16 - Depresión maníaca

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EL CAPÍTULO 15

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Asintió lentamente, con un escandaloso temblor en sus manos y un sonrojo de vergüenza.

—Ella se mostró dispuesta a ayudarme cuando se lo pedí, incluso cuando la paga por su favor fue retirada, por lo que no es una interesada —Cerré mis ojos con fuerza, intentando que mi cuerpo se relaje—. Y si Kate llega a estallar en ira... hay una razón. Ella nunca hace nada sin un propósito.

—De todas formas, Eduardo y yo te recomendamos que no te acerques demasiado a Kat —insistió en una voz baja y casi suplicante—. Délicatesse ya tiene muchos problemas para que un dúo desastroso se una.

—Dime, ¿hemos causado siquiera un problema?

—No, pero...

—No hay peros. No somos problemáticos, Rocío.

—Sam, te lo digo en serio —insistió.

— ¿Qué?, ¿qué me dices en serio?

Suspiró y sus hombros se tensaron. Se acomodó en la silla y situó sus ojos en su regazo, conteniendo sus palabras en su garganta al tragar saliva.

—Conoces a Bruno, ¿cierto? Su novio.

Asentí a un ritmo paulatino, lo que ella notó al elevar sus pupilas al filo superior de sus ojos.

—Debes saber que él no es una persona del todo cuerda, es decir, intentó golpear a Andreu la última vez que lo vio acercarse a Kat. Sam, eso no es sano; sólo un loco saldría con un loco.

Inhalé el aire frío, congelando mi interior en un tonto intento de organizar mis ideas.
Bruno es un peso del que estaría dispuesto a deshacerme.

—Bruno no es un loco, es un idiota, Kate también lo es, pero, al menos ella sabe que está mal amar a otro idiota —respondí con un tono fingidamente calmado aunque dolido—. A veces obedecerle al cerebro es difícil. Incluso yo he caído en la tentación, a pesar de saber que no es el camino correcto.

— ¿Planeas aguantar a dos idiotas?

—No, sólo a uno.

Me miró confundida, turnando su vista en mis pupilas.

— ¿A quién?

—La respuesta es obvia, Ro.

Me acomodé en mi asiento y me incliné a Rocío, captando su atención.

— ¿Qué ganas diciendo esto? —pronuncié en un tono severo, arrebatando la agudeza de mi voz.

—Un número reducido de problemas, Sam. Si Kat renuncia por un problema que tenga contigo, Délicatesse perderá a una de las mejores y el local descenderá en prestigio. Los empleados subsistimos con propinas, propinas que se reducirán si Délicatesse sufre un declive.

—Piensas las cosas en exceso.

—Cerrar mi boca me permite abrir mi mente.

Arqueé una ceja con diversión.

—Deberías evitar esas ideas extremas cuando tu mente se abra, lo digo por tu bien. Podrías evadir confrontaciones como ésta.

Soltó una risa suave y se acomodó de manera relajada en su asiento.

— ¿Eres de sobreanalizar, Sam? —interrogó cruzando sus piernas debajo la mesa, lo mismo hizo con sus brazos sobre su torso.

Sonreí mínimamente.

—Tengo una cabeza simple, pero opino que soy alguien observador.

—Entonces no entenderás lo que sucede aquí adentro —Dio dos golpes a su sien con su dedo índice manteniendo una sonrisa— cuando el entorno está a punto de desmoronarse.

—No quiero entenderlo, prefiero seguir siendo un tonto —admití. Sobreanalizar era lo último que necesitaba, consideraba hacerlo como algo perjudicial.

—Créeme que preferirías pensar más —dijo con sus brazos extendidos—. ¿No te gustaría saber lo que piensa o planea otra persona? Con la práctica aprenderás.

Levanté mis cejas.

—Te has soltado demasiado para ser tímida.

—Todos lo hacemos en confianza —remató con una sonrisa de oreja a oreja.






***



Lo posterior a la confrontación había sido agradable. Rocío es una mujer educada y de conversación amena, por lo que no se dificultaba establecer una charla con ella.

— ¿Tienes algo para tomar? —preguntó Rocío cuando las puertas del ascensor se abrieron, dándonos paso al pasillo de mi departamento.

—Un poco de zumo —contesté dando el primer paso fuera de la cabina.

—Me refería a alcohol —aclaró con una sonrisa fingida e incómoda.

Me avergoncé ligeramente y negué con mi cabeza. Ambos caminamos hasta la puerta y alzó su cabeza buscando su mirada.

—Y... ¿me invitarás a pasar? —Rió con suavidad.

— ¡Lo siento! —comenté abochornado tomando apresuradamente mis llaves y entrando al piso.

Estanislao probablemente estaba en la universidad, ya que la casa estaba vacía.

Rocío arqueó una ceja e inclinó su cabeza hacia un lado, como si tratara de prestar suma atención a mis movimientos. Repentinamente, posó su mano sobre mi muñeca y la bajó cuando la llave era cercana a la cerradura.

— ¿Sucede algo? —inquirí por lo extraño que me resultó su accionar.

Miró al techo y retrocedió unos pasos sin quitar la mirada de la madera.

—Recordé que tengo clases de arte.

Direccioné mi cuerpo en su ángulo girando sobre mi eje.

— ¿Pintas?

—Sí —contestó con una voz dulce—. Me gustaba dibujar desde los doce, luego a los quince descubrí que lo mío no era el anime, sino el desnudo, en resumen: pinto mujeres desnudas. Cuando lo hagas descubrirás cuán placentero es.

Me eché a reír. Qué chica.

—De acuerdo —dije jugando con las llaves alrededor de mi índice.

Repentinamente sonó el pitido del ascensor y comprobé la hora.

Roció observó de reojo las puertas abriéndose y soltó una sonrisa ladina.

Me miró con una mueca relajada.

— ¿Cuándo volvemos a vernos?

—Llámame y te diré si estoy disponible —repliqué con la misma expresión.

Me giré en dirección contraria a mi puerta y percibí el pavor en mi corazón representado con acelerados golpes.

Kate observó confusa la situación desde el elevador aunque luego sus labios extendidos en sorpresa se abrieron en una indisimulable sonrisa.

Rocío saludó a Kate con un movimiento de manos y se dirigió al ascensor, ella entrando en él y la otra saliendo.

La castaña se acercó a mí con pasos diminutos pero rápidos, llenos de emoción y similares a saltitos.

Giró su cabeza por encima de su hombro, comprobando que las puertas se hayan cerrado para luego mirarme de pies a cabeza con la misma tonta sonrisa de antes.

—Wow, Sam, no imaginé que pasarías a un home run en una primera cita.

Mi mente se quedó en blanco cuando Kate dijo home run, ¿qué carajos intentaba decirme con home run?

—Oh... —solté apenas entendí a qué se refería, inmediatamente después estreché el espacio entre mis cejas— No vinimos a eso, idiota.

—Ah, ¿no?

Movió sus cejas con picardía mientras extendía sus comisuras hasta sus orejas.

—No.

Echó un suspiro y retrocedió.

— ¿A qué?

—Pensábamos platicar —respondí.

—Ya veo.

Entre nosotros surgió un silencio incómodo mientras ambos nos enfrentábamos a unos pasos de la puerta de mi piso. Era bastante insufrible vernos a la cara sin decirnos nada. Entre el silencio, noté que Kate llevaba una mochila en su espalda, lo que me llenaba de curiosidad.

—Y... —inicié—... ¿no dijiste sobre salir?

Pareció darse cuenta de que hace unas pocas horas me comentó sobre encontrarnos.

— ¿Lo olvidaste? —inquirí atónito.

—No, no, sólo que —Bajó su cabeza avergonzada— he estado pensando en mil asuntos, no todos entran en mi cabeza... Lo siento.

Suspiré y me acerqué con suavidad a ella para palmarle el hombro.

—No lo sientas.

Levantó su cara con una pequeña sonrisa cerrada y extendió su brazo en mi dirección, envolviendo con delicadeza mi mano.

— ¿Vamos? —preguntó en voz baja, casi susurrando.

Mis comisuras ascendieron como una diminuta sonrisa.

— ¿A dónde me llevarás? —pregunté antes de ser arrastrado por ella a las escaleras de madera en un ritmo agitado.

— ¡Al cielo en el infierno, Sam! —Carcajeó como una bruja.

Miré asustado cada escalón para no tropezarme, con cada fuerte paso que daba un rechinido escandaloso sonaba.

— ¡Kate, ve más lento! —pedí en un grito despavorido cuando ella se tropezó en un escalón aunque rápidamente se recuperó— ¡Podríamos caer y rompernos la cabeza!

La chica avanzaba a unos cuantos pasos delante mío sin soltar mi mano ni ralentizar su paso.

— ¡Últimamente sólo quiero romperme la cabeza! —exclamó emocionada con tintes desgarradores.

No me dio tiempo a preocuparme por lo que dijo ya que frenó sorpresivamente sus pasos, causando que la inercia me obligue a apoyarme en ambos pasamanos con tal de no caer sobre ella.
Miré confuso su espalda hasta que volteó lentamente a mí con una expresión desconcertada.

—Sam, antes que vayamos, prométeme algo —habló en voz baja.

Terminó de girarse y me observó fijamente a los ojos con sus centelleantes iris ámbar que gracias a la luz solar del atardecer que se filtraba por las viejas ventanas estos se tornaban en un tono dorado.

Asentí repetidas veces ya que la situación me tenía con los pelos de punta.

—Prométeme que... cuando lleguemos al sitio no me juzgarás.

Noté el triste brillo en sus ojos, sus comisuras tensas y el temblor en la mano que yo tomaba.
Acumulé arrugas entre mis cejas ampliamente confundido.

Ella me observaba circunspecta, yendo en serio, olvidándose de toda la diversión que hace literalmente unos segundos desprendía. Había tenido un cambio de humor con un parpadeo; no había otra forma de expresarlo.

A pesar de que me preocupaba lo que estaba sucedía dentro de la cabeza de Katerine, no quería mencionarlo, me aterraba pensar que si hablaba de ello ella podría tener algún estallido emocional, sin embargo, era notorio que éste sería inevitable considerando sus singulares actitudes.

— ¿Por qué te juzgaría? —interrogué apretando suavemente su pequeña mano bajo la mía.

Ladeó su cabeza y se encogió de hombros lentamente.

—Otros lo han hecho —explicó con una voz baja y ronca. Relamió sus labios y llevó sus ojos a la ventana sucia sin quitar su cara de mi dirección—. Creo que deberíamos continuar.

Antes de que se dé la vuelta tiré un poco de su mano con tal de detenerla, causando que me mire un poco difusa.

— ¿Puedo preguntarte algo antes de que continuemos?

—Ya lo has hecho —Sonrió suavemente—, pero adelante.

Quisiera preguntarle por su raro cambio de humor, pero prefiero dejar las cosas así.

— ¿Podrías ir más despacio?

Me miró feo, así que añadí:

—Por favor.

Giró su cabeza en dirección al suelo con una sonrisa condescendiente en la cara.

—No es exactamente una pregunta, pero está bien.

Percibí una ligera caricia en el dorso de mi mano.

—Así que... si así lo prefieres, está bien —repitió.

Sonreí con los labios cerrados durante un momento, ligeramente contento, pero aún preocupado.

Kate volteó sobre una pierna con un movimiento caricaturesco y cómico y caminó con desgana bajando los escalones torpemente.

— ¿Cómo es... el cielo en el infierno, Kate? —cité lo que dijo antes.

Resopló con cierta diversión.

—Es un sitio donde sopla el viento de primavera en invierno, donde las amapolas crecen en el césped muerto y donde los sueños se cumplen —habló inspirada, elevando cada vez su voz de forma histriónica, como si estuviera en un teatro.

—Suena lindo.

—Suena, pero no lo es.

— ¿A qué te refieres?

—Lo sabrás cuando lleguemos, Sam.

Continuamos bajando las escaleras hasta que llegamos al último piso en silencio, salvo nuestras pisadas, las cuales se maximizaban gracias a la vieja madera. Katerine de vez en cuando bufaba agobiada o se llevaba su otra mano a la frente para limpiarse lo que supuse que sería sudor.

En el último piso su mano comenzó a trepidar más pero finalmente se calmó cuando enfrentamos la entrada del edificio, apretando mi mano con fuerza, como si estuviera evitando que yo huyera.

— ¿Te preocupa algo, Kate?

—Muchas cosas, Sam —contestó sin voltear—, pero sé sobrellevarlo.

—No parece.

Cruzamos las puertas hacia la calle y Kate se detuvo en el borde la cera, mirando de izquierda a derecha.

—No veo taxis, habrá que pedir un coche.

— ¿Iremos lejos? —pregunté.

Kate volteó a verme con el ceño fruncido.

— ¿Desde cuando haces tantas preguntas? —dijo con un tono apagado— Llevas once, once preguntas y sólo hemos hablado unos minutos.

— ¿Hay algún problema?

—Doce —exclamó.

Puse mis ojos en blanco y separé mi mano de la suya para ocultarla en mi bolsillo. Hacía un poco de frío afuera. Miré de reojo a Kate y ella estaba usando su celular tecleando algo a un ritmo acelerado.

—Iremos lejos, sí —respondió a la pregunta de hace un rato—, quizás tardemos media hora o un poco menos en llegar. Espero que hoy no tengas clases, porque no volveremos temprano.

De hecho, estoy faltando por reunirme con ella.

Reí un poco y ella me miró alarmada.

—No me digas... ¿estás haciendo novillos? —habló dramatizada.

Asentí sin voltear a verla.

—Dios mío —A través del rabillo de mi vista noté como se llevó las manos a la cabeza—, ¡soy una mala influencia para este inocente niño!

Fruncí mi ceño.

—No soy inocente, tampoco un niño.

—Cuéntale el cuento a otro, Sam.

Bufé fastidiado. Realmente no hay una gran diferencia de edad entre Kate y yo, sólo son cuatro años. Además, Kate cree que es una adulta hecha y derecha sólo con cumplir la mayoría de edad.

Luego de esperar en el frío la mano de Kate envolvió la mía nuevamente, arrebatándola de mi bolsillo.

—No soy un niño al que tengas que coger de la mano.

—No te cojo de la mano por eso, Sam —aclaró en un tono serio átono.

Observé confundido la silueta de perfil de la castaña, hasta que ella comenzó a caminar hacia un vehículo que hace unos instantes aparcó cerca de nosotros.

Ambos abordamos el vehículo, sin hablar, sin preguntar y sin mirarnos. Sentía que éramos desconocidos compartiendo coche.

Las calles de Zaragoza pasaban delante de mis ojos cuales flashes, se distorsionaban y difuminaban, impidiéndome ver con detalle las imágenes que mi vista procesaba.

Lentamente, el paisaje urbano comenzó a apaciguarse, llegando a mostrar casas cada mucha distancia. El césped era largo y de vez en cuando vislumbraba campos de trigo extensos.

—Si te aburres puedes dormir —comentó Kate apoyando su cabeza en la ventana del vehículo.

—No ha pasado tanto tiempo desde que subimos.

—En total han sido unos veinticinco minutos, a mí ya me está dando sueño.

Sonreí por su comentario y cerré mis ojos apoyando mi cabeza en el respaldo incómodo.

Pasaron unos cuantos minutos en los cuales sólo se oía el sonido del motor vibrando bajo nuestro cuerpo.

—Puede detenerse aquí.

INSTAGRAM: https.sphinxie

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Les dejo el Instagram de Sollozo a Medianoche♥


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