43 - Solo

He attacs

He defends

but most importantly,

he looks like a smacc uwu


Antes de entrar a Délicatesse, deposité un beso corto en la frente de Katerine. Me miró con una sonrisa simple, la que me acostumbraba a dar y me sumí en su expresión adorable, aunque rápidamente sentí algo similar a un golpe en la cabeza con la siguiente frase:

—Uy, me pregunto qué pasaría si le dijera a Ferre de vuestro amorío.

Me enderecé y volteé a ver a Rocío, con su expresión socarrona de siempre. Tenía el cabello rubio hecho en dos moños, uno más disparejo que el otro.

—No lo harías —dijo mi Kate, intentando mostrar seguridad... aunque pareció un conejo temblando y amenazando.

—Oh, sí, darling. Sí lo haría —canturreó la rubia, dando pasos saltarines de niña—. Pero por ahora dejaré que sean una linda y feliz pareja de tortolitos, hasta que vosotros os estrelléis solitos.

Exhalé conteniendo una risa.

Rocío alcanzó la puerta de la entrada trasera de Délicatesse y volteó a verme por arriba del hombro.

—¿Vienes a mi piso hoy, Samusamu? —soltó, sin escrúpulos.

Asentí con la cabeza y Rocío entró al edificio con una sonrisa. Cuando devolví mi mirada a Katerine la vi con su ceño fruncido.

—¿Qué hacéis vosotros cuando os juntáis?

Me encogí de hombros.

—Hablamos; lo normal.

—Vaaale —dijo recelosa.

Ladeé mi cabeza, confundido.

—¿Estás celosa?

Ella me evitó la mirada e hizo una mueca rara con la boca.

Estaba celosa. Cabrona posesiva.

—Ay, por favor, Kate. ¡Rocío es lesbiana! —Extendí mis brazos con indignación.

—Sí, sí. Y eso no quita que sea una chica hermosa; me da ganas de ser bisexual —pronunció por lo bajo, como si estuviera insegura de admitirlo.

—¿Serías bisexual por Rocío?

Asintió con total seguridad.

—¿Entonces estás celosa de mí? —pregunté con confusión, la situación era muy bizarra.

—Puede que de ambos.

—¿Qué?

—¡Es que no puedo decidirme! —Llevó sus uñas a su boca—. Los triángulos me persiguen.

Dejé mis ojos en blanco.

—¿Estás de coña, verdad?

Kate me observó de reojo y luego hizo una mueca extraña, finalmente estallando en risa. Tan estruendosa como si hubiera oído la broma más ingeniosa de la historia y la prehistoria.

No pude evitar sonreír un poco. Antes lucía tensa y apagada, mas ahora curvaba todo su cuerpo y llevaba sus brazos a su estómago mientras reía de a montones.

A veces creo que Katerine es bipolar o algo así.

—Entonces era broma —concluí.

—¡Claro que sí! Aunque debo admitirlo: si me retaran a besar a Rocío, lo haría.

Entrecerré mis ojos.

—No sé cómo sentirme respecto a eso.

—Mmm... Mira el lado bueno: podríamos organizar un trío con ella.

Llevé mi palma a mi frente y me sentí totalmente avergonzado. ¿Por qué Kate pensaba en esas cosas totalmente extrañas? Primero el bondage y ahora esto.

—Mejor cállate, Kate.

—Valeee —cantó con total indiferencia—. Yo voy a entrar, tú puedes... yo que sé, entrar minutos después. Quizás podrían sospechar si entramos al mismo tiempo.

—¿Sospechar qué? —soltó una repentina voz.

Una repentina voz enteramente irritante, debo aclarar.

Kate se sobresaltó y echó un brinco pequeño, para luego voltear a ver a Andreu, quien observaba desde la entrada al callejón con una mueca incrédula.

—¿Cuánto llevas ahí? —Kate saltó (pero esta vez) a la defensiva.

—Diez segundos más o menos.

Bien, al menos no oyó nuestra discusión sobre un trío.

La castaña me miró encogiendo sus hombros y se despidió de mí agitando su mano, desapareció de mi vista tras cruzar la puerta. Volteé a ver a Andreu y éste me observaba como si fuera el último de una especie a casi extinguirse.

—¿Sospechar qué? —repitió.

Puse mis ojos en blanco y eso le sirvió a Andreu para echar un chillido conmocionado.

—¡Sabía que vosotros follabáis en secreto! —gritó.

—No follamos —recalqué apretando mis dientes.

Y no miento: Kate y yo no follamos. Aunque ciertamente, no me afecta.

—¿Es buena?

—He dicho que no follamos.

—Pero seguro os coméis el morro.

—No —mentí.

Andreu me miró con recelo, mas mi insistencia pareció convencerlo.

Gracias a quien sea que me haya creado por darme esta capacidad de mentir.

Entré primero a Délicatesse y me dirigí a la sala masculina de empleados. Ed me saludó con la mano, mientras que el resto del personal ni se inmutó.
Me acerqué a mi sitio para poder colocarme el uniforme. Andreu no tardó mucho en entrar y una buena parte de los empleados lo saludó.

—Traigan para la picada que ya vino el salame —soltó Ignacio entre risas, refiriéndose a Andreu.

Él le miró con una sonrisa de coleguita, aunque probablemente lo que Ignacio le dijo no fue un elogio.

Finamente terminé de vestirme y acomodé un poco los mechones de mi cabello. Tenía todo el fleco en la cara y lo más probable es que eso me molestara en algún momento del día... Consecuencias de que se acabe el gel.

Atravesé el pasillo hacia el restaurante y noté a Rocío ordenando un poco una que otra decoración de los muebles establecidos en la sala. Pensando en ello, ella era una empleada diligente, ordenada y perfeccionista. A pesar de tener una que otra falencia, con el tiempo las corregía con ta de mostrar lo mejor de sí. Pero... había algo que no me cuadraba: su personalidad y trato.

—¿Quieres que pose para ti, cabrón? Deja de mirarme como un puñetero acosador.

Y esa actitud la adoptaba especialmente cuando estaba en mi compañía, como si yo fuera su interruptor para convertirse en una prolija y hermosa chica en una violenta mujer de lenguaje soez.

—No te estaba mirando a ti, egocéntrica.

—¿Ah, no? —Frunció su ceño—. Como vuelva a voltear y tengas tu vista sobre mi espalda te ahorco.

A veces siento que soy algo similar a su sumidero, pero es divertido serlo. Trata a todos bien, pero conmigo muestra su verdadera personalidad: una agresiva, aunque entretenida Rocío.

A pesar de que llevamos unas cuantas semanas hablando, siento que no la conozco en lo más mínimo. Sé que algo la rodea, pero no sé qué es lo que me resulta tan intrigante en su historia.

Rocío era un rompecabezas en persona; cuando las piezas parecían encajar, simplemente era un truco visual bastante cruel. Y también, es un rompecabezas al que frecuentemente se le extravían sus piezas.

—Qué asustado estoy.

—Deberías —replicó—. Por cierto, dile a Ed que traiga a los tarados de la cocina para que hagan su trabajo. Se tardan un milenio en vestirse, ¿se la miden o qué?

Contuve la risa cuando dijo lo último y no tuve más opción que dirigirme a la sala de empleados con tal de avisarles que se pongan a trabajar a Ed y su crew.

Al cabo de unos diez minutos Ferre volteó el cartel, enseñando un «abierto».

Entre comandas, ligoteos desubicados de una que otra clienta y una pelea absurda en la cocina, logré encontrar un momento de paz. Pasada la mañana el número de clientes descendía en picada, por lo que resultaba ser un momento para nada agitado, sin correr de aquí allá, ni gastarse la mano en anotar como bestia.

Limpiaba la mesa usada lo más rápido que podía asimismo analizaba la sala. No era un gran número de clientes, así que el movimiento no era uno increíble.

Encontré a mi novia entre las personas, tomando un pedido con su increíble carisma. La buena impresión que causaba era obvia en el rostro de los clientes, quienes, oían atentos a sus recomendaciones. Su cabello estaba apenas húmedo, recogido en la cola de caballo que previamente le había hecho, el uniforme se le ceñía al cuerpo, resaltando sus virtudes físicas. Cuando bajé mi mirada por ella, me sentí un auténtico acosador. La observaba con cautela y profundidad... hasta que algo me desconcertó.

No quiero ser gráfico en ello, pero... ¿tenía orina en los pantalones?

Miré con mi ceño fruncido y me quedé boquiabierto al darme cuenta del tono rojo de la mancha. ¡Era sangre!

Ay, no. Ay, no. Ay, no.

¿Y si alguien la ve?, ¿y si se burlan de ella? Los tipos de Délicatesse tienen un cerebro más pequeño que un pájaro, así que serían capaces.

Me sentí súper nervioso y di zancadas un tanto disimuladas hacia ella, hasta alcanzarla y esperar a que termine de anotar la comanda. Levantó su vista y puso una mueca confusa al verme al lado suyo.

Katerine acabó de anotar toda la orden y me agaché un poco, hasta murmurarle:

—Te has manchado.

En realidad no sabía que decir.

Ella abrió sus ojos desmesuradamente y con ese gesto me dejó en claro que entendió perfectamente lo que dije. La vi apurarse a dejar la comanda en la cocina e ir directamente al baño. Ambos clientes me miraron raro.

Mi móvil vibró en mi bolsillo y miré a mi alrededor para comprobar que Ferre no estuviera cerca para alejarme de la sala y revisar las notificaciones. Kate parecía pedir auxilio.

«SAM».

«SAM«.

«VE A LA SALA DE CHCAS Y TRAEME UN ENVASE RSA DE MI BOLS XFI».

«Y LA FLDA DE MI CASILLERO».

«PORFA».

Misión: ayudar a Kate con su período.

«Chicas* Rosa* Bolso* Falda*» se corrigió segundos después.

Me acerqué a uno de los empleados inoperantes y le pedí que me cubriera un segundo, para ir directamente a la sala femenina de descanso y buscar el bolso de Kate. Es raro entrar a la sala de mujeres.
Encontré el accesorio y moví las cosas de mi camino, no eran muchas, pero sí grandes. Hallé el envase plástico rosado, tenía una forma extraña. No me di tiempo para mirar mucho más y busqué la falda de Katerine, no estaba tan escondida como el envase. Cerré la puerta del casillero y el bolso, posteriormente encaminándome al baño y quedándome en el cuarto de lavabos, enfrentando la puerta de mujeres.

—¿Sam? —la escuché decir.

—Sí, soy yo.

Abrí suavemente la puerta del baño de mujeres y dejé las cosas en el suelo, para luego volver a cerrarla.

—¿Qué harás con la ropa interior? —pregunté.

—Bueno..., no tengo repuesto de bragas aquí, así que supongo que estaré con éstas ensangrentadas hasta que acabe el turno.

—¿Por qué no ir en el descanso?

—Tardaría más de quince minutos...

Hice una mueca rara. No imaginaba tener los bóxer llenos de sangre durante todo el turno.

—Por suerte no me manché mucho.

Eché un suspiro y llevé mis ojos al techo.

—¿Necesitas ayuda con algo?

—No, no hace falta, ya puedo arreglarme sola. Gracias por la ayuda.

Asentí con un sonido pequeño y abrí la puerta que llevaba al pasillo, hasta que la escuché añadir:

—Si Ferre pregunta por mí, sólo dile que tengo un problema personal, ¿vale?

—Vale.

Salí al pasillo y volví a suspirar. Afortunadamente Kate no envió ningún otro mensaje solicitando auxilio, por lo que pude seguir con mi jornada. Ella al poco tiempo salió del baño y fue interrogada por Ferre, quien, la estaba reteniendo más de lo normal.

Observé por arriba del hombro con curiosidad. Sus ojos delataban la incomodidad que estaba teniendo en ese momento, y, cuando Ferre se le acercó a murmurarle algo, fue el detonante de su incomodidad.

—¡Señor Ferre, lo buscan arriba! —exclamé fingiendo que no prestaba atención a la escena, mas estaba más que alertado.

Se alejó de Katerine y se apresuró a subir las escaleras dobles. Ella me miró con una pequeña sonrisita de lado y sólo le mostré mi pulgar hacia arriba en respuesta.

Continué con mi trabajo la mar de tranquilo, llevando platillos de aquí y allá. Mis errores habían disminuido con el paso del tiempo, por lo que mi servicio era casi perfecto de no ser por mi trato no del todo bueno a los clientes. Mi excusa es que algunas personas son muy desagradables y yo no tengo la capacidad de sonreír como si nada como Katerine.

Tras unas largas horas de correr de la cocina a la sala, de la primera planta a la planta baja y despejar mesas como si mi vida se tratara de ello, pude sentarme en paz en la sala de descanso de hombres. Eché mi cabello hacia atrás con hastío y adopté una postura relajada sobre la silla.

—¿Quiénes limpian? —pregunté.

Ed me miró extrañado por mi pregunta, pero su confusión no duró mucho.

—Julia y Nacho. Capaz que se les suma Andreu.

—Propondría un trío sobre los fogones, pero Julia es más plana que una tabla —añadió Andreu.

Ignacio frunció su ceño.

—Proponelo y andá a quemarte el culo —dijo.

—Eres taaan agresivo. —Andreu revoloteó su mano—. Tendrías que tomarte un té y relajarte.

—Uh, tenés razón. Ahí me calmo...

¿Por qué el cambio de humor tan repentino?

—A ver si el bebé no llora —añadió Ignacio a su frase.

Contuve la risa con mi mano, alternando mi vista sobre ambos. Los conflictos que inicio por preguntar quiénes limpian. El punto bueno de trabajar con idiotas es que puedo burlarme ellos por las estupideces que hacen.

Revisé mi móvil y no vi ningún mensaje entrante, más allá de los de Instagram. Exhalé con hastío y me levanté de mi silla para volver a ponerme mi ropa informal. Terminé con ello y salí al callejón. Me extrañó no ver a Katerine esperándome, así que fui a la sala de descanso de las mujeres.

—Uy, Sam. No sabía que espiabas a mujeres cambiándose —soltó una de las empleadas, que ni siquiera reconocía.

Julia chilló como un puerco y se cubrió el torso con su camiseta. En realidad ni siquiera estaba descubierta, sólo se cubrió de que la vea con una camiseta de tirantes.

—¿Katerine se ha ido? —pregunté, ignorando la repentina atención de su parte.

Me apoyé en el umbral de la puerta con mis brazos cruzados y las observé impaciente. No respondían, probablemente se estaban preguntando qué tipo de relación teníamos Kate y yo.

—Hace un rato. Estaba muuuy apresurada —comentó una de las mujeres—. ¿Por qué la pregunta, Sam?

—Por nada.

Rocío me miraba con la risa contenida. De seguro pensaba algo como: «¿Por nada? ¡Son novios! ¡Por algo debe ser!», pero afortunadamente se lo mantenía callado.

Saludé a todas y salí de Délicatesse lo más rápido que pude. Llegué al edificio a pie y tomé el ascensor para llegar a la planta indicada. Finalmente enfrenté la puerta del piso de Katerine, di un par de toquecitos y llamé a Kate.

—¡Está abierto! —exclamó desde adentro.

Giré del picaporte y empujé; definitivamente estaba abierto. Observé la llave depositada desde el lado de adentro y cerré la puerta con ésta antes de avanzar. Sólo vi luz en su cuarto por lo que intuí que ella se encontraba en él.

Al entrar, entrecerré mis ojos al ver a Katerine hecha una bollo en la cama, con sus sábanas cubriéndola entera exceptuando sus ojos.

—¿Por qué ahora eres un burrito? —reí al verla así.

—Es una forma de mantenerme calentita.

—Si me hubieras esperado, podríamos estar los dos acostados y tú más calentita.

—Te lo refuto, Sam, cuando estamos juntos estoy calentita, pero sólo del vientre para abajo.

Solté una carcajada ruidosa y miré a Kate hecha un rollito en la cama. Me acerqué y tomé asiento al borde de la susodicha, mirando a mi burrito con una sonrisa. Ella señaló el espacio a su lado con el mentón —puesto a que su cabeza era lo único que podía mover—, dándome a entender que me recostara.

Me quité las zapatillas y me recosté junto a ella.

—Yo tengo frío —dije.

—¿Quieres que te diga donde están las mantas para que también seas un burrito?

Solté una risa.

—No... Quiero que compartamos la manta, burra.

Me miró mal por el apodo.

—Está bien que me digas burrito, pero burra es irrespetuoso, maleducado.

A pesar de su reacción, hizo un movimiento con sus brazos y se desenvolvió hábilmente, para luego alcanzarme la manta y cubrirme. Aproveché que sus brazos estaban levantadas intentando taparme y la abracé suavemente de la cintura, atrayéndola hacia mí con cuidado de no darle dolor.

Me miró con una sonrisa tímida y envolvió mi cuello con sus brazos para darme un corto beso. Aunque, al alejarse vi cierto desconcierto en su mueca.

—¿No te da asco?

—¿El qué? —pregunté, confundido.

—Abrazarme mientras... básicamente estoy sangrando.

Fruncí mi ceño—: ¿Por qué me daría asco que menstrúes?

—No sé..., a la gente le asquea la menstruación, quería saber si a ti también.

—Kate, yo también cago y orino. Un deshecho más no me va a dar asco, después de todo, es natural.

Ella me sonrió con cierta felicidad.

—No hacía falta que seas tosco al principio.

—Fui lo más suave que pude.

Volvió a besarme, esta vez alargando el beso en uno lento y cariñoso. Adentré mi mano bajo su camiseta y acaricié su suave piel, repasando la forma de su cintura y abdomen. Ella se apartó de mí y continuó viendo mis labios con jadeos siendo desprendidos de su boca.

—De todas formas, no me apretes demasiado —respondió.

Choqué mi frente con la suya y cerré mis ojos, asimismo con mis manos pegaba su cuerpo al mío.

—No lo haré.

Al bajar mi mano para acariciar su cadera me detuve en seco con mi rostro en blanco al sentir la tela de su ropa interior. Katerine me observó extrañada.

—¿No llevas tus pantalones? —inquirí con la voz insegura.

—No, es más cómodo estar así.

—Kate, yo...

—¿Te sientes incómodo?

No supe qué contestar. No me sentía exactamente incómodo, sino nervioso, quizás ansioso...

Lo que más me pesaba era la profunda y cercana mirada de mi novia, quien, intentaba analizarme a través de mis iris. Unió sus labios con los míos en un beso flojo y cálido, para luego murmurar sobre ellos:

—Puedes tocarme si quieres.

Tragué saliva fuertemente y bajé mi mano con lentitud, mas me detuve antes de tocar la tela de sus bragas. Ella me miró con curiosidad y sentí su mano sobre la mía, que con delicadeza, bajó mi trayecto repasando su piel. Hasta que, la suavidad de su trasero se percibió bajo mis yemas.

Se me acortó la respiración. No estaba seguro de lo que hacía y hacer eso por supuesto me avergonzaba, pero, quería tocarla tanto como me fuera posible.

Presioné aquel área con delicadeza y a Kate se le escapó un jadeo. Cerró sus ojos, llevó sus manos a mi abdomen, inmiscuyéndose bajo mi ropa y de esa forma logrando que un cosquilleo recorriera mi vientre hacia abajo.

Una de sus manos escapó del interior de mi ropa y fue a mi nuca, pegando mi boca a la suya en un beso. Me encantan los besos de Kate, siempre se ajustan a mi ritmo de novato y me ayuda con sus movimientos pausados y calmos. El problema es que ella siempre quiere más... y más.

Su lengua se introdujo en mí con habilidad, devorando mi cavidad con experiencia. Paulatinamente sentí su peso sobre mi regazo, al abrir mis ojos me di cuenta que ella estaba sobre mí, vistiendo casi nada y con sus ojos fijos en mi boca, probablemente hinchada.

Mi respiración y ritmo cardíaco estaban hechos un caos. Tenía a Katerine sobre mí con su cabello alborotado, pupilas dilatadas, su rostro enrojecido, vistiendo sólo bragas y una camiseta blanca demasiado holgada.

Relamí mis labios, excitado por la escena que me estaba dando. Tenía ganas de llevar mis manos a sus senos, los que tanto había tocado en otra ocasión. Recordé el rostro de Katerine al gemir o cómo me rogaba con su mirada que le dé más. Me sentía avergonzado por pensar en todo lo que quería hacerle, pero la posición en la que ella estaba era suficiente para darle rienda suelta a mi imaginación.

—Debería estar prohibido que te sientes sobre mí mientras estás casi desnuda, Katerine.

—Y también debería estar prohibido que estés tan duro con sólo esto, Samuel.

Volví a agitarme al oír mi nombre ser pronunciado perfectamente por sus lindos labios enrojecidos y húmedos.

Me senté sobre la cama, enfrentándola y Katerine hizo su cabeza hacia un lado con tal de darme acceso a su cuello. Mis manos permanecieron en sus glúteos, y apreté de ellos al besar su piel sensible. En la punta de mis dedos sentí una ligera humedad y por un momento, no supe si era sangre o qué.

Ella notó mi semblante confundido y me mostró una sonrisa suave.

—Tranquilo, no son pérdidas. No uso toalla, ni tampón, así que no las hay —me explicó—. Levanta tu mano.

Le hice caso y Kate observó la punta de mis dedos. Tenía razón, no era sangre, de hecho, no había mancha de nada, sólo era la humedad de mis dedos.

Para mi sorpresa, ella tomó mi mano de la muñeca y lamió mis últimas falanges con lentitud. Encerró en su boca mis dedos y chupó suavemente, para luego alejarse de mí y sonreír.

Joder.

—No vuelvas a hacer eso —hablé con sequedad, frunciendo mi ceño.

—¿Por qué?, ¿acaso te excita? —se mofó con su semblante lleno de picardía y malicia—. Me encanta la cara que haces cuando te pones, te ves tan asquerosamente sexy.

No contesté, simplemente observé a Katerine jadear sobre mí, estaba igual de agitada que yo. Envolvió mi cuello en sus brazos y volvió a besarme, esta vez sin nada de lentitud ni paciencia, sólo tomando el control de mi con su demandante ritmo que me ponía tanto que daba vergüenza.

Se separó de mí y permaneció en cercanía a mi boca, chocando su respiración con la mía.

—¿Me deseas, Sam?

Asentí con mi cabeza. No podía mentir, amaba a Katerine y por ende deseaba su cuerpo, al que tanto admiraba.

—Dilo —ordenó.

Mierda.

—Te deseo, Katerine.

Sonrió ampliamente, complacida con mi respuesta. Volvió a darme espacio en su cuello y yo lo acepté nuevamente, trasladando mis manos de sus glúteos a sus pechos descubiertos y suaves. Intenté ser lo más cuidadoso que pude a a la hora de tocarla, y mis oídos se sintieron realmente bien cuando ella dejó salir un lindo gemido pequeño y disimulado, que prácticamente sonó contra mi oreja.

—Deberíamos parar con esto —sugirió ella, con su respiración hecha un caos.

Su frase me alarmó por completo.

—¿No lo estás disfrutando? —dije tras darle una lamida en su cuello.

Soltó un fuerte quejido echando su cabeza hacia atrás cuando apreté su punto sensible. Me fue un privilegio tenerla sobre mí gimiendo y moviéndose contra mi erección.

—Sí..., mucho —suspiró—. Pero si seguimos con esto ambos terminaremos demasiado frustrados.

Tenía razón.

Katerine se alejó de mí y miró mi erección, para luego morder su labio inferior.

—Qué desperdicio.

Solté una carcajada suave por su comentario y ella echó un suspiro de frustración llevando su palma a su frente.

—¿Tenías algo que hacer? —preguntó ella, acomodándose con sus piernas como indio sobre la cama.

Fruncí mi ceño y conduje ambas manos a mi cara con exasperación.

—¡Tenía que ir al piso de Rocío!

Kate meneó su cabeza, indicándome decepción.

—Qué mal amigo, Sam. Rechazando a tu colega por un culo...

—Cállate.

—No me calles, cabrón.

Volví a suspirar y me acerqué a Katerine, dejándole un beso en la frente para luego levantarme de la cama.

—¡¿Te vas?! —chilló, asustada.

Miré a Katerine por arriba del hombro y ella me hizo un puchero.

—Síp.

Volví a encaminarme a la puerta de su piso, pero sus raudos pasos me distrajeron por completo. Cuando me di cuenta, Katerine ya estaba detrás mío, envolviéndome en un abrazo.

—Por favor, quédate conmigo.

Estiré las comisuras de mis labios, sin saber qué hacer.

—Rocío puede llamar a Jade..., o a Ed, o a quien sea —dijo con una voz quejumbrosa contra mi espalda—. Yo sólo te tengo a ti, Sam.

Recordé el humor de Katerine durante la mañana e intuí que, quizás se sentía sola. Después de su separación con Bruno su rutina cambió completamente y, yo pasé a ser su única persona confiable. Yo era la única persona en la que ella se podía apoyar, cuando yo saliera de su piso, no habría nadie más que le pregunte cómo se encuentra, ni nadie que coma con ella.

Volteé en su dirección y la abracé desde abajo para levantarla, causando que suelte un chillido de sorpresa. Se sostuvo de mis hombros y miró al suelo con inseguridad y temor.

—No sé cómo haces para que no te dé miedo caerte estando tan alto.

Sonreí por su comentario bobo y me acerqué a darle un beso pequeño en la punta de su nariz, causándole una risa suave.

—Te quiero —murmuró contra mí, con sus ojos brillando.




O.o

Me siento rara al escribir este tipo de escenas entre personajes ¿.

Pero bueno.

Les doy la bienvenida a los recién llegados uwu. Por ciertooo, falta re poco para los 30k, chikis OPD.

Nos seguimos leyendo <3<3. Gracias por leer uwu.

—The Sphinx.

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