32 - Barrera

olabuenas

—¿Otra vez te vas? —interrogó Estanislao desde un sofá, con un paquete de yogurt en su regazo— Nunca pasas tiempo conmigo, cuando yo me muera me extrañarás.

—Lao, tienes veintitrés años. ¿No crees que falta un poco-mucho para tu muerte?

—Dicen que las personas valoran más lo que ya no está... —replicó con dramatismo, sin escucharme, llevando el dorso de su mano a su frente— No te preocupes, Sam, te esperaré en el cielo.

—Mala suerte la tuya —Sonreí—; en mi religión no hay cielo.

—¿Cuál es tu religión? —Frunció su ceño.

—Una que papá no aprobaría —Tomé el picaporte de la entrada.

Se reflejó confusión en su cara—: ¿Sam? ¡Sam! ¿Eres ateo?

—No lo sé —canté al salir del piso.

Escuché sus pisoteadas de titán retumbar en el suelo, así que sostuve bien fuerte la puerta desde el lado externo con tal de que no me persiguiera.
Cuando el silencio tomó forma me eché unas risas. Realmente, no tengo interés en lo espiritual, sólo quería mosquear a mi hermano.

—¡Recuerda comprar arroz! —gritó desde el otro lado.

—¡Vale! —Reí.

El manto naranja ya había cubierto el cielo. La luz cálida se filtraba por las viejas ventanas del edificio, dando tonos artísticos al desgastado entorno del pasillo.

Enfrenté la puerta de Katerine Greco una vez más. Entré sin pedir permiso y me aseguré de cerrar la puerta con la llave.

Mis fosas nasales se expandieron al presenciar un aroma dulce filtrarse en las susodichas. Avancé lentamente por el beige lugar, hasta dar con la cocina impecable de Katerine.
A diferencia de la mañana, esta vez estaba ordenada hasta en lo más mínimo. Era raro encontrar desorden en su piso, al contrario del mío.

—No soy muy buena cocinando —Oí su voz neutral, estaba manipulando algún utensilio de la cocina—, pero hoy estoy inspirada.

—¿Te inspiran los sentimientos negativos?

—Son exactamente ellos los que incitan a un artista a expresarse —formuló en un tono convencido. Alzó el plato en sus brazos y lo deslizó por la isla—. Te presento mi platillo llamado: «défaite». Cortesía de la casa.

Contuve una carcajada, lo que me hizo soltar un sonido extraño.

—Eres pésima hablando francés —repuse, observando las almojábanas reposando en el plato plateada.

—¿Y tú qué sabes de pronunciar francés, listillo?

Le di una mirada mala.

—Kate..., mi familia es francesa.

Se quedó boquiabierta, patidifusa a más no poder.

—No nos conocemos mucho —afirmó con sus cejas levantadas—. Por cierto, pruébalas, les puse flan dentro —Señaló la comida.

Miré extrañado el platillo. Eran una especie de rosquillas espolvoreadas con azúcar. Podía notar que las bañó con una mezcla de agua y miel.

—Mi mamá prepara almojábanas muy seguido, es su postre favorito —comentó—. Lo cocinaba para animarme cuando los estudios se ponían difíciles. Es una buena madre.

Llevé la comida a mi boca, al mismo tiempo oyendo a Katerine. El postre explotó en mi cavidad, dejándome soltar un chillido e alegría.
Sabía muy bien.

Volví a dirigir una mirada a Katerine y exhalé aire por mi nariz, como un suspiro disimulado.

—Te envidio —respondí con voz tranquila tras tragar—. Mi madre nunca tuvo un papel importante en mi vida.

Tomó asiento en uno de los taburetes oscuros y cruzó sus brazos sobre la isla, dejando que sus ojos se fijen en mí.

—¿Por qué no? —preguntó.

—Pregúntale a ella —Me encogí de hombros—. No he tenido padres muy atentos; mi papá solía trabajar día y noche por algún salario horrible. Mientras mi mamá... simplemente dejó la familia.

Ella hizo un gesto compasivo, y se removió en el asiento; fue un actuar incómodo.

—¿Quién estuvo contigo entonces, Sam?

Tragué saliva, dejando que el silencio tome sitio en la conversación.
Unas imágenes grises rondaron por mi cabeza, atormentándome. Aún recordaba aquel día lúgubre sintiendo un pinchazo en el corazón, aunque lo haya superado todavía seguía lastimando.

—Fueron Estanislao y mi abuelo —Sonreí de manera nostálgica—. Mi abuelo me enseñó cosas básicas de la guitarra y un poco de piano. Él siempre cocinaba para ambos cuando papá no estaba, nos llevaba al colegio y nos cantaba para dormir —Intenté mantener mi voz estable. Sabía que si hablaba de él sería inevitable que se quiebren mis palabras, así que hablé pausado y bajo—. Mientras papá no estaba en la casa... el abuelo era nuestro padre y nuestra madre, en resumidas palabras.

Me percaté del brillo en los ojos de Kate, no necesariamente bueno.
Simplemente expresó una sonrisa cerrada y pequeña en reacción.

—Suena a que era muy buena persona.

—Sí, lo era —dije sonriendo. Sentí una sensación temblorosa, preferí ignorarla—. Creo que él fue la mejor parte de mi vida. Aunque, bueno, no he vivido mucho aún.

El ambiente se convirtió en uno denso, mas éste no exigía palabras. Llevé otra almojábana a mi boca, sintiendo un gusto amargo distinto a la dulzura previa.

Kate perdió su mirada en el vacío, observando un punto específico de la cocina. Parecía arrepentirse de haber preguntado.

—Mi caso es parecido al tuyo, creo —dialogó sin mirarme—. Mis papás casi nunca estaban en la casa, así que me perdían de vista fácilmente. No eran malos padres, pero trabajaban mucho con tal de darme las comodidades con las que crecí —Sonrió—. Sin nadie vigilándome, me escapaba a la calle solo para ir a ver a Abril, una amiga mía.

»Cuando descubrían que había huido, me recluían en mi cuarto para que esté sola, como a cualquier otro crío travieso —Hizo una pausa para soltar un par de carcajadas bajas—. Siendo sincera, cuando era niña creía que mis padres querían más al trabajo que a mí, y me enfadaba con ellos; no era muy brillante. Cuando crecí comprendí que mis padres trabajaban tanto con tal de darme lo que tenía.

—¿Nunca estuviste mal económicamente? —interrogué.

—Pocas veces —Sonrió—. No éramos nada a comparación de la familia de Bruno, quienes tenían antepasados que ya habían formado un legado adinerado, pero éramos mucho al compararnos con el promedio de La Fresneda. En resumen, éramos casi ricos, pero siempre hay un pez más gordo —Echó un suspiro—. El dinero de mi familia descendió cuando la villa se extendió, por lo que con la aparición de la competencia, evidentemente perdimos consumidores.

—Ya veo —contesté.

Comprendía lo que Katerine decía, ya que muchas veces durante mi infancia y adolescencia me pregunté si realmente mi padre nos guardaba cariño a mí y a Estanislao. Era más que obvio que sí. Si mi padre hubiera podido darse el lujo de reducir sus horas de trabajo probablemente estaría pegado a nosotros, después de todo, es un hombre muy empalagoso y entregado a su familia.

—¿Sabes, Sam? Olvida el tema de tu madre, puedes vivir sin una.

—Por supuesto —Sonreí—. Si bien le guardo rencor, ya ni siquiera me importa ella —murmuré, bajando mis ojos a la comida—. Me habría gustado de que se divorciara de mi padre manteniendo contacto conmigo, pero no lo hizo. Ahora sólo me alegro de que no forme parte de mi vida —acepté.

Divisé en el gesto de Katerine alguna palabra contenida, pero no replicó; mantuvo su opinión para ella misma.

Se acomodó nuevamente en el asiento y me dirigió una sonrisa alegre:

—Bien, comamos.

Preferí hacerle caso, el postre resultó en un sabor dulce e invasivo, pero la esencia era auténticamente una ligera adicción.

Mientras comía noté que Kate aún estaba decaída, aunque fingía que no mostrando una cara feliz, enmascarándose tras una sonrisa cálida y fina. Con el paso de las semanas ya he asumido esas actitudes como algo distintivo de Katerine, aunque afortunadamente, ella  se abre más respecto a sus sentimientos, en vez de contenerlos a tiempo completo. 

Sus ojos marrones se situaban en la nada, mientras de vez en cuando acomodaba su coleta que parecía estar a punto de deshacerse. Levantó su mirada y encontró la mía, pegada a ella, lo que hizo que sus mejillas se enrojecieran y sus pupilas buscaran un sitio donde esconderse.

Eso fue tierno.



El entorno se oscureció paulatinamente con el pasar de las horas, dando sitio al ambiente nocturno. La casa de Katerine es bastante oscura durante la noche; la iluminación es pobre.

La única luz que había en su cuarto era proporcionada por el destello del televisor y el bajo brillar de una pequeña lámpara sobre una mesita.
Recorrí con mis ojos el pequeño cuarto por última vez, hasta observar a Kate, absorta en el programa.
Di un suspiro y me reacomodé en el filo de la cama de Katerine. Encendí mi móvil para ver la hora, dándome cuenta que ya eran las once de la noche.

—Creo que ya es hora de irme.

Me levanté de la cama y volteé hasta la puerta con tal de caminar hasta ella, sin embargo, el agarre de Katerine en mi mano me detuvo.

Giré mi cabeza, notando a Kate avergonzada.

—Sam, ¿podrías quedarte conmigo esta noche? —murmuró con dificultad.

Tragué fuertemente mi saliva. Mi corazón parecía latir a milímetros de mis oídos, porque era lo único que oía.

«¿Qué hago? ¿Qué hago?» repetí en mi cabeza, incapaz de contestar.

Pasar la noche con Katerine es una idea peligrosa, es arriesgado y... Bueno, me gusta arriesgarme.

Sentí calor en mi cara, probablemente me había sonrojado otra vez, joder.

Solté una risa nerviosa—: Mañana tengo que ir a trabajar —dije, evadiéndola.

Aligeró su agarre, dejando su cabeza gacha.

—Quiero estar contigo un rato más —pronunció en un tono tímido—. Quédate, por favor.

¿Cómo puedo decir que no si lo pide esa forma tan linda?

—De acuerdo —acepté con cierta duda. Por ello, Kate alzó su cara esbozando una pequeña sonrisa—. Dormiré en el sofá.

La fuerza ejercida sobre mi mano se incrementó.

—Creí que podrías dormir a mi lado —dijo ladeando su cabeza con una mueca ligeramente lánguida.

No pienses mal, ella está triste. No pienses mal, ella está triste.

—¿No sería mucho? —pregunté, sonriendo por los nervios.

—¿Lo es?

Su expresión triste me punzó el pecho. Ella no lo pedía con malas intenciones, sólo quería un poco de compañía.

Di un suspiro suave y me acerqué nuevamente a la cama. Kate extendió las mantas con tal de que me cubra, aunque en primer lugar me quité mis zapatos.

Afortunadamente —para mi corazón— la cama era lo suficientemente amplia para ambos, por lo que no tendría que estar a milímetros de Kate.

—En la mañana me sentí sola cuando te fuiste —murmuró a una distancia prudente—. Creo que dependo mucho de ti —añadió en un tono reprimido.

Llevé mi mano a su cabeza, liberando su cabello de la liga y entrelazando mis dedos en sus hebras café, suaves al tacto.

—No tienes porqué sentirte sola —respondí con un susurro—. Te di a Tonto con tal de que eso no suceda.

Soltó una carcajada pequeña y susurrante.

—Lo siento, su nombre me da risa —Volteó hacia la pared, tomando el peluche y poniéndolo entre nosotros—. ¿Planeas dormirme con tu masaje? Porque lo estás logrando.

Su mano se trasladó a la mía, con tal de que no deje de acariciar su cabello. En esos instantes, comprendí cómo se siente tener mariposas revoloteando en el estómago, por muy infantil que suene.

Sus ojos oscuros se iluminaron con la luz anaranjada, mostrándome su brillo de manera explícita al fijarse en mí, proporcionando a mi corazón un ritmo más acelerado.

Al mantener el contacto visual por unos segundos, extendió una sonrisa juguetona.
Si sigue sonriendo así, lo más probable es que haga algo de lo que luego me arrepentiré... Como lo de la muñeca.

—¿Quieres apagar la luz? Puede que duermas mejor en la oscuridad —ofreció.

—N-no, lo prefiero así.

Kate asintió con su cabeza. Quitó su mano de la mía y buscó el control remoto para apagar el televisor, dejando el cuarto en completo silencio.

Pude observar los detalles de su rostro, sencillo y bonito, aunque, destrozado. No en el sentido de que luzca golpeada, sino por el pesar de su mirada, que luce perdida y apagada.
Sin embargo, cuando me mira siempre tiene euforia en sus ojos. En ella nace un extraño destello cada vez que me acerco o cuando nuestras pupilas chocan, éste es auténtico y único.

Katerine cerró sus ojos y adoptó una expresión calma. Intuí por ese gesto que ella estaba preparada para dormir, así que también preferí bajar mis párpados.

Mi corazón parecía correr una carrera cuando sentí la calidez de Katerine envolverme con cuidado usando su brazo. Abrí mis ojos, sorprendido y hecho una bolsa de nervios, dándome cuenta de que ella estaba un tanto distanciada.

El peluche era la única barrera entre nosotros, era lo único que impedía un contacto completo.

Sentí todo mi cuerpo subir su temperatura y un escalofrío recorrió mi columna desde mi espalda baja hasta mi nuca. Es difícil mantener la cordura en esta situación.

—Kate —murmuré, confuso.

Era obvio que ella necesitaba consuelo, y en mi caso, necesitaba un balde de agua helada.

—¿Te pongo nervioso? Lo siento —Se disculpó, alejándose un poco de mí.

—No, no es eso.

Sí, lo es... en parte.

Su agarre volvió a ser constante y delicado, siendo precavida.

—Sam.

—¿Sí? —respondí de forma nerviosa.

Mantuvo el silencio durante unos instantes, observándome fijamente.

—Quisiera oír tu voz —susurró.

—La estás escuchando.

Negó con su cabeza lentamente—: Me gusta oírte cantar —Su voz sonó dulce—; es relajante.

Solté una risa suave y silente.

—¿Quieres que te cante una nana? ¿Acaso soy tu mamá? —bromeé.

—No —Sonrió.

A pesar de que inició como una broma, sólo pensé en lo extraña que era nuestra relación. Ambos confesábamos sentir algo romántico por el otro, mientras tanto, manteníamos nuestra relación como una amistad.

Esbocé un gesto incómodo con mi boca, abrumado.

—Kate.

—Dime.

—¿Qué se supone... que somos?

El silencio hizo presencia, dejándome más dudas que respuestas. He de suponer que no es el momento adecuado para hacer esa pregunta.

Repentinamente sentí su agarre en mi ropa, aunque no fue brusco, sino suave.

—No lo sé —admitió, con un tono decaído—, Antes, jugábamos a ser socios, ahora... ni siquiera puedo decir que somos amigos, porque no lo somos. Sé que te debe molestar mi indecisión, pero, sólo dame tiempo, Sam. Dame tiempo para pensar en todo.

Mi pulso volvió a su ritmo acelerado.

—¿Tú quieres que seamos amigos? —pregunté, abandonando mis caricias en su cabeza.

Volvió a cerrar su boca, dejándome con una intriga que se agigantaba con cada segundo que pasaba.

—No —aclaró finalmente.

Sus ojos volvieron a cerrarse y se acomodó más cerca de mí, quitando el peluche de su camino y juntando su cuerpo al mío paulatinamente en un movimiento cauteloso.

Hundió su cabeza en mi pecho, acomodándose y soltó una risa pequeña en un tono juguetón.

—Sam, te explotará el corazón —Se burló—. Dijiste que no estabas nervioso.

—Lo siento, te mentí —Sonreí, incapaz de contener mi felicidad.

Se aferró más a mí, y no pude hacer nada más que corresponder al abrazo. Su respiración permanecía calma, mientras que la mía se notaba irregular.

—¿Puedes cantar algo? No importa que sea —murmuró por lo bajo con una timidez marcada,

Esbocé una sonrisa más pequeña—: Si suena mal no es mi culpa.

—De acuerdo —Cerró aún más la distancia—. Aunque sé que sonarás bien.

Cerré mis ojos, intentando relajarme. Finalmente eché un suspiro y pronuncié con murmullos una canción tarareada improvisada. 

Se aferraba cada vez más a mí, manteniendo contacto absoluto en nuestros cuerpos. Su calidez me invadía cual ola a mi anatomía. El abrazo que mantenía calmaba mis nervios y progresivamente ralentizaba mi respiración .

Sin darme cuenta, Katerine ya había caído dormida. Entrecerré mis ojos al darme cuenta que era demasiado temprano para que yo duerma.



* * * 


—Definitivamente se enamoró de ti —Dio un manotazo a la mesa bruscamente—. Ninguna mujer se comporta así con un amigo.

Entrecerré mis ojos mientras bebía el refresco desde la pajilla—: ¿Tú que sabes? Katerine está decaída por su ruptura, quizás no lo pensó demasiado.

—Sam, soy una mujer que se siente atraída por mujeres, sé cómo piensa una mujer —determinó.

—¿No tienes sinónimos en tu diccionario?

—La RAE puede arrestarme si así lo desea, pero seguiré hablando como quiera —Unió sus manos sobre la mesa con un tono severo—. De hecho, atento a esto: «haiga».

—Wow, qué rebelde —Puse mis ojos en blanco—. No te vayas del tema.

Rocío se inclinó en su silla. 

El día lucía soleado a más no poder a diferencia del clima gris previo. El parque estaba alborotado con personas, aunque afortunadamente yacían dispersas, por lo que no era problemático conversar.

—Escucha, Sam —pronunció seriamente—. Sé que Kat te calienta, pero en este preciso momento lo que ella necesita es un amigo.

—Kate no me calienta —alegué.

Frunció su ceño.

—¿No? 

—No.

Me observó con duda—: Suelo confiar en ti, Sam, pero eso no lo creo —Me señaló con su índice—. ¿Nunca sentiste... ganas de tocar a Kate?

Mi rostro se calentó apenas oí eso.

—¿Por qué querría?

—No sé. Deseo sexual; algo común —afirmó—. No te sientas incómodo hablando de eso, es normal que a veces quieras besar o hacer algo con Kat —divagó.

La incomodidad brotó en mí. Estaba enamorado de Katerine, pero no la veía de esa forma.

—A veces quiero besarla —admití con ciertos nervios—, pero no quiero tener sexo con ella.

—¿Por qué? ¿Te de vergüenza admitirlo? —Levantó sus cejas— No eres virgen, Sam, no tendría que darte tanto pudor.

Mantuve el silencio entre ambos, resultando incómodo. Su rostro pareció calcular algo minuciosamente mientras fijaba sus ojos en mí.

Abrió su boca preparada para decir algo, su expresión reflejaba recelo.

—¿Eres virgen? —soltó con su expresión derrochando sorpresa, con sus cejas alcanzando el inico de su cabello.

—¿Tú qué crees? Tengo dieciocho años.

—Sam, hay críos de dieciocho años que han follado más que alguien de cuarenta años —Hizo una pausa—. No parece ser tu caso. Bien... Supongo que Katerine tendrá unos problemas de «rapidez» —Se echó a reír.

No entendí qué fue lo que quiso decir.

—¿A qué te refie...? —Lo comprendí—: Ah.

Mi rostro se calentó enseguida. Esa no fue una buena imagen mental.

Rocío echó un suspiro tras sus carcajadas y fijó sus ojos en mí—: Ya me has escuchado, Sam. Tendrás que esperar más tiempo.

Se levantó de la mesa y caminó hacia el lado de la salida, mas detuvo su paso frente a mí. Se agachó hasta mi oído a un ritmo meticulosa.

—Por cierto, ¿tú fuiste el del chupón en la muñeca o fue Bruno?

¿Cómo mierda sabe eso?

Sé que mi rostro está hecho un puñetero tomate; lo sé por lo calientes que se sienten mis orejas.

—No necesitas contestar, tu cara lo grita, Sam.

Al final Sam no compró el arroz.

A partir de ahora para no hacer taaan densas las cosas, Sam va a estar de narrador por unos caps. Sino, cada capítulo serían 4000 palabras diciendo: Bruno me dejó y weas así.

Bueno, fin de la aclaración.

Ustedes que dicen, ¿a Sam le caliente Kate o él es muy puro para esas cosas?

Los leo uwu

Sin más que decir, me retiro. Cuídense y no se olviden de desayunar el día siguiente sjkhds.


—The Sphinx.

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