14 - Matar

Vaya título.

Gracias por la espera, wapos.

G R E C O

Nuevamente estaba frente a esa puerta... a las seis de la mañana. Apreté en mi puño derecho el trozo de papel y flexioné mis piernas lentamente, para deslizar la hoja a través de la parte de abajo de la puerta. Volví a enderezarme y solté un suspiro. Me llevé la palma de mi mano a mi cara cuando me percaté de que había olvidado poner mi nombre en el número de teléfono.

—Bueno, no importa —mascullé.

Obviamente importa.

Tras aquello me había alistado y vestido correctamente para la ocasión, se habían hecho las siete de la mañana; no hay razón para levantarme tan temprano, simplemente por puro gusto. Era martes, hace un día que no tenía ningún contacto con Sam luego de ese encuentro incómodo en la tarde de videojuegos, y hace dos días que no había hablado con Bruno después del domingo, día en que yo regresaba a Zaragoza.

Sin mucho más rodeo abordé la línea de bus que llevara a mi destino, no fue un viaje largo, pero sí aburrido. A las siete de la mañana sólo se oían bostezos y se sentía el sueño en el aire. Era normal, puesto que a ese horario salían padres —agotados— a trabajar en algún empleo mierdoso monótono. Logré conseguir un asiento entre la multitud para viajar más tranquila y evitar alguna caída innecesaria gracias a los frenos tan fuertes del conductor.

Cuando logré divisar el paisaje rural noté de que quedaban muy pocas personas en el bus, todos se habían bajado mientras aún estábamos en Zaragoza o en algún sitio mínimamente urbano.

Pisé cada escalón del bus y logré estampar mis pies contra el suelo. La Fresneda seguía siendo tan hermosa como siempre. Era un lugar pequeño, por lo que prácticamente allí todos nos conocíamos, ya que, a medida que avanzaba podía notar rostros familiares agarrados de la mano a algún niño pequeño.

A pesar de que el sitio se veía mantenido, había algunas locaciones que se notaban abandonadas y longevas. Intenté recordar con las pocas referencias que tenía —que en general estaban muy cambiadas— la ubicación de la casa de mis padres. No estaba del todo acostumbrada a regresar a La Fresneda, puesto a que la mayoría del tiempo eran mis padres quienes me visitaban, así que encontrar mi casa siempre era un martirio, gracias que esta vez no fue el todo complicado. Finalmente logré ver una casa con un jardín repleto de plantas. Mi madre es una fanática un tanto insana de las flores, enredaderas y plantas de hojas gigantes, por lo que resultó fácil deducir que ese terreno verde era mi hogar.

Abrí la puerta del porche e intenté hacerme paso hacia la entrada entre la flora, tocando el timbre repetidas veces con tal de mosquear a mis padres. No había respuesta.

Me estremecí al no escuchar ni siquiera algún grito molesto, así que volví a soltar una ola de tediosos sonidos agudos con aquel botón. Por último, oí un quejido sonoro, lo que me provocó una sonrisa inmediata.

La puerta se abrió y, entre la oscuridad, vislumbré un rostro femenino hastiado y somnoliento. Di un paso hacia delante y cuando la mujer alzó su vista, hice contacto visual con los ojos miel de mi madre, cansados y caídos, pero con aquel color que me había entregado a mí, lo que, me hizo reconocerla enseguida.

Temía que mis padres se hayan mudado, pero la única persona en La Fresneda que podría tener un gran manojo de plantas —que casi se tragaban la casa— era Adela Greco, así que sí, aún vivían en el mismo sitio.

Su semblante confuso y molesto se tornó en uno alegre y estupefacto.

— ¡Kat!

Se abalanzó a mí con sus brazos extendidos y rodeó mi cuello y torso con su agarre, casi privándome la respiración.

—Hola.

Sonreí un poco nerviosa; vaya bienvenida.

Se separó de mí y ladeó su cabeza con una mueca divertida.

— ¿Por qué te quedas ahí? —Retrocedió unos pocos pasos y extendió su brazo hacia un lado, señalando el interior de la casa con el mismo— Pasa sin vergüenza, estás en tu hogar.

Contesté con una sonrisa natural y pasé al interior. Mi casa estaba tan reluciente como siempre, ya que, mis padres están obsesionados con el orden, por lo que cada día limpian todo lo que pueden, cosa que heredé, ya que ver algo sucio solía asquearme o incomodarme.

Me ofreció un sitio en la mesa, el cual acepté sin ninguna vuelta. Comenzó a preparar café y a los pocos minutos volvió con dos tazas. Odio el café —es irónico debido a que la principal atracción de Délicatesse es su café— pero intenté poner mi mejor cara al beberlo, puesto a que lo había hecho mi madre y no podía rechazarlo.

Se acomodó en la silla con una gran sonrisa y mantuvo la taza caliente en sus manos con tal de calentarse. Observé su apariencia, la cual no me había tomado el tiempo de detallar. Su cabello negro yacía alborotado y una que otra cana se denotaba, sus cuencas lucían más claras de lo normal, lo que indicaba un carácter descansado. Su piel tenía un tono bronceado a pesar del actual invierno.

Sus dedos descendían y ascendían por la porcelana tallando su forma mientras me miraba con un rostro cálido, esbozando una sonrisa cerrada.

—No necesitas faltar a la universidad para hacer una visita.

Aquellas palabras tensaron mis hombros, los cuales subieron a un ritmo lento pero incómodo. Enseguida me calmé un poco al notar la inofensiva expresión de Adela, que claramente me indicaba que no había dicho eso con tal de afectarme, cosa que yo pensé inmediatamente.

Me encogí de hombros, esta vez con más naturalidad.

—He estado faltando más de lo que debería, una falta más no me hará nada —asumí mientras bajaba mis ojos a la mesa de caoba y posteriormente al vapor que desprendía la bebida, para luego dar un sorbo efímero.

Soltó una carcajada suave.

— ¿Quieres perder la carrera? —Sonrió y bebió del café sin dejar de verme.

—No, aunque no me importa si la pierdo o no.

Acaricié la suave porcelana debajo de las yemas secas de mis dedos.

— ¿Soy un desastre, no?

Mi pregunta le hizo fruncir el ceño, como plena señal de molestia.

—Tengo veintiún años y no me he decidido qué hacer con mi vida —continué.

Ella bufó y apartó la taza hacia un costado, reemplazando la misma por la unión de sus manos sobre la mesa. Estaba preparada para darme alguna lección de vida, lo sabía. No tenía un buen humor para escuchar palabras pseudo-sabias, por lo que mis oídos se cerraron de manera imaginaria.

—Kat, a tu edad es normal no saber qué harás con tu vida.

A pesar de que planeaba no escucharla, me estremecí cuando sus palabras se desprendieron de su garganta.

—Es decir —prosiguió—, ni siquiera yo sé qué he hecho y qué haré con mi vida.

Una de sus manos avanzó lentamente hacia a mí y la colocó sobre mi mano, acariciando mi forma con las yemas de sus dedos.

—No sé si eso sea un consuelo —me burlé con una sonrisa ladina, causando que ella me mirara con extrañeza.

—Para consolar hay que ser realistas —dijo mientras llevaba sus pupilas al rabillo de sus ojos, ladeando un poco su cabeza. Devolvió sus ojos a mí y continuó—:, no puedes mentir simplemente para que el otro se sienta mejor.

Tragué fuertemente saliva e intenté hablar pero ella no me lo permitió:

—Ambas somos adultas, por lo que ambas podemos afrontar con madurez este tipo de problemas, por lo que no se puede permitir que la empatía te nuble la mente.

Asentí y borré el intento de sonrisa que antes se había formado en mi cara.

— ¿Qué te hace pensar que necesito consuelo? —interrogué.

Suspiró y bebió otro sorbo de la bebida.

—Tus palabras, pero principalmente tus ojos —respondió con suma naturalidad, separando sus labios del filo de la taza.

— ¿Mis ojos?, ¿qué tienen?

—Tienen tus emociones, Kat, ya te lo he enseñado de pequeña: los ojos no pueden mentir.

Eché un suspiro y mis comisuras se extendieron una pizca.

—En todo lo que he vivido he podido comprobar que efectivamente pueden mentir; algunas almas son más escurridizas que otras —Agité suavemente mi mano (la que ella no tomaba) mientras hablaba—, por lo que es difícil que se muestren en los ojos sin huir.

—Tarde o temprano lo harán y no huirán, no podrán hacerlo. No somos androides para fingir emociones, así que la mentira no dura demasiado tiempo; las máscaras se despegan porque no son parte del rostro.

— ¿Y qué tal hacer la mentira parte de la cara?

Arqueó una ceja y ladeó su cabeza con sus ojos sospechando en silencio.

— ¿Por qué estás emocionada con la mentira?

Sonreí de lado.

—Porque ha pasado a ser parte de mi vida.

Adela puso una cara de disgusto, iba a hablar al abrir su boca pero una tercera voz la interrumpió:

—Ho... —Bostezó—... la.

Volteé mi cabeza ligeramente en busca de la voz y vi al final del pequeño pasillo la anatomía de mi padre. Cerré mi sonrisa y me observó con una mirada cálida.

Se acercó a pasos perezoso y levantó su mano como saludo, agitándola suavemente. desapareció por el arco de la cocina unos minutos.

—Más tarde continuaremos la conversación —aclaró mi madre y asentí con un rostro serio.

Desde mi sitio podía ver la espalda de Ciro Greco. Un hombre de piel ligeramente morena y ojos marrones, al igual que su cabello, salvo que este último poseía un tono más acaramelado. Su espalda era ancha, al igual que la mía y el contrario a mi madre. Ciro es un hombre bastante alto, cosa que, más o menos me heredó.

Mi padre volvió y depositó un beso en el cabello de mi mamá.

—Hola, amor.

Alzó su vista y me sonrió.

—Hola, cielo.

Tomó lugar en la mesa con una taza con té en manos, soplaba el caliente líquido mientras cerraba sus párpados.

—Inesperada visita —exclamó aún mirando la bebida—, ¿qué te hizo venir?

—Tengo una semana libre, están haciendo reformas en el restaurant —contesté, pasando mi yema por una suciedad que tenía la mesa, sobándola con tal de desaparecerla—. De vez en cuando es lindo visitar el pueblo, el aire es más limpio en este lugar.

Adela entornó sus ojos, dudando de mis palabras, sin embargo, Ciro no pareció sospechar nada.

—Aquí estarás cómoda, cariño —respondió papá.

***

Llevé mi mano derecha a mi frente cuando papá volvió a perder el tutorial del juego.

—Perdí práctica —se excusó con voz alterada.

Mamá estaba a mi lado conteniendo su risa por el mal control que tenía su esposo sobre el personaje jugable del juego. Tampoco era tan difícil, cualquiera sin idea de jugar podría acostumbrarse a los controles.

—Creo que te van los otome, no puedes jugar esto.

— ¿Qué es un otome? —interrogó mientras buscaba R2 en el mando de PlayStation.

—Un juego de citas, pa, esos en que tienes que flirtear con un chico para ganar corazones.

Hizo una mueca de asco exagerando y mi mamá se rió por lo bajo.

— ¿Cómo va el supermercado? —pregunté.

Me giré a mi madre buscando respuestas.

—De diez, Katty, contratamos un poco de gente confiable para que supervisen el local —explicó—. Sólo vamos a la noche para retirar las ganancias.

— ¿Eso es como unas vacaciones permanentes?

Asintió con una mueca orgullosa.

—Lo único que se dificulta son los negocios con los Damiani —Retorcí mi expresión al escuchar ese apellido y mi madre me miró con la misma cara apagada al mencionarlos—, sabes que son orgullosos. Su vino ni siquiera es tan delicioso y quieren venderlo a cifras exuberantes, así que es complicado acordar con ellos.

Puse mis ojos en blanco.

—Es delicioso —soltó mi papá sin quitar los ojos de su torpe personaje.

—Pero su sabor no justifica su precio, no es tan —Mi madre movió su manos, extendiéndolas como si hablara de tamaño— bueno.

Ambos echaron un suspiro y Adela volvió a voltear su rostro en mi dirección.

— ¿Qué tal está Bruno?

Bufé.

—No tomó adecuadamente su medicina y está hospitalizado de nuevo.

Mamá estalló en carcajadas ruidosas y constantes.

— ¡Gilipollas!

Sonreí suavemente.

—No le digas así al muchacho, Adela, ponte en su lugar —regañó mi padre, esta vez buscando el botón de L2.

—Lo siento, es gracioso.

Se calmó un poco y nuevamente me miró, aunque esta vez con cierta diversión.

—Dudo que su enfermedad sea lo peor para él —dije, llevando a mis manos apoyadas en mi regazo—, estar con su familia la mayoría del tiempo quizás sí, creo que conoces de sobra el odio que él le tiene a sus padres.

Asintió, borrando su sonrisa.

—Créeme, si ustedes dos fueran así de serios podría llegar al suicidio —contestó.

Mi papá quitó la vista del televisor y miró a mi madre con sus ojos entrecerrados, diciéndole todo con los susodichos. Adela sólo le respondió con una risa burlona.

—Cuando Bruno se recupere mándale mis saludos, Kat —respondió papá, volviendo a su juego.

—Bueno.

Me sentí extraña cuando sentí el deseo de que Bruno no lograra recuperarse, y a la vez, me enojé conmigo misma.

—Deberíamos organizar algo cuando salga del hospital, para festejar. Puede ser algo pequeño —añadió mamá.

Negué con la cabeza—: Bruno no es amante de las fiestas.

—No una fiesta; un encuentro.

Dudé un poco y apreté mis labios. No tenía muchas ganas que Bruno se encuentre con mis padres, algo no me terminaba de convencer.

—Nos lo pensaremos —concluí con tal de abandonar el tema.

Gracias a Dios, mi teléfono sonó en mi bolsillo y pude huir del sitio. Me dirigí al patio trasero para poder conversar con comodidad, aunque probablemente mis padres estarían con la oreja pegada a la puerta considerando lo chismosos que son.

Atendí la llamada y sonreí al ver «número desconocido». Llevé el celular a mi oído y pegue un brinco pequeño cuando al otro lado escuché un ruidoso bostezo.

—Hola, Kate.

La voz ronca de Sam parecía de otra persona.

Fruncí mi ceño cuando recordé que eran las dos de la tarde, ¿se había despertado recién?

— ¿Cómo supiste que era mi número? —interrogué curiosa.

—Porque sólo un idiota deja un número sin nombre.

Puse mis ojos en blanco.

— ¿Me estás diciendo idiota?

—No hay que ser muy inteligente para captar la indirecta —habló y nuevamente bostezó.

Sonreí un poco.

— ¿Por qué te levantas a esta hora?

— ¿Te importa? —respondió alterado.

—Bueno, es que te estás perdiendo tu escuelita —dije con burla.

Escuché un quejido entre dientes de su parte y solté una risilla.

—Mi turno es de noche.

Mantuvo el silencio unos instantes.

—¿Dónde estás? —preguntó repentinamente cambiando de tema.

— ¿Te importa?

Podía imaginar su cara enojada, lo que hacía más divertida la situación.

Una vez más se quedó callado, así que preferí hablar:

—Estoy en La Fresneda.

— ¿Dónde queda eso?

Reí un poco.

—A una hora de Zaragoza, Sam —Observé la puerta de la casa y noté que el picaporte se movió, lo que hizo que mis manos suden—. D-debo irme, vete a peinar, Sam.

— ¿Cómo sabes que estoy despeina...

Corté antes de que termine su frase y sonreí desmesuradamente conteniendo mi risa al intuir qué diría. Volteé hacia la puerta y divisé a mi padre en el umbral de la misma, sosteniendo es su mano derecha el mando inalámbrico.

—Ayúdame.

Vaya coñazo.

Eché un suspiro y me acerqué a la casa a zancadas, resoplando con un poco de diversión.

—Pedazo de manco te has vuelto, pa.

***

Mi madre me mira desde el umbral del baño mientras me lavo los dientes. Ya ha anochecido y planeé quedarme hasta mañana en la casa de mis padres, por lo que, me han hecho un sitio en el sofá de la sala.

Me observa con ojos furtivos, con una mirada idéntica a la de Sam. Me estremece que ella me mire mientras me lavo los dientes, considero esto último como un momento privado e íntimo, así que que me contemple lavándome los dientes es casi como si me mirase mientras estoy en cueros. Cosas mías, supongo.

— ¿A qué le das vueltas? —pronuncié mínimamente entendible luego de escupir el agua y espuma, para dirigir una vez más el cepillo a mi dentadura.

—A la conversación de la mañana.

Su voz rasposa sonó neutra, casi estoica.

—Son las once de la noche, deberías de dejar de pensar en ello, mami.

— ¿Por qué?

—Porque yo lo digo.

Soltó una risa, lo que me hizo observarla de reojo mientras sacudía el objeto contra mis dientes, generando un ruido esponjoso.

—Eso suena a algo que diría yo.

Mis párpados sonrieron.

—Y así es —rematé, ahora con mi boca libre exclamando una sonrisa.

Terminé mis tareas de aseo nocturnas y me encaminé de la mano de mi madre a la sala. Mi padre estaba durmiendo como un ceporro y sus ronquidos eran audibles aún estando en otra habitación, por lo que, ambas estábamos solas.

Ella se acomodó en un sillón individual, dándome espacio en el sofá de tres plazas para recostarme y cubrirme con una manta.

— ¿Me darás un sermón de cómo las mentiras son malas, y que tiene patas cortas, y todo eso que ustedes los mayores dicen cuando no saben qué decir? —hablé torpe y rápido, mientras giraba mi vista al techo frunciendo mi ceño. No estaba de buenas para tener una de esas charlas de buenos valores, me podría irritar hasta con el sonido del reloj.

—No soy de esas madres, Katerine —Escuché su tono apagado—, me decepciona que pienses eso de mí.

Exhalé aire por mis fosas nasales de una manera ruidosa.

—Es inevitable.

El silencio reinó por al menos dos minutos, hasta que oí un suspiro por su parte.

— ¿Y de qué es tu mentira? —soltó un tanto perezosa— ¿es que estás embarazada de otro y le dices a Bruno que es suyo?

— ¡No! —negué entre risas cortas.

— ¿Entonces?

—Es algo peor que eso.

Mantuvo sus palabras en su garganta.

— ¿Mataste a alguien? —las soltó.

—No.

Entornó sus ojos, quizás tratando de saber en mi cara qué ocultaba.

Eché un suspiro y aparté mis ojos de los suyos.

—Ya no amo como antes a Bruno.

El silencio tomó sitio en la habitación y podía sentir la mirada de mi madre en mi nuca, apuñalándome con la intensidad de la misma. Finalmente exhaló de manera ruidosa.

— ¿Y? —pregunté, esperando su charla.

—Pues dile, sólo eso.

Apreté mis labios formando una línea.

—Mamá, ¿cómo podría terminar con él si está enfermo?

—Si le sigues mintiendo luego será peor.

—Lo sé, créeme —Llevé el filo de la sábana por arriba de mi cabeza, cubriéndome en completitud—. ¿Realmente debería terminar con él? Quizás sea una fase mía.

— ¿Desde cuándo llevas con ese pensamiento?

—Un mes y algunas semanas.

—Es poco tiempo —habló—, aunque quizás sólo para mí.

Nunca le había contado a mi madre en profundidad de mi relación con Bruno, por lo que sus consejos serían limitados. Es inevitable.

—Desearía que fuera una fase.

Chasqueó su lengua, no logré saber si era por molestia o por algo más.

—Escucha, Katerine —Su mano me destapó hasta los hombros, obligándome indirectamente a verla—, el amor no es para siempre; no puedes forzarlo. No puedes mentirle a Bruno. Si no lo quieres; termina con él.

— ¿Y si en el fondo de mi corazón lo quiero?

Miró hacia la derecha, evadiendo mis ojos cristalinos.

—Si es así, lo sabrás —Pausó sus palabras, llevando su mano a mi mejilla y con su pulgar acariciando la misma continuó—:, pero la compasión no es buena cuando involucra fuertemente tu propia vida, equivocarte en exceso podría costarte caro.

En ese instante, el silencio volvió a amanecer gracias a mi boca cerrada, pero no pasó mucho tiempo desde la despedida de mi madre cuando mi boca volvió a abrirse con un quejido.

¿Y si lo sigo amando?, ¿y si Bruno será el único hombre en mi vida?

Y si... ¿y si?

Siempre he considerado estúpidas a las personas que dudan tanto para tomar decisiones, y yo, me había convertido en esa estúpida que aborrecía en mi adolescencia.

¿Por qué es tan difícil soltar a alguien?

Cuando pienso en dejar de amar a Bruno, pienso en el silencio y pienso en la soledad. Es dañino depender en demasía de alguien, también es peligroso. En estos momentos, yo estoy rodeada de fuego, y sólo hay unas pocas salidas, ambas igual de extremas.

Bruno no querrá volver a saber de mí.

Si rompo con él, será como matarlo; desaparecerá de mi vida, ¿pero no es eso lo que quiero?, ¿o es eso lo que quiero querer?

Sumergiéndome en la calidez de las mantas llegué a una conclusión:

Hablaría con Bruno e intentaría quererlo.

Pero... ¿qué sucede con su comportamiento?, ¿qué pasaría con él?, ¿lo cambiaría?

Creo que, esas son preguntas por las que voy a arriesgarme para responder.

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Gracias por leerme y aguantarme, nos leemos en breve♥.

Sphinx.

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