22 - La confesión


brunocornudo

remember that atención a este capítulo = actualización rápida.

Estaba helada, quieta en mi sitio, tratando de descifrar en qué tono hablaba. Sam era impredecible, sin embargo, esta vez no esperé para nada una respuesta así.
A ver, tampoco debía hacerme mucha ilusión. ¡Era Sam! Quizás una de las personas menos hábiles en comunicación del mundo. Quizás lo decía en broma, ¡o en otro sentido!

Me percaté de que Sam no bromeaba, ni lo decía en otro sentido cuando contemplé su expresión circunspecta, esperando una respuesta.

—D-debo irme —dije separándome de él.

Me detuvo con un agarre en mi muñeca y volteé para verlo, pero me soltó inmediatamente, quizás dándose cuenta de que había dicho.

—¡K-Kate! No quise decir eso —aclaró antes que yo cruce la salida de aquel pasillo.

Detuve mi andar y me giré, viendo su expresión arrepentida y cómo maltrataba su cabello con su mano al estar nervioso.

—Tranquilo, sólo iré a tomar aire.

En realidad no iría a tomar aire, sólo era una excusa. Salí del sitio con un paso apresurado y me encontré con Bruno a los pocos pasos, quien, al notarme corrió hacia mí con un semblante consternado.

—Carajo, Kat, me asustaste —dijo al abrazarme con fuerza—. No vuelvas a ir sola por este sitio, te podría pasar algo entre tantas personas y yo no me daría cuenta.

Extendí mis comisuras, pero no fue una sonrisa.

—Lo siento, tuve un contratiempo.

Relajó su cuerpo y se separó de mí, tomando mi mano y guiándome nuevamente al sector donde yacíamos previamente.

—¿Pudiste... disculparte? —interrogó por lo bajo, apenas pude oírlo por la música.

Ay, Bruno, ni te imaginas.

—Sí, me tardé un poco porque Sam se sentía mal.

Recordé el día en que Sam terminó borracho en mi casa. Aún no tenía la confianza suficiente en él, así que me había sentido obligada a dejarlo quedarse. Recordé su rostro y cabello desordenado, su voz lenta y baja, junto con sus palabras:

«Quería verte».

Detuve mis pensamientos y miré a Bruno, quien me observaba minuciosamente.

Me alcanzó un poco de bebida y me la lleve a la boca, sintiendo el ardor de mi garganta y el sabor amargo.

—¡Agh! ¡Esto está ultra caliente!

Fingí una arcada. Sí que se había calentado el condenado alcohol.

—Anda, no exageres —habló Bruno, arrebatándome el vaso de mis manos y dando una probada—. Tienes razón, sabe horrible.

Deslizó por la mesa su vaso. Hice una cara estreñida apenas probé la esencia.

—¿A qué viene esa cara? —interrogó, aún asqueado por el sabor amargo.

—Está un poco fuerte.

Si bien intentaba mantenerme tranquila, la voz de Sam continuaba zumbando en mi cabeza como una maldita mosca en la noche al intentar dormir.

Estaba ampliamente difusa, intentando descifrar qué causó que Sam profesara tales palabras. ¿Fue el impulso, o fue real?

¿Yo le gusto a Sam? ¿Desde cuándo? ¿Qué tanto?

¿Qué le respondería?

Siendo sincera, al conocer a Sam me provocaba cierta atracción sexual debido a su físico, pero ahora que lo conocía a fondo, aquel sentimiento de calentura se marchó con el paso del tiempo.

¿Qué quedaba, entonces?

Los sentimientos que tenía por Sam eran extraños, no tenían una definición clara. No podría decir que era un enamoramiento, puesto a que mis emociones se hallaban tan mezcladas lo que me volvía incapaz de saber qué sucedía dentro de mi corazón.

¿Lo quería?

Imaginaba que sí, bueno, es un hecho. Quiero a Sam, le tengo cariño ya que es alguien especial para mí.

Pero veía tan lejano enamorarme de él. Levanté mi mirada y me percaté de ello: es Bruno quien está a mi lado, sin embargo, Sam no abandona mi cabeza.

Si antes me sentía mal por abandonar a Bruno, ahora me rodeaba una sensación extraña. ¿Qué era?

—¿Todo bien? —cuestionó Bruno, llevando su mano a la mía.

Sí, sólo pienso en otro. Con permiso.

—Sí, sólo estoy un poco... distraída.

Mi razón pareció convencerle.

—Bueno, eso es obvio —dijo—. ¿Hay algo a que le des vueltas?

—Nada en específico.

Afiné mi oído y noté una melodía peculiar. Every Breath you Take de The Police. No es una canción particularmente romántica, pero sí lenta.

—¿Quieres bailar? —ofreció Bruno, notando mi repentino interés.

Dudé por un segundo, sin embargo, asentí.

Me condujo de la mano hasta la multitud, con una sonrisa cálida y gentil.

Llevó mis manos a mi cintura y yo a su cuello, sintiendo su calor. Nuestros cuerpos estaban juntos y nuestros pies se separaban con un vaivén rítmico. Advertía de las parejas que también bailaban cerca de nosotros con una posición similar o idéntica.
Mi rostro se condujo al espacio entre su cuello y su hombro, cerrando mis ojos y sintiendo su aroma con suma nitidez en mi nariz. Era un olor oscuro, aún así dulce. Se sentía fresco como el de la lluvia.

Un vacío se formó en mi estómago. No podía concentrarme en la calidez de Bruno ni en su tacto, mi cabeza estaba en otro sitio, muy lejano y quizá inmaterial.

Lentamente abrí mis párpados, hallándome con una aterradora figura: Sam.
Era la persona que menos quería ver en este instante, pero aún así, su presencia me atormentaba cual fantasma. Afortunadamente, sus ojos estaban en otro sitio, por lo que evadí el contacto visual esperando que así me notara menos entre el gentío.
Hasta que nuestras miradas chocaron como dos relámpagos.

Sam era una afilada daga, no debías permitir que se te acerque, de lo contrario, se clavaría en ti; haciendo que la sangre fluya. Su efecto era inmediato, sin excepciones. Una sola mirada podría causar un auténtico desangrado, que te alteraría cual enorme ola.

Escondí mi cara de él, asustada por distraerme, posicionándome de forma estratégica en la clavícula de Bruno, acción que al susodicho le alertó.

—¿Quieres parar? Ya casi termina —aclaró.

Asentí. Si me alejaba del centro de atención: la pista, quizás podría evadir a Sam. Ya tenía suficiente con que su declaración me nublara la mente, menos quería que fueran sus ojos insondables me penetraran.

Bruno echó un suspiro ligero y se separó de mí, encarándome al colocar sus manos sobre mis hombros.

Ladeó su cabeza con una mueca rara.

Abrió su boca para hablar pero la cerró de repente.

—¿Qué? —dije.

—No, nada, olvídalo.

Se encaminó sin tomarme de la mano hacia la barra. Inmediatamente lo seguí, tomando sitio en el asiento libre a su lado.

Ordenó un unas bebidas, eligiendo por mí, aún así, no me molestó, puesto a que Bruno conoce mis gustos en cuanto al alcohol.

Me miró de reojo y frunció su ceño, para luego voltearse y comenzar a tocar mi cabello de forma meticulosa.

—Qué despeinada estás.

—Característico mío; creo.

Alejó sus manos de mi melena y me dirigió una sonrisa suave.



***


Eché un bostezo y estiré mis brazos, sentándome sobre la cama. Miré a Bruno, que parecía tener una batalla con tal de abrir sus ojos. Las mantas estaban hechas un desastre, y se lograba distinguir todo el cuerpo casi enteramente descubierto del castaño.

Me percaté de sus cicatrices y marcas en el cuerpo, huellas de su enfermedad.

—Qué manía le tienes a dormir casi en bolas, Bru —Le regañé.

Él se encogió de hombros y me sonrió.

—Lo siento, así es más cómodo—soltó sin ningún tono de disculpa, sino uno de arrogancia.

Por mi parte, me levanté de la cama colocándome mis pantalones, que estaban derribados al final de la cama. Acomodé mi camiseta y entré al baño a lavarme los dientes, al poco tiempo, Bruno hizo lo mismo. Seguía semidesnudo.

Observé su torso indiscriminadamente a través del espejo. Malditos futbolistas retirados y su cuerpo majestuoso.

—Deja de mirarme así, guarra.

—Son las consecuencias de estar bueno.

—¿Eso te da derecho a mirar así? —preguntó con un tono juguetón.

—Supongo.

Terminó de lavarse los dientes y escupió. Hice lo mismo poco después. Se giró a mí y me sonrió ampliamente.

—¿Qué tal si comprobamos qué tan mentolada es esta pasta?

Ay, Bruno, estás perdiendo tu toque para flirtear. ¿qué coño fue esa frase?

Me encogí de hombros, sonriendo, casi dando un sí.

Llevó una mano detrás de mi nuca y otra a mi cintura, tomando un tiempo para mirarme desde tal cercanía para luego unir nuestro labios. Sin avisar, llevó su mano por debajo de mi playera, acariciando la zona de mis costillas, dándome un ligero escalofrío por la calidez de sus manos grandes y delgadas.

Mordió mi labio inferior y profundizó el beso, dejándome sentir todavía más el fresco aliento de su boca. Continuó con sus lentos movimientos hasta que el aire pasó a ser necesidad.

—¿Qué tal? —Jadeó contra mi boca.

—No está mal.

Sonrió de forma pequeña, satisfecho.

Quitó su mano de mi torso y se alejó—: Me gustaría quedarme un rato más pero tengo asuntos que atender, ¿te molesta?

Negué con la cabeza. Después de soportarlo borracho anoche, prefería estar un rato sola. En serio, ¿por qué Bruno no para de hablar cuando está ebrio?

Luego de desayunar se fue con su vestimenta de anoche a quién sabrá dónde. Bruno tenía la mala costumbre de irse sin avisar a donde iría, sin embargo, no me importaba demasiado mientras no tarde días en volver.

Miré la pared de la ducha por una última vez y cerré el grifo. Pensé que una ducha de agua fría me despejaría la cabeza, pero continuaba sumergida en la incertidumbre.

Asimismo me vestía consideraba los distintos escenarios al dirigirme ahí. Sería un encuentro incómodo, pero Sam ya me lo había dejado claro: junto a él no tengo permitido mentir. Sería horrible para él si ignorara sus sentimientos y le dejara sin respuesta. No quiero lastimar a Sam.

Acabé con atar mis cordones de mis borcegos. Me retiré de mi habitación y posteriormente de mi piso.

Camino hacia un lado, volviendo a enfrentar esa puerta. Esa maldita puerta con rasguños pero tan brillante.

Me incliné hacia la misma, golpeando con una fuerza medida. Llevé mis manos a mi espalda y las uní ahí, aguardando. Al poco tiempo escuché unos pasos rápidos.

Fue Sam quien abrió la puerta. Con su cabello pegado a su cabeza y con humedad en su rostro y una cara de culo enorme.

Estaba en toalla. ¿Pero saben qué? Podría decir que se veía bien buenorro sólo vestido con toalla pero no era así, por lo que, en cambio, solté una carcajada.

—¿Por qué estás así? —pregunté riendo.

Tenía un gorro de color pastel en su cabeza, no tengo ni la más mínima idea porqué. Mientras que la toalla no estaba rodeando su entrepierna, sino todo su cuerpo, lo que le daba una figura un tanto graciosa.

—Me estaba bañando, ¿no es obvio? —cuestionó un tanto aludido.

—Creía que los hombres os vestíais de otra manera luego de bañaros.

Se sonrojó un poco de vergüenza, aunque ocultó su rubor con su mano.

—¿Puedo pasar? —Di un paso hacia él, pero Sam retrocedió.

—Adelante.

Desapareció por la puerta del baño y yo me acomodé en su sofá.

La casa lucía más limpia que la última vez que yo vine, salvo por unas cuantas partituras que continuaban merodeando por el cuarto. Me llamó la atención una hoja en el sillón. Era la letra de una canción escrita con bolígrafo, sin embargo, prefería no mirar demasiado ya que quizás podría ser algo privado.

Sam salió secándose el pelo, admito que su cabello negruzco mojado se ve bastante bonito, dándole ligeros aires tiernos.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó acercándose a la cocina— Tengo café, té...; no sé qué prefieres.

—Prefiero té, gracias —Sonreí.

Esperé un rato más hasta que llegó con dos tazas. Me estiré para tomar la mía y él tomó lugar a mi lado, en el sofá, para luego colocar una panera en la mesa del café. Lo observé de reojo y me percaté de su mirada perdida. Sus ojos platino fundían un punto aleatorio en el suelo.

—¿Cómo estás? —inquirí en voz baja.

—Con dolor de cabeza —replicó.

—¿Fuerte?

—He soportado peores —Me miró—. ¿Cómo pasaste tu fiesta de sábado?

Sentí mi armadura desarmarse al verlo a los ojos, sin embargo aparté mi mirada sin rechistar.

Pero, ¿en serio me pregunta eso? ¡Anoche te me confesaste, idiota!

Llevó un trozo de pan a su boca, tomado de la panera en la mesa.

—Bueno, fue normal, salvo por..., ya sabes... tu confesión.

Comenzó a toser violentamente y dejó su taza en la mesa. Finalmente logró tragar el pan luego de ahogarse.

—¿Estás bie...?

—¡¿Qué confesión?! —bramó sumamente confundido mirándome con un rostro incrédulo y escandalizado.

—¡¿No te acuerdas?! —exclamé con el mismo tono.

Se llevó las manos a la cara, estiró sus párpados inferiores con la punta de sus dedos, sin poder creerlo.

De golpe su cara se puso roja, y la cubrió con ambas manos. Soltó un chillido gracioso, parecía desesperado.

—¿Qué fue lo que dije? —Se entendió a duras penas su voz ya que sus palmas bloqueaban su boca.

—Primero dijiste que siempre me veo linda... —repliqué igual de roja, aumentando sus quejidos bajos de sufrimiento—... luego te enojaste conmigo por reír y dijiste que odias mi risa porque te hace sentir bien.

—¡Pero si tu risa suena horrible! —protestó quitando sus manos de su cara, dejándome ver su vergüenza que aumentaba en picada.

—Bueno, también dijiste eso.

—Soy un idiota —Apoyó sus codos en sus muslos y volvió a tapar su cara.

—Y también dijiste que te gustaba mi risa... y que yo también.

Se hundió más en su pena.

Dios, Sam se lo ha tomado peor que yo.

—¿Por qué te pones así? —pregunté y acaricié ligeramente su espalda, temerosa por su reacción.

Suspiró, abatido.

—Se suponía que tendría que decirlo mucho después.

Ah, entonces lo tenía planeado. Sólo que arruinó sus propios planes.

—¿Entonces es verdad? —inquirí, frunciendo mis cejas— Que te gusto.

—¿Y tú que piensas, tonta?

Elevó su rostro, mirándome molesto y avergonzado. Lo que, hizo que mi corazón se detenga. Tragué saliva y alejé mi mano de Sam, intentando contener mis latidos tan fuertes que quizás él podría oír.

—Bueno, ignora mis sentimien...

—¡Idiota! No puedes hacer eso —Le interrumpí enojada.

—¿Y qué?, ¿qué harás? ¿Los rechazarás, los aceptarás? Lo único que puedes hacer es ignorarlo —replicó con una voz apagada, hablando de una manera realista.

No lo voy a negar, Sam tiene razón.

Eché un suspiro y dediqué mi mirada a la suya. Parecía confundido al igual que afligido. No comprendía su pena y sorpresa. Aunque, quizás, en la cabeza de Sam su confesión fue un error muy grave.

—Sam, no estoy enamorada de ti.

—Lo sé.

Echó un suspiro ligero.

—Yo tampoco —añadió—, sólo... me gustas y no puedo evitarlo. Lo siento.

Lo miré escandalizada, y ligeramente culpable.

—N-no tienes por qué disculparte, Sam —dije un tanto entristecida. Intenté pensar qué decir, pero las palabras no me llegaban al cerebro, y en tos instantes, creo que la sangre tampoco. Me levanté del sofá y miré nerviosa la sala—. Creo que debería irme.

Dejé la taza en la mesa y me encaminé a la salida, sin embargo, Sam casi me pisaba los talones.

—Kate —llamó, aún así, lo ignoré.

Continué mi camino hasta que tomó mi mano, deteniéndome. Le observé un poco extrañada, él parecía cohibido por su reciente actuar, casi encogiéndose delante mío. Me liberó de su agarre y llevó su mano derecha a su codo izquierdo, sobándolo un tanto nervioso.

—No te vayas, por favor —murmuró—. Quiero estar contigo un rato más.

Me aproximé lentamente a él y extendí mis brazos, encerrándolo en un abrazo. A pesar de que Sam era mucho más alto y grande que yo, se sentía diminuto en mis brazos, como si su fuerza le fuera arrebatada con el viento. Lo sabía; su inseguridad regresó sin avisar. A pesar de que hace instantes había un brillo juguetón en su mirar, se convirtió en un rostro de miseria de una forma poco sutil. Sam es un adolescente, después de todo. Y yo he dejado de serlo hace pocos años.

—¿En qué piensas, Sam? —murmuré.

Por mis fosas nasales se filtraba el aroma que despedía su cabello: uno de shampoo.

Sentí como expulsó aire por la nariz, quizás como una risa.

—En que te he asustado —respondió, un tanto preocupado.

—No lo has hecho.

—¿No? Creo que soné desesperado.

—Yo también he sonado desesperada al hablarte y mira, aquí sigues sin estar asustado... y te gusto.

—¿Bromearás con eso a partir de ahora? —interrogó, fastidiado.

—Un poco —Me reí, acomodando mi cara en él.

Bufó.

—¿Y tú?, ¿en qué piensas?

¿En qué pensaba?

Agrandé mi sonrisa.

—En que hueles bien —dije, con una voz baja.

—Ugh —Estaba segura que puso una cara de asco—, suenas como un pervertido.

Me acerqué a su oído a ritmo lento, conteniendo mi risa nerviosa. Me siento una cabrona al hacer esto.

—¿Qué te afirma que no lo soy? —susurré casi como un soplido contra su oreja.

Dio un brinco cual gato aterrado y se alejó de mí, con su cara enrojecida y una mueca de escándalo. Qué tierno.

—Ahora sí puedes irte —dijo ocultando su vergüenza bajo su antebrazo.

—¡Pero dijiste que me quedara! —Fingí estar ofendida, sin embargo, él no pareció querer seguir la broma.

Hizo una seña con su mano bastante mezquina para que me fuera y lo miré con decepción.

—Te ofendes rápido —Me quejé, volviendo a la salida.

—Hasta luego, no vuelvas.

Llegué al pasillo y cerré la puerta de su piso, observando el techo como si fuera muy interesante. Lo cierto, es que sólo me cabía lugar en la cabeza para Sam, y no para ese feo techo.


***


Estanislao salió de nuestro cuarto con una cara enrojecida por emoción y una sonrisa tan grande como su idiotez.

—Qué rápido crecen los niños —comentó fingiendo llorar de felicidad.

—¿A qué te refieres?

—A que escuché todo, Sam.

Oh, no.

—¿Incluso la...? —indagué un tanto incómodo, tratando de no decir la palabra.

—Sí, incluso la confesión —Se acercó a mí y palmeó mi hombro—. Siempre creí que tenías decenas de muchachas a tus pies y que no serías tan lamentable para el amor, hijo mío.

—No me digas «hijo mío».

—A esta altura eres como un hijo adoptado para mí y Eleonora. Así que no te preocupes, estás en buenas manos; Eleonora y yo somos buenos padres.

—Lo dudo, ni ella ni tú saben preparar siquiera una puñetera chocolatada.

Carraspeó con incomodidad—: Eso es intrascendente. Vayamos a lo importante: la vecinita y tú.

Me observó con sus ojos castaños como si quisiera atravesarme de lado a lado con ellos.

—No tenemos nada.

Tiró su cabeza hacia atrás. Creo que tenía esperanzas en mí.

—Tiene novio, idiota —repliqué.

—¿Y qué? Creo que si yo fuera mujer le pondría los cuernos a mi novio por ti, Sam —Estiró mis mejillas—. Con tu carita toda pura e inocente habrás vuelto gay a más de uno, ¿por qué no dejar cornudo a alguno?

No pude contener la risa por lo que decía.

—¿Cómo puedes decir eso tan serio? —Aparté sus manos de mi cara, Dios, qué mala costumbre tiene la gente con hacer eso con mi cara.

—Suelto lo que me sale del corazón.

Caminé al sofá y me apoyé en sus espaldas, mirando a mi hermano con cierta inseguridad e inquietud. Resoplé y dirigí mis ojos al suelo de moqueta.

—Yo no le gusto, Lao. Normalmente ni siquiera trato bien a una chica, pero aún así le sigo gustando. ¡Llevo hablando con Katerine un mes! Y ni siquiera me ve como una posible pareja —Me llevé las manos a la cara—. Ni siquiera sé por qué me gusta tanto, ¡pero cada vez que la miro me parece más bonita, aunque esté igual que siempre!

Mi pecho me apretaba. Su rechazo me dolió un poco, sin duda alguna.

¿Cuándo me comenzó a gustar Kate? ¿Cuánto tiempo llevaba sin darme cuenta la explosión que causaba en mí?

Adoro a Kate, con sus estupideces y todo. Me gusta cuando logra encontrar algo de felicidad entre toda la mierda y puede alardear de ello con suma confianza. Por más que la mayoría de su vida se sienta asquerosa, ella sigue sin romperse del todo. Quería ser como ella, quería poder voltear y sonreír aunque acabara de oír algo horrible.

—¿Hace cuánto que te gusta? —cuestionó con un tono serio.

—¿Quizás poco después de conocerla? ¡Hasta podría haberme gustado mucho antes de eso!

Mi corazón iba a una velocidad impresionante. Todos los días que estuve sin ella, su rostro permaneció en mi cabeza, como si se hubiera estancado en algún caño de mi consciencia. Y ahora, que la había visto, mis emociones se desataron sin permitirme controlarlas como podría hacer normalmente,

Tengo tantas ganas que Katerine me haga odiarla para dejar de pensar en ella.

Wow, cómo aguanté estos veinte capítulos sin meterle mucho avance en romance. En plan... durante estos capítulos Sam y Kate estuvieron jugando (no en el sentido en que juegan Katerine y Bruno XD) un poco. Pero bueno, me alegro de todavía no incluir beso.


Gracias por su apoyo, nos vemos en la próxima♥!


—The Sphinx.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top