Capítulo IV

Mía

—Creo que nos dejaron plantadas, ya vámonos. A la única que le soporto sus impuntualidades es a ti —dice Miriam exasperada.

—La impuntualidad es una virtud —Río y miro el reloj—. Tienes razón, ya es muy tarde, vámonos —Miriam le explica al conserje que nos tenemos que ir y le deja varios recados o mejor dicho, insultos a la dueña del departamento.

Caminamos unos cuantos pasos y cuando estoy a punto de salir tropiezo de lleno con alguien por la prisa que llevaba, levanto la vista y me quedo embobada de la impresión. Unos hermosos ojos verdes se me quedan mirando fijamente.

—Disculpa, no te vi ¿te encuentras bien? —Me observa con preocupación para luego tomarme suavemente por los hombros y con ese simple gesto siento una aversión por todo el cuerpo, él a parecer lo nota porque en seguida me suelta y el rubor se me sube a las mejillas.

Después de unos segundos que a mi se me hicieron eternos me animo a hablar.

—Perfectamente —Logro articular, mientras me alejo un poco al darme cuenta de lo cerca que estamos el uno del otro.

—Estoy totalmente de acuerdo con eso —Sonríe pícaro y me mira de arriba abajo.

Me ruborizo nuevamente, pero no sé si es por timidez o enojo por la manera en que me mira.

«Tranquilízate, Mia»,  me ordeno.

Respiro profundo al notar que me sigue mirando—. Buenas tardes —mascullo entre dientes y le dedico una mirada asesina antes de continuar por mi camino.

Siento unos pasos detrás de mi y volteo, sé que es Miriam por su inconfundible taconeo, pero aún así lo confirmo. Está hablando con el hombre con el que tropecé hace un momento, el cual hasta ahora me doy cuenta que trae un uniforme azul oscuro de hospital.

«Debe ser médico, y ese uniforme le queda realmente bien...» razono y desecho esos pensamientos, es un cretino por su forma de mirarme.

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