38 - Hueco

Me tardé ._.

Es culpa de la tarea, ppl.

—¿Siguen en pie los planes de continuar?

Mi mano continuó en su cabello, repasando sus mechones sedosos entre mis dedos. Expresé una sonrisa pequeña, cautivada por su mirada metálica y brillante. en su rostro tenía plantado un gesto cálido, a pesar de estar serio, notaba la parte cariñosa en él.

—Siempre lo están, Sam —murmuré chocando mi voz contra su boca.

También me sonrió, de manera genuina.

Me erguí un poco sobre el sofá, apoyando mi espalda sobre el apoyabrazos e inclinándome hacia él para besarlo nuevamente, aferrándome a su cuello en el acto. Sus manos recorrieron mi espalda, atrayéndome a él sin cortar el beso lento, que aumentaba a cada segundo la velocidad de mi corazón.

Mi rostro se acaloró y tuve que separarme para poder respirar. Él se recuperó más rápido y su cara abandonó la mía. Con su mano llevó mi cabello hacia atrás y sentí su frío aliento azotarme la piel del cuello. El frío de su contacto fue reemplazado en pocos segundos por el calor de su lengua, arrancándome un ligero suspiro.

Eché mi cabeza hacia un lado, dándole todo acceso a mí. Contuve una sonrisa cuando me percaté que me estaba besando de la misma forma en que yo lo hice con él en el restaurante, copiando mis movimientos. Inició con un beso pequeño y cariñoso, hasta que profundizó en mí, provocando que jadeos abandonaran mi boca.

Con las yemas de mis dedos sentí su torso, bajando hasta su abdomen, el cual se contrajo apenas lo toqué.

Repasé en círculos sus abdominales, tensándolo. Él sólo me besaba con más fogosidad, arrancándome múltiples jadeos y nublando mi mente.

Mis manos encontraron el borde de su camiseta y las ahondé bajo el mismo, tocando directamente la piel cálida de Sam.

Di un respingo cuando un potente trueno sonó, haciendo vibrar la estructura.

—Miedica —rio Sam contra mi cuello.

Sonreí.

—Quien tendrá miedo serás tú si sigues besándome así.

Pronunció una risa pequeña.

—Mmm. Me gustaría probar qué pasaría si continúo.

—Vale, inténtalo.

Solté un suspiro cuando chupó mi cuello, fue brusco pero con mimo, pasó su lengua y mordió con ligereza mi piel. Lo hizo unas pocas Se separó de mi piel lentamente y besó delicadamente el lugar, para avanzar a mi rostro y mirarme con picardía.

—No has hecho nada —dijo, con un tono pícaro—. Qué decepcionante.

Arqueé una ceja con curiosidad.

—¿Acaso quieres que te toque o qué? Te tomaría por sorpresa y luego me denunciarías por abuso.

Su cara reflejó todos los colores.

—No era eso lo que estaba esperando —aclaró con vergüenza.

—¿Qué era, sino?

—Algo menos... atrevido —musitó.

—Bien. Si así lo quieres, podría hacer otra cosa.

Me miró ofuscado. Probablemente en su cabeza imaginaba distintos escenarios, lo que explicaría su nuevo rubor.

—¿Cómo qué?

Su curiosidad fue obvia.

—¿De verdad quieres saberlo? —Ladeé mi cabeza.

Asintió con un sonido bajo.

Tragué saliva fuertemente. No quería arriesgarme y asustar a Sam, pero al mismo tiempo sentía de que si no lo intentaba nunca sabría su reacción.

—Si te hace sentir incómodo, dime —aclaré.

Me observó expectante. No le importó mi aclaración, sólo ansiaba saber qué haría.

Quité una de mis manos de su torso, la llevé a su nuca y atraje su boca a la mía, formando un beso lento y calmo. Mientras que, mi mano en su abdomen lo palpó de una manera más intensa.

Cuando introduje mi lengua en su boca, alejé mi mano derecha de su piel y marqué un recorrido hacia abajo con mis yemas, notando como sus músculos se contraían con mi tacto.

Mi mano entró en contacto con su entrepierna y toqué su sutil erección con delicadeza. Fue una caricia sutil y cuidadosa.

Sam se alteró y rompió el beso, mas no impidió que lo tocara. Me miró cohibido, con su rostro completamente enrojecido, aunque su expresión delataba que le sensación que provocaba mi mano sobre su miembro era una placentera, aunque nueva para él. Toqué su erección, la cual aumentaba su dureza con cada segundo en que mi mano acariciaba su miembro

—Kate... —me llamó, cerrando sus ojos.

No detuve mi suave vaivén sobre él, notando cómo se tensaban sus hombros.

—¿Quieres que pare?

Negó con su cabeza sin abrir sus ojos.

Era una imagen sumamente excitante la que me daba. Ni siquiera era un contacto directo, mas la situación resultaba sumamente acalorada.

Incapaz de contenerme, introduje mi mano por debajo de su pantalón y acaricié su erección por arriba de la fina tela de su bóxer. Su calidez pobló mi mano, mientras que sentía como lentamente su miembro se endurecía un poco más.

Soltó un jadeo cuando lo apreté un poco y abrió sus párpados, clavando sus ojos dilatados en los míos.

—Si me hubieras dicho que a esto te referías con tocarme, te hubiera dejado hacerlo hace mucho —habló con la voz un tanto gutural, casi jadeando.

Maldito vicioso.

—Era a algo más a lo que me refería.

Volví a apretar su miembro, esta vez causando que un suave gemido abandone sus labios.

—Pero esta vez me limitaré a esto —añadí.

Sam me miró con confusión.

—¿Por qué?

Dejé de tocarlo para concentrarme en su boca, volviendo a besarlo.

—Quiero ir lento contigo, Sam. Quiero disfrutarte —susurré tras separarme—, y quiero que tú me disfrutes a mí.

Él relamió sus labios, recorriendo mi rostro con su mirada. Estaba rojo, sus labios húmedos, sus pupilas dilatadas y tenía un semblante calmo y relajado, mas los ligeros jadeos que soltaba no decían lo mismo.

Apretó sus labios formando una línea y me miró con frustración.

—Pero yo no sé tocarte —musitó de forma casi inaudible.

Sentí cierta ternura por su frase. ¡Qué adorable, pero qué tentador que es!

—Entonces te enseñaré a tocarme, Samuel —pronuncié, dejando un suave beso en su comisura—. ¿Te gusta la idea?

Sam sonrió, incapaz de dejar de verme. Se acercó a mí y volvió a besarme, con ternura y cuidado, casi acariciando mis labios con los suyos. Al poco tiempo terminó el beso y permaneció a pocos centímetros de mi rostro, mezclando su respiración con la mía.

—Me encanta —casi suspiró.

Sin más preámbulo, esta vez fui yo quien lo tomó del cabello y lo tiré hacia mí, tomándolo con mucha más brusquedad que antes.



* * *



Observaba mi reflejo en el espejo del baño, avergonzada de mí. Mis propias palabras regresaban a mi cabeza. Pasaron unas cuantas horas desde que me encontré con Sam, pero la experiencia retumbaba en mi cabeza como si se tratara de un eco.
¡Condenado Sam y sus hechizos!

Es de las pocas personas que me pueden hacer decir cosas vergonzosas sin pudor alguno.

«El corazón no es lo único que me palpita».

«Quiero disfrutarte, y quiero que tú me disfrutes a mí».

«Te enseñaré a tocarme».

Sam y yo tenemos una diferencia de tres años, básicamente, él es como un niño, y yo lo pervierto con mis palabras guarras. ¡Dios! ¡Qué vergüenza!

El arcoiris chocó con mi rostro cuando recordé la mueca que hizo cuando apreté su miembro. Creo que desde ese instante sus gemidos se volvieron mi sonido favorito. Suenan tan masculinos y suaves, lo único que logran es incitarme a no parar con él sólo para escuchar ese sonido. Y, cada vez que Sam suelta algo así, su rostro se enrojece como si hubiera hecho algo sumamente vergonzoso. ¡Joder, las cosas en que pienso cuando me aburro!

Mi móvil vibró sobre la encimera del lavabo y se encendió con un mensaje en pantalla, sacándome de mis pensamientos morbosos.

«Te extraño :(».

Era de Sam.

Sonreí de manera pequeña y tomé el móvil en mi mano, escribiendo un nuevo mensaje:

«Nos vimos hace cinco horas».

«Pero te extraño» contestó.

«Serás intenso».

Sam me envió un sticker del meme de Walter, el perro. Me eché unas risas con eso e inmediatamente le robé el sticker.

Repentinamente, mi pantalla se bloqueó en un menú de llamada. Puse mis ojos en blanco al sonreír y la atendí.

—Eres un pesado —dije, apoyándome sobre el lavabo.

—Gracias —contestó sin importarle—. ¿Qué andas haciendo?

Me percaté que su voz era baja, casi cansada.

—Estoy en el baño.

—Oh..., lo siento mucho, no sabía que... —habló rápido y nervioso.

—No, Sam, no estoy sentada en el retrete.

Oí un suspiro de alivio de su parte.

—Estaba a punto de bañarme —aclaré, observando la tina—. ¿Quieres que te envíe foto?

—No es necesario.

Sus nervios me causaron cierta gracia.

—¿Por qué llamaste? —pregunté, bajando mis bragas mientras miraba mi reflejo.

—Quería oír tu voz.

Mi pulso se aceleró inmediatamente. Una simple frase como esa, me dejaba enloquecida; lo reconozco.

Sonreí de forma involuntaria y meneé mi cabeza, intentando disipar mis pensamientos hechos un lío.

—¿Qué haré contigo? —resoplé con diversión.

Se quedó callado unos segundos.

—Lo que gustes.

Eché una carcajada y miré mi rostro en el reflejo, estaba rojísimo.

—¿Me estás invitando a tu piso otra vez o qué?

—No —dijo con un tono bajo—. Estoy en el instituto; recuerda que te estás enrollando con un estudiante, guarra.

Hice una mueca de escándalo. ¡Está usando los términos de Rocío! Ella es una mala influencia.

—¡Eres un...!

—¿Un?

—Un.

—¿Un qué?

¡Gilipollas!

—Un tonto —completé con suavidad.

Oí su suspiro al otro lado. En eco sonó una voz femenina bastante autoritaria. Intuí que sería alguna profesora o superior.

—Tengo que irme.

—¡Valeee! —contesté alegre— No te distraigas en clase.

Soltó una risa bajita antes de colgar. Dejé el móvil en un lado y éste volvió a vibrar. La pantalla se encendió y vi su mensaje: «Últimamente no puedo concentrarme en Matemáticas por tu culpa».

Ups, creo que haré que Sam empeore en la escuela.

Dejé el mensaje sin respuesta y me metí en la tina, sintiendo el agua cálida envolverme en un abrazo. Cerré mis ojos y dejé de pensar en todo. Hundí mi rostro hasta por debajo de mi nariz en el agua, abriendo mis ojos nuevamente.

—¿Segura que quieras hacer esto? Es incómodo.

—¡Pero es romántico! ¿Tú no crees?

No respondió, simplemente miré el estremecimiento en sus piernas. Estaban a ambos lados de mi cuerpo, encerrándome.

Busqué su mano y la tomé, acariciando su húmeda piel.

—Sólo relájate —pronuncié sonriendo.

Eché un suspiro y parpadeé. El recuerdo se disipó de mi cabeza y volví a estar sola. Sólo quedan memorias, que intentan llenar un enorme vacío, pero fallan en hacerlo. Es inevitable; los recuerdos no pueden suplantar a una persona.

Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos; estaba sola. Estoy sola.

Llevé el dorso de mi mano derecha a mi cara y me limpié, para luego lavarme el rostro con el agua de la bañera.

Busqué la ducha y con ella mojé mi cabello, tras ello le unté shampoo, masajeando mi pelo y generando espuma.

Mi garganta continuaba enredada. Seguía creyendo de que en algún momento Bruno atravesaría la puerta, gritando: «¡Volví!» como solía hacerlo.

Pero no. No lo haría.

Eso nunca volvería a ocurrir, y me lastimaba.

—Mañana Délicatesse hará una fiesta, ¿quieres ir?

—¿Estará Andreu?

Asentí con mi cabeza y los brazos de Bruno rodearon mi cintura, pegándome a él.

—Entonces no. Tú tampoco deberías ir.

—Serás exagerado...

Resopló, chocando su respiración contra mi piel mojada.

—¿Qué sentido tiene ir a una fiesta donde pasarás un mal rato?

—Andreu no será el único presente.

—Claro, también estarán tu jefe, also known as el cerdo, Carlos, Julián...

En resumen: malos nombres y malas personas.

—Vale, vale, ya entendí —le interrumpí—. Está bien, no iré.

Oí su sonrisa contra mi oído.

—Gracias.

Me perdí en mi reflejo del agua. ¿Eso era sobreprotección o posesividad?

Bruno ha sido posesivo desde el inicio de nuestra relación, la diferencia radicaba en si esa posesividad era dañina o no. Los meses previos a terminar nuestra relación resultaba agobiante, mientras que, en los inicios, era como una «defensa»; nada más.

A pesar de ello, mi cabeza parecía suprimir cualquier mal recuerdo.

«Aléjate de ese tipo» fue lo primero que dijo de Sam.

¿Por qué?

¿Qué fue lo que le incitó a decir eso?

¿Celos? ¿Sólo celos? Me extrañaba ya que, Bruno nunca desarrolló celos sin fundamento alguno.

¿Acaso había algo más que podría pasar para que su posesividad explotara como lo hizo esa noche?

Mis cuestiones me dejaron pensando, mas preferí dejar de preguntarme cosas porque bien sabía que no podría obtener siquiera una respuesta.

Terminé de bañarme y salí del agua. Coloqué una toalla en el suelo para apoyar mis pies y no darme contra la gelidez de las baldosas. Con otra toalla, más grande, comencé a repasar mi cuerpo, secando mis brazos.

Los flashes de la noche que pasé con Bruno en Madrid me taladraron. Rememoré la forma suave en que pasaba la toalla por mi piel húmeda, la forma en que me besaba y las cosas que decía.

Ese día fue suave, como acostumbraba a ser. Bruno... no siempre fue una mala pareja.

Meneé mi cabeza, intenté sacarme su imagen de mi cabeza y observé mi reflejo nuevamente, recorrí mi cuerpo. Bajé de mis marcadas clavículas a mis senos, sinceramente, no son grandes, y un poco más y sería una planicie completa. Mi cintura no era la mejor, podría ser más pequeña, y mis caderas no son nada impresionante. De hecho, en mis muslos aún noto un rastro de estrías debido a mi pérdida de peso en mi pubertad. Las he logrado apagar un poco con cremas, pero las marcas continúan allí. Me son un recordatorio de mi adolescencia, ya sean buenos recuerdos o no, me ha empezado a dar igual mi apariencia. Así que, el número de marcas que tenga realmente no me va ni mi viene.

Terminé de vestirme y salí del baño, dirigiéndome a mi portátil. Necesitaba volver a estudiar, eso estaba claro, mas prefería darme un descanso, así que opté por solo explorar mis opciones.

Clavé mi mirada en el techo, estirando mis brazos y soltando un quejido.

Estaba aburrida. Muy aburrida.

Eché un vistazo a la hora en mi móvil. Las nueve de la noche, casi las diez.

Repentinamente mi pantalla se bloqueó en el menú de una llamada. Un número desconocido figuró en pantalla y sentí algo removerse en mi estómago.
No tenía ni la más mínima idea de quién podría ser. No sería nadie de Délicatesse ya que los tenía a todos entre mi contactos.
Así que, con un poco de cautela y cierto miedito corriendo en mi cuerpo, acepté la llamada y llevé el móvil a mi oreja.

—¡Holaaa! —exclamó la voz desconocida.

Era la voz de un hombre.

—Buenas noches —musité—, ¿quién es?

Una risa aguda y de limpiaparabrisas se escuchó.

—¡Lao, Kat, Estanislao! ¡El hermano de Sam!

—¡Aaah! —solté cayendo en cuenta.

¡Qué diferente es su voz por llamada!

—¿Por qué llamas? —pregunté enseguida, enredando mi cabello en un dedo.

Él resopló con pesadez y mantuvo el silencio por un par de segundos. Divagó, divagó... hasta que dijo:

—Me ha surgido un problemilla, anda, uno bien chiquitito.

Me puse atenta, sinceramente, me mataba de curiosidad pensar en qué problema se metió para llegar al punto de pedirme ayuda.

—Se trata de Sam. Él..., bueno, saldrá del bachillerato en unos minutos de na' . Suelo ir a buscarlo y lo acompaño a casa, pero... ¡tengo un problema con Eleonora! Así que dudo que esté disponible para ir a buscarlo. Nos hemos quedado sin gasolina y si tomo un taxi llegaré en veinte horas básicamente. ¿Crees que podrías echarme una mano y... e ir a recoger al crío, por fa?

Volví a ver la hora. ¡Menudo horario para ir a clases! Sam la debe de pasar mal saliendo a estas horas tan peligrosas y oscuras.

—Vale, vale... Que no cunda el pánico, Lao. Me encargaré de Sam, ¿okay? Tú quédate tranquilo e intenta solucionar lo de la gasolina. —Sonreí—. Mándale mis saludos a Nora.

—¡Gracias, Kat! ¡Eres una bendición! —alabó con un chillido— ¡Niña de Dios! ¡Milagro de Eva! ¡Oasis en el desierto! ¡Fruta en el invierno!

—Ya, tranquilo. Ten cuidado y ten unas buenas noches.

—¡Buenas noches! Muchas gracias, Kat, ¡en serio!

Cómo se emociona.

—Sí, sí, no es nada. Venga, adiós.

Terminé la llamada. Lao al poco tiempo me envió la ubicación del bachillerato de Sam, así que pedí un vehículo a ella con una aplicación. No estaba ni muy lejos ni muy cerca, pero ni siquiera estando loca saldría sola en la noche a caminar, ya sea un kilómetro o tres metros.

Me abrigué un poco, porque es primavera, pero ¡joder!, hace más frío que en un invierno en el Antártico.

Con mi gabardina y bufanda puestas, salí del piso, aseguré la puerta y bajé por el elevador. La noche no estaba plenamente silenciosa, puesto que es la ciudad, pero no quita el hecho de que no haya algarabía tal cual en el día.

Salí del edificio y contemplé el negro entorno bañado con luces cían, carmesí y ocres, como si tratara de un muy artístico óleo de una ciudad.
Adoraba las vistas de Zaragoza. Sus lindos balcones, la estructura colonial y cuando te adentrabas un poquito en ella podrías encontrar arquitectura mucho más moderna y estéticas contemporáneas. ¡Era un mix de belleza!

Finalmente vi el vehículo que pedí llegar por la izquierda, hasta frenar frente mío. Lo monté y saludé al conductor.
Tras un viaje de lo más efímero, que sólo duró unos cuantos minutos, encontré el instituto de Sam. De él salían estudiantes, tanto adultos como adolescentes.

Pagué el transporte y salí de él. Le pedí que esperara un rato.

Caminé un poco entre las personas hasta ver a Sam apoyado en una de las paredes adyacentes a la entrada del bachillerato.

Aceleré mi paso y su cara mostró un asombro indescriptible al verme. ¡Casi se le cae la mandíbula!

—¡Heeey! —saludé con una sonrisa escandalosa.

—¿Por qué... tú...?

No llegó a formular algo coherente.

—Lao me pidió que te recogiera.

Pareció comprender todo y eliminó su sorpresa, dejando un semblante de lo más serio.

—No soy un niño al que haya que recoger —habló con acritud.

Fruncí mi ceño.

—Bueno, Sam, tener dieciocho no te pone un efecto de invulnerabilidad a los robos, secuestros, etcétera.

Formó una mueca y echó un suspiro. Tras unos segundos de silencio, caminó hacia mí y tomó mi mano con tal de que caminemos juntos.

—Es peligroso que salgas a esta hora de la noche —añadió sin verme a la cara.

¿Está mal que me encante de que se preocupe por mí? Sí, ¿verdad?

—¡Tranquilo! Pedí un coche, así que no pasa nada.

Detrás nuestro escuché unos gritos de colegueo y volteé alterada, para que mis ojos se enfrenten a una imagen sorpresiva.
Uno de los adolescentes fue y envolvió a Sam en un abrazo por los hombros desde atrás, al mismo tiempo saltando. Detrás de él había un grupete de chicos de la misma edad.

—¡Mentiste, cabrón! ¡¿Por qué no nos dijiste que te estás liando con una tía?!

Parpadeé repetidas veces. ¿Amigos de Sam? Creo que no, él me ha dicho de que no tiene amistades en su escuela.

Sam no correspondió el abrazo, pero tampoco intentó zafarse.

—¿Por qué debería decirlo? —En su voz me percaté del disgusto que se estaba llevando.

—¡Porque somos tus compañeros, joputa!

Me acerqué a ambos y miré al muchacho. Tenía un semblante jovial, con ojos un poco rasgados. Su cabello era un castaño claro y sus ojos también, mientras que su piel ligeramente oscura.

—¿Podrías soltarlo? No creo que Sam esté cómodo —mascullé intentando poner una voz gentil, aunque no pude emularla.

—¡Madre mía! ¡Qué mona es! —chilló él.

Sam hizo un ligero esfuerzo y se zafó del agarre.

—Serás molesto —bufó.

El castaño le miró con recelo.

—¿Me parece o es mayor que tú, Sam? —preguntó, alternando su vista entre ambos—. ¡Qué pícaro, Sammy! Creí que eras maricón y resulta que te tiras a una universitaria. ¡Vaya sorpresas trae la vida!

El pelinegro volvió a resoplar. Vaya, cómo resopla y suspira, debería hacer un conteo de cuantas veces lo hace por hora.

Sam lo miró con indiferencia, sin una expresión clara y dijo:

—Nos vemos mañana.

No le dio chance a seguir hablando y adelantó su caminar. Lo seguí con zancadas, porque, cuando él da un paso yo tengo que dar cinco básicamente.

Apenas lo alcancé lo tomé de la mano, en ese justo instante, su cara gruñona y de mala leche se suavizó. ¡Qué mono es!

—Por ahí es. —Señalé con mi dedo el coche.

Él asintió y volteó a verme con su mirada cálida usual.

—Lamento lo de recién.

—No tienes porqué disculparte, Sam. Aunque no pensaba que tus compañeros podrían ser tan... alocados. Creí que el turno de noche era de lo más tranquilo.

—Lo es. Hay una buena cantidad de adultos que están haciendo de nuevo la secundaria para recibir su título, pero también hay adolescentes que por x circunstancias no pueden estudiar en el turno diurno, la mayoría de ellos son callados y tranquilos. Pero Raúl... Raúl es otro caso.

Escuché repleta de interés lo que me explicaba. Sam no es de hablar mucho, pero cuando lo hace, ¡me encanta y lo adoro! Es decir, ¿quién podría decir que no a escuchar esa voz que te derrite, incluso si está hablando de lavadoras? Porque, no importa lo que diga Sam, ¡todo suena sensual con su voz!

—¿Sois amigos?

Él me miró como si estuviera hablando en neerlandés y negó con su cabeza.

—No me agrada, es muy... gritón.

—Ya veo.

Es natural de que con la personalidad tranquila y distante de Sam le resulte molesto alguien chillón y excesivamente alegre, casi de forma forzosa.

Sam entró primero al coche y se desplazó hasta su asiento. entré por la misma puerta y volví a darle indicaciones al conductor de adonde ir.

El pelinegro echó su cabeza contra la ventana y aferró su mochila a sus brazos, como en un abrazo.

Lucía agotado, como si un vampiro absorbido todo el plasma, dejándolo vacío, desnutrido y carente de energía. Sus ojos caían a cada momento, casi a cerrarse y dormir. Las ojeras bajo éstos se veían más pronunciadas bajo la tenue luz del automóvil. Las hebras negruzcas de su cabello estaban revueltas, asimismo su pelo menguaba de cualquier personalidad positiva.

Vi que su rostro se deslizó por el oscuro vidrio y sus párpados se juntaron de manera involuntaria. Su cuerpo dio un repentino brinco de sorpresa y luchó por mantener sus ojos abiertos. Cabeceaba, hasta que finalmente se rindió y apoyó su cabeza en el asiento, dejándose vencer por el sueño.

Contemplé con curiosidad la escena, cuando de la nada su respiración se ralentizó y se relajó. Por fin se durmió.

Observé que el conductor dio una mirada ofuscada por el espejo retrovisor, pero tras unos pocos segundos volvió a su labor.

Dirigí mi mirada a la ventana, perdiéndome en las figuras ocres y mostaza. Las personas circulaban con regularidad, mas la calle yacía solitaria.

Llegamos al edificio y le di unos toques a Sam en el hombro con dos de mis dedos. Él despertó confundido y luego exhaló aire con pesadez. Ambos bajamos del coche después de que yo pague, entramos y nos dirigimos al ascensor. La música de piano inició; era monótona, repetitiva y aguda.

Observé de reojo al pelinegro, quien no podía ni siquiera abrir al completo los ojos.

—No era necesario que me recojas, y que encima pagues por ello —soltó.

Le di una mala mirada.

—¿Por qué te escandalizas? —musité—. Sólo son unos pocos euros y ni siquiera he tardado media hora en ir y volver, Sam. Prefiero gastar un poco y salir de casa durante veinte minutos antes de que vuelvas solo y te pueda pasar algo.

Puso sus ojos en blanco, pero no contestó. Probablemente no le apetecía discutir con la poca energía que tenía.

—Qué horrible música. —Entornó sus ojos.

—Siempre ha estado ahí, ¿o recién te das cuenta?

Volvió a no responder. Lo pone de muy mal humor tener sueño.

La música de piano cesó y las puertas del elevador se abrieron. Fui yo quien dio el primer paso y salió primero, mientras que Sam se demoró un poco.

Me dio cierta gracia notar cómo todo el cuerpo le pesaba, en especial las piernas y la cabeza.

Detuve mi paso frente a su puerta y él hizo lo mismo. Me miró con una expresión sosa.

—Perdona mi humor —se disculpó repentinamente, dejando su vista plantada en el suelo.

Meneé mi cabeza.

—No pasa nada.

Me acerqué suavemente a él y llevé mi mano a su mejilla, acariciando su tersa piel. Él cerró sus ojos y meció su rostro en mi mano.

—¿Quieres cenar juntos? —pregunté, repasando su rostro con mi pulgar.

Sus ojos plateados se abrieron un poco y me miraron. Pensó..., pensó... y pensó, hasta que dijo:

—Sólo tengo ganas de echarme a la cama y dormir.

—Deberías comer.

Su mano se trasladó a la mía y la aferró a su rostro.

—No quiero ser una carga.

Emití una suave risa y di otro paso a él.

—Quita esa idea de tu cabeza; no eres una carga, Sam.

Curvó sus comisuras como una sonrisa y agachó su rostro ligeramente hacia mí, dándome una clara invitación. Mi mano se deslizó hasta la parte de atrás de su cuello y posteriormente a su nuca. Me aproximé con suavidad y cuidado hasta dar un contacto con su boca. Fue un tacto suave y delicado, semejante a una caricia.

Sentí su agarre en mi cintura, pegándome a él. Se separó de mí a los pocos segundos del cariñoso beso y me miró con cierta tristeza.

—¿Qué sucede? —pregunté confusa.

—No quiero despedirme, pero tengo sueño.

Aquello me hizo sonreír. Repentinamente dejó caer su cabeza en el espacio entre mi cuello y hombro, fortaleciendo el abrazo.

—Ve a dormir, Sam. Mañana nos vemos, ¿vale? —Acaricié suavemente su cabello revuelto.

—Uh-hum —asintió.

Se separó de mí mirándome con su gesto somnoliento y contuvo un bostezo. Se acercó nuevamente a mí, y para mi sorpresa, dejó un delicado beso en mi frente.

Tomó un poco de distancia y me sonrió sin enseñar los dientes. Será tierno.

—Descansa —dije, dirigiéndome a mi puerta.

—Igualmente.

Esa noche, al acostarme, mis pensamientos tuvieron un nuevo tema: Sam. Sin embargo, esas ideas fueron reemplazadas con horribles y pesadas cavilaciones, esas que, luego de mi ruptura con Bruno, eran causantes de mi insomnio y llanto nocturno. Es inevitable. Intente disipar cualquier recuerdo de él, nuevamente regresará cual tornado, derribándome y volviendo a destrozar mi estabilidad.

Gracias por leer y seguir las actualizaciones <3.

Recuerda que: tu voto siempre ayuda. Puede que a ti te tome un segundo votar, pero a mí me ha tomado días escribir un capítulo y meses escribir la historia♥.

—The Sphinx.

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