4 - Florencia

Bruno, Bruno, Bruno... Quiero matarte.

Después de aquella noche tan «alocada» no me ha contactado, y, a pesar de haber ido a su departamento, al llamar nadie contestó. Tampoco contesta a mis mensajes, no me pone visto pero le llegan, además, ni siquiera pasa por Délicatesse. Así que tengo una teoría: lo secuestraron y ahora está muerto en un descampado, sin embargo, sus agresores conservaron su celular. O simplemente por razones de la vida no me contesta. A ver, sea cual sea la verdad aún así quiero matarlo.

Creía firmemente en mi primera teoría, pero recordaba algo: el celular de Bruno es de una generación bastante antigua, sólo puede procesar WhatsApp, así que no creía mucho en su secuestro..., ¡o quizás lo secuestraron pero su celular quedó encendido en algún sitio! ¿Pero no tendría que... acabarse su batería?

Sí, me gusta teorizar cosas absurdas cuando no tengo nada que hacer.

Llamé por séptima vez en el día a Bruno mientras estaba en mi horario de descanso. Estaba almorzando con Sam tranquilamente hasta que la conversación se tornó tediosa así que preferí usar mi tiempo en contactar a Bruno.

El celular comenzó a sonar... y sonar.

—No te contestará —Rió Sam. Él se estaba burlando de mi situación desde que le había comentado del tema, lo que me molestaba bastante.

Mis ojos brillaron al ver que Bruno se unió a la llamada. ¡No estaba muerto! Bueno, al menos no aún..., quizás respondió a la llamada mientras se ocultaba de los secuestradores.

—Hey, ¿qué pasa? —saludó muy alegre, como si no hubiera estado ausente durante una semana entera.

— ¿«Hey, qué pasa»? —Repetí enfadada, lo que reflejaba en mi tono de voz tajante— Me tenías preocupada, estúpido —escupí. Él sólo rió suavemente, como si la situación le diera ternura o algo similar.

Realmente estaba enfadada. Había prometido vernos y desapareció repentinamente, no estaba en su departamento, ni en el celular y se había esfumado de mi vida sin avisar.

—Creí que te secuestraron y estarías en un descampado como un cadáver —declaré, ahora hablando con preocupación y cierta tristeza fingida, me daba un tanto de risa la situación.

A pesar de mi broma, no sabía que sentir en aquel momento. Puto Bruno, desde secundaria que me hacía confundirme sobre mis sentimientos.

—Bueno, lo de secuestrarme es verdad —habló jocoso y abrí mis ojos con sorpresa—: mi hermana invadió mi departamento y me arrastró con ella a visitar a nuestros papás. Fue muy repentino, lo siento por no avisarte, pero también me tomó de sorpresa —Sentí calidez en mi pecho al notar la dulzura en su voz, se sentía como si ésta desprendiera azúcar. Bruno siempre había podido doblegarme con su tierna voz y su rostro inocente, con tal sólo aquel tono tan dulce podía caer rendida ante él una vez más como en el bachillerato—. Pagaría por ver tu cara ahora, siempre te ves linda enojada... bueno, no siempre, de hecho a veces das miedo.

Reí suavemente por su comentario, se notaba un poco el temor en su entonación.

—Tranquilo, ya no estoy enojada —dije en un tono bajito y me alejé un poco de Sam, para luego abrir la puerta al depósito y entrar allí para tener una conversación más cómoda—. ¿Cuándo... volverás?

Tragué saliva, reuniendo fuerza para oír su respuesta; estaba segura que volvería en semanas.

—Estoy en tu departamento.

Suspiré de alivio al oír de eso, pero hubo una presión en mi pecho por un tema:

— ¿No deberías pasar más tiempo con tus papás?

—No te preocupes por eso, seguramente los visitaré el próximo fin de semana —respondió. En su voz oía una sonrisa, y luego supe la razón de la misma—:, sólo preocúpate por terminar tu trabajo rápido y hacerme compañía —soltó rápidamente como si estuviera regañándome y sonreí cual boba—. Esta semana me he sentido solo, ¿sabes? No puedo esperar por oírte gri...

Colgué antes que diga una asquerosidad.

Salí del depósito suspirando y Sam me miró con una ceja alzada, bastante entretenido.

—Tórtolos —dijo por lo bajo cuando me senté a su lado, para tomar un sándwich y llevármelo a la boca.

Pasaron unos cuantos minutos de silencio, hasta decidí sacar algún tema.

— ¿Ha teo noia? —dije con la comida en la boca.

— ¿Qué?

Tragué.

— ¿Has tenido novia?

Me daba mucha, mucha curiosidad cómo sería Samuel en sus relaciones, ¿sería celoso?, ¿tierno?, ¿gracioso?, ¿o frío? ¿U... otra cosa?

—No —respondió la mar de tranquilo.

Abrí mis ojos de par en par. Estaba perpleja por su respuesta, ¿no se suponía que él era el tipo de chico rompecorazones y mujeriego que aparece en las películas? Bueno, quizás nunca había tenido novia pero había hecho conquistas.

— ¿Eres virgen? —pregunté sin pelos en la lengua para comprobar si mi teoría era cierta.

Asintió... y se me cayó la mandíbula repleta de sorpresa. ¿Me lo decía en serio? ¡Pero si Sam era guapísimo! Era imposible que no haya tenido novia o sexo, ¡era Sam! ¡Sam D'Aramitz!

Definitivamente a Sam le costaba ponerla.

—No me interesa enamorarme —declaró, captando en completitud mi atención. ¿Sería ésta una conversación profunda sobre deseos, metas y motivaciones?—. Sólo quiero divertirme, pero no en un sentido sexual, creo que... tendré tiempo para eso más tarde.

Comprendí un poco su punto de vista, de hecho, era bastante razonable y en parte admirable. Sam estaba guardando ese tipo de experiencias para cuando él alcance un nivel de madurez mayor.

—Oh —solté—, vaya.

—Qué seca —Frunció sus cejas—, acabo de abrirte mi corazón ¿y así es como respondes?

Notaba cierto chiste en sus palabras, sin embargo, sabía que en el fondo él no quería sonar risible.

—Te comprendo —Le di otro mordisco a la comida—, pero, ¿no crees que cuando tengamos trabajos serios no nos quedará tiempo para conocer a alguien? Bueno, yo ya he conocido a mi «compañero», pero ¿qué hay de ti? ¿Nunca ha habido alguien a quien mires con aprecio?

Él pareció pensarlo, le estaba tomando demasiado decidirse. Después de unos largos segundos, respondió:

— ¿Mi mamá?

Reí ante su respuesta, ¿es que este chico no tenía ni siquiera un sentimiento amoroso en su corazón?

—Incestuoso asqueroso —bromeé, fingiendo repugnancia.

Después de que termine mi receso volví a las tareas de mi empleo. Era increíble lo repetitivo que se volvía al pasar el tiempo; eran tan estrictos los horarios, ya que de cada hora era asignada para realizar una tarea en específico, lo que lo volvía aburrido y monótono.

Salí del local y noté algo: una molesta presencia. Sam caminaba a unos pocos metros por detrás de mí. Volteé rápidamente y él me miró confundido.

—¿Me estás siguiendo? —Fui directa.

—¿No...? —soltó algo indeciso de responder, quizás no lograba interpretar mi tono.

Sus ojos grises se clavaron en mí con suma indiferencia y canceló su detenimiento, volviendo a caminar y quedando adelante mío.

Me apresuré a caminar, dando pasos rápidos y largos, para ponerme a su lado y verlo de reojo. Él notó mi mirada y me observó unos pocos segundos, para luego devolver su vista al camino.

—Salimos a la misma hora y vivimos en el mismo edificio, no te creas la gran cosa.

Me sentí un poco ridícula. Era obvio que si íbamos a una misma dirección caminaríamos cerca.

—Lo siento.

Estaba ligeramente avergonzada; había sacado una conclusión estúpida y en muy poco tiempo.

Continué mi caminata, intentando tranquilizarme, ya que al tenerlo cerca sólo quería acercarme y hablarle, sin embargo, contenía mis impulsos.

Llegamos al ascensor y me apuré en correr hacia el mismo, ya que Sam lo había activado muchísimo antes de que yo siquiera entrara al edificio. Hijo de puta.

Hice un mohín y me paré a su lado, mirando al frente. Estaba haciendo un mohín, hasta que oí su risilla.

— ¿Qué es lo gracioso? —escupí molesta.

—Tu reacción —soltó entre carcajadas mientras rodeaba su estómago, retorciéndose.

Bufé y permanecí en silencio.

Pasaron unos instantes e inició una música tranquila de un piano alegre que parecía reírse de mí. Le oí tararear por lo bajo la melodía.

Observé de reojo a Sam y él hizo lo mismo, rápidamente quité mi mirada, aunque él seguía mirándome. Tragué saliva y abrí mi boca para decir algo, la cerré.

Tensión. Tensión pura y dura.

Después de un rato se oyó el milagroso agudo sonido y las puertas comenzaron a abrirse, al fin me liberaría de ese momento incómodo. Sentí la mano de Sam contra la mía unos cuantos segundos, captando mi atención y confusión. Las puertas se abrieron y advertí unos ojos, elevé mi mirada y ahí estaba Bruno, en mi puerta, recostado en el umbral esperando por mí. Tiré de mi mano y Sam me soltó para luego dirigirme una sonrisa de boca cerrada ladina. Lo había hecho al propósito. Lo maldije antes de salir y caminé a pasos fuertes hacia Bruno, quien me miraba un poco extrañado.

—¿Qué fue lo de recién? —sonó amenazado.

Negué con mi cabeza lentamente—: No... no le prestes atención

Afortunadamente él me obedeció y entramos de la mano al departamento.

Mis ojos se abrieron desmesuradamente y solté un chillido al ver las bolsas sobre la mesa. Vegetales. Muchos vegetales. Deshice nuestra unión y corrí emocionada para poder ver en detalle la sorpresa.

—Es de la última cosecha de mis abuelos —Me sonrió de forma cálida y yo le respondí con una sonrisa amplia y enseñando mis dientes.

Me aproximé aún más y observé la belleza de la comida. Habían tomates grandes de rojo brillante, zanahorias de la misma calidad y también lechuga. Abrí otra bolsa y había patatas de gran tamaño y limpias.

—Gracias —le respondí llena de júbilo—. ¿No... quieres... cocinar algo con esto?

Lo había dicho con cierta timidez.

Él amplió su sonrisa y arqueó una ceja—: ¿No has almorzado ya?

Asentí.

—Tienes razón, mejor hagámoslo a la noche.

Devolví mis ojos a su regalo y sonreí, hasta que sentí la calidez de su cuerpo, lo que me hizo soltar un jadeo. Sus reconfortantes brazos me rodeaban, sentía la fuerza en ellos, pero su agarre era tan delicado que apenas era perceptible aquello último.

—No me molesta si quieres cocinar ahora —susurró a mi oído dándome cosquillas.

Sus dedos acariciaban mi abdomen suavemente y en círculos con lentitud, como si intentara memorizar mi forma. Lentamente sentí su hálito bajar por mi oreja hacia mi cuello, el aire que desprendía su nariz y chocaba mi piel me hacía suspirar, me estaba volviendo loca sólo con respirar. Sentí el roce de sus labios en esa delicada zona y cerré mis ojos con fuerza esperando que me besara, ansiaba sentir sus labios otra vez, sin importar que sea en mi boca o en cualquier zona de mi cuerpo..., sólo quería sentirlo.

—Lamento haber sido así la otra noche.

Desvié mi mirada un poco y me percaté de lo que sucedía: en realidad estaba mirando la cicatriz de la mordida.

—Te lastimé mucho —Sonó melancólico. Sentía pena y arrepentimiento, lo sabía—. No era mi intención dañarte, Kat.

Bajé mis manos lentamente y las coloqué sobre las suyas, para luego acariciar con mi pulgar una de ellas.

—No pasa nada, cielo —hablé en una voz risueña entrecerrando mis ojos, sintiendo la tranquilidad fluir en mí.

—Pasa todo, Kat —arremetió con una voz ronca—. No recuerdo el momento en que lo hicimos, pero te ruego que me perdones... y si lo vuelvo a hacer, sólo échame.

Levanté la mano que acariciaba y la acerqué a mi rostro, depositando un suave beso en el dorso de ésta.

—Ya te he perdonado, Bruno —suspiré, tensa—. No lo vuelvas a hacer.

Acuné mi rostro en la mano que sostenía. Podía sentir su tristeza, y eso me clavaba fuertemente en el corazón. Odiaba oírlo triste. Él siempre tenía una actitud radiante, pero si te adentras en su ser descubrirás todos los problemas que aquejaba, su espalda estaba encorvada de toda la carga que él soportaba, como si fuera una piedra enorme. Parecía tan fuerte pero lloraba como un niño pequeño y yo me encargaba de consolarlo en sus momentos de disforia.

Mis pensamientos fueron interrumpidos al sentir el húmedo tacto de su lengua en mi cuello, combinado con la calidez de sus labios. Ladeé mi cabeza hacia un lado y solté su mano, disfrutando de sus besos húmedos que, inconscientemente, me hacían sentir cosquillas en mi abdomen bajo.

Mi cuerpo emanaba calor y mi cara parecía ser el centro de mi sangre. Sudaba finas gotas y jadeaba cuando Bruno arremetía con un beso más intenso, sumiéndome en un placer que me gritaba por más. Quería que me toque, que me toque donde quiera y cuanto quiera; yo sería suya.

—Te amo —dijo entre los besos con su voz jadeante.

Bajó su mano colgante nuevamente a mi cintura y me apretó contra él. Sentía la dureza de su cuerpo contra mi espalda, lo que me hacía estremecer. Afortunadamente no sentí «ese» tipo de dureza, de lo contrario me hubiera lanzado a él.

Sus manos lentamente ascendieron hasta mis costillas y acariciaron por debajo de mis pechos, lo que me hacía suspirar ligeramente más profundo hasta que recordé algo muy importante, sin dudarlo, desperté de aquella encantadora sensación y tomé sus muñecas, apartando sus manos de mí.

Detuvo sus besos—: ¿Qué pasa?

Su voz fue ronca, masculina y sumamente atractiva al sentirla contra mi cuello.

—Cocinemos —Le sonreí alejándome un par de pasos y él me miró decepcionado.

—Rompiste el ambiente —Fingió enfado.

Caminé hacia la cocina junto con las bolsas de verduras y él me siguió el paso para arrebatarme unas bolsas y caminar junto a mí.

—Hagamos lo que salga —dije asimismo sacaba algunos vegetales.

—Eso deja abierto a muchas posibilidades.

Me quedé indiferente hasta que noté el doble sentido de sus palabras viendo su sonrisa.

—Sólo piensas en hacerlo, ¿me equivoco? —Arqueé una ceja mirándolo de reojo.

—Después de lo de recién... sí.

—Imbécil —insulté con una sonrisa fina.

Después de haber sacado una cantidad suficiente él cargó las bolsas a un rincón donde no estorben.

—No puedes dejarme con ganas así como así, Kat —comentó ofendido mientras sacaba su celular de su bolsillo trasero.

Reí levemente por su comentario y me coloqué de espaldas a la encimera apoyando mis codos en la susodicha mientras miraba a Bruno, quien me devolvió el gesto indirectamente.

—¿Qué pasará sino?

Él comprendió mi provocación, guardó su móvil y se aproximó a mí a pasos lentos con ojos afilados, reflejando lujuria en los mismos. De un movimiento ágil tiró de mí de mi cintura y choqué contra él. Elevé mi mirada y me topé con su rostro, plenamente satisfecho y extasiado.

—Sabes la respuesta, Katerine.

Oír mi nombre pronunciado en aquella voz me encantaba, sumada la posición en la que estábamos: el efecto resultaba excitante.

Me separé de él, un poco atemorizada de que se descontrolara. Quería cocinar, nada más, pero era bastante complicado con él cerca. Parecía acecharme y esperaba a que estuviera vulnerable para atacarme. Desde que él comenzó a sentir un interés romántico hacia a mí yo me había vuelto enteramente su presa.

Volvió a acercarse, pero esta vez me enseñó la pantalla de su celular, mostrándome una receta.

—Ensalada; muy original —dije con sarcasmo mientras buscaba un cuchillo,

Bruno se encogió de hombros y abandonó su teléfono para ayudarme a preparar la ensalada. De vez en cuando prendía el móvil para revisar los pasos y verificar que lo hiciera bien.

Después de un buen rato serví la comida en diferentes platos y se los extendí a Bruno para que los llevara a la mesa. Ordené la cocina y fui con él.

Ya sentada, tomé el tenedor y me llevé una porción de comida a la boca. No sabía mal. Realmente no me gustaban mucho las ensaladas así que no podía opinar gran cosa, de todas formas, ésta estaba particularmente... salada, saladísima.

Levanté mi vista y me encontré con Bruno degustando la comida, no perdía tiempo en mirarme ni en hablar, lo que agradecía profundamente; cuando abría la boca era para decir cosas guarras o para hacer preguntas incómodas, por suerte, hoy no sucedió eso.

Terminé la comida primero, por lo que fui a la cocina a lavar todo lo que había usado. Al poco tiempo Bruno me acompañó y comenzó a lavar muy cerca de mí. Sentí el roce de su brazo desnudo contra el mío, trasmitiéndome un cosquilleo. Al terminar me sostuvo la mirada, observándome con cautela, como si quisiera desnudarme sólo con sus ojos. Se apoyó contra la encima, tal como yo lo había hecho antes, esperándome.

Lentamente me aproximé a él y puse mis brazos a cada lado de su cuerpo para mirarlo más de cerca. Él era alto, así que mi cuello se torcía con tal de verlo directamente, mientras que Bruno se agachaba ligeramente. Pasé mi mano por su pecho, sintiendo el contorno de sus abdominales con la fina punta de mis esbeltos dedos. Vi como cerró sus ojos disfrutando de mi tacto y ciertamente me encendió un poco.

— ¿Recuerdas que me debes una recompensa? —Me acerqué a su cuello con lentitud y susurré contra el mismo. Lamí aquella zona con el final de mi lengua, dejando un línea húmeda— La quiero ahora, Bruno —canté.

Sinceramente, eso fue un «fóllame» indirecto. No siento mucha vergüenza de ello, creo.

Relamió sus labios y entrecerró sus ojos, después de ello sentí repentinamente sus grandes manos aprisionando mis glúteos y tomándome desde esa zona me chocó contra él. Sabía lo que quería hacer, así que ascendí mis piernas rodeando sus caderas y enlacé mis brazos a su cuello.

Me cargó con pasos paulatinos hacia mi habitación y se sentó en el borde de mi cama, dejándome arriba suyo. Lo miré extrañada, creí que me tiraría a la cama.

—Kat, ¿sabes? Creo que es tu turno de estar al mando —susurró contra mi oído, activando mis sentidos y por ende, mis hormonas.

Aquello me resultaba extraño. Bruno amaba dominarme y no me dejaba estar sobre él, era raro que decidiera que yo lo dominara. También, debía admitir que si bien me gustaba que Bruno ejerciera ese poder sobre mí, la idea de revertir eso me era mucho más atractiva.

—Entonces... ¿puedo pedirte algo? —murmuré con timidez, nerviosa si decir o no lo que pensaba.

—Tus deseos son órdenes, Katerine —Me sonrió con sus ojos entornados. Observé su cabello despeinado y el ligero rubor en sus mejillas, sumado el tono de su voz, sentía palpitaciones pequeñas en mi zona íntima, las cuales me incomodaban.

—Desnúdate —ordené cortante y con un hilo de decisión. Añadí—: pero quédate en ropa interior.

Me aparté de él, poniéndome de pie, cosa que hizo instantes más tarde. Estaba descalzo, por lo que no había necesidad de quitarse los zapatos.

Observé sus ojos oliva, brillantes en deseo, y luego miré en dirección al movimiento de sus manos, que estaban arrebatando su camiseta con lentitud. Él sentía mi mirada, y yo sabía que eso le excitaba tanto como a mí cuando me obligaba a desnudarme frente a él.

Finalmente su torso quedó desnudo, lo que me dejó contemplar su cuerpo trabajado. Sus abdominales estaban marcados y siempre le demostraba mi adoración a aquella zona de su cuerpo mediante mi obsesión con tocarlo.

Sus manos bajaron y desabrochó su pantalón lentamente, abriendo el cierre y lentamente bajando la prenda, dejándome ver su entrepierna excitada. Su dureza era expuesta a mí en completitud, mojándome ligeramente.

Relamí mis labios y él notó mi gesto, arqueando una ceja.

—¿Te gusta?

¿Era necesario preguntar? Estaba mojada por él.

Me aproximé lentamente a él y lo empujé chocando mis manos con sus hombros, se dejó derribar a la cama y quedó sentado en la misma, mientras me observaba fijamente esperando mi próximo movimiento. Me senté sobre él y tomé su nuca, atrayéndolo a mí y fundiendo nuestros labios en un beso desesperado.

Su lengua tocaba la mía sin pudor, me llenaba de saliva y chupaba mis labios, lo mismo hacía yo, pero con menos intensidad que él.

Me separé, observando su acalorado y agitado rostro rogándome por más. Llevé mi rostro a su cuello y nuevamente lo lamí, dejando un camino de besos y un hematoma poco perceptible. Mientras lo besaba bajé mi mano por su torso, tallando su forma y acariciando ligeramente la zona sensible de sus pectorales, arrebatándole un efímero y masculino gemido que me encantó en sobremanera.

—Podría venirme con sólo verte haciéndome esto, Kat —habló entrecortado por sus jadeos.

Estaba concentrada en darle atención con mi lengua y labios a su cuello hasta que un repentino toque me sorprendió. Había subido mi falda y estaba tocándome de forma lenta en mi zona íntima, pasando la punta de sus dedos por mi humedad y hundiéndolos ligeramente. Sin aguantar, solté un gemido al sentir una pequeña entrada de su índice en mi centro.

Levanté mi vista y fruncí mi ceño hacia él.

—Lo siento —dijo sacando sus manos de aquella zona, procediendo a acariciar mis muslos.

Bajé lentamente por él y pasé mi lengua por su pecho, oyendo sus suspiros y jadeos que no hacían más que mojarme. Se oía necesitado, y comprobé aquello cuando toqué con mi mano su entrepierna dura, apretándolo fuertemente, para que el castaño soltara un gemido más sonoro que los anteriores. Estaba traspirando y respiraba demasiado agitado, sus ojos entornados me observaban extasiado y su mirada penetrante era suficiente para excitarme más.

—Kat, si no lo haces tú... lo hago yo —amenazó contra mi oído con su voz grave, mientras acercaba sus manos nuevamente a mi trasero y lo abría de un tirón que me hizo gemir.

No quería perder el control sobre él, así que preferí hacerle caso a su advertencia.

Bajé lentamente su ropa interior, torturándolo y mirando como sus ojos parecían devorarme. Finalmente, terminé de bajar su bóxer.

Tragué fuertemente saliva y abrí desmesuradamente mis ojos al ver su falo tan listo.

Cuando anocheció nos sumimos en un largo sueño placentero, al igual que aquella agitada experiencia.

Desperté muy temprano por la mañana y me dispuse a zafarme de su abrazo. Los rayos solares se filtraban por las zonas no cubiertas del ventanal, solía tenerlo sin cortinas pero por supuesto que en esos momentos sólo quería intimidad con Bruno, así que estaban completamente cubiertas.

Traté de levantarme con la poca fuerza que tenía en mis piernas y me dirigí al baño y procedí a lavarme los dientes. Me sonrojo un poco pensar que el día anterior lo que agitaba tan rápido en mi boca no era exactamente un cepillo de dientes.

Me bañé rápidamente y me vestí con ropa limpia. Eran unos jeans simples grises y una remera de mangas largas celeste, junto con calzado deportivo.

Alisté mi mochila y me dirigí a Bruno nuevamente, quien dormía boca abajo. Su cabello estaba despeinado, lo había tomado unas cuantas veces cuando nos besábamos o cuando su cabeza estaba entre mis piernas, lo que explicaba su desorden. Observé las cuencas de sus ojos, tenía ligeras ojeras de cansancio mientras que sus pestañas acariciaban la piel bajo ellas. Tenía sus labios entreabiertos.

Deposité un casto beso en su frente.

—Hasta luego, guapo.

Partí a la universidad, tomando el largo viaje en bus. El día en la susodicha transcurrió tranquilo y prontamente llegó el receso.

Me dirigí al comedor, tomé asiento con mi bandeja en mano y comencé a comer mientras revisaba mi celular masticando la hamburguesa.

Un chillido me espabiló completamente, era femenino y llamaba a mi nombre.

Finalmente encontré a la responsable pero sus brazos taparon mi vista. Sí, estaba abrazando mi cabeza.

—Flor —saludé.

Se apartó de mí, dejándome observarla. Su cabello negro caía elegantemente y llegaba hasta la mitad de su torso, brillaba como la seda al igual que sus ojos del mismo color, que me observaban con anhelo. Su piel era pálida y tenía muchas pecas en su rostro y brazos. El puente de su nariz se elevaba un poco y sus pómulos eran marcados.

—Hace mucho no me hablas, Kat, ¿te has olvidado de mí? —Puso una voz apenada y frunció hacia arriba su ceño, mientras sus ojos me observaban con melancolía.

—No, no, es que... he tenido una semana ocupada.

Mentirosa, en realidad te olvidaste de ella. De todas formas, era normal que yo pusiera excusas o mintiera para no hablar con alguien. Sólo necesitaba una conversación diaria con Bruno y de vez en cuando platicar con mis padres, ya que, mis habilidades sociales no son las mejores así que me he acostumbrado a sólo hablar frecuentemente con mis seres queridos.

—Oh, ya veo —dijo desinteresada. Evadió mis ojos y luego de unos segundos de silencio volvió a verme con energía— ¿Estás libre el domingo? ¡Habrá fiesta en mi casa! Tengo una piscina así de gigantesca —Abrió sus brazos los más que pudo y asentí, un poco enternecida, para que continúe— y parlantes potentorros.

Estaba a punto de decir que sí, hasta que recordé algo: una de las reglas de Bruno; nada de fiestas.

Sudé ligeramente, indecisa, Flor me había hecho varios favores, y tal como la gente me los hacía yo se los devolvía sin falta, cada uno, y con todo el esmero posible, si ella había sido tan buena conmigo, ¿por qué la rechazaría?

En Délicatesse me había ganado la fama de monja, ya que nunca acudía a fiestas o juntadas organizadas por los empleados. Siempre que usaba ropa casual utilizaba vestidos largos, al igual que las faldas y siempre llevaba ropa que no enseñara nada. Todo esto se debía únicamente a Bruno.

Sin más rodeos y decidida: acepté la propuesta de Florencia.

Sería la primera fiesta a la que iría desde que empecé. salir con Bruno, la primera que, no era una fiesta de cumpleaños de uno de mis papás.

La semana avanzó a pasos agigantados y prontamente la tarde del domingo llegó. Ya estaba vestida, de forma atractiva pero sin enseñar nada, este día Bruno estaría ocupado y ni siquiera sabría que ese día salí.

Me había puesto un hoodie rojo flama juntos con unos pantalones finos negros y pegados al cuerpo, acompañaba mis pies con una borcegos negros.

Florencia se ofreció a llevarme hasta a su casa, así que me esperaba en la calle de mi edificio. Rápidamente subí a su coche, era negro y simple, tenía aires vintage y el cuero de los asientos estaba ligeramente rasgado. Ella notó mi fijación.

—Tengo un gato, es un infierno llevarlo al veterinario. Rompe todo.

Solté una risilla, me era bastante divertido imaginarla rogando al gato para que se detenga.

— ¿Cómo se llama? —pregunté curiosa por saber el nombre del felini

Mantuvo silencio, probablemente dudaba de contestar mi pregunta. Suspiró y finalmente me contestó, dejándome perpleja:

—Sam.

¿Sam?, ¿Samuel?, ¿Samuel D'Aramitz?

— ¿Como... él?

Asintió sin quitar su vista de la calle. Vi como apretó el volante.

—No le digas que me gusta —pidió nerviosa y notoriamente sonrojada. Estaba hablando en serio, pero aún así me daba ternura.

—No hay de que preocuparse, Flor —Intenté hacerla sentir cómoda, al menos una pizca. Pensé un poco en qué decir y proseguí—:. De hecho, puedo ayudarte. Soy vecina de Sam y hablamos frecuentemente.

Vi un brillo de alegría fugaz en sus ojos, abrió la boca con una sonrisa para decir algo pero pronta mente la cerró, borrando su sonrisa.

—Te envidio —dijo cortante. Algo se removió en mi estómago, no sonaba enojada, pero estaba fuera de chistes—. Puedes hablarle, verle y visitarle cuando quieras, ¿son amigos, no? Me das envidia.

Sus palabras se dirigieron a mi corazón como cuchillas. No teníamos ninguna relación, pero las palabras crudas siempre me herían, sin importar que lo diga un desconocido: yo era igual de llorona que Bruno, aún así, mantenía una máscara de optimismo inquebrantable. Debía ser amable si quería ganarme la admiración de mis ajenos, aunque era tan difícil. Yo sólo quiero agradar, sin importar qué faceta mía sea la agradable.

—En realidad... no. Él me debe unos favores, sólo está en deuda conmigo.

Desvié mis ojos de ella y los dirigí a la ventanilla, ocultando mi mueca nerviosa. Cuando me sentía incómoda o en presión golpeaba mis dedos contra cualquier superficie, era inevitable, y ese hábito estaba saliendo a flote en esa situación.

—¿Qué tipo de favores?

Tragué saliva.

—Favores normales.

Oí un suspiro de alivio de su parte, aún así, la presión seguía presente. Preferí mirar el camino y ni fijarme en Florencia, quien lucía bastante irritada, probablemente lo que sentía eran celos y no envidia, sin embargo, no tenía de que preocuparse, yo no tenía ninguna fijación en mi obviamente apuesto vecino y sobretodo tenía novio, por lo que, ni siquiera me atrevería a ligar con Sam, él era simplemente el chico lindo del departamento del al lado, nada más.

Pero, me mentía. Él no era sólo eso. Él era el chico inseguro, molesto, talentoso y por último de todo lindo... de al lado. Él era sincero y confiaba a ciegas de quien se le cruzase, lo que lo volvía un tonto. También, Sam era observador y atento. Pero, sólo era el chico de al lado..., nada más.

Finalmente llegamos a la casa de Florencia y ésta era tan enorme como ella había descrito en ocasiones previas. Tenía la gran piscina en el patio que yacía a un lado de la mansión. Según me había contado ayer, sus padres estaban de viaje y aprovechó para sacarle el máximo potencial al extenso solar donde residía, organizando fiestón tras fiestón. No me extraña considerando la personalidad extrovertida de ella.

Salimos del coche y ella me guió hasta la entrada, abriendo las dos grandes puertas que llevaban al interior para luego encender las lámparas.

Tenía una estructura muy moderna, era bastante minimalista y había zonas sin absolutamente nada de amueblado. El piso resplandecía y era de tablones de madera perfectamente lustrados, mientras que las paredes ahondaban en tonalidades cálidas o grisáceas.

Me acomodé en los taburetes del cuarto dedicado a la cocina. Sinceramente, en este cuarto podría entrar todo mi apartamento, y encima, la cocina era sólo una pequeña parte de la casa.

—¿En qué trabajan tus padres, Flor? —pregunté mientras me llevaba un puñado de patatas fritas que ella me había ofrecido mientras estábamos esperando a que lleguen los invitados.

—Dirigen una empresa —respondió con naturalidad, como si eso fuese puramente común.

Finalmente, oímos el sonido del timbre y ella fue corriendo a abrir la puerta. Asomé mi cara desde el umbral del arco que dirigía a la cocina, curiosa por ver quien llegó. Flor se oía sumamente contenta, parecía que la presencia de esa persona la ponía eufórica.

No era nada más que Andreu, el simpático del grupo. Sinceramente, su humor me parecía muy molesto y guarro, por lo que este tipo me caía gordo, ya que su persona se basaba en su estúpido monólogo.

Empezaron a caer más personalidades al solar, muchos eran empleados de Délicatesse y otros supuse que serían amigos de la universidad de Florencia.

Estaba en la sala sentada en el sofá con unos cuantos amigos, quienes más resaltaban eran Eduardo y Julia, a quienes admiraba por su desempeño laboral y su amplio carisma para tratar con los clientes. Como supuse, eran muy buenos a la hora de parlar.

Mis ojos se dirigían a todas direcciones, hasta que me topé con una silueta en particular, la ignoré por completo. Hasta que, repentinamente, al elevar mi vista esos enigmáticos ojos me contemplaban.


Disfruten a Bruno mientras puedan

U odiénlo jaja


¿Qué opinas de Florencia?
¿Te cae mal, te cae bien?


Este fue de 5300 palabras, espero que lo hayan disfrutado. Por favor, no olvides dejar un voto o comentario, si puedes, recomienda la historia a algún amigo. Sin más que aportar, ¡adiós!

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