35 - Humo
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35 capítulos de tensión sexual hacen de las suyas.
Disfruten.
Esta sensación es similar a estar cautivo en una habitación repleta de humo.
En un inicio, es alarmante cuando comienza a llenarse con humo. Comienzo a toser y me desespero por alejarme de ese sentimiento asfixiante.
Trato de huir, sin embargo, no hay ninguna salida. Sólo son cuatro paredes que me mantienen sin escapatoria.
Grito por ayuda, pero mi voz se apacigua cada vez más.
Sólo me queda permanecer allí, sintiendo mi cuerpo intoxicarse.
Si hubiera encontrado una salida antes, no estaría en este cuarto.
Si hubiera evitado el humo, no me intoxicaría.
Si hubiera pedido ayuda antes, me habrían oído.
«Si hubiera»; mi frase regular. Nunca hago las cosas bien, y luego me lamento por no pensar bien al tomar decisiones.
Mis pensamientos se han convertido en el humo que inunda la única habitación en mi cabeza, lo que, lentamente me asfixia, impidiéndome pensar con claridad para encontrar una salida.
—Kate —Me llamó Sam, quien estaba sentado en el sofá de mi cuarto, ayudándome a elegir ropa—, ¿por qué no llevas la ropa que usas regularmente?
Sonreí.
—Porque ahora que no está Bruno, puedo vestirme como quiera.
Ese es uno de los cuantos puntos positivos de que ya no estemos en una relación.
—Puedo usar una falda de dos centímetros o algún vestido extravagante, sin que nadie me lo impida —añadí.
—Te equivocas, probablemente te detendría la policía por exhibicionismo —comentó con diversión.
Reí junto a él por unas bromas más, mientras continuaba revisando mis prendas. Tomé del armario el vestido naranja que usé en el cumpleaños de Sam y se lo enseñé.
—¿Otra vez? —Me sonrió.
—Hay que reutilizar la ropa, Sam —expliqué—. Con lo caro que estaba, lo más probable es que también lo lleve en tu boda.
—Aclaración, Kate: el vestido que usarás en mi boda no será naranja, sino blanco —habló con total seguridad.
Me quedé unos segundos callada, hasta que comprendí su mensaje y solté un par de carcajadas.
—Vas muy rápido, Sam d'Aramitz.
Alzó sus cejas, divertido—: O tú muy lento.
Sus ojos parecieron atravesarme, calándome en todas las direcciones y ángulos. Ante los nervios, volví a ver a la ropa. La observé como si las perchas tuvieran un enigma oculto, puesto a que no quería voltear y encontrarme con la insondable mirada de Sam, la cual, lograba hipnotizarme tarde o temprano.
Noté el espacio sobrante en mi armario y me estremecí. Aún no me terminaba de acostumbrarme a la ausencia de Bruno, aunque paulatinamente la aceptaba, reemplazando mi dolor con resentimiento.
Eché un suspiro y tomé un par de prendas, yendo al baño con ellas. Me desvestí y volví a vestirme con la ropa que elegí.
Observé el atuendo en mi reflejo, con una expresión indiferente.
Era un crop top de mangas cortas de tono rosa pálido, con mangas cortas y un dibujo simple en el torso. A partir de mi cintura tenía una falda blanca de pliegues, un tanto corta, la cual resaltaba mi cadera.
En el calzado no me esmeré mucho, ya que éstas eran zapatillas normales con una ligera plataforma.
Salí del baño y observé a Sam, quien, al verme, inmediatamente se reacomodó en el sofá.
—E-es un estilo... mono —soltó nervioso.
—¿Debería cambiarlo?
Negó con su cabeza.
Llevó su mano a su nuca, como un gesto tímido—: De hecho, estás muy guapa, Kate, aunque siempre lo estás —Me sonrió.
Apreté ligeramente mis piernas cuando sus ojos bajaron desde mi cabeza hasta mis pies, observándome de una forma cautelosa y completa, recorriendo cada mínima zona de mi anatomía.
Tragué saliva, incapaz de poder con mis nervios y evadí el contacto visual.
—¿No cambiarás tu ropa? —Cambié de tema.
—No es necesario —Observé de reojo a Sam y noté que su mirada continuaba siendo punzante, parecía tener algo rondando en la cabeza—. Cuando te despediste de Ignacio... dijiste que lo alcanzarías en un rato, ¿por qué irías tan temprano a beber?
La expresión de Sam era curiosa, mas su tono de voz implicaba notas toscas y ligeramente enfadadas, cosa que me confundía.
—Me invitó a su casa —mencioné con total naturalidad—. Estaríamos con Ed, claro.
Arrugó su nariz, como si hubiera dicho algo absurdo.
—¿No es extraño que te invite a su casa?
—¿Por qué lo sería?
Sam suspiró muy pesado, prácticamente agobiado. Últimamente él acostumbraba a suspirar como si la vida se tratara de ello, lo que en parte me preocupaba. rRara vez me confiaba sus preocupaciones, este hecho me daba la sensación de que tal vez no confiara lo suficiente en mí, o que, simplemente era incapaz de abrirse.
—No confíes tan fácilmente en las personas, Katerine —recomendó con su cabeza ladeada hacia delante. Se levantó del sofá lentamente y dio pasos ralentizados en mi dirección, hasta estar frente a mí. Levanté mi vista con tal de enfrentar la suya. Me observó desde su altura, con un gesto relajado, casi indiferente y exhaló por su nariz—. ¿Sabes? De hecho, en un principio no quise que salgas con Ignacio.
Arrugué el espacio entre mis cejas.
—E-estás siendo un poco paranoico —tartamudeé al estar nerviosa por su cercanía.
La peor jugada que me pudo hacer mi cabeza fue recordarme el momento en que besé a Sam.
Sus ojos, profundos, me inmovilizaban y me convertían en un ser vulnerable. Odiaba ese sentimiento, mas al experimentarlo con Sam era una mezcla de emociones frescas y agradables.
A pesar de ello, los pensamientos que me invadían eran sumamente incómodos, y probablemente era obvio en mi rostro lo que estaba pensando.
—Precavido —me corrigió, repasando con excesiva suavidad mi mano con la suya. Repentinamente frunció su ceño, perturbando su aura calma—. ¿Tienes Parkinson o qué? Tu mano se la pasa temblando.
—Sólo tiembla cuando estoy nerviosa —Sonreí con suavidad.
—¿Estás nerviosa?
Me encogí de hombros—: Un poco.
Formó una línea fina con sus labios. Se veía tenso.
Su tacto cesó en mi mano, lo que me extrañó, al elevar mi vista a sus ojos, me percaté de que evadía el contacto visual
En un primer instante sospeché que estaba incómodo, mas al analizar su rostro y en él detallar un rastro de relajación, me di cuenta que no era así.
—¿De verdad irás? —habló de repente.
Entorné mis ojos, mirándolo.
—Posesivo, sólo quieres que esté contigo —acusé en un tono jocoso.
Sam estuvo a punto de protestar, hasta que notó mi nota burlona. Echó un suspiro..., otro más.
—No tienes porqué agobiarte —Ladeé mi cabeza—. Iré un rato, tomaré un poco y volveré para antes de las ocho. Puedo ir sola, ¿sabes?
—¿Y si te emborrachas y te dejan por ahí tirada? No, gracias.
Sentí cierta ternura cuando dijo eso.
—No te preocupes —Acaricié suavemente con mi índice el espacio entre sus dedos, causando una reacción tensa en él—. No soy una niña que debas cuidar.
Sam reprimió alguna palabra, pero habló bajo—: De todas formas iré contigo.
Amplié mi sonrisa, sintiendo cierta gracia por el asunto.
Aunque yo reía, él me observaba con una seriedad intimidante, la cual me ponía en estado de alerta.
Sus ojos pálidos recorrieron mi cara. Su mano derecha, antes unida a mi izquierda, se trasladó a mi rostro y lo acunó con una dulzura prácticamente desmedida. Enternecida, apoyé mi mejilla en su palma asimismo cerraba mis ojos, disfrutando del contacto.
—Gracias por preocuparte —susurré.
Estar con Sam podía ser una experiencia tranquila y reconfortante, aunque también podría transformarse en algo caliente y atrevido. No se trataba de sólo blanco y negro, tampoco de una escala de grises, sino que era todo el abanico de colores. La situación podría estar teñida de un rojo apasionado, pero cuando menos te lo esperas se mezclaría con un claro tono, dando lugar a un tierno rojizo casi rosáceo, tal cual el tierno salmón.
Lo cierto es que, sin importar del color que sea nuestra relación, adoraba estar con Sam.
La conexión de nuestros ojos se rompió cuando un molesto sonido pobló mi cuarto.
Sam se apartó de mí rápidamente y caminé con premura hacia mi móvil, derribado en la cama. Atendí la llamada y conduje el dispositivo a mi cabeza, apretando mis labios por la frustración.
—Hello —dijo en tono de galán—. Is Lady Greco ready for the party?
No sé qué pensar de esa pésima pronunciación, sólo puedo decir que es chistosa.
—Hi —Le seguí el juego—. Aún no estoy lista —mentí mientras miraba a Sam, que me observaba con sus cejas levantadas. El muy chismoso se quedó para oír la conversación—, pero en un rato estaré por ahí, ¿vale? Vale.
Ignacio dijo un par de palabras más y corté la llamada, depositando el móvil nuevamente en la cama.
Sam permaneció quieto, observando mis movimientos con cierto interés. Pareció esperar que le respondiera a una pregunta que sólo él sabía cuál era.
—Mentiste —afirmó.
Asentí con la cabeza, sin darle mucha importancia.
—¿Por... qué? —Dudó en preguntar, divagando al hablar.
Lo observé detenidamente mientras avanzaba hacia él, admirando su expresión ofuscada. Me detuve frente a Sam, alzando mi vista hasta dar con la suya, que parecía sumergirse en mí.
—Quiero pasar más tiempo a solas contigo —admití, con una cercanía a él bastante prudente—. ¿Tú no?
Sam pareció inquieto, incapaz de saber que hacer, y su silencio me lo demostró. En este tipo de situaciones, él cobraba una seguridad abrumadora, y en este momento... era muy diferente. La chispa que a menudo sus ojos soltaban al verme no surgía, era como si hubiera desaparecido. En este instante, Sam sólo era un manojo de nervios, lo que me preocupó.
Preferí alejarme de él, pero me lo negó cuando tomó mi mano de forma rápida, volviendo a acercarme a él.
Mi cuerpo casi se pegó al suyo, la distancia que nos dividía era de unos pocos centímetros. Su mano soltó la mía y la movió a mi cintura, como acostumbraba a hacer. Era un toque delicado y cuidadoso, que sólo mantenía en mí con tal de que no me aparte de él, de que no lo deje.
En su tacto sentía un refugio, un respiro, tal vez tocarlo me daba el mismo sentimiento que hallar un oasis en la mitad del desierto. Ya que, con su propia naturaleza él me trasmitía toda la calma que necesitaba.
Repentinamente, su rostro bajó al mío y esperé un choque, mas el único choque que se dio fue el de nuestras frentes.
Sus ojos se mantuvieron abiertos, contemplando los míos.
Mi corazón sonaba no como latidos, sino como explosiones. El calor del cuerpo de Sam era suficiente para sacarme de mis casillas, después de todo, él me volvía loca incluso con sólo su mirada.
Ah, pero cuando se acercaba a mí, aunque sea una pulgada, era otro tema. Con eso simplemente todos mis sentidos se transformaban en peligro. Su olor, su apariencia, su voz y tacto me eran combustible para el fuego que resurgía en el momento que me dirigía una sonrisa llena de picardía, o cuando murmuraba con aquel tono de voz que lograba embelesarme.
Sam era, una salvación, pero también una perdición, porque al entrelazarte con él, no podrías saber qué tanto te enloquecería.
De forma inesperada, Sam dirigió su rostro a un lado del mío, rozando con sus labios mi oreja. Un cosquilleo me recorrió el abdomen y apreté mis piernas, incapaz de calmar el estremecimiento que me daba sentirlo en alguna de mis zonas sensibles.
—¿Crees que no quiero pasar tiempo a solas contigo? —Su voz acarició mi oído, volviendo a provocar una reacción extraña en mi cabeza y cuerpo— ¿Te parece que no disfruto tenerte sólo para mí?
Era esa seguridad la que me aterraba, y que al mismo tiempo, también lograba excitarme. Él parecía pedirme, de forma sutil, que me quedara junto a él.
Su mano en mi cintura me exploró de manera diminuta, pero intensa, acariciando con suavidad mi piel descubierta debido al tamaño del top, que dejaba parte de mi abdomen a la vista. Lentamente sus yemas ascendieron a mis costillas, esta vez adentrándose bajo mi ropa. Aunque su mano no se movió de aquel sitio, al cual tanteaba con suma delicadeza y una sensualidad completamente perceptible.
En ese instante, deseé que su mano subiera a mi pecho y me toque, aunque era consciente que Sam no era capaz de hacer eso.
Sentía su respiración pausada contra mi piel, y cuando alterné mi vista de su mano a su rostro, noté un enrojecimiento en su piel, pero a pesar de la vergüenza él seguía tocándome de esa forma sutil y provocativa.
Alejó su faz de mi oreja y cuello, volviendo a enfrentar mi mirada.
Me escrutó con una expresión neutra, casi impenetrable. En sus ojos noté cierto anhelo, el cual era el mismo que probablemente mis ojos mostraban, aunque, en este instante intuía que mis ojos no anhelaban, ni rogaban, sino gritaban por que me bese.
Su gesto, antes inmutable, se transformó en uno reprimido y repentinamente me soltó, alejándose de mí y abriendo la puerta de mi cuarto para irse.
Apreté mis puños, cabreada y derrotada. No lo comprendí. Sam no acostumbraba a dejarme con «ganas de alguna cosita más». Siempre que se me acercaba, cumplía con su objetivo, si no lo cumplía, era por algo externo.
Pero, esta vez Sam podía libremente besarme sin cargar con alguna culpa, y no lo hizo.
Eché un suspiro pesado y ruidoso, yendo con pisotones a buscar algún bolso pequeño donde guardar mi móvil y demás pertenencias.
Salí de mi cuarto y no encontré a Sam deambulando por mi comedor, pero noté la puerta principal abierta.
Al abandonar mi piso, me lo encontré con el rostro enrojecido y unos nervios tan intensos que con concentración podrías olisquear.
—Olvida eso —Le oí decir.
Di dos vueltas de la llave en la puerta. Volteé a ver a Sam y fingí confusión en mi cara.
—¿Eso... qué? —Alcé mis cejas.
El pelinegro echó un bufido bastante molesto—: Eso, Kate. No bromeo.
Eché una carcajada, aunque intenté callarla.
—Sam, puede que hoy sueñe con eso —Le sonreí—, así que ni aunque me grites podré olvidarlo fácilmente.
Tarareé una canción animada a medida que avanzaba al elevador. No vi la cara que tenía Sam, pero a juzgar por cómo era, quizás tendría un culo tallado en toda la faz. Contuve la risa por la imagen mental.
Él me siguió al ascensor y me dio una expresión irritada. Me mofé de Sam, lo que pareció molestarle más.
En mi móvil tecleé una breve respuesta a Ignacio, quien estaba esperando en un bar relativamente lejano a nuestro conjunto de departamentos. Tomamos un vehículo y el viaje fue relativamente largo, el clima lucía estable y podía ver a través de la ventana como lentamente el cielo se oscurecía.
Al llegar a la ubicación, Sam y yo nos miramos confundidos. No era un bar del todo convencional, bueno, eso era obvio... considerando que estaba abierto a las cinco de la tarde. Pero lo raro estaba en su estructura estrambótica, que mezclaba distintos movimientos arquitectónicos y estilos en un mismo edificio.
—Nunca pensé que el country quedaría tan bien con luces neón y un estilo moderno —Alcé mis cejas, asombrada—. Espero que tengan zumo para ti, Sam.
—Puedo beber.
—Sí, sí, lo que digas —le dije alargando las vocales—. En fin, pasemos.
Noté el color naranja en el cielo, dentro de poco ya anochecería.
Al avanzar por la entrada noté unos cuantos rociadores en el césped, que formaban un camino hacia el edificio.
Cuando entramos al sitio, fue una extraña sensación.
El interior estaba sumido en la penumbra, alumbrando el terreno de forma extravagante unas cuantas luces de tonos neón.
Lo que más brillaba en el sitio era una pecera, la cual estaba a todo lo largo de una de las paredes.
Observé la barra con una cara de lo más confundida al ver los extraños... ¿vaqueros? Con gafas iluminadas de tonos cían y magenta.
Inspeccioné de reojo las bebidas brillantes que servían, junto con el escenario de karaoke en frente de un numeroso conjunto de mesas.
—¿Por qué Ignacio viene a este sitio? —habló Sam, con una voz extraña, quizás intentando deducir qué le hallaba de atractivo el aludido.
—No lo sé, ¿será que en Argentina hay lugares como éste?
—Tal vez —respondió convencido—, puede que le recuerden a su país.
A pesar de que habíamos ideado tal teoría, seguíamos sin comprender que era lo atractivo en alcohol prácticamente fluorescente, junto con vaqueros de gafas con neón y remix dubstep de música ranchera. Sonaba muy grotesco y absurdo.
Avanzamos por el negocio —de un tamaño considerable— buscando a Ignacio, hasta que dimos con anchas escaleras, con tubos de luz en cada escalón. Bajamos por las mismas manteniéndonos alerta, había muchas personas muy, muy idas en el lugar, así que intentábamos evitar a cualquier drogadicto.
Llegamos al final de los escalones y frente a nosotros había dos gorilas, los cuales conversaban entre ellos hasta vernos llegar.
—Zona VIP., señorito y señorita —habló el tipo de la derecha, que parecía ser una copia del otro.
—Lamentamos informar que no pueden pasar.
Hasta sus voces suenan iguales.
Sam intentó hablar pero rápidamente dije primero:
—Venimos por unos amigos —comenté, poniéndome de puntitas para ver por arriba del hombro de uno de los clones.
Mi mirada encontró al grupo de Ignacio, en su mayoría eran hombres; sólo había una chica. Los señalé a ellos y uno de los tipos volteó ligeramente.
—Ese grupo de allá —Sonreí de manera amable.
Entre ellos se susurraron un par de cosas y repentinamente el de la izquierda se marchó, dirigiéndose hacia Ignacio. Charlaron brevemente y el gorila volvió a un ritmo lento acomodándose un par de billetes en el bolsillo de la camisa.
—Puede pasar —anunció el de la derecha tras hablar con el «sobornado».
Sam y yo nos miramos con confusión, mas preferimos ignorarlo cuando uno de los grandes hombres nos permitió el paso deshaciendo el lazo del recinto.
Cuando ingresamos a la zona VIP. nuestra cara impactada resaltó más.
—What... the... fuck? —chilló Sam, fijando su vista en algo.
Busqué con la mirada lo que veía Sam y mi mandíbula rozó el suelo. Una stripper... vaquera... con lencería fluorescente.
Le tapé los ojos a Sam, escandalizada.
—¡No veas eso! ¡No es para niños!
Una de las paredes da vista a una piscina que intuí que estaría arriba y fuera del edificio en la zona de atrás. No estuve del todo cómoda al ver cómo cuerpos sin cabeza nadaban de allí para allá.
Ignacio se aproximó a nosotros. Tenía gafas negras con palmeras a cada lado que se encendían y apagaban. Fruncí el ceño cuando noté que llevaba un sombrero de vaquero con una cinta brillando en la oscuridad.
—Yo le llamo a este lugar... el paraíso de los faloperos —Extendió sus brazos con suma emoción.
—¿Faloperos? —preguntó Sam, quitando mi mano de sus ojos.
—Drogadictos, bebé —aclaró.
Cuando bajé mi vista, noté que había algo que también reafirmaba eso —además de todas las otras rarezas—, lo cual era: hongos en el suelo pintados con pintura fluorescente.
Madre mía.
La música en el sector de abajo era mucho más electrónica y llena de adrenalina. Cuando examiné mi vista, noté que había personas muy agitadas que en lugar de bailar, se convulsionaban con movimientos grotescos. Puede que se hayan excedido con la cocaína.
—¿Te gusta, Kate? —Me sonrió.
Le devolví la sonrisa, aunque la mía fue rígida.
—Es... interesante —elogié con rodeos.
Giré mi vista a Sam y lo noté con su ceño sumamente arrugado al ver a la bailarina. Por suerte, ésta llevaba un poco de ropa, por lo que esperaba que no sea un trauma severo para él.
—No es como en los videojuegos —mencionó.
Enseguida comprendí que se refería a los clubs de striptease de Grand Theft Auto.
—Bueno, quizás alguna aceptaría un pago y te daría un show por allí atrás —Señalé un rincón con cortinas carmesí, que a un lado tenía un cartel neón de labios rojos—. Pero por ahora sólo deja los shows de striptease en los videojuegos, en la vida real quizás sea un poco incómodo.
Continué caminando con ambos hasta la mesa. Alcancé a reconocer solamente a Eduardo, quien estaba con su cabeza derribada sobre la mesa, vencido por la bebida y tal vez drogas, a su lado estaba Andreu sacudiéndolo para despertarlo, mientras le balbuceaba alguna cosa irrelevante.
Es un caos. En parte comprendo porqué Sam no quería que viniera.
Obedezcan a San Sam, de esa forma obtendrán fortuna.
En una esquina de la mesa pentagonal yacía una joven apoyada sobre el respaldo de la silla de uno de los tíos. Su cabello estaba decolorado hasta el color blanco y sus ojos habían sido consumidos por sus pupilas, las cuales lucían gigantes. Intuí que se debía a alguna sustancia.
¿Alguna vez se preguntaron cómo sería una conversación con cuatro drogadictos? Yo sí, en esas noches donde piensas mil cosas y no duermes ni un minuto. En ese momento me percaté que iba a desmantelar tal enigma —entre comillas—.
—Diosss —El chico de pelo rojo teñido, delante de la de cabello blanco, se inclinó hacia delante de una forma torpe y lenta—. Qué... guapo... eres —Señaló a Sam, relamiendo sus labios—. Si fuera gay... te daría un beso.
Está muy, muy borracho.
Sam retrocedió un paso, casi asustado.
—¡Ay, cari! —chilló la chica, apretando sus puños— ¡Es la cuarta vez que ligas con un tío! ¡¿Seguro que no eres gay?!
Sam me observó con sus ojos bien abiertos. Ambos estábamos sacados de onda.
La pareja continuó discutiendo trivialidades, hasta que en un momento los insultos se transformaron en cumplidos y de repente se unieron en un beso fogoso, olvidando la pelea.
—Ignórenlos —dijo Ignacio, moviendo la sillas fuera de la mesa—. Siéntense un poco, voy a pedir algo.
Él movió una campana sobre la mesa y al tiro apareció uno de los empleados, dispuesto a tomar la orden. Andreu me extendió el menú y observé confundida los nombres de las bebidas.
«Vaca loca», «pink yegua» y «beauty de vaqueras» eran algunos de los nombres que figuraban. Todos eran relacionados a cowboys o caballos, algunos tenían palabras en inglés y otros eran directamente palabras inexistentes, como por ejemplo: «Pluca». ¿De dónde demonios sacaron eso?
—Probá Pink Yegua, está rico.
No tenía idea cómo sabía siquiera una cosa, así que pedí lo que Ignacio recomendó.
—¿Algo sin alcohol para Sam? —pregunté.
Ignacio se volvió hacia Sam y lo miró como si fuera excremento.
—¿Sin alcohol? ¿Sos maricón o qué?
El pelinegro entrecerró sus ojos y miró mal a Ignacio. El camarero nos dio una sonrisa pequeña y se marchó hacia la barra luminosa.
Noté la escenita entre Ed y Andreu, hasta que, el susodicho se agachó al casi inerte cuerpo para susurrarle algo al oído. Como si le hubiera dicho los secretos más oscuros del planeta, Eduardo dio un brinco que lo sacó de su estado inútil.
—¡¿Kat vino?! —gritó de la nada, agarrándose la cabeza.
Sacudió su cabeza de lado a lado, buscando algo, hasta que me fijó en su vista.
—¡Kat! —Extendió los brazos en un gesto liberador, hasta que pareció que lo desconectaron de la corriente eléctrica y volvió a su estado agonizante— Tomé mucho.
La mayoría de los presentes asintieron. Ed tiró su cabeza sobre la mesa, rendido y con los ánimos subterráneos.
Hubo un silencio entre los presentes, y, cuando la ronda de bebidas llegó, todos nos acomodamos de mejor forma. El camarero depositó la bandeja con las bebidas en el centro de la morada mesa pentagonal. Pobre Sam, le dieron agua.
Bebí un poco de la brillante bebida fucsia, que burbujeaba ligeramente. Un picor me inundó la garganta, mas el sabor era dulce y casi explosivo. Te inundaba el paladar de manera invasiva aunque placentera, lo que me incitó a darle otro trago.
Observé de reojo a Sam a medida que degustaba la misteriosa bebida. Él bebía, con notorio aburrimiento, el agua que de seguro sabía más a cloro que otra cosa.
Me balanceé ligeramente en su dirección y le ofrecí un poco de mi bebida.
—¿Qué es? —Frunció su ceño, tomando el vaso en una mano y acercándolo a su cara para sentir el olor.
—Pink Yegua —Sonreí con total confianza—, no sé qué tendrá, pero pruébalo.
Sam me dio una mirada recelosa, dudando si de tomar o no, pero al final llevó el vaso a su boca y tragó la bebida como si fuera el agua que tomaba instantes antes.
Exhaló en profundidad y abrió sus ojos enteramente.
—¿Y bien? —Me incliné hacia él, ansiosa.
—Está... bien —Sonrió condescendiente—, pero prefiero no beber.
—Hmm... —Miré con curiosidad la forma en que evadía el contacto visual—. Veremos qué dices después.
Seguí bebiendo aquella bebida extraña, hasta que noté los ojos de Andreu fijos en mí. No voy a mentir, cuando Sam me mira fijo, siento que todo el cuerpo me tiembla, no de miedo, sino de algo más, pero cuando Andreu lo hace... tiemblo por los escalofríos que me da. No es mi persona favorita.
Dejó su vaso vacía en la mesa y lo deslizó hasta el centro, alternando su vista de persona en persona.
—Y dinos..., Kat.
Me sentí peor cuando me dijo por mi apodo.
En mi cabeza, existían reglas en cuando a eso: «Kat» es para amigos y familia, «Katerine» o «Greco» es para conocidos y superiores, y «Kate» es para Sam.
Asentí con mi cabeza, confirmando que lo oía.
—¿Qué fue lo que pasó con sujeto B? —prosiguió.
Tragué saliva fuertemente.
Durante las últimas semanas Bruno Damiani era un nombre que prefería evitar en mis pensamientos y conversaciones.
Miré a Andreu como si fuera el sujeto más imbécil del mundo y llevé el trago a mi boca. Era impresionante lo frío que te dejaba el Pink Yegua.
—Mejor hablemos de otra cosa —Le sonreí de manera cínica, eso era algo que me caracterizaba: las sonrisas fingidas—. Como por ejemplo... todas las veces que Rocío te rechazó, ¿te parece? ¡Ay! ¿Por qué será? —Fingí preocupación de manera histriónica, mosqueando al bajito.
—Capaz porque no sos lindo —añadió Ignacio, acomodando sus gafas de palmeras.
—Quizás es lesbiana —Escuché mascullar a Eduardo desde su estado de completa ebriedad.
—O quizás... —Sonrió Andreu— se hace la difícil. Sí, eso debe ser.
Él estaba totalmente convencido de que Rocío era una mujer heterosexual con nivel de dificultad en modo veterano. Lo cierto es que mientras nadie miraba la rubia echaba un vistazo curioso y coqueto a alguna de las clientas, al mismo tiempo, Andreu la acosaba desde las sombras con tal de conseguir información, atraerla y poder hacer algún trío con ella y conmigo.
Ugh.
La conversación se desvió a caminos completamente diferentes al tema inicial, pasando por la aversión que Sam le tomó al alcohol —aunque a pesar de eso siguió bebiendo, moderadamente—, hacia una discusión de Ignacio y Eduardo para repartir «la mercancía». Hasta que, luego de muchas confrontaciones sinsentido y una que otra charla amistosa, Ignacio nos invitó a jugar billar.
Tras unas cuantas rondas, tuve que jugar contra el chico de cabello grana, al cual su —aparente— novia vitoreaba con entusiasmo. Entrelacé mis dedos con el taco, acomodando mi cuerpo correctamente con tal de visualizar bien las bolas de billar. Uno de los empleados retiró el molde para el montaje y eché un suspiro. Estaba preparada para dar mi primer tiro, hasta que, de la nada, apareció Andreu detrás de mí, lo que me incomodó un montón.
—¿Por qué...? —alcancé a decir.
—No sabes jugar, ¿verdad?
Fruncí mi ceño. Sé jugar, quizás mejor que él.
—Sé jugar, Andreu —Resalté su nombre, como una advertencia.
—Ah, no seas tímida —habló cerca de mi hombro, reduciendo la distancia.
Levanté mi vista, encontrando a Sam con sus ojos fijos en los movimientos de Andreu, su mirada se trasladó a mí y yo le guiñé el ojo en señal de cooperación. Sonreí por dentro cuando una idea me llegó a la cabeza.
—Bien, me descubriste, no sé jugar —Sonreí con astucia—, aunque... ¿sabes? Sam es realmente bueno en el billar.
El aludido me miró con una expresión ofuscada, mas al poco tiempo comprendió.
Cuando miré a Andreu por arriba de mi hombro, amplié mi sonrisa. Logré mi cometido: ahuyentar a Andreu y conseguir a Sam.
El pelinegro me miró de manera amenazante, pero le devolví una brillante sonrisa ingenua. Él se levantó del pequeño taburete y se encaminó a mí poniendo un rostro indiferente.
Sentí el roce de su cuerpo contra el mío cuando se agachó y acercó sus manos a las mías en un movimiento cuidadoso.
Su hálito golpeó contra la zona entre mi cuello y hombros, erizando mi piel.
—No sé jugar —murmuró en mi oído con una nota de enfado.
—Sólo sígueme la corriente —mascullé igual de bajo.
—Kate...
Eso sonó a regaño.
—¿Qué? ¿Acaso no te gusta estar así? —Le sonreí con picardía.
Y con «así» me refería a estar prácticamente pegados en una posición extraña.
—¿Por qué conversan tanto? —intervino Ignacio.
—Sam me explicaba las reglas —me excusé enseguida con una sonrisa pequeña.
Di el primer tiro desde un costado de la mesa, desarmando el conjunto de bolas desde la segunda fila. Una de las bolas entró en una de las troneras, por lo que nos libramos de una.
El chico del pelo rojo rodeó la mesa, calculando el ángulo donde posicionarse, hasta que logró insertar una nueva bola en una tronera en uno de los vértices. Al siguiente tiro, Sam se libró de mí apenas tuvo la oportunidad, regresando a su asiento.
Me observó desde el sitio con suma atención lo que en parte desequilibró un poco mi concentración, plantando ciertos nervios a la hora de tirar. Sus ojos bajaron por todo mi cuerpo, mientras llevaba la copa a su boca, sorbiendo la misma bebida que unos cuantos minutos atrás yo tomaba.
Tragué saliva y me concentré en el juego. La bola blanca estaba en un sitio incómodo, por lo que fallé mi tiro.
Al siguiente turno, el pelirrojo encestó dos bolas con una jugada limpia.
Tras unos cuantos tiros, quedó la bola ocho. Mi turno le fue trasladado al pelirrojo cuando no logré embocar la bola en una de las troneras. Observé con nervios a mi contrincante y luego a Sam, quien levantaba sus cejas con diversión y curiosidad.
Crucé mis dedos detrás de mi espalda y esperé a que el tipo le dé a la bola. Finalmente logró encestar la bola ocho, pero en menos de un segundo la bola blanca le siguió hasta la tronera.
Di unos pocos aplausos, emocionada con mi suerte y el pelirrojo se llevó las manos a la cabeza, soltando un balido.
Tras llorar su derrota se acercó a mí y escarbó en sus bolsillos hasta sacar su billetera, dándome los 50 euros. Resopló cansado y volvió a los taburetes, a un lado de Sam.
El grupo continuó con unas cuantas partidas, hasta que todos volvimos a nuestros sitios, algunos más ebrios que otros, exceptuando a Sam, que lucía cono si recién hubiera llegado, debido a su reluciente estado.
Mi cabeza pesaba como si le hubieran puesto kilos de plomo a mi cerebro, mientras que parecía que mis ojos habían cobrado astigmatismo y no me di cuenta de ello. Casi daba vueltas sobre mi asiento.
Apoyé mi rostro sobre una mano, hincando mi codo en la mesa. Andreu nos recorrió a todos con su vista y expresó una sonrisa fina, casi pícara. Detuvo su recorrido en Sam y lo señaló con su vaso, lleno de un líquido cían.
—¿Y bien? ¿Cuál es la relación entre ustedes dos? —habló torpemente.
Volteé a ver a Sam con una sonrisa, pero él mantenía su cara severa de siempre.
—Somos amigos —respondió.
Ah, ahora él me pone en la friendzone.
—Pero estamos muuuy enamoradoos —balbuceé con una sonrisa, balánceandome sobre mi sitio con mi bebida en mano—. ¿Nooo, Sam?
Todos esperaron su respuesta con nervios y con una sonrisa grande plantada.
—No —Más seco no pudo sonar.
—Sólo es tímido —afirmé, con un tono igual de cortante.
Él echó un suspiro y se acercó a mí, extendiendo su brazo para quitarme mi copa, pero estiré mi brazo hacia atrás, jugando con él. Finalmente, Ignacio, que estaba detrás de mi silla me quitó la copa y no pude evitar girarme para verlo con la peor cara posible.
—¿Cuánto pensás tomar?
Hice un puchero y dejé caer mis brazos sobre la mesa, descansando mi cabeza en ella. Cerré mis ojos, sólo oyendo la música electro y dubstep sonando de fondo, aunque, la oía de manera distorsionada. Mi cuerpo estaba cansado, la euforia que sentí momentos antes se desvaneció y sólo permanecía el agobio.
De un momento a otro, sentí unos golpecitos en mi espalda, al abrir mis ojos me di cuenta de Sam a mi lado. Me di cuenta que me dormí cuando me percaté de la ausencia d ela pareja.
—Debes ir a casa.
—¿Tú me llevarás? —Sonreí.
Él dio un suspiro ligero y asintió con su cabeza con un movimiento pequeño.
Entrelazó mi brazo en su hombro y me tomó de la cintura, haciéndome caminar hasta las escaleras. Me costaba caminar y mi cuerpo pesaba más y más, mientras que la música se había convertido en un insoportable ruido.
Cuando pasamos en las escaleras solté un quejido, caminar se me complicaba más.
—Saaam... cárgame —lloriqueé exageradamente.
—Kate, puedes caminar.
—No..., no puedo.
¿Fui molesta? Sí, no lo niego. Pero valió la pena.
Desde una esquina, Sam me encaró y resopló, agobiado. Abrí mis ojos desmesuradamente cuando me tomó en sus brazos cual princesita delicada. Su mano derecha estaba sobre el final de mi falda, con tal de cubrirme y ésta no se abra dejándome descubierta. Su otro brazo me tomaba de la parte alta de mi espalda.
Su rostro se notaba algo afligido, pero no podía parar de mirarlo con asombro.
—Deja de verme así —murmuró estrechando el espacio entre sus cejas, sin quitar la atención del camino.
—Perdón.
A pesar de eso, no dejé de contemplarlo como si fuera lo único en el mundo que pudiera observar.
Abandonamos aquel sitio oscuro, aunque luminoso en maneras extrañas. La luz del exterior golpeó contra mis ojos, el anochecer estaba casi palpable. Perdí mucho tiempo en ese sitio.
Sam me subió a un vehículo, depositándome de manera cuidadosa en uno de los asientos traseros. Él subió por la otra puerta, manteniendo el silencio entre nosotros cuando el recorrido inició.
Dejé caer mi cabeza en la ventana, observando con los ojos bien abiertos el lugar tan alejado en el que estábamos. De vez en cuando le daba un vistazo a Sam por el rabillo de mi ojo, lucía abatido.
El mundo se mostró ante mis ojos, y cuando menos lo esperé, comencé a reconocer los sitios, hasta dar contra el reconocible edificio donde Sam y yo vivíamos. Bajamos del vehículo y nos aproximamos a la entrada.
Caminé con Sam, en la misma posición del inicio, hasta el elevador. Deposité mi cuerpo en la pared, descansando durante el recorrido. Finalmente, el ascensor echó un pitido y abrió sus puertas.
Llegamos hasta la puerta del departamento y Sam me miró con una expresión cálida, aunque seria.
—Te dejo aquí.
No, aún no. Todavía no me quiero separar de Sam.
—¿No podrías... llevarme hasta mi cuarto? Podría caerme en el camino y me costaría muucho levantarme —me quejé con una expresión lastimosa.
Él puso cara rara, como si hubiera dicho algo absurdo e imposible, mas continuó conmigo. Festejé en mi cabeza por convencerlo; otro gol de mi parte.
Estiré mi brazo con tal de encajar la llave en la cerradura, di un par de vueltas en dirección contraria a las agujas del reloj y di un golpecito, abriendo la puerta. Caminamos unos pocos pasos juntos pero me separé de él para abrir la puerta de mi cuarto, entré y él siguió mis pasos, deteniéndose a poca distancia del umbral.
Di una vuelta de noventa grados con cierta torpeza, encarando a Sam, quien me miró expectante a porque vaya a mi cama.
Pero eso no fue lo que hice.
Estiré mi brazo a un lado suyo, cerrando la puerta detrás de él y Sam me miró alarmado, tanto como si le hubiera apuntado con un arma.
Sin perder el tiempo, entrelacé una de mis manos con la suya. Estaba nerviosa, pero la bebida me quitó la mayoría del miedo, por lo que me sentía capaz.
El mundo se le aclaró a Sam cuando notó que yo estaba de puntitas para alcanzarlo, aunque mi mirada esquivaba la suya. Me miró, comprendiendo todo y formó una línea fina con sus labios, otra vez se mostraba tenso.
—Kate, cometes un error.
Cuando lo observé, noté sus ojos sumamente claros de un tono oscuro. Sus pupilas se dilataban al verme y un ligero rubor cubría la piel bajo sus ojos. Tenía su cabello un tanto desordenado, con sus mechones deambulando por su frente.
Expresé una sonrisa pequeña y apreté su mano bajo la mía.
—Si besarte es un error, Sam, entonces quiero equivocarme mil veces.
No pasó mucho tiempo para que, sienta su agarre en mi cintura y espalda y me tire contra él, juntando sus labios con los míos. Llevé mis brazos a su cuello, poniendo una mano en su nuca con tal de sentirlo más contra mí.
Un sabor fresco y dulzón provino de su boca, la cual se mantenía contra la mía con cuidado, con movimientos lentos y suaves, tal cual sus labios.
Me separé de él, observando sus ojos plateados encendidos sobre los míos. Sus labios estaban entreabiertos, tanto como húmedos, y para sumarle, su rostro yacía en penumbra, siendo únicamente iluminado por el tenue velador de mi habitación.
—Esto está mal —habló repentinamente—. Estás borracha.
Reí suavemente.
—Cuando se trata de besarte estoy más sobria que nunca.
Dudó durante un momento.
—¿Volverás a alejarme?
—No, ¿tú sí?
—Ni estando loco.
Volvió a atacarme con otro beso, y otro, y otro, y otro, cada uno más desesperado que el anterior. Sin darme cuenta, estábamos retrocediendo hasta mi cama.
Mis piernas chocaron con la cama y caí sobre el colhón, pero él se mantuvo sobre mí y entre mis piernas. Terminé el beso, que, en parte fue tierno y observé a Sam. Ambos teníamos la respiración un tanto agitada. Oía mi corazón contra mis oídos, mientras que mis piernas temblaban. No fue sorpresa para mí sentir una ligera humedad en mi entrepierna.
Con mis brazos atraje su boca nuevamente a la mía, aunque le tomó de sorpresa cuando invadí su cavidad con mi lengua de manera voraz. En un inicio no pudo seguirme el ritmo, hasta que se adaptó en el siguiente beso.
Me concentré en profundizarlo y al poco tiempo el beso se tornó agresivo. Una de sus manos bajó de mi cintura, entrando bajo mi falda y tocando mi muslo de una manera sumamente provocativa, lo que me hizo gemir contra su boca.
Rompí el beso al verme incapaz de respirar y la cercanía unió nuestros hálitos, contaminados con el alcohol. Su rostro estaba avergonzado, mas sabía que él no. A pesar de su rubor, su seriedad era atemorizante.
Ambos deseamos esto, ninguno de los dos sentía arrepentimiento.
Antes de que pudiera hablar, volvió a tomar control de mi boca, esta vez llevando el ritmo de los dos. Su mano comenzó a subir por mi muslo, pero se detuvo antes de tocar mi intimidad, que en ese momento estaba palpitando tanto como mi corazón. Eché un jadeo cuando repentinamente mordíó mi labio inferior, estirándolo ligeramente mientras mantenía sus ojos fijos en mi faz agitada.
Su boca sabía fresco y al alcohol que antes degustábamos, mientras que su lengua hacía movimientos en mi cavidad que se sentían como una maldita droga.
Porque, cualquier roce con Sam era adictivo, apenas lo sentías, sólo deseabas una dosis más grande.
Se separó de mí y me miró con sus ojos temblando, no de tristeza, ni de miedo, sino de un sentimiento nuevo y se preparó para hablar:
—¿Puedo seguir besándote, Kate?
Uffff, últimamente estos dos andan calenturientos.
Espero que hayan disfrutado el capítulo, gracias por leer y nos vemos en otro momento♥
—The Sphinx.
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