12. "A veces la mentira es inevitable"
—¡Hugo!—se oyó una voz tras la puerta acompañada de un par de golpes sobre la misma.
Habiendo reconocido su voz, me acomodé de forma natural sobre la cama como si nada hubiera pasado.
Wayne irrumpió en el cuarto al no recibir permiso por mi parte y logré ver su agitada expresión.
—¿Estás bien?—preguntó—. ¿Qué fue ese ruido? ¿Ha ocurrido algo?
—No..., solo se me ha caído el móvil.
—¿Se te ha...caído?
Wayne miró hacia el teléfono tirado cerca de la pared de enfrente, luego me miró a mí y volvió a mirar al otro lado.
—Se me ha caído.
—¿Cómo...?
Lo miré confuso y no tardó en dejar el asunto.
—Vale, no importa. No te has hecho daño, ¿verdad?
—Estoy bien.
—¿De verdad?—acercó una mano a mi rostro probablemente para tocarme la frente, pero se la aparté sin brusquedad.
—He dicho que estoy bien, Wayne.
—Oh, claro...—retrocedió unos pasos—. Cuando quieras puedes bajar a tomar algo si tienes hambre.
—No, ya he comido—mentí.
—Como quieras.
Dicho eso se fue y yo me dirigí a buscar el recipiente que me había dejado Esteban, junto con el cual venía una cuchara de plástico.
Tenía una pinta genial, la verdad. Se había esforzado mucho...
(NARRA BRAD)
Hugo...
Hay tantas cosas que te quería decir, preguntar, de las que quería hablar, pero que no podía hacer por el hecho de simplificar tu vida. Quería que dependieses más de mí y que no tuvieras esa cantidad de preocupaciones.
Quería protegerte de todo.
De todos.
Aquella mañana, alguien había colgado ciertos anuncios a lo largo de todos los pasillos del instituto en los que promocionaba el cuerpo de mi...amigo. Hugo era el mejor que tenía, al que más apreciaba y al que más quería, pero también era el más cabezota. Estar con él era como comprar un boleto de lotería; la probablidad de recibir afecto recíproco era una entre un millón. La parte buena era que me había tocado. La mala, que no sabía cómo iría a reaccionar de ahora en adelante.
En esos carteles se indicaba también su número de teléfono. Yo era la única persona que lo conocía, por lo tanto era imposible que alguien lo tuviera. De todos modos, mi deber era evitar que lo llamasen y, entre las dos opciones que tenía, tuve que escoger la más viable:
1.- Quitarle el móvil.
2.- Ponérselo en silencio.
Obviamente opté por la segunda ya que resultaría demasiado sospechoso que se lo quitara sin razón. O tal vez podría haberme inventado alguna excusa pero no se me ocurrió nada en el momento. Solo fui capaz de borrar el registro de llamadas con número desconocido y le quité el volumen. Eso debería mantenerlo aislado hasta el próximo día como poco.
Por la mañana me desperté realmente temprano y emprendí el viaje en coche hasta la casa de Hugo.
Diamante ya estaba trabajando en la limpieza del hogar a esas horas así que me abrió y permitió que subiese al cuarto. No toqué la puerta porque sabía que el chico aun estaba durmiendo. Me acerqué en silencio con intenciones de despertarlo con tacto pero, al destaparlo, fue como si se me hubiera hecho un nudo la garganta.
Su cabello azabache estaba completamente alborotado, sus labios formaban una minúscula "o" por la cual dejaba salir el aire que alzaba algunos mechones, sus manos se acomodaban libremente sobre el torso y una de sus rodillas estaba ligeramente levantada. Respecto a la ropa...no se había cambiado desde el día anterior. Llevaba mi camisa desabrochada y la camiseta que le presté descubría un poco su abdomen.
Me senté a su lado y arreglé sus prendas pasando las manos por todo su cuerpo. Él, al sentir mis caricias, se revolvió y frotó los ojos.
—Agh...¿ya?—murmuró en un tono aun somnoliento.
Esbocé una sonrisa. Se le veía muy tranquilo a pesar de todo lo que estaba pasando. El simple hecho de que haya tenido que abandonar su adicción a la droga tan de repente ya era todo un logro. Su fuerza de voluntad era increíble.
—¿Qué haces ya aquí, rubio de bote?—alzó un poco su cuerpo apoyándolo sobre los codos—. ¿No tienes nada que hacer?
—Buenos días, Hugo—lo saludé sin cambiar de posición.
—No me vengas con "buenos días, Hugo"—me imitó golpeándome con la almohada—. ¿A qué rayos has venido a estas horas?
—Ah, cierto. Levanta—Tiré de él consiguiendo que abandonase la cama—. Tenemos poco tiempo.
Lo agarré del brazo y lo llevé hasta el baño. Cogí algunas prendas de su armario y se las di empujándolo hacia el interior.
—¿Qué haces? ¿Por qué tanta prisa?
—Entra—ordené adentrándome junto a él y cerrando la puerta detrás.
—¿Qué estás haciendo?—volvió a preguntar enfadado—. Si no es la hora aun no quiero llegar antes de tiempo a esa cárcel de pulgas.
—Vamos, no protestes.
Le comencé a sacar la camiseta y dejé su torso desnudo.
—¿Tanto ansiabas volver a ver mi cuerpo?
—Tu esculpido cuerpo de bailarín. Te voy a quitar las vendas, ¿te sientes mejor?
—¿Mejor que cuándo? ¿Y por qué llevo vendas en la cabeza?—Se miró al espejo—. ¿Qué está pasando?
—¿No lo recuerdas? Ayer te golpeaste la cabeza y estabas sangrando, por eso te llevé a mi casa.
—¿Fui a tu casa con tus padres en ella?
—¿De verdad que no te acuerdas?
—Si dices que me golpeé la cabeza, supongo que es normal que haya actuado sin consciencia, ¿no?
—Entonces lo que pasó...
¿Lo que pasó entre nosotros no era más que una actuación inconsciente? Si no se acuerda de nada es como si no hubiéramos avanzado y todo mi esfuerzo se haya esfumado porque tendría que volver a empezar.
—¿He hecho algo de lo que me pudiera arrepentir? —me preguntó.
—¿Sigues considerando los besos solo una invitación?
—Es imposible que sirvan para otra cosa.
Genial. Un paso adelante y cuatro en retroceso.
—¿Ocurre algo?
—No, nada en absoluto—Salí del baño dejándolo solo—. No tardes.
Hugo se asomó por la puerta viéndome alejarme y exclamó:
—¡Espera!
Me detuve sin girarme hacia él.
—Luego...me contarás lo que ocurrió, ¿verdad?—preguntó.
Apreté los puños y me mordí el labio inferior. Seguidamente, volteé hacia el moreno con una sonrisa fingida y una expresión aparentemente relajada.
—Por supuesto.
Él, menos que nadie, debía tener las mismas preocupaciones que yo. El hecho de que tenga ese tipo de pensamientos era mi responsabilidad porque me hice cargo de ella desde que me impliqué así que yo sería quien se los cambiara.
Hugo iba a ser perfecto.
Me acerqué a su escritorio y abrí los cuadernos que tenía sobre el mismo. No había nada nuevo en ellos desde la última vez que habíamos trabajado juntos. Tenía claro que sin mí no iría a hacer gran cosa.
Comencé a guardarlos en la mochila cuando me percaté de algo inusual.
—¿Pastillas?
No tenían prescripción ni nombre ya que estaban ordenadas en una cajita por días y horas.
Qué extraño... Hugo solía tomar droga en comprimidos también pero éstos no lucían de igual manera.
No eran lo mismo.
—He acabad...—oí su voz a mi espalda—. ¡Eh!—gritó acercándose velozmente y arrebatándome la caja de entre las manos—. ¿Quién demonios te ha dado permiso para tocar mis cosas?
—¿Qué son?—cuestioné evadiendo su pregunta.
—¡Qué más te da! No es asunto tuyo.
—Por supuesto que lo es. ¿Tiene algo que ver con tu accidente?
—No te importa—dijo con cierto nerviosismo en su tono.
—Bien, entonces sí.
Si las tenía que tomar cada día incluso varias veces que coincidían con las tres comidas, era posible que tuviera algún efecto sobre ellas. El haber sobreforzado la cavidad anal, le hizo difícil excretar. Esto era suficiente para darme la respuesta.
—Las pastillas tienen efec...
—¡Cállate!—me cubrió la boca con ambas manos —. Lo sepas o no, no quiero saberlo. Ya es demasiado asqueroso para mí como para que encima saques el tema. Brad yo...no quiero hablar de esto.
Asentí y Hugo bajó las manos lentamente dándome la espalda.
—¿Por qué...querías que me diera prisa?—preguntó recogiendo lo que quedaba a la mochila—. Aun queda una hora hasta que comiencen las clases.
Me encaminé hacia las escaleras para bajar cuando vi que éste había acabado de coger sus cosas y fui en dirección a la cocina.
—Quiero que salgamos antes—respondí sin dar mayor detalle—. Es...importante.
—Ah, genial. Supongo que la razón es para listos y yo no llego al nivel de comprenderla así que quedo excluido.
—Acabas de decir una gran estupidez. Ya te dije que no eres tonto.
Diamante nos sirvió el desayuno y en poco tiempo ya habíamos salido de casa.
—¿Vamos al instituto a estas horas?—preguntó Hugo una vez acomodado en el coche—. Es muy temprano.
—Ponte el cinturón.
—Iba a hacerlo.
Suspiré y arranqué el motor emprendiendo el camino. Era temprano y lo sabía, pero tenía que hacer lo posible por conseguir que Hugo se encontrara con el menor número de personas posible sin tener que privarlo de la educación. Su padre no debía enterarse de este tipo de cosas para no preocuparse más aun por su hijo.
Yo era quien tenía que solucionar el problema.
***
El instituto estaba vacío.
Ni un alma rondando por los pasillos o el patio.
Aun quedaban 40 minutos para comenzar las clases y ya estábamos en su aula. Hugo se sentó en su correspondiente asiento, sacó los libros y permaneció en silencio. Al cabo de unos segundos, comenzó a pulsar repetidamente el botón del bolígrafo contra la mesa.
—Para, por favor—le pedí desde la puerta.
Se detuvo.
Dejó el bolígrafo sobre el pupitre y se levantó sin decir nada dirigiéndose hacia mí, mas pasó completamente de largo saliendo al pasillo en dirección al servicio.
Suspiré. Era normal que se estuviera aburriendo pero tampoco había mucho que hacer como para darle ideas.
Oí pasos acelerados desde fuera del aula y me asomé. Al final del pasillo logré ver dos figuras corriendo con mogollón de papeles entre las manos. Uno de los chicos tenía el pelo azul y el otro verde. Era demasiado obvio quiénes eran incluso con tan solo su silueta.
—¡Brad!—gritaron al unísono —. ¡Brad! ¡Ya no queda ninguno!
—¿Ninguno?
—No, estos son los últimos. Mira—Max me mostró los carteles que hacía un día ocupaban los tablones de anuncios de todo el instituto—. Ya no hay más.
—¿Los habéis quitado todos? ¿Seguro?
—Sí, Hugo ya no tiene porqué preocuparse. Ahora el único problema serían los que ya los han leído.
—Ayer estuvieron colgados durante todo el día—intervino Logan—. Los habrán visto todos.
—¡Pero tenemos que hacer algo!
—¿Hugo está aquí?
Señalé el aseo y expliqué la situación.
—No debemos permitir que se encuentre con nadie fuera del horario lectivo.
—Pero entonces no tendrá amig...
—Silencio, Max—Logan puso un dedo sobre sus labios—. La misión es muy importante y los amigos es lo menos que necesita ahora Hugo.
—En realidad...—intenté hablar.
—Nosotros nos encargaremos, Brad. Lo vigilaremos entre clases.
—¿Creéiz que ezo le podrá ayudar?—dijo una voz muy familiar a nuestras espaldas que nos hizo girar en su dirección —. Ya lo zaben todoz y no necezitan ezoz cartelez.
—Elmer...—lo miré enfadado.
La figura de mi hermano probablemente era la que menos ganas tenía de ver en ese momento. Aún me resultaba increíble que mi propia familia fuera la causante de la desgracia de mi mejor amigo.
Nunca le habían caído bien los homosexuales, por no decir que siempre los había odiado por aquel trauma que adquirió de niño, pero no imaginé que ese odio pudiera llegar tan lejos como para no tener piedad hacía la gente. No me gustaba pelearme con él, sin embargo, últimamente tuvimos varias discusiones que no acabaron nada bien para él.
Me dolía que ni siquiera intentase comprender mis palabras.
—Brad—exclamó Hugo desde la otra punta del pasillo.
En ese momento, Elmer se acercó a mí tomándome de la mano.
—Brad, no vuelvaz con él, por favor. No quiero que cambiez a zu lado.
Observé su expresión seria y completamente segura de lo que estaba pretendiendo decir. Luego desvié la mirada hacia el chico de estructura corporal delicada pero bien definida, el que tenía el cabello oscuro y los ojos verdes lima, aquel que vivía encerrado en un mundo del cual solo yo tenía la llave para abrirlo.
Definitivamente lo haría.
—Perdona, Elmer—solté su agarre—, pero como hermano mayor debo arreglar tus errores.
—Zu vida ez un error—se defendió.
—No, lo será la mía.
Me encaminé hacia aquella persona que me esperaba al otro lado y escogí a Hugo esta vez.
—No tenías que haber venido ahora—soltó mientras volvía a su clase—. Ni que te faltasen disputas en casa como para que me defiendas incluso aquí.
—Tú tampoco las necesitas, es por eso que...
—Cállate—me ordenó con frialdad acompañado de un ademán —. Vas de perrito guardián cuando lo único que necesito es estar solo. Estáis todos locos.
—Algunos queremos protegerte.
—Otros asesinarme.
—Por eso mismo necesitas que estemos contigo.
—No, puedo solo. Vuelve a tu clase.
Sin tener otra alternativa realmente, le hice caso.
—Volveré en el recreo.
—No hace falta.
(NARRA HUGO)
No hacía falta que volvieses nunca.
Porque no quería que te fueras.
El día anterior fue de lo más extraño contando la simulación de sexo que tuvimos, el beso que acepté y disfruté, el conocer la familia de Brad, y finalmente las llamadas...
¡Las llamadas!
Joder, tenía que contarle a... No, podía solucionarlo solo. Ya le dije que no necesitaba de su ayuda y que me haría independiente de él. No quería involucrarlo en todo.
Debía evitar preocuparle más de la cuenta porque...supongo que me agradaba su compañía.
Brad, no te separes de mí...jamás.
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