6| El curso de las cosas.

El atardecer de otro día pintó el blanco mármol con su tono escarlata.

El viento disfrutaba de la estación, demostrando su entusiasmo infantil al jugar con las hojas que tapizaban los suelos. Mientras tanto, un suspiro, el quinto del día, se unía al escapar de aquellos delgados labios.

Su lánguida mano sostenía parte de su cabeza, tratando de evitar que el viento que se arremolinaba a su alrededor jugueteara, así como lo hacía con las hojas, con sus largos cabellos negros.

Su gabardina, abotonada hasta el inicio del cuello, protegía su cuerpo del frío, ciñéndose a él y dándole a su imagen un toque clásico y elegante.

   —Es hora de irme, Emilio ­—murmuró Jonathan, sentando aún en el suelo.

   —¿Ya te vas? — la tristeza impregnaba esa simple pregunta, provocando que el corazón del joven se estrujara.

   —Sí. Mañana vendré, de nuevo.

   —Deberías quedarte un poco más...— sugirió.

   —Eso no depende de mí. Sabes que, si fuera así, no me movería de aquí.

John hablaba en voz baja.

Era claro que no quería que nadie escuchara esa conversación sostenida en la intimidad que la lejanía le ofrecía. Después de un par de minutos y de una promesa forjada con las prendas de la convicción, se levantó del suelo y tomó sus cosas. Listo para marcharse.

Con un andar luctuoso, caminó hasta la salida, donde fue capaz de vislumbrar la silueta de un hombre que se despedía de una anciana y de lo que aparentaba ser su nieta. Reconociendo así, al portero conforme se acercaba.

   —¡John! ¡Qué bueno que llegas! Creí que tendría que ir por ti —exclamó, girándose por completo hacia él con una sonrisa.

   —¿Marco? —el joven entrecerró los ojos.

La luz del atardecer, pereciendo a espaldas del portero, alcanzaba a cegarlo lo suficiente como para obligarlo a llevar su mano por encima de sus ojos.

   —¿Quién más podría ser?, ¿Tomarás el bus o iras caminando? — Marco emparejó el cancel, sujetando del respaldo de su silla su chamarra y colocándosela en el proceso.

Jonathan dudó. —Creo qué caminaré.

   —¡Genial! ¿Te importaría esperarme? Al final de cuentas vamos para el mismo rumbo.

John no lo miró durante unos segundos, encajando al poco tiempo su vista en el suelo. Y con dificultad para articular las palabras precisas, preguntó. —No tengo problema, pero, ¿Estás seguro de querer...?

Pero antes de siquiera terminar la oración, el portero lo interrumpió con su entusiasmo.

   — ¡Claro que estoy seguro! Espérame. Nada más firmo salida, tomo mis cosas y listo, nos vamos —Marco jugueteó con el manojo de llaves que siempre llevaba consigo, haciéndolas girar en torno a su dedo índice.

Así fue que, de pie junto al cancel, John no alcanzaba a entender por qué había aceptado.

Esa tarde ambos sostuvieron una charla bastante amena hasta el punto en que se volvió un poco anormal, teniendo en cuenta de que era la primera vez que conversaban. Y ahora, siguiendo la petición del joven portero, cuya existencia apenas descubría, aguardaba por él sin siquiera intentar oponerse.

Recordó la postura que el chico tomó hacia su persona.

Marco parecía ser un buen sujeto. Era muy amable con él, y siempre que John levantaba la vista para mirarlo, por lo menos durante esa tarde; una sonrisa asomaba por su rostro, por muy leve que está fuera.

A su ver, Marco debía ser el tipo de persona que todo el mundo amaba. O en su defecto, apreciaba. A su lado, el joven portero parecía manar un tipo de luminosidad peculiar. Nítida, natural, visible.

De alguna forma, comenzaba a comprender lo que dijo el portero esa tarde. Era casi imposible que alguien amable, llegase a resultar desagradable.

Alzó la vista hacia las oficinas, dónde vio a Marco despedirse de las secretarias, el jardinero y del velador.

   —¿Qué estoy haciendo aquí? —se preguntó en voz baja, desviando la vista a través de la reja del cancel, viendo cómo el último rayo de sol desaparecía entre las casas de la zona.

«No ha habido gran cambio hasta ahora. Ya que el curso de las cosas parece ser el mismo. No se ha alterado tan siquiera un poco. Eso es bueno, supongo. Aunque, si por algún motivo, algo comenzara a cambiar ¿Importaría? Como siempre, no tiene sentido lo que haga o no... todo se ajusta por sí solo. No hay nada que pueda hacer para evitarlo», pensó esbozando una tenue y amarga sonrisa.

   —¿Estás listo? — lo llamó Marco, sacándolo de sus cavilaciones.

John levantó la mirada, sorprendido, y le devolvió una confusa sonrisa al hombre que tenía enfrente.




Mientras salían del laberinto urbano, ninguno de los dos habló sobre algún tema ''poco común''

Limitándose a charlar acerca de trivialidades, cómo: qué calle tomarían para llegar a casa. Qué pedirían para el almuerzo al día siguiente. O qué les gustaba hacer en tiempos de ocio.

Una vez se encontraron en la calle principal, Jonathan señaló el camino que seguía para ir a casa, tomando por sorpresa a Marco, quien le explicó que él también se iba todo derecho. Pero siempre que elegía caminar, prefería subir a la siguiente cuadra, ya que ahí estaba el pabellón y le era agradable andar bajo los árboles y junto a las pequeñas fuentes luminosas.

Con la promesa de que aquel camino era más grato, ambos optaron por ir andando, a pesar de que llegarían a sus hogares mucho más rápido si iban en camión.

Marco no podía evitar sentir curiosidad por ese joven y su difunto, y deseaba hablar un poco más con él. Mientras que este último, quería desentrañar el motivo por el cual aceptó esperar al joven portero. Ya qué siempre prefirió la paz y comodidad que le ofrecía el ir andando solo a casa.

Por otra parte, mientras más hablaban, Marco se sorprendía gradualmente con la sencillez de su compañero. Y este, a su vez, advertía con agrado el actuar tan honesto y directo de su acompañante. Sintiéndose cómodo a su alrededor.

De forma inesperada, ambos se encontraron a sí mismos riendo y disfrutando del camino, mientras avanzaban a paso cada vez más lento.

La noche había caído demasiado rápido. Y las farolas, encendidas poco antes de que el sol terminara de ponerse, brillaban con fuerza; iluminando las calles atiborradas de gente.

En ese pabellón, había parejas disfrutando de su compañía; niños andando en triciclos con sus padres cuidándolos desde atrás. Corredores, inmersos en el número de vueltas que llevaban. Y algunas personas como ellos, que volvían a casa, pero que deseaban hacerlo con unas vistas más bonitas y amenas.

Sin embargo, en el camino, Marco notó algo curioso. La mayoría de personas que se topaban de frente a Jonathan, no podían evitar posar sus miradas sobre él. Esto claro, poco después de haber divisado de manera natural su rostro.

Algunos, se giraban hasta dos veces solo para ver una vez más su silueta repleta de presencia. Y si alcanzaban, tal vez, a mirar de soslayo su rostro cincelado.

A pesar de lo evidente que era este acoso silencioso e inocente, Marco, distraído en sus pasos y su conversación, sólo fue capaz de notarlo hasta que un par de chicas hablaron en voz alta, exteriorizando sus puntos de vista a los cuatro vientos.

   — ¡Es un muchacho superguapo! ¿No crees? — exclamó una de ellas a su amiga—. ¿Tendrá novia?

   —¡Debe tenerla! ¡Y me imagino que es preciosa! ¡Qué envidia!

Marco rascó su nuca, incómodo. —Mierda. Veo que allá a donde vayas, generas un club de fans. Medio mundo aquí presente te mira embobado.

   — ¿Me miran? —preguntó éste, a su vez, confundido. Como si no se diera cuenta de algo tan evidente.

   —Sí, hombre. Incluso cuchichean entre sí: '' ¿Ya lo viste? ¡Es sumamente atractivo!'' —dijo imitando a una de las chicas que habían alabado a John.

La mirada del joven denotaba una inocencia intachable. —Lo siento. No sé de lo que me habla...

Marco rió, incrédulo. — ¿Qué? ¡No me digas! Acaso tú... Nah, no me lo creo. ¿No te has dado cuenta de ese pequeño gran detalle?

   —No. Creo... Bueno, aunque ahora que lo dice, hoy, una vecina me regaló una flor. Recuerdo que dijo algo al respecto de mi imagen, pero no le presté la debida atención.

   —Eres soltero, supongo. —John asintió— ¡Eso lo explica! ¡Dios, eres increíble! Si estuviera en tu lugar me sentiría halagado. Es más, me sentiría intocable. Ahora entiendo por qué nací feo. Sería un peligro con tanto poder.

Su comentario le arrebató una carcajada a Jonathan. Clara y sonora, captó la atención de las personas más cercanas a su posición.

Sintiéndose orgulloso por haber conseguido esa reacción, Marco finalizó.

   —Nah, pero hablando en serio. Conociéndome, sentiría mucha vergüenza y me escondería bajo una piedra. No soportaría tanto.

   —Le creo y acepto eso último. Ya que ahora parece verdaderamente incómodo...

   — ¡Claro que lo estoy! Y aunque no van dirigidas hacia mí me dan repelús. ¡Hoy en día la gente es muy descarada! ¡No tienen vergüenza!

   —Habla como si fuese un hombre mayor — observó divertido—. Solo, trate de no prestarle atención. Yo no lo hago...

   — Deséame suerte con eso. Una vez noto algo que me interesa o me incomoda, me enfrasco en ello hasta el cansancio— explicó este a su vez, escuchando a otras chicas hablar entre sí sobre el apuesto caballero de gabardina.

¿Qué podría hacer si era cierto? Jonathan era bastante atractivo. Los chicos como él parecían no abundar en esas zonas que, a pesar de no ser tan pequeñas, no podían compararse con las grandes ciudades donde los hombres atractivos brotaban de cada esquina como margaritas.

Jonathan, sin duda alguna, era uno de esos especímenes; apuesto, de facciones algo delicadas, no acostumbradas a verse en los hombres. Su pálida piel. Sus ojos y sus cabellos negros.

Su sonrisa e incluso su inocente indiferencia. Todos estos rasgos podrían parecer bastante comunes. Pero en él, eran un complemento que llegaba a pertenecer a los altos confines de lo que se denominaba como hermoso.

Jonathan no era delicado como una chica, ciertamente. Pero no poseía la tosquedad con la que un hombre debería contar, como, por ejemplo, el caso Martin, quien era atractivo dentro de su masculinidad bien marcada.

No, Jonathan era un conjunto de causalidades que combinaban bien entre ellas, ya que hasta en su andar, era elegante y resultaba imposible no contemplar sus movimientos llenos de gracia; sumando sus modales que hacían de John todo un personaje. Uno refinado y bello por su simplicidad poco usual.

Por un momento Marco se sintió rebajado. No era feo. Él lo sabía. Pero comparado con John, cualquiera podría entrar en un estatus estético bastante bajo.

   —Me pides no prestarles atención, pero, me es imposible no hacerlo —admitió Marco al cabo de un rato—. Los tipos como tú tienen suerte; pueden tener cualquier chica que quieran. Un buen trabajo, un mejor trato.

   — Por favor, no diga eso — suplicó John—. Ya debería saber que no se puede conseguir todo con solo tener una cara bonita...

Marco sintió su rostro ruborizar por el tono con que esas palabras fueron dichas. Como sí, Marco se tratará de un niño reprendido por su padre.

Analizándolo bien, ¿Qué era en realidad la belleza? Solo un instrumento vilmente utilizado para engañar a las incrédulas personas que se la tomaban muy en serio. Pero, ¿Cuánto podría durar esa fachada?

«Nada. Solo es un instrumento consumible, que se evapora con la primera arruga, la primera mancha, la primera cana...»

La belleza era corta, al igual que la vida... y la vida era la belleza en su máximo esplendor. Pero solo era eso, un simple suspiro que escapa de los labios del creyente. Del ser vivo cuya esperanza aún permanece latente.

La belleza, al igual que la vida. La vida al igual que la belleza...

«Ambas te someten, te manipulan y hacen lo que quieren de ti... la vida te arrastra, te patea y se burla de ti. La belleza, por otra parte, con gesto coqueto te levanta para volver a tirarte una vez obtuvo lo que quería: Y ambas son amantes. Crueles amantes predestinados...»

   —Lo siento, no quise decir eso...—Marco se disculpó cabizbajo, clavando la vista sobre las líneas del asfalto; permitiéndole a un breve silencio instalarse entre ellos.

   — ¿Vive por aquí cerca? —John se limitó a preguntar, buscando disminuir la incomodidad de su acompañante.

   —Sí... A unas cuantas cuadras más adelante —anunció, aún pensativo— vivió en la calle Montecristo. ¿La ubicas?

   —Si. De hecho, lo que nos vendría separando son, más o menos...doce o catorce cuadras después de su casa.

   —Genial, no estamos tan lejos y aun así, nunca te he visto por aquí. Aunque bueno, llevo poco de haber rentado por aquí.

   — Bueno, ahí está la respuesta de porque me había visto. Bien, ya que queda de paso, lo dejaré en la esquina de su casa. ¿Le parece?

   — ¡Claro! —El rostro de Marco se iluminó, desconcertando a Jonathan, quien, hacía tiempo, no veía brotar tantas sonrisas de un rostro que no fuese el infantil.

   —¿Por qué sonríe así? — le preguntó Jonathan divertido, sintiéndose contagiado por su interlocutor.

Marco se encogió de hombros. — Soy de sonrisa fácil, que te puedo decir. Además, tener los dientes así me costó dos años de usar Brackets, así que estoy en mi derecho de presumirlos cuando estoy feliz.

   —¿Feliz? ¿Ganó la lotería o algo parecido? —bufó el joven, cuyo humor comenzaba a congeniar de a poco con el de Marco.

   —¡Ojalá! Pero por el momento, me contento con hablar contigo. Generalmente evito a las personas nuevas, pero contigo ha sido muy fácil. O estoy mejorando mis nulas habilidades sociales, o tenemos muchas cosas en común.

   —Voto por la segunda.

   —Si es lo más seguro. Me alegra que seas diferente a como lo imaginaba.

   —¡Diferente! ¿Cómo pensaba que era?

   —Nada fuera de lo normal: Creí que serías un arrogante, maleducado, frío y autosuficiente hombre bonito. Ya sabes, prejuicios pendejos de gente pendeja como yo. Pero siempre es bueno ver que existen personas que, a pesar de ser tan atractivas, no olvidan los principios básicos con los menos afortunados. — Marco se señaló, hablando con completa naturalidad.

   —Lo tomaré como un cumplido. Aunque, dar esa impresión tan desfavorable— ladeó la cabeza, haciendo una mueca. —...no lo esperaba. La apariencia a veces grita cosas que no somos en realidad.

Con este tema extendiéndose y dando paso a otros ligeramente similares, caminaron unas cuadras más, cuando repentinamente, Marco detuvo el paso.

   —Hasta aquí llega mi travesía, buen joven —anunció el portero.

   —Oh, ¿llegamos tan rápido?

Marco miró su reloj. —Ni tanto. Hicimos una hora con diez minutos. El camino dura la mitad de eso. El tiempo vuela cuando el chisme está bueno, ¿no?

Su broma le arrebató una sutil sonrisa al joven taciturno, quien comenzaba a sentir dolor en sus mejillas. —Ha sido un placer, joven Marco. Llevaba tiempo que no reía así. Muchas gracias. —John, haciendo uso de sus modales, extendió su mano hacia Marco, quien la estrechó de buena gana.

   —Al contrario. Soy yo el que te agradece. Aunque, quiero que dejes de hablarme de usted. Me haces sentir viejo.

   —¿En serio? Perdón, no reparé en ello. Comenzaré a cuidar mis palabras con ust... digo, contigo.

   —Así está mejor.

   —Bien, ve a casa. Te veré desde aquí. —comentó John con timidez.

   —¿Qué eres? ¿Mi padre? —Marco enarcó una ceja. —Vamos, hombre, sé cuidarme solo. Crecí en la calle —y diciendo esto, hizo un gesto con el brazo con el que trataba de mostrar sus músculos, casi nulos. —Le daré lástima a cualquiera que intente asaltarme, porque no traigo más que 20 pesos en la cartera.

John rió, divertido. —En ese caso... ¿No me debo preocupar?

   —Nah. Jodido quién tiene algo que perder. —y con un gesto de su mano, se despidió del joven, adentrándose en aquella oscura calle apenas iluminada por un par de farolas mal ubicadas a lo lejos que titilaban entre lapsos de tiempo.

Después de unos minutos, su imagen se perdió en la profundidad de las sombras.

Y John, permaneció allí mismo, de pie, inmóvil y con las manos guardadas dentro de sus bolsillos. Mirando la danza que la oscuridad y la luz realizaban en el silencio.

«Es una buena persona...» pensó, convencido.

Giró sus pasos y continuó con su camino por la calle principal que, siendo todo lo contrario a esa en la que Marco se adentró, estaba bien iluminada por las blancas farolas.

   —Luz u oscuridad —sus labios pronunciaron suavemente, en un susurro sin destino aparente que se perdería en la inmensidad del vacío. —Una vida y una muerte. Un ser maligno... Fue una plática interesante. Aunque me pregunto, ¿en verdad piensa eso, joven portero?

John sonrió, recordando las palabras de Marco puntualmente. Sintiendo un interés in crescendo hacia su persona.  

   —No lo sé. Posiblemente sea solo él, pero, la gente parece haber malinterpretado todo. ¿No es así, Emilio?

   —Sí —contestaron a su lado—. Es una verdadera lástima...

El eco de sus pasos resonó entonces. Lentos, pero contundentes, llenando con su andar luctuoso el vacío que habitaba esa calle iluminada con la frialdad de una farola traicionera.



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