29 - Si hubiera (Doble Actualización)


SI NO HAS LEÍDO EL CAPÍTULO

28, POR FAVOR RETROCEDE, HAZLO

POR TU BIEN, POR FA, NO IGNORES 

ESTE MENSAJE, SINO TE HACÉS SPOILER



Finalmente, sus labios hicieron contacto con los míos... pero a medias, bueno, ni siquiera la mitad.

Me besó la comisura el muy cabrón.

Yo queriendo que me llegue a la garganta y ni siquiera se acercó un mínimo.

Se alejó de mí con una sonrisa triunfal, sumamente orgulloso de mi reacción disgustada, asqueada, molesta y decepcionada.
Relamió sus labios, en especial la parte que había hecho contacto con mi piel.

—¿No habías dicho que yo no te gusto? —interrogó sonriente, tenía una sonrisa pequeña, conteniendo toda su felicidad.

Fruncí mi ceño.

—Tú no me gustas, Sa...

Su mano se trasladó de golpe a mi nuca y me empujó hacia él, chocando mi boca con la suya.

Finalmente me besó. Finalmente lo hizo.

Era un toque pequeño y tímido, al cual correspondí al instante. Mis manos se movieron a su abdomen y repasé el mismo, formado, bajo mis palmas y dedos.
Pude presenciar el choque de sus dientes con los míos delatando su inexperiencia.
Mi corazón se aceleró se forma inmediata, sumergiéndome en felicidad.

Duró unos pocos segundos hermosos, que hubiera deseado congelar, con tal de sentir todo su espíritu contra el mío, el cual me era expuesto en aquel beso de una manera singular y conmovedora.

Se separó de mí, con sus labios entreabiertos y sus ojos plata observándome con una adoración entera. Su respiración y hálito se mezclaban con la míos, dando un resultado extraño.

—Te di mi primer beso —pronunció en susurro contra mi boca.

El sonido de los motores de coches me dejó en claro que estábamos cerca a la calle, pero no me importó, quería apreciar la vez donde me besé con quizás el hombre más inalcanzable de Zaragoza, quien me abrió su corazón de una manera sumamente pura y sincera.

—Tomátelo como un halago, Kate —añadió con una sonrisa sobre mis labios, sin quitar su vista de la mía. Esta vez, no contuvo su felicidad, y me dejó en claro su estado eufórico la forma en que los ángulos alrededor de sus ojos se arrugaban y sus párpados sonreían. Sus hoyuelos en sus mejillas se formaron por su sonrisa grande—. Realmente... estoy enamorado de ti.

Tales palabras me golpearon, nuevamente, cual camión. La garganta se me anudó y mis manos trepidaron, al igual que mis ojos.

¿Qué mierda estoy haciendo?

Le sonreí con cierta tristeza.

Sam borró su sonrisa cuando descifró mi expresión.

—¿Qué sucede, Kate? —Su preocupación fue genuina, lo que me lastimó más.

Dudé en verlo a los ojos, sin embargo, logré mantener el contacto visual.

—Sam, no quiero herirte —Temblé.

—¿Por qué me herirías? —Sonrió, pero no de felicidad, sino para calmarme. Sus dedos se enredaron en mi cabello, acariciando mi cabeza con suma delicadeza— Soy más fuerte de lo que parece, ¿sabes?

Meneé mi cabeza en negación, apretando mis labios.

—No, no lo eres —pronuncié—. Sam, yo no estoy enamorada de ti, y eso te lastima, ¿no?

—Kate, acabas de besarme —dijo, convencido—. Antes querías besarme porque yo te gusto, pero no lo admitías —asumió de inmediato.

—Tú no me gustas, Sam.

Su rostro se afligió, como si mis palabras fueran clavos golpeando su corazón. Corazón que, deseaba que no fueran frágil cual cristal, como mi mente imaginaba.

—¿Entonces por qué me correspondiste? —preguntó, alarmado, con la voz débil y en murmullo— ¿Qué es lo que sientes, Katerine?

Tragué saliva, con mis nervios floreciendo.

—Deseo, Sam.

Frunció su ceño, confundido.

—¿Eso no significa que te gusto? —interrogó, moviendo su vista entre mis pupilas, delatando su desasosiego.

Volví a negar con mi cabeza, mas, no le afectó a Sam, puesto a que su semblante cobró una seguridad abrumadora.

—No me importa —afirmó con decisión—. Sé que estás confundida porque tu novio es Bruno, ¿no es así? —exigió una respuesta, volviendo a su estado de aflicción. Sentí que su agarre en mi pelo se profundizó, pero no dolió— Kate, ¿por qué me besaste?, ¿por qué?

—¡Porque quería! —exclamé, sin poder contener todos mis sentimientos.

Mantuvo sus ojos temblorosos, rogando por más información. Aunque temía decir las palabras incorrectas y herirlo peor.

—Sam, no sabes todo lo que provocas en mí con sólo mirarme —murmuré, perdiéndome en la devoción de su mirada—. Realmente quería besarte, Sam, no, necesitaba y necesito besarte.

Su mirada me mostró lo abrumado que estaba. Me hizo sentir aún más culpable.

—Porque hace tiempo me he vuelto una adicta a ti, cada día mis ganas de poseerte crecen más —Mis manos ascendieron por su cuerpo, rozando con mis yemas su torso trabajado. Cesé mi ascenso en su cuello, atrapándolo entre mis brazos. Sus manos liberaron mi cabello, dejándome sin su tacto—. Pero no quiero poseerte en un sentido inocente, Sam.

Sus labios se abrieron nuevamente y la luz de sus ojos desapareció, dejando una expresión oscura, idéntica a la que yo usaba para mirarlo.
Llevé mi mirada a ambos labios enrojecidos y húmedos de él. Los imaginé bailando en mi cuerpo, en cualquier parte, ya sea mi cuello o mis muslos. Apreté mis ojos con fuerza, intentando borrar la imagen de mi cabeza.

—¿Cómo? —jadeó contra mí.

Sus manos tomaron mis caderas y me chocó contra su cuerpo, rompiendo cualquier distancia entre nosotros, haciéndome jadear.

—¿Quieres saberlo? —murmuré tras morder mis labios.

Sus ojos deambularon entre los míos y mi boca, dudando de qué decir o a qué mirar.

Por fin, asintió.

Eliminé la poca distancia entre nosotros, uniendo mi boca a la suya una vez más tomándolo de su corbata, esta vez con menos ternura y mucha más posesión, arrebatándole un gruñido al morder su labio inferior.
Sentía el calor de su boca unirse al mío, junto el peculiar sabor de sus labios, ligeramente endulzados por el pastel de chocolate.

Fue un beso lento y fogoso, sin embargo, violento y posesivo. Me sorprendió que, no sólo yo fuera posesiva, sino él también.
Estaba dispuesta a invadir su boca con mi lengua, mas intentaba que Sam se acostumbre al íntimo tacto y no parecer desesperada, aunque, en parte lo estaba.

Escuché unas risas cercanas y rápidamente me separé de él, agitada y asustada porque nos encuentren.

—Como dije, no deberíamos estar solos —jadeé, tanto de cansancio como de nervios.

Su semblante se mantuvo confuso hasta que vio a Eleonora y Estanislao salir por la salida secundaria de donde ambos veníamos.
Eché un suspiro de alivio cuando no fue tan obvio lo que acababa de pasar a juzgar por la expresión de normalidad de Lao.
Eleonora, por su parte, pareció desconcertarse un poco más.

—Gracias por venir, Kat —Sonrió el muchacho—. Espero que te hayas divertido.

Quizás me podría haber divertido un poco más si me hubieras dejado comerle la boca a tu hermano menor.

Pude despedirme de Sam, Lao y Nora. Llegué a casa repleta de vergüenza, queriéndome esconder bajo la cama.

Besé a Sam d'Aramitz, no sólo una, sino dos veces. Dos veces que disfruté de forma excepcional, entregándome a él tan enteramente como también lo hizo.

Sin embargo, algo inquietaba mi corazón: lastimarlo. Odiaba cuando la imagen de Sam con el corazón hecho trizas regresaba a mi mente, recalcándome de que, quizás aquellos besos nunca se tendrían que haber dado.

Aunque quizás otra persona saldría lastimada más rápido, lo que no fue lo que pensé. 






* * *






—¿Puedes explicarme esto? —dije, mirando el edificio moderno y alto con unos ojos ultra difusos, tratando de evadir los rayos de sol que casi me violan las pupilas.

—No hay explicaciones, Kat —Sonrió, dándome una maleta—. Sólo disfruta.

Eché un suspiro, tomando el maletín y balanceándolo en mi brazo en modo de juego.

—¿Cuánto tiempo estaremos?

—Una noche y medio día —respondió, hurgando en el equipaje del vehículo—. Bien, ya está todo abajo —Bruno volteó a mí con una sonrisa amplia.

Hace mucho que no lo veo tan feliz.

—¿Tu ropa? —interrogué.

—Aquí —Levantó un brazo con una maleta—. Te mostraré la habitación.

Estoy confundida si esto es un motel o un hotel vacacional, sea cual sea, es genial y gigante.
Cuando entramos nos rodeamos de una decoración floral y repleta de plantas, junto a suelos y paredes blancos y negros.
El pasillo era angosto y Bruno no tardó mucho tiempo en recepción, por lo que prontamente alcanzamos el ascensor junto a nuestras escasas maletas.

El ascensor hizo sonar una canción de piano monótona bastante incómoda, y me abrumó la cantidad de espejos que me enfocaban en todos los ángulos posibles.

—Eres la única persona a la que se le ocurre visitar un lugar como éste un viernes a la tarde —Lo regañé.

—No sé de qué te quejas —Volteó hacia mí, mirándome con decepción—. Ni tú, ni yo tenemos cosas que hacer. Diviértete de vez en cuando, mujer.

—Quien me ha pegado este alma tan fiestera eres tú, para que te lo agendes.

—Nunca es mal tiempo para cambiar nuestros hábitos —Sonrió con una calidez inmensa.

Le devolví la sonrisa.

Le di un vistazo al número de la planta y, estábamos en la última. Este tío adora los áticos.

Las puertas se abrieron finamente y nos encontramos con un pasillo con sólo una puerta. Él avanzó más rápido que yo y tomó la tarjeta de su bolsillo, pasándola por la cerradura y abriéndola.

Abrí mis ojos hasta no poder más, sorprendida y asombrada por la magnitud del lugar.
Estábamos en la planta de abajo del penthouse. Había una cocina de lo más moderna y minimalista, junto con un sofá de lo más grande acompañado de un televisor que tendría tantos píxeles como euros de valor.
Una mesa de billar yacía a pocos pasos de la entrada.
En la esquina izquierda, contraria a la cocina, había una vidriera que rodeaba una piscina, permitiendo ver qué sucedía en la susodicha.
Toda la habitación tenía el tono negro como predominante, asimismo el rojo y blanco como secundarios.

—Esto no es una habitación, Bruno, es una casa entera —Fruncí mi ceño, boquiabierta.

—Aún no has visto la planta superior.

Dejamos las maletas sobre el sofá y me tomó de la mano para subir por las escaleras de caracol, lo que me aterraba de ellas es que no tenían barandilla, por lo que temía caer al subir o bajar.

Subir a la otra planta me dio vista a una habitación que era iluminada por la luz solar que se filtraba de una forma violenta por las numerosas ventanas que recubrían un lado del cuarto.

La cama era grande, ahí podrían caber unas cuatro personas, o siete, con esfuerzo.
Las sábanas poseían un degradado negro en transición a rojo, mientras que el número de almohadas era exagerado. A ambos lados había mesas de luz con lámparas con forma excéntrica.

El suelo era recubierto por una moqueta oscura. Las paredes eran lisas y negras.

—¿Me has traído aquí para lo que estoy pensando? —pregunté, conteniendo la risa.

—En parte.

Mi chico es sincero, no lo voy a negar.

—Mira esto —comentó emocionado cual niño, volteando hacia el menú de interruptores—. Rojo —Apretó un botón, cambiando las luces a tonos rojos—. Azul —Hizo lo mismo con el azul—. Verde —Repitió lo anterior.

Reí con carcajadas suaves, enternecida.

—No era necesario que gastaras en este sitio tan costoso —aclaré—. Pero me gusta.

—Me alegro —Sonrió—. Gasté mis ahorros en él.

Mi mandíbula se cayó.

—¡¿Que hiciste qué?! —chillé, sorprendida— Bru, no era necesario que usaras todos tus ahorros en este lugar, tienes que pensar en ti.

—Puedo ganar más dinero en un futuro —repuso—, pero no podré darte esta experiencia en todos los futuros.

Sonreí al recorrer nuevamente la habitación con mis ojos, y los devolví a Bruno, observando como toda la iluminación natural caía en sus ojos verdes de manera espectacular, dándole un tono cálido que pocas veces pude contemplar en él.

—¿Por qué no recorremos la ciudad? —ofreció, acariciando suavemente con su pulgar el dorso de mi mano.

Mi consciencia se partió en recordar lo ocurrido hace dos días en el cumpleaños de Sam. Mi mano comenzó a temblar bajo la de Bruno, lo que rápidamente notó.

—Kat, ¿pasa al...?

—Estoy emocionada —mentí cortándole—. Ordenemos las cosas y vayamos —Sonreí.

Noté el desconcierto en los ojos de Bruno, sin embargo, no comentó nada. Sólo permaneció callado, mirándome en inspección, tratando de descubrir algo extraño en mi rostro.

Pero no descubrió nada, porque ya lo sabía todo. Sabía en mi actuar, en mis gestos y movimientos todo lo que sucedía en mi mente, ni siquiera debía hablar para decirle cómo me sentía.

Porque él ya lo sabía todo.

Estábamos comiendo fuera de un restaurante simple y pequeño, el día continuaba soleado, mas estaba atardeciendo. Me acomodé en la silla y evadí el contacto visual con Bruno, observando a los transeúntes de forma disimulada.

—Sea lo que sea que estés pensando —comentó, con una voz calma—, deja de pensar en ello —añadió—. Quisiera que hoy dispersaras lo malo, Kat, y quédate con lo bueno.

Continué sin hacer contacto visual con Bruno.

—Dame tiempo.

Tenía ganas de llorar.

Mientras Bruno preparó un día para ambos, yo no paraba de pensar en que besé a Sam, traicionándolo. Mi corazón yacía fatal, hubiera preferido mantener la boca crrada cuando estuve con Sam, hubiera preferido no provocarlo.

Si sólo hubiera enfriado mi cabeza.

—Kat, mírame —ordenó de forma tosca.

Volteé mi rostro hacia Bruno inmediatamente, apretando mis labios con tal de contener cualquier gilipollez que podría salir de mi boca.

—Volvamos —dijo.

En su rostro noté cierta oscuridad, no necesariamente negativa, no para mí, pero sería negativo para él. Se levantó de la mesa enseguida, caminando hasta mi sito y ofreciéndome su mano para que me levante de la silla.

Acepté su oferta y me levanté de la silla, siguiéndolo hasta dar con el edificio. El camino fue callado, hasta que finalmente llegamos a la segunda planta y salimos por la puerta amplia de vidrio.

El panorama me enseñó una parrilla, junto con tumbonas y la piscina que previamente vi en la planta de abajo.

Bruno echó un suspiro. No percibí la emoción que lo acompañaba. Volteó su cara hacia mí y mi miró con sus ojos verdes, pétreos.

—¿Quieres nadar? —ofreció con voz suave— Podría relajarte —Me dio una sonrisa cerrada y pequeña, casi forzada.

Asentí, imitando esa sonrisa.

—Bien, usemos los trajes de baño que hemos traído.

—¿Cuáles? —pregunté, sorprendida. No hemos traído trajes de baño.

Él me condujo hasta nuestra ropa y me ofreció un conjunto de traje de baño —que sacó de no-sé-dónde—. Era de un tono naranja y cubría completamente mi cuerpo desde abajo de mis clavículas hasta el inicio de mis muslos. Quiere que vaya de monja a la piscina.

Me encontré con él afuera. Su traje de baño era como cualquier otro, de color mostaza.

—¿Cuándo pusiste esto en el equipaje?

Llevó su dedo índice sobre sus labios y emitió un «Shh»—: Es un secreto.

Entrecerré mis ojos con cierta diversión.

Él se metió en el agua primero, acostumbrándose a ella. Lo seguí por las escaleras —aunque admito que la escalera en la piscina poco sirve— para entrar.

La calidez del agua rodeó mi cuerpo de inmediato, dándome una sensación maravillosa. Mi cuerpo se balanceaba en ella con total libertad sobre la misma, sin empuje por ningún movimiento, sólo el de Bruno, quien se desplazaba lentamente y de manera escasa.

—¿Está fría? —preguntó.

—Está muy bien —Sonreí.

Preferí apoyarme en el borde, con tal de sentir toda esa paz desde un sitio específico. Bruno se acercó disimuladamente por un costado. Mantuve mi mirada fija en él, inspeccionando todos sus movimientos, hasta que repentinamente un montón de agua me fue dirigido como bomba.

Agité mis brazos sobre el agua devolviéndole todo con ira.

Volvió a salpicarme de una manera más violenta y reí fuertemente al ver su cara de enfado.

En su piel se reflejaba el cian del agua. Ya había anochecido, por lo que la combinación de la oscuridad de la noche más el brillo de la piscina resultaba hipnótica.

Repentinamente llevó su mano a su nariz y se hundió de golpe en el agua. Sonreí e hice lo mismo que él, sumergiéndome.

La música del agua inundó mis oídos, golpeándome. Se sentía tan fresco el ritmo de la misma en mi cuerpo.

Finalmente, no aguanté más contener mi respiración y emergí, dándome cuenta que Bruno continuaba aguantando. Observé con una sonrisa a mi novio desde la superficie del agua, volviendo a acomodarme en la orilla de la piscina.

No pudo más y salió de aquel estado, respirando rápidamente al salir.

Su cabello estaba pegado a su rostro empapado, mientras que sus ojos parecían brillar más que nunca.

Nadó un poco hasta a mí, dejando su cara a escasos centímetros de la mía.

—Veamos cuánto aguantas la respiración esta vez —Sonrió contra mis labios.

Llevó su boca a la mía y lo que inició como un beso pequeño y tierno se convirtió en algo fogoso y agresivo. Su lengua jugó con la mía de manera brusca, pero cuidadosa.

Se separó de mí lentamente, pegando su mirada a la mía.

—Parece que esta vez quien menos aguantó fuiste tú —Me burlé con una sonrisa.

Dio un suspiro ligero de alivio.

—Me alegro que estés mejor.

—Gracias a ti —pronuncié con una timidez marcada.

Bruno mantuvo el silencio, dejando mis palabras en el aire, mas no paró de sonreír. Él sonreía con la misma felicidad marcada de Sam, la diferencia es que, Bruno era mucho más calmo, mientras que el pelinegro solía ser más escandaloso en cuanto a sus sentimientos.

—Te amo, Kat, que no se te olvide.

Retiro lo dicho.

Síganme en Instagram porque subo spoilers, encuestas y cosas ricas.

Eso es todo lo que tengo que decir, nos vemos en el capítulo 30 bbs


—The Sphinx.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top