3. "De tal palo, tal astilla"

Al terminar de comer ya quedaban pocos minutos para que acabase el receso y me alejé de los chicos para ir al baño y refrescarme el rostro. No soportaba tanta amistad junta y todas esas ñoñerías me parecían vomitantes. Se agradecía que no nos había tocado en la misma clase...

Acabé de asearme y, pasando por el marco de la puerta, choqué con un joven alto de cabello dorado cuyos mechones caían revoltosamente sobre su rostro. Sus ojos negros eran jodidamente parecidos a los del tipo que ocupaba mi mente, pero su sincera sonrisa me provocaba sensaciones totalmente opuestas.

—Nunca pensé que el baño fuera el mejor lugar para reencontrarse dos amigos. Entra—dijo con autoridad empujándome suavemente de vuelta al interior.

Brad, mi primer y mejor amigo, o eso era lo que me gustaba creer. Él era el único que sabía algo de mí durante el tiempo que no iba a clase. Cuando tenía algún problema, Brad me acogía en su casa de forma que Wayne no llegase a enterarse de peleas u otro tipo de enfrentamientos en los que me veía envuelto. A pesar de la cercana relación que tenía con el chico, era la única persona que no me había pedido sexo conociendo la facilidad con la que se lo daría.

Sin resistirme, me apoyé sobre uno de los lavabos y el rubio se colocó en frente de mí.

—¿Y bien?—se cruzó de brazos—. ¿A qué se debe tu abandono hacia mí?

—¿A qué te refieres?

—Hugo, llevo más de un mes sin saber de ti. ¿Dónde has estado?

—En ninguna parte...

—Mm...—torció los labios y colocó las manos a ambos lados de mi cuerpo inclinándose hacia mí. Al ser tan alto, me superaba en altura, pero la compensaba debido a la posición. Sus ojos entrecerrados comenzaron a penetrarme observando mi rostro muy detenidamente—. Tienes mala pinta...

—¿Por qué lo dices?—pregunté inclinándome un poco hacia atrás evitando aquella proximidad.

—¿Has dormido bien?

—Sí—dije con firmeza para que no sacara conclusiones absurdas.

—Mientes—aseguró volviendo a acercarse a mi cara.

Era imposible ocultarle algo a Brad. De algún modo hacía de detector de mentiras cada vez que cualquiera abría la boca.

—No creo que este sea el mejor lugar para hablar sobre ello—puse una mano sobre su pecho y presioné levemente ganando algo de espacio personal—. Preferiría hacerlo en otro momento.

Sin despegar la mirada, finalmente aceptó.

—¿Vendrías esta tarde a mi casa?

—Dudo que Wayne me lo permita. Me recogerá en coche y estaré encerrado durante todo el día.

—¿Sigues sin llamarlo "padre"?—suspiró.

—No lo es, joder. Qué insistentes.

Brad me agarró las muñecas haciéndome levantar y suspiró.

—Veo que lo único que queda de ti es tu forma de ser—hizo alusión a mi cambio físico en los últimos meses—. Iré a tu casa después de comer. No hagas planes con otro, que te conozco—me dedicó una sonrisa ladeada tirando de mi mejilla dando lugar a un leve rubor sobre ésta—. Vayamos a clase.

—Alis dijo que estabas solo por mi culpa. ¿Es eso cierto?

—Tal vez—continuó andando con las manos en los bolsillos—. A decir verdad, me alegra que hayas vuelto—dijo sin dejar de mirar al frente.

Probablemente, yo también haya estado deseando un cambio en mi vida. Pero no estaba seguro de que éste fuera precisamente el que quería.

*****

Entré en la clase de forma desapercibida prácticamente para todos y me volví a sentar en aquel sitio. Ese lugar era del castaño, pero hubo un cambio de dueño. Ni que lo hubiera pagado para que se lo tuviera que ceder. Quien se fue a romper culos, perdió su silla.

Aguanté unas eternas tres horas de asignaturas que no me interesaban en lo más mínimo y volví a salir el último de clase como si el hecho de tardar evitara el tener que verle la cara a quien me tenía que venir a recoger.

—¡Oh, my chance!—exclamó la joven de cabello corto—. Te hemos estado esperando mucho tiempo.

—3 minutos...

—...y 17 segundos— Max acabó la frase que había comenzado Logan observando su reloj.

—Oh...toda una eternidad—dije en tono sarcástico.

—¡Ey, ey! No te vayas—me detuvo Alis—. He estado pensando en lo que me dijiste durante la comida y aceptaré tus gustos. Al fin y al cabo soy tu Celestina personal y tengo que trabajar acorde a tu sexualidad, lo que significa que esta tarde investigaré para conocer algo del tema.

¿Quién le había asignado ese papel?

—Nosotros te apoyamos también, Hugo.

Los ignoré a todos con un ademán de indiferencia mientras me encaminaba hacia la salida.

—Tu regreso te está haciendo muy popular, ¿lo sabías?—Brad me alcanzó igualando mi ritmo al andar.

—Si te refieres a que me miran demasiado, dudo que sea por admiración, sino más bien por curiosidad; querrán saber de qué planeta he venido.

—Estás mucho más atractivo que antes, Hugo—sonrió mirándome de reojo—. Has cambiado.

—Qué superficial. ¿Ese es el atractivo que me ves?—me burlé de los cuentos sobre la belleza interior.

Brad rió revolviéndome el pelo, acción que detuve haciéndole la cobra.

—Ya hablaremos esta tarde—me adelanté sellando nuestros planes—. Me espera mi viejo.

—Claro, nos vemos—se despidió con la mano.

No quería ver a Wayne pero tampoco quedarme con Brad con quien acabaría hablando de temas inapropiados en público. 

—¿Cómo estás, hijo?—preguntó Wayne apoyado sobre el Toyota recién lavado y reluciente. Entrar en él me daba un aspecto aun más pijo y lo odiaba por ello. No era que me importase lo que pensara la gente de mí, tal vez un poco, pero el simple hecho de que eso pudiera influir de alguna manera en mi vida me molestaba.

—Arranca— Entré en el coche sin contestar a la pregunta que hizo para la cual ni siquiera le habría importado la respuesta.

Desconcertado por la agilidad con la que me adentré en su interior, imitó la misma acción sentándose en el asiento correspondiente al piloto. Yo me había sentado en los asientos de atrás conforme con las pocas vistas que tenía desde ahí. 

—¿Cómo...te ha ido el día? —Wayne rompió el silencio formado en el auto sin perder de vista la carretera.

—Normal—respondí frío revisando la playlist de mi móvil.

Las calles estaban abarrotadas por toda la gente que volvía a casa tras un día más de trabajo. Además, vivíamos en el centro de la ciudad lo cual hacía aun más normal todo ese barullo. Era la hora de comer y cada una de esas personas se iba a reencontrar con su familia, con alguien que les quisiese. A veces tenía la sensación de que era el único a quien nadie necesitaba.

Wayne volvió a hacer el intento de entablar una conversación al detenerse frente a un semáforo en rojo.

—Quiero saber algo de ti—dijo girando la cabeza en mi dirección y colocando los brazos en reposo sobre el mando.

—Bien—giré de la misma forma hacia él dispuesto a corresponderle—. Por donde empiezo... ¿desde que nací, tal vez? —ironicé—. ¿Sabes algo de eso? No, seguro que no. Ni siquiera sabías que habías dejado embarazada a una puta, ¿verdad?

—Oye, no hables así de tu madre—me señaló con el dedo índice.

—¿Me vas a decir que no es verdad?

—No hables de ella de esa forma cuando has sido tú quien se ha pasado la adolescencia buscando noches entretenidas.

—Ah, estupendo. ¿Ahora me comparas con una prostituta poniéndome a su nivel? Esto ya es el colmo—giré de vuelta hacia la ventanilla.

—¡He dicho que no la llames as—!—Wayne se vio interrumpido por el claxon del vehículo de atrás y se irguió cogiendo el mando y la palanca como era debido—. Tu madre...era buena persona.

Seguro que sí. Por eso desapareció tras el parto y nadie había vuelto a saber de ella. Wayne no me habló de su relación pero las pocas veces que vi a mis abuelos paternos me contaron sobre Cristina; una fulana que ni siquiera llegó a casarse y que, accidentalmente, quedó embarazada. No me dieron detalles pero aquello era más que suficiente para comprender lo que fui desde el principio.

Un error.

—Vendrá Brad después de comer—informé al par de minutos callado—. Subiremos a mi cuarto.

—Bien, pero quiero los deberes hechos antes de la cena o ésta será la última vez que venga a casa.

—No tengo deberes.

—No me obligues a llamar a Brad.

—Que sí, lo he pillado. Los deberes antes de cenar.

Qué fastidio... Si no los hacía me iba a quedar encerrado de por vida sin poder siquiera recibir visitas. No era que hubiese mucha gente a la que Wayne permitía entrar pero aun así era otra forma más de privarme de mi reducida libertad.


*****


—¡Diamante!

El señor Chance entró en la casa despojándose de su abrigo mientras buscaba a la criada con la mirada.

—¿S-sí?—respondió ésta desde otra sala.

—¿Puedes acercarte?

—¿A-ahora?

—Sí, quería hablar contigo.

—V-verá, señor...Ahora m-mismo estoy un tanto ocupada...

Reconociendo su temblorosa voz desde la lavandería, Wayne se acercaba hacia ella con curiosidad por saber qué era aquello que le retenía.

—¿Diamante?—preguntó asomándose por la entrada.

Antes de que pudiera ver nada, la puerta se cerró de un golpe frente a sus narices dejándole atónito.

—N-no entre,... señor. Aun no he limpiado aquí.

—¿Qué ocurre ahí dentro?—cuestionó al oír chorros de agua.

—N-nada... E-enseguida salgo. Deme... unos minutos.

—De acuerdo—aceptó finalmente apartándose del marco de la puerta—. Te esperaremos en el comedor.

—Gracias...

Wayne no estaba seguro de querer dejarla así. Se fue alejando a un ritmo exageradamente lento con la esperanza de que Diamante saliese de un momento para otro.

Cuando ya había llegado a la cocina, se lavó las manos y comenzó a sacar la comida que la joven había preparado llevándola a la mesa del comedor. En cuanto colocó el último plato, se dirigió rápidamente de vuelta a la lavandería mientras se frotaba las manos húmedas contra el delantal que se puso para no ensuciarse la ropa.

—Se me ha olvidado...algo ahí—mintió intentando justificarse ante mí. Yo ya me había sentado a observar la escena que montarían esos dos esta vez.

Antes de llegar a la puerta, ésta se abrió sola y dejó salir a una mujer completamente mojada de aquel lugar. Su ropa empapada se transparentaba dejando ver algunas partes del cuerpo que no deberían ser mostradas en su lugar de trabajo y los dientes le rechinaban por el frío.

Wayne se ruborizó completamente parándose en seco a unos metros de ella.

—¡Ah! S-señor... L-lo siento... Yo lo a-arreglaré—dijo tiritando.

El hombre desvió la cabeza para no intimidarla y sacó una sábana seca de un armario colocándosela sobre los hombros de forma que le cubriera el cuerpo.

—Ve...a cambiarte. Estás congelada.

—L-lo siento...

—No te preocupes, solucionaremos el problema de...lo que sea que haya ocurrido.

La criada asintió y se alejó dejando algunas pisadas acuosas por el camino.

—Joder...—suspiró apoyándose en la pared—. A ver si ahora se resfría... 

Se apartó entrando con cuidado a la lavandería intentando no pisar el agua, cosa que resultó imposible ya que el lugar estaba completamente inundado, y se acercó para coger una fregona y varias toallas las cuales echó al suelo para que absorbieran la humedad.

Diamante regresó en tiempo récord con la ropa seca y terminando de recoger de nuevo su moño. En cuanto llegó, se hizo con la fregona y comenzó a limpiarlo todo con una gran agilidad.

—Pagaré la máquina —afirmó sin dejar de fregar —. No sé qué es lo que ha ocurrido pero de pronto se descontroló y las tuberías explotaron. Os compraré otra nueva.

—No te preocupes por ello—se negó Wayne—. Llamaré a un fontanero y colocaremos otra. No te pago para que me devuelvas el dinero.

La mujer no protestó respetando la opinión de su superior y se limitó a terminar de limpiar. 

—Ha sido corto esta vez—murmuré volviendo a mi plato decepcionado.


*****


Sonó el timbre y bajé del segundo piso a abrir la puerta sabiendo perfectamente quién era el invitado. Sin embargo, Diamante se adelantó a encontrarlo.

—Buenos días, Brad—saludó sonriente —. Adelante, está en su cuarto.

—Muchas gracias, señorita—dijo con respeto devolviéndole la sonrisa—. Con permiso.

No llegó ni a subir un escalón cuando se cruzó conmigo.

Él llevaba el cabello rubio tan revoltoso como siempre y la ropa algo informal pero arreglada, mientras que mi pelo azabache estaba igual de desastroso que todo mi atuendo; unos pantalones que no sabía dónde había roto y una sudadera sobre otras tres capas de ropa.

—Hola, pequeño esquimal—saludó burlón.

—No me llames así —respondí molesto agarrándole del brazo para llevarlo a mi cuarto—. Vamos, aligera. Tenemos que hablar.


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