45 - Gris
Me tardé wuuuuuuu
perdón
Después de asustarlos en IG con el adelanto, dejo el capítulo (siganme en IG para ser asustados rrrrr)
ah, por cierto, ¿vieron cómo subió de vistas la historia? :0 Estoy impactada.
Bienvenidos a los nuevitos y gracias por leer, chikis.
Quédense a leer la nota de autor pq tengo una pregunta importante y un meme para sus mentes.
Pongo las referencias acá, sopermi.
Cola Cao: El producto sirve para cambiar el sabor de la leche para que sepa a cacao. O sea, chocolatada.
Chupachups: Paleta, chupetín, chupete.
--------------------------------------------------------------------------------------------
Vale.
No esperaba que pasara esto. Ni en mil años.
Me alejé paulatinamente de Katerine ante la amenazadora mirada de Estanislao, quien, segundos previos había quedado en blanco. Alcé mis manos en muestra de inocencia y él echó un suspiro ligero. Ambos, enrojecidos a más no poder, aguardamos por las palabras de mi hermano:
—Compré Cola Cao* —soltó con toda la naturalidad del mundo—, no te lo acabes en tres días como la última vez.
Y seguido de eso, su rostro desapareció de la escena y sólo quedó la puerta cerrada. Volteé a ver a mi Kate y la muy desgraciada se estaba conteniendo la risa.
—¿Te acabas el Cola Cao en tres días? —carcajeó bajándose del escritorio, con su mano cubriendo su boca.
—Estaba exagerando. —Crucé mis brazos, mirando la tarea con total agobio.
Ella me miró con una mirada de nula credibilidad.
—No lo creo, Sam, conozco tu insana obsesión con la chocolatada. —Sonrió, acercándose a mí nuevamente con una expresión jocosa y resopló sin eliminar su sonrisa maliciosa—. Te dije que lo mejor era estar en mi piso.
—Se suponía que Estanislao tardaría bastante en hacer las compras —rezongué.
Arqueó una ceja, con notoria diversión.
—Bien, supongo que nos queda de moraleja —dijo—. Soy la persona más solitaria del edificio, así que no tengo visitas ni aunque sea mi cumpleaños. Por lo tanto, es mejor que hagamos nuestras cosas en mi piso.
Me sentí excesivamente avergonzado. Muy.
—¿Estás de acuerdo? —inquirió.
—Lo de recién fue un descuido.
—Un descuido que te ha puesto de todos los colores —añadió.
Dio unas ligeras palmadas en mi hombro, acomodo su ropa y salió de mi cuarto. Al poco tiempo oí su despedida a Estanislao; huyó la muy desgraciada.
Salí de mi habitación resoplando y alcé mi vista, encontrándome con la expresión de risa de mi hermano.
—¿Qué? —dije.
—Te veías entusiasmado haciendo tarea, Samu.
Apoyó su cabeza sobre sus palmas y me miró como si fuera un payaso.
—Por cierto, ¿desde cuándo andas con la vecina? —añadió, frunciendo su ceño.
Me aproximé a paso ligero a la mesa y me senté frente a mi hermano. Su duda era tal que quizás tendría un signo de interrogación plantado en la cara.
—Desde hace unas pocas semanas —me sinceré.
Una sonrisa le pobló la expresión, olvidando su semblante serio.
—¿Y... su pareja?
Me encogí de hombros—: La abandonó.
—Qué capullo —dijo con una cara gruñona—. Al menos eso te sirvió a ti.
—Pensar eso es algo egoísta.
—Tienes razón. —Me señaló con el índice—. Cambiando de tema, prepárate para el sábado.
Mi cabeza se disipó de toda vergüenza de los instantes anteriores. ¡El sábado! Por un momento se me olvidó.
—Tendremos que pasar por la floristería primero —comentó—, a menos que quieras usar flores marchitas.
Negué con la cabeza.
—Bueno, puedes volver a tus cosas —indicó mi hermano en una mueca sosaina—. Recuerda que en un rato tienes bachillerato, así que no te entretengas demasiado.
Ladeé mi cabeza e hice tronar mi cuello, con una expresión tensa en mi cara.
—Sobre lo que viste hace un rato...
—No tienes que explicar nada —me interrumpió—. Samuel, tienes dieciocho años y ahora una novia. Es obvio que vosotros tenéis intimidad. Y..., tranquilo, no me has traumado con tener la mano bajo el vestido de Katerine; tengo veintitrés años, no catorce.
Je, es verdad.
—De todas formas con dieciocho o no, usen condón igual, no quiero otro hijo —añadió con una sonrisa.
—¿Otro hijo? —reí.
—Eres básicamente mi hijo. Creo que has pasado más tiempo conmigo que con papá o mamá. —Se encorvó, como si la idea le pesara.
Le sonreí a Lao, quien, mantenía la misma mirada fraternal de siempre. A decir verdad, quien peor la ha pasado de ambos es mi hermano. Sobre su espalda tiene un peso enorme, toda la responsabilidad de mis padres yace sobre él. Afortunadamente, si llego a mi independencia él podrá hacer su vida más calma, sin embargo, su infancia y adolescencia ya se perdieron.
La semana transcurrió con suma calma y a un ritmo paulatino, salvo por mis incómodos encuentros con Katerine, quien a diferencia mía está más tranquila de lo normal respecto a ese tema. Rocío se ha convertido en una cotilla insoportable y tras su interminable insistencia terminé por contarle una que otra cosa omitiendo algunos detalles. Intentó aconsejarme y creo que esos han sido los consejos más incómodos que me han dado en mi vida.
El sábado arribó con un telón nublado en su cabeza. Los árboles lloriqueaban con sus tremendas copas de hojas, que el viento parecía querer arrancar. El susodicho golpeaba los cuerpos de mi hermano y yo, mientras que la tela de nuestra ropa marcaba un baile agresivo sobre nuestra anatomía. Caminamos por el angosto camino, contemplando las pétreas estructuras con palabras lánguidas talladas en ellas, junto a nombres de personas. Las flores del césped yacían cerradas y algunas con su rostro decaído, como si la ausencia del sol les hubiera arrebatado toda su energía.
Contemplé mi entorno con premura. Noté algunas personas dispersas por el cementerio, con sus rostros vacíos y apesadumbrados, al igual que sus oscuras vestimentas.
—¿Dónde está papá? —inquirí.
—En el trabajo, Samuel.
Fruncí mi ceño. ¡Hoy es sábado!
—¿Acaso trabaja los sábados? —mascullé.
—Sam... —advirtió—. No discutamos ahora.
Mis hombros se endurecieron de tensión y no pude evitar apretar mis puños. Detesto que papá se comporte de esa forma.
Mi hermano se agachó y depositó las flores en la tumba del abuelo. Era un ramo de lirios de agua. Observé la tumba con una expresión aciaga y miré por el rabillo del ojo cómo mi hermano hacía su oración. Cuando terminó, sólo suspiré.
Deposité mis ojos en el nombre grabado en la lápida, mi corazón se achicaba de solo repetirlo en mi cabeza. Era, quizás, las dos palabras que más me costaba leer sin sentir una avalancha de sentimientos azules.
Estiré las comisuras de mi boca, vencido por la tensión y culpa. No se suponía que las cosas debían acabar así, sin embargo, no había una opción de volver atrás en el tiempo. Volteé a ver a Estanislao, quien, lucía consumido por su cabeza, probablemente por la susodicha rondaban los mismos sentimientos que habitaban en la mía.
—¿Por qué crees que lo hizo? —murmuré en una voz taciturna, fijando mi vista en el cielo que anunciaba una tormenta.
Lo miré y mi hermano meneó su cabeza, como intentando quitarse una idea de la cabeza.
—¿Soledad? —dudó—. El abuelo alcanzó la vejez y se dio cuenta que todo lo que él había deseado nunca estuvo ahí, y supongo que la separación de papá y mamá fue suficiente para detonarlo todo.
—Nos tenía a nosotros —susurré con fuerza escasa, como si las palabras no pudieran salir de mi garganta.
—No fuimos suficientes; nunca lo fuimos, Sam —remarcó en un tono amargo—. Es todo mucho más... profundo de lo que parece. Él perdió todo, y, quizás para lo que nosotros es simple para él resultó algo lo suficientemente grave para quitarse la vida. —Se enderezó y fijó sus ojos negros en mí—. Sabes..., quiero que nunca pienses en ese tipo de cosas, Samuel, debes saber que... aunque te sientas solo yo nunca te dejaré, ¿vale? —Llevó su mano a mi cabeza y sacudió mi cabello.
Cuando miré a mi hermano, lo sentí como si se tratara de un adulto completo. Lo era. Admiraba a Estanislao, con su sonrisa amable y gestos solidarios, además de su madurez, y, desde hace muchos años poseía ese perfil propio de un adulto.
Hice una mueca de comprensión y Lao permaneció callado, contemplando la nada. Pasaron unos cuantos minutos y me rodeó los hombros en un abrazo, atrayéndome a él.
—¿Tienes hambre?
Negué con la cabeza en respuesta.
—Entonces vayamos a casa —murmuró dolido.
Tras un buen tiempo de permanecer en el lúgubre lugar, abandonamos el cementerio y avanzamos por las calles de Barcelona con tranquilidad, divisando los distintos edificios que aparecían ante nuestros ojos.
Estanislao cesó su andar frente a un parque y me miró con una expresión escandalosa, como si fuera un niño pequeño.
Puse mis ojos en blanco, pero al final de todo le di el gusto y entramos al parque. Estanislao se paró frente a un balancín y me miró con una seriedad impenetrable.
—No —atajé antes de que pida cualquier cosa.
—Sí.
—Estanislao d'Aramitz, aléjate de ese balancín —amenacé con mi índice.
Pero él se sentó... me miró... Me miró... y sonrió. Es un demonio.
—Lao, ya no estás para estas cosas.
—Diviértete un rato, cabrón. —Intentó impulsarse, pero no logró nada—. Si sigues siendo tan amargado la vecinita te dejará.
Resoplé. A pesar de todo, no cedí.
—Súbete o le cuento a papá lo que vi. —Entornó los ojos—. Y también lo exageraré... cambiando los hechos.
Estiré mis comisuras en señal de desagrado.
—¿Acaso eres un niño?
—No, pero quisiera ser uno de nuevo.
—Pues lo estás logrando comportándote como un crío malcriado.
Él bufó.
—Sam, si sigues siendo tan aguafiestas te dejaré sin Cola Cao.
—Puedo hacer yo mismo las compras.
Pensó otra amenaza:
—No habrá PlayStation.
Llevé mis pupilas a mis párpados superiores.
—¿Por qué me tratas como un crío? —me quejé indignado.
—Eres uno.
—¡Tengo dieciocho!
Seguí sin sentarme en el otro lado del balancín. ¡Por favor!, no aguantaría nuestro peso, ¡es un juego de niños!
—No volverás a dormir con Kate.
El muy gilipollas sabe cómo ponerme de mal humor.
—Ni siquiera lo hago seguido.
—Lo has hecho dos veces esta semana —dijo con seriedad—. Te ordeno que subas al balancín si no quieres perder el Cola Cao, la PlayStation y a Katerine.
Esto es absurdo.
—¿Tengo que recurrir a la guitarra? —inquirió, como si se tratara de una tortura para que suelte información, pero en vez de eso, quería que me suba a un puñetero balancín.
Fruncí mi ceño, consumido por el hastío.
—No toques mi guitarra.
Me sonrió con maldad y señaló con su índice el otro lado del balancín.
—Entonces súbete.
Resoplé, pero al final me subí al otro lado del balancín. No creí que aguantara nuestro peso.
Estanislao se impulsó y subió, para que luego su lado se nivelara con el suelo y fuera yo quien se elevara. Alcé mi vista al cielo gris, no parecía que se despejaría, y cerré mis ojos con una exhalación, sumergiéndome en la calma sensación del descenso.
—¡Lao! —chilló una temprana voz mía, aguda e irritante.
Mi índice señalaba a un parque con insistencia, y podría jurar que mi cara hacía un puchero.
Un muy desprolijo Estanislao me observaba con agobio, ni siquiera le crecía la barba, pero tenía un tonto bigote pequeño producto de su pereza por afeitarse.
El cielo era tan oscuro como el de hoy.
—No, Sam.
—¡¿Por qué no?!
Él resopló y miró el parque, luego la calle y repitió la acción.
—Porque no.
—Quiero subirme al tobogán. Sólo un ratito, por favor, por favor, por favor.
Mi voz quisquillosa y suplicante ni inmutó a mi hermano.
Volvió a mirar los dos sitios con impaciencia.
—No.
—¡¿Por qué ya no me dejas?! Antes me dejabas.
Mi hermano perdería la paciencia en cualquier momento.
—Sam, tienes que crecer. No puedes jugar todo el día, ni puedes ir al parque cuando quieras.
—¿Por qué no?
—Porque la vida es así, Samuel.
—Pues qué asco la vida.
—Ajá.
A pesar de ello, continué mirando el parque con maravilla.
—Venga, házle un favor a tu hermano y vayamos a casa antes de que oscurezca —pronunció, apretando con suavidad mi mano en señal de advertencia.
Volví a mirar al actual Estanislao, retraído en el juego y mirando como su cuerpo se desprendía del suelo con cada impulso.
Sigue viéndose como un idiota; hay cosas que no cambian.
—Wiiii —chilló el muy tonto al subir—. Vamos, Sam, di... —Su lado bajó y yo me elevé—... di ¡wiiii!
—No.
—¡Amargado!
Estanislao se cansó a los minutos del juego y se bajó sobándose el trasero.
—Creo que se me han aplastado los huevos —se quejó en un tono quejumbroso.
—Por dos.
Maldito balancín aplastabolas.
Mi hermano deambuló por el parque un rato más hasta encontrar un puestito de chuches en medio del parque.
Lao compró un chupachups* y salimos del parque sin más retraso. Continuamos recorriendo Barcelona sin distraernos demasiado por el camino. Ambos sabíamos que el viaje en autobús sería largo y probablemente incómodo, por lo que lo mejor era no tardar mucho en la ciudad.
El trote del autobús hizo vibrar mi cuerpo y afortunadamente pude encontrar un asiento libre. Apoyé un lateral de mi frente sobre la ventana, observando cómo las gotas de agua caían sobre el vidrio y marcaban un camino tembloroso hacia abajo.
Cerré mis ojos ante el cansancio. Era demasiado temprano y había dormido poco, junto a la presión de hace menos de una hora mi consciencia no estaba en su mejor estado.
Abrí mis párpados y miré de reojo a Estanislao, quien estaba de pie sosteniéndose del pasamanos. El transporte era silencioso al igual que nosotros dos, salvo por el murmullo de la música de los auriculares de algunos pasajeros.
—¿Por qué papá y mamá no se hablan?
Los ojos cargados de vacío y tristeza de mi abuelo se grabaron en mi consciencia. Su cabello blanco yacía desprolijo y con varias canas. Parecía que las lágrimas pronto llenarían sus mejillas arrugadas y estiradas, mas sólo me mostró un agotado suspiro.
A esa edad, aún no lograba comprender qué había sucedido entre mis padres para que ni siquiera se puedan ver a los ojos. Simplemente pensaba que habían discutido alguna tontería, y eso justificaría su enojo. Mas sé que no fue así.
El abuelo sacudió mi cabello, sonriendo.
—Es un problema de adultos, pronto lo entenderás.
«¿Por qué los grandes son tan raros?», fue lo que pensé.
A pocos metros de nosotros caminaba una pareja, con un niño tomado de la mano de ambos, formando una unión que, a mis ojos de niño lucía muy linda, pero para mi caso era imposible.
—Quiero entenderlo ahora.
Él me miró con un semblante compungido.
—No es el momento adecuado.
Estiré las comisuras de mis labios con enfado. A pesar de que yo obviamente suponía la razón del divorcio de mis padres, ellos nunca me lo aclararon. Como si yo fuera ajeno a la familia, como si no debiera incumbirme, ¡como si yo fuera un extraño entrometido!
Apreté mis puños conteniendo mi enojo, miré a mi hermano y él no me devolvió la mirada. Estaba absorto en el paisaje a través de las ventanas del autobús.
«—No es el momento adecuado».
¿Cuándo lo es?
—¡Ay, mi linda casita! —chilló Lao dejándose caer sobre la cama. Me miró de reojo y sonrió—. ¿Tú no estás feliz de volver a casa, Samu?
Me encogí de hombros sin saber qué responder, pasando a cambiar mi ropa oscura a la cotidiana.
Recordar al abuelo me trae malos recuerdos, más que los buenos, por lo que prefiero permanecer en casa y tranquilo antes de que regresar al cementerio para que también vuelvan a mí todas esas imágenes grises.
—Deberías darte un baño —recomendó.
Levanté mi brazo y me olí.
—Aún no hay olor —me excusé y mi hermano me fulminó con sus ojos.
—¡Guarro!
Lo ignoré completamente y Estanislao salió del cuarto, intuí que para prepararse algo de comida. Aproveché su ausencia y revisé mi chat con Katerine.
Lo llenó de stickers de caca.
Solté una carcajada al subir por el chat y no ver nada más que cacas ¡eran montones!, hasta que me topé con sus mensajes anteriores.
«Heyyyyy».
«¿Te hice enojar?».
«Perdón, no quise ser tan dura en Délicatesse ».
«Es que si no te decía nada ibas a tirar tooodooooo».
«Tienes que cuidar el equilibrio de la bandeja al servir».
«¿Me perdonas?»
«Porfa».
«Saaaaammmm».
«Maldito orgulloso >:(, perdóname pls».
Después de esos pocos mensajes invadió el chat con los dibujos de cacas. Es una niña.
Llamé a Katerine y no me contestó. Fruncí mi ceño. Volví a darle a la opción de llamar y escuché su voz agitada diciendo «hola».
—¿Estuviste corriendo? —dije.
—Síp. Estaba en el patio y me dejé el móvil en el interior.
Oí su risita y sonreí, hasta que me quedé confundido.
—¿Cómo que patio?
—Estoy en casa de mis padres —aclaró—. Lo siento..., no te lo dije.
—No es necesario que me lo digas.
—Es que...
Dejó que sus palabras vuelen.
—¿Es que?
—No, nada.
Aclaré mi garganta y me dejé caer en la cama, mirando el techo.
—Mi mamá quiere volver a verte —comentó con una voz risueña—. ¿Quieres venir algún día y cenamos con mis padres... o algo así?
Exhalé, riendo. Ya conozco a la madre de Katerine, y, si bien fue un poco intimidante, quien me da miedo es su padre. ¿Y si es el clásico papá celoso y sobreprotector? Eso sería muy incómodo.
—No tienes por qué tener miedo —pronunció con un tono cálido, casi maternal—. Mis padres son muy agradables, de seguro le caerás bien a mi papa, ¡y mamá parece adorarte! Sólo por estar guapo...
—De acuerdo, Kate, iré algún fin de semana —finalmente acepté, con una expresión relajada.
Oí sus aplausos de alegría.
—¿Cuándo... vuelves a Zaragoza? —pregunté algo cohibido.
—Probablemente mañana a la mañana, pero si mi familia me retiene puede que a la noche. —Escuché unas risas de fondo—. Me gusta volver a la villa, ¿sabes? Hace un rato me he encontrado con Abril... ¡está embarazada!, y eso que ella de pequeña decía que lo de las bodas, matrimonio e hijos nunca iría con ella.
Sonreí al sentir la felicidad en su voz. No me molestaría que se quede ahí un buen tiempo con tal de que siga así de contenta.
—Desconectar un día no le hace mal a nadie —comentó tras un suspiro ligero—. De todas formas, te extraño.
Se me achicó el corazón al oírla decir eso con tanta pena.
—Sólo son dos días, Katerine.
—Dos días sin Alphi.
Otra vez ese apodo ridículo.
—¡Mamá, no te burles! —chilló Katerine y luego escuché unas risotadas ruidosas—. Al volver quiero una cita. La exijo.
—¿La exiges? —Reí.
—Por supuesto —afirmó con total seriedad—. Esta vez yo quiero elegir el sitio al que iremos.
—Vale, vale, mandona.
Ella y yo estuvimos charlando durante un rato y me preguntó dónde estuve, preferí decirle que estuve fuera. Se despidió de mí luego de decir unas cuantas cosas vergonzosas mientras sus padres no estaban. Gran esfuerzo fue el que tuve que hacer con tal de no calentarme con sus palabras, cosa que obviamente era su objetivo.
Me levanté de la cama un tanto acalorado y busqué cualquier cosa para sacar mi mente de la conversación tórrida de antes.
Afortunadamente, Rocío comenzó a bombardearme con mensajes, pedía una reunión.
—Te paso a buscar a las cinco —aclaró casi al final de la llamada.
—¿Tan tarde? —pregunté confundido.
—¿Qué? ¿Tienes toque de queda? —se burló.
—No..., pero se pondrá oscuro.
—Entonces lleva una linterna, si tanto te asusta la oscuridad.
—¿Pero por qué vamos ahí?
—No sé, quizás porque se me antoja, ¿no se te pasó por la cabeza eso?
Puse mis ojos en blanco. Es una agresiva compulsiva.
—Ah, y trae tu guitarra.
Mi guitarra no.
—No.
—Andaaa, quiero oírte tocando, Samusamu.
¡Pesada!
—¿Y si se moja? Ni lo sueñes, Rocío, voy a dejar mi guitarra en casa —espeté firme.
—Pero...
—No.
Echó un bufido, hecha una furia.
—Vale, bien, bien, vale... —soltó apretando la mandíbula, o eso me dejaba claro su voz—. Nos vemos a las cinco, Samuel.
¿Pero a ésta qué le pasa?
Busqué rápidamente alguna otra tarea para hacer así disipaba mi enojo, aunque al rato me llegaron nuevos mensajes de Katerine. Cuando revisé me di cuenta que envió más cacas, pero esta vez estaban sonrojadas... Ya no sé qué hacer con ella.
Tras un rato aburrido miré el reloj de mi móvil y éste marcaba las cinco. Espero que Rocío no se ponga muy molesta, porque las energías que tengo para tolerar sus caprichos son nulas.
Bajé del edificio y a los pocos minutos un coche frenó cerca de mí. Por la ventana de éste me di cuenta de que se trataba de Rocío, me aproximé a ella y bajó la ventanilla.
—¿Desde cuándo tienes coche? —inquirí con el ceño fruncido.
—Desde que se lo pedí prestado a Jade —contestó con una cara amargada—. Anda, sube.
Le hice caso, sólo que me senté en la parte trasera.
—¿Planeas asesinarme? —inquirió con una sonrisa, mirándome a través del espejo retrovisor.
—¿Eh?
—Te sentaste detrás de mí —aclaró.
Le di una mala mirada y ella simplemente se rio e hizo que el automóvil inicie su camino. Miré por la ventana y me quedé con confusión en la cabeza.
—Ro..., creo que el Ebro no es por aquí.
—Conozco muy bien Zaragoza, Sam.
El entorno cambió a uno muy calmado, no estábamos precisamente en el centro. A pocos metros pude divisar el río y cuando miré el espejo retrovisor la chica tenía una sonrisa triunfal.
Estacionó con tranquilidad y me pidió que bajara. Avancé hacia el Ebro como ella indicó y me senté sobre el césped de la bajada. En la distancia podía ver la Basílica del Pilar contrastada con sombra gracias a la puesta de sol que estaba por venir.
Abrí mis ojos desmesuradamente cuando Rocío acercó su caballete con un lienzo dispuesto, junto a sus materiales.
—¡¿Pintarás aquí?!
—Yep.
—Pero... ¿por qué no sacas una foto en lugar de arriesgar tu trabajo?
—Mmm... para más placer.
Eché un suspiro y preferí ignorarla.
—Creí que sólo pintabas mujeres —comenté, lanzando una piedra al Ebro con tal de que salte... no saltó.
—Es bueno salir de la zona de confort.
—Supongo.
—Es decir... —pronunció asimismo manipulaba hábilmente la brocha realizando movimientos con su muñeca— las mujeres son interesantes y todo, pero necesito pintar otras cosas además de desnudos. No todo en la vida es desnudez, ¿sabes?
—No me digas —dije, obviando. Perdí mi mirada en el cielo y no pude evitar pensar en mi conversación con Katerine hace unas horas—. ¿Crees que Kate siga pensando en Bruno?
Paró de pintar y me observó por arriba del hombro, como si le hubiera dicho la estupidez más grande del universo.
—¿Y tú qué crees? —masculló en un tono chillón. Regresó a lo suyo, empeñándose en aclarar el boceto—. Que seáis novios no significa que ahora Katerine orbite a tu alrededor. Probablemente piense en Bruno más de que lo que pienses, pero no me malinterpretes, no estoy insinuando que ella siga teniendo sentimientos por él.
Un sabor amargo atacó mi boca. No me gusta pensar en la posibilidad de que Katerine aún ame a Bruno. Sé que ella ha pasado mucho tiempo con él, pero simplemente no puedo evitar ese sentimiento.
—¿Entonces lo extraña? —pregunté, mirando cómo la piedra volvía a no saltar. Qué mala suerte tengo.
—No creo que extrañar sea la palabra. Katerine está resentida, herida y deprimida —explicó con calma, sin dejar de revisar el paisaje para eliminar desproporciones—. Sólo dale tiempo; nadie puede olvidar años de relación en un mes.
Permanecí callado, contemplando las curvas que se formaban en el agua del río gracias a la corriente. La luz del sol marcaba un suave recorrido anaranjado, asimismo descendía paulatinamente en busca de su escondite.
—De todas formas, lo quiera o no simplemente quédate a su lado, Sam, porque a pesar de que hace un tiempo su mayor prioridad era Bruno, eso cambió. No la decepciones.
Hice una mueca extraña, ¿por qué dice eso?
—¿Por qué me adviertes de eso? Sabes que no lo haré.
Rocío me observó con desconcierto.
—Samuel, puedes ser alguien maduro para tu edad, pero eso no quita que tengas dieciocho y ni siquiera hayas vivido la mitad de tu vida. Es posible que cometas los errores que tanto evitas —murmuró en un tono sombrío y serio, volviendo a depositar su atención en el lienzo que manchaba con entrega.
El calor del clima se apaciguó cuando una helada brisa recorrió el panorama entero y un escalofrío fue desde mis pies hasta mi cabeza. Continué observando a Rocío, quien, parecía haber perdido confianza en mí.
—Protégela, Sam. Si ella no te habla de lo que siente, no sabes qué tan desolada realmente está.
---------PREGUNTA SERIA---------
¿Si pudieran matar a un personaje de Sollozo a medianoche, a quién matarían? Puede ser secundario, terciario o principal; cualquiera.
Es que me da curiosidad saber a quién le tienen más odio jssdhks
Les voy a ser sincera: no sé porqué tardé tanto. Cada vez que me ponía en la computadora a escribir me terminaba doliendo la cabeza y me estresaba más de lo que me contentaba (y eso que no es difícil escribir este tipo de género), si me ponía en la cama a escribir en android, también me entraba el estrés. Pero bueno, al fin y al cabo terminé subiendo el capítulo, lamento la espera, es que verdaderamente me resultaba pesado escribir jkhskdskak.
Gracias por leeeerrrrrrrrrrr yyyy no tengo nada más que decir nada más, sólo que voten y esas cosas uwu.
—The Sphinx.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top