31 - Katerine Greco
Disfruten el capítulo, sino, hay tabla.
éste es el momento donde el escritor pierde inspiración para títulos y pone lo primero que se le viene a la cabeza como nombre (antes hacía eso pero en este cap lo hice más)
¿Quién es Katerine Greco?
Es lo que siempre me pregunto.
¿Qué soy?
¿Qué pienso?
¿Qué ideales tengo?
A través del tiempo me he considerado una marioneta, una muñeca sin voluntad.
¿Eso es lo que he sido todo este tiempo para Bruno? ¿Eso? ¿Una muñeca?
—Kate —llamó él, arrancándome de mi trance—. Katerine.
Lo vi frente a mí, enseñándome sus mil colores, cálidos como su sonrisa, variados como todas sus facetas. Era él, con su máscara fuera. Era él, quien me dejaba ser libre de actuaciones.
Frente a él, no era una muñeca parlante, era una mujer, una persona; un humano.
—Sam —sollocé su nombre, derrumbada.
Su rostro se encendió en cien alertas al ver una lágrima ser liberada de mi ojo. Se acercó a mí rápidamente, cerrando la puerta detrás de él y envolviéndome en sus brazos, en un abrazo compasivo, lleno de cariño.
—Shh —pronunció por lo bajo, pasando sus manos por mi cabello—. ¿Fue Bruno? Él te hizo algo, ¿verdad? —murmuró, enfadado, sin soltarme.
Tragué fuertemente, y no contesté.
—Kate, respóndeme, por favor —Se alejó con ligereza, alzando mi rostro en su dirección con tal de conectar nuestras miradas. Él lucía prolijo, como siempre, pero toda la preocupación que le llenaba distorsionaba su semblante, otorgándole una faz destrozada—. Kate.
Mis ojos se empañaron más cuando otro montón de lágrimas se acumularon en mi lagrimal.
El llanto nubló mi vista, aún así, mi mente yacía menos nublada gracias a la presencia tranquilizadora de Sam.
—T-termi...namos, Sam —hablé, quebrada. Mi llanto volvió a salir, con más fuerza—. Él... s-se fue, sin despedirse —mascullé. Mi voz era débil, lánguida y aguda, imposible de emitir. Sorbí el líquido que despedía mi nariz, y llevé mi mano para limpiarme—. Desapareció. Sin más. C-como todas las v-veces anteriores, pero... esta vez no... ¡n-no volverá!
Cada palabra que soltaba me era un esfuerzo inimaginable, provocando en mí un dolor en mi pecho increíble al hablar.
No tenía cabeza para formular algo largo, sólo frases, frases cortísimas de significado limitado.
Sacó un pañuelo de uno de sus bolsillos y se acercó para pasarlo por mi cara, limpiando mis lágrimas. Lo llevó a mi nariz y soné mis mocos con el mismo.
Echó un suspiro cuando volví a sollozar, dejando caer más lágrimas, las que prefirió limpiar con su mano.
—No me gusta verte llorar, Katerine —dijo por lo bajo, dejando el pañuelo en uno de mis bolsillos. Apartó el cabello de mi cara, poniéndolo detrás de mis hombros y orejas—, me duele.
Deshizo el abrazo y se encaminó hasta la mesa, apartando una silla—: Siéntate aquí.
Dudé, pero al final fui y me senté.
Miré confusa, mientras me esforzaba en terminar mi llanto, cómo Sam inspeccionaba el cuarto en busca de algo. Hasta que lo encontró, lo alzó, y se trataba de una liga para el pelo.
Me dio una sonrisa forzada, pequeña y condescendiente.
Noté que tomó un peine del mismo mueble. Volvió hacia mí, poniéndose detrás de la silla para peinar mi cabello con un ritmo gentil y suave, muy cuidadoso.
—No sé qué hacer cuando alguien llora, lo siento —expresó—. Si quieres puedes... hablar o algo, quizás sólo quieres que me vaya.
Meneé mi cabeza, negando.
—Quédate conmigo, por favor.
—Lo haré.
En el cuarto predominaron mis quejidos y sollozos, lo demás, era silencio.
Estaba resentida de que Bruno se haya ido sin una despedida, así, sin más, desapareciendo de mi vida como si nunca hubiera existo. Pero, mierda, me acordaría de él. ¡Obvio que lo recordaría! ¿Cómo podría superar, yo, una relación de más de diez años? ¡Sonaba imposible!
Sam tomó todo mi pelo y lo amarró a una coleta ceñida, quitando cada mechón de mi cara.
Me rodeó, poniéndose frente a mí y se agachó.
Sus ojos plateados temblaron al enfrentarme nuevamente, lucía destrozado.
—Bruno no te merece, Kate.
Me mantuve callada, mirándolo.
—Tú... eres una buena chica. Empezamos con mal pie, pero... con el tiempo descubrí que eres una especie distinta. Por más que busque entre todas las personas, me es difícil hallar una que me haga sentir tan bien como tú lo haces —Llevó su mano a mi mejilla, consolándome—. Bruno te ha desperdiciado, te ha roto y te ha desechado.
—Te equivocas —murmuré, limpiando mi cara—. Hay muchas cosas entre Bruno y yo que no sabes, Sam.
—Haya lo que haya, no puedes negar que tu relación con él te ha hecho más mal que bien, Kate.
Apreté mis labios, incapaz de refutarlo.
Él echó un suspiro y se enderezó—: ¿Has desayunado?
Negué con la cabeza.
Me dejó sola en el comedor, desapareciendo por el arco a la cocina.
Cerré mis ojos y eché mi cabeza hacia atrás, liberando un bufido cansino.
Mis lágrimas se habían apaciguado, mas aún dolía todo mi pecho.
Me levanté de la silla y me dirigí al baño con tal de lavarme la cara. Yacía despeinada y con mis ojos enrojecidos a más no poder.
El recuerdo de la nota me golpeó nuevamente y volví a sollozar, con más fuerza. Intenté contenerme, pero con cada instante que recorría me dolía más mantener mi llanto encerrado.
Con mis manos, me agarré al lavabo, liberando toda la presión que apretaba mi garganta y corazón.
Necesitaba estar un rato sola, para dejar que todas mis lágrimas salgan, con tal de no llorar más.
—Cálmate —Le dije a mi reflejo, apretando mi mandíbula—. Inhala y exhala.
Respiré profundamente varias veces, pero no solucionaba nada.
Pensé en lo tanto que lo había arruinado, si hubiera sabido que esos serían mis últimos días con Bruno, ni siquiera me habría deprimido. Trataría de mantener mi mejor sonrisa y disfrutar de la salida.
Pero, no. Lo arruiné todo, como siempre.
Llevé montones de agua helada a mi rostro y cabeza, con tal de enfriar mis ideas.
Finalmente logré mantener limpio mi semblante, aunque, en el rojizo de mis ojos era evidente cuánto había llorado.
Aún tenía ganas de soltar alguna lagrimilla, pero en general, me había calmado en un lapso de tiempo considerablemente corto, casi inverosímil.
—Bien, Kat... digo, Kate —mascullé con nervios.
Salí del baño y posteriormente de mi cuarto. Sam hizo té, el cual dejó sobre la mesa. Le di una sonrisa forzada y pequeña, respondió de la misma forma.
Me senté frente a la mesa y el pelinegro tomó asiento a mi lado. Observó mi rostro con suma atención y echó un suspiro.
El silencio hizo presencia, dejando sonar la canción de las aves y el murmullo urbano. Preferí probar un poco del té, que soltaba una cantidad de vapor considerable. El calor de la bebida quemó ligeramente mi boca. Era un tanto incómodo que Sam me mirara; siendo sincera.
—¿Quieres... tomar aire o algo? —preguntó.
Negué con mi cabeza.
—¿Te molesta quedarte, Sam? Quizás tengas algo que hacer.
—Sólo un poco de tarea —confesó.
—Entonces deberías vol...
—¡Nope! No tengo tarea —masculló como un acto de nervios—. Sólo... un repaso que hacer, sí, un repaso.
—Sam... —regañé.
—Kate, si te dejo sola podrías tirarte del balcón —afirmó.
—No se me había ocurrido.
—No lo hagas —respondió, cortante, poniendo una mano en frente en señal de «Stop».
—Por el momento no tengo pensamientos suicidas —hablé en un tono irónicamente alegre—. Mientras no me endeude mi salud mental no empeorará —Fingí una sonrisa—. En serio, mira cuán feliz estoy: ja..., ja..., ja..., ja...
—Para, por favor, esa risa es deprimente.
—Lo siento —Bajé mi cabeza.
El silencio volvió con todas sus fuerzas.
Terminé con el té después de unos cuantos minutos y lo aparté, asimismo agradeciendo a Sam.
Eché un suspiro cansado. Recordé el sitio de Madrid en el que Bruno se había esmerado un conseguir, cosa que, yo ni siquiera aprecié apropiadamente.
—Antes de ayer, Bruno y yo fuimos a Madrid —hablé, llevando mis manos a mis muslos—. Yo... estaba deprimida, no pudimos disfrutarlo. E-es decir..., desperdicié mis últimos días con Bruno. Me siento estúpida por eso —Mi voz tembló.
Sam mantuvo una mirada atenta—: No te lamentes.
Alcé mi vista y encontré sus ojos, luciendo puros y honestos.
—Si te lamentas sólo... lograrás deprimirte más —explicó, llevando una de sus manos a mi espalda, repasando con su palma mi piel vestida—. Nunca recuperarás esos días, así que, en vez de llorar por los malos momentos, ¿por qué no aprecias los buenos? —inquirió con una sonrisa cerrada— Llévate el buen recuerdo, Kate.
«Como si fuera fácil borrar recuerdos» pasó por mi cabeza.
Asentí, sólo para que no discutamos. Por razones obvias, no tenía ni el más mínimo deseo de discutir.
—Si sólo se hubiera despedido —Apreté la tela de mis pantalones, angustiada.
Sam suspiró, dando ligeras palmadas en mi espalda—: Lo superarás, Katerine.
Me acomodé en las sábanas, mirando el televisor encendido.
Era la serie de ayer, la que veía con Bruno. Sólo, que esta vez, estaba sola.
Sam salió hace unos pocos minutos a hacer algo, así que, preferí acostarme.
El día era ventoso y frío, ideal para mantenerse dentro de la cama y dormir. Sin embargo, con todas las preocupaciones y remordimientos merodeando en mi cabeza me era imposible conciliar el sueño.
«Uh, un protagonista murió. Qué mal».
Si estuviera feliz lloraría por la muerte de ese personaje que me agradaba, pero en estos instantes sentía ganas de llorar por otra cosa. Después de todo, Bruno se fue de mi vida como si hubiera muerto, sin avisar. No existía ni siquiera un rastro de él.
Seguía cabreada por ello. Pero, a pesar de todo, Bruno me había advertido que al separarnos él se iría como si nunca hubiera estado en mi vida. Me advirtió de ello aquel día que discutimos, aunque, lentamente borré sus palabras de mi corazón, con el fin de mantener mi estabilidad.
Tomé mi móvil y abrí la galería, buscando las fotos que tenía con él, dispuesta a eliminarlas, obviamente, esto no ayudaría en muchas cosas, pero al menos, eliminaría cualquier recordatorio de ese tema.
Bajé por todas las imágenes, sin embargo, no había ninguna. Lo más probable, es que él las haya borrado. Me estremecí sintiendo algo extraño al pensar que pasó por la cabeza de Bruno que un par de fotos me afectaría, hasta llegar el punto de tomar mi móvil y eliminarlas.
Llevé mis manos a mi cara estirando mi piel, con tal de disipar aunque se aun poco el estrés que fluía en mí.
La puerta de mi cuarto se abrió repentinamente, de ella salió Sam con una sonrisa.
Entrecerré mis ojos al verlo con el peluche que le regalé en sus manos. Caminó hasta mí, dejándolo contra la pared, en mi cama. Se sentó en el borde de la susodicha y dejó sus ojos en la puerta corrediza que dirigía al balcón.
—¿Qué nombre le has puesto? —pregunté con tal de dejar de pensar en Bruno, tomando el peluche y jugando con sus orejas peludas.
No contestó, simplemente siguió viendo el exterior.
—Hey, ¿qué nombre le has puesto al chucho, Sam?
—¿Quieres saberlo?
—Bien, por algo pregunto, ¿no?
—«Tonto».
Alcé mis cejas, confundida—: ¿Por qué ese nombre?
—Porque me lo dio una tonta, obvio —Sonrió—. Si le hubiera puesto tu tu nombre te enfadarías.
Arrugué mi nariz. Vaya razón rara.
—¿Mi nombre estaba entre las opciones? —Alcé mis cejas.
—Ajá.
Relajé mi semblante y continué jugando con el perro. Era muy suave al tacto.
—¿Por qué lo has traído? —inquirí, manteniendo una mirada disimulada en los ojos de Sam, blanqueados por los rayos solares.
—Si yo no estoy, te podría dar compañía —pronunció con una voz dulce—. Estos últimos días que no hablamos te he visto reflejarte en el peluche, era una forma de sentir compañía.
—Sam, no deberías cerrarte a mí —aconsejé, apretando el animal—. Es decir, ¡soy un desastre! Es mejor que te relaciones con otras personas.
No volteó a mí, pero frunció su ceño.
—Kate, si fueras un desastre, yo no estaría aquí —aclaró con molestia.
La sinceridad de sus palabras era enorme. Era veraz que Sam no mentía. Él te protegía, te apreciaba, incluso sin pedir nada a cambio. Su cariño era enteramente puro.
Aunque al pensar en ello recordé las fotos que él tenía en su móvil y se me hizo un nudo en el estómago. ¿Por qué las tenía?, ¿en qué momento las había hecho?
—Sam...
Volteó a verme, con su expresión cálida y seria; una combinación extraña, pero muy suya.
—¿Por qué... tienes fotos mías guardadas? —pregunté, evadiendo el contacto visual.
Di un vistazo de reojo y divisé su cara completamente enrojecida, también evitando encontrar mis ojos.
—Era un gilipollas, lo siento —habló, cohibido—, debería haberte pedido permiso, sé que no debería invadir tu privacidad, perdón, Kate, de veras, por favor, discúlpame, las borraré —prosiguió de forma rápida y nerviosa.
—Está bien, Sam, para de disculparte —dije con una sonrisa leve—. Sólo quiero saber qué te llevó a tener esas fotos.
El rojo de sus mejillas fue aún más intenso... Quizás toda la sangre de su cuerpo se concentró en su cara de un momento a otro.
—Vale..., escucha bien, porque, no lo repetiré —amenazó, aunque su rostro es demasiado inocente para verse amenazante. ¡Parece un cachorro enfadado!—. Yo... yo... yo... —Tembló.
Éste sería el estado en el que estaría Sam al confesarse sobrio, puedo estar segura de ello. Contuve mi risa cuando se me pasó la imagen de él rojo como una manzana intentando hacer una confesión.
—Suéltalo —ordené, un poco aburrida.
—¡Entré a Délicatesse porque trabajas ahí! —explotó de nervios.
Wow.
Mi cabeza da vueltas, ¿eso qué significa? ¿Le gustaba desde antes de siquiera hablarnos?
Wow.
Ja..., ja..., ja... Wow.
—Explícate, Sam —Arqueé una ceja.
Echó un suspiro y su cara se volvió a enrojecer.
—Me gustaste antes de trabajar en Délicatesse —confesó con la voz temblorosa.
Wow, wow, wow.
—Vaya —solté.
—¿De verdad sólo contestas con «vaya»? —preguntó enojado.
—Lo siento, estoy perpleja —Volví a contestar con una expresión pétrea.
Suspiró una vez más—: Luego me dejaste de gustar cuando te conocí un poco y descubrí esa actitud de mierda tuya.
Auch.
—Pero me volviste a gustar, porque en realidad no tienes una actitud de mierda —confesó con más naturalidad.
—¿Por qué... te gusté?
Aún no podía creer que mientras yo me babeaba por Sam antes de conocernos, yo le gustaba, para que después hablemos y él se desenamore. Es un muchacho complicado.
—Es decir, sólo soy una empleada, no tengo nada impresionante —añadí.
Sam entrecerró sus ojos.
—¿Tú sabes lo que es un flechazo?
—Sí..., creo.
—Vale, pues eso —Hizo un ademán desinteresado con su mano.
Dudé un poco de su respuesta—: Es extraño. Creí que era difícil que te guste alguien, siendo tú, claro.
—No —contestó—. He tenido varios enamoramientos.
—¿Y por qué nunca tuviste novia?
—Bien, no suelo ser muy amable, ¿sabes? —Rio suavemente— Conoces mi faceta agradable.
Mis dudas se aclararon cuando recordé la cara de mierda que ponía Sam cuando yo me acercaba a él al recién conocernos. En definitiva, no es amable con todos.
Sam me mostró una sonrisa de lado—: Es mi turno de hacer preguntas.
Me acomodé en la cama de tal forma que las sábanas blancas me cubran hasta la nariz. Lo miré con una expresión neutral y en secreto esperando con un poco de nervios su pregunta:
—¿Por qué me correspondiste para después retroceder?
Mi sangre se enfrió completamente. Era una pregunta incómoda e hiriente, especialmente porque debido a mi gilipollez de aceptar el beso haya terminado deprimiéndome ante el temor de herir a Sam.
Eché un suspiro y le di la espalda al pelinegro, enfrentando la pared de mi cuarto.
—Lo lamento por eso —solté con remordimiento, con la culpa agrandando mi cabeza.
Sentí su mano posar en mi hombro, en un intento de consuelo.
—No tienes porqué disculparte.
—¿Por qué no? Te he hecho daño —Me volteé, chocando con su mirada la cual me observaba con un tono cálido—. No te entiendo, Sam.
Él rio de manera calma y conteniendo sus carcajadas. Me molesta que, mientras yo la cague, él continúa sonriendo de una manera que podría derretirte por su dulzura.
—En un principio... sí —confesó. Me percaté de una expresión ligeramente angustiada en él, aunque mantenía su gesto risueño—. Creí que, te habías enamorado de mí, pero, dijiste que sólo te atraía sexualmente. Eso fue hiriente.
Fruncí mis labios asimismo lo escuchaba. Lucía dolido, como si le lastimara cada palabra que soltara.
—Pero... al llegar a casa —Sonrió— me di cuenta de que, era imposible que te enamoraras de mí mientras salieras con Bruno, después de todo, actualmente él sigue estando presente, y tú sigues siendo su sombra, Kate.
Entonces eso era: su sombra.
Me hería pensar en que mi identidad ni siquiera existía, simplemente, era la sombra de Bruno. Sin él, yo no podría existir, pero, si Bruno se alejaba, yo debía seguirlo.
—No soy su sombra, ni quiero serlo, Sam —proferí, sentándome en la cama y llevando mi mano a mi pecho, en un gesto de angustia—. Soy Kate, no soy la sombra de nadie. Sólo soy... Katerine Greco.
Su expresión risueña se transformó en una neutral, casi de sorpresa, su mano se apartó de mí. No emitía palabras, simplemente, me observaba.
—No quiero depender de nadie —añadí—. Quiero que las personas me reconozcan por ser Katerine Greco, no por ser la novia de alguien —repuse, bajando mi mirada—. Sé que sigo atada a Bruno, pero que lo ame no significa que pueda herirte, Sam. No uses eso como una excusa a mi estupidez.
Aflojó su semblante, un tanto disgustado—: No eres estúpida, Kate —replicó—. Sólo te abrumas y te equivocas —Mantuvo un silencio prolongado tras sus palabras, perdiendo su mirada en el entorno—. Me alegra que a pesar de que sufras, puedas dar un paso importante en tu vida. El cual es por primera vez en mucho tiempo, sólo ser tú, sin la compañía de alguien.
Sonreí levemente, aunque mi gesto no fue enteramente genuino—: Aún así siento que es casi imposible de que me recupere en poco tiempo.
—Recalca el «casi», Kate —contestó con una cara seria—. Puede que sea difícil afrontar una ruptura, pero será sanador, además, no es imposible —Se levantó de la cama y caminó hasta la puerta de mi cuarto que dirigía al comedor. Volteó y me dio una gentil sonrisa repleta de calidez—:. Vuelvo más tarde. No te tires del balcón, ¿de acuerdo?
—Vale, lo intentaré —repliqué de forma jocosa.
Cuando él cruzó esa puerta, entí una sensación cálida en mi corazón, prácticamente reparadora.
Me acomodé en la cama, llevando mi cabeza a la almohada, y cerré mis párpados con fuerza, haciendo el intento de dormir.
Una abrumadora cantidad de pensamientos negativos hundió mi felicidad, dando lugar a un mar de inseguridades y miedos, lo que, hizo que mi cuerpo pesara de manera enorme.
«Estás mejor sin Bruno» repetí.
«Ya no serás de nadie, podrás hacer lo que quieras sin restricciones» inculqué, intentando consolarme.
Pero, ¿a quién engaño? Su despedida me sigue doliendo conociendo las ventajas o no.
Finalmente, pude dormir luego de mucho tiempo de divagar entre ideas absurdas, que progresivamente desgastaban mi energía.
El sonido agudo de los pájaros me llevó a una dimensión ajena, que tornó la oscuridad de mi cabeza en un cálido naranja proveniente del cielo del atardecer. Las nubes sonrosadas cubrían mi cabeza, asimismo ésta era invadida por gritos eufóricos.
Divisé mi entorno, era un campus escolar. La cancha estaba poblada de jugadores de fútbol, todos de una contextura joven.
Yacía sentada en las gradas, repasando algún detalle minúsculo del entorno.
—¡¡¡Gol!!!
Di un brinco cuando uno de los jugadores vociferó como si el alma le fuera arrancada. Busqué con mi mirada el suceso tan festejado y divisé a un adolescente castaño de ojos verdosos reír junto a su grupo en un eufórico círculo.
La parvada echó vuelo ante la felicidad colectiva completamente ruidosa, y tal cual los pájaros se dispersaron, los jóvenes también. Algunos fueron hacia la salida, otros hacia la zona de grifos.
Expresé una sonrisa cuando, el chico más llamativo del grupo, se encaminó hacia mí. Aún no podía creer que después de tantos años de amistad, finalmente podríamos hacer público nuestro romance sin miradas juzgando por parte de nuestros padres.
—Señorita Greco —dijo con una sonrisa amplia—, ¿me concede el honor de... —Llevó sus manos a su bolsa, buscando algo— compartir una cena conmigo, por favor? —Se arrodilló en el suelo, elevando dos paquetes de helados.
—¡Agh, Bruno, eso debe estar súper derretido!
Alzó su rostro, con una cara oscura.
—¿Puedes actuar que todo es perfecto al menos una vez, Kat? —masculló decepcionado.
Se levantó del suelo y subió los escalones hasta mí, tomando asiento a mi derecha.
—Bruno de once años estaría feliz de comer helado contigo.
—¿Bruno de diecisiete no?
—¿Cuándo he dicho que no? —Frunció su ceño y desenvolvió el helado, dejando caer su cabeza ante la tristeza—: ¡No pensé que se derretiría tanto! —chilló.
—¿Qué esperabas? —Reí, llevando el bocadillo a mi boca— No está mal.
Era un helado tipo bombón, delicioso, por supuesto.
—¿Te gustó mi gol? —Sonrió de lado, con picardía.
—Lo siento, no lo vi.
—Fingiré que no dijiste eso —Entornó sus ojos, con odio—. A veces siento que soy el único que está enamorado.
—Serás dramático —repliqué restándole importancia.
—¿Por qué? Es decir, rechazas citas, no te gustan los besos, ni tampoco tomas mi mano —Se quejó, quitando el helado de su boca.
—¡Expreso mi amor de otra forma! —exclamé, luego de morder el helado.
—¿De qué forma? —preguntó con ojos curiosos.
Eché un suspiro—: De manera silenciosa.
—Ni siquiera me estabas viendo mientras jugaba, Kat —Rio.
Me eché a reír junto a él. Las carcajadas cesaron, dando lugar a un silencio cómodo.
Sus ojos oliva, repletos de felicidad me contemplaron el rostro entero. Paulatinamente me incliné hacia Bruno y con mi mano derecha tomé su nuca, atrayéndolo a mí.
Sus labios chocaron con los míos en un movimiento apasionado, a diferencia de nuestros otros besos, en su mayoría inocentes y tímidos, éste era más brusco. Una mano de Bruno se trasladó a mi espalda, repasándome con dulzura.
Me separé de él con una sonrisa, aunque, la suya era mil veces más amplia.
—Guay —Alcanzó a decir, sorprendido—. Eso fue raro.
Me levanté del escalón y bajé de las gradas, observando a Bruno siguiéndome con su mirada, enteramente embobado.
—Tengo cosas que hacer, Bru. Recuerda bañarte, estás empapado —Reí, tomando mi bolsa—. Adiós.
—Adiós, Kat —dijo con una expresión dulce—. Te quiero.
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Maldita Kat indiferente.
El siguiente capítulo trae más momentos cómicos, sin falta. Éste tuvo sus... momentos cómicos depresivos(?).
Muchas gracias por leer, no te olvides dejar tu votito todo lindo, porque ya saben que ataco fantasmas en mi tiempo libre.
Eso es todo lo que tengo que ofrecer, wapos, cuídense y coman bien, sino Bruno les corta el WiFi.
—The Sphinx.
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