Capítulo XV
Luego de pasar cuatro horas hablando sin cesar con Matt en la parte trasera de la camioneta, reposo mi cabeza en su hombro.
—Por lo general lo único que hago en el camino es dormir —admito en un tono bajo.
—Siempre te duermes al tocar un vehículo, parece que fuese un somnífero para ti.
Afirmo ligeramente con la cabeza, es cierto, solo que en este caso ninguno de los dos conduce por lo que he podido tener una plática muy amena y sin interrupciones.
Miro por la ventana la estela del panorama fugaz que brinda el paisaje. Árboles, arboles y más árboles.
—Linda...
—¿Mm? —murmuro somnolienta.
—Me gustaría ayudar en lo que haces, ¿podría?
Su pregunta me toma con la guardia baja, levanto el rostro para verlo con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Cómo?
—Hasta donde me has contado solo serás tú brindando consultas, creo que yo podría ayudarte.
—Oh. Claro que puedes, sería excelente.
La verdad es que sí habían más médicos de forma regular en los ambulatorios donde atenderíamos de forma gratuita. Sólo que por lo general eran médicos recién iniciados que, a pesar de admirarlos como colegas que son, su inexperiencia siempre presentaba uno que otro problema dado a que ninguno permanecía en zonas tan rurales por mucho tiempo.
Saber que yo podía aportar algo con mi experiencia y múltiples estudios era gratificante; el hecho de que un médico con tanto prestigio como el que tiene Matt en su país, siendo uno de los mejores en su área, se ofrezca para contribuir en ayudar a personas con bajos recursos me parece algo realmente admirable, hace que en mi pecho crezca una calidez reconfortante.
[...]
Hemos pasado el día entero en todo tipo se revisiones y solo hemos llegado a un pueblo. Había recordado menos personas en años anteriores y esto sin duda fue algo muy exprés.
Examino principalmente a niños, luego a unas treinta personas más antes de percatarme que ha empezado a oscurecer.
Admito que estoy exhausta pero quiero atender al máximo de personas posible.
Suspiro notando que ya no quedan muchos. Matt y yo cruzamos miradas y sonreímos, es un gesto que hemos repetido innumerables veces en el día.
Me gusta su pasión, la entrega que muestra al hacer algo que yo también amo.
Regreso mi mirada a la pequeña paciente que acabo de examinar, a punto de darle un diagnóstico.
—La pequeña se encuentra en perfecta salud, el dolor en las articulaciones de sus piernas de debe a su etapa de crecimiento, esto es normal y esporádico, ya pasará. Sin embargo, puede aplicar un analgésico local cada vez que... —Mis palabras se ven interrumpidas al momento en que la puerta se abre abruptamente.
—¡Doctora, por favor! —gritan.
Un joven intenta acercarse a mí con urgencia pero no consigue mucho antes de que mis escoltas lo detengan.
El chico parece realmente alarmado, me pongo de pie y tras examinarlo unos breves instantes con la mirada me acerco a él.
—N-necesito su ayuda, mi papá se está ahogando. Por favor, doctora, por favor —Su tono de súplica hace que mi corazón se comprima y alarme al mismo tiempo.
—¿Dónde está? ¿Qué le ocurre? —interrogo se inmediato mientras hago un además para que lo suelten y a pesar de las dudas, obedecen.
El chico me sorprende tirando de mi mano para que lo siga.
Al correr tras él me lleva por uno de los pasillos hasta ver a un hombre de mediana edad tirado en el piso y a alguien sobre él de reanimándolo.
Mierda.
Me acerco más rápido todavía y al analizar la situación frente a mí abro mucho los ojos.
Los gritos desesperados del hijo se tornan más lejanos cuando intento apartar las manos del joven que intenta prácticarle una reanimación a aquel hombre que está consciente.
—¡Sufre un infarto, aléjese! —Me grita con suficiencia y sin mirarme.
Analizo al paciente con la mirada y en muy pocos segundos.
—¡Aléjese! —Espeto y lo aparto con brusquedad—
No es un infarto —Informo y empiezo a palpar su tórax con una fuerte corazonada.
Tomo mi estetoscopio y reviso con cuidado. Sé que podría confirmar mi diagnóstico con una radiografía, pero dado a que no dispongo de nada cercano y el estado del paciente es crítico, debo guiarme por mis instintos.
—Padece un neumotórax —Busco al chico con la mirada en busca de información—. ¿Tu padre sufre de alguna afección respiratoria?
—E-es fumador —contesta sin más y eso es más que suficiente para mí para empezar una intervención.
Ordeno que me ayuden a trasladarlo a una camilla mientras yo consigo los implementos para comenzar el procedimiento necesario.
Una vez que pido que me den espacio para trabajar esterilizo mejor mis manos y la zona donde seguidamente aplico la anestesia; hago la incisión intercostal y al conseguir llegar hasta la pleura parietal empujo un poco más el instrumento para atravesarla, posteriormente utilizo el dedo índice para explorar el tracto. Una vez que mi dedo atraviesa la pleura, retiro la pinza de que había usado al principio. Uso el dedo para palpar dentro de la capa pleural y asegurarme que el pulmón desaparece de la misma.
Exhalo e introduzco el tubo dentro de la caja torácica, llegando al espacio pleural y segundos después de completar el procedimiento el aire que colapsaba el pulmón sale a través del mismo.
Siento el alivio acostumbrado en cuanto noto que el paciente empieza a tomar estabilidad.
[…]
Una vez que termino mi trabajo, y cedo el caso a uno de los médicos de guardia, me quito los guantes y los desecho. Con mi vista lateral percibo que se acercan a mí.
—Yo... Solo puedo agradecerle.
Asiento sin mirar, estoy completamente agotada.
—No hay de qué, es mi trabajo.
—Lo sé, pero nadie más quiso atenderlo... Solo usted, y le salvó la vida.
Sus palabras hacen eco en mi cabeza, y cierta duda respecto a su comentario me hace querer mostrar mi inquietud acerca del porqué no lo habían atendido, ya que, de yo no haber estado presente el paciente debía haber recibido los primeros auxilios, sin embargo, antes de poder articular algo la presencia del joven de la reanimación cuya vestimenta médica era totalmente blanca llama mi atención y con una impotencia que recorría mi cuerpo me giro a encararlo.
Él mantiene la vista clavada en el piso, en el breve instante que sus ojos se dirigen a los míos noto remordimiento.
El hijo del paciente que atendí minutos atrás nos deja a solas, retirándose con discreción.
—¿Qué cargo ocupas? —pregunto sin preámbulo.
Su uniforme podría derivar de diferentes áreas que cruzaban por mi mente. Fijándome más, notaba que no era un muchacho, de hecho, me atrevería a decir que se aproximaba bastante a mi edad.
—Soy... —duda y tras largos segundos aclara la garganta—. Soy camillero.
Asiento pero antes de poder agregar algo me interrumpe.
»Lo que pasó... El señor tenía dificultad para respirar, se estaba ahogando y yo pensé que se trataba de un infarto... Yo solo quería ayudar, es solo un viejo borracho —Sus palabras terminan en un vago susurro.
Me tomo unos segundos antes de hablar en un tono que intentaba fuese comprensivo pero no lo consigo al haber escuchado menosprecio en sus últimas palabras.
—¿Es consciente que tal negligencia podría haber costado caro? —Asiente sin mirarme, por lo que prosigo—. Gracias a Dios esto no pasó a mayores, su intención fue buena pero la arrogancia al creer que hacía lo mejor es lo que realmente descoloca, tomando en cuenta que sus conocimientos médicos son bastante nulos.
Su mirada al fin se dirige a la mía y pasa saliva.
—No todos somos una eminencia como usted, doctorcita —espeta con cierto desdén—. No todos tuvimos la suerte de nacer con la vida resuelta.
Río sin gracia mientras niego con la cabeza sin creer que quiera atacarme a nivel personal ya que, no viene al caso.
«Si supiera...».
—No me conoce en lo absoluto, ¿cómo se atreve a creer que tiene el derecho de juzgarme como persona?
—El derecho que me da el que quiera humillarme con su carrera y dinero —escupe entre dientes.
Me cruzo de brazos y mi mirada permanece fija en sus ojos.
—¿Lo humillo? Vaya, siento si le causé esa impresión, no es mi culpa que crea que haberme jodido estudiando durante años no me otorguen los conocimientos necesarios. No estoy actuando con superioridad en cuanto a personas, estoy siendo realista en cuanto a conocimientos.
—Por favor —bufa—, no es más que una niña mimada con aires de grandeza que desea pisotear a los de abajo, he escuchado muchísimo de usted, y créame que me impresiona como la gente se deja deslumbrar por una cara bonita, dinero y lismosnas, no creo en su falsa humildad.
«¡¿Pero qué carajos?!».
Intento mantenerme calmada, quiero gritarle unas cuantas verdades pero me contengo al ver que no vale la pena.
«No puedes caerle bien a todo el mundo, no eres monedita de oro» —, me digo a mí misma.
—Tengo trabajo que hacer no perderé mi tiempo con usted, buenas noches.
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