26 - Eres importante


ola, caracolas.

Tardé pero actualicé kkkkkk.

Disculpen y disfruten♥.

Me refugié en la calidez de mi cuarto, saliendo del balcón. Mordí mi labio inferior como un acto de nerviosismo al notar a Bruno sentado al borde de la cama, con sus codos sobre sus piernas y su cabeza en dirección hacia abajo.

Dejé el poema de Sam sobre el sofá frente a la cama, puesto a que era el sitio más cercano donde podía dejar la hoja. Volteé a ver a Bruno, lucía como un alma en pena por lo silencioso que se mantenía y la postura que cobraba.

Me temblaron las manos al pensar en si él había oído la conversación, a pesar de que realmente no había dicho algo extraño, me ponía nerviosa pensar en que se podría sacar de contexto alguna broma simple e inocente. Me dolía aceptar de que, Bruno en ocasiones me había dado miedo. Sabía que él no era capaz de lastimarme con violencia física, nunca sería capaz de dañarme con un golpe, pero sí era capaz de lastimar con palabras.

—Bruno —llamé, al notar su semblante afligido, yacía con su cabeza gacha, como si detrás de su cuello cargara una gran roca—. ¿Estás bien? —inquirí, tomando lugar junto a él.

Alzó su mirada y se encontró con la mía. Sus ojos verdes habían perdido alegría, dejando un tono grisáceo.

—¿Sucede algo? —Volví a preguntar.

Se enderezó y giró su rostro en mi dirección, observándome directamente. Expresó una sonrisa pequeña, casi imperceptible.

—Nada, ¿por qué preguntas? —habló risueño— Sólo estoy un poco cansado.

Puse mi mano en su espalda y marqué una ligera caricia como consuelo.

—Es tenso estar en casa con mi familia —afirmó, dejando de verme y dirigiendo sus ojos al techo—. Al menos Betsabé estuvo callada, fue lo único positivo.

Sentía que Bruno ocultaba algo, ya sea un asunto banal o importante, sin embargo, no pregunté

—¿Por qué no intentas vivir en otro sitio? —ofrecí— Podrías seguir trabajando para tu familia pero no estar con ellos, así de simple.

—Quizás pueda intentarlo —suspiró. Frunció su ceño, no pude descifrar si de ira o confusión—. No te preocupes por eso, no escuché.

No estuve segura a qué se refería.

—¿A qué te refieres?

—A tu charla con Sam —contestó con un poco de pesadez—. ¿Te preocupa eso, no?

—¿Cómo lo sabes?

—Tus manos —Señaló mis manos con su índice, de forma disimulada—. Cuando estás nerviosa, asustada o sorprendida te tiemblan. Ahora estás nerviosa porque haya escuchado.

Reí un poco. Bruno podía reconocer mis hábitos y saber a qué se deben.

—Sabes cosas de mí que ni yo sé, ¿me equivoco?

—Son las ventajas de acosar —replicó con una sonrisa socarrona.

Llevé mi palma a mi frente, dando una cachetada, hastiada.

—Ni me recuerdes eso —contesté.

La faceta obsesiva de Bruno es asquerosa, no me voy a cansar de pensar eso.

Eliminó su sonrisa, dejándome observar un poco de vergüenza en su cara. Dejó caer su espalda en la cama y echó un suspiro prolongado y mantuvo un semblante pensativo. No tengo ni la más mínima idea de qué sucedería dentro de su psique, tal vez recuerdos penosos estarían regresando a él, lo que explicaría su previa vergüenza.

—Era un niño —Se excusó.

—Un niño muy idiota —remarqué.

Puso los ojos en blanco.

—Gracias.

Me acosté junto a él, también mirando al techo. El silencio se mantuvo entre ambos, y de cierta forma, apreciaba que los dos estuviéramos callados.

—¿Samuel es bueno contigo? —preguntó repentinamente.

Me sorprendió un poco su pregunta.

—Lo es —afirmé—. Es un buen amigo.

Exhaló profundamente y se movió sobre la cama, poniéndose de lado para mirarme. Hincó su codo en el colchón y apoyó su cabeza sobre su palma. Mantuvo una mirada perdida, mirándome sin decir nada.

—¿Sucede algo? —Volví a preguntar.

—Nada —negó.

Hice una mueca de duda. «Nada».

La respuesta «nada» es, en la mayoría de los casos, un «todo» oculto.

Me coloqué en su misma posición, enfrentándolo.

La única luz que iluminaba el cuarto era la del exterior, dejando una matiz de colores azulada en toda la habitación, sumándole un aspecto mágico a la anatomía de Bruno.

Llevé mi mano a él, acariciando su mejilla y repasando su piel con mi pulgar.

Me percaté de incomodidad en su rostro por mi acción, y repentinamente quitó mi mano de su cara desde mi muñeca, sin dejarme tocarlo. A pesar de que fue delicado, se sintió violento, sin importar su agarre ligero.

Apreté mis labios, tomando distancia de él.

Con eso confirmé que verdaderamente algo le molestaba a Bruno.

—Mientes al decir que no pasa nada —murmuré, enfadada—. No te entiendo, Bruno. Quieres que hable de mis sentimientos y de lo que me molesta. Pero tú no lo haces. ¿Qué sentido tiene? —despedí harta.

Bufó.

—Sabes que si te respondo no te va a gustar mi respuesta.

—Al menos sabré qué tengo que corregir de mí. Era para eso que me exigías que me exprese. ¿Me equivoco?

—¿De verdad quieres que te lo diga? —habló hastiado.

Asentí desde mi sitio. Echó un suspiro ante mi respuesta.

—Me molesta que hables con Samuel. Listo.

Fruncí mi ceño.

—Pero quien está mal no soy yo; eres tú —pronuncié al instante.

—Lo sé —replicó—. ¿Podemos estar un poco de tiempo sin pelear?

Me mantuve en silencio, fastidiándole. Le di la espalda en la cama.

—Gracias —dijo.

Bufó de manera pesada y pude oír que se dio la vuelta, también dándome la espalda.

—Creí que durante estas semanas te mantendrías tranquilo en cuanto a celos —dije.

—Lo estoy. ¿O no?

Notaba su voz cargada con un enojo casi tangible. Volví a apretar mis labios.

—Supuse que te acostumbraste a que yo esté con Sam.

—Quiero acostumbrarme —corrigió—, y me acostumbraré. Por ahora, sólo dejemos el tema.

Me di la vuelta, dándole cara a su espalda contraída, parecía encogerse para volverse diminuto. Acerqué mi palma a su omóplato, acariciando suavemente con tal de calmarlo. Preferí mantenerme callada.

* * *

Se escuchaba una constante cháchara como murmullo en toda la sala principal de Délicatesse. Pude percatarme de algunas risillas tímidas y busqué por el restaurante qué es lo que «alborotó» a la clientela.

Ahí estaba, radiante como siempre, y también con una cara de culo... como siempre. Sam fue quien alborotó a la clientela —en su mayoría femenina— sólo con aparecer. Estaba caminando hacia mí. Me permití parar de caminar para dejar que Sam llegue a mi ubicación.

Intenté reprimir algún gesto extraño, ya que en ese preciso momento me percaté de lo bien que se veía el nuevo uniforme en Sam, dándole un aspecto elegante, sumando el hecho de tener peinado el cabello hacia atrás, lo que resalta sus facciones faciales de una forma envidiable.

—Buen trabajo —elogié con una sonrisa—. Es como si hubieras aparecido y aliviaras la tensión de todos con tu presencia.

Me mostró una expresión risueña socarrona.

—Ya la había aliviado desde que los clientes supieron que iba a aparecer.

Exhalé aire por mi nariz como una risa.

—Presumido —acusé.

Alzó sus cejas.

—¿Tienes envidia?

Puse mis ojos en blanco al reírme. Noté una mirada pesada sobre mi nuca y me giré para encontrarme con una mueca no muy agradable por parte del gerente, quien parecía amenazarnos con los ojos.

Eché un suspiro pesado y volví a encaminarme a la cocina, iluminada a más no poder. Al entrar, me percaté de una melena rubia ceniza. Rocío me miraba bastante inquieta mientras tomaba una bandeja con un plato ostentoso y un par de bebidas que se notaban caras.

—Ten cuidado con que no se te caiga —advertí al notar el poco balance entre los lados de la bandeja.

Acomodó la bandeja en sus manos y me miró, con una expresión confundida.

—¿Por qué no respondiste mis llamadas?

Porque estaba teniendo sexo con mi novio. Casual.

—Estaba fuera de mi piso —mentí acercándome al mostrador y tomando un plato recién salido de la cocina.

Revisé la hoja de papel sobre la bandeja, comprobando el número de la mesa.

—¿Con esa tormenta? No te creo.

—Vale. No lo creas —insistí antes de retirarme para volver a la sala principal.

Me hice camino a la mesa correspondiente y aceleré un poco el paso. Volví a suspirar al notar quien estaba esperando en la mesa.

—Buenas, Betsabé —saludé de mala gana colocando el plato sobre su mesa.

Acomodó su cabello rubio,

—Qué malos modales tiene la sierva —comentó sonriendo cual rata—. Vuelve a saludar, pero con buen tono —Llevó el vaso a su boca, ensuciando el vidrio con su labial rojo.

Sus ojos verdes se mantuvieron en mí, observándome de pies a cabeza.

Extendí mis comisuras en una sonrisa amable, condescendiente—: Buenos días, señorita. Me presento: soy Katerine, estaré cuidando de usted esta mañana junto a mis colegas. Tenga un buen almorzar.

—Como siempre, tienes menos voluntad que un perro —Sonrió—. Obedeces sin rechistar.

Apreté mis puños, conteniendo mi enojo dentro de mí.

—¿A qué has venido, Betsabé? —murmuré, extrañada porque no esté pegada a Bruno, como suele estar.

—A despedirme de Sam —respondió.

¿Por qué tendría que despedirse?

—¿Eh?

—Para que no se olvide de mí, obvio —Sonrió aún más.

La miré con indiferencia. Sam apenas notaba su existencia.

—Él siempre estará en mi corazón como el único chico que me rechazó —Pasó su índice por su ojo, limpiando una lágrima invisible—. No quiero mudarme a Madrid sin despedirme de alguien que prefirió rechazar un Mercedes Benz antes que estar conmigo —añadió histriónica, llevando ambas manos a su cara.

Su voz aguda me aturdió bastante.

—¿Vale...? —dije— Sólo procura no asustarlo.

—¿Cómo podría hacer eso? —Echó su cabello hacia atrás de un manotazo como un gesto altivo.

Me volteé para continuar mi trabajo, sin embargo, algo que mencionó perturbó mi calma. volví a hacerme hacia ella, dispuesta a aclarar mis dudas.

—¿Por qué te mudarás a Madrid? —inquirí.

—¿Bruno no te dijo? —dijo con su sonrisa— Papi puso la casa en La Fresneda en venta; así que estamos evaluando si podemos conseguir alguna penthouse en Madrid. Los abuelos nos ayudarán a pagarla, ya que estamos reservando dinero para los estudios de mi hermanito.

Sentí un extraño apriete en el estómago. Bruno ni siquiera había mencionado de que su familia ya estaba buscando sitio en Madrid.

—Ya veo.

Volví a dar la vuelta, echando un suspiro.

—Katerine —Me llamó, lo que me hizo parar de caminar—. Despídete bien de Bruno.

Preferí ignorarla. Lo que menos quiero es agobiarme con lo que su hermana dice.

La jornada continuó de manera calma. A diferencia de otros días, Délicatesse no estaba tan ajetreado. Sin embargo, los clientes parecían mucho más groseros que en ocasiones previas, afortunadamente el descanso llegó temprano para una parte de los empleados.

Mi móvil vibró repetidas veces sobre la mesa, haciéndome pegar un brinco. Al desbloquearlo, noté unos cuantos mensajes de Sam.

Exhalé aire como una risa cuando leí el primer mensaje: «Katekatekatekate».

«Sal al callejón de la basura».

«Tengo sed».

«Trae algo para beber».

Llévatelo tú, tonto.

«De preferencia una caja de chocolatada de la máquina expendedora».

«Pagas tú».

Cabrón.

Eché un suspiro pesado y bajé mis piernas de la mesa, tomando una postura más seria sobre la silla. Tecleé una respuesta rápida y guardé el celular en mi chamarra. Cuando alcé mi vista noté los ojos inquietos de Rocío.

—Muchos mensajes, ¿acaso es Bruno? —supuso asimismo se balanceaba en la silla giratoria.

—Sam —aclaré.

Sonrió.

—Parece que te da más atención que tu propio novio —Se burló guardando sus manos en sus bolsillos.

—Ambos muestran su afecto de formas distintas —Me puse de pie—. Posdata: Bruno es más empalagoso, aunque cuando está ebrio se vuelve insoportablemente guarro.

—Agh, qué horror —Sacó su lengua con asco, fingiendo una arcada—. ¿Qué hay de Sam? —Su cara cobró un tono serio.

Me di un tiempo a pensar. ¿Cómo es que Sam expresa su cariño?

Recordé el poema, si bien él afirmó que se trataba de un soborno, realmente Sam expresó cariño mediante sus palabras.

—No lo sé —admití—. Pero creo que Sam simplemente demuestra que le importas con su presencia. Normalmente ignora todo lo que no sea cercano a él, y cuando finalmente consigues relacionarte con él, te da a entender con cada simple gesto o actitud que eres importante.

Rocío entornó sus ojos. abrió su boca para decir algo pero la interrumpí:

—Me tengo que ir.

Busqué la máquina expendedora en el pasillo y le compré a Sam su bendita chocolatada. Salí por la puerta al final del corredor para encontrarme con el gris panorama del espacio trasero del restaurante. Desde ese sitio, se podía sentir como si estuviéramos atrapados entre los edificios, dado que apenas era visible el gris nublado del cielo.

Sam vestía una gabardina negra sobre su uniforme, lo que le iba bien a su piel de tonalidad bronceada. Tenía la mirada perdida en una bolsa de basura, observándola como si hubiera descubierto algún enigma en el plástico negro de la susodicha.

Di unos pequeños toques en su hombro con mi índice, Sam dio un pequeño brinco por eso.

—Exagerado —suspiré.

Le extendí la pequeña caja de chocolatada y la tomó, para luego desenvolver la pajita y echarle un sorbo a la bebida. Era bastante cómico que mientras hacía eso me mirara tan serio.

—De nada —solté al notar que no agradeció.

Me apoyé en la pared helada, tomando sitio junto a él.

—¿Por qué querías hablar aquí? —inquirí mirando el entorno, estaba bastante limpio.

—El depósito es demasiado pequeño, y tampoco quiero que nos encierren otra vez.

Reí al recordar que nos encerraron.

Traté de pensar un tema de conversación y recordé que al final, la noche previa no le había comentado sobre mi abandono de la universidad. Eché un suspiro, en esta ocasión no tenía ganas de hablar de ese tema.

—Sobre el soborno —Sonreí—, ¿a dónde quieres que vayamos juntos?

Alejó la caja de su rostro y me observó, pensativo. Su cabello se había desaliñado y ahora tenía unos cuantos pelos zafándose hacia su frente, rompiendo el orden perfecto de antes.

—El miércoles ocho cumplo dieciocho años —contestó—. Quería pasar el tiempo contigo.

Su declaración me dejó confundida, hasta el punto de obligarme a contener una carcajada. ¿En serio me había «sobornado» para que comparta tiempo con él en su propio cumpleaños?

—No era necesario un «soborno», Sam —Abandoné mi sonrisa—. Es tu cumpleaños y somos amigos, por supuesto que pasaría el tiempo contigo.

Noté un tanto de recelo en su cara.

—Quizás estés incómoda.

—¿Por qué lo estaría? —Alcé mis cejas.

—No estaremos solos —aclaró.

Vaya, eso me decepcionó un poco.

—Estará mi familia —añadió con un rostro hastiado—. Son ruidosos... y molestos.

Ladeé mi cabeza con una sonrisa pequeña.

—Invitarme no fue tu idea, ¿no?

Negó.

—¿De quién? —Volví a preguntar.

—De Lao —Torció su boca—. No quiero obligarte a ir, si te desagrada estar con mi familia no me molesta, puedes no estar.

Me acerqué a él y le di un par de palmadas suaves en la espalda.

—Idiota —dije sonriendo—. Es tu cumpleaños, no es cualquier día. Iré sin importar qué tan ruidosos sean tus parientes, Sam.

Me enseñó una sonrisa de boca cerrada y noté brillo de emoción en sus ojos.

—Estoy un poco nervioso —confesó esquivando el contacto visual—. En mis cumpleaños anteriores nunca dedicamos demasiado dinero, a mi padre ya le era muy difícil cargar con nuestras necesidades básicas —Su mirada plateada se fijó en el cielo nublado, observándolo con un sentimiento apenado—, así que éste es el primer cumpleaños donde haremos una fiesta.

Sentí un sabor amargo al escucharlo.

—Entonces, ¿qué te parece invitar a tus otros amigos? —ofrecí sosteniendo mis ojos sobre él.

Lo mejor sería compartir ese día con más personas, las que sean de su agrado, claro.

Se volteó hacia mí, con una mueca confundida.

—¿Cuáles?

Sentí un extraño pinchazo doloroso en el pecho.

—Ed, Rocío, quizás algún amigo de tu colegio...

—Nah —respondió con un tono que les restaba importancia—. Ed sólo es un tipo agradable, Rocío es una tipa rara con un extraño interés por mí, y bueno, no hay nadie importante del lado del bachiller. Eres la única persona relevante en mi vida en este momento.

Mi pulso se aceleró al oírlo, aunque, en el fondo prefería que la vida de Sam no se cierre a mí. Temía hacer algo mal y lastimarlo demasiado.

Permanecí en silencio, sin romper el contacto visual que parecía desarmarme por la extraña sensación que me proporcionaba, la cual erizaba mi piel y calentaba mis orejas. Me reacomodé en la pared, mirando hacia otro sitio para evadir a Sam, esperando no sentir más vergüenza, pero ésta seguía palpitando en mí.

Recordé que Sam había mencionado que a su padre le era muy difícil cargar con sus necesidades básicas. Imaginaba que con eso me daba a entender que su infancia no fue la mejor en cuanto a lo material.

Observé de reojo y me percaté de la mirada perdida de Sam.

—¿Tu vida ha sido difícil, Sam? —cuestioné al no poder quitarme sus palabras de mi cabeza.

Se mantuvo callado unos instantes, aún con el rostro pensativo de antes.

—No —replicó, convencido—. Creo que otras personas la tienen peor.

—Es cierto —afirmé—, pero no te minimices.

Sus hombros se tensaron.

—No me molesta no haber tenido fiestas de cumpleaños grandes —explicó, sin embargo, esta vez no sonó tan convencido como antes—. Creo que es algo superficial.

Le di un visto de duda.

—Además, sólo es una fiesta —Entrecerró sus ojos—. No es nada importante.

Lo más probable es que Sam diga eso para no sentirse mal, pero que verdaderamente le importe tener una simple fiesta de cumpleaños, como a cualquier persona, claro. Pero, que a pesar de ser simple, nos ayuda a sentirnos como los demás.

No se necesita ningún salón glamuroso, ni un pastel de un repostero reconocido, quizás una simple felicitación de un par de personas nos da la sensación de ser importantes, y de que alguien recordó algo como la fecha de nuestro nacimiento.

Tal vez, hasta ahora para Sam su cumpleaños era un día como todos los demás, sin necesidad de recordarse. Eso explicaría los nervios que él mencionó, ya que, ésta sería la primera vez en la que se festejaría su cumpleaños, cosa que, sería ampliamente ajena a él.

—¿Te estás auto-consolando? —Ladeé mi cabeza con confusión— Lo que lo hace importante —añadí con un murmuro— no es que sea un fiesta grande, sino tu cumpleaños. ¿No te importa tu cumpleaños?

—No me va, ni me viene —contestó encogiendo sus hombros.

Eché un suspiro. Di unos pocos pasos en su dirección y llevé mi mano a su antebrazo, acariciándolo levemente con tal de tranquilizarlo un poco.

Volteó su rostro hacia mí, conectando nuestros ojos al verme.

—Espero que este año cambies de opinión.

Noté un color rosado en sus mejillas

—Si estás conmigo eso es muy posible —Sonrió. 

Capítulo lento, perdón.

ntp igual que en el siguiente voy a ponerle un par de escenas más picantes uvú.

Nadie preguntó porque me tardé, pero sólo voy a comentar que estuve haciendo una wea rica para la historia OwO. Si pudieron ver la story en IG tal vez sabrán un poco de qué va, pero si no es así, quedará el misterio por un tiempo uwu.

Sin más que añadir, me despido de ustedes.

—The Sphinx.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top