25 - Formas de decir «te quiero»
holabuenascómoandan
Disfruten el capítulo, nos vemos en el pie 👀👀
Puedo notar la forma en que Bruno revuelve su comida, comiendo poco, como si no tuviera hambre. En su rostro logro divisar cierto cansancio depositado en su mirar.
—¿Todo bien? —Decidí preguntar, un poco preocupada.
Asintió.
—¿Dónde estabas? —Arremetí.
Sus hombros se tensaron y decidió llevar comida a su boca.
—Si me lo ocultas me preocuparé —aclaré antes de cortar la carne.
Desgraciadamente la comida es un poco difusa, puesto a que ha habido un corte de electricidad, así que la iluminación es escasa y apenas puedo ver bien dónde carajo están mis patatas.
Bruno eleva su rostro, enfrentándome y justo en aquel instante un rayo ilumina todo el cuarto, dándome la posibilidad de ver todo el rostro de mi novio cual película de terror. El sonido del trueno azota con brutalidad tras el rayo, asustando a ambos.
—Fui a La Fresneda —respondió luego de recuperarse del susto—. Higinio dijo que me presentaría cómo sería mi trabajo. Conocí a alguien.
—¿Un colega del trabajo? —Sonreí ante la posibilidad de ver a Bruno conseguir un amigo.
La verdad es que a Bruno se le dificulta confiar en alguien más. Ha tenido malas experiencias en el pasado con amigos y ha desarrollado una personalidad poco amistosa, a pesar de que suele ser alguien sonriente delante de un desconocido.
Aclaró su garganta—: No diría colega, pero es una socia de mi padre.
Una socia.
—Y-ya veo —contesté—. ¿Es agradable?
Puso mala cara.
—Si te digo que sí te miento —afirmó masticando.
Eché un suspiro y luego una risa leve.
—Ya lo dicen los profesores antes de un trabajo grupal: «No elegimos con quién trabajamos» —dije manteniendo mi sonrisa jocosa—. ¿Al menos sirve?
Frunció su ceño.
—¿Servir? —replicó desconcertado.
—No lo decía de mala manera —aclaré con nervios—. Me refería a si colabora o algo así.
—Imagino que sí —Mantuvo la mirada en la ventana—. Pero no me agradan las personas como ella.
—¿Cómo?
—Superficial, irrespetuosa; gente así. Ese tipo de personas que tienen nulo respeto por todos y todo.
Lo observé con un rostro serio, contemplando sus expresiones disgustadas.
—Como Higinio.
—Claro.
Suspiré de forma pesada—: Recuerda que siempre puedes quedarte en Zaragoza, trabajar y estudiar lo que quieres.
Llevé mi mano a la suya, acariciando con mi pulgar su piel levemente humedecida.
—No quiero —replicó cortante, manteniendo su mirada en el infinito—. No quiero quedarme aquí y seguir estando en tu vida, aunque sea como un extra en el escenario.
—Nunca serás un extra.
—Eso lo hace peor.
Torcí mis labios.
—Te amo, Bruno —hablé con total sinceridad, dejándole en claro una vez más cómo eran mis sentimientos.
Aquello pareció tomarlo de sorpresa y reaccionó casi como si hubiera hecho un comentario fuera de lugar.
—Si crees que eso me retendrá, mejor no lo sigas intentando —replicó apretando la mandíbula.
Cuando él se propone a decir algo hiriente, verdaderamente duele. Duele mucho.
—Nope —negué—. No quiero retenerte en Zaragoza, ya hemos hablado que tomaremos caminos diferentes por la salud de ambos, pero ese acuerdo no evita que te siga amando, como un primer amor de verdad, antes sólo eran tonterías —mencioné manteniendo una sonrisa amplia—. No quiero que permanezcas en mi cabeza como el tóxico-hijo de puta, sino como un primer amor que no funcionó. Aunque, bueno, también serás el tóxico-cabrón que tenía fascinación con los vegetales, que odia la primavera porque lo hace estornudar y que llora con películas dramáticas forzadas.
Una sonrisa escurridiza se formó en su rostro, riendo de forma casi silenciosa.
—¿Cómo me recordarás a mí? —pregunté con timidez.
Me observó por el rabillo del ojo, con un semblante afligido.
—¿Como la persona que le daba pereza comer, capaz? —bromeó con una cara seria— Como la chica que detestaba las tazas mal lavadas y se ponía histérica si un tenedor se filtraba con los cuchillos —Sonrió—. Como la chica que puede hacerme reír sin control en una noche de anécdotas estúpidas. Como la chica que tiene el sol en los ojos. Como... la chica que me enamoró.
Su sonrisa me fue contagiada al instante.
—¿Sol en mis ojos? ¿Qué dices? —dije con gracia, llevando mis ojos a la comida que estaba a punto de terminar.
—¿No suena bonito?
—Sí..., pero surrealista.
—Bueno, no muchas metáforas son realistas.
Terminé con el último mordisco a mi ración, depositando mi mirada nuevamente en él.
—Dejemos la charla sentimental —dije.
—Buena idea.
Mantuve mi mirada en Bruno, el cual hacía lo mismo.
—¿Hoy tienes cosas que hacer? —preguntó.
—No, ¿por qué lo dices? —inquirí estrechando el espacio entre mis cejas
Apoyó su rostro en su mano, hincando su codo sobre la mesa. Llevó sus ojos al techo, parecía pensar en algo.
—Para pasar tiempo contigo —respondió en un murmullo.
—¿Eh? —Fruncí aún más mi ceño— Estamos juntos la mayoría del tiempo.
—No me refería a eso.
Me tomé un par de segundos para analizar su oración y descubrir el sentido oculto. Eché un suspiro al percatarme de a qué se refería.
—Me gusta más cuando es espontáneo —Saqué la lengua.
—¿Eso es un no? —Arqueó una ceja, mirándome de reojo.
—Es un «esfuérzate más la próxima vez» —Sonreí de lado.
Entrecerró sus ojos.
—¿Entonces lo haremos?, ¿o no?
—Sólo si tengo ganas —repliqué levantándome de la mesa con mi plato.
En realidad tengo un poco de ganas, sólo que sigo resentida por la última vez. Lo lamento, Bruno, esta vez mi orgullo te gana.
—¿Esto es por lo de la última vez? —Se levantó de la mesa (también con su plato) y me siguió a la cocina.
—Adivinaste.
Echó un suspiro suave.
—Esa vez ni siquiera te toqué tanto, no fue mi culpa que te hayas... «emocionado» —contestó con un poco de desdén.
—Y esta vez ni siquiera te toqué, ni hablé de una forma sugerente —Volteé a verlo con una mueca burlona.
Volvió a suspirar, esta vez agobiado.
Intenté lavar mi plato y cubiertos, pero me fueron arrebatados por él, para ponerlos debajo del agua del grifo y lavarlos.
—Hoy no intentes hacer un movimiento en la cocina —dije, mirando como el agua se iba por la cañería—. Siempre haces eso, ¿es que no tienes un poco de originalidad?
—La casa no es tan grande como para tener originalidad en tantos lugares.
—¿Te estás quejando de mi piso? —Arqueé una ceja.
—No.
—A mí me parece que sí —canté con una sonrisa.
Dejó caer su cabeza hacia atrás, como muestra de cansancio.
Cerró el grifo y me enfrentó.
—¿Entonces? ¿Se te ocurre algo mejor?
Alcé mis cejas, mirando a mi alrededor.
—Creo que... tengo una idea —Sonreí.
No hay electricidad, ni WiFi, ni videojuegos, así que, hay que aprovechar este momento con actividades más... ¿primitivas? Supongo.
Le ofrecí mi mano a Bruno, quien la tomó sin pensarlo demasiado.
—¿En serio tienes que tomarme de la mano? —preguntó con un tono anodino.
—Bueno, hay poca luz. Tú eres el que menos conoce la casa de los dos.
Se tropezó más de una vez con alguna cosa mal posicionada. Qué torpe.
Lo conduje hasta mi cuarto. No pude notar en la oscuridad su expresión completa, pero creo que me miró con la cara más aburrida del mundo.
—¿Tu cuarto?, ¿en serio? —Ladeó su cabeza.
—Mi mejor idea fue eliminar tanteos, ¿por qué no somos directos, mejor? —Sonreí.
Di unos pocos pasos hacia él, enlazando mis brazos en su cuello para besarlo. Lentamente, procedí a que camine hacia delante, asimismo yo retrocedía. Con un empuje ligeramente fuerte nos derribé a la cama, dejándolo a él sobre mí.
Encerré su cadera con mis piernas, impidiéndole huir.
—No me gusta mucho esta posición —respondió él separándose del beso.
—¿Por qué no piensas en otra? Ya que tanto te molesta —pronuncié con tintes de sorna.
—¿En serio no se te ocurre nada a ti? Eres tú la que tiene la trilogía de Cincuenta Sombras.
Solté un jadeo de sorpresa, alzando mis cejas y abriendo mis ojos desmesuradamente.
—¿Cómo sabes que...?
—Kat, no nací ayer.
Deshice mi aproximación a él, acomodándome en la cama para mirarlo a los ojos.
—¡Pero si la escondí bien!
—Literalmente la pusiste en un hueco vacío de tu librería.
—Vaya, tienes razón.
—Aún así, ¿por qué la escondes? Vives sola.
—¿Y por qué tú ves porno en modo incógnito? —pregunté— Es una pregunta parecida.
—Yo no veo porno.
Miré a Bruno con duda.
—Mejor dejemos este tema —respondí con un suspiro.
—Okay.
Se detuvo a mirarme a los ojos, detallando todo mi semblante, como si buscara algún rincón sin descubrir. Una vez más, se aproximó a mi rostro y chocó sus labios con los míos, en esta ocasión con más violencia y posesividad, haciendo que las piernas me temblaran.
Sus manos recorrían mi cintura y caderas, comprobando mi contorno y adaptando sus movimientos a él.
Abrí mis ojos para percatarme de que él también me observaba con un destello que podía contemplar a pesar de la penumbra. Su tacto me enloquecía, sumada su profunda mirada, la cual permanecía analizando todo de mí.
La cara de Bruno bajó a mi cuello, estirando del límite de mi ropa para probarme.
—No dejes marcas —exigí llevando mi mano a su cabello, sintiendo la suavidad de su pelo entre mis dedos.
Quitó su boca de mi piel y su aliento chocó contra la humedad en mi cuello.
—¿Por qué no? —inquirió, para luego marcar un camino en mi cuello con la punta de su lengua.
—No puedo ir al trabajo con un hematoma en el cuello, tonto.
Echó una risa pequeña y volvió a besar mi cuello con más intensidad. Sentí la presencia de su mano derecha apretando mi trasero, mientras su izquierda hacía lo mismo en mi pecho. Esas fueron tres cosas que me sacaron más de un jadeo.
Bruno se separó de mí, llevando sus manos a su camiseta y quitándosela por su cabeza. Me di tiempo para contemplar su abdomen ejercitado, sumado de toda la composición de su torso en esa misma condición. Ignoré sus cicatrices, que lentamente se hacían menos perceptibles. Sentí su musculatura con mis manos, recorriendo su abdomen y casi rozando su pelvis.
—No te adentres en esos terrenos, Kat —regañó con una sonrisa juguetona.
—¿Por qué no? —imité su anterior frase.
Él se acercó a mí dispuesto a besarme pero hubo un sonido que nos interrumpió a ambos: una llamada.
Llevé mi mano derecha a mi bolsillo delantero del pantalón, tomando mi celular en el acto.
—Te dije que no deberíamos haber comprado datos —mascullé rechazando la llamada de Rocío.
—No pasa nada, Kat, sólo es una llamada —murmuró contra mi cuello, rozando la punta de su nariz contra él—. Además, teniendo datos o no, de todas formas recibirás llamadas.
Dejé el móvil a un costado, concentrándome nuevamente en Bruno. Noté su repentino descenso por mi cuerpo y sonreí incómoda.
—¿No quieres hacer algo antes de eso? —pregunté observando cómo me bajaba los pantalones con suavidad, acercando su rostro a mi pelvis y dejando que su respiración choque contra mi intimidad humedecida.
—Si te desagrada hacerlo tan temprano, dime.
Negué con mi cabeza y sentí un dedo de Bruno punzarme sobre la ropa interior, formando movimientos precavidos. Mordí mi labio inferior ansiosa por que me quite mis bragas, sin embargo... otra llamada... de Rocío.
—¿Atiendo? —cuestionó mirando la pantalla encendida.
—No, deja que suene.
Continuó acariciando mi clítoris lentamente, como si me probara. Sería muy agradable si no sonara un timbre horrible de celular.
Hasta que, finalmente, terminó.
Eché un suspiro de alivio, Bruno también. Sin esperar demasiado, dejó mi intimidad expuesta al liberarme de mi ropa interior, permitiéndome sentir su tacto sobre mi carne y arrancándome un quejido placentero por la abrasadora sensación. Me percaté de la creciente proximidad de su rostro a mi centro, y cerré los ojos fuertemente esperando una sensación. Nuevamente, el móvil volvió a sonar.
Qué truño.
Bruno echó un bufido—: Lo siento, no puedo concentrarme.
Se alejó de mí y se sentó al borde de la cama, descansando sus codos en el colchón.
Tomé el celular y negué la llamada, procediendo a apagarlo. Miré a Bruno con una expresión aburrida, él también parecía disgustado.
—¿Quieres seguir o... lo dejamos aquí? —inquirí lanzando el celular al sofá enfrente de mi cama, para voltearme y ver a Bruno, casi recostado.
—Ya se me bajó —respondió encogiendo sus hombros, restando importancia.
Me acerqué a él, subiéndome a la cama y acorralando a Bruno en la misma, para sentarme a horcajadas sobre su abdomen.
—Bueno, veamos si podemos arreglar eso —comenté antes ir a atacar su boca.
Gruñí contra él cuando apretó mis glúteos desnudos con sus manos. Atrevido.
* * *
Observé a Bruno dormir en silencio, notando su cabello hecho un desastre y percatándome de que descansaba con un semblante pacífico envidiable.
Me descubrí de las mantas y me senté en el borde de la cama, optando por vestirme.
—¿Te vas? —preguntó.
—Creí que seguías dormido —comenté mirándolo por arriba del hombro, sonriendo.
—Responde la pregunta, Kat.
—Sí, me voy, Bruno. Tengo que hacer unas cosas ahora que ha vuelto la electricidad.
Noté su rostro apenado.
—No pongas esa cara, no es el fin del mundo —insistí.
—Planeaba que pasemos el día durmiendo.
Eché un suspiro mientras volvía a colocar mi sujetador.
—¿Sin hacer nada? No, gracias; esa información sobre carreras no se buscará sola.
—¿Sobre carreras? Kat, ¿no se supone que estás estudiando Derecho?
Torcí mi mandíbula, incómoda.
—La dejé.
—¡¿La dejaste?! —exclamó estupefacto.
No esperaba esa reacción suya. Era como si se preocupara.
—Sí. Es un poco... difícil, no puedo trabajar y estudiar Derecho simultáneamente. Además no me gusta —Reí un poco, asimismo me vestía con mi camiseta.
—¿Por qué no estudias algo que te guste, y en lo que seas buena?
Apreté mis labios. ¿Algo en lo que sea buena? Creo que mi utilidad es igual a la de una patata, para todos los ámbitos, sin excepción.
—No creo ser buena en algo.
Volteé a ver su reacción y noté su disconformidad.
—¿Qué te parece algo relacionado a la música? —preguntó— Cuando eras adolescente te gustaba cantar.
—¿Hablas en serio? No creo que pueda obtener una ganancia estable siendo música.
—¿Por qué no? Puedes ser productora, suelen ganar bien. O quizás... puedes asistir a un curso de canto, podrías formar algún grupo, tocar en bares, etcétera. No tienes porqué irte a lo complicado —Se sentó sobre la cama y me miró con una sonrisa emocionada.
—Eres muy optimista.
—Los dos sabemos que no.
Me deslicé por la cama, acercándome a Bruno y acaricié su mejilla suave.
—¿Por qué te empeñas en aconsejarme? Pronto ni me verás —susurré mientras chocaba mi nariz con la suya, como un beso esquimal.
—Porque tú puedes elegir. Tienes que elegir.
Cerré mis ojos, suspirando.
—Tú también podrías haber elegido... pero escogiste el camino fácil.
—No creo que sea el camino fácil —murmuró—. Pero sí el más fiable.
Me alejé de Bruno, dejando mi mirada en la ventana.
—Ha dejado de llover —comenté, inhalando el aroma que provenía del exterior—. Qué buen olor —Sonreí.
Apretó sus labios en un gesto de incomodidad y volvió a acurrucarse en la cama, dejándome claro de que no estaba abierto para hablar.
Salí de mi habitación y busqué mi portátil sobre mi estantería.
Luego de hacer unas cuantas búsquedas, simplemente me incliné en la silla, estirándome repleta de pereza. Me agrada la idea de encontrar la profesión que se ajuste a mí, pero en estos instantes desconozco de qué puedo ser capaz. Actualmente, mi trabajo a medio tiempo no me agrada del todo, pero ya lo he asumido como «parte de la realidad».
Cuando estaba en secundaria y bachiller, creía que a los dieciocho años tendría en claro qué quiero en la vida, de esa manera elegiría una carrera perfecta para mí. Me esforzaría en aprobar todos lo exámenes de la universidad, recibiría apoyo económico de mis padres para mi renta y necesidades, conseguiría mi título luego de años de arduo estudio y trabajaría para comprar una casa y formar mi familia allí, en ese momento, imaginaba a Bruno como próximo cónyuge, y como padre de mis hijos. Lo cierto, es que no poseo nada de lo que una vez planeé. Ni la carrera perfecta, ni el esfuerzo, ni el apoyo económico, ni título, ni mucho menos a Bruno como una pareja para toda la vida.
¿Y si mi destino es trabajar en un empleo que yo no disfrute? Quizás lo sea.
Enredé mi cabello en mis dedos. Menudo follón.
Encendí mi celular y me abrumó la cantidad de notificaciones del grupo de Délicatesse que tenía. Menos mal que Sam no está allí, sino dejaría mensajes de hate por todas las gilipolleces que hablan en el grupo.
Noté que tenía algunos mensajes de Rocío, referentes a lo de hoy en el depósito. La desgraciada había organizado con Eduardo cerrar con seguro ambas puertas que dirigen al depósito. Quizás el último idiota ni siquiera le cuestionó para qué cerrar las puertas tan temprano.
Luego de revisar un poco noté un mensaje de Samuel:
«Hey. Sal a medianoche al balcón. Me aburro».
Vaya, eso fue un poco tosco, pero sincero.
«¿Acaso soy tu payaso?» contesté.
No hubo respuesta. Sam siempre me deja en visto.
Aparté el móvil de mi vista y eché un suspiro.
Comencé a limpiar mis uñas las unas con las otras, simplemente divagando. Lo que Bruno decía es verdad; me gusta cantar. Normalmente mis tareas de casa eran tan repetitivas que terminaba cantando alguna canción tonta que se volviera tendencia. Me gusta oír a las personas tocar instrumentos o cantar, no lo niego, pero no sé nada de música. No sé ni siquiera cómo usar un instrumento, tampoco sé cuál es nombre de los efectos que puedo lograr con la voz. Definitivamente sería un truño en la música.
Esperé a medianoche pacientemente, creyendo que quizás si hablaba abiertamente con Sam de la incertidumbre de mi futuro. No es un tema divertido, pero quizás él podría darme otro punto de vista de eso.
Bruno estaba leyendo un libro en el comedor, concretamente uno con una portada de aires un tanto clasistas. No le cuestioné acerca del contenido de éste.
Revisé la hora en el reloj colgado en la pared: 23:44. No tenía nada que hacer, así que preferí dirigirme al balcón sin muchos rodeos. Se sentía como si me estuviera moviendo sigilosamente en mi propio piso.
Sentí el frío viento nocturno golpear mi cuerpo, y con más razón, era primavera; una estación llena de viento. Me acomodé al borde del barandal, sin sufrir vértigo al ver la gran altura a la que estaba. Desde allí, todo se veía diminuto, cuales hormigas.
—¿Querías verme o qué? —Escuché la voz juguetona de Sam— Viniste temprano —Sonrió.
Busqué la hora en mi móvil: aún faltaban unos cuantos minutos para las doce.
—Por mi parte, estaba aburrida. ¿Qué me dices de ti? Faltan más de diez minutos para las doce.
Noté un poco de incomodidad en su gesto.
Arrugué mi nariz al percatarme de que su vestimenta estaba más cuidada que veces anteriores que habíamos decidido vernos. Su cabello estaba meticulosamente peinado.
—¿Vienes de una cita? —interrogué, confundida— Estás arreglado.
Soltó un bufido.
—Estoy vestido como todos los días.
—Uh-huh... —murmuré sin estar convencida.
Divisé una hoja que sostenía en su mano, parecía un tanto nervioso leyéndola, como si corroborara todo de ella.
—¿Qué traes entre manos, Samu? —Observé de reojo al pelinegro, inmerso en leer.
Chasqueó la lengua, indeciso.
—Quería pedirte una opinión —confesó, extendiendo la hoja hacia a mí desde el borde su balcón.
Caminé hacia el lado de la barandilla que direccionaba a él. Contemplé la distancia entre ambos. No sería posible que pueda alcanzar la hoja.
—Sam, no puedo llegar. ¿Qué tal si me lo mandas por un WhatsApp o...?
—No —insistió—. Me da pereza reescribirlo en digital —comentó con total seriedad.
Entorné mis ojos.
—¿Esa es tu excusa?
—Confirmo.
Eché un suspiro pesado, un poco irritada.
—Bueno, busca una forma de que me llegue, sino, jódete —declaré con un tono serio.
Se encogió de hombros y entró a su departamento nuevamente, dejándome como piedra. ¿Se estaba rindiendo?
—¡¡Lao!! —Llegué a oír que Sam gritó— ¡¿Dónde está la escoba?!
—¡En el baño, al lado de la ducha! —Se escuchó más tenue.
—¡Vale, gracias!
¿Qué planea hacer?
A los pocos minutos llegó con un palo de escoba, en uno de sus extremos tenía el papel pegado con cinta.
Me eché a reír, ¡¿es en serio?!
—Sam, antes de conocerte pensé que eras más maduro.
—No soy inmaduro —comentó, tomando la escoba con sus manos para extenderla hacia mí—. Sólo soy práctico.
—Te doy la razón en eso —Sonreí, estirando mi brazo derecho para llegar al palo de escoba.
Amplié mi sonrisa al palpar la madera con mi mano y arrebaté el palo de Sam. Desprendí la cinta del palo con cuidado, procurando no romper la hoja de Sam.
Sentí un poco de calidez al notar que había usado una hoja de colegio.
—¿Qué es? —pregunté repasando el título: «Acmé».
Me confundí un poco por la palabra. ¿Habrá querido decir «acné»?
—Una canción, bueno, aunque así escrito es un poema básicamente —respondió un tanto nervioso.
—¿Qué significa «acmé»?
—Sabía que era eso lo primero que preguntarías.
Levanté mi vista del escrito y me percaté de su sonrisa tímida.
—Es la fase más intensa de una enfermedad —Definió.
Alcé mis cejas, sorprendida.
—¿De dónde la sacaste?
—Internet.
Exploré las líneas del poema, mordiendo mi labio ante la curiosidad que crecía en mi interior.
«Estoy encerrado en la cabina de mi cabeza.
Sumido en huecas, huecas ideas que me hacen sentir la marea.
La marea que me ahoga violentamente, sin delicadeza.
Permíteme huir una vez más a tu mundo sinsentido,
Capaz que arrancarme la poca cordura que me queda
Y que me otorga esa felicidad tan buscada.
Déjame huir de mi realidad y sentir tu locura.
Contagiémonos todo lo que podamos,
Lléname de ti y yo te llenaré de mí.
Quizás de esa forma logremos
Abandonar nuestra amargura».
Levanté mi vista de las líneas y miré con una sonrisa a Sam, que se notaba cohibido al verme leer.
—E-eres bueno —alagué, nerviosa—. Me gustaría escuchar todo esto con ritmo, ¡sonaría muy bien acompañado de tu guitarra! —Nuevamente eché un vistazo a su escrito— Cuando estaba en secundaria escribía bastante mal, ni siquiera usaba metáforas, y si usaba una sería muy estúpida, pero creo que las tuya suenan bonitas, no se me podrían ocurrir.
Mantuvo una cara seria y me sentí un tanto avergonzada. ¿Había dicho algo mal?
indecisa, y un tanto nerviosa, volví a pegar el papel a la punta del palo de escoba y lo extendí hacia la ubicación de Sam, sin embargo, él no hizo esfuerzo por cogerlo.
—¿No lo tomarás? —pregunté, haciendo cada vez menos esfuerzo por hacerle llegar el objeto— Es tuyo, tómalo.
El viento azotó contra nosotros y noté una extraña sensación al divisar sus ojos, insondables, analíticos e infinitos. Su cabello revoloteó en el viento, sin embargo su expresión ni se inmutó.
Luego de unos instantes de nerviosismo para mí, él relajo su anatomía y suspiró, resignado.
—¿Todavía no te das cuenta? —murmuró, un poco molesto.
Dejé de intentar alcanzarle el poema y dejé la escoba en la pared, volviendo a arrebatar la hoja de la susodicha. La mantuve cuidadosamente en mi mano, tratando de descifrar a Sam, que se mantenía callado y con una expresión de decepción.
—Kate —pronunció mi nombre con su voz suave y pacífica—. No es mío, es tuyo, tonta —dijo con una expresión jocosa—. Quería hacer algo para ti, pero no sé específicamente qué cosas te gustan.
Caí en cuenta de cómo era toda la situación y me sentí bastante idiota. Claro, un regalo, era obvio, ¿o no?
A pesar de la distancia entre Sam y yo, un estímulo de cercanía hormigueaba en todo mi cuerpo, especialmente al volver a revisar su regalo. Me percaté que era imposible que eso sea un borrador, tenía una letra muy prolija y sin ningún rayón o flecha que señalaría una idea, estaba completamente limpio y por la decoración en el título podía deducir de que ese poema estaba reescrito. Qué boba había sido.
—Ya veo..., un regalo —Sonreí, emocionada, con el ritmo de mis latidos acelerándose y con una sensación extraña que me recorría. Estaba eufórica, como si un gran suceso hubiera ocurrido—. Es muy lindo de tu parte, ¡me encanta! Aunque no tenías que molestarte.
—Yo no le llamaría así —dictó secamente.
—¿Cómo? —Arrugué mi nariz— ¿A qué te refieres?
—No le llamaría regalo.
—¿Cómo le llamarías, si no?
Pareció divagar un poco. Estaría definiendo en su cabeza lo que acababa de hacer, quizás.
—Soborno —contestó con naturalidad—. Porque quiero que me hagas un favor.
¿Eh?
Mi mente se puso en blanco. ¿Soborno?
Solté unas cuantas carcajadas, creyendo que sería una broma.
—¿Favor?, ¿por qué? ¿Robaste, mataste? —bromeé con una sonrisa.
Mi expresión risueña le fue contagiada.
—No —Rio—. ¿Por qué tienes esas ideas? —Su risa genuina me generó calidez en el corazón. El rostro de Sam se ve completamente distinto cuando ríe, parece brillar, aunque sea de noche y esté oscuro.
Puso sus manos en los bolsillos y tarareó, mirando la luna que esta noche lucía gigantesca y aparentaba brillar por sí sola. Mantuvo una sonrisa y noté que me espió por el rabillo del ojo.
—Para que me acompañes a un sitio —pronunció, en voz baja, como si fuera un secreto. Luego de aquello, se rió con vergüenza en sus mejillas.
—Mhm, ¿me estás invitando a una cita, travieso? —Me burlé.
Creí que reaccionaría mal, pero sólo sonrió más.
—Puede que no, puede que sí —Se volteó en dirección a su piso, abriendo la puerta—. No te hagas ilusiones —Me sacó la lengua—. Bonne nuit.
No me dio tiempo para despedirme, ya que desapareció por la puerta, dejándome sola en el frío. Volví a mirar a la calle, apoyándome en el barandal, esta vez con una sonrisa que quizás se podría oír con lo grande que era.
¿Qué planearía Sam? De todas formas, mejor ni me hago esperanzas, probablemente me dolería si llego a decepcionarme.
Fue un poco raro escribir el poema de Sam, para que después mi propio personaje lo halague. No sé, me sentí rara xD
Volví a cortar una escena del ñiqui-ñiqui porque siento que estaría un poco sobrando. En caso de que les haya molestado, y que tenían ganas de esa escena 18+ me lo comunican, chikistrikis B).
Fin del comunicado, besitos a todos, wapos.
—The Sphinx.
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