30 - Todos los caminos conducen a Roma
Contenido explícito para mayores de edad, lee con precaución♥
igual lo van a leer, así que esa advertencia está ahí de adorno lol
—¿Por qué bañarnos luego de usar la piscina? —pregunté poniendo la primera pierna en la tina.
Logré meterme completamente, hasta mis hombros y me acomodé entre las piernas de Bruno, dándole la espalda. Contuve la respiración al sentir los brazos de Bruno envolviéndome. Apoyó su cabeza en el espacio entre mi hombro y clavícula.
—¿No es romántico?
—No —respondí—, es incómodo.
Echó un suspiro y su hálito enfrió mi piel mojada.
—No soples —exclamé—. Da frío.
Como el cabrón que es, dio un soplido contra mi cuello. Estaba a punto de reclamarle hasta que plantó un pequeño beso sobre el sitio.
Sonreí mínimamente en respuesta.
Bruno estiró un brazo para alcanzar el champú, destapándolo y vertiéndolo en su mano.
Dejé caer mi cabeza cuando sus dedos se movieron lentamente por la misma.
—Creo que he usado demasiado —comentó cuando comenzó a enjuagar—. La espuma no se va —chilló con desesperación.
—Tonto —canté en burla, riéndome.
Finalmente logró quitar toda la espuma y pasó el acondicionador por mi cabello.
—Hey —murmuró contra mi oído, haciendo que respingue—. ¿No quieres bañarme?
—No eres un niño —contesté—. Hazlo solo.
Volteé mi rostro para ver su reacción y me observaba con toda la decepción posible.
—Qué borde —comentó—. Realmente estás de mal humor, ¿cierto?
Negué con mi cabeza—: Sólo quiero molestarte.
Me di la vuelta en la tina, por suerte, por el tamaño de la misma no debía quedarme muy cerca de Bruno, cabíamos perfectamente los dos.
No me gustaba la idea de estar desnudos y cerca del otro en una tina, pero ya nos conocíamos tanto físicamente como psicológicamente, por lo que, apenas me avergonzaba.
Estiré mis brazos para tomar la botella de shampoo y dejé un poco en una mano, con tal de acercarme a él y pasarle la crema.
Intenté imitar la manera en que él había masajeado mi cabeza, lo que le hizo sonreír.
—Tengo buena vista aquí —dijo sin pudor observando disimuladamente mi torso descubierto—. Aunque me estoy conteniendo, no te preocupes.
Le di una mala mirada, dudando de su afirmación.
Terminé con su cabello y me dirigí al jabón, él arqueó una ceja.
—¿Un baño completo? Me agrada.
—Deja de hablar o te meto este jabón en la boca, Bruno —amenacé.
—De hecho, no es el jabón lo que quiero en mi...
Llevé mi mano a su boca antes de que siga hablando. Dios mío, qué molesto es.
Sentí su sonrisa bajo mi palma cuando pasé mi mano enjabonada por su torso. Entorné mis ojos y estiré mi cuerpo a un vértice de la bañera, cansada.
—Usaré la esponja —Y eso hice.
Liberé la boca de Bruno y me miró decepcionado.
—Sólo el torso —aclaré—. Las piernas y lo demás lo haces tú.
Hizo un mohín.
—Le quitas lo divertido a la vida —comentó hastiado, siguiendo con sus ojos la esponja que pasaba por su brazo izquierdo—. ¿Puedo enjabonarte?
—No.
Bruno salió primero de la tina cuando terminó de lavarse y me esperó fuera de ella asimismo se secaba.
Terminé de enjuagarme y salí de la tina. Bruno me esperaba con una toalla en sus manos, cuando quise tomarla, la llevó a mi cabello.
—Déjame secarte al menos, Kat —mencionó en un tono calmo.
Me mantuve quieta en mi sitio y miré a Bruno de arriba a abajo, notando que se había puesto ropa interior.
Sus manos tomando la toalla terminaron con mi cabello y comenzaron a descender, secando mis hombros, espalda, brazos, senos y abdomen. Se agachó para continuar secándome las piernas, sin embargo, su rostro se aproximó lentamente a mi abdomen, permitiéndome sentir su respiración contra aquella zona.
Depositó un beso suave y tierno en ese sitio. A pesar de su ternura, lo tomé como una insinuación, cosa que rápidamente provocó que sintiera palpitaciones en mi intimidad.
Alejó su rostro de mí y continuó secándome. Me dio la toalla con tal de que me secara mi entrepierna, así que acepté.
Terminé de hacerlo y estaba dispuesta a dirigirme a mi ropa, cuando rápidamente tomó la toalla de mi mano y me atrajo hacia él con ella.
Posicioné mis manos en su torso con tal de mantener distancia, pero me atajó y puso las suyas en mi cintura, pegando mi cuerpo descubierto a él.
—Bru, quiero vestirme.
—¿Sabes que hagas lo que hagas terminarás desnuda en la cama? —murmuró.
Aquellos latidos que sentía en mi entrepierna aumentaron. Enseguida junté mis piernas al notar mi humedad, hecho del que se percató.
Bajó su rostro a mi cuello, enterrando su nariz en el mismo con tal de hacerme sentir su respiración.
—Kat, deja de contenerte.
Sentí su boca caliente besar mi cuello con lentitud, en un jugueteo provocativo.
Detuvo sus besos de la nada.
—¿Quieres hacerlo, princesa? —pronunció con su voz grave, dejándome más indefensa.
Asentí con torpeza, incapaz de contener mis ganas de él.
Me mostró una sonrisa lobuna y volvió a llevar su boca a mí, mordiéndome ligeramente.
—Esta vez... —jadeé— no me molestará si eres rudo.
Levantó su cara de mi cuello, confundido.
—¿Te aburre el sexo lento?
—No es eso —Negué con mi cabeza—. Quisiera experimentar algo más contigo, Bruno.
Enunció una sonrisa gentil.
Bajó sus manos a mis muslos, dándome una señal para cargarme. Enrollé mis piernas a él y a paso lento me llevó hasta al cuarto y me depositó en la cama con un movimiento cuidadoso.
Volvió a atacar mi cuello, esta vez de una manera hambrienta, arracándome varios gruñidos.
Una de sus manos bajó por mi cuerpo, rozándolo con sus yemas a medida que descendía. Detuvo su andar en mi intimidad.
Eché un jadeo cuando entró en contacto con mi hendidura, tocándome lentamente y tentando mi vulva.
Se despegó de mi cuello, aún sin abandonar las caricias en mi entrepierna.
—Parece que mientras te resistías, aquí abajo lo estabas pasando mal, Katerine —dijo sintiendo toda mi humedad.
Rodeé su cuello con mis brazos y abrí mis piernas para él, dejándole en claro qué quería.
El verde de sus ojos se oscureció repentinamente y antes de que pueda reaccionar sus largos dedos entraron en mi de un movimiento rápido. Tiré mi cabeza hacia atrás, intentando contenerme cuando comenzó a moverse dentro mío.
Llevó su boca a la mía con tal de callar mis gemidos por su ritmo tan fuerte y estremecedor. Su pulgar viajó a mi clítoris, formando círculos sobre él.
Sus falanges se curvaron dentro mío manteniendo aquel ritmo descabellado que le había pedido, causando que tenga que separarme de él para dar un grito, corto y fuerte.
Eché mi cabeza hacia atrás, cerrando mis ojos con fuerza y disfrutando como Bruno se deslizaba dentro mío con sus dedos expertos, sumando su tacto en mi clítoris hinchado.
Mis paredes se humedecían más con cada segundo que pasaba, provocando un ardor inefable.
La sensación placentera aumentó en picada y comencé a hacer mis caderas contra él con tal de que no cesara.
—Bruno, no p-pares —rogué en voz baja y quebrada, incapaz de hablar correctamente.
Estaba a punto de correrme cuando de repente él quitó sus dedos de mí. Abrí mis ojos, frunciendo mi ceño y jadeando por la agitación.
—¿Por qué no seguiste? —pregunté con molestia.
—Kat, sólo tienes permitido correrte con mi boca o con mi polla, ¿no lo recuerdas? —murmuró como si fuera obvio, manteniendo su semblante frío.
Repentinamente, se alejó de la cama y se aproximó al interruptor, apagando la luz blanca y encendiendo la roja, dándome a entender qué me deparaba.
Volvió a acercarse a mí con una sonrisa ladina. Se recostó sobre mí y unió mis manos sobre mi cabeza, inmovilizándome.
Sonreí al ver su cuerpo semidesnudo iluminado con las luces rojas. Su cabello seguía húmedo y por su cuerpo fluían gotas, ya sea del agua de su pelo o de su sudor.
Sus músculos se marcaban aún más, mientras que su rostro lucía aún más tosco de lo que ya era. Sus ojos se iluminaban cuales estrellas al recorrer mi cuerpo desnudo, quizás devorándome en su imaginación.
Bajé mi mirada por él y mordí mi labio inferior al ver su pronunciada erección bajo su ropa interior.
Su boca se unió con la mía de una manera descuidada y violenta, introduciendo su lengua para desesperarme aún más.
Y ahí lo recordé, recordé aquella escena de una forma tan brusca como desalentadora. Tan poco compasiva como amenazante.
En ese instante, recordé en la posesión y agresividad del beso de Bruno, la ternura y aflicción del beso de Sam.
La molestia en mi entrepierna cesó y sólo quedó un vacío.
Era el vacío de sentirme una gilipollas, de amar a uno y amar a otro, de ilusionar a uno y volver con el otro. De probar a alguien y usarlo.
Era la nada misma, la nada que te quita todos los sueños y metas, la nada que te da una y mil vueltas para hundirte.
Una lágrima resbaló por mi mejilla mientras Bruno me besaba. Aquel beso, que se suponía que debía disfrutar, me estaba doliendo. Pero no dolía físicamente, lo sentía dentro mío.
Él se separó de mí y su rostro antes oscurecido de lascivia, ahora se había oscurecido de tristeza y confusión.
—¿Kat?, ¿qué te ocurre? ¿Te he lastimado? —habló rápidamente con su preocupación marcada, tocando mi mejilla y limpiando mi lágrima.
Meneé la cabeza, apretando mis labios con tal de contener un sollozo.
—No, Bruno, yo he lastimado a alguien —sollocé levemente, con mi voz quebrada—. Me siento horrible.
Se acomodó en otro sitio de la cama, apoyando su cabeza en una almohada y dio unas palmadas a su lado, indicando que vaya.
Le hice caso, acostándome a su lado. Tomó las mantas y nos cubrió a ambos.
Vi que se dio vuelta y desde algún control remoto en su mesa de luz apagó la iluminación, dejándonos en penumbra.
Mis sollozos fueron callados, casi imperceptibles, pero Bruno continuaba abrazándome, sin preguntar nada, sin asumir nada.
Me dolía en el corazón haber sido tan estúpida e idiota, me sentía como una mierda con piernas y brazos. Tanto me había dado Sam como para que yo se lo devuelva de forma tan repugnante y egoísta.
Aunque Bruno quisiera ayudarme a distraerme, no había distracción que rompa aquella roca tan grande sobre mi espalda.
Era Bruno o Sam, no podía estar con los dos. E irme con uno sería tan complicado como sobrellevar la situación actual.
Lo que sabía era que, no podía continuar jugando con los dos como si no se trataran de personas con sentimientos.
Él acarició mi cabello levemente, peinando mis mechones con sus dedos.
—Mañana volveremos a casa por la mañana, Kat —susurró de manera dulce, intentando calmar mi llanto.
Divisé el conjunto de departamentos donde estaba mi piso y me giré a Bruno, observándolo con una actitud devastada.
—Lo siento, Bruno. Lo arruiné.
Se acercó a mí y revolvió mi cabeza con su mano en un gesto juguetón.
—Ve primero, yo subiré las cosas —Sonrió, aunque no fue una sonrisa genuina.
Le hice caso y llegué hasta el ascensor del edificio. Atravesé el pasillo correspondiente e ingresé a mi piso.
Afortunadamente, no me encontré con Sam en el camino. No sabría con qué expresión enfrentarlo.
El jueves y el viernes no habíamos tenido nada de contacto, ni siquiera por móvil, por lo que me fue fácil sobrellevar lo del beso.
Pero ahora, mis sentimientos negativos sobrepasaban a los positivos, dando como resultado una combinación peligrosa que podría terminar en una explosión emocional, mucho más grande que la de anoche, que era apenas una demo.
Me senté en una de las sillas a esperar a Bruno, hasta que llegó y se dispuso él solo a guardar las cosas.
Noté que dejó las maletas en el cuarto.
Deambuló por la sala, inspeccionando el orden:
—¿Qué quieres comer, Kat?
—No tengo ganas de comer.
Estiró sus comisuras en una expresión incómoda.
—Te obligaré a hacerlo —dijo, en un tono calmo—. No has comido nada desde la tarde de ayer.
—No tengo hambre.
—Pero debes comer —insistió.
Eché un bufido y lo ignoré, dejando caer mi cabeza en mis manos. Apoyé mis codos en la mesa y permití a mi vista deambular por el panorama.
Tras unos cuantos minutos, que en mi cabeza se sintieron horas, Bruno volvió con un plato de comida simple.
Le di una mala mirada por no hacerme caso, pero no pareció importarle.
—Estoy cansada, Bruno, ¿puedo ir a dormir? —Me excusé, deslizando el plato lejos de mí.
Él volvió a deslizarlo en mi dirección—: Primero, come, luego ve a dormir hasta mañana si así lo quieres.
Di un suspiro cansado, sin embargo, asentí.
La comida sabía sosaina en mi boca, no la disfrutaba en lo más mínimo. No porque esté mal cocinada, sino porque mi cuerpo parecía rechazarla.
Bruno inspeccionaba que yo coma y se mantenía callado, dejando la mesa en un agonizante silencio.
—Quisiera que hoy mejores tu humor, Kat —habló, casi susurrando—. Aunque no sé si sea posible.
Meneé mi cabeza.
—Puede ser posible —respondí en tono bajo—. ¿Por qué quieres que hoy mejore mi humor? —Hice énfasis en el «hoy».
Bruno alzó su vista, encontrando mis ojos durante unos segundos, pero los bajó al poco tiempo.
—No hay una razón especial.
Acabé con la comida y crucé los cubiertos en señal de haber finalizado. Me levanté de la silla y di unos pocos pasos a mi cuarto, con mis manos en tembleque.
—Iré a dormir —mencioné sin voltear.
Bruno asintió con un sonido, permitiéndome abandonar el comedor.
Miré mi cama desordenada. Odiaba el desastre, pero en estos instantes me sentía cómoda con él, puesto que consideraba que el desorden no estaba ni en las colchas, ni en las almohadas, sólo en mí.
Mi cabeza era un desorden; lo admito.
Es complicado pensar en Sam mientras mis ojos se fijan en Bruno, y es complicado ver a Sam mientras mis ideas deambulan alrededor de Bruno.
Pensaba que traicioné mis principios, ya que, de niña deseaba ser tan independiente como digna, pero lo que menos fluía en mí era dignidad, sólo una montaña de confusión que destrozaba mi razonamiento.
Nunca me he destacado por tener luces. Deseaba ser inteligente como lo era Abril, o tener la facilidad de aprender como la tenía Bruno, con el paso de tiempo ese anhelo fue apagándose paulatinamente. Mientras que, en estos instantes había un ferviente deseo de tener inteligencia para tomar decisiones.
Dejé mi cuerpo caer sobre la cama, echando un suspiro pesado.
Mi corazón latía ralentizado, con dolor. Experimentaba una apuñalada en el pecho cada vez que latía, dejando mi respiración descolocada.
Un rechinido nubló mi mente oscura de una forma repentina, lo que me advirtió para abrir mis ojos y notar que Bruno abrió la puerta.
—¿Hay algo que quieras decir? —preguntó.
—Ya la he cagado varias veces por abrir la boca.
Parpadeó rápidamente, difuso.
—Eso no es cierto.
—Lo es.
Bruno se sentó en el borde de la cama, observándome por arriba de su hombro.
—No te pongas dramática, Kat —suspiró—. Todos la hemos cagado alguna vez, especialmente ambos. Quizá yo más —añadió lo último en voz baja—. Después de todo somos humanos, cometemos errores. Es una frase cliché, lo sé —Unió sus manos sobre sus muslos, inclinando su cabeza hacia abajo—. Está bien que te sientas mal por lo que sea que hayas hecho —Se levantó de la cama y se dirigió al sofá, tomando el control remoto y encendiendo el televisor—, pero no pienses mucho en ello. De lo contrario, te deprimirás.
A pesar de la tranquilidad de su voz, ésta denotaba un hilo de melancolía y dolor. Observé, con curiosidad, sus movimientos, los cuales eran erráticos asimismo dialogaba de aquello.
Hizo zapping, buscando alguna cadena aceptable.
—Mira, una peli —señaló—. Distráete un rato.
Se sentó a mi lado, pidiendo espacio en silencio y quitó sus zapatos para cubrirse con la manta e incorporarse en la cama.
Mantuve mi boca cerrada, mirando el perfil de Bruno, fijo en el televisor.
Miré hacia la pantalla, era una comedia estadounidense.
—Cierto, no te gustan las comedias —afirmó, tomando el control para cambiar el canal.
—Puedes dejarla.
Me miró con una sonrisa condescendiente que duró un instante. Devolvió su mirada al televisor, mas lucía incómodo.
A pesar de no haber ni un centímetro entre nosotros, podía percibir una distancia invisible.
Sentí desagrado cuando sonaron risas enlatadas—: Bien, quítala —pedí, frunciendo mi ceño—. ¿Se supone que debo reírme de un pedo?
Sonrió por mi comentario y puso las noticias. Las quitó al poco tiempo.
—Hay una serie descargada en el pendrive —mencioné, señalando la memoria conectada a un lado del TV.
—¿Sigues pirateando series?
—¿Tú me pagarás Netflix?
Se rio suavemente de nuevo y puso la serie. Era de suspense y thriller, adoro los thriller.
Pasamos toda la tarde viciando la serie, acostados, y sólo levantándonos para ir al baño. Para la cena, Bruno se levantó y la llevó a la cama.
De manera paulatina, me distraía, alejándome de los pensamientos previos, aunque aún continuaban enredados en mi consciencia.
La luz nocturna de la calle se filtraba por la ventana, siendo la única iluminación del cuarto, mientras que el viento hacía bailar las cortinas en un ritmo taciturno.
Yacía envuelta en brazos de Bruno, mirando a la pared, con mi mente en negro. Su respiración relajada soplaba mi cuello, dándome a entender que quizás se durmió.
La calidez de su cuerpo era tranquilizante. Podía percibir sus latidos, lo que me daba una sensación de calma enorme.
Cerré mis ojos. Mis sentidos sólo captaron el sonido del andar de los coches, sonando una ventisca concentrada cada vez que uno pasaba.
El cantar de los grillos era tedioso y monótono, mas resultaba agradable.
Toda mi cabeza estaba dispersa, sin pensar en nada, sin preocupaciones, ni miedos. Era la ataraxia completa.
Bruno resopló.
—¿Sigues despierta? —habló con su voz baja y ronca, casi susurraba.
—Sí —murmuré, abriendo mis ojos—. No puedo dormir.
—¿Por qué no?
—No sé, quizás sólo mi cuerpo no quiere apagarse aún.
Hundió su cara entre mi hombro y cuello, exhalando profundamente en cansancio.
—De acuerdo, hablemos hasta que estés tan somnolienta que no puedas decir una palabra —Oí su sonrisa.
—¿De qué quieres hablar?
Apretó su agarre, dejando menos distancia entre nosotros.
—Últimamente he estado pensando en nosotros —dijo, decaído—. Pensaba en... qué tan cotidianos somos en la vida del otro, qué tanto conformamos al otro. No me agrada decir que me necesitas, o que yo te necesito, pero siendo sincero, es más llamativa la ausencia que la presencia. Por lo que tarde o temprano sentiremos necesidad de otro.
Llevé mi mano a la suya en forma de apoyo. Sabía a qué se refería Bruno.
—¿Estás diciendo que quieres quedarte?
Esperé su respuesta con cierta esperanza, que, asimismo consideraba infundada.
—No —pronunció de manera seca, hiriéndome—. Conoces mis motivos, no te lo explicaré nuevamente —aclaró en un tono más suave. Añadió—:. Quisiera que, Kat, cuando te percates de mi ausencia, no te esfuerces en cubrirla con algo o alguien. Acéptala. No te desesperes, ni entres en desasosiego.
—¿Harás lo mismo?
—No te aseguro nada.
Apreté mis labios, en una mueca compungida.
—¿Cuándo te irás? —pregunté en susurro.
—No lo sé.
—Qué poca certeza —refunfuñé.
Bruno dejó de responder, y su respiración se profundizó.
—Bruno, ¿te has dormido? —Agité su mano— Bru.
—Duérmete, Kat.
—Buenas noches —susurré—. Te quiero.
Se aferró más a mí, apretándome ligeramente, lo que me extrañó al completo. Finalmente volvió a dormir.
Cerré mis ojos con un suspiro cansino. La melodía de los coches y la brisa me envolvió, dejándome a solas conmigo misma. Todo se tornó negro. La oscuridad tanto de mi entorno como la mía.
Mi consciencia me pesó, mi cabeza se tornó en un gran peso, hasta que finalmente caí en el sueño.
La luz violentó mis párpados, obligándome a abrirlos. Estiré mis brazos y bostecé, enderezándome en la cama. Sentí una sensación poco familiar, algo no estaba como antes.
Miré a un lado, Bruno se despertó antes, ya que no estaba en la cama.
Observé hacia una esquina del cuarto y me extrañó la ausencia de las maletas, supuse que Bruno las guardó.
Me enderecé sobre el suelo, despidiéndome de las sábanas. Caminé hasta el armario y deslicé la puerta en busca de ropa para cambiarme.
Le eché una mirada rápida, notando todo en orden. Sin embargo, hubo un hecho que me desconcertó:
La ropa de Bruno no estaba.
Relamí mis labios en un acto nervioso e ignoré lo acontecido. Me cambié rápidamente y con un ritmo cardíaco de la misma velocidad.
Entré al baño. Me aproximé al lavabo pero me percaté de que sólo había un cepillo de dientes; el mío.
Cepillé mis dientes, enfrentando mi reflejo confuso. En mis ojos se mostraban los nervios y la duda, sumado el miedo casi palpable.
Le di a mi cuerpo una ducha rápida, salí del baño hacia mi cuarto y abandoné el mismo por la puerta al comedor.
Noté un vacío en la librería; faltaban los libros de estudio de Bruno.
Mis manos comenzaron a temblar de manera incesante, mi corazón a latir muy rápido y mi mandíbula se desestabilizó para dar lugar a movimientos trepidantes.
Procuré seguir mi camino con normalidad, dirigiéndome a la cocina para preparar mi desayuno. Mas, no podía ignorar de que con cada paso mis piernas se debilitaran.
Pasé por el arco a la cocina y enfrenté el refrigerador, viendo algo que me derrumbó.
Mis labios se curvaron en una mueca dolida, destrozada y mis lágrimas lucharon por no salir. Mi razonamiento entero se desmoronó.
Despegué la cinta que adhería la nota al refrigerador y tomé el escrito con fuerza, despidiendo el torbellino de emociones interior en el apretado agarre de mis manos:
«Para Kat: Recuerda no saltar tus comidas. Desayuna bien antes de ir a trabajar. No te estreses. No te deprimas. Lee de vez en cuando. No te sobreesfuerces. Y muy importante: no te metas con otro capullo, por favor».
Formulé teorías interminables en mi cabeza con tal de evadir la misma conclusión.
El silbido de los pájaros inundó mi entorno. Era tan calmo, sin embargo, no lograba apaciguar el galope enloquecido de mi corazón.
Salí de la cocina, enfrentándome a la cegadora luz del comedor. En el susodicho, vi a Bruno, con su sonrisa burlona, sus coqueteos extraños y la expresión que ponía cuando le dolía el corazón; la misma expresión que mi rostro cobró al percatarme de su ausencia.
Las espinas en mis costillas se ensancharon, clavándose en mis pulmones y corazón, causando un dolor insondable en mí. Mis venas se enfriaron, y mis latidos se apaciguaron.
«Es más llamativa la ausencia que la presencia» recordé.
Finalmente, me desprendía de Bruno, aquel que, contaminó mi alma. Aquel que me prometió enseñarme el mundo y sólo me mostró las estrellas desde una ventana. Aquel niño blandengue que contenía su llanto y que me abrazaba en mis días más turbulentos. Quien me escribía mil y una cartas sobre la curva en mi sonrisa o el brillo de mis ojos.
A quien detesté, amé, pero a quien me aferré.
Apreté en mi puño derecho la nota y solté un jadeo repleto de angustia.
Bruno no se ha ido. No, él nunca me dejaría.
Él siempre estaría allí, y yo también estaría allí para él.
Él lo había dicho, ¡él dijo que me amaba!
¡Él dijo que era única!
Él permaneció a mi lado, ¿por qué ahora no estaba? ¡¿Por qué?!
¡¿Por qué me dejó en este momento?!
Mi puño izquierdo sostuvo mi ira, mi confusión, mi resentimiento y dolor.
Busqué mi móvil por toda la casa, desasosegada, inquieta y apretando mi mandíbula con tal de contener el llanto inminente.
Lo hallé, entre todas mis cosas.
Traté de encontrar el contacto de Bruno en mi lista. No estaba ahí, desapareció.
Marqué el número con agilidad y mis piernas temblando de miedo.
La contestadora. La puñetera contestadora salió.
Sentí un hilo grueso cortarse y solté un sollozo, incapaz de contener la fuerza ejercida en mi garganta. Di un grito desgarrador, mis lágrimas fluyeron en el acto. Mi pecho me apretaba, mi cabeza ardía.
Di grito, tras, sollozo, tras, quejido, tras, gemido. No podía. ¡No podía calmar mi desesperación!
Lancé el móvil a la cama y dejé caer la nota.
Yacía destrozada, todo mi cuerpo sangraba con angustia. Dolía. Dolía mantenerme parada y me dolía inhalar y exhalar.
No sabía qué hacer, todo era un mar de incertidumbre y vacío.
Mis dedos se enredaron en mi cabello, dejando mi frente descubierta. Tiré de él, incapaz de contener todo lo que quería salir de mí.
Me dejé caer. Me dejé derribar en el suelo, como si me hubieran dado una patada en la espalda, caí en él.
A mis lágrimas le siguieron los mocos, que limpié rápidamente con el dorso de mi mano.
Se suponía que había deseado esto, pero me hería, llegaba una flecha a mi pecho cuando pensaba en su partida.
Me hería aún más, que este destino fuera inevitable, ya que, pasara lo que pasara, de todas formas esta relación acabaría así, ya que todos los caminos conducen a Roma. Sin importar qué haga o diga, esto acabaría así: en el mismo desastre, en un caos emocional que tiraba de mí como las olas de un violento océano.
Mi cuerpo se desequilibró completamente cuando escuché golpes en la puerta.
Un rayo de esperanza iluminó mis ojos, por lo que di zancadas hasta la entrada y limpié mi rostro con mi mano y ropa.
Aclaré mi garganta y acomodé mi cabello superficialmente.
Abrí la puerta lentamente, la misma echó un rechinido agudo.
Mis ojos se abrieron desmesuradamente al divisar la figura frente a mí. Lucía calma, como si nada hubiera pasado, con una sonrisa gentil, que daba alegría al solo verla.
Abrí mi boca ante la sorpresa, incapaz de saber qué emoción enseñar en mis gestos.
Ahí estaba, tranquilo y sin preocupaciones. Mas, yo estaba desgastada y con un desastre en mi cabeza.
Su expresión risueña se desvaneció, atravesándome con sus ojos inspectores.
Volví a acomodar mi posición, incrédula.
—Kate.
Pensé que tendría que retrasar la muerte de Bruno, god, digo- despedida. Pero por suerte no la tuve que pasar al capítulo 31.
¿A alguno le pareció raro que de la nada Bruno diga: «Hey, Kat, vamos a Madrid a disfrutar las vistas»? Espero que sí, quiero que sean desconfiados.
Ah, con este capítulo dejamos en claro una vez más que Bruno es re tonto lol.
Por cierto, supongo que ya saben quién es el que llamó a la puerta, es un poco obvio, pero igual voy a confirmar si lo reconocen jojojo.
Nos leemos en la próxima.
—The Sphinx.
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