18 - Memoria agridulce
Mew
Disfruten mis chikistrikis. Acuérdense de votar al menos, debajo del capítulo hay una estrella que tarda menos de un segundo en tocar, pero que me motiva durante mucho más que un segundo OWO
Ahora les dejo con el personaje que más aman de esta historia (es sarcasmo, no me peguen)
Algún día corriente de 2012.
— ¡Tú la llevas!
El cielo lucía un manto gris ocultando al sol con sus sábanas de nube. Nos mojábamos con el agua y nos tropezábamos con los aspersores. Pero era divertido.
Su larga cabellera se tambaleaba de lado a lado y de vez en cuando volteaba con una risa escandalosa.
Pegué un grito cuando la chica perdió la estabilidad de su cuerpo y cayó de bruces al suelo. Me agaché apoyando mis manos en el césped y ella me observó entretenida.
—Kat, ¿estás bien? Si quieres paramos de jugar...
— ¡Tranquilo! —exclamó despreocupada— ¡Siempre exageras, pesado!
Se levantó de un brinco y me observó con una sonrisa de oreja a oreja con cada mano a un lado de su cintura.
—Estoy bien, ¿ves? ¡Podemos seguir jugando!
Suspiré y observé el césped, apretándolo en mis puños.
— ¿No crees que deberíamos dejar de jugar? Tenemos catorce años, tenemos que madurar.
Alcé mi rostro y me percaté de su semblante frío.
—Jugar al pilla-pilla no es inmaduro. Sólo nos divertimos, no hay nada malo en eso.
Tragué fuertemente saliva y me puse de pie, encarando a la muchacha.
Me miró con una mueca aburrida y echó un suspiro.
—Está bien, entremos —habló con desdén.
Atravesamos el gran jardín llegando a las puertas de vidrio que conducían a mi habitación tras cruzar las escaleras de caracol pegadas a la alta pared parte de la planta baja. Kat abrió las puerta de un suave movimiento horizontal con ambas manos y nos abrimos pasos hacia el cuarto blanco.
Mis padres habían pedido que mi cuarto no tenga alguna decoración escandalosa, por lo que, éste tenía un estilo moderno de blanco y negro. No había patrones ni dibujos, sólo colores lisos y aburridas texturas iguales. Para mí, era un sitio donde me aburriría fácil, pero para mi padre era el cuarto de una persona intelectual y pensadora.
Katerine se acercó a la librería y arrebató un libro de llamativa portada. Se sentó en el borde la cama perfectamente hecha por el servicio doméstico y dio unas palmadas a su lado, indicando que me sentara.
— ¿Lees todos esos libros? —preguntó mientras ojeaba la contratapa.
—No, ¿por qué?
Volteó su rostro hacia mí y me miró con desprecio.
—Qué desperdicio, ¡yo ni siquiera puedo comprar la mitad de todos los que tienes!
— ¿Por qué no?
—Porque son caros.
— ¿Y eso qué tiene?
Abrió el libro y pasó las páginas relativamente rápido, examinando.
—Bueno, es que... —soltó suave— no todos tienen el dinero de tu familia, ¿sabes, Bru? La mayoría de los libros que leo me los presta Abril, no los compro.
Miré en silencio a Katerine, que estaba leyendo atentamente los primeros párrafos del relato. Eché un soplido y me acerqué al estante, arrebatando unos cuantos títulos de él y dejándolos al lado de Kat, quien los miró con la mandíbula sobre el suelo.
—Si quieres te los regalo, a mí no me sirven.
Aún confundida y estupefacta, comenzó a revisar el contenido.
— ¡La mayoría son libros de emprendedores! —carcajeó un tanto decepcionada. Me extendió un libro que tenía como título «Padre rico, padre pobre»— No entiendo estas cosas, quizás tú sí.
Mi cuerpo se desplomó en el colchón y la miré con una expresión melancólica.
—Las entiendo pero no me gustan —Llevé mis ojos al techo alto negro—. La mayoría son libros escritos por ególatras o egocéntricos que discriminan a las personas que no pudieron ser exitosas.
—Vaya.
Puso los pies en el suelo y caminó nuevamente al mueble, pasando la yema de su índice por los títulos y buscando alguno que le llame su atención. Se detuvo en uno de nombre pequeño y volteó hacia mí con el texto en mano.
Era Demian de Hermann Hesse, un libro complicado y a que mi edad intentaba comprender. Era un libro del paso de la niñez a la madurez. A los catorce, había oído de él y por eso se lo pedí a mis padres.
— ¿Es bueno? —inquirió, inspeccionando la sinopsis.
—Creo, pero no lo entiendo.
Se escucharon unos golpes en la puerta de mi cuarto y di unos pocos pasos hacia ella, abriéndola. Vislumbré a Ana, una de las mujeres que trabajaba para mi familia en la casa.
Entorné mis ojos con desdén. Ya sabía que diría.
—Su padre le está esperando en su oficina para dialogar —habló con su voz apagada y servicial que tanto me disgustaba. Observó por arriba de mi hombro y miró a Kat, que tenía una sonrisa tonta e infantil, saludando a la mujer de mediana edad—. Se le pide a la señorita Greco que se marche a su hogar nuevamente para que la reunión se lleve a cabo sin interrupciones.
Volteé a mi amiga, que me miraba con un rostro preocupado, pero sumiso, dispuesta a irse.
La mujer cerró la puerta sin escuchar confirmación u objeción.
Solté un suspiro, bastante apenado.
—No es necesario que te vayas, puedes esperar, pero mejor no lo hagas. Bueno, hazlo si quieres estar dos horas sin hacer nada.
Rió suavemente y me miró con una sonrisa cálida.
—Si quieres te espero.
—No, no quieres. Tampoco quieres aguantarte el humor de mierda con el que volveré.
—Ya lo aguanté otras veces
Arquee una ceja.
— ¿Quieres soportarlo otra vez?
Guardó sus palabras y se encogió de hombros.
—Supongo que ahora iré a molestar a Abril —Sonrió un poco triste.
Solté una risa pequeña y volteé hacia la puerta, tomando el picaporte y girándolo.
— ¿Te irás así? —preguntó atónita— Pensé que sería como en las novelas, que me llevas hasta la puerta y te despides con un abrazo tan apretado como si no quisieras dejarme ir.
Sonreí levemente y abrí la puerta.
—Eso es sólo en las novelas.
Cerré la puerta detrás mío, saliendo del pasillo y entrando al gran cuarto repleto de plantas colgantes y cegadora iluminación. Me dirigí a la zona de la biblioteca y encontré a mi padre entre dos librerías ojeando unos archivos.
—Cuando crezcas serás tú quien haga esto —dijo repentinamente, guardando el cuaderno entre los demás papeles.
—Déjame adivinar... mientras montamos un negocio aún más grande en Madrid, ¿no? —Sonreí fanfarrón, prediciendo sus palabras.
Carcajeó sin humor.
—Ya te vas aprendiendo el discurso, Bruno.
Me encogí de hombros y miré el suelo de baldosas blancas.
—Normal, lo dices todos los días.
No reaccionó, sólo caminó hacia su escritorio y se apoyó en la mesa, cruzando sus brazos sobre su torso.
— ¿Y?, ¿qué le has dicho al entrenador?
Su pregunta me estremeció, haciendo que mi corazón se acelere. Tenía miedo de decirle la verdad a mi papá, él se enfurecía cuando no acataba al pie de la letra lo que me ordenaba.
—N-nada —Me atreví a confesar.
Relamió sus labios manteniendo su penetrante mirada oscura oliva sobre mí.
Mis piernas trepidaron al saber lo que vendría a por mí: no más Kat, no más fútbol, no más cuentos, no más salidas, no más amigos. Quería que sus palabras nunca lleguen a mí.
—Bruno, hijo —Todo iniciaba por ahí: «hijo». Él siempre necesitaba recordarme que yo era su hijo cada vez que le desobedecía—. Debes entender —Debo, siempre debo— que el club sólo te distrae de lo que es importante: tu familia.
—Pero, pa...
—Nada de peros —Me cortó con su voz imponente y grave, ampliamente demandante—. Te he pedido que dejes el maldito y estúpido club de fútbol del maldito y estúpido colegio. ¿Acaso quieres que te obligue a dejarlo y vaya al colegio a que te expulsen de el maldito y estúpido club? Te he dado una oportunidad, Bruno. Te he dado la oportunidad de que me hagas caso y no tengamos esta confrontación.
Sentí un hueco formándose en mi pecho.
—Papá, he hecho todo lo que pediste, por favor... al menos déjame estar en el club de fútbol.
— ¿Qué es lo que has hecho? ¿Qué... es... lo... que... has... hecho? —repitió enfatizando cada palabra de forma cortante— Lo único que haces es holgazanear. Juegas todo el día y aún así me reclamas. ¿Quieres trabajar en Madrid? Pues bien, entonces deja el puto club asqueroso y estudia más.
No quiero trabajar en Madrid. No quiero expandir el negocio. Quiero una vida simple.
Caminó lentamente hacia el otro de la mesa y alzó un puñado de hojas.
Entorné mis ojos con tal de llegar a leer lo que se marcaba en grande al superior de la hoja: «5 (cinco)».
— ¿Qué nota tienes aquí?
Tragué saliva.
—Un... cinco —dije—, pero he aprobado.
—Suspendas o apruebes no quita que tengas un maldito cinco —espetó observándome de reojo.
Abrió su mano y liberó las hojas, dejando caer mi examen al suelo.
—Alguien que aprueba matemáticas con la nota mínima no puede recibir mi legado. Creo habértelo dicho hace unos meses.
Suspiró con pesadez y cerró sus ojos.
Cuando Higinio Damiani hablaba, Bruno Damiani debía callarse; así eran las reglas. Mi padre podía interrumpirme pero yo no a él, así que solo debía oírle atentamente y no refutar nada de lo que de su boca saliera.
Sus zapatos hicieron eco en la sala inmensa.
—Cuando yo tenía tu edad...
Otra vez eso.
—... tenía las mejores notas de toda mi clase. ¿Puedes decir lo mismo?
Negué lentamente con mi cabeza gacha.
Sumisión. Sólo debía mostrar sumisión y me liberaría.
Se detuvo frente a mí y me observó con circunspección sobre mi rostro, sintiéndose superior.
—Una última oportunidad, Bruno. Obtén una nota perfecta en todos los exámenes por venir, de lo contrario, abandonarás todos tus juegos.
Tenía muy en claro qué eran los «juegos». Sabía bien que si aceptaba eso, al fallar perdería todo lo que me daba felicidad. Porque, según la familia Damiani la felicidad se gana al merecerla. Para obtener felicidad, hay que esmerarse. Si fallaba en el intento no era merecedor.
La charla cesó con un par de regaños más. Posteriormente a ello, se me solicitó estudiar de los libros pesados y gruesos de mi padre.
—Repítelo.
—Resources tend to flou to their most valued uses. From the stanpoin of society awhole, the cost of any is the value that it has as in uses alternative. The cost real of b-buildin a bridje are the other things that could have been buil with... with... No, no sé qué es lo que sigue, disculpa, pa —Intenté no temblar ni equivocarme en el orden de las palabras, pero era imposible.
Bufó nuevamente y regresó a su escritorio, dejándome repasar mientras me contemplaba con un semblante penetrante. Nunca me molestaba que él me hiciera estudiar, pero sí me jodía bastante
Había fallado la mayoría de las veces, y, hasta que no acertara, no me dejaría ir. Debía aprender ese texto al pie de la letra. Higinio afirmaba que debía ser perseverante con mi educación, ya que, apenas cumpla los dieciocho buena parte del negocio se me cedería mientras realizara mis estudios universitarios. Cuando cumpla los dieciocho debían ascender las ganancias de la mediana empresa, uno o dos años más tarde nos trasladaríamos a Madrid para ampliar el negocio. Todo estaba perfectamente ideado en la cabeza de Irene e Higinio, si me negaba, ya sabía qué recaería sobre mí.
Podía perder el fútbol, los juegos, mis cuentos y libros, pero por nada en el mundo arriesgaría la sonrisa de Kat, la cual perdería si daba un mal paso.
2013
Cuando cumplí los quince años nuestra relación comenzó a flaquear. Conocía la razón: Abril; una bocona sin límites. No me consideraba alguien violento, pero cada vez que la chiquilla chillaba dramáticamente cuando yo aparecía como si del Diablo me tratara, la ira hervía en mi sangre, naciendo en mí una horrible sensación de violencia.
Kat y yo teníamos una relación bastante íntima, ella sabía que yo estaba a sus pies, mas lo ignoraba. No me correspondía, al menos no en público. Nunca me molestó que ella me insultara o pisoteara si yo llegaba a exhibirle mi interés, pero cuando Abril lo hacía, era un asco.
La niñata parecía enamorada de Kat, siguiéndola a todos lados, espantando con insultos a los chicos que se le acercaran.
—Abril me ha estado hablando de lo que hacen ustedes, los hombres —habló mi amiga poniendo un rostro asqueado—, sobre esas revistas que miran...
Kat inspeccionó mi habitación con ojos observadores.
— ¿Qué buscas? —inquirí incómodo.
—Eso: las revistas.
Entrecerré mis ojos.
—No tengo porno.
El color rojo subió a sus mejillas y se tapó su rostro, avergonzada.
— ¡No lo digas así! —exclamó con una voz notoriamente aguda.
Liberé una risa suave y grave, marcando mi camino lentamente en su dirección. Aún así, ella seguía distraída mirando la librería en busca de algún nombre sugerente.
—Tienes quince años... —Me incliné sobre ella, llevando mis brazos contra el mueble y rodeándola—... y aún así te dan vergüenza esas tonterías,
No podía ver su expresión, pero por su silencio podía intuir que estaría patidifusa, incapaz de decir algo.
Lentamente giró sobre su eje; grave error. Encararme no era lo mejor.
—Siempre... haces estas cosas vergonzosas —murmuró observándome directamente a los ojos con sus párpados entrecerrados.
Sus labios se entreabrían ligeramente. Tenía un ligero rubor que embellecía sus facciones.
— ¿Te molesta? —inquirí reduciendo el espacio entre nosotros.
Me dio una mueca dubitativa, asimismo alternaba su mirar entre mis ojos y mi boca cerrada.
—Te ha cambiado la voz —mencionó.
¡Como si fuera noticia de último momento!
— ¿Recién te has dado cuenta?
Asintió.
—Lo noté cuando tu voz no me dio risa, sino que me hizo temblar —habló con una calma aterradora.
Sonreí un segundo por su afirmación. ¿Temblar, dice?
—Y... ¿por qué te haría temblar? —pregunté lentamente aproximándome a ella, quien me observaba con suma tranquilidad.
Dejé mi cuerpo apoyado en una mano y con la otra acuné su rostro en mi palma, acicalando con delicadeza su mejilla acalorada.
—Porque me gustas, Bruno —replicó con sus ojos ámbar fijos en mí.
¡Já!, ¡dime algo que no sepa!
—Sigo sin entender porque eres tan fría conmigo dentro de colegio. Me encantaría presumirte a mis amigos, pero me lo haces imposible.
Estrechó sus cejas y torció sus labios.
— ¿Es que no lo ves? —exclamó aludida, mientras ladeaba su visión— Tus amigos me ven como un puto objeto, como el maldito premio que debes conseguir. Sólo me quieren ver doblegada por ti en sumisión.
Mi corazón se retorció al notar el dolor y asco en su voz.
—Podría dejarlos.
Volteó a mí con sus ojos desmesuradamente abiertos, estupefacta por mi afirmación.
— ¿Por qué harías eso?
—Podría conseguir amigos mejores que no te verían de esa forma y les agradarías tanto como me agradas a mí, Kat.
—Bru, no tienes que hacer eso; son tus amigos. No los cambies por mí.
— ¿Qué te asegura que los quiero? Kat, en mi vida son extras, y tú eres mi protagonista.
Trasladé paulatinamente mi mano a su nuca, acercándome a ella con prudencia con tal de no espantarla.
—Es obvio quien es más importante —musité a su oído, arrancando un jadeo de ella.
A mi corta edad no me consideraba un adolescente que viviera cachondo, mas Kat realmente me hacía experimentar sensaciones impropias de mi edad. Kat podría generar una indeseada ola de hormonas en mí gracias a su voz cautivadora y observadores ojos que calaban en uno con una enorme facilidad que parecía mentira.
En el momento que dirigí mi otra mano a su cintura intentó alejarme con una mínima fuerza ejercida sobre mi torso con sus manos delgadas y largas.
—Es la cuarta vez en la semana que haces algo como esto —espetó con una voz firme y con un enfado notable.
—Lo siento —Sonreí—. No puedo controlarme cuando estoy contigo.
Alejé mi rostro de su oreja y la observé detenidamente, posteriormente chocando mi frente con la suya, cerrando mis ojos.
— ¿Eso le dices a todas?
Estreché el espacio entre mis cejas, abriendo mis ojos.
— ¿Disculpa? —solté apretando mi mandíbula. ¿De verdad había dicho eso?
—Bruno..., ¿te piensas que no me he dado cuenta? ¡Eres un chico popular! Inteligente, atlético, guapo y carismático, y por ende, un mujeriego —asumió de forma tonta—. Estoy en tu interminable lista.
Mantuve un rostro sorprendido.
—Kat, eres la única chica que me gusta, ¡por Dios! ¡Te llevo diciendo que me gustas desde los diez! ¿Qué te hace pensar que no me traes loco?
Su rostro hirvió pero por primera vez no se cubrió exageradamente.
— ¿Por qué simplemente no te rindes conmigo, Bruno? Es decir, nuestra relación no funcionaría, entiéndelo —replicó avergonzada con una expresión adulada bastante evidente.
Inconscientemente apreté su cintura con ligereza, causando que ella suelte un jadeo pequeño.
—Porque te adoro, Kat. Adoro tus besos, adoro tu risa exagerada, adoro la cara que pones después de decir algo vergonzoso, adoro tu voz. Adoro todo de ti. Nunca podría adorar a alguien de la forma en que lo hago contigo.
Me observó con ojos cristalinos, entrecerrados y sumidos en contenida felicidad.
Me sorprendí cuando cerré mis ojos y al abrirlos presencié la sensación tan suave de sus labios enlazados a los míos. Era una unión calma, dulce y sincera, más que nada: pura.
Detuvo el beso alejándose con una sonrisa cerrada, propia de ella.
—Seré tu novia oficialmente cuando nos libremos de miradas juzgadoras y ambos nos sintamos cómodos con el otro —Acarició mi mejilla delicadamente, como si mi rostro se tratara de cristal—. Cuando yo diga el sí, sólo querré que nuestro romance nunca llegue a su fin. Te lo prometo.
2020
Nunca he creído en promesas. Menos en esa.
Observó el hospital con una expresión asqueada, huele a meo, pero ya me he acostumbrado a ese sitio repugnante.
No puedo esperar a salir de este sitio al recuperarme y volver a Kat, a mi Kat. A mi Kat que me mintió prometiéndome algo de forma vacía.
Apreté mis puños repleto de impotencia. No puedo hacer nada contra ello, no puedo obligarla a que se quede conmigo por siempre. Es obvio que ha perdido interés, y ahora sólo puedo culparme a mí mismo por la cagada que he hecho como el cabrón que soy.
Me siento un hijo de puta, la mierda personificada. Me siento un humano hecho de excremento. Creo que esa es la sensación que obtiene cuando se percata que ha hecho algo para la mierda.
—Señor Damiani, debería dormir —soltó la castaña enfermera al introducirse en el cuarto—. Eso le ayudaría a calmar el dolor.
Ya me he acostumbrado al dolor, idiota.
—No se preocupe, sé lidiar con ello —Sonreí diminutamente, lo que pareció emocionar a la enfermera.
Señorita, sin ofenderla, pero tengo una bonita novia que se enojaría si la viera sonrojarse así por su novio.
—D-de acuerdo, ¿n-necesita algo? —tartamudeó ocultando sus manos en su espalda.
Que te vayas.
—Un momento de soledad, por favor. En caso de que mi familia quiera verme no los deje pasar, es lo último que quiero que hagan.
—Está... bien. ¡Ejem! E-en caso de que necesite algo, por favor, info-o-orme.
Se despidió con una sonrisa tonta y tímida, la saludé dirigiéndome a ella con un rostro amable.
¿Me veía atractivo mientras estaba hecho mierda? Me gustaría tener un espejo cerca para saber qué me veía esa chica. Lo más probable es que estaría despeinado y ojeroso, ya que, los pensamientos que taladraban mi cabeza no me permitían conciliar el sueño por las noches, mucho menos podía hacerlo durante el día debido a los chillidos de puerco que pronunciaba Betsabé, o la cara que ponían mis padres al verme.
Fue una estancia horrible, todos los recuerdos espantosos que tenía habían regresado a mi mente una y otra vez en bucle, un bucle sin fin que lentamente me deprimía, pero estaba seguro que pronto, en unos días, llegaría a su final.
Si notan el capítulo un poco incompleto es porque esto debía ser una doble actualización perom últimamente ni puedo usar el pc para escribir sghafhgafdsghjfads.
Acuérdense que en el anterior capítulo mencioné un Q&A en las notas (?) uwu
Gracias por leer, prontamente habrá otra actualización.
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