1 - Lánguidos acordes


—Katerine.

Oí a mi novio pronunciar mi nombre y volteé a verlo. Yacía sentado en mi cama, acomodando su alborotado cabello castaño claro y mirándome fijamente con sus ojos oliva que brillaban a la luz de la luna que se filtraba por mis grandes ventanas.

— ¿Qué sucede, Bruno? —dije desde el sofá volteando mi vista del televisor hacia él.

—Estás rara —Estrechó sus cejas.

— ¿Tú crees?

Asintió—: Es extraño que no estés pegada a mí.

Reí por lo bajo. ¿Realmente era eso lo que hacía siempre?

—Bueno, quizás estoy perdiendo el interés en ti —bromeé con una sonrisa jocosa clavada en la cara mientras Bruno me observaba haciendo un mohín.

Su expresión juguetona se tornó en una seria. Sus ojos verdosos penetraban en mí con un toque de enfado palpable, erizando asimismo la extensión de mi piel. A través de su mirada distinguía su duda sobre mí, él no sabía si tomar mi broma como una simple frase jocosa o como una amenaza. Repetidas veces habíamos pasado por el escenario de su desconfianza hacia mí, él decía que «mi belleza era miel para peligrosos y hambrientos osos». Patrañas. Los hombres ni se me acercaban con intenciones de ligue, puesto que él siempre los amenazaba con sus ojos.

Harta de su mueca pétrea, hablé:

—Era una broma —Sonreí incómoda por su mirada y él me contestó con el mismo rostro risueño.

Palmeó la cama, indicándome que me sentara, indicación que obedecí rápidamente. Clavó sus ojos en mi anatomía y entrelazó sus dedos en mi cabello, asimismo atrayéndome a él, claramente planeaba armar una escena de celos ahí mismo, o sino, se pondría excesivamente cursi y posesivo, remarcándome que yo era su novia o que le «pertenecía»; yo no era un objeto para comprar y adueñarse, me gustaría protestar de ello, pero me ignoraría.

Bajó su mano a mi rostro, acariciando mi mejilla izquierda posteriormente delineando mi labio inferior con su pulgar.

— ¿Sólo una broma? —Susurró contra mi oído.

Mi piel se puso como la de una gallina al oír su voz ronca acariciar mi oreja, era tan agradable como la música.

— ¿Qué razón tendría para decirte eso?

Observé las venas en sus manos. Estaban alteradas y él también, pero intentaba ocultar su cólera bajo una faceta taciturna.
Bajó su mano lentamente por mi cuello y llegó a mi abdomen, en la zona de mis costillas, acariciando con suavidad. Rápidamente detuve su mano desde su muñeca al percatarme de sus intenciones.

— ¿Qué?

No sabía que responderle, así que inventé una excusa rápida:

—Uh..., estoy en mis días.

Vi como sus ojos rodaron, con fastidio, parecía ampliamente decepcionado, como si hubiera roto sus ilusiones de acostarnos.

—Aguafiestas.

Abrí mis ojos, ofendida, y también estreché mis cejas ante lo suyo.

— ¿Perdón? No controlo mi cuerpo para tu información.

Intenté levantarme de la cama y él lo impidió tomándome de mi cintura. La presión me dolió un poco lo que me arrebató un jadeo, él sonrió, parecía complacido. Lo miré mal. ¿Lo había hecho nomas para que sintiera dolor? Puto.

—No te vayas —me rogó con ojos cristalinos, lo que me hizo bufar. A él le encantaba persuadirme con su belleza, sabía que cuando surtía efecto en mí se sentía poderoso, era un tipo arrogante, pero no podía negar que debajo de su peste estaba presente una insondable gentileza que me dejó a sus pies.

Volví a él, pero esta vez me indicó que me sentara en su regazo de la misma forma en que me había pedido la vez anterior.

Tomó mi cintura con sus dos manos, acomodándome sobre él mientras me dirigía una sonrisa ladina.

—Esta noche no hemos jugado.

Sabía a que se refería con «jugar» y debía decir que esta noche no estaba de ánimos para ello. Me sentía decaída e impotente, había tenido un pésimo día laboral, así que besuquearme con él era lo último que quería hacer.

—No estoy de humor —aclaré con un rostro de enfado.

— ¿Por tu período? —cuestionó ladeando su cabeza con confusión.

—No —negué—. He tenido un mal día, eso es todo.

Amplió su sonrisa.

—Quizás pueda alegrarte.

Se aproximó a mí y me dio un casto beso en una comisura de mis labios. Lo tomé por mis hombros y lo alejé lentamente.

—No insistas —dije tratando de evadir su mirada.

—Verdaderamente estás de mal humor —soltó un suspiro y me abrazó por mi cintura, pegándose a mí y recostando su cabeza en mi pecho, casi usándome de almohada. También suspiré y cedí, acariciando su cabellera mientras su rostro se hundía en mi torso—. Debería irme, ¿no es así?

—Haz lo que gustes —respondí tajante, inconscientemente.

Me separó de él y con cierta violencia me derribó a la cama, alejándose paulatinamente hacia la puerta. Bufé repleta de fastidio por su actitud infantil, viendo como éste permanecía obervando mientras tomaba suavemente el picaporte para luego marcharse sin antes decir: «Gracias por tu compañía».

Suspiré liberando la carga que se amontonaba en mi pecho. Eran las once y media de la noche y ciertamente Bruno me preocupaba, era una hora tardía claramente y la oscuridad poblaba Zaragoza de extremo a extremo, resultando peligroso.
Me levanté de la cama y pasos apresurados llegué a la entrada de mi casa, abriendo la puerta del departamento para toparme con la triste y obvia realidad: ya se había esfumado. Cerré la puerta y a ritmo lento regresé a mi cuarto para desplomarme en la cama.

Cerré mis ojos y me sumí en el sueño, suspirando en el proceso.
Tonto Bruno, ¿por qué era tan celoso? No lo comprendía, él podía hablar con quien quisiera y yo no podía sentirme ni un poco posesiva cuando alguna chica linda le mirara de forma pícara.

Mi siesta fue interrumpida por un afligido sonido. Era chirriante, como una puerta vieja, pero atractivo como el misterio que se podría ocultar tras la susodicha. Ya estaba harta de ese vago sonido que atormentaba mi mente en sus sitios más profundos, por lo que me embarqué a explorar el área dispuesta a descubrir quién o qué era el culpable de mis múltiples sueños nocturnos interrumpidos.

Abrí mis ojos lentamente, casi con pereza, y con ayuda de mis manos apoyadas en la cama me levanté con pausa y fastidio cual monstruo enfadado y hambriento.

Las afueras producían tal melodía, por lo que deslicé la puerta hacia mi balcón, mi mente y cuerpo estaban enteramente convertidos en pura curiosidad. Mis pensamientos eran curiosos, mis pasos y mis movimientos, y también, mis gestos confunsos.
Sentí el gélido viento azotar mi descubierta piel y veía como mi hálito salía huyendo de mi boca y fosas nasales. Rápidamente intenté generar calor sobando mis brazos frenéticamente.
Con mi vista busqué algún aparato o persona y con mi oído me guiaba para mirar. Sentí un fuerte sonido de mi lado derecho, y ahí lo vi.
Solté un jadeo repleto de sorpresa, era la última persona que esperaba ver.

Lentamente caminé hacia el lado del balcón más cercano a él.

—No es la primera vez que te oigo llorar —solté cuando mi visión se topó con su semblante confuso. Arqueé una ceja, viendo divertida su palpable repudio—. Espera, ¿eres tú quien llora?, ¿o la guitarra?

Puso sus ojos en blanco, pero continuó poniendo sus dedos en el gastado mástil y produciendo el sonido con su otra mano, mientras contemplaba un tanto inquieto unas partituras en una mesa pequeña y baja frente suyo, provocando que su cuerpo se curvara en la inclinación.
Él vivía en el departamento de al lado, por lo que su balcón quedaba casi pegado al mío, pero él ahora tocaba en el vértice más alejado a mi balcón, evidentemente marcando distancia.

— ¿Quién lo diría? —expresé sorprendida, mientras hincaba mis codos sobre el barandal, contemplando el luminoso y urbano paisaje— Samuel D'Aramitz: el guapo de turno, quejándose como un niño que su desafinada guitarra no hace los sonidos que él quiere.

Observé de reojo y él mantenía su rostro indiferente de siempre, pero en el susodicho flotaba un casi imperceptible enfado. Sonreí suavemente, con triunfo.

— ¿Quién lo diría? —repitió, con un tono altanero y molesto— Catalina: la monja de turno, «jugando» con el mujeriego lindo del pueblo.

Sentí vapor emanar de mis orejas luego de que sangre hirviendo subiera directamente a mi rostro. Ni siquiera me importó como me llamó.

— ¡¿Cómo sab...?! —grité avergonzada, pero me interrumpió:

—Nuestros cuartos están pegados y las paredes son finas, linda —En su rostro se formó una sonrisa de lado, con el mismo triunfo que yo exponía en previos instantes—. No me incomodes, a menos que quieras que te devuelva el gesto —Me guiñó el ojo en burla y apreté mi mandíbula como muestra de irritación.

Se levantó de su asiento y caminó hacia mi dirección, acercándose a la luz de su balcón, quedando debajo de ella y enseñando en detalle sus llamativos rasgos. Mordí mi labio inferior tratando de reprimir esa sensación tan extraña que recorría mi cuerpo al verlo de pie y a pocos metros de mí. Durante meses, él había sido inalcanzable y sumamente frío, además de burlón e, increíblemente, ahora lo veía frente a frente de una forma tan alucinante, cual sueño.

Su cabello azabache revoloteaba con el viento, despeinándose, dándole un aire salvaje y atractivo. Sus profundos ojos platino veían a través de mí sin descanso, su esclera era clara y descansada, y en sus ojos yacían no muy oscuras ojeras que se camuflaban con la oscuridad del ambiente. El tono de su tez era ligeramente moreno y tenía casi imperceptibles pecas dispersas en su tosco pero perfilado rostro. Él era Sam D'Aramitz, tan fascinante como siempre.

Tragué saliva profundamente ante mi repentino encantamiento y mantuve mi vista en él, tanto lo miraba, que parecía que en mi mente grababa el contorno de su anatomía.

Era alto y si bien tenía un cuerpo un tanto delgado el mismo se notaba un tanto trabajado, y éste, me atraía a más no poder.

— ¿Buenas vistas? —Su voz interrumpió mi contemplación y aparté mi mirada enseguida. Oí una efímera risa que emanaba sorna huir de sus ligeramente rojizos labios.

—Sí —dije. Volteé mis ojos en reojo notando su sorpresa por mi respuesta—. La ciudad está bonita.

—Mal chiste.

— ¿Qué?¿Pensabas que me refería a ti?

— ¿No es obvio que realmente te refieres a mí?

—Wow, bájate de la nube, Samu —Mi voz fue burlesca, por lo que él hizo un mohín, ofendido.

Volteó sus ojos y se acercó a la puerta a su departamento, planeando irse.

— ¡Espera!

No noté lo desesperado que sonó eso cuando lo dije.

Él giró su rostro hacia mí nuevamente arqueando una ceja, extrañado.

— ¿Qué? —replicó tajante.

—No, nada —Reí nerviosa y con timidez. Aceleré mi cerebro tratando encontrar algo que decir—: Hasta mañana, nos vemos en el trabajo.

Me dirigió una mirada fría y entró. ¿Ni siquiera una despedida, Samuel?

Katerine, entiendo que tu vecino tenga una cara terriblemente sexy, pero tienes novio, y si es así, ¿por qué siempre tratas de impresionarlo o llamar su atención, maldita imbécil?

Suspiré una vez más y después de inhalar la brisa profundamente entré a mi cuarto para desplomarme en mi cama.

Había rechazado al único hombre que me daba atención para luego perseguir a otro que ni siquiera sabía mi nombre correctamente. ¿Por qué soy así?

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