Único capítulo.
La alarma del reloj llevaba sonando como mínimo dos horas, deshaciendo por momentos el característico silencio que siempre había en su hogar, los rayos de sol intentaban entrar por la ventana, viéndose detenidos por las cortinas cerradas, y la sensación de agotamiento no le permitía levantarse de su cama.
Le dolía la cabeza como nunca, su cuerpo pesaba tanto que le era imposible mover un músculo siquiera, sus ganas de seguir durmiendo eran enormes; sin embargo, debía de empezar su día, tenía que salir de la cama pues el día anterior había quedado con Tsunayoshi en desayunar juntos.
Haciendo un esfuerzo descomunal consiguió apagar la maldita alarma que lo único que estaba haciendo era que su cabeza diera punzadas agudas.
Lo único que estaba en su mente era el compromiso que tenía con el castaño, por alguna razón sentía que era algo de suma importancia y sería imperdonable que no asistiera.
Fue incorporándose lentamente en su cama hasta quedar sentado, dejando su calidez impregnada en el colchón, y su mirada quedó clavada en el reloj de su cómoda, dudaba en si seguía soñando o estaba viendo mal porque ya era increíblemente tarde.
¿Qué había hecho la noche pasada? Recordaba haber cenado por el cumpleaños de cierto rubio en su departamento, entonces regresó a su casa temprano y durmió… ¿En serio?
Frotó un par de veces sus ojos, enfocando su mirada en los números rojos del reloj y saltó de la cama de un brinco cuando se percató de la hora que era, tenía que apresurarse en arreglarse, pronto llegaría Tsuna y no quería recibirlo en pijamas. Aunque poco importaba.
Intuía que algo extraño estaba sucediendo con el castaño, los silencios que se hacían de vez en cuando entre ellos dos eran prueba suficiente para comprobar que estaba ocultando algo.
Y tenía miedo. Sí, él, Hibari Kyoya, el demonio de Namimori estaba asustado. Había abierto su corazón y dejó que un herbívoro conociera cada rincón, cada sueño y cada secreto.
Se había enamorado perdidamente de Sawada Tsunayoshi, ¿y cómo demonios no lo iba a hacer? Era todo lo que necesitaba en una persona, era su otra mitad que lo complementaba a la perfección; él era como un café amargo y Tsuna el azúcar. No podía haber mejor combinación que aquella.
Habían empezado una relación hace poco más de un año, aunque lo mantenían como un secreto para todos los demás ya que al castaño le podrían llover problemas que su sádico tutor se enterara, y hace un mes él empezó a actuar extraño, distante… Algo realmente anormal en él.
Sus temores siempre caían en lo mismo; quizás el castaño pediría terminar su relación, quizás estaba cansado de él, quizás ya no era suficiente.
Nunca se imaginó lo que el destino le tenía preparado.
Sus días empezaron a ser infernalmente largos y las noches terriblemente frías y solitarias; había ido a preguntar por el castaño, con la excusa de que tenían un proyecto pendiente por entregar, y la respuesta que obtuvo fue que él se había ido lejos y no regresaría pronto.
Llamaba ciento de veces a su número, buscaba su nombre miles de veces en Internet con esperanza de obtener algo, y constantemente iba detrás de la persona que más odiaba para poder conseguir un poco más de información.
Era inútil, todo lo que hacía siempre acababa en el mismo resultado. ¿Por qué le estaba haciendo eso si se suponía que lo amaba?
A la semana de que lo abandonó, decidió terminar con su miserable vida; no le encontraba sentido continuar si la única persona en la que confiaba se había ido para jamás regresar.
Lo amaba con todo su ser, se entregó a él en cuerpo y alma, encontró en él la única cosa que creyó no tener derecho: felicidad. ¿Entonces por qué tuvo que abandonarlo sin decir nada?
Aplastó la lata de cerveza que acababa de tomar y bajó la morada, el puente en el que estaba era lo suficientemente alto para que los conductores que transitaban abajo tuvieran dificultad para verlo.
Si estaba destinado a la triste, cruel y despiadada soledad que dejó Tsuna tras su partida, entonces se rendiría. Era imposible seguir adelante sin él, no pensaba continuar viviendo con el hueco que dejó dentro de él.
Experimentó el ser amado sin medida y le fue arrebatada la sensación de un día para otro.
Subió la barda, convencido de saltar.
— ¡Kyoya! —Dino lo jaló hacia atrás, cayendo ambos a la parte segura del puente, y lo abrazó con fuerza mientras permitía que sus lágrimas salieran—. ¡¿Qué demonios te pasa?!
—Déjame —intentó zafarse del agarre, pero todo el alcohol que había bebido estaba debilitándolo—. Quiero morir.
Aquellas frías palabras fueron como navajas afiladas para los oídos del rubio, recorriendo su interior y dándole un doloroso golpe en su corazón.
El forcejeo duró apenas unos cuantos segundos antes de que Hibari perdiera el conocimiento en los brazos del mayor.
El tiempo transcurrió y la soledad de Kyoya solamente se hacía más evidente, era claro para todos a su alrededor que algo le estaba afectando aunque no supiera exactamente el qué.
Se negaba a responder preguntas, se hizo más silencioso de lo que ya era, muy apenas intercambiaba palabras con Dino, quien lo visitaba todos los días para evitar una tragedia de aquellas.
Hibari perdió el sentido de la vida, recordaba con dolor la dulce mirada llena de amor del castaño, los tiernos y cálidos besos, la suave y agradable sensación que dejaba al tocar su piel; le encantaba divagar en aquellos felices momentos para distraerse de la horrible realidad.
Se sentía como un completo idiota por seguir pensando en él, creyendo fielmente que él lo había olvidado desde el primer día de su misteriosa desaparición, pero no lo podía evitar. Fue el amor de su vida y su ausencia dolía como en los primeros días.
— ¿Puedo confesarte algo? —Dino dejó un plato lleno de comida frente a él, tenía una pequeña sonrisa dibujada en su rostro.
Kyoya arqueó una de sus cejas como respuesta, jugando con los vegetales que había en el plato en espera de que el apetito apareciera en él.
—Me gustas —soltó de pronto, sabiendo que podía recibir una golpiza por solo pronunciar aquellas palabras.
—Seamos pareja —respondió sin titubeos, creyendo que con eso podría sacar finalmente al castaño de su cabeza y corazón.
Aunque los sentimientos por Tsuna aún no habían muerto, pensó que sería capaz de fingir algo por el rubio, estaba seguro de que aquella farsa no duraría demasiado tiempo.
— ¿En serio? —Parpadeó perplejo, incrédulo de lo que acababa de escuchar, se inclinó ligeramente hacia el frente para escuchar mejor y esperó paciente a que él respondiera.
El azabache lo meditó un par de segundos; Dino no merecía estar con alguien que no lo quería, pero tampoco quería ser un mal agradecido por todas las atenciones que le ha dado en los últimos meses. Solamente en lo que encontraba a su pareja destinada.
—Hm.
Se lanzó para abrazarlo con fuerza, realmente pensó que sería rechazado brutalmente y le tomaría de más intentos para conseguir lo que quería; le tranquilizaba que fuera así de sencillo.
Sin embargo, Hibari no sabía lo que todo aquello involucraba hasta que tuvieron su primer beso. No eran los suaves y rosados labios que había besado miles de veces antes, no era el hermoso resplandor en los ojos al alejarse y, por supuesto, no eran las mejillas sonrojadas de Tsunayoshi.
Se sentía fatal. Creía que lo estaba engañando de alguna manera y me dolía el pecho, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás.
Rogaba a los cielos ver al castaño en lugar de Dino cada que abría los ojos al besarlo, suplicaba que se tratara de él cuando despertaba en su cama e imploraba que la persona que regresaba a casa por las tardes fuera él.
Habían pasado años de su partida y la soledad en la que lo había dejado trataba de opacarla con Dino, aunque sabía que eso iba a ser imposible.
Y finalmente lo aceptó, aceptó qué Tsuna jamás regresaría, que quizás su eternidad estaba atada al rubio que estaba enamorado de él, y aceptó casarse con él, despidiéndose mentalmente de la única persona que había amado. Debía de concentrarse para intentar corresponder esos sentimientos antes de la boda, consiguiendo así sacar al castaño temporalmente de su mente.
Tuvieron que pasar cinco años para que Hibari pudiera enterrar sus recuerdos con Tsuna, pero jamás se imaginó que le tomaría muchísimo menos tiempo para sacarlos nuevamente.
En una noche decembrina, cuando recién se habían comprometido, casualmente un amigo cercano a Dino llegó a la ciudad; esto traía como resultado la reunión de varios conocidos del rubio, por lo que no dudaron en ir para anunciar las nuevas noticias respecto al crecimiento de su relación.
Hibari no se dio cuenta a tiempo de la relación que existía sobre el amigo de su prometido y su llegada del extranjero con Tsunayoshi, sino hasta estar frente a él, presentándose como si fuera un completo desconocido.
Él había regresado y fingía no conocerlo para no estallar frente a todos lo que estuvo ocultando por años, incluso Tsuna parecía estarle siguiendo la farsa de ser un par de extraños.
De pronto, la soledad que lo acompañaba desde hace años, disminuyó sin siquiera darse cuenta de aquello.
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