13 - Irene Damiani


Éste lo saqué un poquito más rápido. Anoche me quedé hasta las 6AM escribiendo, así que no sean fantasmones <3, los quiero<3<3<3



-—Kat, dame otra oportunidad.



Mi saliva fluyó con fuerza por mi boca y garganta, mi frente sudó y mi nariz se humedeció internamente, lo mismo con mis ojos. Mis orejas eran atravesadas por un hilo de ruido que entraba y salía por mis oídos atravesando mi cerebro, incluyendo mi consciencia, nublándola con neblina espesa. Mientras que mi corazón; mi corazón ardía y daba vueltas dentro de mi pecho.

Tengo miedo.


Me alejé de él, esperando a que mis pensamientos se aclararan con ello, pero no lo hicieron. Aún seguía inquieta, con mis manos y piernas temblando mientras observaba el rostro compungido pero circunspecto de Bruno.


—Bruno, yo...


Repentinamente sentí una presión en mi cintura y volteé asustada, hasta encontrarme con un rostro que alivió la presión en mis rodillas. Lo que menos me agradaba, fue lo que me salvó.


Volví a mirar a Bruno y noté su semblante decepcionado, quizás necesitaba una respuesta inmediata, lo que yo rara vez daba.


—Fui a buscar unas bebidas —Betsabé alzó en sus manos dos latas de refresco.


— ¿Bruno puede tomar eso? —Estreché mis cejas, ampliamente escéptica.


—Según su doctor sí —Sonrió de lado a lado enseñando su dentadura pura.



Me senté en una de las sillas dispersas en el cuarto, observando como Betsy volvía a su sitio en la cama de Bruno. Sacó su celular, lo que me sorprendió, no la regañaría, aunque una parte de mí lo deseaba fervientemente; retarla era una mala manía que había cogido al crecer.


Mantuve mi mirada fija en Bruno, él hizo lo mismo conmigo, sabía que él no hablaría hasta que volvamos a estar solos. Si Betsabé se marchaba otra vez él me obligaría a responderle y claramente yo no tenía la cabeza preparada para martillarme con pensamientos altruistas o, de lo contrario: egoístas.


Ahora mismo, Betsabé estaba de sujetavelas, pero no precisamente de una velada.


La boca de la rubia se abrió en un círculo y sus mejillas se enrojecieron. Aproximó el móvil a Bruno, enseñando la pantalla, lo que hizo que él dé vuelta sus ojos con disgusto.


—Ya te rechazó, deja de seguirlo si es que quieres olvidarlo —dijo el castaño acomodándose en la cama tras beber la bebida, dejándola sobre una pequeña mesa al lado de su sitio.


La chica volvió a encarar la pantalla del teléfono y se emocionó aún más.


— ¿Quién podría olvidarse de un tipo así? —exclamó ciertamente ofendida, como si Bruno le hubiera insultado— Ni en mi vida ni en la otra me olvidaría de un adonis.


Betsabé cruzó sus brazos sobre su pecho denotando su molestia. Mantuve una cara entretenida sobre los hermanos, finalmente, Bet cedió y dirigió su cuerpo hacia a mí, mostrándome la pantalla. Abrí mis ojos y boca, sorprendida. Vaya, vaya.


— ¿Te parece guapo? —preguntó.


La respuesta era obvia: sí. Después de todo, la imagen que había en el móvil era una de Sam, Sam d'Aramitz, alías mi vecino depresivo.


Miré la pantalla y luego miré a Bruno.


A pesar de que habían pasado unos pocos segundos desde la pregunta, Betsabé no me dio tiempo a responder —como siempre— y dio una voltereta rápida volviendo a Bruno.



—Es guapísimo, lo sé —Se «auto-respondió»—. Entre todos los habitantes de Aragón tengo las mejores vistas, ya que es mi compañero de clases —explicó en voz fanfarrona.



Fruncí fuertemente el ceño. Primer punto: Betsabé tiene dieciocho años, que yo sepa, Sam estaba en sus veintes. Segundo punto: ella vivía en La Fresneda, y lo más seguro es que Sam estudiaba en Zaragoza.


—Pero Betsabé, vives en La Fresneda... —Intenté refutar su afirmación, fallando completamente:

— ¿Y qué? Existe el transporte, así que puedo estudiar en Zaragoza —Sacó su lengua.



***






Luego de recordar la conversación con Betsabé sobre Sam me quedé helada en mi sitio. Estanislao estaba a mi izquierda devorando helado mientras que Sam, a mi derecha, tomaba el mando de la consola con demasiada concentración, y yo, también sostenía el mío pero con mucha más calma, aunque en estos instantes me había olvidado de la carrera, centrándome en Sam. Recordaba que nunca le había preguntado qué carrera estudiaba —no obstante él tampoco—, ni mucho menos su edad. Mis dudas se estaban enredando entre ellas dentro de mi cabeza, así que preferí despejarlas:


—Sam, ¿qué edad tienes? —Fui al grano, sin ganas de sufrir rodeos que me den dolores de cabeza.

Detuvo su tecleo intenso y volteó hacia a mí con un rostro pétreo.


—Veinti...


—Diecisiete —interrumpió inmediatamente su hermano.


Fruncí mi ceño fuertemente y me congelé.


¡Sam es ilegal!


Ahora me siento una especie de pedófila por haber tenido pensamientos impuros por él hace unas semanas.


Contuve una carcajada con mi mano y Sam pareció bastante exaltado por la respuesta de Estanislao. Nunca habría imaginado que él era un menor, después de todo tenía un rostro bastante adulto.


—De todas formas tendré dieciocho en poco tiempo —aclaró por alguna razón desconocida.


—Seguirás siendo un bebé, Sam —Sonrió Estanislao inclinándose en su dirección.


—Pienso lo mismo —Volví a tomar las riendas de la carrera mientras Sam estaba distraído y descarrilé su automóvil con el mío, ejerciendo presión en ambos.


Bufó fastidiado cuando su coche se atascó en una complicada acera. Yo iba ganando la carrera, lástima que luego de recuperarse mantuvo un ritmo envidiable y casi me alcanzaba.



— ¿Conoces a una niña llamada Betsabé? —Volví a hablar sin enredarme demasiado.


Bueno, de niña no tenía nada, pero a mis ojos seguía siendo la misma cría adorable —y ruidosa— que conocí, una pena que la adolescencia había hecho lo suyo y la haya cambiado, dejando a una mujer malcriada y testaruda.


Su silencio me extrañó así que lo miré de reojo, estaba bastante serio, luego, me giré a su hermano mayor y noté su cara arrugada conteniendo la risa.


—Creo que se te declaró —proseguí—, ¿cómo lo hizo?


Su hombros se tensaron de repente y la risa de Estanislao estaba a punto de estallar. Sam mantuvo el silencio por un largo rato hasta que finalmente echó un suspiro y declaró:


—Dijo que si salía con ella me obsequiaría un Mercedes.


¡¿Qué había en la cabeza de esa chica?!


Su hermano no se contuvo más y comenzó a reír sin control, cosa que también hice.


—Sigo resentido con que la hayas rechazado, yo quería ese coche —Sonrió el moreno, acomodándose mejor en el sofá.


—Prefiero que me duelan los pies antes que salir con una chica así —afirmó dejando el control a un lado luego de llegar segundo al final de la carrera.


Descansé el joystick sobre mi regazo mientras mi risa se desvanecía en entrecortadas carcajadas.


— ¿Recuerdas cómo la rechazaste, hermanito? —Estanislao ladeó su cabeza divertido con la situación.


Sam llevó su codo al apoyabrazos del sofá y recostó su rostro en su mano, esperando a que el menú del juego cargue para iniciar una nueva partida.


—Salí corriendo —respondió tras unos instantes de silencio.


—Lo veía venir —Sonreí nuevamente bajando mi rostro.


Miré el mando marcando con mi pulgar el relieve del mismo. Desde que era niña me la pasaba viciando a los videojuegos, especialmente a los violentos; era bonito sentir kilos de furia y luego descargarla con inocentes ciudadanos sin nombre en un juego, hacer eso te haría sentir poderoso sin importar el estado de ánimo.


Sam y yo continuamos jugando, sin darnos cuenta de que Estanislao ya había ido y venido de la cocina, esta vez sin el pote en sus manos. Se sentó en un sillón diferente, así que aproveché el espacio vacío para alejarme de Sam y tener más comodidad con los controles.


— ¿Por qué eres amiga de mi hermano? —habló la voz más grave de los hermanos.


Su pregunta me extrañó, haciéndome estrechar el espacio entre mis cejas, dando a entender que no comprendía del todo porqué hacía esa pregunta.


—Es decir, Sam no es muy bueno con las amistades, todos los que se le acercaron se alejaron al poco tiempo —Le dio un sorbo al vaso con agua que estaba en la mesa de café.


Miré de reojo al ojigris, notando sus hombros tensos y ojos pétreos clavados en la brillosa pantalla con concentración mientras agitaba rápidamente sus dedos en el mando.

—Sam puede ser un idiota de a ratos —El citado frunció el ceño por mi respuesta, aún así, añadí—:, pero es buen chico. Imagino que se alejaban de él ya que no se tomaban el tiempo para conocerlo, bueno, yo no debería decir eso, literalmente supe de su edad hace unos pocos minutos.

En esos momentos me preguntaba si Sam no me había dicho de su edad por querer ocultarla o simplemente no se le había venido a la cabeza decirme que es un menor.

—Sabes que los ahuyento por puro gusto —soltó Sam, relajando el movimiento de sus dedos.

Estanislao arqueó una ceja con una sonrisa de lado marcada.

— ¿Seguro?, ¿qué hay de esa vez que lloraste porque te excluían en el salón de clases?

Observé el camino que marcó el bulto en su cuello hacia abajo cuando tragó saliva repleto de incomodidad.

—Tenía quince —justificó.

—No fue hace mucho —Estanislao amplió su sonrisa.

Vaya, la forma en que se burlaba de Sam me dejaba bien claro que éste era un hermano mayor en toda regla.

El menor de los hermanos bufó y se cruzó de piernas en su asiento. El chico de ojos castaños comenzó a estirarse y posteriormente se levantó del sillón, mirándonos a los dos con sus brazos en cada lado de su cintura.

—Voy a tomar una siesta.

—Acabas de levantarte de una —regañó el otro.

—Samuel, cuando crezcas aprenderás que siempre es un buen momento para dormir una siesta.

Sam soltó una risilla e inmediatamente subió sus pies a la mesa cuando comprobó que Estanislao ya se había ido. Miré sus pies y luego su rostro, confundida.

—Él no me deja subir los pies a la mesa, aprovecho cuando no está —habló en explicación casi susurrando, como si fuera un secreto.

Pfft.

Sam podía decir cosas bastante tontas con una cara muy seria.

Volví a concentrarme en el juego, tomando la ventaja de la carrera. El coche gris, alargado y pequeño de Sam se aproximó al mío —que quizás no era rápido como el suyo, pero tenía mucha más estabilidad— y comenzó a ejercer presión sobre el mismo, sacando chispas con la fricción, sin embargo, no se dio cuenta que a poca distancia de su automóvil había un palo de luz, con el que se chocó y volcó a su pequeño automóvil.

— ¡Agh! —exclamó dejando el mando sobre su regazo con enojo. Tiró su cabeza hacia atrás y dejó de jugar.

— ¿No seguirás con la carrera? —pregunté, esquivando a los coches que transitaban casualmente por las calles donde se realizaba la carrera.

Negó con su cabeza repetidas veces. Qué mal perdedor.

Dejé el mando sobre la mesa estirando mi brazo hacia la misma y el semblante de Sam se llenó de confusión.

—Podías ganar sin esfuerzo —afirmó, arqueando su ceja un poco confundido por mi abandono de la partida.

—Así no tiene gracia —Crucé mis brazos sobre mi pecho y lo mismo hice con mis piernas, cerrando el espacio entre ellas.

Eché un suspiro aburrido y luego un bostezo mientras estiraba mis brazos. Me acerqué furtivamente a Sam y quité el mando de sus piernas, poniéndolo en la mesa y ágilmente usando de reemplazo mi cabeza, básicamente utilizando su regazo de almohada. Él no tardó en reaccionar y comenzó a intentar apartarme, no obstante, me quedé quieta en mi sitio como una roca.

— ¿Qué coño haces? —bramó enfadado. Me percaté de un suave rubor en sus mejillas casi imperceptible.

—Obligándote a devolver un favor —Sonreí de lado enseñando un poco mis dientes.

— ¿Sigues con eso? —Arrugó su ceño con disgusto— Además, no recuerdo que me hayas hecho este «favor».

Reí ligeramente. Cuando había sucedido eso, Sam estaba inconsciente por las pocas copas que tomó, la imagen mental que obtenía me divertía bastante.

—Cuando te emborrachaste —comencé a explicar—, estuviste un buen tiempo sobre mi regazo, durmiendo, ¿y sabes qué es lo peor? Apestabas.

Evadió el contacto visual y llevó una mano a su rostro, ocultando la vergüenza que se exhibía en sus pómulos. Es adorable.

—No lo recuerdo.

—Es normal, estabas inconsciente —rematé. Me acomodé un poco sobre el sofá y el chico, cerrando mis ojos y soltando un suspiro abatido—. Hoy no fue mi mejor día, así que sé buena almohada y haz silencio.

Sam volteó los ojos pero se resignó a seguir insistiendo y dejó caer su cabeza, depositando sus orbes claros en el oscuro techo. Volví a bajar mis párpados superiores y moví mi mano izquierda en busca de la suya, descubriendo el camino con suaves palmadas pausadas, hasta sentir el relieve de los tendones de su mano en el dorso de la misma. Delineé con mis más altas falanges los caminos que marcaban sus venas y al abrir mis ojos me percaté de su semblante calmo y relajado.

— ¿Por qué me ocultaste tu edad? —murmuré con timidez mientras observaba su mano esquelética y huesuda.

Echó una risa fugaz, grave y ronca.

— ¿Qué te hace pensar que la oculté? —contestó.

Arrugué mi nariz y nuestros ojos se encontraron, los suyos se veían risueños y juguetones, con su brillo característico.

—No sé..., quizás que saber la edad de alguien sea algo básico en una amistad —Trasladé mi índice al espacio entre sus dedos, rozándolo con lentitud y precaución, cosa que, pareció incomodarle, aún así no cesé mi sutil movimiento.

—Déjalo —sonó tajante.

— ¿El qué? —Me atreví a seguir molestando.

Apartó su mano bruscamente en respuesta y lo miré aburrida.

—Aburrido —solté dando una vuelta sobre él, dejando el lado de mi cabeza sobre su regazo.

—Molesta.

Volví a fruncir el ceño, aludida.

—Idiota.

—Tonta —insultó nuevamente, sin quitar su sonrisa.

Llevó la misma mano a mi rostro con precaución y de la nada estiró mi mejilla de un tirón. Me levanté rápidamente de él, dejando mi trasero sobre el sofá y encarando la nada. Me volteé hacia Sam amenazando con mis ojos, únicamente me observó con su mirada encendida y su sonrisa amplia pero fina, pareciendo una delgada línea curva en su rostro.

—Ya te lo he dicho la primera vez que hablamos, Kate: no me incomodes, a menos que quieras que te devuelva el gesto.

Bajó sus pies de la mesa y apoyó ambos codos sobre sus muslos, mirándome desde abajo. Mis hombros se tensaron con intensidad e intenté adoptar una pose laxa, fallando enteramente.
Traté de ocultar mi mirada de la suya, aunque me atreví a verlo de nuevo, observando el movimiento sutil de sus iris al trasladarse de mi rostro al resto de cuerpo, contemplando de una manera que no podría descifrar por más que me esforzara.

— ¿Estás evitando mi pregunta con todo esto? —Me atreví a preguntar, dispuesta a saber sus intenciones.

—Tal vez.

Retorcí mis labios como una mueca de disgusto, lo que pareció disfrutar levemente.

—He estado pensando... —Detuve mi hablar, dudando si decirlo o no, si bien la pregunta me había dado mil vueltas por la cabeza esta tarde, no sabía con certeza si era correcto decirlo.

— ¿Has estado pensando? —pidió sutilmente que continuara.

Tragué un poco de saliva, apretando mis puños con incomodidad.

—...Que quizás no tenemos idea del otro.

Borró su sonrisa y mantuvo ojos amplios sobre mí, apuntándome como dagas.

—Para ya de pensar en eso.

Bajé mi rostro, rendida.

Estábamos conociéndonos, era normal que no supiéramos del otro, pero, ¿su edad?, ¿quién no sabría algo tan básico como la edad? Ese hecho, me hacía intuir que Sam era el tipo de persona que ocultaba demasiadas cosas, y ese pensamiento se acentuaba cada vez más en mí, no sabía sus verdaderos sentimientos; siempre parecía analizarme, como si estuviera ideando la mejor forma de sacarme información o aprovecharse de mí, jugando conmigo. O... quizás estaba equivocada, quizás era sólo su forma de ser, quizás sólo era torpe, ¡quizás sólo no sabía cómo relacionarse con un amigo! Deseaba fervientemente estar equivocada.

Sam intentó acercarse a mí por el sofá y rápidamente me alejé por reflejo, posteriormente levantando mi cuerpo del sofá, tambaleé unos segundos pero retomé el equilibrio apoyando mi cuerpo enteramente en mis pies sobre el suelo.

—Kate, ¿pasa algo? —Sonó preocupado.

Sam es bueno. Bruno es malo. O... eso es lo que quiero pensar, de eso me quiero convencer, o quizás, no sea así.

—Nada, sólo... —Rápido, piensa una excusa— recordé que tengo cosas que hacer en casa.

Él no se notó completamente convencido, aún así, bajó la cabeza entristecido levemente y suspiró de forma prolongada—: De acuerdo, nos vemos.

Sam me acompañó hasta la puerta de entrada y nos saludamos en la mejilla rápidamente. Cuando desapareció tras cerrar la puerta sentí una enorme calma y liberación, mi corazón cesó su ritmo tan acelerado, librándome de el insistente sonido del galopeo del susodicho.

Debía dejar de pensar tanto y aclarar mi cabeza, de lo contrario, me volvería loca llenándome de ideas precipitadas.

D A M I A N I

El aire del hospital era sofocante, presionaba mi cuello con firmeza impidiéndome respirar adecuadamente, mientras que su particular aroma poblaba mis sentidos arrebatando el poco hálito que me quedaba. Mi espalda se tensaba, dejándome rigido cual muro. No sentía el júbilo del domingo en la mañana de tener a Kat cerca, sin ella, todo era tan gris y apagado. Su sonrisa, la cual iluminaba mi estancia, sólo brillaba en la oscuridad de mis párpados cerrados, tal cual una luz grabada. Era inevitable agobiarse con la voz chirriante de Betsabé, o la voz grave y autoritaria de mis padres, como si mi cuerpo no estuviera lo suficientemente pesado, ellos lograban hundirme como lo haría una roca sobre mi pecho, cortándome la respiración, sin dejarme ser libre, sin dejarme moverme como guste, ya que sabía que esos rasgados ojos me seguirán sin importar que desapareciera de su vista.

A pesar de todo, me he acostumbrado a ello: me he acostumbrado a que mi existencia sea minimizada a un útil objeto constantemente juzgado que puede ser usado cuando las circunstancias se den, el cual necesita de contemplación para descubrir sus flaquezas y luego doblegarlo cual fino y frágil papel. Para mis padres, no soy un hombre, soy una llave inglesa, o un engranaje, y cuando ellos deseen puedo ser su hijo, pero sólo seré su hijo cuando haya un legado que entregar.

Nací con el propósito de ser el heredero del negocio de mis padres, ese es mi objetivo, esa es mi utilidad. Y sólo por eso mismo, ellos ahora están pagando mi tratamiento. Y, debo admitir, que mi Lyme puede ser tratado, pero mi aversión a Irene e Higinio nunca, por más que me droguen con medicina más potente, no podría dejar de sentir un profundo disgusto al ser rodeado por mi familia, la cual parece ser una agrupación de cínicos.

Hay alguien a quien siempre he detestado: Betsabé. Ella ha sido la hija planeada de mis padres: la mimada. Ella puede hacer todos los chanchullos que quiera; nunca será juzgada. Mientras que yo, Bruno Damiani, el mayor de ambos, es juzgado por contraer una enfermedad que imposibilita mi inmovilidad y mi entorno se conforma por ellos, especialmente ella, quien siempre ha sentido un repugnante apego hacia mí.

Pero, también, hay alguien a quien siempre he amado: Katerine. Es la hija de los antiguos socios de mis padres: Adela y Ciro Greco, también conocidos como: mis padres soñados. Ella es producto de una pareja amorosa, calma y sencilla, ella es la hija mayor, y también —a diferencia mía— la deseada.

La conocí cuando tenía nueve años, en la primera reunión de nuestros padres. En la escuela la conocía sólo por vista, y por los apodos que le ponían. Si bien ella era juzgada por su peso, no era para nada obesa, simplemente tenía unos kilos de más para su ideal, lo que la diferenciaba con amplitud del resto de las chicas, quienes, eran extremadamente delgadas, tanto de forma sana como no. A pesar de ser tildada de horrible y fea, era una niña hermosa, de ojos grandes del tono de la miel y labios casi hechos de cereza, sus mejillas se sonrojaban por cualquier cosa, incluso mientras hablaba. Si bien era una personalidad elocuente, solía mantener su boca cerrada, lo que me llenaba de curiosidad a mi temprana edad.

Fue en mi prepubertad cuando desarrollé una obsesión poco sana con ella. Intentaba saber todo lo que pudiera: su estatura, peso, grupo sanguíneo, el nombre de sus miembros familiares y otros detalles rebuscados. Mi observación y —ligero— acosos cesó cuando ella se percató de este hecho, tachándome de idiota, raro y pervertido. Luego de aquella instancia, extrañamente comenzamos a hablar más y yo perdí mi miedo a acercarme para hablarle, éramos similares a un par de amigos.

Si bien ella siempre me consideró un conocido, ese sentimiento nunca fue recíproco; perdí la cuenta de las veces que me rechazó, no fue hasta los diecisiete donde finalmente me aceptó como su pareja. Si bien sabía desde aquel entonces de que quizás, tanto ella como yo ya fuimos corrompidos lo suficiente para que nuestra relación funcionara un poco. La corrupción de Katerine fue únicamente gracias a mí, y hasta el día de hoy me arrepentía tanto de llenar su cabeza de ideas estúpidas plantadas por mis padres, que paulatinamente fueron creciendo hasta enredarse en Kat..., mi pura y linda Kat, que por mi culpa, se había convertido en una mentirosa e hipócrita, como si fuera un espejo mío, especialmente de mis defectos, ¿pero qué podía pedir? En mi alma había más mugre que brillo.

Sabía que Katerine nunca podría eliminar las impurezas que yo mismo inconscientemente escribí en ella, y estaba dispuesto a convivir con una versión sucia de ella.

A pesar de todos sus defectos actuales, yo la seguía amando como antes, la seguía deseando, y por supuesto: la seguía queriendo para .

Desde que ella dejó su luz, he tenido la idea de que ningún otro hombre, o mujer, la encontraría atractiva, que, si bien ella seguía siendo preciosa; sus ojos ya no brillaban como antes. Hasta que noté el interés de una persona, llenándome de incertidumbre y confusión: ¿por qué le atraía la seria y falsa Kat? En el instante que me percaté de que había alguien que no paraba de mirarla, sentí una enorme vulnerabilidad, nunca antes me había sentido un inútil respecto a mi pareja, puesto a que las veces que alguien se había acercado a ella en mi presencia eran contadas.

Si había deformado a Kat de tal forma que sólo me gustara a mí, ¿por qué había otro?

Podía afirmar de que ella nunca me sería infiel, mi Kat era noble y la moral que compartimos esta muy marcada en ambos. Lo que me daba miedo, era que un ajeno se aproximase a ella y la cambiara, posteriormente, dejaría de ser para mí.

Temía perder a Kat, temía que ella dejara de ser la persona que me permitiese ser libre, ¿quien calmaría mis días y aliviaría mis penas?

Aunque, por más que sintiera miedo no debía preocuparme ya que ella estaba hecha para y yo estaba hecho para ella, y si ella seguía teniendo dudas de nuestra relación, yo estaría ahí para despejar sus inseguridades y para librarla de esos tontos pensamientos que de vez en cuando nublaban su consciencia.

Mis pensamientos fueron bruscamente interrumpidos cuando Irene, mi madre, entró a la habitación, incomodando con su semblante imperturbable que tanto detestaba. Mi padre y madre eran conocidos en La Fresneda por su frío mirar y su poder sobre diversas estancias de la localidad, no niego que en ocasiones aproveché la influencia de ellos para conseguir ventajas.

Sus ojos avellana me inspeccionaron de pies a cabeza y relajó su semblante de manera sutil.

—Veo progresos en tu apariencia —habló con una voz apagada—, lástima que tu comportamiento no mejore con tal velocidad.

Liberé aire, un tanto hastiado.

— ¿Nuevamente con eso? —pronuncié suavemente.

Mi madre adoraba que le hablara de forma fluida y clara, ya que la misma consideraba que eso era algo que caracterizaba a un adulto maduro, inteligente y capaz, sin embargo, no mostró ninguna reacción positiva por mi tono y ritmo.

—Tu inmadurez arrebata tu encanto —Comenzó a caminar a través del blanquecino cuarto, provocando eco en el silencioso sitio con el traqueteo de sus zapatos de tacón—. ¿Quién imaginaría que un hombre inteligente, atractivo y capaz caería por los encantos de una mujer simple e insípida? —Tomó asiento al terminar su pregunta, cruzando una pierna sobre la otra.

Tragué saliva y contemplé el seco rostro de la mujer de oscuros cabellos y tez de muerto examinarme.

—Katerine es una sirena, Bruno —Ladeó su cabeza—, te enamorará con dulces sonidos y cuando te despistes te devorará —Me percaté de la entonación dramática en sus palabras.

«En realidad, es al revés» me aclaré.

—Katerine es una buena mujer —refuté, lo que pareció enfadarle.

—Las buenas mujeres buscan a buenos hombres, no a serpientes como tú —insistió con sus ojos entornados—, y si lo hacen, es porque desean su fortuna.

—Ella nunca mostró interés por nuestro dinero, Irene.

El hecho de que le haya llamado por su nombre pareció inquietarle, ya que noté una fugaz mueca al torcer sus labios que se asemejó a un tic.


— ¿Tienes pruebas?

—Mis casi cinco años con ella lo prueban.

Penetró en mí con sus ojos, aún así, su amenaza no tuvo efecto.

—Me decepciona que hayas abandonado La Fresneda para estudiar en Zaragoza, ¿es que no te percatas del gran negocio delante tuyo que tienes en nuestro hogar?

—No lo quiero, dáselo a Betsabé —Había perdido la cuenta de las veces que le dije la misma frase.

Bufó harta y por primera vez en mucho tiempo noté exasperación en su impenetrable rostro.

— ¡Esa cría inmadura no podría ni gestionar un kiosco! —exclamó, alzando sus manos a la altura de su cara y apuntándome con las mismas firmemente aunque teniendo un temblor insistente— Carajo, Bruno, ¿por qué no aceptas abandonar Zaragoza y regresar a La Fresneda, a tu hogar?

Volví a suspirar y dirigí mi mirada a la ventana, cuyas cortinas se enloquecían con la violenta brisa que anunciaba una pronta tormenta.

—Quiero vivir una vida pacífica, lejos de ojos curiosos que me juzguen —hablé entrecerrando mis párpados, repleto de cansancio—, quisiera formar una familia con Kat y que vivamos con moderadas ganancias. Un palacio lleno de fuentes y sirvientes no me hará feliz; yo quiero ser feliz.

— ¿Dices que una vida de campesino te hace feliz? —Rió como si se tratara de una broma de mal gusto, casi sin creerlo.

—Si así vive un campesino, entonces quiero serlo.



Mis ojos viajaron a su rostro y noté sus cuencas oscuras.

— ¿Por qué rechazas la mano que te dio de comer? —Arrugó su nariz— Siempre tuviste ropa, comida y calefacción en el frío del invierno, entonces, ¿por qué?, ¿por qué no haces siquiera una simple cosa por tu madre?

La observé con la misma expresión de enfado e indignación, sintiendo dolor en mi pecho.

—Nunca me amaste como las demás madres lo hacen —Logré pronunciar, aunque con la voz quebradiza y débil, al borde del llanto.

—Siempre te amé, Bruno, ¡todas las cosas que he hecho las he hecho por amor!, ¡porque te amo! —Llevó su mano a su pecho y se inclinó sobre la silla hacia mí.

Mi vista se tornó difusa, sabía que mis ojos estaban cristalizados, pero no me permitiría llorar. Dolía en demasía oír a mi propia madre hablando de amor cuando nunca me enseñó una pizca de ello, dolía saber que hacía eso con tal de doblegarme.

— ¿Por qué mientes? —murmuré cabizbajo, apretando las sábanas entre mis puños— No hace falta ser inteligente para darse cuenta que sólo querías una persona que administre tu fortuna. Nunca he sido tu hijo, siempre he sido tu heredero.

Permaneció en silencio.

—Sabes que te amo, Bruno, te amo más que a Betsabé y a tu padre, te he amado desde que te concebí.

Solté un jadeo repleto de sufrimiento, con mi corazón partido en trizas y mis piernas temblando.

—Para de mentir para hacerme cambiar de opinión —exigí, viendo como las venas de mis manos lucían como si estuvieran a segundos de estallar—. En mis putos veintiún años nunca me has dado siquiera un beso en la frente, nunca me has arropado, nunca me has preguntado si tengo algún problema, nunca me has aconsejado, ¡soy tu marioneta de carne y hueso, no tu hijo! —Mi voz se desgarró, entonando mal, quebrándose y soltando sonidos agudos horribles inevitables gracias al estado en el que ella me había metido.

— ¡¿Por qué mierda no valoras mi forma de amarte?!, ¡¿por qué quieres que te dé un puto beso en la frente en vez de un negocio entero, Bruno?!

Su también desgarrada voz me sorprendió completamente. Nunca había visto tal actitud desasosegada en una mujer tan calculadora como Irene Damiani.

Volteé mi rostro hacia ella y me percaté de su sudada piel y sus ojos inyectados en sangre. Había llegado a su límite.

—No puedo creer que tu padre y yo te hayamos criado y éste sea el resultado —Levantó su cuerpo del asiento y se aproximó a la puerta a pasos pausados pero fuertes—. Me decepcionas.

Finalmente se marchó.

Sentí como la presión en mi pecho aumentaba más y más, obligándome a jadear. Mi fiebre no ayudaba en nada, ya que, me desesperaba aún más que mi cuerpo esté caliente y sudado, a punto de explotar. Mis extremidades quemaban y pesaban más de lo normal, contrayéndose para obligarme a retorcerme en la cama. Una vez más, el mismo pitido de todos los días atravesó mi cabeza, nublando mi razón y llevándome a un estado exasperante. Dolía, dolía mucho. Dolía sólo mover un poco mis piernas o mis brazos, dolía ver la inflamación en los susodichos, y dolía volverme un extremo inútil que no podía pasar unos segundos fuera de la cama sin caer muerto en el suelo. Si bien el medicamento colaboraba un poco, cuando el dolor volvía era mucho más infernal y doloroso.

Pero a comparación del dolor que tenía en mi corazón, no poder moverme no era nada.


______________________

El de hoy trae 5k de palabras♥

Todavía falta mucho que conocer de Sam y aclarar un par de detalles sobre su edad y estudios, ya que, igual que los Damiani los d'Aramitz son complicados.

Planeo hacer más capítulos narrados por Bruno (aunque no sé si lo cumpla) con tal de revelar su pasado con Katerine, que es igual de dulce como amargo. Luego llegará el turno de otros personajes, incluyendo a Sam♥ 

Cuando no escribo estoy haciendo separadores para la historia o dibujando a los personajes sinceramente, así que he puesto el de arriba que ha sido el que más me ha gustado hasta ahora XD

Gracias por el apoyo yyyyy

Chao, chao~


—Sphinx.



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