42 - Resguardar tu nombre



GENTE, SALÍ DE LAS GARRAS DEL BLOQUEO :0

Los extrañé uwu♥.


Uno...

Dos...

Tres...

Cuatro...

Cinco...

Cinco vueltas. Cinco vueltas en tres minutos. No puedo detener el rumbo de mi cabeza, el mismo que me ata y condena.

Soy un fiasco. Un fiasco horrible y no puedo parar de pensar en cada uno de mis errores.

¿Por qué?, ¿por qué es tan difícil conciliar el sueño desde ese día?

Muerdo la almohada conteniendo cualquier sonido quejumbroso, pero es imposible. Ni un grito, ni un sollozo pueden liberarme de la presión en mi pecho y garganta; ellos siempre están ahí, recordándome lo que soy y lo que fui.

Intento recordar a Sam para que me proporcione esa calidez que me hace sentir, luego lucho por mantener la imagen de mi madre en mi cabeza o trato de rememorar la mirada y risa de Abril. Pero nada lo logra. Nadie ni nada logra desatarme, sólo me encuentro yo, frente a mi reflejo en el vacío. Sólo yo soy quien puede salvarme de mi propia sombra.

Levanté mi rostro de la almohada humedecida y me encontré con la resplandeciente alba. Es mi recordatorio de cambiar; mi señal de que un nuevo día ha iniciado y con eso también mis propósitos.

Pero nada más alejado de la realidad: en horario diurno, cambio limitadamente; sonrío y muestro la mejor cara de mi psique. Y, cuando la noche arrima su azul terciopelo me convierto en el desastre que soy: el mar de impotencia e inutilidad que siempre me consideré.

Me resigné a levantarme. No quiero enfrentar mi realidad y mucho menos afrontarla sin haber dormido aunque sea una hora. Ha amanecido, pero mis sentidos no lo han hecho.

—Hey, Tonto —saludé al simpático peluche de cachorro.

Aquel husky de felpa estaba ahí para recordarme a Sam, tenía su olor y la inocencia de los ojos del peludo me rememoraba al tierno gris de los iris de mi novio.

Me senté sobre la cama con el peluche aferrado a mis brazos. Estiré uno de los susodichos y alcancé mi móvil depositado sobre la plataforma del respaldo de mi cama. Entré a una aplicación de música y seleccioné una balada acústica que me relajaba.

Me mantuve quieta, observando a la nada, mientras que la suave voz del intérprete anglosajón pronunciaba dulces palabras acompañado de la calma guitarra. La canción terminó con susurros débiles y completos en angustia, para dar sitio a una nueva canción: "Every Breath You Take" de The Police. Mi respiración se volvió únicamente jadeos, mientras que mi vista se nubló y mi pecho me apretaba. Dolía, dolía oír el condenado inicio de esa canción así que no tardé en cerrar la aplicación, dando lugar al punzante silencio.

Every Breath You Take fue la canción que Bruno y yo bailamos en la última fiesta. Esa misma fiesta donde, Sam perdió el control de sí mismo y se me confesó.

Apreté la manta en mis puños haciendo un intento de relajarme.

Siempre creí que un ex dejaría una simple cicatriz en mi corazón, pero lo que Bruno había dejado era un hueco, símil a un abismo.

Una lágrima resbaló por mi mejilla y la limpié de inmediato. Lamentablemente, tenía el rostro sucio con las marcas del llanto.

—¿Me veo mal? —le pregunté al peluche.

Tomé la parte de atrás de su cabeza y lo hice asentir.

—Hasta un peluche me dice eso.

Entré a WhatsApp y noté un nuevo mensaje de Rocío: «¿Estás despierta?»

Apreté mis labios al leerla.

«¿Por qué le contaste a Sam sobre mi sueño?» contesté sin darle atención a su previo mensaje.

A los pocos minutos llegó la respuesta: «Quería empujar un poco las cosas».

«¿Funcionó? 😏» volvió a mensajear, con un emoji pervertido.

Recordé la escena del día previo con la nostalgia de como si eso hubiera sucedido hace años. Aunque no, en realidad sucedió hace menos de veinticuatro horas. Mi memoria está fresca y al recordarlo sólo gané un cosquilleo en toda mi columna.

Genial. Me he distraído; ese es el primer paso de la mañana.

Dejé el mensaje sin responder y descubrí mi cuerpo de las sábanas, quitándome la ropa en mi camino al baño. Abrí la regadera y me metí dentro de aquella ducha con bañera.

El agua fría golpeó mi piel de manera violenta, helando mis terminaciones nerviosas y arrancándome un jadeo.

Necesitaba congelar mi cabeza. Ella había estado corriendo durante toda la noche, calentándose y acelerando mis pensamientos. En ese momento lo único que deseaba era congelarla y que parara de funcionar.

Tosí un poco en un intento de rascar mi garganta oxidada luego de tanto llanto. Me dolía.

Mi rostro se tornó en un manuscrito violento cuando oí cuerdas de una guitarra siendo amasadas con total pasión. Aquello me extrañó, era demasiado temprano para el horario en el que despertaba Samuel.

Chasqueé mi lengua y cerré el grifo luego de quitarme todo el jabón. Salí de la ducha y no me esmeré en exceso para secarme, de hecho, puede que algunas zonas de mi cuerpo continuaran húmedas. Tomé mi cabello con la toalla y lo sacudí con brusquedad para secarme.

Eché la toalla a un lado y miré mi reflejo tras vestirme. Lucía como un reciente fantasma, que aún no podía aceptar la idea de haber muerto y que sus características continuaban siendo símiles a las de un cadavérico muerto demacrado. Mientras, en mi camiseta se cernían nubes de humedad gracias al goteo de mi cabello.

Volví a carraspear, tenía la voz hecha una mierda.

Abandoné el baño y mi cuarto, saliendo al balcón con tal de apreciar el precioso cielo mañanero, junto a las vistas urbanas que acarreaba tal horario. Eché un suspiro cuando las notas musicales continuaron fluyendo por el aire. Volteé a ver a mi derecha y clavé mis ojos en Sam, con su cabello enmarañado sobre su frente y sus prendas informales, probablemente de dormir.

Alzó su vista sin dejar de mover sus dedos sobre el mástil y producir los lindos sonidos. Una bonita sonrisa le iluminó el rostro cuando me vio.

Puse una sonrisa suave y calma, intentando simular algún tipo de alegría. Lo cierto, es que a esta hora del día nunca estoy del todo recuperada del martirio que me da el insufrible insomnio.

—Buen día —pronuncié con calidez.

A pesar de que mi estado no sea el mejor, ver a Sam es una especie de antídoto que me ayuda a recuperarme de tal dosis venenosa de pensamientos molestos.

—Buenos días.

Apoyé mis codos en el barandal y deposité mis ojos en la calle.

—Te despertaste temprano —comenté.

Paró de tocar y soltó un suspiro, acompañado de una carcajada sin gracia.

—No podía dormir —dijo—. Parece que tú tampoco.

—¿Lo dices por mis ojeras? —Sonreí.

Espié a Sam por el rabillo de mi vista, él meneó su cabeza y clavó sus ojos en mi anatomía.

—Quisiera decirlo por eso.

Una mala sensación hizo que mi columna me desequilibrara. Esperaba que Sam no me haya oído en la madrugada, de lo contrario habría una ola de preguntas de las que no me sentía segura que sería capaz de responder con aptitud.

Tragué saliva, enteramente sumergida en nervios y cambié el tema:

—Esa era una buena canción —halagué—. ¿Cómo se llama?

Quité mi vista de él. No quería hacer contacto visual y por ello se enterara de todo lo que pululaba en mi cabeza.

Sam emitió un sonido de duda, como si intentara recordar.

—No lo sé —confesó—. A lo mejor es una partitura que encontré en algún rincón del piso.

Sonreí mínimamente. El piso de Sam siempre era un desastre; repleto de partituras, anotaciones y letras. Aunque eso era parte del encanto de aquel sitio.

Relamí mis labios, intentando acabar con la sequedad de los mismos y volteé hacia el pelinegro, observándolo con una expresión calma.

—¿Te molesta si te pido un favor? —dije.

—En absoluto.

Le contesté con una sonrisa.

—Me gustaría que... —Paré de hablar, dándome tiempo para pensar en cómo decirlo—. Bueno, mhm... ¿Recuerdas la vez que te pedí que me cantaras para dormir?

Él asintió.

—Bien... Quizás..., bueno, estaba pensando si... —Sentí un poco de vergüenza en mi cuerpo, la que fue evidente por mis titubeos—... si... podrías grabar un audio cantando.

Sam exhaló como una risa y me miró con una expresión juguetona.

—¿Para que duermas? —inquirió.

Asentí con mi cabeza, sumamente avergonzada.

—No entiendo porqué hiciste tanto rodeo para decir eso, Kate —habló meneando su cabeza con una sonrisa contenida—. De todas formas: tranquila, grabaré el audio. Pero... ¿por qué me lo pides a mí?

Mi vista pareció temblar. ¿Por qué se lo pedía a él? La respuesta era tan simple como predecible:

—Tu voz me calma.

Él sólo me miró sonriente, sin enseñar sus dientes. Su sonrisa era hermosa y tranquila, lograba calmarme incluso en un turbulento clima. Una de las cosas que me enorgullecía, por más egocéntrico o egoísta que sonara, es que Sam acostumbraba a sonreír más en mi compañía.

No prosiguió con la charla, por lo que suspiré y deposité mi mirar en la calle.

Advertía un vacío en mi cuerpo. No lograba reconocer en donde se hallaba, simplemente allí estaba: molestando. Y también, el cansancio que éste causaba en mí me privaba de cualquier idea de conversación, por lo que inevitablemente, el silencio reinó entre ambos por unos cuantos minutos. Podría haber sido incómodo, pero no, realmente se sentía natural.

Aunque para mi sorpresa esa comodidad cesó con una única frase:

—Anoche te escuché llorar.

Mi estómago dio una vuelta extraña cuando esas palabras fueron despedidas de Sam. Después de todo, mi teoría era cierta: me oyó.

—Estuve viendo una película de drama —me excusé con rapidez, sin quitar mis ojos del paisaje; el único refugio para mi mirada.

—Debió ser aburrido ver una película sólo de llanto.

Di un vistazo de reojo a Sam. En su rostro era obvio: no me creía nada.

—De hecho gran parte del tiempo era yo llorando... La película fue muy triste.

Cuando volví a verlo, nuevamente me dejaba en claro con una mueca que mi discurso no era ni una cuarta parte de comestible.

—Kate, si tienes algo que hablar sólo dilo.

—No hay nada que hablar, Sam, solamente fue una película melodramática —insistí—, nada más.

El pelinegro formó una línea con sus labios. Sabía que él se sentía impotente, ya que, él era consciente de que no me abriría con facilidad, por lo que tener una charla conmigo en estas condiciones terminaría muy mal.

—Vale, Kate. Iré a cambiarme para el trabajo.

Entró a su piso sin despedirse, con la cabeza baja y con sus puños apretados de enojo, o tal vez otra emoción.

Miré resignada la puerta cerrada. Era mejor así. Prefería evadir alguna pelea tonta y eso era completamente evitable con Sam y yo separados.

Entré a mi departamento luego de una prolongada contemplación a mis alrededores, preparé un desayuno rápido y me vestí apropiadamente, hasta que un mensaje me llegó:

«Kate, lo digo en serio, si tienes algo que decir sólo háblalo conmigo».

Dejé en visto el mensaje, volviendo a mi rutina de hacer literalmente nada.

Llevé mis manos a mi cabeza, enredando mis mechones entre mis dedos. Necesitaba quitarme a Bruno de la cabeza, ya sea con un ejercicio terapéutico o con una condenada lobotomía, porque, parecía que una maldita parte de mi cerebro había sido dedicada a él.

Apreté mis puños asimismo apretaba mi cabello, causándome cierto dolor. Pero lo último no me importó. Mi cuerpo se consumía lentamente por el enojo, quizás la ira, y un poco de dolor me era simplemente una caricia.

Miré el mensaje de Sam con angustia. Lo estaba lastimando y eso era lo único que me provocaba dolor.

No quería que Sam sufra.

A mi lado en el sofá yacía aquella libreta de tapa rosa pálido, con letras temblando mi nombre: «Kat Greco».

La abrí por quién sabe qué centésima vez en estas semanas infernales y volví a leer el contenido.

Era una sucesión de hechos y nombres muy clara: Abril. Bruno. Peso. Acoso. Bruno. Delgadez. Bruno. Noviazgo. Final feliz.

De tantas veces de leer aquellas páginas y rememorar cada momento, mi cerebro memorizó toda la historia, que, en ese pequeño libro infantil tenía una final feliz. Porque todos sabemos que las películas y libros terminan con la pareja siendo felices y devorando perdices. El resto de la historia nunca figura.

¿Acaso esas parejas nunca afrontarán una separación? ¿Convivirán felices el uno con el otro por siempre?

Ese modelo tan vacío en mi cabeza cada vez se tornaba más en un estado putrefacto, como la deliciosa comida guardada para observar, que lentamente se pudre, pero nadie pudo probar su exquisito sabor. Porque así eran las historias de amor en mi mente. Probablemente el héroe y la heroína tendrían un amor apasionado durante su enamoramiento, y éstos nunca probarían un final feliz, ya que, éste es un concepto demasiado lejano y prohibido.

Bruno y yo éramos dos corruptos héroes en un cuento muy dramático e irreal como para ser cierto.

Con mi mano tomé un puñado de hojas y tiré de ellas hasta arrancarlas del libro. No quería leer más aquello, por más inexplicablemente tentador que me pareciera, leerlo era con simpleza una tortura a mi razón.

Formé una bola entre mis palmas con los papeles y me levanté a tirarla al cubo de basura. Me detuve frente al susodicho, con mi mandíbula descolocada y mis ojos temblando de miedo. Pero antes de que pudiera titubear aunque sea un poco liberé el papel de mi agarre, deshaciéndome de toda la mierda tonta escrita allí dentro, para tapar el cubo y sumirlo en la oscuridad.

Miré con una mueca en mi boca al cubo de basura. Ahí se iban fotos, dibujos y anécdotas extrañas escritas a una corta edad.

Mi inmersión en la escena se quebró completamente cuando unos toques en la puerta. Probablemente era Sam. Él era el único que llamaba a mi puerta.

Salí de la cocina con el estómago hecho un laberinto, hasta enfrentar mi propia entrada y dudar si abrir o no.

—Sam, dame algo de tiempo, me estoy cambiando —exclamé con un tono fuerte y claro.

No hubo respuesta. Estiré las comisuras de mis labios con desconcierto, ¿acaso no era Sam?

Oí un suspiro y por ese mismo gesto reconocí inmediatamente que se trataba de él, así que me relajé.

—Vale.

Me di la vuelta y regresé a mi cuarto, guardando aquella libreta con rapidez, por si se daba la casualidad de que Sam la viera toda destrozada. No quería responder preguntas, y cuestionar era el deporte favorito de Sam.

Volví a la entrada y dudé en abrir la puerta, mas lo hice y contemplé a Sam, con su expresión cálida y seria; una mezcla que consideraba poco posible, pero a pesar de su neutralidad destilaba aprecio a través de sus ojos grises. Aunque algo le desconcertó hasta el punto de formarle decenas de arrugas entre sus cejas.

—¡Kate!, ¿qué le pasó a tu pelo?

—¿Qué tiene?

—Está desastroso —se sinceró con cara seria.

Solté una risita por su reacción escandalizada, aunque fui yo quien se escandalizó cuando entró al piso sin permiso y tomó el peine que tenía tirado por ahí.

Este tipo como padre sería insufrible.

Me pidió —casi obligándome— a ponerme frente a él con tal de que me peinara. Ni siquiera necesitaba sentarme en una silla, ya que Sam era bastante alto y podía peinarme de pie sin incomodidad.

—Puedo hacerlo sola.

—Lo sé. —Suspiró—. Pero probablemente lo hagas de mala gana.

—Me conoces bien.

Pasó el peine con lentitud y suavidad, con tal de no tirar fuerte de un mechón y causarme dolor. Al poco tiempo, mi cabello estaba completamente desenredado. Afortunadamente, su humedad le ayudaba a que no cobre frizz, aunque de seguro lo haría al secarse...

—¿Tienes una liga?

Señalé con mi índice una cajita sobre un mueble. Él fue hacia allí, regresó con la liga y juntó mi cabello dentro de la misma, formando una cola de cabello ligeramente ajustada.

Cuando volteé hacia él, me miró con una sonrisa cerrada cálida, llena de cariño. Su mano acunó mi rostro, acariciando mi mejilla con su pulgar.

No sé porqué, pero mis lágrimas parecían querer abandonar mis ojos, y traté de evitarlo con todo lo que pude, logrando hacer una cara rara.

Sam notó mi mueca y puso un rostro incrédulo.

—¿Pasa algo?

Negué con la cabeza en respuesta.

—No pasa nada.

Evadí su mirada, poniendo la mía en el espacio sobre su hombro, pero me impidió seguir con ello ya que juntó nuestras frentes y sus ojos, brillantes y perspicaces como los de un felino me escrutaron como si mi faz se tratara de una obra expuesta en un museo.

—No me gusta cuando mientes.

Su mano se deslizó suavemente hacia atrás, tomándome de la nuca con tal de que no me aleje.

—No miento —afirmé.

Él exhaló aire por la nariz, como si le hubiera dicho una mala broma.

—Tú lo has dicho, Katerine: te conozco bien. —Ladeó ligeramente su cabeza—. ¿Piensas que no me di cuenta de que tus manos tiemblan?

Apenas dijo eso, intenté tranquilizar el trepidar de mis manos.

—No están temblando.

Él echó un suspiro y se alejó de mí. Estaba hartándose, lo sabía.

Buscó con su mirada algo en mi piso y luego me observó desde su posición frente a la puerta, con su mueca relajada de siempre.

—Vamos —pronunció.

Asentí con mi cabeza, dirigiéndome a él con paso lento. Apenas lo igualé, él me abrazó por los hombros con cuidado, juntando ambos cuerpos. Al salir, cerré la puerta con llave y Sam me condujo con su suave agarre hacia el elevador.

Elevé mi vista, buscándolo con la mirada con cierta curiosidad. Su forma de actuar me llamó la atención, mas no parecía incómodo abrazándome de esa forma en un lugar que con facilidad alguien del edificio podría vernos.

Sam bajó su vista y se notó un poco sorprendido cuando se encontró con mi mirada observándolo fijamente.

—¿Cuánto tiempo llevas mirándome así?

—Desde que empezó a bajar el ascensor —confesé encogiendo mis hombros, con cierta vergüenza.

Exhaló aire como una risa pequeña y negó con su cabeza, como si intentara contenerse alguna palabra dentro de ella. A pesar de eso, extendió su sonrisa y bajó su cabeza a dejar un pequeño beso en mi pelo. Permaneció cerca de mí, sin dejarme verle directamente y soltó un suspiro ligero.

—Tengo algo que decirte —repentinamente anunció.

Puse una cara confusa.

—¿Sí?

Me da un poco de nervios pensar en qué dirá, especialmente si inicia la conversación así. Aunque, en parte siento de que si el anuncio viene de él, no será algo muy grave.

—Pronto me graduaré —murmuró contra mi cabeza.

Sonreí con cierta felicidad llenándome y me moví con tal de mirarlo.

—¿Puedo ir? —casi chillé.

Me observó con una mueca divertida.

—No —sentenció con sequedad.

Sentí todo el globo feliz dentro mío pincharse con un solo monosílabo.

—¿Por qué no?

—Porque no —replicó con sus ojos entrecerrados—. Lo que te quería decir es que Lao quiere festejarlo en casa de Nora, ¿te vienes?

Asentí con mi cabeza repetidamente y lo miré con emoción:

—¿Cuándo es?

Sam sacó su móvil de uno de sus bolsillos y abrió el calendario, revisando las fechas de mayo, que recién entraba.

Volteó a verme y sonrió al hablar—: Veintitrés de mayo.

Sólo tres palabras fueron suficientes para eliminarme la sonrisa de la cara, y esta vez, desinflarme por completo. «Tenía que ser veintitrés», pensé con agobio. ¡Veintitrés! ¿No podía ser otra fecha? ¡Veintitrés era una fecha terrible!

—¿Irás? —inquirió en adición.

«Será la fiesta por la graduación de Sam», repetí en mi mente tratando de calmarme. No había nada que temer, ni mucho menos nada con qué agobiarse, ¿no? Era su fiesta.

Dudé en par de segundos bastante largos y Sam me miró con cierta impaciencia. Sentí un ligero temblor en mis manos, pero pronto luché por calmarlo.

—Iré —finalmente confirmé, con mis nervios casi flotando sobre mi piel y los nudos de mis pensamientos enmarañados a más no poder.

Pero, realmente, no lo sabía con certeza.


VEINTITRÉS.

¿Qué significa el veintitrés? Dejen sus teorías bonitas.

No quiero usar la nota de diario íntimo. Pero en resumen: me tardé por bloqueo; estuve escribiendo por días este capítulo pero nunca me salían más de quinientas palabras de tirón. No soy una persona propensa al bloqueo, pero cuando me dan: me da fuertísimo (hasta pasar un mes o más sin hacer nada) o uno chiquito. Por suerte, fue chiquito <3.

Ya saben que siempre les agradezco por leer, chikis. Y por cierto: en unos K más vamos a llegar a 30k!! Si pueden recomendar a sus amiwis drogadictos a la lectura sería un punto riquísimo <3.

Se los quiere! <3 Lamento la tardanza, pero no hay otra. Puede que prontito suba el 43.

—The Sphinx.

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