2. "¿Qué pinto yo aquí?"
7 a.m.
Alguien tocó la puerta y pasó al no obtener respuesta.
Diamante se adentró con una pila de ropa limpia y su radiante sonrisa me despertó de la pereza. Vagamente me senté sobre el borde de la cama recibiendo un "buenos días" de su parte, a lo que correspondí de la misma forma.
—Hoy es tu primer día. ¿Estás nervioso?—preguntó mientras ordenaba las prendas recién lavadas en el armario.
—No—respondí secamente—. Solo será un día rodeado de soldaditos obedientes. No hay porqué estarlo.
La joven me miró cambiando su alegre expresión por una más relajada y suspiró.
—Sé que esto te supondrá un gran cambio pero deberías aceptarlo cuanto antes porque tu padre no cambiará de opinión al respecto.
—Ese hombre no es mi padre—me levanté sorprendiendo a la mujer—. No estuvo cuando lo necesitaba. La sangre es lo que menos importa.
—Hugo...
—Mira, da igual—me acerqué a ella recogiendo el uniforme de la pila de ropa que llevaba y entré en el baño bloqueando la puerta desde dentro sin darle margen de tiempo para defender a Wayne.
No tenía ganas de malgastar tiempo en palabrerías sobre gente que no se merecía ni una jodida gota de mi saliva.
Me desprendí de lo que llevaba puesto y encendí el agua que comenzó a llenar el jacuzzi. Antes de que se llenase por completo, me apoyé sobre el lavabo observando mi desnudo cuerpo. Aun recordaba cuando me hice todos aquellos tatuajes. Todos y cada uno de ellos contaban una historia a pesar de que no fuera yo quien los hubiera elegido. Recordaba el contexto exacto en el que me los hice. Mi vida relatada sobre la piel.
Eran mis cicatrices.
Me aproximé al jacuzzi e introduje un pie seguido por otro. Sentía el agua fría congelar mis huesos. Me gustaba ese sentimiento. Me hacía estremecer y representaba el aura que desprendía en aquel momento.
Distante.
Acabé adentrándome por completo en el fluido y hundí la cabeza por unos segundos para evadirme de mis pensamientos. Cada partícula del agua penetraba en mi cerebro como si pretendiera destruír todas y cada una de mis neuronas.
Al acabar de lavarme, me vestí de forma despreocupada y salí del baño con la toalla sobre los hombros para que terminara de recoger las gotas que desprendían mis oscuros cabellos.
Recogiendo la mochila ya preparada, bajé a desayunar encontrándome con todos los miembros de la casa, por no decir mansión. Tenía tres plantas y un sótano con garaje. En la terraza había una piscina y un pequeño jardín a la entrada con algunos olmos jóvenes y un par de rosales. Demasiado espacio para las tres personas que lo habitaban.
Al coger el coche, Wayne me recordó sus normas como si me las quisiera grabar a sangre y se despidió de mí dejándome en el instituto, un establecimiento con un extenso patio y cientos de alumnos reuniéndose a la entrada. Era un instituto privado, el único donde unos sobornos podrían corromper a cualquiera que se encontrara a la merced de Wayne.
Me dijo que tenía que acercarme a preguntar por el aula al que debía ir a secretaría y fue lo primero que hice después de abrirme paso entre la muchedumbre.
—Dígame su nombre completo, por favor—solicitó el hombre mientras tecleaba en el ordenador.
—Hugo Chance Wardell—respondí.
—Ajá...aquí está. La sala AG037 es la suya. Tercera planta del bloque B, el primer pasillo a mano derecha.
Sin agradecerle por un trabajo que le era remunerado, subí las escaleras sin prisa aprovechando que aun no hubiese sonado el timbre y localicé sin ninguna dificultad la clase. No estaba vacía pero aun faltaba más de la mitad de alumnos por ocupar sus mesas.
Como no iba a esperar a preguntar por un asiento libre, me dirigí al fondo del aula y me apropié de uno de los pupitres sentándome de forma casual, los cascos puestos y la cabeza gacha para evitar cruzar la mirada con nadie.
Me había dado cuenta de que, desde que pisé la sala, todos los ojos estaban fijados en mí. ¿Tenía pinta de ser un espectáculo de circo? ¿O era que me no me había arreglado lo suficiente para un colegio de niños ricos?
El timbre dio comienzo a la clase y ésta se iba completando como una lata de sardinas. Nadie se acercaba a mí a pesar de las miraditas, por lo tanto supuse que había acertado con la elección del asiento.
Bueno, o casi.
—Perdona, pero me parece que te has equivocado de aula—me quité un casco al percibir una atractiva voz masculina que me hizo alzar la cabeza.
Fue entonces cuando lo vi.
Aquel pelo castaño y los ojos negros.
—Oh oh, vaya, pero si eres tú—confirmó aquel chico con una risa sarcástica. La misma risa que inundó mis oídos mientras perdía la conciencia en aquella última fiesta.
No aguanté las ganas de pegarle y me levanté en cuestión de nanosegundos dirigiendo el puño a toda velocidad hacia su rostro. El chico no se percató de mi movimiento y volteó tras el impacto. Se llevó una mano a los labios y giró lentamente hacia mí habiendo borrado esa asquerosa sonrisa de la cara.
Sus ojos y los míos volvieron a encontrarse.
—Acabas de romper lo que un día besaste—dijo apartando ligeramente su mano impregnada con algunas manchas de sangre—. Hay gente que no te lo perdonará.
¿En qué estaría mirando cuando decidí que era buena idea tener sexo con alguien como él? Solo porque tuviera unos rasgos atractivos y fuera totalmente de mi tipo en lo que a físico respectaba... Había tenido mejores clientes con peores características. Éste ni siquiera quería nada conmigo; solo burlarse de mi orientación sexual y privarme de ella.
Despreciable.
Antes de que me diera cuenta, toda la clase nos estaba contemplando como a un partido de fútbol en pantalla hasta que entró el profesor. Nunca antes había visto a 20 personas sentarse en orden de forma tan rápida.
—Ya nos veremos, maricón—Elmer fue el último en alejarse de mí marchándose a buscar otro pupitre.
Al verme el profesor, me pidió salir a la pizarra para presentarme brevemente. La parte que menos me gustaba de ser un alumno nuevo. Mientras caminaba hacia el encerado con desgana, las miradas seguían fijas en mí. No era que no estuviera acostumbrado a recibir tanta atención pero la situación y el motivo eran completamente distintos.
—Hugo Chance—dije sin ningún interés en hacer amigos. Ya había tenido suficiente con los primeros 5 minutos de mi bienvenida.
La gente me seguía observando como a un sujeto extraño y busqué al castaño entre ellos. Éste llevaba gafas y disimulaba su mirada perversa fingiendo estar leyendo un libro.
Ignorándolos a todos, volví a mi sitio pasando por su lado. En ese momento, como si estuviera hablando solo, le oí repetir mi nombre sin despegar la vista de las páginas.
"Hugo Chance..."
*****
11:10 a.m.
Comenzó el receso y, como unos presos en busca de libertad, todo el instituto se alborotó corriendo por los pasillos. Yo fui el último en salir de clase sin prisa alguna por rodearme de pulgas, todas iguales y molestas, y me encaminé tranquilamente buscando un lugar apaciguado y vacío para hacer tiempo escuchando música sin nadie a mi alrededor.
Entonces, algo inusual me llamó la atención; todo el recinto estaba vallado mediante una hilera de árboles y plantas, pero había un árbol diferente a los demás. Se encontraba un poco más alejado del resto pero era el único que destacaba por sus florecientes ramas. No recordaba nada de esto. Las pocas veces que fui al instituto a mis 12 años, no recordaba haber visto tanta vegetación, y aquel extraño árbol ni se pasaba por mi mente.
El lugar había sufrido modificaciones, y yo también.
Me senté apoyándome sobre su tronco y me coloqué los auriculares. Cuando lo hacía, solía tener la sensación de que el mundo a mi alrededor desaparecía; solo existía la música.
Pero esta vez no fue así. Mi cabeza solo la ocupaba una persona y esa era el chico castaño. Tan solo de pensar que teníamos que volver a vernos ya me alteraba los sentidos. Para colmo, habíamos coincidido en la misma clase y nos veríamos a diario. Esa persona me había fastidiado la vida y tenía que hacérselo pagar de alguna manera. Podría cortarle las venas o, aun peor, podría desmembrarle para que no volviera a tirarse a nadie. La idea no era mala pero... ¿cómo lo haría? No había forma de que se dejase expuesto esperando a que le arrebatara una parte de su cuerpo. Tenía que pensar en otra cosa.
—¿Ves? Sabía que estaría en el cerezo.
—¿Dónde más podría estar sino?
—¡Hugo!—me nombró una voz familiar a mis espaldas que apenas conseguí oír. Antes de que me diese la vuelta, un chico me rodeó con los brazos con otro detrás —. Pensamos que no volverías nunca más—dijo el primero.
—Yo apostaba a que sí vendrías—contradijo el segundo.
—Mentira.
—Has estado tantos años desaparecido...—volvieron a hablar al unísono mientras me abrazaban con más fuerza que antes a pesar de mi forcejeo—. Te hemos echado de menos.
¿Aun había alguien que se acordase de mí?
—¡Oh!—se apartó el más próximo a mí—. Tal vez se haya mudado, Max. No creo que sea un fantasma que pueda tomar forma humana.
—Hugo no ha podido morir aun. ¿O sí?—Max me rodeó cogiéndome de la cara—. ¿Estás vivo?
Asqueé la expresión de mi rostro intentando quitarme de encima esas manos.
—¿Quiénes sois?—formulé extrañado.
Los dos chicos se apartaron un par de pasos de mí y se miraron el uno al otro a la vez.
—No nos recuerda—dijo el chico de pelo verde arqueando las cejas.
—Tienes razón—aseguró el que lo tenía pintado de azul cogiéndolo de las manos—. No tenemos otra opción entonces.
Ambos asintieron numerosas veces y luego volvieron a mirarme desde arriba. Me eché un poco hacia atrás asustado por sus miradas.
—Nadie se olvida...—se inclinaron hacia mía,
—¡...de los cazafantasmas!—dijeron al unísono agarrándome de los dos brazos a la vez y arrastrándome en contra de mi voluntad hacia el interior del establecimiento, a una sala en un nivel inferior al que nos encontrábamos anteriormente.
—¡Eh! ¿Qué os habéis creído?—protesté—. ¡Soltadme!
Los chicos aflojaron el agarre una vez frente a la puerta del local. Llamaron con una secuencia de golpes y ésta pareció abrirse sola. No podía ser cosa de los fantasmas que mencionaron antes, ¿verdad?
Al principio no pude ver nada, pero luego encendieron la luz y reconocí montones de basura apilada de forma ordenada y distribuída por toda la sala.
—Nuestra guarida.
—Puaj...—solté rodando los ojos y listo para darme la vuelta y abandonar esa pocilga.
—¡Logan! ¡Max!—exclamó una voz femenina llamando mi atención.
Una chica de pelo corto oscuro, con un mechón rosa y ropa holgada. Aquella morena sí que era inolvidable.
—¿Alis?
—Aquí estás mi pequeño—dijo con la sonrisa más amplia que jamás había visto mientras caminaba ágilmente hacia mí—. Finalmente te tengo de vuelta.
Viendo la velocidad con la que empezó a caminar, me asusté y di unos pasos hacia atrás, todo lo que los gemelos me permitieron. Entonces la joven se abalanzó sobre mi cuerpo, los gemelos se apartaron como si se tratara de puertas correderas, y la chica acabó cayendo sobre mí.
—Te añoré tanto...—exclamó apretando mis entrañas a más no poder—. No he sido capaz de encontrar un sustituto decente capaz de reemplazarte. Tú siempre serás el único por el que quiera emplear mi vida.
No llevábamos ni medio minuto y ya había empezado con sus paranoias.
—Me estás... —no pude acabar la frase por la gran fuerza que tenía la chica y que generosamente aplicaba cortándome la respiración.
Al darse cuenta de ello, se levantó chasqueando los dedos para que Logan y Max me ayudasen a hacer lo mismo.
—No me puedo creer que después de tantos años...—juntó las manos mirándome como a un cachorrito—. Ya sé, a partir de hoy, reanudaré la búsqueda de tu chica ideal y así te compensaré por mi falta de atención en todo este tiempo. Pero antes—alzó el dedo índice para dar mayor importancia a lo que iría a decir—, vayamos a comer. Me estoy muriendo de hambre.
Estaba completamente salida. Los días que recordaba con ella me dejaban literalmente sin aliento. Alison era tan hiperactiva que me obligaba hacer todo tipo de cosas en un breve período de tiempo. Los gemelos también volvieron a mis recuerdos, solo que lo de los colores fantasía en el pelo era nuevo. Los conocí a los tres prácticamente a la vez. Sin embargo, mi primer amigo no fue ninguno de ellos.
—¿Has visto ya a Brad?—preguntó Alis mientras nos sentábamos en la cafetería. No sé ni por qué razón pensé que acompañarlos me iría a beneficiar de algún modo—. Él ha estado muy solo desde que te fuiste.
—Acabo de llegar, pero ya he visto suficiente—respondí introduciendo la cuchara en el plato de...esa masa viscosa y llena de grumos—. Ugh...
—¿Qué quieres decir?—intervino Logan.
—Nada—aparté el plato y miré la bandeja de Max. Volví a mirar la mía y le hice el cambiazo. Prefería tomarme el sándwich.
El chico estaba más pendiente de mi respuesta que de lo que acababa de hacer.
—Venga, Hugo—insistió Alis—. Llevamos sin verte años. Cuéntanos cómo te ha ido.
—¿A dónde fuiste cuando dejaste el instituto?—preguntó Max.
—A ninguna parte—respondí sacándole la lechuga al relleno—, siempre he estado en el barrio.
—¡Pero qué dices!—exclamó la morena—. ¡¿Y no me has llamado ni una sola vez?! Seguro que has estado con esos amiguitos que te hiciste.
—Sí, estuve con ellos.
—¿Todo este tiempo? ¿Y qué hacíais?—se colocó una mano ocultando su boca de Max y Logan—. ¿Cosas ilegales de adultos?—susurró.
—Algo así.
—Bueno, bueno—se interesó la chica—. Cuenta, ¿conociste a la mujer de tu vida con la que...?— Miró a los gemelos que nos observaban en silencio—. Logan, Max, tapaos los oídos —les ordenó.
—¿Por qué?—preguntaron—. Tenemos la misma edad que tú.
—¡Tapaos los oídos! Esto es una conversación entre papá y mamá.
¿Esos apodos eran necesarios?
Los chicos obedecieron y Alis continuó.
—Por dónde iba... ¿Conociste a la mujer con la que tienes ganas de hacer conejos como los niños desde que lo probaste?
—Dirás de hacer niños como conejos. ¿Y por qué tienes que hablar así? No, no he conocido a ninguna.
—Venga, ya sabes, amor a primera vista en un botellón y eso.
—No, no me gusta hacerlo con mujeres.
—¡¿Qué?!—se asustó la joven llamando la atención de la gente—. ¡¿Eres gay?!
Venga, numerito en 3, 2, 1...
—¿Estás diciendo que todo el trabajo que hice para conseguirte novia fue en vano? Creo que voy a...— fingió un desmayo y los gemelos se acercaron para evitarlo.
—¡Alis!—gritaron—. ¡Despierta, Alis!
—Oh, queridos... Mamá se va a morir...
Logan agachó la cabeza mientras Max lo abrazaba frotándole los ojos.
—Logan, no estés triste... Volverá.
Éste se aferró a su hermano cuando la morena volvió en sí como si no hubiera ocurrido nada.
—Ya estoy mejor. Y dime, ¿cómo es eso de hacerlo con hombres? Quiero decir es...incómodo, ¿no?
—¿Con hombres?—se sorprendió Max—. ¿Eres homosexual?
—No quiero hablar del tema. Y menos aun aquí—dije señalando al grupo alumnos que ya había rodeado la mesa.
Ésta se giró dándose cuenta de lo que le quería decir y exclamó furiosa.
—¡Todos fuera! ¡A buscarse otro canal que entretenga!
—¡Oye!—le grité molesto por su comentario—. No tiene porqué enterarse todo el mundo de esto y no hables de esto como si realmente fuera tu mayor afición meterte en la vida de los demás.
—¡Fuera!—les volvió a repetir a los que aun se quedaron mirando—. Bien, ¿qué decías?
Me golpeé la cara al ver que aquella chica era peor de lo que recordaba y que no cambiaría por nada del mundo.
—Por favor, evitad que lo que hablemos salga de aquí.
—Yo soy todo silencio.
—Guardado bajo llave— Los chicos hicieron gesto de cerrarse la boca el uno al otro con cremallera y guardaron la llave imaginaria del otro en su bolsillo.
—Dónde me he metido...
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