47 - Rosa

.

.

«El rosa representa la dulzura, cariño, inocencia, ternura y suavidad. Sin embargo, también simboliza la sensualidad y erotismo».

Parpadeaba lento. Observaba mi techo y sentía mi respiración calmarse más con cada segundo que transcurría.

Paz. Sólo paz. Extrañaba ese sentimiento.

Volteé sobre la cama y extendí mi mano hacia su cabello. No pude evitar una sonrisa escurridiza, casi boba.

Abrió sus ojos con lentitud y escruté el tono acero de los mismos. Era cautivador. Volvió a cerrar sus párpados al sentir mis caricias sobre sus azabaches mechones.

Me abrazó por la cintura y acurrucó su cabeza en mi pecho. Apoyé mi rostro sobre su cabello, sintiendo el aroma que despedía su shampoo, suave y dulce.

Aquel calmo, romántico y pacífico instante transformaba toda mi consciencia en un entorno rosa; delicado, tranquilo y seductor.

Acaricié con meticulosidad la espalda desnuda de Sam, detallando la forma de sus omoplatos y sintiendo su sosegada respiración.

—¿En qué piensas? —inquirí con un susurro.

Sam exhaló profundamente y se aferró más a mí.

—¿Importa?

Preferí permanecer en silencio. Últimamente él parecía retraído, pensando en algo de manera insistente, y, si bien me preocupaba, no quería presionarlo.

Me dejé llevar por la calma del momento y cerré mis ojos, hundiéndome en el silencio.

Hasta que Sam habló:

—Estuve... pensando en qué hacer.

Parpadeé varias veces, ofuscada.

—¿A qué te refieres?

—Bien...

Liberó su presión mediante un suspiro y volteó sobre la cama, llevando sus ojos al techo. Apoyó su nuca sobre sus manos y una mueca incómoda en su boca me dejó en claro que no estaba del todo seguro si seguir.

—¿Qué es... lo que se supone que debes hacer cuando alguien está triste? —completó su frase.

Me acomodé sobre la cama y lo miré fijamente con el ceño arrugado. ¿A quién se refería?

—¿De quién hablas?

—Eso da igual —replicó, mirándome de reojo.

Acerqué mi cuerpo al suyo y repasé su torso con mis yemas, lo que hizo que se contrajera.

—Realmente no lo sé —confesé—. Pero deberías probar a abrazar y escuchar. También sé que a las personas que están mal les suele gustar que las mimes, y que las trates con prioridad.

Sam me sonrió y dijo con una expresión divertida:

—No creo que mi relación con esa persona sea muy cariñosa y de mimos.

Acerqué mi rostro al suyo y entrelacé mi nariz con la suya, dándole un beso esquimal.

—¿Entonces puedes mimarme a mí? —murmuré, acariciando su labio inferior con mi pulgar.

Me mostró una sonrisa pequeña y cálida, y rompió nuestra reducida distancia con un beso corto. Al separarnos, nos dimos algo de tiempo hasta que regresamos a besarnos.

Moví mi cuerpo sobre él y logré tener una pierna a cada lateral suya. Su mano me tomó de la nuca, pegándome más a él para comerme con su lengua. Él y yo adoramos los besos intensos, lentos y profundos, pero, Sam adora recorrerme con su lengua de una manera abrasadora con tal de llevarse uno que otro gemido de mi parte.

Un hilo de saliva permaneció uniéndonos cuando nos dividimos y él me escrutó con sus impresionantes ojos platino, observando mi boca y luego mi mirada.

—Te has vuelto una adicta —pronunció con su voz profunda, dejándome la piel de gallina.

—¿Quién no se volvería adicto al tenerte, Sam?

Ensanchó su sonrisa, disfrutando. Le encanta que le infle el ego, y no me molesta hacerlo.

Saboreó mis labios pasando su lengua por los susodichos y mordió el inferior, hasta estirarlo con cuidado. Eso ocasionó que mis piernas temblaran y mi intimidad enloqueciera, obligándome a volver a besarlo de una forma más desesperada que antes.

Sam soltó un viril sonido cuando profundicé mis movimientos sobre su boca y sentí sus manos viajar hasta mi cintura y luego volar a mi trasero. Esta vez no tuvo pudor y apretó mis glúteos, provocándome y poniéndome al cien.

Me aparté de su boca y él me miró apenado porque terminé con el beso. Sin embargo, senté mi trasero sobre su abdomen y eso le dio una leve sonrisa.

—Aún sigo frustrada por lo que sucedió hace unas semanas en tu cuarto.

Sam se sentó en la cama y me tuve que acomodar sobre su entrepierna. Palpé su abdomen descubierto, sintiendo sus marcados abdominales bajo mis palmas, los cuales se contrajeron con mis caricias.

—¿Hablas de cuando Lao entró? —inquirió con un tono tranquilo.

Asentí con mi cabeza.

Esa vez estuve muy cerca de correrme, lo que Sam me hacía realmente no era nada del otro mundo, pero la situación era caliente y pervertida, lo que evidentemente me puso al cien... hasta que su hermano interrumpió.

Acerqué mis labios a los de Sam y enredé mis dedos en su cabello. Él me miró con una chispa en sus ojos, revelando su disimulada emoción.

—¿Esta vez me darás lo que quiero? —susurré con mi voz un tanto débil.

Nuestras respiraciones estaban hechas un desastre, y probablemente su ritmo cardíaco era tan alocado como el mío. Quizás él no estaba excitado, pero la verdad es que yo sí, y mucho.

—No sé qué es lo que quieres, Katerine.

Alcé mis cejas, sin creerlo.

—No te hagas el inocente —murmuré, pasando mi índice en una línea por el centro del cuello de Sam, hasta acabar en el medio de sus clavículas—. Ambos sabemos bien que no lo eres.

Se relamió sus labios y sus manos apretaron mi trasero una vez más, arrancándome un ligero jadeo.

—Dime qué es lo que quieres —insistió contra mi boca, con sus ojos fijos en los míos.

Me hubiera llevado más de un minuto decir qué es lo que quería de Sam en ese justo instante. Deseaba que tome el control de mí, me deje marcada, me bese todo el cuerpo y que me arrebate toda la energía. Pero decir eso era quedarse corto, realmente quería que Sam me haga de todo; no me importaba si eso tomaría una noche entera.

—Quiero que me folles, Samuel.

Su miembro se endureció bajo mi intimidad y no pude evitar frotarme contra su polla. Quería provocarlo, quizás seducirlo, para que de una vez por todas me tome como tanto quería yo.

Él me miró cohibido. Se sentía excitado, era obvio, pero junto a su excitación venía su vergüenza.

En sus ojos me percaté del desconcierto, y de la inseguridad.

Con tal de consolarlo, rodeé su cuello con mis brazos y volví a unir nuestras bocas. En la travesía inmiscuí uno de mis brazos hacia su cuerpo y mi mano tocó su erección. Sin escrúpulos ni pudor, me introduje debajo de su ropa interior y rodeé su duro eje con mis dedos. Sam se exaltó y no pudo seguirme el ritmo del beso cuando un gemido abandonó su boca al sentir mi sacudida sobre su caliente y endurecido pene.

Se separó de mí con tal de buscar aire y apretó sus labios con el objetivo de no dejar que ningún sonido se le escape. Pero eso me cabreó, por lo que subí la intensidad de mis movimientos hasta ver cómo Sam se retorcía bajo el tacto de mi mano.

Soltó un tímido gemido. Luego otro menos cohibido. Hasta que dijo mi nombre sin disimular y eso sólo logró encenderme más.

La flexibilidad de su ropa me facilitó el trabajo, pero hubo otro obstáculo: Sam. Sin aviso, me tomó de la muñeca y me detuvo.

Estando frustrada, apreté mis labios. En ese instante me sentí rechazada, como si mi contacto no fuera bien recibido y me entristecí un poco.

Pero contra todo pronóstico, Samuel dirigió una de sus manos a mi cabello y tiró de mi nuca para estamparme contra su boca. Lo recibí sin pensarlo dos veces e intenté tumbarlo, pero él fue más rápido y me tomó de la cintura, derribándome hacia atrás y quedando sobre mi cuerpo.

Mis brazos continuaban entrelazados en su cuello, hasta que su mano izquierda me tomó de las muñecas y las llevó sobre mi cabeza. Me dejó bajo él, inmovilizada.

—Fuiste demasiado atrevida, Katerine —murmuró en mi cuello, para luego dejar un pequeño beso que fue seguido de una fantástica succión.

Suspiré, absorta con los movimientos de su boca.

—¿Me castigarás por eso? —jadeé, llevando mis ojos detrás de mi cabeza cuando la mano libre de Sam entró bajo mi ropa y masajeó uno de mis senos.

—¿Te gustan los castigos, cariño?

Joder. Si Samuel es mi amo no me importa si me da con fustas o con látigos.

—S-sí —alcancé a decir con mi voz temblorosa.

Apreté mis piernas inconscientemente. No podía parar de lubricar.

Enfrentó mi rostro y me mostró una jocosa sonrisa.

—¿Pero qué es lo que dices? —se burló.

Intenté moverme, pero recordé el inamovible agarre de Sam en mis muñecas.

—Cabrón —insulté.

Sam no parecía ir en serio, y conociéndolo, podía ser que sólo estuviera jugando conmigo.

Él bajó a mi cuello y volvió a besarlo. Su mano libre continuó jugando sobre mi busto, logrando que mi interior se vuelva loco con lo que me provocaba.

—Arquea tu espalda, Katerine —ordenó, pronunciando cada letra de mi nombre con su particular pronunciación. Su voz, baja, profunda y erótica no hacía más que alterar mi respiración.

Le obedecí y arqueé mi torso. Él inmiscuyó su mano por debajo de mi espalda e intentó deshacer mi sujetador. Sonreí cuando no pudo y me miró incómodo. Le indiqué con tranquilidad para que no volviera a equivocarse y logró quitármelo.

Deslizó mi camiseta hacia arriba junto a mi brasier y mis senos quedaron expuestos para él. Rápidamente mis pezones se tornaron en piedra.

Quería tomarlo del cabello y obligarlo a que me coma con su boca, pero después de mi forcejeo, me percaté que Sam no estaba dispuesto a liberarme

—¿Puedes soltarme?

Me olvidé del tema de obligarlo cuando Samuel me quitó un gemido al pellizcarme en mi punto sensible. Mordí mi labio con tal de ser menos ruidosa, pero ante la amenazante mirada de mi novio preferí no contenerme.

—No calles tus gemidos, Katerine —murmuró—. Me encanta oír la forma en que me pides más.

Mi cuerpo ardía de placer, y lo susodicho se multiplicó cuando su boca acaparó mi otro pezón.

Su húmeda y caliente lengua jugaba conmigo mientras su otra mano me proporcionaba una maravillosa sensación en mi otro seno. Por cada lamida, era un jadeo, y con cada mordisco, era un gemido.

Me retorcí, y me convertí en gelatina. Estaba servida para él, con mis pechos ofrecidos sin pudor para su paladar, junto a mi cuerpo entero indefenso y mi vagina palpitando, con mi clítoris hinchado, en el mismo estado que la susodicha. Mi boca no podía parar de soltar jadeos y suspiros involuntarios, y mis ojos no hacían nada más que temblar de placer bajo su poderosa mirada grisácea y lasciva.

Todo era morboso.

Paró con sus lamidas y masaje para subir su rostro y enfrentarlo al mío. Sus labios estaban húmedos, su semblante yacía consumido en lujuria y oscuridad, contemplando mi boca entreabierta y agitada. Pero todo de mí se partió cuando pronunció:

—Abre tus piernas.

Volví a obedecerle, con mi cabeza enmarañada y sin pensar claro. Abrí mis piernas, ofreciendo mi sexo mojado y palpitante para él con total entrega. Deseé que me coma y me parta en dos. Si era Sam quien lo haría, podría jugar conmigo tanto como quisiera.

—No quiero que muevas tus manos de ahí —añadió.

Asentí, sumisa, y él me liberó de su fuerte agarre, para bajar sus manos a mis shorts y deslizarlos hasta dejarme en bragas.

Miró, tragando su saliva con nerviosismo, cómo mi ropa interior se pegaba a mí con toda la humedad que mi vagina despidió.

Volvió a inmovilizarme. Sam sabía que me excitaba que me deje sin poder hacer nada. Normalmente soy muy atrevida con él y cuando no puedo tocarlo, me enfado, pero también me llena de ardor saber que el único que lleva el control es él.

Su mano derecha se metió bajo mis bragas y pasó dos de sus dedos por toda mi hendidura sin vergüenza, haciéndome temblar.

¡Joder! Con apenas tocarme me deja terriblemente mal.

—Estás empapada —gruñó contra mi boca.

Le mostré una sonrisa.

—Mojada para ti, Samuel.

Noté un amago de sonrisa en su comisura, pero volvió a su expresión seria.

Unió nuestras bocas nuevamente y con un ritmo que podría desarmarme. Pero me desarmé completamente cuando uno de sus dedos tocó mi abultado clítoris y se movió circularmente.

En ese instante necesitaba a Sam, entero. Estaba mojada, palpitando, y muy, muy abierta. Recibir su polla sería un gusto y placer.

Se separó de mí y observó la forma en que mi boca jadeaba al ser víctima de su juego en mi clítoris.

—Sam, te quiero dentro...

—¿Qué tan profundo me quieres, Katerine?

—La quiero toda dentro de mí —gemí, moviendo mi pelvis contra su mano.

Sam intensificó sus movimientos con un gesto dominante y mis piernas temblaron.

—Te lo ruego, Sam, tengo condones en...

—Shh —me calló, sacando sus dedos de mi entrepierna y llevándolos cerca de mi boca—. Hablas demasiado.

Lo comprendí al instante y chupé sus dedos, sin quitar mi mirada de la suya. En sus grises ojos percibí una chispa de excitación y morbo.

—Escucha, Kate. Quiero hacerte sentir placer, quiero que te retuerzas desesperada y llegues a tu orgasmo —murmuró, sin apartar sus dedos de mi boca. Noté su rubor, no comprendí si era la vergüenza o la agitación—. Sé que si... entro —dijo incómodo—, estarás decepcionada. Honestamente no me importa mi placer, sólo quiero que tú disfrutes.

Regresó sus dedos a mi intimidad y continuó jugando con mi clítoris, sin parar de observarme.

Sam se sentía incapaz. Eso me dolió.

Aunque no pude pensar mucho en sentimentalismos porque la boca de Sam me invadió de nuevo y chupó uno de mis pezones con delicadeza e intensidad. Gemí.

Mi cuerpo entero se acaloró. Era su mano en mi vulva, tentando mi bulto, y mi pezón metido en su boca una forma exquisita y posesiva. Era suya. Él podía hacer lo que quisiera conmigo.

Moví mis caderas en busca de él y me mordió. Se alejó de mi pezón y chupó una zona junto a mi aureola con tal de dejarme marcada. Sam es territorial. De una forma sutil, claro está, pero siempre que puede «marcarme», lo hace.

Regresó a estimularme con su boca y eché mi cabeza hacia atrás, arqueándome en una súplica. Liberó mis muñecas, y con su mano izquierda, se encargó de mi otro pecho.

Incorporó su cara en mi cuello y sentí como otro de sus dedos tanteaba mi chorreante entrada en un jugueteo tímido.

—¿Te gusta? —habló con su voz baja y grave, erizando la piel de mi cuello.

—S-sí...

Pasó su lengua por mi cuello, y luego tomó mis labios de manera posesiva.

Mi cuerpo estaba acalorado, ardiendo. Yacía embriagada con el sabor de sus húmedos labios, poseída por sus movimientos en mi vulva y temblando por su cosquilleo en mi seno.

—Dime lo que quieres, Katerine.

Eché un suspiro pesado, apenas podía hablar. Ralentizó sus movimientos y me frustré, moviéndome contra él para que continúe.

—Dilo —exigió.

—Más, Sam..., sólo eso —murmuré—. Hazlo más rápido.

Contuve un gemido al sentir sus dedos saquearme con más intensidad.

—No quiero que te contengas —dijo contra mi oído—. Me encanta oírte gemir.

Observé la expresión enrojecida de Sam a través de mis pestañas. Jadeé.

Sentí oleadas de calor yendo de mi parte baja hasta mi cabeza. Mi respiración se alocó más y Sam recorrió mi clítoris con movimientos verticales, bajó levemente mis bragas e introdujo uno de sus dedos con lentitud por mi vagina.

—A-arquéalo —indiqué con las fuerzas menguando.

Su falange saqueó aquel punto tan sensible y me retorcí bajo él. Quería correrme, con muchas ganas.

Sacó su dedo y volvió a atacarme, a arquearlo y hacerme gemir su nombre. Una vez más. Dos.

Todo de mí palpitó, mis ojos se nublaron y mis piernas querían caerse.

—M-más fuerte —pedí.

Él me miró inseguro.

—No tengas miedo —añadí, suspirando.

Otro de sus dedos entró en mí y repitió el movimiento. Reboleé mis ojos.

—Quiero correrme, Sam —confesé, con mi consciencia a punto de romperse—. S-sólo... un poco más.

Acercó su rostro a mi rostro y lo tomé del cabello para sentir su boca contra mí. Cerré mis ojos y me dejé de llevar por todo.

No pensé en nada. Sólo en el movimiento de sus dedos y lengua. Ardor. Cosquilleos y temblores. Mi pulso se aceleró a su máxima velocidad y el sudor frío bajó por mi frente.

Una lamida. Un gancho. Un círculo. Un jadeo.

Enredé mis dedos en las hebras de su cabello y meneé mi pelvis contra él, hasta sentir un choque eléctrico que me recorrió hasta la cabeza.

Mis sonidos fueron incontrolables. Había abandonado mi calma y el ritmo de Sam empeoró las cosas cuando se tornó en un violento y delicioso saqueo en mi intimidad.

—Samuel... —jadeé por lo bajo, intentando callarme.

Cosa que no pude hacer.

—¡Sam! —volví a gemir su nombre—. Más, cariño... No te detengas.

Mi cuerpo estalló y mis paredes apretaron los dedos de mi pelinegro, un gemido prolongado e indisimulado abandonó mi boca y sentí mis fluidos recorrer mi hendidura.

Deslizó sus dedos lentamente fuera de mí y abandonó sus lamidas para observarme con cariño. Intenté recomponerme, mas mi respiración no se calmaba.

Logré sentarme frente a él y me dio un tranquilo abrazo, acariciándome el cabello con suavidad. Le sonreí y él me contestó con el mismo gesto.

Llevé mi mano a su mejilla y acaricié su tersa piel con mi pulgar.

—Te amo —murmuré por lo bajo.

Sus ojos se abrieron con sorpresa y me miró incómodo, hasta que volvió a tener su semblante risueño. Me dio un beso corto y cariñoso, y luego de un par de caricias y mimo desapareció de mi cuarto y fue al baño. Me entristeció un poco eso, probablemente fue a tocarse, y, si bien yo quería hacerlo, Sam parecía reacio a que yo lo toque de forma íntima, me hizo sentir rechazada.

Sumergí mi cuerpo en las mantas y le dejé un espacio a Sam en la cama, esperando pacientemente a que regrese.

Al acurrucarme, comencé a preguntarme porqué rechazaba ir más allá conmigo. Intuí que serían los nervios y miedo por su primera vez, pero dejé del lado esa posibilidad y tuve una nueva teoría: «¿y si la tiene pequeña?».

Fruncí mi ceño, confundida. ¿Era por eso? Realmente no me importaba mucho su tamaño. Quizás Sam se sentía avergonzado. De todas formas, cuando sentí su miembro no era pequeño, creo.

Miré el techo con mi expresión confundida. Quizás no le parecía atractiva a Sam.

Salí de cualquier duda cuando miré a mi Sam saliendo del baño. Contuve un suspiro bobo al ver cómo se acomodaba el cabello. En ese momento, estaba empalagada con sólo verlo. Me da igual si la tiene chiquita, para mí seguirá siendo una deidad. Aunque, las estatuas de dioses griegos tienen la nutria pequeña.

Volteó a verme y sus ojos chocaron con los míos.

—¿Tengo algo en la cara? —Frunció el ceño.

—Nada.

Sólo kilos de belleza.

Caminó hasta la cama y se acurrucó a mi lado, abrazándome. Sentí su calma respiración y sus caricias en mi espalda. Estaba sorprendentemente callado.

—¿Estuvo bien, Kate?

Sonreí.

—Estuvo más que bien —murmuré, aferrándome más a él.

Cerré mis ojos, sintiendo su aroma.

—¿Por qué no quisiste hacerlo? —inquirí e, incapaz de contenerme, añadí—: ¿No te gusto?

Levanté mi mirada para ver su gesto y lo vi un tanto cabreado. Se alejó de mí, con su ceño fruncido. Sentí mi corazón compungirse por su lejanía.

—¿Por qué dices eso? —habló, alterado.

—Hemos tenido un montón de acercamientos, pero no avanzamos. No lo entiendo, Sam, a este punto siento que te da asco hacerlo conmigo.

—Hoy hemos avanzado.

—No me refiero a eso, Sam...

Se sentó sobre la cama y me miró, consternado.

—No lo entiendo, has tenido un orgasmo, Katerine, no sé por qué te quejas.

Lo observé apenada. Me senté a su lado y repasé su espalda cálida y suave con mis yemas.

—Me quejo porque no sé porqué no quieres hacerlo conmigo, Sam.

—Simplemente no quiero hacerlo.

—¿Por qué?

Él se encogió de hombros y yo me escandalicé con pena.

—Es porque soy plana, ¿verdaaad? —chillé—. No tengo nada de culo, ni pecho. ¡La gente podría planchar ropa sobre mí!

Sam volteó a verme, impasible, y eso me desesperó.

—Debería haberlo sabido —proseguí—. Tú eres un dios todopoderoso y yo soy una escuuuálida tabla de planchaar —lloriqueé, llevando una de mis manos a mi cabello para arrastrarlo con agobio—. De seguro te sienta horrible tenerme como novia.

Ni siquiera reaccionó, sólo me observaba de reojo. Una chispa de felicidad surgió en mí cuando abrió la boca, pero, toda mi emoción se destruyó al oírlo:

—¿Por qué eres tan idiota?

¡Qué cabrón!

Los labios me temblaron y miré a Sam con los ojos convirtiéndose en cristal. Mi gesto lo asustó y se acercó a mí, alarmado.

—Kate, Kate, Kate, Kate —repitió nervioso—. No llores, no lo decía en serio... Creí que... que bromeabas.

Intentó abrazarme y me aparté de él.

—¡Hablo en serio!

Volvió a intentar darme un abrazo, pero nuevamente lo esquivé. En ese punto se había convertido en un juego de evitar al otro intentando no caernos de la cama.

—¡Consíguete a otra que te haga la tarea de Matemáticas!

—Pero mi graduación es mañana...

—¡Entonces busca a otra que te compre chocomilk!

Sam no abandonó su semblante apenado y compungido, sintiendo culpa.

—Kate... —murmuró, triste—. Ven aquí —pidió con la voz baja, palpando un espacio cerca suyo.

Lo desafié con la mirada, pero él no claudicó. Continuó insistiendo en que me acerque, hasta que, vencida por sus bonitos ojos de cachorro, me senté cerca suyo.

Con su mano acarició mi mejilla y frotó suavemente mis párpados superiores usando su pulgar.

—No te pongo en absoluto, ¿cierto? —dije.

—Claro que lo haces —refutó—. Yo también quiero hacerlo contigo. Me encantas, adoro todo tu cuerpo y siempre que te acercas el corazón me quiere estallar.

—¿Entonces por qué?

Su otra mano tomó una de las mías y rozó el espacio entre mis dedos con cariño.

—Soy virgen, Kate —soltó—. Ni siquiera sé cómo ponerme un condón, mucho menos sé lo que te gusta. No sé cómo moverme, apenas conozco un par de posiciones, y puede que en el momento de hacerlo termine estando tan nervioso que ni siquiera aguante un segundo.

La información me llegó cual bomba y me sentí ridícula por no pensar en cómo se sentía Sam.

Después de todo, le estaba pidiendo sexo a alguien que no ha visto ni un coño en su vida. Qué idiota.

—Lo siento —susurré.

Él me dio una mirada cálida y juntó sus labios con los míos. Hasta que bajó su mirada a mi cuerpo apenas cubierto, y rio.

—Tienes todo desordenado —se mofó, llevando sus manos por debajo de mi camiseta y me quitó el sujetador deslizando los tirantes por mis brazos, arrebatándomelo sin deshacerse de mi camiseta.

Reí con él, ayudándolo, y dejé la prenda a un lado.

—Eres tú quien hizo el desastre.

Me mostró su gesto risueño y regresó a mi rostro, besándome con profundidad y lentitud.

Su mano rozó mi muslo interno y marcó ligeros círculos sobre mis bragas, obligándome a dejar caer un jadeo.

—¿Quieres repetir? —susurró contra mi oído, para luego mordisquear el lóbulo de mi oreja con suavidad y cuidado.

Que repita todo lo que quiera.





• • •

Acomodé mi cuerpo entre las sábanas y me junté más a Sam. Abrí mis ojos con lentitud y percibí su calmo semblante, junto a su pausada respiración.

Me moví intentando zafarme de su abrazo sin despertarlo, pero no pude. Lo observé, frustrada, y llevé mi mano a su hombro, intentando despertarlo con leves sacudidas.

No se despertó.

Volví a sacudirlo, y el maldito pareció ignorarme. ¡Qué difícil es de despertar!

—Sam... —lo llamé—. Sam. Sam. ¡Sam!

Abrió un poco sus ojos y frunció su ceño, mirándome terriblemente mal. Me soltó y se dio la vuelta, dándome la espalda para seguir durmiendo.

Esto explica todas sus llegadas tarde.

—Sam, son las once.

Apenas dije eso, dio un brinco sobre la cama y se puso en estado de alarma, estirando su brazo hacia la plataforma en la cabecera para tomar su móvil. De seguro se enojará conmigo por mentirle sobre la hora, probablemente sea más temprano.

Él puso una cara de espanto al ver su móvil y yo no hice más que temblar.

—¡Es la una! —chilló.

Y yo también chillé.

—¡¿Cuánto dormimos?!

—¡No sé!

No debimos quedarnos hasta tarde en YouTube. Lo reconozco.

Sam sostuvo su cabeza con sus manos, cubriéndose los ojos y echando su cabello hacia atrás con estrés.

—Hemos sido oficialmente despedidos —anunció con una voz quejumbrosa.

—Deberíamos denunciar que tenemos una enfermedad... no sé, gripe —propuse.

Volteó a verme y se quedó pensativo. Hasta que echó un suspiro y se levantó de la cama. Me esforcé por seguir mirándolo a la cara y no bajar mi mirada por su cuerpo semidesnudo. Al final no pude aguantarme y me puse a ver la pared.

Noté que se acercó nuevamente a mí y se sentó en el borde de la cama. Me moví hacia él con cierta timidez y deslizó su brazo por mis hombros, atrayéndome.

—¿Te vas? —pregunté.

Me observó con una mueca tranquila y depositó un beso en mi frente.

—Síp.

—¿No quieres desayunar conmigo?

Entrecerró sus ojos.

—¿Tienes chocolatada? —inquirió seriamente, como si se tratara de algo crucial.

—No.

Volvió a ponerse de pie y empezó a buscar su ropa.

—Entonces no hay nada que hacer —comentó, subiendo sus pantalones.

Nota importante: comprarle la maldita chocolatada al niño crecido que dice ser mi novio.

Caminé hacia él con calma y me escrutó de arriba abajo. Regresó su mirada a mi rostro y tragó saliva fuertemente. No se movió. Sólo esperó a que yo haga algo, asimismo mantuvo sus ojos platino fijos en los míos.

Repasé su abdomen con mi mano y sentí cómo se contrajo con mi superficial contacto. Apartó su vista de la mía, evadiendo el contacto visual. Hasta que, finalmente dio un paso hacia atrás.

—¿Qué sucede? —solté, apenada.

Soltó un suspiro y se alejó de mí para buscar su camiseta.

—No me voy a quedar porque hagas eso —afirmó, sacudiendo su ropa con sus manos con tal de no dejar pliegues.

—No te estaba pidiendo que te quedes.

Alzó sus ojos hacia mí y me dio una vista dudosa.

—¿Segura?

—Claro.

En realidad él tiene razón, pero me niego a decirle que es verdad.

Luego de que Sam se vista, lo acompañé a la salida para despedirme de él y un vacío me ahuecó el corazón al verlo salir. Es que, soy una densa.

Volví a acostarme. No había nada que hacer en casa y hacer nada siempre me mola cuando todo está limpio. Doblé mi ropa sobre la cama y tomé mi móvil para revisar lo nuevo.

Di pataleos de emoción al ver una nueva foto en el perfil de Sam, con su cabello desprolijo y sonriendo con toda la cara. Y, como soy una idiota, fui a los comentarios sólo para ver los halagos de un montón de personas y regocijarme en el hecho que soy su novia. Es que, soy una densa.

Entre emojis de berenjenas con gotas de agua, y uno que otro «hazme un hijo», mis ojos se detuvieron en un nombre de usuario: dam_bet. Leí su comentario: «te comería como a una paella»; Betsabé siempre ha sido una babosa. Aunque, ¿por qué criticar?, también lo soy cuando se trata de Sam.

Me contuve de entrar a su perfil, pero, la curiosidad me pudo. Al entrar a su perfil, le di un vistazo superficial a las fotos que aparecieron frente a mí. Nada del otro mundo, sólo fotos de comida, helados y de su cuarto. Al bajar un poquito más por sus publicaciones, una foto oscura me llamó la atención. Entré a ella y tragué saliva, mi mente se nubló.

La rubia, Betsabé, estaba con una risa de oreja a oreja junto a una chica de cabello ondulado y pelirrojo. Sus ojos eran profundamente negros y tenía una sonrisa de lado. Estaba abrazando por los hombros a Bruno, que tenía poca pinta de estar disfrutando el momento y mostraba la misma cara de mala leche de siempre, en su mano había un vaso de cerveza, casi vacío.

Sentí frío en mi cuerpo a pesar del cálido clima. Nunca había visto a esa pelirroja, y, de haberlo hecho recordaría un rostro tan peculiar como el suyo.

Su perfil estaba etiquetado e ingresé al mismo. Sólo había fotos suyas. Me paralicé y solté mi móvil sobre la cama. ¿Qué estaba haciendo?

Eché un suspiro pesado y tomé un libro para despejarme de la cabeza tal foto. Aunque eventualmente el nombre «Petra Dalila» que leí en su perfil regresó a mi cabeza. Me sonaba de algún sitio, pero no lograba recordar de cuál.

Al final terminé optando por ver una película para olvidarme de eso, acurrucada en mi mano y abrazando los peluches que me dio Sam.

KATE NO LA CAGUEEEEESS

Listo, ya le dije, ustedes no se preocupen.

Ya sé que quieren que Sam y Katerine realicen lo de Satanás, así que les dejo este pedacito para que degusten un poco, después les doy el pastelito completo.

Me da ternura Sam con miedo a ser precoz lol.

Nos vemos, gracias por leer uwu♥.

—The Sphinx.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top