2 - Delicia

Disfruten el capítulo, chikistrikis.

«Délicatesse».

Délicatesse era uno de los restaurantes mejor valorados de esta región de Zaragoza. Tenía un buen salario para sus empleados, servía exóticos platos y tenía dos caras: comida rápida o simple para el día, y elegantes platillos para la noche.

El capital que me era entregada por mis padres no era suficiente para mis necesidades, por lo que como muchos había acudido a trabajar a medio tiempo. El local aceptaba a numerosos empleados, así que conseguir el empleo había sido un tanto fácil en comparación a otros de mis retos durante la temprana etapa de mi adultez. Si se le podía llamar así, claro está, ya que mis veintiún años me resultaban insignificantes.

Terminé de atar el moño de mi delantal y crucé la puerta del cuarto de empleados. El terreno atacó mi vista y una vez más había sido maravillada con el sitio, con su excentricidad y marcada elegancia que no había visto en ningún otro edificio. El restaurante estaba repleto de plantas colgantes y estatuas clásicas, tenia cuadros de pinceladas rebeldes que retrataban criaturas terroríficas y enigmáticas que le daban aquel toque de misticismo que tanto caracterizaba a la locación. La paleta de colores era un balance de blanco y negro, los cuales trasmitían amplia calma y relajaban la mente. La música que sonaba era clásica, pero ésta estaba mezclada con atractivos y llamativos sonidos modernos electrónicos.

Suspiré y tomé rápidamente mi libreta, la cual estaba en mi bolsillo. A través de la práctica había aprendido a memorizar los pedidos, sin embargo, había nombres de platillos extranjeros que se me dificultaban un tanto, además, el jefe es catalán, así que a veces incluía platillos catalanes, los cuales también se me dificultaban.

—Recuerda, Greco: siempre sonríe —El jefe puso sus índices en ambas comisuras cuales ganchos y estiró de ellas hacia arriba, formando una «sonrisa» en su rostro.

El señor Ferre era un hombre delgado y alto, sus póulos resaltaban y sus mejillas lucían decaídas. Su cabello tenía mechones castaños, pero en su cabellera se notaban los indicios de canas. sus ojos eran de un profundo negro que siempre reflejaban jovialidad y una palpable amabilidad.

—Lo tengo claro.

Tomé una escoba del depósito y una fregona junto con su cubo y me dirigí a las afueras del local, barrí la tierra amontonada en el frente del local y fregué el piso superficialmente.

Luego de la rápida lavada entré al local y dejé en su lugar los objetos. Me alerté al oír cristales rotos y salí rápidamente del depósito.

Vasos rotos y platos de porcelana también. Los cristales estaban dispersos por todo el suelo, al igual que los trozos de los platos. Bufé fastidiada. Otra vez. Busqué una pala y escoba para luego dirigir mi mirada al jefe, quien se recostaba en la pared con sus brazos cruzados sobre su pecho, con mis ojos le pedí permiso para ayudar. Afortunadamente, entendió mi gesto y asintió.

Me acerqué a pasos apresurados hacia el desastre y me agaché tratando de juntar los cristales junto a él. 

—Eres un imbécil —insulté, mientras estrechaba mis cejas—. ¿Cuántas veces a la semana romperás los vasos?

—Guárdate las palabras —Sam soltó su voz tosca. Sí, a pesar de la perfección en su rostro él era completamente humano... y torpe—. El jefe me está descontando todo esto de mi sueldo.

Oí murmullos de los clientes.

—Ese chico es guapísimo, pero siempre que vengo a este lugar rompe algo.

Observé de reojo a la chica que dijo eso, estaba hablando quizás con su amiga. Luego dirigí mi vista a Sam, quién fruncía su cejo, parecía afectado.

El cotilleo era cada vez más espeso, mientras la expresión de él se deformaba a medida que éste avanzaba. Sentí lástima por él, pero por por otra parte negaba esta emoción, ya que esto había sido obviamente su culpa.

Mi pensar se acabó al oír su quejido. Dirigí mi mirada a él y vi un corte en su palma. Mis ojos se abrieron y fruncí mi ceño, para luego ver su expresión adolorida.

—Pídele a Florencia que te trate la herida, está sin órdenes. Yo me encargo de este desastre —Palmeé su espalda y él me miró feo, pero enseguida se esfumó su expresión cuando su sistema recordó el dolor y volvió a su rostro compungido.

Se fue y continué la limpieza, mientras sentía como muchísimas miradas se clavaban en mí como estacas. ¿Por qué miraban tan mal? Yo ni siquiera había tirado estos vasos y platos, sólo los limpiaba. 

Después de tirar los cristales y trozos me cayó el veinte: quizás eran celos. No, no, somos compañeros de trabajo, ¿por qué la gente sentiría celos de mí?

Volteé y me encontré con los ojos con los que menos me quería encontrar. Yacían cuales orbes fueguinos de tono verdoso direccionados a mí, eran como siempre: penetrantes y fulminantes. Tragué saliva y tomé el menú en mano, para encaminarme a la mesa donde estaba el rey de mis miedos.

—Buen día, bienvenido a Délicatesse —Puto nombre de restaurante difícil de pronunciar. Bruno mantuvo su mirada en mí y me devolvió la misma sonrisa cordial. Qué alivio—. ¿Cuál es su pedido? —Le extendí el menú y él lo tomó ensanchando su sonrisa.

Pasó sus ojos rápidamente y volvió a dirigir su mirada a mí, señalando un platillo en el menú.

—Me gustaría el que se llama... —Leyó nuevamente— «Aléjate de ese tipo».

Mantenía su sonrisa ancha, pero esta vez se veía como una más oscura que la anterior. Tragué saliva y estreché mis cejas, mientras sentía sudor frió fluir por mi rostro.

—Bruno..., por favor, estoy trabajando —rogué con mi mirada mientras mascullaba con mi mandíbula tensa.

—Sólo hacía mi pedido, Katerine.

No dejó de sonreír.

—De acuerdo, cuando quiera pedir algo que figure en el menú. Llámeme.

Le quité el menú y me dirigí a una mesa que requería atención.

La jornada transcurrió con paz y lo agradecía profundamente, luego de aquella escena Bruno cogió su mochila y se retiró del local. El jefe sabía que Bruno tenía esa actitud así que no reprendió mi comportamiento, por lo que no recibí ninguna queja por su parte.

Conforme pasaba el tiempo me percaté de que Sam no había hecho una aparición, así que aproveché mi descanso para dirigirme al cuarto de empleados. Él estaba ahí, sentado sobre una silla y cabizbajo, hincado sus codos en sus muslos y agarrando su cabeza mientras revolvía su cabello. Abrí uno de los casilleros y busqué mi cartera, para luego verlo nuevamente. 

— ¿Qué? ¿Lo de recién te dio depresión? —Fingí una risa, remarcando que era una broma.

Alzó su vista para dirigirme una mueca molesta, con sus cejas y labios fruncidos.

—Perdón —dije bajando mi cara.

Deshice el moño de mi delantal y lo dejé en el casillero, para luego cerrarlo y observar su rostro confundido.

— ¿Por qué te quitas el delantal? —soltó manteniendo su mueca difusa.

— ¿Te importa? —Arqueé una ceja mientras colocaba mis brazos uno a cada lado de mi cintura.

Bufó, instantes después también lo hice.

—Es porque voy a comprar —expliqué—. ¿Qué tal está tu mano?

Me aproximé a él y me puse de cuclillas frente suyo, quedando un poco más abajo. Observé su mano derecha y estaba vendada.

— ¿No me mostrarás? —interrogué ante su nula expresión. Me miraba fijamente clavando sus ojos grises en los míos, aún agarrando su cabeza. Era sumamente intimidamente que me viera de esa forma y a la vez atrayente. Evadí el contacto visual, cansada de esa sensación asfixiante que él lograba en mí.

— ¿Por qué debería?

—No te ofendas, pero quien limpió toda la mierda que dejaste fui yo —Fruncí mi ceño y él me respondió con el mismo gesto.

—No te pedí que lo hicieras.

—Ese no es el punto —Volví a dirigir mi vista a sus ojos, quizás daba escalofríos, pero esa sensación me gustaba en cierta forma. Cuando Bruno me miraba de aquella forma parecía que me matara lentamente, sin embargo, Sam parecía analizarme y trataba de leerme en base a mis movimientos.

Suspiró—: ¿Cuándo crees que sanará?

Extendió su mano hacia mí suavemente y con timidez movió su rostro hacia otra dirección, evitando verme. Sonreí ligeramente.

Tomé su mano superficialmente, observando la mancha de sangre en la venda. Pasé mi pulgar por la herida suavemente y apreté muy poco, aún así, él hizo una mueca.

— ¿Te duele sólo con eso?

—Me duele incluso si no tocas —pronunció en un tono suave y grave. Carajo, su voz también podía ser linda.

Me levanté de mi sitio y él volvió a tener aquel rostro deprimido. Mordí mi labio inferior suavemente, no sabía que decirle para animarlo aunque sea un poco, me sentía un poco culpable después de insultarlo.

— ¿Quieres ir a tomar aire? Supongo que con ese dolor no podrás trabajar por hoy —Revolví su cabello, despeinándolo aún más. Alzó su vista y su semblante se relajó un poco.

— ¿Cuánto tienes de descanso?

—Quince.

Al oír eso se levantó lentamente y me miró fijamente. Le sonreí y me dirigí al casillero, tomando mi cartera y cerré la pequeña puerta nuevamente. Me aproximé sigilosamente y subí mis manos a su cabeza, acomodando unos cuantos mechones, debido a ello me dirigió una mirada extrañada y apartó mis manos de él tomando de las muñecas y bajando con suavidad mis brazos. Su tacto erizó completamente la piel de la zona que sus manos tomaron, un ligero rubor surgió de mí pero rápidamente lo opaqué con una mirada fría al igual que la suya, sin embargo, no pude mantener contacto visual.

— ¿Te pongo nerviosa?

No me pones nerviosa; me pones, Sam.

—No lo creo —repliqué rápidamente y con una voz un tanto temblorosa. Él arqueó una ceja, entretenido.

Liberó mis muñecas y caminó hacia la puerta, abriéndola y esperándome del otro lado.

Atravesamos el restaurante juntos. Podía sentir decenas de pares de ojos vigilándome, juzgándome y calándome. Tragué saliva fuertemente y al parecer Sam notó mi incomodidad. Cuando salimos él se detuvo y me miró fijamente.

— ¿Te encuentras bien? Estás pálida.

—Sólo recordé que anoche se me quemó la comida —mentí de forma barata y él ahogó una risa.

— ¿No tienes algo mejor que decir?

Di un suspiro y me encogí de hombros, restándole importancia. Volvió a caminar y le seguí el paso, aunque éste iba por delante, muy por delante. Sus piernas eran largas y avanzaba bastante rápido gracias a ello. Observé su torso y noté su ancha espalda, tenía buena postura, así que ésta estaba impecable. Bajé un poco mi mirada para explorar su anatomía y observé la forma de sus glúteos. Me enrojecí al completo al pensar en ello, pero no podía parar de observarlo. Katerine, tienes novio.

Sin darme cuenta, Sam se había volteado y notó hacia donde iba mi mirada. Elevé mi vista y su rostro estaba un poco ruborizado, así que rápidamente volvió a mirar hacia delante.

Apresuré mis pasos y traté de aclararle las cosas. Probablemente ahora esté pensando en que lo ayudé sólo para acercarme a él de «esa» forma.

—Sam, no estaba viendo lo que estás pensando que estaba viendo —solté apresurada y nerviosa. Él seguía caminando, sólo me miró de reojo.

— ¿Ah, no?

—No.

— ¿Y por qué tan roja?

Me quedé muda. No tenía excusa preparada para esa pregunta.

Desvié mi rostro, intentando ocultar mi vergüenza.

—No te preocupes, estoy acostumbrado.

— ¿A que te miren el culo?

Asintió.

Reí de manera ruidosa y eso pareció molestarle. Volteó su rostro hacia mí y me miró fulminante

— ¿No me puedo reír?

Llegamos al mercado y tomé un canasto, para luego entrar e ir a la zona de bebidas. Él sólo observaba mis movimientos atentamente, sinceramente, me incomodaba un poco, por lo que evadía encontrarme con su mirada.

—Realmente soy un imbécil, ¿no? —Su entristecida voz me sorprendió. Volteé a ver su expresión, pero seguía fría como siempre.

No entendía a que se refería hasta que recordé mis palabras y comprendí. Di un suspiro.

—No —respondí firme. Tomé la botella que quería y giré mi cuerpo en su dirección—. Cualquiera podría tirar un par de vasos, para de pensar en ello.

—Pero no cualquiera lo hace tres veces en una semana.

— ¿Tú crees? —Puse la botella en el canasto— Si no estás contento con ello, entonces mejora.

Me encaminé a otra zona y él me siguió con pasos apresurados.

Le observé. Estaba claramente nervioso y ligeramente avergonzado. Me encantaba el gesto que hacía, era preocupado y afligido, daba ganas de protegerlo.

— ¿Me ayudarás?

Fruncí mis cejas—: ¿A qué?

—A mejorar.

Parecía confiado, sin embargo yo negué con mi cabeza.

—Pídele ayuda a otro.

—Eres la única de ese lugar con la que hablo.

Mentiroso.

—Eres Sam D'Aramitz, sólo háblale a cualquiera y te ayudarán sin pensarlo dos veces —le contesté observando la carne exhibida.

— ¿Y si quiero que tú me ayudes?

Abrí mis ojos con sorpresa y tragué saliva, intentado calmarme.

—Pues mala suerte.

Sonrió con diversión y malicia, y luego puso uno de los productos en mi canasto. Observé que había tomado: era carne de cerdo. Devolví mi mirada a su dirección y le observé un tanto confundida, pero él mantuvo el risueño gesto.

— ¿Por qué te resistes? —interrogó con una voz profunda mientras clavaba sus ojos en mi semblante.

—No me interesa.

— ¿Qué es lo que no te interesa?, ¿enseñarme o... yo? —Él parecía jugar conmigo, me probaba y eso me encantaba, posiblemente, Sam era consciente de eso último—. Porque tu mirada de hace rato me dice lo contrario.

—Me interesaba tu culo, no tú. —Golpeé con mi índice su frente y él me mostró una mirada fría. Suspiré—. Además, no me sobra tiempo para enseñarte a no tirar unos putos vasos.

Volví a caminar y él me siguió a paso lento, por detrás mío. Podía sentir su poderosa mirada en mi nuca, quizás me detallaba del lado de atrás.

—No me mientas. Vivimos al lado; sé muy bien qué tan ocupada es tu vida.

— ¿Es la primera vez que te dan un no por respuesta, lindura? —solté siendo altiva. Detuve mis pasos y volteé para verlo. Había una sonrisa marcada en mis labios, mientras él me observaba un tanto fastidiado— Soy una mujer ocupada, así que déjame en paz y acepta mi respuesta.

Él dio lentos pasos hacia mí, encarándome. Tragué fuertemente mi saliva ante la pronta cercanía. Él era muy alto, así que yo estiraba mi cuello para mantenerle la mirada, mientras que él agachaba su cara ligeramente. Agradecía que estemos solos en ese pasillo, de no ser así, ya lo hubiera empujado y no podría haber disfrutado de esta deliciosa distancia.

Mis ojos inevitablemente se dirigieron a sus labios, rojizos y de un grosor atractivo, relamí los míos de sólo imaginarlos en un beso.

De todo el tiempo que llevábamos conociéndonos, al menos de rostro, era la primera vez que estábamos tan cerca.

— ¿Aceptarías si te diera algo a cambio?

Su voz sonó seductora y ese hecho no colaboró en nada con mi calentura. Él no era cualquier chico, era Sam, mi lindo vecino de hace meses.

Mordí mi labio inferior suavemente y luego alcé una ceja, interesada.

— ¿Qué es «algo»?

Se dio una pausa prolongada, él desvío sus ojos de los míos, parecía pensar en algo, mientras que yo sólo pensaba en sus labios tan asquerosamente atractivos.

Captó mi atención cuando me devolvió la mirada. Se percató de que mis ojos estaban fijos en su boca y eso le hizo ruborizar un lapso de tiempo efímero.

— ¿Dinero? —respondió indeciso.

Esperaba otra cosa, pero sólo mi imaginación era culpable.

—Dinero —confirmé con una sonrisa complacida—. Bueno, avísame cuándo y dónde, te enseñaré a mantener el puto equilibrio para que dejes de perder pasta.

Se quedó en el sitio y me alejé rápidamente con una mueca eufórica. Sería una especie de profesora para Sam y eso me emocionaba en demasía.

Bruno, por favor, aléjame de él.

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