33 - Ausencia

Disfruten♥

—Uno, dos... —Me equivoqué de nota— Uno..., dos, tres.

Es difícil tocar el piano. ¡Lo odio! ¡Lo odio!

—No hagas esa cara... Mira, si escribes las teclas así —Cogió un marcador y pintó números—... sabrás qué tecla tocar.

Volví a intentarlo, ¡finalmente salió!

Di saltitos de alegría sobre el banco.

—Uno, dos, tres —repetí para mí mismo, tocando cada tecla según recordaba—. ¿Por qué no podía con ello? Hasta sin práctica puedo hacerlo.

—El piano puede parecer sencillo, pero toma más tiempo de lo que crees, pequeño —El abuelo tocó una melodía muy linda en el piano, pero fue tan linda como corta—. Será mucha práctica, te equivocarás miles de veces, y después de muchos errores, podrás tocar todas las canciones que se te ocurran mucho más fácil.

Hice un puchero, mirando al piano como si me hubiera sacado la lengua.

—¡Yo no quiero equivocarme!

El abuelo dio un suspiro. ¡¿Le estoy cansando?!

—Samuel —El abuelo siempre dice perfecto mi nombre, para los otros niños es muy difícil decirlo—, todos nos equivocamos, ya sea tocando el piano o viviendo. Cuando crezcas, te equivocarás todos los días, así que, acostúmbrate.

Exhalé aire por mi boca, observando el teclado frente a mí de una forma pesada. Toda la práctica que recogí años antes, la había perdido. Era irremediable.

Maldije en voz baja, por más que lo intentara mil veces, no podía tocar ni una sola de las canciones que el abuelo me enseñó.

Volví a tocar las teclas, esta vez con más concentración, procurando no fallar.

—Vas bien, vas bien... —Escuché la voz de Estanislao—, oh, esa no iba.

Otra vez me equivoqué.

—Fue tu culpa —mascullé, resentido.

Giré mi cuerpo a él, estaba apoyado en el marco, observando mi atuendo de pijama con sus ojos café.

—¿Mía? No, tú te estás equivocando desde hace mucho —Sacó su lengua, burlándose—. No te frustres, Sam, no tocas desde hace mucho tiempo. Deja el teclado y ven a desayunar de una puñetera vez.

Puse los ojos en blanco y me levanté de la silla, saliendo de mi habitación.
Estanislao tenía preparados crepes para desayunar. Unté mermelada en uno de ellos y me lo llevé a la boca, mirando a mi hermano degustar un sándwich de una forma muy bestia. ¿Es un animal?

Bebí un poco de café, en ese momento, las palabras de Rocío resonaron en mi cabeza en eco, como un espíritu atormentándome.

«Problemas de rapidez».

¿Por qué dice eso? No soy rápido.

Entorné mis ojos y giré mi vista a Estanislao, quien bebía el café como si fuera cerveza.

—¿Fuiste rápido la primera vez? —pregunté, con el gesto más indiferente que pude emular.

Él se ahogó con el mismo café, tosiendo repetidas veces de manera furiosa. Alcé mis cejas, aburrido, hasta que se aclaró la garganta y giró a verme.

—Pero, ¿qué? —chilló con un gritito agudo— ¿Por qué lo preguntas?

Me encogí de hombros.

—Curiosidad.

Volvió a aclarar su garganta y se acomodó en la silla. Echó un suspiro cargado de pesadez, dándole oscuridad a su mirar. Permaneció en silencio casi un minuto, mirándome como si fuera parte del escenario.

—Sí —Tomó su taza y sorbió un poco del café—. Dejemos el tema.

Contuve una carcajada al notar su expresión traumada. No creo que Lao lo haya pasado bien esa vez.

—¿Y bien? —preguntó.

—¿Qué?

—¿Por qué de repente te interesan mis problemas de precocidad? ¿Dejaste las... pallaringas? —mencionó en tono bajo y precavido.

Fruncí mi ceño y volví a beber café, evadiendo su pregunta.

—Curiosidad —repetí.

—Mhm... —emitió un sonido de duda.

Eché un suspiro pesado y observé la hora en el reloj de pared; faltaba poco para mi horario de trabajo.

Si bien siempre se me dificultó trabajar y estudiar al mismo tiempo, mis notables calificaciones colaboraron con mi situación. No tenía ni un solo amigo, por lo que se reducían mis distracciones. Actualmente, la única persona que se llevaba mi atención era Katerine y no me importaba saltarme alguna clase si ella precisaba de mi ayuda.


—¿Crees que pueda llegar al trabajo en tres minutos? —Le sonreí a Estanislao, quien bostezó.

—No creo; eres pésimo corriendo.

Volví a encogerme de hombros.

—Depende el día.

Miró el reloj e hizo una mueca divertida.

—El tiempo corre.

Me encaminé al cuarto y cambié mi ropa de pijama a una informal. Enfrenté el espejo y rápidamente peiné mi cabello para luego echarlo hacia atrás con un poco de gel.

Al salir de mi cuarto, me dirigí a la puerta, quitándole el seguro.

—Adiós.

—Adiós —contesté.




Entré a Délicatesse por la parte de atrás, para mi suerte con las últimas remodelaciones los empleados podían ingresar a través del callejón de atrás, por lo que ya no tendría que llevarme miradas indiscretas cada vez que llegara al trabajo.

Andreu, Ignacio, Eduardo, junto con unos empleados más estaban cambiando su ropa informal por sus uniformes.

Eché una mirada disimulada a los gigantes tatuajes que Ed tenía en su espalda. Algunos eran de grupos musicales, mientras que una gran serpiente mitológica recorría en zigzag toda su piel.

Volví a lo mío, quitándome la camiseta por la cabeza.
Ignacio silbó de asombro y lo noté reflejado en el espejo, detrás mío.

—Fua, chavón —dijo—. Estás re fuerte.

—¿Qué? —Volteé confundido. No entendí muy bien su mensaje por su acento.

—Que eres musculoso —aclaró Eduardo desde su sitio, revisando en el espejo el rojo en sus escleras—. ¿Se nota la hierba? —Le preguntó a Ignacio.

—Nah, no te preocupés —Revoloteó su mano quitándole importancia.

De hecho sí se nota que fumó.

—Greco ha faltado de nuevo —anunció Andreu, acomodándose la corbata de mariposa—. ¿Creéis que está enferma?

—¿Kat? ¿Enferma? Casi nunca lo está —Ed frunció su ceño, asimismo colocaba su camisa— ¿Tú sabes algo, Sam?

Eché un suspiro y acomodé mis pantalones, indeciso si decir la verdad.

—No, no lo sé.

—Es extraño que no lo sepas, vosotros sois amigos —replicó.

Amigovios —corrigió Andreu.

Puse mis ojos en blanco y terminé de vestirme colocando la corbata negra. Preferí salir de la sala e ir al restaurante.
Arrugué mi ceño cuando noté el desorden en todo el cuarto.

Rocío levantó su mirada, asimismo limpiaba con un trapo una de las mesas, y sonrió al ver mi expresión.

—Y no has visto la planta de arriba.

—¿Qué sucedió? —interrogué.

Era extraño encontrar tal desorden, se suponía que cada turno debía limpiar tras finalizar su horario.

—Turno noche, Sam. Alias: los puercos de Délicatesse.

Eduardo y Andreu ayudaron a limpiar, mientras que Ignacio y los demás se dirigieron a la cocina. Supuse que ésta estaría en el mismo estado.

—¿Acaso el viejo horrible ese no vigila a los de la noche? —refunfuñó Andreu dándole con fuerza a una mancha que no lograba limpiar.

—Así es como se hace, gilipollas —replicó Eduardo limpiando él mismo la mancha.

—Gracias por ahorrarme el trabajo, Edu.

Rocío se rio disimuladamente de la situación, ocultando su sonrisa bajo su mano.

—Rocío —llamó Andreu, el castaño—. ¿Sabes porqué Greco no viene desde el viernes?

La rubia me miró y luego observó al castaño, echando un suspiro.

—Terminó con su novio. Imagínate, está destrozada, quizás llorando desconsoladamente en su cama mientras come helado o chocolate. Es un momento adecuado para que alguien la abrace y cuide —mencionó lo último viéndome de reojo, sin dejar de quitar las manchas de un plato.

Decidí no darle atención, continuando con el barrido.

—¡¿Qué?! —A Andreu casi se le cae la mandíbula— ¡¿Katerine ya no está con Bruno?!

—Después de eso no te olvidas de su nombre, eh —dijo Ed.

Miré confundido la situación. ¿Por qué Andreu no se olvidaría de Bruno?

—Traumas, Ed, traumas.

—¿Qué pasó? —comenté intrigado.

—Bruno le partió la boca a Andreu —masculló Rocío, sonriendo—. Lo mejor que ha hecho Bruno.

—Sólo es una forma de decir —aclaró el citado—. Simplemente me dejó sin palabras... con amenazas y esas cosas. «Perro que ladra no muerde».

Ah, sí que muerde.

—Guay —dijo Ed.

—¿Qué tenéis vosotros dos contra mí? —Entrecerró sus ojos, hastiado— Volviendo al tema; ¿en serio Katerine está soltera?

—Es demasiado bueno para ser verdad —balbuceó el de barba.

Le di una mala mirada a Eduardo.

—Lo digo porque terminó una relación tóxica, obvio —Se defendió, aunque se notó su excusa.

—Bien, muchachos, tenéis plaza libre, ¿por qué no lo intentáis? —Sonrió la rubia.

Andreu sonrió de oreja a oreja, se acercó lentamente a la susodicha, y encerró a Rocío entre la mesa y él.

—Oh, cariño. Yo tengo una mejor idea: ¿Por qué no lo intentamos?

—¿Intentamos? ¿Quieres decir ir tú y yo a por Katerine? Me apunto —Le sonrió de forma cínica.

—No, no... Me refería: tú y yo —Aclaró su garganta—. ¿Por qué te escondes, guapa? Tú estás soltera..., yo estoy soltero. ¡No hay obstáculos!

—Escucha, Andreu —dijo dándole un codazo en el brazo, zafándose del encierro—. No me gustas tú, ni las personas como tú, así que, bye —Sonrió.

Para anotar, Andreu: con 'personas como tú' se refiere a hombres.

A Rocío le dio un escalofrío y se fue de la planta, subiendo por las escaleras.

—¡¿Por qué es tan difícil?! —Se quejó el castaño, abofeteando la mesa.

—Eh, pará. La mesa no te hizo nada —Por la voz, intuí que quien habló fue Ignacio.

—¿Ya limpiaron, Nacho? —preguntó Ed por la cocina, desde su sitio.

—Obvio, máster. Andá nomas, yo voy a ir acomodándome.

Ignacio se dirigió a la entrada, donde hacía la mayoría de su trabajo. Me acerqué a él para limpiar el ventanal y noté su ceño fruncido.

—¿Vos sos...?

—Samuel —aclaré.

Mi nombre lo dejó confundido.

—¿Sos gringo?

—No —mencioné—, sólo se pronuncia así. Puedes pronunciarlo como quieras; me da igual.

Su cara reflejó una conexión de cables en su cerebro, como si se diera cuenta de algo.

—Ah, vos sos amigo de la chica de pelo largo, ¿no? La Kat esa.

Asentí con mi cabeza, sin dejar de limpiar la ventana.

—¿Tenés su número?

—¿Por qué lo preguntas?

Miré de reojo al chico y tenía una sonrisa pequeña, casi tímida.

—Es que me gustaría hablar con ella; está buena y eso.

Le devolví la misma sonrisa, aunque lo único que delataba era desdén—: Deberías pedírselo a ella.







Eché un suspiro pesado al ver quién estaba frente a mí, sentada en una de las mesas, preparada para hacer un pedido. Jade, la prima de Eduardo y mejor amiga —también crush— de Rocío. Ah, es un grano en el culo.

—¡Samy! —chilló eufórica al notarme.

Expresé una sonrisa forzada. Había mejorado mi actitud a la hora de atender a los clientes.

—Bienvenida a Délicatesse —Puse mi mejor tono—. Soy Samuel y estaré cuidando de usted esta mañana.

—Ya sé quién eres, tontito. Y me encantaría que me cuides, pero esta noche —Hizo un ademán de felino, gruñendo de forma incómoda.

No voy a mentir, me esforcé por no poner cara rara.

—¿Qué comerá? —Cambié de tema.

—¿Estás en el menú?

Ugh.

—Jade, no quiero ser aguafiestas, pero si no me dejas tomarte la puñetera orden haré que venga el empleado más desagradable para que cuide de ti esta... puñetera... mañana.

—Ay, me encantan los chicos difíciles —Me sonrió—. ¿Te gusta la palabra «puñetero»? A mí también; tenemos tantas cosas en común, Samy.

—¡Andreu! —llamé, ya harto.

—Vamos, Samy, ¿no me darás tu número?

—Lo siento, Jade, perdí mi móvil —Le sonreí antes de voltearme e ir a la siguiente mesa sin atender.

—¡Dame tu número cuando lo encuentres!

Eché un suspiro pesado y me dirigí a una mesa contra la ventana.

Era una mujer adulta, quien miraba la ventana con interés excesivo. Su cabello tenía el color del fuego, de un rojo sumamente puro, la piel de la misma lucía delicada, pálida y tersa. Cuando volteó su rostro, vi las gafas oscuras que llevaba, las cuales se quitó. Podría ser una modelo.

Los ojos claros de la mujer me examinaron e hizo una mueca extraña.

—Bienvenida a Délicatesse. Soy Samuel y cuidaré de usted esta mañana.

—¡Eureka! —exclamó con una sonrisa, extendiendo sus labios teñidos de rojo— Tú debes ser 'samdamitz'.

Ese es mi nombre de usuario en Instagram. Me aterró un poco que pueda ser alguna seguidora obsesionada, así que preferí mantener el silencio.

—Mi nombre es Dalila. No soy una acosadora, no te preocupes —expresó en un tono gentil—. No vengo por ti, sino por Greco Katerine, aunque luce ausente, por lo que no me queda ninguna otra opción además de referirme a ti, Samuel d'Aramitz.

Me estremecí cuando pronunció correctamente mi nombre completo como si se tratara de una clave.
Extendió una tarjeta en mi dirección con una sonrisa reducida.

—¿Podrías darle esto a Katerine Greco? Dile que es de parte de alguien muy cercano, puede llamarme cuando necesite ayuda respecto a «ese tema».

—¿«Ese tema»?

—Damiani —Su tono de voz se oscureció al pronunciar ese apellido—. Ella debe estar confundida, y sé que ningún miembro de esa familia mantendrá contacto con ella ni siquiera para responder dudas. Soy su única aliada.

—¿Por qué te interesa contactarla? —Fruncí mi ceño.

—Empatía, tal vez. O quizás sólo sea el beneficio lo que busco —divagó—. Sea lo que sea, Katerine me estorba. La forma en que la parejita terminó fue pésima, horripilante y sumamente vomitiva. Por lo que, lo que más quiero en estos instantes es paz entre Katerine y los Damiani, créeme, soportar a Bruno es difícil, y soportar a Bruno con depresión y estrés es aún peor. Katerine y Bruno sólo conseguirán paz hablando conmigo.

Alcé mis cejas.

—¿No es eso arrogante?

—Realista —corrigió con una sonrisa cínica—. Sólo hazme el favor de darle la tarjeta a Katerine, de esta forma podrá despejar sus dudas.

Antes de que pueda decir cualquier cosa, ella se levantó de su asiento y se despidió observándome por arriba del hombro.
Observé la tarjeta naranja y gris con cierto desconcierto.

Probablemente esa mujer sea alguna colega cercana de Bruno o de la familia en general, cosa que, me advertía a dudar sobre darle la tarjeta o no a Katerine. No quería que ella vuelva a entrelazarse con los Damiani, sabía que le afectaría más de lo que le beneficiaría, pero en parte sentía que ella podría despejar las preguntas que rondaban en su cabeza si le daba esa tarjeta. Quizás... podría servirle en algo.






Katerine abrió la puerta de su piso con una sonrisa cerrada y pequeña. Estaba un tanto despeinada y se notaba que se había levantado de su cama rápidamente debido a la forma en que su ropa estaba puesta.

—Hey —dijo—. Es bueno verte.

Asentí con mi cabeza.

Katerine me invitó a pasar en un tono alegre y pidió que me sentara en la mesa del comedor. Eché un vistazo a la casa, esta vez estaba ordenada en general. Noté que los libros en su librería desaparecieron, probablemente los llevó a su cuarto.

Volvió con una taza de té y una bolsa de galletas, además con su sonrisa sumamente condescendiente.

—Has faltado tres días —Fui al grano—, ¿no es malo?

Permaneció callada, mirando a su taza de té y hundiéndose en ella.

—Katerine.

Echó un suspiro.

—No quiero ir, no hay más explicación —musitó—. Ya le informé a Ferre, así que no tienes porqué preocuparte.

—Claro que tengo porqué preocuparme, Kate; no estás bien.

Conectó sus ojos con los míos, generando una sensación eléctrica, pero no fue una buena, fue una amenazante.

—Estoy bien.

Preferí no insistir en el tema. Me reacomodé en la silla y tomé de mi bolsillo la tarjeta que la mujer pelirroja me entregó. Deslicé la misma por la mesa y Katerine la leyó.

—¿Qué es esto? —Arrugó su nariz, observándome con un disgusto más que remarcado— ¿Me estás recomendando una psicóloga?

Miré mal a Katerine.

—No, esta mujer fue a Délicatesse para buscarte, creo que ella tiene una relación con los Damiani y dijo que podrías llamarla para despejar tus dudas.

Deslizó la tarjeta de vuelta a mí—: No quiero tener ningún contacto directo o indirecto con esa familia. Quiero estar sola.

—¿No estás confundida por la partida de Bruno? Podrías llamar y...

—¡Que se joda Bruno! —Me interrumpió en un tono hastiado— Terminó nuestra relación como si se tratara de un noviazgo de dos días, ni siquiera le importó despedirse. Puede irse con su familia de mierda a hablar de dinero, negocios, economía y esas gilipolleces, ya no me importa qué carajo le pase en su puta vida —escupió con su voz quebrada.

A pesar de que su ira predominaba en su voz, notaba los tonos de dolor que se filtraban entre sus palabras. Era obvio que, por más que ella intentara cubrir el dolor con odio, no lo lograba, simplemente tenía un mar de sentimientos rondando por su cabeza que le impedían deshacerse de el brillo melancólico en su mirada.

—Al menos quédate la tarjeta —murmuré con calma—, puede que algún día te pueda ser de utilidad —Estiré mi brazo en su dirección, dirigiéndole nuevamente la tarjeta.

Releyó el nombre con sus ojos temblando, pero finalmente la tomó a fuerzas.

Mantuvimos cierto silencio, prefiriendo comer. 

—Deberías tener una distracción —ofrecí, cambiando el tema—, para no pensar en ello.

—Libros —Señaló con su pulgar la librería vacía—. Me acuesto y leo hasta que me arden los ojos.

—¿No es poco saludable? —Me reí.

Se encogió de hombros y siguió bebiendo.

—¿Quieres dar un paseo? —Me sonrió minúsculamente— La única vez que salí desde el sábado fue para sacar la basura.

Esta chica puede cambiar de humor en instantes si se lo propone.


Ayudé a Katerine a limpiar las tazas y pronto bajamos del edificio, caminando unos pocos metros al parque cercano. Me sentí un tanto incómodo cuando me percaté de un par de miradas indiscretas recorriéndome cual objeto expuesto. Estábamos sentados en un banco, mirando a las palomas haciendo tanto ruido que parecía que discutían entre ellas.

Katerine notó el repentino interés de los transeúntes por mí y soltó una carcajada cortante—: Quizás en estos instantes te vendría bien una capa de invisibilidad —Dio un suspiro pesado—. Aunque no puedo criticar a esas persones, aún recuerdo que una vez me quedé mirando tu culo.

—No creo que haya sido sólo una vez —comenté apretando la mandíbula.

—Tienes razón. Lo siento por eso.

—No te preocupes, le estás hablando a alguien que tiene fotos tuyas en su móvil.

—Bien, pero que yo recuerde nunca te me has quedado mirando el culo, ¿verdad?

Permanecí callado.

—¿Sam? —Frunció su ceño, girando hacia mí sobre la banca— No me digas que...

Echó un bufido, hastiada—: No pensé que serías ese tipo de persona.

—Hey, no puedes decir eso desde tu posición —protesté.

—Bueno, tienes razón de nuevo —Llevó sus ojos a las aves y mantuvo el silencio por unos instantes—. ¿Tengo buen trasero?

Estallé en carcajadas sobre su pregunta.

—¿Te digo la verdad o te miento? —Volteé a verla, ella seguía mirando a las palomas.

—Tengo bajo autoestima, lo mejor es que mientas.

Llevé los ojos al cielo despejado, contemplando el movimiento paulatino de las nubes.

—Bien..., tienes un trasero horrible —dije, intentando contener la risa y vergüenza.

—¡Pero si te dije que...! —Paró de hablar y comenzó a maquinar mis palabras en su cabeza— Ah, ya veo —comentó con risa.

Cuando bajé mi mirada a ella, me encontré con su rostro encendido con rojo oculto en sus manos. 

¿Dije algo tan vergonzoso?

No supe qué poner de título.

No tengo nada que decir así que... mmm... imagínense una nota de autor XD

Gracias por leer y seguir la novela, me despido♥

—The Sphinx.

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