13. "El universo recompensa, ¿o no?"

Aun no había tocado el timbre y la gente comenzó a entrar en manadas a la clase, mas nadie se había acercado a más de tres metros de mí. Tal y como sucedió el primer día, noté a aquellas pulgas cuchichear mientras me observaban de reojo, pero este día, además logré oír risas e incluso carcajadas.

Siempre y cuando no me molestasen, me daba igual si se reían o no. Aunque ya eran todos molestos de por sí, sobre todo el "caztaño", quien por cierto, era el único que estaba sentado en su lugar apropiadamente.

Cansado de ver rostros de cada día, dejé caer la cabeza entre mis brazos recostados sobre la mesa. En cuanto comencé a sentir cierta tranquilidad al cerrar los ojos, algún estúpido más tuvo que tocarme el hombro.

-No me toques-alcé la cabeza apartando su mano.

Era un chico alto acompañado de tres más. El primero tenía el pelo del mismo color que el mío pero con un mechón rojo y otro verde en el flequillo. Los otros tres eran tres más del montón; nada que les pudiera hacer destacar.

-Ey, ey, tranquilo enano-se defendió levantando una mano-. Pensé que te gustaba que te tocasen.

Tanto él como su séquito soltaron una risa desagradable ante el comentario.

-Y yo pensé que no existían los gilipollas con el pelo arcoiris.

Max y Logan, pero qué mas daba.

-¿A quién estás llamando gilipollas, pedazo de mariquita?-me agarró del cuello formando un revuelo a nuestro alrededor.

-Al que tengo delante de las jodidas narices.

A toda velocidad, el chico hizo estallar su puño en el lugar mencionado.

-¿Dónde está tu nariz ahora, eh?

Me dejó caer sobre la silla y se colocó enfrente frotándose las manos.

Noté como si estuviera sudando.

Mis labios estaban empapados y me sequé con los dedos.

Estaban cubiertos de sangre.

-Llevároslo-les ordenó a sus compañeros quienes obedecieron de inmediato-. Vamos a enseñarle lo que se hace con los fracasados.

***

No recuerdo mucho después de oír aquellas palabras. Solo sabía que estaba en un lugar oscuro y para nada espacioso. La puerta sonaba a metálico tras cada golpe que le daba y el eco retumbaba en mis oídos.

En unos segundos, sonó el timbre.

La clase había empezado y yo permanecí atrapado durante las tres siguientes horas.

Nadie me oía.

Nadie me quería oír.

¿Por qué me habían metido en una taquilla? Para empezar, ¿quiénes eran esos tipos para tener el derecho de pelearse sin razón alguna?

¿Por qué yo?

Después de cada timbre, esperaba que alguien abriese la taquilla, pero parecía no tener dueño. Ni siquiera oía a la gente abrir las de al lado.

En el recreo, estaba casi seguro de que el propietario o cualquiera que pasase cerca oiría mis gritos, pero tampoco tuve suerte en ese periodo de tiempo.

Intenté dormir, pero era un tanto complicado hacerlo de pie. Entonces comencé a contar segundos con la esperanza de que el tiempo pasase más rápido.

Llegué casi a diez mil cuando oí el duodécimo timbre del día. Se volvieron a oír numerosos pasos y gente hablando, corriendo y chillando. Parecía que las seis clases diarias habían acabado. En realidad parecía que ya había acabado el curso por el tiempo que aun estaba disfrutando en la taquilla. No me podía mover y ya ni siquiera sentía el cuerpo. ¿Acaso lo seguía teniendo?

El silencio inundó los pasillos. No logré escuchar ni a los profesores que pasaban de vez en cuando de un lado a otro.

Todo estaba desierto.

Tenía hambre.

Me dolía la cabeza.

***

-¡Despierta, chico!-gritó alguien haciéndome volver en sí-. Maldita sea, siempre me toca a mí sacar a chavales de las taquillas. Este trabajo es un asco. Ya le dije a mi mujer que me tenía que haber presentado para director y ella: "No, querido, estarás bien de conserje, no te hace falta esforzarte tanto. Ya no tienes edad para dirigir a tantos alumnos".

Abrí los ojos e intenté levantarme del suelo frotándome la cabeza.

-¿Qué...ha pasado?-murmuré.

-¡Pues eso!-exclamó un hombre calvo, con un cubo y una fregona entre las manos-. Le tenía que haber amenazado con divorciarnos si no me permitía seguir con mi vida. Las mujeres son unas arpías egoístas. Ojalá no me hubiera casado nunca. Podría tener las que quisiera sin tener que obedecerlas. Ugh, ¿quién las necesita? Y encima se ha pasado toda la vida pidiéndome un hijo. ¿Para qué? ¿Para tener que educarlo y preocuparme por si le pasa algo?

-Los hijos...son un desperdicio de tu vida-dije con los párpados débiles los cuales dejaban mis ojos ligeramente entrecerrados.

-Eso le dije yo a Serafina, pero no me hizo caso y al final adoptó a un crío chino. Dice que son más baratos y que los venden a montones. ¿Ahora tengo que cuidar de un hijo que no es mío? Como si no tuviera nada mejor que hacer. Si me lo hubiera pedido, le habría dado yo un hijo, que siempre quise a un varón en casa para que sucediera nuestra herencia.

-Pues tenga otro hijo.

-¡¿Estás majara?! Tener hijos es una pérdida de salud y de nervios, aun así mi mujer, la Serafina, adoptó a un chino porque dice que son más baratos...

Me levanté apoyándome sobre la taquilla y me dirigí a la salida del instituto mientras aquel anciano seguía contando su vida. Seguramente ni se había enterado de que yo ya no estaba, como hacía todo el mundo. En realidad, tenía que haberme suicidado cuando podía y a nadie le habría importado. Ahora...creo que a Brad le dolería.

Caminé a las afueras del recinto y tomé la primera calle que me conduciría a casa.

Andaba en eses y sentía que mis rodillas me dejarían de responder en cualquier momento.

Brad...no viniste a por mí en el recreo como prometiste. Si hubieras estado conmigo, no habría pasado aquella eternidad enjaulado y probablemente me hubieras llevado a tu casa como siempre has hecho cuando me he encuentrado ma...

Tropecé.

Me hice daño en las rodillas y en las manos pero me levanté y continué caminando de la misma forma que antes.

Tenías que haber estado cuando me atacaron. Siempre estás y ahora no te he visto. ¿Me abandonas? No quiero estar solo...

*¡PIIIIIIII!*

Me detuve y quedé observando el camión que se aproximaba a mí a gran velocidad.

No logré ni reaccionar por quedar impactado. Simplemente permanecí de pie, en medio de la carretera.

-¡Cuidado!

De pronto me vi tirado en el suelo con una persona encima de mí y el camión pasando a centímetros de mis pies.

-¡Oye! ¿Estás bien?-me preguntó la chica pelirroja sin apartarse de encima-. ¿Estás borracho?

La extraña me dio unas bofetadas y automáticamente reaccioné empujándola.

-Agh...-gemí de dolor después de haberme levantado.

-Oh, lo siento, ¿te he hecho daño?-se volvió a acercar-. Dios mío, ¡tienes el cuerpo lleno de moratones! Y tu cara...¿te han golpeado?

¿Me habían golpeado la cara? No me acordaba de eso.

-No lo sé-respondí fríamente mientras emprendía con dificultad otra vez el camino de vuelta.

-Déjame ayudarte-adelantó el paso hasta alcanzarme.

-No estoy parapléjico.

-Soy Yoana, ¿y tú?

No le respondí. Continué andando sin firmeza con la mirada clavada en el suelo.

-Tienes cara de David, o de Guillermo. ¿Puedo llamarte así?

-No.

-Oye, Guille, ¿en qué estabas pensando cuando te quedaste a mitad de la carretera?

-No me llames Guille.

-Entonces, ¿qué te parece Antonio? Mi hermano se llama igual, ¿sabes? Es alto y rubio, tiene los ojos negros como el carbón, de ese color que hace que te pierdas al mirarlo...

-No me importa.

-Antonio, parece que te cuesta andar. ¿Tanto te duelen los pies?

Decidí ignorarla. De esa forma se iría antes y dejaría de seguirme.

-Antonio, A-Antonio, Aaaantonioo...

Apreté los puños y pretendí ignorarla un rato más pero no se callaba y a ese paso me irían a explotar las orejas.

-¿Puedes cerrar ya tu jodida boca y largarte a tu casa?

La chica me miró sorprendida y al momento enfureció su expresión.

-¿Así me agradeces el haberte salvado la vida?-se cruzó de brazos seria-. Antonio lo habría hecho de otra forma.

-Nadie te había pedido que lo hicieras. Incluso habría sido mejor que no me hubieras salvado.

-¿Por qué quieres morir?

-Por nada. Lárgate-señalé el lado opuesto de la calle.

-Bien. Como quieras- me dio la espalda-. No eres como creía.

Menuda molestia.

Ya no volví a encontrarme con ella. Llegué a casa tranquilamente y toqué la puerta.

Me abrió Wayne.

-¡¿Dónde has estado, hijo?!-exclamó nada más verme-. ¡He llamado al instituto y no habías asistido a ninguna clase, por no mencionar que fui a recogerte, tampoco estabas y nadie te había visto!-me agarró de los hombros-. ¿Y estos moratones? ¿Te ha pegado alguien?

-No, me he caído por las escaleras-mentí para quitármelo de encima.

-Vamos, Hugo. Te pondré hielo.

-No hace falta.

-Vamos, he dicho -endureció el tono y me arrastró de la muñeca al salón donde me dejó sentado en el sofá.

En poco tiempo ya me había congelado prácticamente todo el cuerpo y se dedicó a sanarme las heridas.

-Sabes, he hablado con tu médico-cortó el incómodo silencio-. Hablamos sobre...todo. ¿Sigues tomando las pastillas a tiempo?

-¿Tengo otra opción?

No me respondió, pero continuó hablando.

-Verás...tengo buenas y malas noticias.

-¿Me afectan?

-Ambas.

Le hice un gesto mostrando mi atención y prosiguió:

-Tu problema tiene solución.

-¿Ah, sí? ¿Cual de ellos?

Wayne dejó la medicación y las vendas sobre una mesilla y se puso de pie cruzándose de brazos.

-No me estás tomando en serio, Hugo. Estoy hablando de otra posible operación en Estados Unidos que te devuelva a la normalidad-relajó la posición autoritaria-. Hijo, podrías volver a tener tu cuerpo en su plenitud.

Me levanté bruscamente sin pensar ni un solo segundo en el dolor y clavé la mirada en sus ojos.

Tal vez los mios comenzaran a resplandecer en aquel momento, pero de lo que sí estoy seguro es de que mis labios dibujaron la sonrisa más auténtica que jamás había adoptado mi rostro.

-Espera, hijo. Siéntate.

¿Para que necesitaba sentarme? El viaje a Estados Unidos no se iba a hacer solo.

-Voy a coger mis cosas-afirmé contento mientras me dirigía a mi cuarto.

-Vuelve aquí, Hugo-me ordenó.

No le hice caso, solo me limité a subir las escaleras y entrar en lo que pronto abandonaría. Mi habitación apestaba a nueva vida, pero la que tenía antes tampoco estaba mal así que probablemente la continuase aunque en menor medida.

-Podré ser yo de nuevo-me decía mientras metía lo que encontrase en la mochila-. Podré ser el de siempre.

-Hugo...-habló Wayne desde el marco de la puerta-. No vamos a ir a ninguna parte.

-Yo puedo ir solo. No hace falta que vayas.

-Me refiero a que tú tampoco irás.

-Claro que iré -exclamé emocionado-. Tendría que estar mal de la cabeza para dejar pasar esta oportunidad.

-También hay malas noticias.

-¿Cómo de malas?

Wayne se acercó y me hizo soltar la mochila sentándose sobre mi cama.

-Verás... -bajó el tono-. El banco me ha quitado todo el dinero y he perdido el trabajo.

-¿Qué?

-Supongamos que tu padre haya cometido cierta infracción en las cuentas y... Lo siento.

-¿De qué estás hablando? Vamos, no bromees-fingí una risa.

-La operación es demasiado cara y no tenía suficiente presupuesto así que pensé que si tomaba algo prestado nadie se percataría pero no tomé en cuenta ningún método de seguridad por lo que...posiblemente tengas que vivir sin mí durante un tiempo.

Mi felicidad se borró totalmente de la cara cuando me acerqué a Wayne apoyándome sobre sus rodillas.

-¿De qué...precio estamos hablando?

El hombre desvió la mirada hacia el suelo y murmuró entre dientes:

-Tres millones.

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