Capítulo XIII
Sin abrir los ojos, en ese pequeño primer momento del día en el que piensas si levantarte o no; siento la calidez de un cuerpo junto a mí, y unos brazos rodeando mi cintura.
Disfruto unos segundos más de aquella grata sensación hasta empezar a abrir mis párpados de a poco.
Me muevo con cuidado para zafarme mientras escucho un quejido de su parte; levanto la mirada y está observándome.
Está bien, ya antes hemos despertado así pero justo ahora siento mis mejillas enrojecerse al cruzar por mi mente que lleva despierto mucho más tiempo que yo y ha estado observándome.
Sus hermosos ojos me miran con cierto deje de ternura y picardía mezcladas, lo que me hace pensar en que sí, ha estado viéndome.
Nos quedamos así durante un largo rato sin mediar palabra hasta que decido mirar la hora en mi teléfono recordando que debo hacer unas cuantas cosas.
Luego de él dirigirse a su habitación a prepararse para acompañarme yo hago lo mismo, pero al momento de vestirme se repite una situación similar a la que ocurrió aquella vez en su apartamento, se atascó la cremallera de mi falda con la tela de mi blusa.
Salgo y él está a punto de tocar mi puerta.
—¿Me ayudas? —Sonrío sosteniendo mi falda.
—Déja vù —pronuncia y pide que me de la vuelta
Lo hago y él tampoco consigue subirla tras varios intentos, en uno de ellos no puedo evitar estremecerme ante el roce de sus dedos.
—Listo —susurra inesperadamente a mi oído al lograr subirlo.
Trago saliva.
—G-gracias.
—De nada, bonita —Deja un beso en mi cuello y se aparta dejándome confusa.
[...]
Llevamos toda la mañana de un lado para otro sin descanso. Me siento un poco mal por tener a Matt en medio de todo este ajetreo pero bien le advertí que no eran vacaciones.
He estado reunida con los diferentes abogados que han colaborado en el caso, los cuales no me han otorgado las mejores noticias, ya que no hay forma en base a leyes que mantengan a ese tipo encerrado.
También me he reunido con algunos socios de negocios aprovechando que estoy en la ciudad y por último vamos en camino a una de mis sucursales para realizar uno de mis chequeos de personal. Creo que en éste último, Matt puede divertirse un poco.
El chofer baja y me entrega una bolsa con ropa como le he pedido previamente que hiciera; le pido a mi novio que baje y lo hace un tanto confuso.
Me cambiaré en el auto ya que los vidrios son tintados. Saco la ropa de la bolsa; cambio mi falda tubo por unos jeans desgastados, mi blusa con cristales en el cuello por una sencilla y estirada, mis zapatos altos por unos deportivos con apariencia de estar obsoletos y retiro de mi rostro el poco maquillaje que llevo.
Al bajarme Matt eleva una ceja en mi dirección; me despeino un poco y le robo un fugaz beso.
—Ya verás.
Él asiente, lo evalúo de pies a cabeza y considerando lo formal que está, le pido que entre como un cliente más mientras cumple con mis instrucciones.
Como predije, él parece divertirse con nuestro modo incógnito.
Al entrar al establecimiento saludo cortésmente a la primera joven que veo y luego de un momento pido ver al gerente.
La cajera poco convencida ante mi petición me dice que se encuentra ocupado, y tras insistir con cordialidad finalmente accede.
Voy haciendo un repaso mental ante cada falla que he encontrado desde que entré; un par de minutos después aparece el gerente con cara de pocos amigos y la chica que tan amablemente me atendió permanece con la vista clavada en el suelo.
«Curioso...», pienso.
—¿Qué desea? —Se dirige a mí con tal petulancia que debo arraigarme en mi papel para no dar una mala respuesta.
—Buenas tardes, señor. Disculpe si he interrumpido sus obligaciones con mi solicitud.
Le sonrío de la forma más hipócrita que puedo y como si no hubiese notado que jugaba candy crush en su celular.
Él hace una mueca de superioridad ante mi apariencia y yo decido ir al punto mostrándole un par de recetas médicas que previamente arrugué.
Ni siquiera me las recibe, el muy idiota con aires de grandeza ni siquiera las mira, ¡será hijo de...!
Intento calmarme.
—Me han hablado de un programa que ofrecen para personas de bajos recursos —prosigo—, me han comentado que ustedes me otorgarán un formulario para darme los medicamentos que necesito. Mi madre está muy mal y realmente los necesito, nos hemos gastado todo lo que teníamos.
—Ya no aplicamos ese tipo se ayuda.
«Será... ¿Cómo carajos se atreve a mentirme con tal frialdad?».
He invertido tiempo y también dinero en tal proyecto, y este hijo de nadie no se puede negar a cumplir el protocolo de ayuda.
Intento insistir en modo de súplica.
—He dicho que ya no aplica —Vuelve a darme otra ojeada, pero ésta vez percibo que no mira solo lo que llevo puesto—; a menos, que tenga algo más que ofrecer.
Estoy que podría estrangularlo, ¡qué asco de ser humano!
Voy a abrir la boca pero él se va a atender a alguien, al girarme, veo que se trata de Matthew. Lo trata con tal amabilidad que no parece la misma persona con la que hablaba hace un momento.
Saco de mi bolsillo el teléfono y hago una llamada ordenando el su despido inmediato.
Parece que hoy estoy de suerte, ya que su superior más directo se encuentra aquí.
El hombre se disculpa con Matt y se retira al ser solicitado en la oficina, dejándolo en manos de la cajera que me recibió, la cual... ¡Le está coqueteando!
«Empezamos bien, ojos claros. No la jodas insinuándotele a mi novio».
Apresuro el paso hacia él y lo abrazo de forma posesiva con un gesto de inocencia.
Ella nos ve confundida y Matt me mira divertido arqueando una ceja. Sonrío de forma angelical, él paga lo que sea que se le haya ocurrido comprar y nos dirigimos juntos al espacio de las oficinas.
No fue un ataque de celos, no soy celosa, no, no, no... ¿o sí?.
«Ajá», escucho una vocecita en mi cabeza.
—¿Cómo te ha ido, bonita?
—La señorita coqueta obtiene un ascenso y el señor arrogancia obtiene su carta de despido.
Me pide que le hable un poco más del tema.
—He recibido quejas de ésta persona, han habido muchas de esas acompañadas de acoso laboral y sexual. Justo ahora acabo de confirmar varias de esas quejas además de mis sospechas sobre que negaba la ayuda de cierto programa que creé hace un tiempo.
Él asiente y parece estar bastante interesado en el tema.
Al llegar a la oficina rompo con el protocolo estándar al entrar silenciosamente a la sala.
El gerente me mira extrañado y posteriormente a mi hermana —la encargada de la red de farmacias cuando estoy fuera— haciendo la conexión por nuestro parecido físico supongo.
—Vaya, ya sabía que a alguien se me parecía... —murmura.
—Has sido un excelente empleado, Juan. Pero se te fue el título a la cabeza o no lo sé, la verdad. Lo siento, pero no puedes seguir trabajando con nosotros, tienes una ida sin retorno, recoge tus cosas y vete.
—Había escuchado de este tipo de pruebas, no creí que aún se hicieran desde que la dueña se fue, ¿como podría saber yo que ésta era una de ellas?
—El objetivo de esto es conocer el trato del empleado hacia al cliente, o en este particular caso la persona que viene a solicitar ayuda de un servicio que la empresa aporta. He invertido mucho de mi tiempo para que esto funcione —expreso sumándome a la conversación.
—¿Ha?
Asiento y él parece comprender algo que no tenía claro.
—La dueña, ¿c-cierto?
Vuelvo a afirmar con la cabeza.
Su rostro palidece abandonando todo rasgo de altivez.
Elevo una ceja y decido no agregar más, creo que ha entendido bien la consecuencia de sus actos.
—¿Es todo? —cuestiona con aire resignado.
Asiento y le sostengo la mirada.
Toma el sobre que está sobre la mesa, la pluma y busca donde firmar sin leer mayor detalle del documento.
Se pone de pie y pasa a mi lado para salir a mi espalda pero escucho que sus pasos se detienen.
—Tengo una duda, señorita Smith —Me giro atenta—. ¿Qué obtiene con todo esto?
—¿A qué se refiere específicamente?
—A otorgar este tipo de ayudas, siempre quise preguntarle eso.
—Tender una mano a quien lo necesita —respondo en automático.
—Suena más a alguien que busca limpiar su consciencia que a alguien desinteresado, aunque me inclinaba a la segunda, creo que tiene un poco de ambas.
No respondo.
—Que tenga buenas tardes —digo pasado un momento.
[...]
—Fue entretenido, debo admitir —comenta Matt jugando con la cuchara de su helado.
—Mi trabajo no suele ser tan aburrido.
Seguimos caminando tranquilamente por la calle. El cabello de Matt se mueve bajo la suave brisa y me distraigo al contemplarlo.
Me maravillo ante el tiempo transcurrido entre nosotros, lo que hemos cambiado como personas y como nos hemos amoldado el uno al otro en esta relación.
Mi mente vaga a cuando nos vimos por primera vez, me impresionó su belleza, poco después me cautivó su inteligencia, y posteriormente me enamoró su humanidad; esa entrega total a lo que hace, su forma de ser, a veces tan pícaro, en otras incluso tímido. A veces tan elocuente, risueño, serio, infantil, juguetón, varoníl... Me he enamorado de cada una de sus facetas, amo cada parte de él.
—Hey, ¿te ocurre algo, amor? —Esos hermosos ojos que tanto me encantan se clavan en los míos con preocupación.
—Sí.
—¿Qué?
—Te quiero.
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