Capítulo IX

Matthew

Como acto reflejo la tomo entre mis brazos, está realmente pálida. Siento como mi corazón late a mil por hora. Deslizo mi brazo debajo de sus rodillas y la levanto sin esfuerzo alguno; es bastante ligera. Se mueve en mis brazos y aprieta los ojos.

Salgo del baño, pero en lugar de dejarla en su habitación me dirijo a la mía, la deposito cuidadosamente sobre la cama, elevando sus pies.

«No se va a romper, idiota».

Ignoro ese pensamiento. Literalmente corro en dirección al baño saco un algodón, lo humedezco con un poco de alcohol y regreso a la habitación.

Me siento en el borde de la cama, junto a ella. Paso el algodón cerca de su nariz y veo como poco a poco reacciona al completo.

Me alivio, pero no del todo. Cuando abre los ojos pasea la vista por la habitación con la mirada desorientada y luego se centra en mí.

— ¿Cómo te sientes? —pregunto angustiado.

—Mareada —murmura confusa—. ¿Por qué en tu habitación? Pensé que me llevabas a la mía —Lleva una mano a su cabeza.

Ignoro su pregunta.

—Voy a medirte la presión, ¿vale? —pregunto con suavidad.

Asiente y busco mi maletín, cuando lo ubico saco el tensiómetro y hago lo que dije mientras ella sigue con la mirada perdida en algún punto.

—La tienes un poco baja —informo—. ¿Desde cuando te sientes así? —interrogo en tono profesional.

—Desde hace unos días —Suspira—. Pero estoy bien, es solo estrés y he sido un poco irresponsable con mi alimentación —Se incorpora.

—Entiendo, ¿estás segura que no hay algo más? —continúo con mi anamnesis, en este momento estoy siendo el médico que necesita.

Me mira por unos segundos y parece comprender lo que trato de decir porque se sonroja y niega con la cabeza.

—No, es imposible —responde y me sorprende que capte rápido, quizá ya ha pasado por esto antes.

—Ningún método es completamente efectivo —comento y suelta una risilla nerviosa.

—Pues el mío sí lo es, estoy segura —afirma.

—Siempre hay fallas —alego.

—Estoy segura que sí —Pone los ojos en blanco y creo que eso le cuesta tener un nuevo mareo.

— ¿Como puedes estar tan segura? ¿acaso estás menstruando? Incluso así, es probable que... —Empiezo a decir receloso.

Como médico es normal hacer ese tipo de preguntas, pero no todas las mujeres se sienten muy cómodas hablando de eso, pero para mi sorpresa ella me responde con total naturalidad.

—No, no estoy menstruando —Se muestra ahora más abierta a responder.

— ¿Has menstruado este mes? —continúo.

—No, mi periodo es irregular —Noto un atisbo de irritación en su voz, así que sigo con el interrogatorio, quiero ver si soy capaz de poder hacerla enojar.

—Entonces no puedes estar del todo segura —repito aunque ya le creo que se esté cuidando muy bien al menos en ese aspecto por su seguridad.

—Sí, lo estoy —Su irritación va es ascenso.

—No del todo.

—Que sí.

—Que no.

— ¡Qué sí! —grita histérica.

— ¡Qué no! —replico alzando también la voz.

—¡Qué sí, carajo! ¡Soy virgen! ¡No puedo estar embarazada! A menos que sea una especie de virgen María, y eso realmente lo dudo —Habla fuera de sí y no puede estar más roja.

Yo, en cambio, tengo los ojos muy abiertos al escuchar semejante cosa. Río.

—Vale, tú ganas, sólo por haberme hecho reír. Pero no me jodas, Mia —digo entre risas.

Admito que tiene un muy buen sentido del humor, algo que me parece tierno y dulce de su personalidad tan atractiva.

Sonríe un tanto nerviosa —por su broma, supongo—.

—Me sacas de mis casillas... —murmura en español mirando al techo.

—Admito que tienes una dulce inocencia, pero no me jodas con esas bromas —comento en español también.

Ella dirige su mirada a mí algo sorprendida, ¿o confusa? no sabría decirlo.

— ¿Hablas español? —Se interesa.

—Entre otros idiomas  —Me encojo de hombros restándole importancia—. Pero no me cambies de tema, avergonzarías a tu novio con un comentario así —argumento.

—Eso no es de tu incumbencia —espeta.

—Sólo digo que a mí me daría en el orgullo si mi pareja dijese eso. Pero tienes razón, no es de mi incumbencia —Alzo las manos mostrando las palmas en señal de rendición.

—Eso me parece un comentario un tanto fuera de lugar, es depende la relación que tengan —comenta y pasado un momento, agrega—: No tengo novio, creí que eso había quedado claro —Se le escapa un bostezo y cubre su boca.

Siento como una extraña sensación de recorre mi sistema, ¿alegría, quizás?

—Nunca lo negaste, sólo te reíste en mi cara por mi reacción ante la palabra hijo —reprocho recordando mi estúpida reacción.

Pone los ojos en blanco.

—Ya me disculpé por eso, rencoroso —Lo ultimo lo dice para ella misma pero lo alcanzo a escuchar.

—Virgen... —Me bufo de su comentario.

Ella toma una de las almohadas, me la arroja ágilmente y yo la atrapo con lo misma agilidad.

Reímos y luego ambos nos sumimos en nuestros pensamientos pasado un momento. Es raro.

— ¿Qué edad tienes? —pregunto con curiosidad rompiendo el repentino silencio.

—Veintiocho —Me sonríe.

—Oh, pensé que eras mucho menor, aunque, a veces tu manera de actuar te hace parecer mucho mayor, es... confuso —expreso.

Asiente y ladea un poco la cabeza como analizando mis palabras.

— ¿Y tú? —dice luego de un momento—, tu edad —aclara.

—Treinta y uno —digo mirando su rostro.

Abre los ojos con sorpresa.

—Creí que eras mucho menor... uff que vejestorio —Se burla—. Aunque sigues teniendo la mente de un niño de cinco años —Sonríe y me da palmaditas en la cabeza cuan niño fuese.

Me sorprende su gesto y ella parece notarlo porque aparta su mano, le sonrío para que sepa que lejos de incomodarme, me enternece.

—Bueno, este vejestorio —Me pongo de pie—, tiene que preparar algo de cenar —Me excuso porque quiero que se sienta mejor.

Ella intenta hacer lo mismo, pero al hacerlo pierde el equilibrio; la tomo por la cintura y ella se sujeta de mis hombros para evitar caerse. Nos quedamos observándonos fijo por un momento, al principio lo hago para asegurarme de su estado, pero pronto me pasa algo extraño y no puedo —o mejor dicho, no quiero— apartar la vista, me hipnotiza su mirada.

No creí nunca que unos comunes ojos cafés pudiesen llamar tanto la atención —por lo menos a mí—, pero no son unos comunes ojos cafés, tienen un brillo muy especial que le da ese tono grisáceo a su mirada, demuestra inocencia, me atrevería a decir que amor o dulzura, y calidez humana, pero sobre todo, inspiran ternura.

Sin darme cuenta nos hemos acercado tanto que nuestros rostros están a sólo centímetros de distancia. Nuestros alientos rozando y como puedo aparto la vista de sus ojos para enfocarme en sus labios entre abiertos, tan carnosos, tan rosados, tan húmedos, tan... apetecibles; quiero acercarme para sentir si son tan suaves como se ven, mi mirada va de sus ojos a sus labios, como pidiendo permiso. Ella se sonroja de inmediato, y su cuerpo se tensa para luego, de un momento a otro, apartar la mirada.

—C-creo es mejor que te quedes aquí, aun estas muy débil —Aclaro la garganta—. Te traeré algo de comer —La ayudo a sentarse de nuevo en la cama y salgo rápidamente hacia la cocina.

— ¿Qué coño ha sido eso? —mascullo por lo bajo mientras golpeo la encimera de la cocina.

Doy un largo suspiro para calmarme y me concentro en preparar la cena.

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