Capitulo 1: La llegada. *[Editado]*
Capitulo 1: La llegada. *[Editado]*
Entramos en el edificio y el interior era aun más impresionante que el exterior. Era sin lugar a dudas, como las casas que salen en las películas. Nada más entrar, como a unos seis o siete metros de la puerta, se encontraban unas escales de madera que subían al nivel superior, el pasamanos de la escalera parecía recién barnizado y en el suelo, haciendo la perfecta forma de los escalones, una alfombra que amortiguaba las pisadas de todo el que la subía.
También en la recepción, justo a la derecha según entrabas, había una puerta con un letrero que decía: “despacho del director”. El chofer se quedó en el coche, por lo que la protectora del menor llamó a la puerta con tres golpes secos que consiguieron centrarme en lo que tocaba ahora, conocer al director. La voz de una mujer nos indicó que podíamos entrar y la puerta nos llevó a otra recepción, esta vez la que precedía a un despacho, la zona de la secretaría.
- Buenas tardes –dijo la mujer de protección del menor, en algún momento me dijo su nombre, pero no me interese por escucharlo, eso iba a cambiar – Soy Marisa García, la de protección del menor, vengo a dejar a Diana Fernández. Aquí tengo los papeles de ingreso sellados por el juez – y le entregó los papeles a la secretaría.
La secretaría, cuyo nombre debía ser Sofía, según ponía en un cartel encima de su mesa, no aparentaba tener más de treinta y cinco años, era algo más bajita que yo y eso era decir bastante, tenía anchas caderas, aunque no daba la sensación de estar gorda. Y sobretodo, tenía pinta de secretaría, parecía sacada de una revista de la secretaría del año, ropa de ejecutiva con escote, altos tacones y unas gafas de pasta negra que desviaban la atención de todo su rostro.
Sin decir nada, la secretaría cogió los papeles y se encaminó hacia la puerta del despacho y mediante un gesto, nos indicó que podíamos pasar.
- Buenas tardes – dijo el señor que estaba al otro lado de la mesa, él debía ser el director. No era muy mayor para ser director de un orfanato, tendría unos cuarenta y muchos, su cabeza empezaba a clarear, pero todavía no era algo preocupante, tenía un poco de barriga y eso sí, vestía como un director, traje, chaleco y corbata. – soy el director del Sant. James, mi nombre es Charles Ende. – y cogió los papeles que le entregaba Marisa. – Sentaos, por favor.
Sofía salió del despacho en el mismo momento en que Marisa se sentaba. A mí, lo que menos me apetecía, era sentarme, así que me quedé de pié y me gané una mirada envenenada de Marisa, la cual esquivé dándole la espalda. El director también me miro.
- ¿No quieres sentarte? – me dijo.
- Llevo cinco horas sentada, si no le importa, prefiero estar de pie. – dije sin ningún ánimo.
- Como prefieras Diana – empezó a revolver sus papeles hasta que pareció hallar los que buscaba. – Recibimos el ingreso ayer por la tarde, no hemos tenido mucho tiempo para prepararlo todo. De hecho, hemos tenido que ponerte en una habitación individual, todas las habitaciones compartidas están ocupadas.
- Lo prefiero así –dije de todo corazón. Lo último que quería era una compañera de cuarto que se enterase de todos mis malos momentos, que serán casi todos.
- Aquí también pone que necesitas acudir al psicólogo, mínimo una vez por semana. La señorita Julia estará encantada de atenderte todos los martes después de clase, ¿de acuerdo?
Hice un gesto afirmativo con la cabeza. Era curioso cómo había comenzado la frase como algo casual y la había terminado con una orden.
- Muy bien, - me siguió diciendo el director – ahora Sofía, mi secretaría, te acompañará a tu cuarto. Tendrás tu propia llave, solo dirección tendrá una copia. Te encargaras de la limpieza y la ordenación de tú cuarto. Se harán inspecciones de limpieza de manera sorpresa – me avisó apuntándome con su dedo - No puedes hacer agujeros en las paredes, si quieres colgar algo, lo harás con cinta adhesiva. Todo el edificio tiene wi-fi. – parecía ir pensando cada frase, enumerándolas para no olvidarse de ninguna. - Y creo que nada más. Esta es la llave y la contraseña de la wi-fi.
Y tras decir eso, me dio la llave y un sobre en el que supongo que estará la contraseña y apretó el botón de un aparato que tenía en la mesa. Llamó a la tal Sofía y esta apareció en cuestión de segundos.
- Sofía, te presento a la señorita Diana Fernández, está en la habitación doscientos uno. – y tras decir eso, Sofía se puso tensa. Algo que había dicho el director la había alterado, pero no sé el que. - ¿Podrías acompañarla a su habitación?
- Por supuesto, acompáñame – dijo con la voz algo temblorosa.
No miré atrás, no quería volver a ver a esa mujer de protección de menor. Mis cosas estaban en el pasillo, dos maletas enormes, la bolsa del portátil y un neceser. Me colgué el portátil a estilo bandolera, puse el neceser encima de una de las maletas y decidí que tendría que hacer dos viajes, ya que era imposible maniobrar con esas dos maletas.
- ¿Te ayudo? – me dijo Sofía.
- Si no te importa, - dije intentando poner una mueca de agradecimiento, solo que mi cara apenas se movió. Hacía ya tantos días que había puesto mi cara más triste, que era incapaz de cambiarla.
A pesar de eso, ella cogió mi maleta e hizo una mueca cuando vio lo que pesaba, todo lo que me quedaba estaba en estas dos maletas y mi portátil, era muy triste.
La dejé ir delate para que me guiara por donde ir. Nos costó bastante subir las escaleras, las maletas se negaban a subir los escalones y a mitad de camino, mi brazo ya temblaba a causa del esfuerzo. Pero afortunadamente solo había que subir hasta la primera planta, ya que ahí había unos ascensores que te subían a la segunda.
- Es un edificio antiguo, el ascensor se construyo para el servicio, por eso no llega hasta abajo, la recepción no era sitio para la servidumbre. – me dijo sin que nadie la hubiese preguntado.
La primera planta era un largo pasillo, solo dividido por la zona de las escaleras. Cada lado del pasillo estaba compuesto por un montón de puertas numeradas por tres cifras, todos empezando por uno indicando la primera planta. También podías deducir la estrechez de las habitaciones, ya que entre puerta y puerta, apenas había tres metros.
- La primera planta es donde se encuentran las habitaciones compartidas, aquí todos son huérfanos. – siguió diciendo sin que la hubiese preguntado. Era obvio que le incomodaba el silencio. Yo antes era igual, hasta que mis pensamientos se hicieron tan altos que para mí el silencio no existía. – La segunda planta es para las habitaciones individuales, ahí todos los alumnos son de la parte privada. Aunque luego todos os encontráis en las clases. – Eso último lo dijo como si tuviese que alegrarme por ello, como si el compartir clase con gente que puede permitirse una educación privada, fuese a cambiar algo.
Al menos eso explicaba su cara cuando la dijeron que iba a la segunda planta, ella sabría de mi situación y era poco habitual que alguien como yo, ocupara un cuarto que valdría más dinero del que ganarán conmigo.
El ascensor nos dejó a mitad del pasillo de la segunda planta, justo enfrente teníamos las escaleras que bajaban hasta la planta baja y a ambos lados había pasillos con puertas, esta vez más distanciadas entre ellas, indicando que las habitaciones eran más grandes. La primera habitación de la izquierda era la mía.
- Todas las habitaciones son doscientos, que indican la segunda planta. A la izquierda tienes los impares y a la derecha los pares. – siguió hablando sin que la preguntaran.
Cogí la llave y la metí en la cerradura. La puerta se abrió sin problemas, eso me sorprendió, en un edificio tan viejo, al menos esperaba un chirrido de puerta o algo así. Pero todo estaba bien cuidado, al parecer.
Terminé de abrir y tras ella, apareció una habitación más grande de lo que esperaba. Justo a la entrada, había una puerta que daba al baño, tenía una bañera bastante decente, un armario con un espejo justo encima del lavabo y el retrete. En la habitación, la cama era mucho más grande de lo necesario, con una mesita de noche que tenía una luz de lectura. También había un pequeño televisor de pantalla plana y una gran mesa de escritorio. Encima de esa mesa había una gran estantería vacía. Y a la derecha de la mesa escritorio y la estantería, había una gran ventana que iluminaba todo el cuarto, justo encima de la mesita de noche y de la cama.
- Dentro del cajón del escritorio encontraras las normas del centro. Hay toque de queda, a partir de las once no puede haber nadie por los pasillos. Si deseas salir al pueblo, tienes que pedir un permiso a secretaría, o sea a mí. – me dijo eso entonando un poco más fuerte para que me enterase. - ¿Lo has entendido?
- Sí – dije sin más.
- La cena es a las nueve, el desayuno a las ocho, a las nueve empiezan las clases, la comida es a las dos y tu horario de clases esta también en el cajón del escritorio junto con un plano del edificio. – dijo todo tan deprisa que me costó seguirla - El comedor está en la planta baja por el pasillo de la izquierda, al final del todo.
- Gracias – dije cuando comprobé que había acabado. Solo deseaba que se fuera de la habitación y quedarme sola de una vez por todas.
- Si deseas algo más o tienes alguna duda, baja y me lo cuentas. Ya sabes dónde estoy.
Y tras decir eso, se marchó. No parecía muy contenta, pero no me importaba, por fin me había quedado sola.
Coloque mis maletas encima de la cama y empecé a colocar la ropa, solo que sin muchas ganas, así que tardé más de lo normal. También coloqué en la estantería algunos libros que había cogido de casa y había metido en la maleta, era una colección entera de las novelas de Jane Austen, mi escritora favorita, de ahí que las maletas pesaran tanto. Puse mi bloc de dibujo encima de la mesilla de noche y mi portátil encima del escritorio. Y una vez terminado, ya no tenía nada más que hacer.
Lo único feo de la habitación era el color de las paredes, eran de un gris verdoso que daban una sensación algo deprimente, pero ese era justo mi estado de ánimo, así que no me importó demasiado.
Terminé demasiado deprisa y no tenía muchas ganas de estar sin hacer nada. Decidí limpiar la bañera antes de usarla, no era muy maniática de la limpieza, pero sentí un impulso de no parar, de tener el cuerpo activo y así no pensar en nada.
Cuando termine me di una larga ducha, y como ya parecía ser tradición, también fue algo llorosa. Estuve ahí dentro hasta que me quedé sin lágrimas y mi piel se parecía más a una pasa que a piel humana. Salí y me sequé el pelo, mi larga melena oscura caía por mi espalda hasta la mitad, mi cuerpo estaba más delgado que nunca y dado que no me había dado el sol en dos semanas, estaba tan pálida que parecía un muerto.
Dejé de mirarme al darme cuenta de lo destructivo que estaba siendo, en lugar de eso miré el reloj, solo me quedaba una hora para la cena, una hora para que mi vida diese comienzo de la forma menos deseada, públicamente.
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Dedicado a mi pavita, ya que sé que le encantó esta historia :D
Y si les ha gustado, pulsen la estrellita y no duden en comentar lo que quieran. Besos :D
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