46 - Azul

Actualización mañanera, porque al que madruga Sphinx le ayuda.

ayudatengoelsueñohechoundesastre

Rocío expandió el humo exhalado como si éste se tratara de una nube. Observé con pena la llama en su cigarrillo.

—¿Desde hace cuándo fumas? —inquirí, evadiendo su mirada.

—No lo sé.

—¿Cómo?

—Podrían ser días, meses, años —divagó con una voz apagada—. No lo sé, Sam.

—No deberías hacerlo.

—¿Acaso eres mi padre para decirme qué hacer?

—Rocío...

—Sam —insistió—. Déjame en paz.

Al verla de reojo, noté su ceño fruncido. Estaba molesta, era obvio.

La brisa sopló el cabello platino de Rocío y ella se recostó en el césped, fijando sus ojos en el cielo nocturno. El olor del cigarro me irritó un poco, mas intenté no volver a quejarme.

El agua del río continuaba fluyendo y la luna se reflejaba en el curso de éste. Del otro lado podía ver las luces de los coches encenderse con potencia hasta apaciguarse sin dejar rastro.

El silencio nos consumía a ambos, ella había terminado de pintar y no teníamos nada más que hacer además de contemplar el cielo nocturno. Me extrañaba su silencio, ya que, Rocío era una persona excesivamente bocona y charlatana.

Sentí mi cuerpo relajarse sobre el césped, hasta que una simple pregunta me sacó de la calma que me absorbía.

—¿Crees que soy basura?

Parpadeé dos veces y miré a Rocío, ¿imaginé que dijo eso? Fue tan repentino que me desconcertó completamente.

—¿Qué? —balbuceé, incapaz de responder mi pregunta.

—Lo que has oído.

—No he podido escuchar.

Ella apretó su mandíbula y sus puños guardaron césped en sus palmas, arrancándolo del suelo. Parecía frustrada.

—¿Soy basura? —murmuró, con una letra de inseguridad.

Exhalé aire por la nariz, pero no fue una risa.

—¿Por qué piensas eso? No lo eres.

—Es lo que dice la gente.

Se formaron arrugas entre mis cejas y me senté más cerca de ella. Me observó desde abajo con un gesto carente de felicidad o tristeza, sumamente impasible.

—¿Quién es «la gente»? —cuestioné, con todo mi rostro compungido.

Me enfadaba que alguien estuviera diciendo eso de Rocío. Por más molesta que me pueda parecer en ocasiones, ella y yo hemos desarrollado amistad.

Se encogió de hombros con indiferencia—: La gente.

La miré directamente a los ojos, pero continuaba sin mostrar alguna emoción clara.

—¿Qué sucede? —volví a interrogar.

—Nada, Sam, no pasa nada.

Esa frase me molestó completamente. Sé lo que significa «nada».

—¿Entonces por qué preguntas eso?, ¿qué es lo que te pasa? ¿Alguien te hizo algo?

Rocío resopló con ligereza y miró el cielo.

—Te he dicho que no pasa nada, lo digo en serio.

Observaba a Rocío con mis cejas alteradas en pena.

—¿Y entonces por qué preguntas eso? —repetí, consumido por preocupación.

—Sólo...

Dejó que sus palabras flotaran en el aire, sin terminar su oración y luego sacudió suavemente su cabeza, como si se negara a hablar.

—¿Sólo?

—Sólo pienso.

—¿En qué?

Ella se sentó sobre el césped e hizo una mueca rara con la boca, arrugando sus comisuras.

—En nada realmente —continuó, con la voz apagada y baja—, pero también en todo. —Levantó sus manos con un toque de histrionismo, como si dramatizara sus palabras—. ¿Alguna vez pensaste demasiado antes de dormir?, ¿te quedaste despierto hasta el amanecer sin poder pegar ojo con todas las palabras que grita tu cabeza?

El pecho me dolió al escucharla. Por un momento, sus ojos celestinos habían perdido toda la chispa que siempre acarreaban, dejando un doloroso vacío. Perseguí su mirada con la mía, mas se negaba a voltear a verme. Se encontraba perdida en el cielo, como si le hablara directamente a éste.

—Es un sentimiento de impotencia —asimiló con la voz resquebrajada—, como si el tsunami estuviera asomando en la costa y tú corres, intentando huir y refugiarte. Pero sabes que en unos instantes te atrapará... y te despedazará el cuerpo. No puedes hacer nada contra ello, y por más que te esfuerces; el final es el mismo.

Continué oyendo a Rocío con atención, lucía perdida, con sus ojos en el mismo abismo y su boca moviéndose de forma errática, casi en un susurro lánguido.

—La gente habla mucho y reflexiona poco —dictaminó, en un tono más grave y certero que el anterior—. Abren su boca sin usar su cerebro y parlotean como loros. —Tomó una pausa prolongada, suspirando con pesadez—. Siempre me he preguntado que, si al final del día, en la cama, piensan en todo lo que han soltado sin pudor y si piensan en las consecuencias de sus insultos y humillaciones. ¿Crees que lo hacen?

Sabía que Rocío no buscaba una respuesta con su pregunta, así que me quedé en silencio, observando su sonrisa, que se mantenía a pesar del dolor de su tono. Alzó sus rodillas y apoyó sus codos en ellas, sosteniendo su cabeza con sus manos y haciendo sus mechos platinados hacia atrás en un agarre descuidado.

—La gente ha dicho muchas cosas sobre mí, Sam, demasiada basura que recordar y en la que pensar en la noche; o de la que huir en el día. —Soltó una carcajada sin energía, como si disfrazara el inminente dolor—. Después de todo lo que han dicho, ya ni siquiera sé que soy. ¿Una zorra?, ¿una imbécil?, ¿una piedra en la que meter el puto pene cuando le dé la puta gana?

—Rocío...

Se giró en mi dirección, con su rostro contorsionado, sus comisuras temblando y su cabello desparramado en su cabeza cual enredadera. Estaba fatal.

—¿Qué? —Su tono sonó quebrado, sin resistencia ni firmeza, ahogando su enojo en un mar de melancolía—. ¿También tienes algo que decir sobre mí?

Puse mi peso sobre mis rodillas y me acerqué a ella, abriendo con un poco de timidez mis brazos con tal de pedirle permiso. Me mostró una sonrisa condescendiente, acompañada de una pequeña carcajada de estupefacción y aceptó mi abrazo, pegando su rostro a mi torso.

—No eres nada de eso, Rocío. —Entrelacé mis dedos en su cabello y lo noté desgastado, como si últimamente lo estuviera lavando con productos de mala calidad—. ¿Por qué te maltratas?

—No me maltrato, pero tarde o temprano uno cree lo que repiten los demás.

—No lo hagas.

Dio un resoplido, cargado de cansancio.

—Es lo que intento.

La escuché soltar unos pocos quejidos hasta que se separó de mí y se limpió el rostro con el dorso de su mano. Contemplé por un rato su expresión destartalada. Rocío era una chica de un rostro muy bonito, con sus facciones limpias y delicadas, pero cada día su semblante se tornaba en uno más descuidado y agotado.

Iba a decir algo, pero Rocío me cortó:

—Deberíamos volver; está oscuro.

Asentí y caminamos con calma hacia la calle, subiendo por el descenso.

Me subí al coche y me senté al lado de Rocío. Pasó dos minutos sin encender el auto, hasta que dio vuelta la llave y el motor soltó un gruñido, hasta iniciar su avance.

Alterné mi vista entre ella y la calle que estaba por delante. Lucía seria, concentrada en el camino y el volante.

—¿Jade... también dice esas cosas de ti?

Rocío me miró de reojo por un segundo sin cambiar su expresión y chasqueó la lengua.

—Jade no es como los demás —dijo—. Puede parecer una idiota, pero no quiere hacerle daño a nadie. Incluso sabiendo que se folla a media Zaragoza, puedo decir que es la persona más inocente que conozco.

—¿Es por eso que te gusta?

Su expresión se aligeró y sonrió con los labios juntos.

—Quizás. Nunca me pareció una mala persona, de todas formas, lamento todos los momentos incómodos por los que te haya hecho pasar, Sam.

—Estoy acostumbrado, no pasa nada.

—¿Acostumbrado a qué? —Se rio—, ¿a las tipas babosas que te quieren llevar al baño de Délicatesse?

—Exacto.

La vi dar pequeños golpes en el volante y su expresión se distendió.

—A ver, dime, ¿cuál ha sido tu experiencia más incómoda con esas chicas? —Sacó tema.

—Ahora no recuerdo todas..., pero me acuerdo de la vez que encontré a Katerine viéndome el culo como si fuera el primero que vio en su vida.

Rocío soltó un ruido rarísimo al contener la risa.

—No es la más incómoda, pero aún me sigue dando gracia. —Me encogí de hombros.

—¿Cuándo fue eso? —preguntó, lentamente abandonando el color rojo que tuvo su cara segundos atrás.

—Hace unos meses, cuando Katerine y yo no teníamos ningún tipo de relación.

—Sí, sí tenían una relación; la de comeros con los ojos, obviamente.

—Rocío...

—¿Qué? Es la verdad —se defendió.

Liberé un suspiro y apoyé mi codo sobre el espacio de la ventanilla, dejando mi rostro sobre mi mano.

—De todas formas —añadió—, que lance la primera piedra el santo que no te ha visto el culo aunque sea una vez.

La miré con el ceño fruncido y sólo rio. Ahora me siento observado.

Me dejé llevar por el sonido del auto y la nocturna Zaragoza se mostró ante mis ojos con todas sus luces. Cerré mis párpados y el silencio llegó a la conversación cual marrea avanzando.

Aún pensaba en lo que Rocío había dicho, no sabía del todo bien qué era lo que había sucedido. Repentinamente todos esos pensamientos negativos tomaron control de su cabeza y no comprendía cuál fue el detonante.

Antes de que siquiera me percatara, Rocío paró el viaje frente al edificio donde yo residía y me observó con una cara que decía: «¿te bajas?».

Estiré las comisuras de mis labios y me acerqué a ella para saludarla en la mejilla, me miró de manera indiferente y comprendí que ya no quería mi compañía.

—Mándame un mensaje cuando llegues a casa —dije.

Me miró confundida—: ¿Por qué?

Me encogí de hombros y sólo pude responder:

—Cuando alguien te importa, a veces es bueno saber que ese alguien está seguro.

Parpadeó repetidas veces y frunció el ceño, ladeando su cabeza mientras analizaba mi rostro, quizás buscando alguna intención oculta. Mas sólo suspiró y devolvió sus ojos al volante.

—Descansa.

—Igualmente —repliqué, bajándome del auto.

El motor rugió y el auto desapareció de mi campo de vista dirigiéndose al horizonte. Quedó sólo el silencio y el cantar de los insectos. Era la completa soledad.

Cuando entré a casa, me di cuenta que la cena estaba dentro del microondas y Estanislao dejó una nota sobre la mesa indicando que estaría en casa de Eleonora.

Puse música por lo bajo y cené, para luego limpiar un poco la sala. Pasaron cuarenta minutos: Rocío no envió ningún mensaje.

Me refugié en mi cuarto y apagué el sonido de la guitarra de Brian May que despedía el parlante. Miré la cama de dos plazas y sentí libertad cuando recordé que estaría para mí solo: en otras palabras, nada de patadas por la noche.

Senté mi trasero en la silla junto al teclado y practiqué un poco, hasta que mis ojos sintieron un movimiento en la pared. Levanté mi vista y solté un jadeo cuando vi lo que vi:

Una... maldita... y asquerosa... cucaracha.

¡Puto asco le tengo a los insectos!

Di un respingo sobre la silla y me caí hacia atrás al verla. ¡¿Y si vuela?!

De acuerdo... no tengo nada de qué preocuparme ya que las cucarachas no pican —creo—, pero de sólo mirarla mi cuerpo se contrae de asco, ¡ugh!

Díganme cobarde, llorón o maricón, pero me fui corriendo a la cocina al ver semejante tamaño que tenía ese puto bicho.

Suelo dejarle el trabajo de los bichos a Lao, así que encontrar el insecticida fue un trabajo duro, y más difícil fue al ver el desastre que había en el depósito. Por dios.

Finalmente encontré el envase y palpé con mi mano.

Hasta que sentí algo caminar sobre mi piel.

Mis ojos se dirigieron inmediatamente a mi mano y el vómito me vino como cohete cuando vi una mancha oscura dar pequeños pasos en mi dorso.

Sacudí mi mano y me eché hacia atrás, buscando agua con la cual limpiarme. Enjaboné mi mano rápidamente y solté arcadas cuando volví a recordar el sentimiento de la cucaracha caminando por mi mano.

Friendly reminder: limpien todos los días.

Volví a encarar la alacena para buscar el insecticida y comprobé con las vista que no haya ningún bicho desagradable buscando su muerte por medio del veneno. Insectos suicidas.

Regresé a mi cuarto con el envase en mano y sacudí el líquido, para luego lanzar el insecticida hasta la maldita cucaracha desde una distancia prudencial. Curvé mis comisuras cuando el insecto despegó sus patas de la pared y cayó de manera totalmente dramática, como si se tratara de un abismo.

Solté un suspiro de alivio y dejé el pequeño contenedor sobre mi mesa de luz, por si acaso.

Me recosté y miré el techo como si fuera lo único que me importara en la vida. Eso es sinónimo de no tener ni la más pálida idea de qué hacer.

Mi celular vibró —potente— y resoplé, di una vuelta sobre la cama y miré por barra de notificaciones. Era un mensaje de Rocío; llegó a casa.

Dejé un sticker en el chat y volví a mi burbuja de no hacer absolutamente.

Cerré mis ojos. Pensé. Y pensé...

Antes de que me diera cuenta, volví a pensar en Katerine y Bruno como lo hice en la tarde.

Tragué fuertemente mi propia saliva. Ella actuaba normal, mas en ocasiones adoptaba comportamientos inquietos o extraños. Realmente no es algo para extrañarse.

«—Protégela, Sam. Si ella no te habla de lo que siente, no sabes qué tan desolada realmente está».

Katerine siempre ha tenido la costumbre de callarse al preguntarle cómo está, o cómo se siente. Crea una máscara para sí misma que invisibiliza todas sus preocupaciones y miedos, como si se tratara de una barrera. Una barrera que sirve para ocultar lo hueca que está su estabilidad. Haciendo que la tarea de acompañarla sea algo complicado. Pero no sólo eso es típico de Katerine.

Ella cambia de humor, sonríe, patalea, y llora, quizás haciéndolo en menos de una hora. Tiene tics nerviosos. Apenas socializa. Come mal. Y miente.

Fruncí mi ceño, estiré mi boca y volví a dar una vuelta sobre la cama. Pegué mi cara a la almohada y la envolví con mis brazos.

Mi cabeza era un cordón enredado. No había inicio ni final en mis pensamientos, sólo era un montón de preguntas sin concluir y dudas.

Abrí mis párpados con una sensación vacía, nuevamente giré sobre mi cama y devolví mi mirada al techo En ese instante preferí liberar mi mente sobre la almohada y dejar a mis pensamientos morirse en mi consciencia apagada. Ni siquiera la luz de mi cuarto me molestó; estaba agotado.




Parpadeé múltiples veces intentando abrir mis ojos y noté la ventana abierta revelando la oscuridad de la profunda madrugada. Podría haber sido silencioso si el tono de llamada de mi móvil no fuera tan ruidoso.

Me acerqué con los ojos casi pegados a la pantalla, figuraba el contacto: «cabrona» y acepté la llamada con un suspiro pesado.

—Kate, son las dos de la mañana...

—Lo siento —habló bajito, como si se estuviera escondiendo.

Volví a suspirar y me levanté de la cama, llegando hasta el interruptor para apagar la luz y regresar a mi espacio entre las sábanas.

—¿Sucedió algo?

Mantuvo el silencio por unos segundos, hasta que me contestó:

—Quería oír tu voz.

Sonreí levemente.

—Últimamente sólo me llamas para relajarte. Lo has hecho casi todos los días de esta semana.

—Eres como un somnífero.

—¿Por lo aburrido?

—¡No! Por lo relajante..., tu voz es tan suavecita que me dan ganas de dormir.

—¿Entonces soy como la marihuana?

Se quedó confundida.

—¿La marihuana da ganas de... —Soltó un hipo—... d-dormir?

—No lo sé, Kate..., no fumo. Pregúntale a Ed.

Se lo pensó unos segundos.

—Nah.

Katerine soltó un resoplido y oí que se acomodó sobre su cama.

—La luna está muy brillante hoy —comentó con un balbuceo torpe—. ¿La estás viendo?

Me senté sobre mi cama y observé a través del vidrio de la ventana el brillo de la luna enorme que reposaba entre nubes grisáceas.

—La estoy viendo.

Ella rio un poco y escuché un chasquido de lengua.

—¿Sabes? Ni siquiera estamos tan lejos y siento que tú... estás en España y y-yo... en China. —Volvió a resoplar y a reír—. Ya sé..., no me lo digas..., sé que soy una i... idiota.

Sentí algo de ternura al oírla, no paraba de tartamudear y colgarse.

—¿Cuánto has bebido? —inquirí jocoso.

Parecía que se había tomado más de una botella.

—Mmm... ¿lo normal? Es decir, quizás... un poco... ¿más?, de lo normal. Te juro que sólo me dejé llevar por el momento, Sam, no soy una alcohólica...

—Lo que digas.

—¡Lo digo en serio! —exclamó apenada, sin abandonar su tono balbuceante.

—Vale, vale, te creo, Kate.

—En serio, no soy una borracha...

—Te digo que te creo.

—Sonaba a que no —rezongó—. Por cierto, Sam, tu voz ronca se escucha taaaan bien.

Soltó una risita boba y se quedó en silencio.

—¿Por qué te quedas callado? Me haces quedar como una idiota —soltó con irritación.

—¿Qué quieres que te diga?, ¿que eres una babosa?

—Agh, no me digas cosas así. Eres cruel —dijo con la voz entristecida.

En ese punto no pude saber cuándo hablaba en serio o cuándo estaba bromeando.

—De acuerdo, no eres una babosa... Sólo un poco tonta.

—¡Lo empeoras, Sam, lo empeoras!

Solté una risa y me acomodé en la cama.

—Aah..., qué linda risa.

Puse los ojos en blanco. Pesada.

—¿Y? ¿Ahora sí estás preparada para dormir? —dije, pretendiendo colgar, y añadí—: Ya hemos hablado.

Tardó un poco en responder.

—No. De sólo hablar contigo me dan ganas de que estés conmigo..., ya ni siquiera puedo dormir sin pensar en ti aunque sea media hora —comentó con la voz baja, con timidez—. De verdad quisiera que estés aquí.

—¿No lo haría peor el que esté contigo?

Negó con un sonido.

—Cuando duermo contigo siento tu respiración, tu calidez y tu abrazo, Sam. No sabes lo bien que me hace sentirte a mi lado —habló con total calma y naturalidad, hasta que un bostezo atacó su diálogo—. Normalmente cuando intento dormir no puedo hacerlo porque pienso demasiado, pero cuando estoy contigo... todo cambia. Me tranquilizo y me siento... segura, o p-protegida, o algo así.

Me quedé en silencio, observando como la luz nocturna se filtraba en mi cuarto y la voz titubeante de Katerine sonaba contra mi oído.

—¿Serán delirios míos? —inquirió con una pizca bromista.

—No lo creo.

—¿Hablas en serio?

—Por supuesto que sí, tonta.

—Ah.

Katerine bostezó de forma indisimulada y comentó con una voz completamente adorable:

—¿Cómo me recibirás mañana?

Sonreí por su pregunta.

—¿No prefieres mantenerlo como una sorpresa?

Ella rio, cohibida.

—Vale, Sam, déjalo como una sorpresa. —La oí sonreír—. Espero que duermas bien.

—No vuelvas a llamar.

—Ajá. Adiós.

Antes de que pueda despedirme, simplemente colgó. Maldita cortante.





Era domingo de la siguiente semana y Katerine continuaba igual de cariñosa, a veces parecía una pegatina adherida a mi piel, pero afortunadamente no fue algo molesto. Abrí la puerta de mi departamento y me encontré a mi novia con una sonrisa casi brillante. Llevaba ropa de verano, con su pelo recogido y maquillaje ligero. Hoy era el día de nuestra cita, por lo que ella parecía más feliz que un cachorro con dos colas.

Me saludó con un beso en la mejilla, aunque no entró. Se quedó parada y mirándome. Sé que estaba mirando mi frente. Siempre que me peino el pelo hacia atrás me mira mucho la frente..., sé que tengo mucha frente.

—Me gusta que te peines así —comentó repentinamente.

Sentí mis orejas arder y miré a Katerine con vergüenza al cien. Esperaba algún comentario sobre calvicie antes que un halago.

—¿De verdad?

Kate asintió con su cabeza.

—Te ves guapísimo. —Sonrió de manera cálida—. Anda, ven aquí.

Palpé mi bolsillo con tal de comprobar que tenía mi cartera y el móvil, y, tras tenerlo confirmado salí del departamento cerrando con llave. Katerine me condujo por la mano hasta el elevador y seleccionó la planta baja en el menú. Las puertas se cerraron y sentí el descenso de la cabina.

Al bajar mi mirada a ella, noté su sonrisa contenta y cómo me ojeaba de forma disimulada.

Apreté mi agarre en su mano y me agaché un poco hacia ella. Cuando notó mis intenciones se puso de puntitas y llevó una de sus manos a mi nuca, para pegarme a su boca de una forma totalmente lenta e intensa, me llenó de felicidad sentir el sabor dulce de su bálsamo labial.

Cuando ella arremetió con mi mismo ímpetu, la sangre en mis venas pronto hirvió y un escalofrío fue desde el punto más alto de mi columna hasta el más bajo.

Sentí su mano temblar de nervios y emoción bajo la mía, y se le escapó un lindo gemido al introducir mi lengua en su cavidad, comiéndola por dentro. El beso no tardó mucho tiempo en convertirse en uno totalmente lascivo, consumiéndonos a ambos. Estaba deseoso de más, por lo que llevé mi mano a su cintura y atraje su cuerpo al mío.

Se separó de mí con su respiración hecha un desastre y sus pupilas consumiendo sus iris. Tenía su rostro enrojecido y mantenía su vista indecisa entre mis ojos y mi boca.

—Lo siento tanto —habló, aunque no sonó para nada a disculpas—, te despeiné.

Intentó arreglar mi cabello con nervios, aunque la detuve negando con mi cabeza. Deshice el lazo de nuestras manos y conduje mi derecha a su mejilla, paseando mi agarre hacia su barbilla. Su boca permaneció entreabierta, prácticamente temblando de anhelo por mi tacto.

—No me importaría que me despeinaras más, Katerine —bromeé contra su boca, lentamente bajando mi mano por su cintura hacia el inicio de su trasero, mas no fui más allá.

Mordió su labio inferior con una sonrisa juguetona y volvió a besarme, con la misma intensidad y morbo que la vez anterior.





Cuando llegamos al taxi ella se miró en la cámara frontal de su móvil y se acomodó con nervios su cabello. Sentí un poco de culpa por deshacerle su coleta, probablemente se esforzó en que quede bien... Ay.

Volteó a verme tras asearse y me sonrió de una forma condescendiente. Le devolví el gesto y me centré en el camino.

—¿A dónde vamos? —inquirí.

Katerine se encogió de hombros con un gesto burlón, fingiendo no saber.

Eché un suspiro y apoyé mi frente sobre la ventana, observando el paisaje que se formaba frente a mí. Tras unos cuantos minutos de avanzar y quedarnos estancados debido al ajetreado tráfico, pude divisar el Ebro, avanzábamos por su lateral por un buen tiempo hasta que el coche marcó una curva hacia el interior. En menos de quince minutos observé que a los pocos metros yacía el Acuario de Zaragoza, con ríos de agua salpicando hasta al suelo y saliendo de la terraza del mismo. El sitio era enorme, y cuando noté la fascinación infantil en el rostro de Kate me percaté de que ese era el destino.

—¿Alguna vez has venido aquí, Samu? —preguntó con curiosidad, sin apartar los ojos del edificio acuático.

—Nope.

Me miró patidifusa, sin poder creerlo y exclamó, sin importarle la presencia del conductor:

—¡Lo que te pierdes!

El taxi frenó frente a la imponente estructura y observé el sitio con asombro, aunque con cierta culpa. Porque, voy a ser sincero: si yo fuera un pez, preferiría estar en el océano en libertad antes que ser observado por gente con cara de nabo.

Aun así, preferí mantenerme mi opinión para mí mismo y no arruinarle el momento a Kate.

Pusimos mitad y mitad para pagar y bajamos del vehículo. Ingresamos al lugar mediante el bonito puente situado sobre el agua que rodeaba el edificio y nos encargamos del tema de las entradas.

Katerine me condujo de la mano hacia el interior del sitio y pronto un paisaje azulado y brillante abrió a nuestro alrededor y sobre nuestras cabezas. Al alzar mi vista me encontré con la maravillosa fauna marina transitando con suma calma y elegancia. Kate estaba flipando al ver todos los animalitos expuestos. Se aproximó a la vidriera y echó un «wooow», mientras sonreía de oreja a oreja.

Soltó una risa cuando un pez se paró frente a su cara.

—Creo que me está mirando, Sam. —Ladeó su cabeza y frunció su ceño, asimismo decía con curiosidad—: ¿Qué crees que está pensando?

Miré al pez que tenía un semblante de mala leche y luego a Katerine. No parecía para nada cómodo con la pesada mirada de la castaña.

—«Mirad a este humano tan feo».

Se enderezó y se contuvo la risa al mirarme.

—¿Por qué eres así? —soltó, apretando los dientes con tal de contenerse la risa.

Avanzamos a las siguientes representaciones de los ríos y Katerine se quedó observando incómoda a un raro animal puntiagudo.

—¿Es un pez? —preguntó con un poco de temblor.

Miré a la cosa. Nos miramos, o eso creí, ni siquiera pude notar si tenía ojos, supuse que no.

—Parece algo que si te acercas te explota en la cara —comentó ella, mirándolo con una mezcla de miedo y asombro.

Volví a mirarlo. No tenía forma.

—Creo que es un erizo de mar —asumí, aunque no estaba seguro.

Una niña chilló de miedo a poca distancia de nosotros al ver a la rara criatura.

—¡Shh! —exigió uno de sus padres.

—Si gritas tan alto, puede que salga a comerte —dijo su hermano mayor.

La niña pequeña tembló de horror y preguntó en un tono inocentón:

—¿Tú crees?

—Por supuesto que sí..., empezaría por tus piernas, treparía y luego te clavaría sus pinches en los ojos, ¡en los ojos!

El padre de ambos fulminó al niño con la mirada y continuaron avanzando por el pasillo, desapareciendo de nuestra vista. Su papá estaba tan cabreado que por poco arrastra al niño desde la oreja.

Miré a Katerine y la señalé con mi índice.

—Ya oíste.

—¿Tú te crees eso? —Sonrió.

—¿Qué tan imposible puede ser? Si un animal está hambriento, simplemente atacará —hablé con una voz seria, sin una pizca de broma.

Eso inquietó a Katerine, así que miró pensativa al erizo y tragó saliva fuertemente.

Contuve mi risa y cuando ella regresó sus ojos a mí, guardé mi sonrisa, volviendo a mi estado de seriedad, lo que la dejó pensando.

—Mejor alejémonos —recomendó sin dejar de mirar el erizo con un color preocupado en su rostro.

En el recorrido Katerine alucinó como si tuviera cinco años y no veintiuno, aunque me incluyo en su bolsa; el paisaje era tan impresionante que me sorprendió y de a momentos quedaba cautivado por el encanto de los animalitos de agua.

Llegamos hasta un punto más avanzado y la mandíbula casi se me cae cuando vi a... un... maldito... cocodrilo.

Si le tengo miedo a los insectos, un condenado cocodrilo me pone los pelos de punta. Ella rio por mi reacción y observó con poco asombro al panzón animal. Se paraba de forma graciosa y por su expresión parecía que odiaba a medio mundo, en parte me recordó a Rocío.

—Se parece a Rocío —dijo Kate, como si hubiéramos compartido neuronas—. Hasta es medio amarillento, sólo le faltan los ojos azules.

Preferí mantenerme distanciada y tras observar con detalle esa sección del Nilo, avanzamos al Amazonas. Volví a asustarme cuando un mono tití apareció en el panorama transitando una rama. Se colgó de ella y se rascó la cabeza, para llevarse la pequeña mano a la boca, como si se comiera los parásitos.

—Se parece a Lao —añadí mirando al animalito, parecía amistoso.

—¿Por qué lo dices?

—Por lo feo.

—¡Pero si el mono es adorable! —chilló—. Mira sus ojos, ¡brillan!

Miré mal a Katerine.

—¡Es un horror, Kate! Parece un humano peludo y en miniatura —comenté aterrorizado.

Detesto a los monos, me dan miedo; se parecen demasiado a los humanos.

—Jeje, qué lindo —habló, observando al primate como si se tratara de un adorable gatito bebé.

—Cuando intente deformarte la cara con sus garras ya no dirás eso.

Ella volteó a verme con su ceño fruncido y me arrastró fuera de la zona con su mano. Luego de varias sorpresas y bromas, Katerine y yo acabamos con el recorrido. En la tienda de recuerdos compramos un peluche para cada uno; ella una nutria para mí y yo un pez globo para ella.

—¿Quieres pasar por la cafetería? —interrogó con una sonrisa cálida, aferrándose al pez de peluche y olvidando el enfado anterior.

Asentí y ella deshizo la unión de nuestras manos, caminando por delante de mí. La miré de arriba abajo sin disimulo, para luego avergonzarme y apartar mis ojos de ella. Llegamos a la cafetería, y ella fue a la barra a pedir comida para cada uno. La esperé en un asiento junto a la ventana y tras uso minutos trajo una bandeja con ambos bocadillos.

—¿Tarta?

Asentí y me ofreció la porción de tarta de chocolate. Empecé a comer, hasta que noté la insistente mirada de la castaña sobre mí.

—¿Pasa algo?

Katerine me observó incómodo, pero dijo:

—Me estaba preguntado cómo es que comes tanto chocolate, eres adolescente y a pesar de eso no tienes acné. ¿Hiciste un pacto con el diablo?

Le di una mirada divertida.

—¿Envidia?

—Un poco. Cuando yo era adolescente tenía muchos problemas hormonales, y parece que tú ni siquiera tienes hormonas.

—Si supieras.

Me mostró una cara rara y siguió bebiendo de su taza de té. Contempló a través de la ventana y luego me dio un vistazo de reojo.

—Mañana es tu graduación —comentó con una media sonrisa—. ¿No estás emocionado?

Me encogí de hombros. Cada vez que pensaba en eso me entraban los nervios. Era raro pensar que a partir de un día mi vida cambiaría, cesarían mis clases y debería buscar algo que estudiar para luego trabajar. Si bien prefería optar una orientación musical en mi vida, creía que esto sería mejor como un pasatiempo e ir por una carrera estable.

—¿Debería importarme tanto?

—¡Claro que sí! A partir de mañana serás un adulto completo.

—No creo que las personas se conviertan en adultos sólo por graduarse.

Katerine hizo una mueca incómoda con una de sus comisuras. Creo que se sintió tocada.

—¿Pensaste en qué estudiar? —inquirió.

Llevé mis ojos a la mesa, no tenía ganas de agobiarme con eso.

—Aún no lo sé. Si no se me ocurre nada, creo que me volveré streamer.

Ella soltó una risa y apoyó su mejilla en su mano, mirándome con gracia.

—¿Es coña?

—Obvio.

Me lo pensé mejor y añadí:

—Aunque no sería mala idea.

—No te lo permito, Sam, imagina que tu fandom se convierte en un montón de niñitas con las hormonas revolucionadas.

—¿Por qué sería así? —Fruncí mi ceño, sin entender su punto.

—Mira a tu alrededor —habló mirando de reojo a algunas personas—. A los únicos aquí que les llamas la atención es a puras chicas de quince.

Cuando miré a mi alrededor, me di cuenta que Katerine estaba en lo cierto.

—¿Qué tiene de malo? —Seguía sin entender a qué quería llegar.

—Una palabra: stalkers.

Me reí por su seriedad y meneé mi cabeza, quitándole importancia.

—Ya tengo —me sinceré.

Ella me miró horrorizada y apoyó su frente sobre sus manos, en una expresión depresiva.

—Recemos porque no te secuestre algún loco, Sam.

Katerine continuó bromeando sobre locas acosadoras y potenciales mentes siniestras. Posteriormente a eso me hizo una irrisoria escena de celos que no terminé de entender si era coña suya o iba en serio, de todas formas ambos reímos por eso.

Nuestra charla en la cafetería acabó y ella me propuso un paseo por los alrededores. Salimos del acuario y empezamos a caminar sin rumbo tomados de la mano, de vez en cuando ella se balanceaba hacia mí, apoyando su cabeza en el lateral de mi brazo.

—Oye —dijo, rompiendo el silencio—. ¿No te molesta nuestra diferencia de edad, verdad?

Sentí que apretó mi mano suavemente y mi mente se nubló.

—¿Por qué lo preguntas?

—Literalmente tenemos cuatro años de diferencia...

Di un suspiro repleto de agobio.

—Exactamente, sólo cuatro. No tienes cuarenta, ni yo quince —insistí.

—Pero estamos en diferentes etapas.

Puse mis ojos en blanco.

—No tiene sentido que pienses en nuestras edades a estas alturas —mencioné parando de caminar—. Lo hubieras dudado antes.

Katerine levantó su vista, encontrando sus ojos castaños con los míos y mirándome con confusión, dijo:

—¿Por qué no puedo dudar ahora?

Le dediqué una media sonrisa y me aproximé a ella, acariciando su pómulo con mi pulgar.

—Porque en este punto no te voy a dejar ir fácilmente, Kate.

Ella estiró sus comisuras en una sonrisa, subió su mano a mi cabeza y creí que iba a tomarme de la nuca, pero sólo sacudió mi cabello. Esperaba un beso.

—No planeo irme —pronunció por lo bajo, acercándose poco más a mí—, ni quiero que me dejes ir.

Cuando intenté romper los pocos centímetros entre nosotros, apartó el rostro y me miró con una sonrisa grande y socarrona.

—¿Por qué me haces la cobra, cabrona? —refunfuñé.

Ni siquiera le importó mi disgusto, sólo siguió sonriendo con triunfo.

—Ay, ¿no tienes vergüenza, pervertido? Estamos en medio de la calle —me acusó dándome un manotazo ligero en la espalda.

Me envolvió en un abrazo a través de mis hombros y me agachó hacia ella para poder murmurarme en el oído:

—Cuando estemos en casa haremos todo lo que quieras, ¿vale, Sam?

Sentí algo dentro de mí temblar cuando su voz sonó tan cerca de mi oreja, casi acariciándome con sus labios. Volteé a verla y ambos compartimos una sonrisa cómplice. Al final de todo, teníamos las mismas intenciones.

No voy a dar explicaciones de mi tardanza equisde

Sólo voy a decir que Wattpad me odia y ya no me deja entrar a mi cuenta por app, f.

Gracias por leer, gracias por todo y nos vemos en la próxima uwu♥

—The Sphinx.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top