Tu erección me roza la espalda. Estás jodidamente duro —susurra—. Me siento tan vacía... No me interesan tus dedos. Quiero tu pene, hasta el fondo. Me doy la vuelta sobre la tina y te arrastro fuera de ella. Estamos mojados y hemos vuelto a la cama. Estás derribado sobre el colchón.
Su mano entró bajo mi bóxer y marcó caricias en mi glande, provocando una serie de cosquilleos por mi cuerpo.
La imaginé sobre mí, con las gotas de agua fluyendo por su cuerpo desnudo, expuesto para mis ojos.
—Mi coño empapado pasa por la punta de tu miembro, tentándote. Hasta que te hundo en mí. Suelto un grito al cabalgarte de forma violenta.
Rodeó mi miembro y lo sacó de mi ropa interior, hasta soltar un sonido bajo de sorpresa al verlo. No supe cómo sentirme frente a eso.
Detuvo sus caricias y me confundí.
—¿Qué sucede?
No la sentí cerca de mí.
Abrí mis ojos y la noté de pie frente a mí. Con nervios, me dijo:
—Terminó el descanso.
Fruncí mi ceño. ¿El tiempo pasó tan rápido?
—¿Me dejarás así?
Así: con el pene duro —molestando a más no poder—, la ropa desordenada, el corazón con la velocidad de un maldito Fórmula 1, y despeinado.
—El trabajo es el trabajo —replicó en un tono burlón.
Es una cabrona.
—¡Kate! —la llamé al notar que comenzó a caminar rápido, lejos de mí.
Al terminar de acomodar mi ropa, ya la había perdido de vista y probablemente estuviera dentro de Délicatesse.
Saqué mi móvil de mi bolsillo y revisé la hora. Ni siquiera era el final del descanso. Me llegó un nuevo mensaje y lo revisé. Era un sticker de una caca sacando la lengua... ¿Qué haré con ella?
Miré hacia el ventanal de Eleonora. Qué piso hermoso que tiene la narco.
Los anaranjados rayos de sol que pretendía esconderse en el horizonte se filtraban por el vidrio e iluminaba la primera planta. Era una arquitectura moderna y un tanto alienígena para mi comprender de persona que tiene como principal problema pagar las tarifas. A estas alturas no entiendo si Lao está con ella por dinero o por amor.
Escuché el leve sonido de la aspiradora robot tanteando el suelo de tablas de madera caoba y bordeando los gigantescos y pulcros muebles.
Pero hoy no le estaba dando demasiada importancia al piso de Eleonora, sino a Katerine, quien prácticamente me obligó —con su puñetera provocación— a pasarme por el baño de Délicatesse para hacer algo que me disgustó completamente. Me pregunto si sentir tristeza luego de la paja es normal.
—Sam, ¿estás aquí? —habló Nora.
Volteé a verla y sostenía dos tonos diferentes de azul en globos.
—¿Cuál crees que deberíamos usar en las letras? —preguntó. Alzó uno y dijo—: ¿El azul marino o... azul cielo?
—Azul es azul.
Ambos se miraron con cansancio.
—Sería mejor usar el más claro —ofreció mi hermano.
—Azul cielo —corrigió ella.
—Azul es azul —repitió Lao, con el ceño fruncido y en una postura firme—. El izil cili —se burló— hará más fácil leer las letras en la oscuridad.
—Podría instalar luces led en la parte de atrás para que llame la atención —añadió con una sonrisa—. Lo ordenaré para mañana.
Nora sacó su móvil y comenzó a teclear algo frenéticamente. Estanislao y yo preferimos darnos un paseo por la casa, buscando alguna otra oportunidad de decoración.
—¿Te gustan estos manteles? —preguntó él, enseñándome los manteles que Nora compró días atrás.
Los observé. Tenían un cuadriculado celeste y blanco, en uno predominaba el primer color, pero en el otro mantel era al revés.
Asentí con mi cabeza. Realmente me dan igual los manteles.
Repentinamente mi móvil comenzó a sonar y me marché a otra habitación para poder atender la llamada. Desactivé la cámara rápido, pero Katerine la tenía activada. Me estaba mostrando... ¿ropa?
—Kate, ¿qué estás...?
—Te estoy pidiendo que me ayudes a elegir.
—Puedes hacerlo tú sola.
—Pero si voy a las fiesta contigo como pareja, mi vestido debe combinar con tu traje, ¿no? —comentó moviendo su mano frente a la cámara.
—¿Por qué?
—Because it is for the aesthetic of you and me, darling.
—Pronuncias terrible.
—Soy española, le digo onda vital al Kame Hame Ha, ¿qué esperas?
—¿Aún le dices onda vital?
Se quedó callada.
—¿Qué colores usarás? —cambió de tema.
—Negro y cian.
—¿Predominante...?
—El negro.
—Te vas a ver genial en esos colores —comentó con dulzura—. Una lástima que haya tomado vestidos ¡rojos! —Su mano hizo un gesto agresivo.
Fue a los expositores de la tienda y me enseñó los vestidos, yendo a una sección de tonos oscuros, junto a otra de tonos marinos.
Enfocó uno que dejaba los hombros al descubierto, era corto y parecía incómodo, pero era muy bonito. Al menos así se veía en el maniquí.
—¿Qué tal éste?
—Si usas ese vestido probablemente mis amigos estén detrás de ti toda la noche.
—Eww —soltó con asco. Caminó hacia el lado trasero del maniquí e hizo zoom en la cremallera de la espalda—. Pero te será fácil quitármelo.
—Estoy enojado contigo, mejor no digas cosas así.
—Mmm, así que estás enojado... ¿acaso querías correrte en un callejón?
—Katerine, estás en una tienda, ten más cuidado con lo que dices.
—Que diga cualquier cosa dice.
Puse mis ojos en blanco, fastidiado.
Echó un suspiro y enfocó otro vestido. Era uno que podría llegarle hasta las rodillas y era ajustado al cuerpo, se quedó callada por unos segundos y pasó de él. Finalmente pasó a los tonos negruzcos y caminó cerca de uno de espalda abierta, unido por una equis fina en la zona de atrás. No era ni muy largo, ni excesivamente corto y se ajustaba al cuerpo de una forma sutil, por lo que sería cómodo. El color era completamente liso.
—El anterior —señalé y Katerine paró de caminar, volviendo a enfocar el bonito vestido negro.
—¿Tienes un fetiche con las espaldas?
Solté una risa y me acomodé mejor en la encimera.
—¿Qué opinas?, ¿llevarás ese?
—Si me queda bien... sí, si no es así, usaré el celeste de antes.
—Vale —acepté. Eché mi cabeza hacia un lado e inconscientemente llevé mi mano a mi nuca, con incomodidad—. ¿Puedo ir a tu piso esta noche?
—No —soltó rápidamente—. Tengo tanto sueño que apenas termine de comprar un vestido me iré a mi cama a dormir hasta quién sabe cuándo.
—Vale, vale —volví a aceptar—. Estaré en casa de mi cuñada toda esta tarde, probablemente. Mi hermano y ella no pueden hacer nada sin que esté al lado —hablé agobiado.
—Entonces esto es un adiós —asumió—. Buena suerte con los arreglos.
Me despedí y corté la llamada, cuando regresé a la sala, Eleonora estaba revisando algo en su laptop y Estanislao comentaba detrás de ella.
—Habrá pastel —afirmó mi hermano—. El problema es el decorado, junto a los demás aperitivos. ¿Qué tal si ponemos muffins?
—¿De dónde estás sacando dinero para esto, Lao? —inquirí, con el ceño fruncido.
¿Mi hermano también es un narco? Oh, no, yo también me he creído la broma...
—Eleonora ha puesto su parte, yo pongo ahorros, papá y mamá nos han dado dinero, el novio de mamá también ha puesto lo suyo, ah, y unos primos también —enumeró levantando sus dedos con cada aludido—. De todas formas, no es una fiesta tan grande como la fue la de tu cumpleaños y tenemos la mayoría de cosas, así que no es un gasto demasiado costosa. Tú tranquilo, los adultos nos encargamos.
—Soy literalmente un adulto.
—No mentalmente.
Nora jugaba pingpong con sus ojos cada vez que uno de nosotros abría la boca para decir algo en contra del otro.
—¿Podéis callaros un rato? —dijo, con cansancio en su mirada—. Sam, sé que te preocupa el dinero, pero sinceramente no es la gran cosa.
Los dos nos quedamos callados. Ambos le tenemos mucho respeto a Eleonora, así que nos cierra la boca con facilidad.
—Bueno, ya que estáis callados —prosiguió—. Es la hora de la verdad: ¿muffin con relleno o sin relleno?
La expresión seria de mi cuñada le sacó una sonrisa tonta a mi hermano.
—Con relleno —respondí de inmediato.
—Con relleno será.
Cuando vi los muffins en una bandeja en una de las mesas dispersas por la sala, no me pude sentir mejor por elegirlos con relleno. Sé que comer muffin de chocolate relleno con dulce de leche es algo excesivo, pero ¡qué bien sabe!
—Sam, quita las manos de los postres ¡ya! —exigió Nora dándole cachetadas al dorso de mi mano.
Cubrí mi mano en defensa, mirándola con asco. Pero bien sé que quien la mire lo que menos sentirá es asco. Estaba impresionante con sus tacos de aguja, junto a un vestido negro y largo abierto por el muslo hasta el final, junto a un cuello de tortura, sin mangas.
Me alejé cual ardilla gracias al muffin que zambullí en mi boca a escondidas. Estanislao me dio una mirada desaprobadora, pero no me importó, el sabor explosivo del chocolate me lo recompensa.
—Espero que hayas invitado a Guille —soltó mi hermano.
Ambos se llevan muy bien. Normalmente me obliga a llevarlo a casa luego de nuestros juegos de Paintball.
—Sí, lo invité a él y a todos los de Paintball —expliqué—. Excepto a Jero.
Por su rostro de cortocircuito pude deducir que no sabía cuál de todos era Jerónimo.
—El amargado, se la pasa en el móvil. —Siguió sin descifrarlo—. Es alto.
—¡Ah! Como tú.
Puse cara de asco cuando me comparó con esa jirafa sin sentimientos.
Estanislao se acercó al poderoso parlante y lo encendió. La voz del poderoso Alex Turner sonó para mis oídos, con sus graves me embaraza.
Have you no idea that you're in deep?
I've dreamt about you nearly every night this week
How many secrets can you keep?
La noche ni siquiera empezó, pero mi cabeza ya estaba empalagada con la música de Arctic Monkeys, o como le digo yo: los monos árticos.
El primero en llegar fue mi padre, hoy no venía en compañía de su pareja, mucho menos de mi hermanastro. Preferimos dejar la fiesta sólo para adultos, por lo que traer un niño aquí no sería lo adecuado. Mariana no se mostró en la fiesta, mucho menos su esposo y tampoco mi medio hermano. Algunos de mis primos hicieron presencia, quienes se dirigieron inmediatamente al alcohol.
—Samusamusamu —escuché un chillido de Rocío—. ¿Cómooo estáss, hombre-niño?
—¿Por qué dijiste tres «Samu»?
—Por cada paso que des, hay un nuevo Samu, cuando te gradúes de la universidad serás Samusamusamusamu, y cuando estés bien económicamente como un adulto, te convertirás en Samusamusamusamusamu, al casarte serás Samusamusamusamusamusamu, cuando seas padre...
—Bien, ya entendí —solté, mareado—. ¿Cuando muera seré un número infinitos de Samus?
—Obvio.
Miró de lado a lado el sitio, asombrada. Probablemente el baño de Nora sea del tamaño del piso de Rocío, me siento identificado con eso.
—¿Dónde está Katerine? —inquirió, con sus ojos como platos.
Me percaté de su estado agitado. La indecisión de sus ojos y sus pupilas dilatadas, quizás por la oscuridad del cuarto. Y, su ritmo para hablar era extrañamente rápido.
—Aún no ha llegado.
Recuerden seguirme en IG, subo dinámicas, curiosidades, adelantos, edits de los personajes y esas cosas uwu.
Nos vemos en el próximo, gracias por leer <3.
—The Sphinx.
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