1. "Volver a ser una pulga más"
—¿Me está diciendo que mi hijo padece de sobredosis de droga en el cuerpo?—preguntó elevando el tono desde otra sala—. Jamás se lo había financiado, aun así no tendría tiempo para esas tonterías a causa de los estudios.
—¿No lo sabe, señor Chance? Hugo no va al instituto.
—¿Cómo que...no va?—cuestionó perplejo.
—Su hijo está ya casi al límite. Su sangre no podrá soportar más droga y podría sufrir un infarto en el mejor de los casos. El accidente de hoy también le afectará mucho en su vida social debido a que no podrá volver a tener sexo anal. Para defecar, deberá hacer lo siguiente.
A partir de ahí no volví a escuchar nada más. De hecho, dejé de hacerlo un poco antes.
No podrá volver a tener sexo anal.
Mi cuerpo se estremeció al pensar que acababa de perder la mitad de mi vida y que ya no podría tener relaciones con la gente. Aquella noticia limitó mis deseos y ahora solo me dejaba la oportunidad de seguir con algo más ligero como el tabaco y la bebida alcohólica. Si me pasara, también acabaría con la segunda mitad de mi vida y, de esa forma, lo habría perdido todo a mis 17 años. Aun tenía planeado vivir unos cuantos más y no estaba de acuerdo con encontrarme ya con la muerte. Ésta tendría que esperar a que tomase aquella decisión por cuenta propia y no por unos estúpidos análisis.
—Bien, gracias doctor—oí a Wayne despedirse mientras se entreabría la puerta que nos separaba y le permitía pasar. Se acercó a la camilla en la que me encontraba tumbado y se sentó a mi lado con una mueca de disgusto y vergüenza. No dijo nada durante unos segundos. Parecía incluso asqueado.
—Hugo, me has decepcionado...y mucho—acabó por soltar.
Como acto reflejo desvié la mirada para no seguir viendo su estúpido rostro hipócrita.
Al ver que yo permanecía en silencio continuó.
—Sé que he sido un mal padre por no haberte prestado atención todo este tiempo y por eso, esto también es en parte culpa mía. A partir de ahora, me responsabilizaré de ti como Dios manda y no te quitaré el ojo de encima. Te convertiré en un hombre de verdad.
—No lo necesito—respondí cortante rechazando su oferta—. Y puedes tragarte tu responsabilidad, es inútil.
El hombre frunció el ceño y me contestó con autoridad.
—No fue una propuesta, es mi decisión. Soy tu padre y me comportaré como tal.
—Ya, claro.
—Cuando te recuperes, comenzarás una vida distinta a la que solías llevar; te llevaré al instituto y te recogeré en coche—comenzó a enumerar poniéndose de pie—, nada de salidas fuera del horario escolar y menos aun nocturnas, te prohibiré el alcohol, las hierbas y todo eso que tomes que sea perjudicial para tu salud, y por supuesto, nada de sexo.
Una estaca se clavó en mi corazón cuando oí cómo ese tipo me arrebataba todo lo que tenía sin importarle mi opinión. Era cierto que compraba lo que necesitaba con su dinero, pero tenía algunas deudas y me podría meter en problemas si se negaba a apoyarme económicamente.
—No, espera, eso no...
—Lo he decidido así y así será—concluyó.
El extraño de la sonrisa perversa me quitó la capacidad de tener relaciones físicas, y Wayne todo lo demás.
Estaba acabado.
*****
Los 28 días que duró mi regeneración, me parecieron los 28 días más eternos de mi vida; sin compañía, sin entretenimiento..., eso por no hablar de que no me podía ni sentar, únicamente se me permitía mantener una posición tumbada o de pie.
Wayne venía todos los días a visitarme y pretendía que hiciera tonterías como crucigramas u otras estupideces para matar el tiempo. Me traía nuevos libros cada día pero estaba más que claro que ni siquiera iba a abrirlos. No había ningún dibujo en la portada en ninguno de ellos. ¿Cuántos años creía que tenía? ¿40?
Al concluir aquel periodo de tiempo, no le dirigí la palabra desde que solicitó el alta y entramos en el coche. Él tampoco pretendía entablar una conversación conmigo, por lo tanto, ambos disfrutamos de un incómodo silencio durante el camino a casa.
Al llegar, lo único que hice fue subir a mi habitación, la cual estaba tan perfectamente ordenada como siempre. Teníamos una criada de unos 30 años, de aspecto joven y agradable. Su cabello lacio era de color rubio y siempre lo llevaba recogido en un moño por lo que no podría decir con exactitud la longitud de éste. Durante su trabajo, vestía ropa cómoda y ligera. Trabajaba en nuestra casa ya más de 1 año y Wayne nunca se había quejado de su servicio, sino al contrario, le aumentaba el sueldo con el tiempo. Su nombre era Diamante, probablemente por el color de los ojos, transparente y cristalino que reflejaba los colores del ambiente. Personalmente, no me desagradaba la joven mujer, su carácter era amable y gentil y siempre tenía una sincera sonrisa dibujada sobre los labios. Era el único alma que salvaba la casa de la decadencia.
Deposité las pastillas que me fueron entregadas sobre el escritorio vacío y me dejé caer sobre la cama de matrimonio. No sabía por qué razón tenía una de esas en mi cuarto ya que no la necesitaba mientras vivía solo pero Wayne insistió en colocarme una para que no me preocupase por caerme del colchón. Ni que fuera tan fácil eso.
Me fijé en el techo absorto en mis pensamientos y observé los pósters de Green Day y All Time Low adheridos al mismo. Solía escuchar su música antes de acabar en el hospital y he de admitir que era una forma muy efectiva de evadirse de la realidad. No dudé mucho en sacar los auriculares con el reproductor mp4 y liberé mi mente dejándome llevar por el instrumental.
*****
Me había quedado dormido y ni me di cuenta como ya había caído la noche. ¿Qué hora era? El cielo se veía oscuro tras la ventana pero seguro que aun no habían dado las doce.
Me cambié de ropa y bajé para tomar algo a la cocina. Para mi sorpresa, Wayne tenía puesto el delantal y estaba cocinando. Olía un poco a quemado y se notaba el ligero estrés del hombre al intentar preparar algo.
—¿Por qué te quemas? ¡He seguido los pasos al pie de la letra!—exclamó frustrado.
Lo ignoré y me dirigí al frigorífico para pillar lo que encontrase, cuando Diamante entró en la cocina con una radiante sonrisa al verme.
—Hugo, ¿cómo estás?—preguntó colocando una mano sobre mi hombro.
—Bien—contesté procurando no sonar borde.
—¿Has tomado ya la pastilla?
¿Ella también lo sabía? Esto se estaba haciendo muy vergonzoso.
—A-ahora luego...
—Genial, tienes que tomarla después de comer para que haga efecto—contestó cuando de pronto se percató de lo que estaba haciendo Wayne—. ¡Por Dios! ¿Por qué tanto humo?
—No te preocupes, Diamante—dijo sudando mientras mantenía la sartén a una distancia considerable de sí mismo—. Apártate o te mancharás de aceite. Esto salpica.
Sin hacerle caso, la mujer le arrebató la sartén y, echando el contenido sobre un plato, la metió en el lavabo dejando que el chorro de agua cayera sobre ésta y desprendiera una gran cantidad de vapor que comenzó a subir invadiendo el techo de la cocina. Seguidamente, cruzó los brazos y fijó su mirada en los ojos de Wayne. Éste estaba algo aterrorizado y me resultaba divertido verlo así, por lo que me acerqué a la mesa y me senté a ver lo que sucedía.
La unica dosis de entretenimiento de la que dispondría.
—Yo...—el hombre se rascó la nuca desviando la cabeza—...quería hacer la cena.
—Podrías haberme pedido ayuda. Sabes que no tienes porqué hacerlo solo. Creo que tu hijo apreciaría más una comida hecha con amor y que sepa bien. Te faltó lo segundo.
—De acuerdo, hagámoslo de nuevo. Voy a poner la sartén—dijo dirigiéndose al armario cuando la joven le agarró del brazo impidiendo que prosiguiera.
—Rompe los huevos, yo me encargaré de la sartén—ordenó firmemente.
El señor Chance le hizo caso sin protestar y los dos comenzaron a preparar lo que parecía ser una tortilla de patatas. Luego, Diamante se dispuso a cortar verduras para una ensalada mediterránea mientras intentaba sacarnos conversación.
Durante los 25 minutos que tardaron en hacer la cena, permanecí observando la relación entre esos dos prácticamente sin moverme del sitio. Wayne parecía querer mostrarse independiente ante ella pero no lo conseguía porque él era un burgués que no había lavado un plato en su vida y que, por lo tanto, rivalizaba con la utilidad de una pelusa en casa. Al parecer, la idea de hacer la cena fue la primera vez que le surgió y yo era la causa. Ese tipo creía que haciendo cosas así podría ganarse el título de "padre" el cual perdió desde el momento en el que nací. Ingenuo por su parte.
Yo jamás le había importado y ni se inmutaba cuando hacía algo incorrecto. Había crecido prácticamente en la calle gracias a su descomunal ignorancia. Acabé la escuela y tenía conocimientos muy básicos, pero a partir del instituto empecé a faltar a clase desmotivado por unos chicos que conocí. Los amigos que tuve en el colegio fueron desapareciendo y los que siguieron a mi lado se empeñaban en hacerme cambiar de idea sobre el nuevo grupo en el que me estaba metiendo. Lo consideraban una mala influencia y yo nunca lo negué pero me daba igual. A Wayne nunca le preocupó lo que hiciera o con quién me juntase así que tampoco había razón por la que debería importarme a mí.
Mis nuevos amigos me enseñaron el placer y el disfrute artificial comprimido en pastillas y diferentes sustancias líquidas o herbáceas. Pronto se convirtió en una adicción y no quise detenerme ahí.
Nunca olvidaré la vez en la que perdí la virginidad. Fue con uno de mis amigos quien me propuso algo distinto a todo lo que hubiese probado y por lo que, además, podría cobrar dinero. No era que me hiciera falta pero al menos se me recompensaba por hacer algo tan trivial. A pesar de ser hombre, me enseñó a recibir placer y me gustó la experiencia. También lo hice con una chica pero no fue lo mismo, de hecho era casi como hacerlo con la mano. Desde entonces solo aceptaba a hombres de clientes hasta que ocurrió aquel trágico suceso. El chico de la sonrisa perversa y el pelo castaño cortó de raíz una de las pocas cosas que podía hacer y, gracias a ello, mi padre me arrebató todo lo demás y ahora me quería convertir en una persona normal. Si nunca me hubiera pasado eso, él no se habría percatado de mi existencia y seguiría en sus negocios sin importarle una mierda lo que le ocurría a su único hijo.
Crecí solo, sin una madre, sin un padre y con amigos que solo se regían por intereses. De los primeros que hice no volví a saber nada desde que abandoné el instituto. Supongo que continuaron sus estudios como debería haber hecho yo, pero me decanté por un aprendizaje alternativo.
*****
Al terminar de cenar, volví a subir a mi cuarto sin decir nada y me acosté esperando que la noche tardase en acabar porque al despertar tendría que ir al lugar que jamás pensé que volvería a ver.
El instituto.
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