52| Flor de Loto.



           Eran las 9 de la mañana cuando tocaron a su puerta: fueron cuatro golpes certeros y continuos. Fuertes y apresurados.  

Soltando un ligero quejido, la dueña de la casa se apresuró hacia la entrada de su hogar, abandonando el cuarto de lavado y acomodándose el cabello sujeto por varios tubos de colores de los que aún no se despojaba por completo.

— ¡Ya voy!¡ya voy!— gritaba con voz trémula la mujer de cincuenta años, que contestaba, molesta, a los siguientes cuatro golpes que acometieron contra su puerta.

— ¡Buen día, Doña Rosa!— la saludaron al otro lado, justo bajo el umbral.

Ella miró de pies a cabeza, boquiabierta, a ese joven que después de mucho tiempo, volvía a caminar por sus suelos. Desmejorado, sin duda alguna; con los cabellos enmarañados y largos; la mirada vacía y una curvatura en los labios que parecía ser un intento fallido de sonrisa honesta.

La mujer lo invitó a pasar con una singular energía y ya dentro, charlaron por varios minutos en los que no se molestó en indagar ni un poco en el verdadero motivo de esa visita que, a semejantes alturas, resultaba ser tan inesperada.

La mujer le sirvió un té de manzanilla, el cual, Marco aceptó gustoso. Recordando inevitablemente esos otros tiempos en los que él y su amigo, compartían algo de su tiempo junto a esa mujer, doña Rosa.

De repente, fue como si aquellas tardes calurosas no fuesen tan lejanas; días tranquilos eran esos, cuando ella preparaba limonada y sacaba una silla al pie de su puerta donde los tres, miraban a la gente pasar durante horas.

La compañía de esa mujer era agradable para ambos y aunque nunca hablaron de ello, era obvio que la veían como a la madre que nunca tuvieron. Marco observó los muros vestidos con tonalidades rosas y azules mientras que los cuadros que los decoraban, eran los mismos de siempre; lienzos con flores de colores llamativos cuya especie solo el jardinero era capaz de reconocer.

            Con la radio sintonizando una estación de romance donde reinaba la vieja y suave música de los años 50's...y el sonido de la lavadora haciendo lo suyo al fondo; en total calma, y entrados en una conversación bastante común, Doña Rosa preparó el desayuno y a su debido momento, ambos se sentaron a degustarlo.

El sonido de los cubiertos, la luz de una mañana más entrando por la ventana junto al comedor, la voz de la mujer que hacía meses no escuchaba y sobre todo, el sabor de una comida casera bailando en sus papilas gustativas, levantaron el ánimo del antiguo portero de una manera en qué el alcohol y la compañía de aquella bella señorita, no pudieron conseguir.

— ¡Yo la ayudo a lavar!— se apresuró a decir Marco una vez terminaron, dejando su asiento para tomar los platos de aquellas manos pequeñas y percutidas.

— ¡Eres muy amable cariño!— exclamó, acariciando el rostro de Marco con suavidad—, Pero llevo 45 años haciendo esto. Un día más, ¿Qué me hará?— dijo, encogiéndose de hombros y sonriéndole.

—Debe aprovechar cuando alguien quiere ayudarle: ¿Qué mal le hará no lavar los platos un día dentro de esos 45 años de lavar sin falta los trastes? — la mujer meneó su cabeza, mirando con sus ojos brillantes al joven que por un momento, había vuelto a ser él.

Al cabo de un rato, la lavadora terminó su ciclo, llamando a doña Rosa con un timbre molesto que duró apenas unos segundos. La mujer no tardó en dejar lo que estaba haciendo y se incorporó. Y así, desde el sillón donde estaba sentado, Marco tenía plena visión del patiecillo de Doña Rosa. La menuda mujer tenía que ponerse de puntillas para lograr alcanzar el fondo de la lavadora y así, intentar sacar una enorme colcha con dificultad, para pasar una mitad a duras penas, a una canasta de plástico.

El joven no dudó en ayudarle a tenderla y después, a petición de ella, se volvió a sentar a esperar. Por algún motivo, ya no se sentía tan tenso como cuando abandonó el edificio donde vivía Perla. «Fui un cretino» pensó.

Después de todo, Marco se había deslizado de entre las sabanas rosadas de la joven con el sigilo de un alma vagabunda; había tomado sus ropas del suelo y habiéndose vestido en la sala, abrió la puerta como lo haría un ladrón a punto de marcharse; cuando, repentinamente, escuchó el suave andar de la joven sobre el frió suelo.

Despeinada y somnolienta, le brindó una tenue sonrisa a la vez que con su mano lo despedía. Marco asintió, paralizado por la impresión. Y sin abrir la boca, se dispuso a abandonar la habitación, desconcertado. Después de todo, la muchacha lo había dejado ir sin hacer ni una sola pregunta «Algo inesperado» pensó, sabiéndole extraño dicho comportamiento.

        —Está listo. — habló Doña Rosa, limpiando sus manos sobre el mandil de cuadros azules con el que se le solía ver; sentándose junto al joven.

Hubo un momento de silencio entre ambos, en el cual, Rosa miraba la alfombra y Marco jugueteaba con sus manos. «Es hora, supongo» pensó él. Y como si le hubiese leído el pensamiento, la mujer se levantó de repente, como quien ha recibido un pinchazo y necesita moverse para apaciguar el repentino malestar; de tal manera, Rosa caminó hacia el modular, alzó una estatua de porcelana con la forma de un elefante y de él, extrajo una llave. La miró con atención, para después cubrirla con sus palmas.

Tomó aire y botándolo en un largo suspiro, se giró hacia el hombre de mirada esquiva al haber pasado medio minuto. Los pasos de la mujer la acercaron a él, quien de apoco, sentía sus manos sudar. Rosa tomó su mano derecha con un movimiento lento y grácil, la extendió con delicadeza y colocando la llave en ella, la cerró en un puño tembloroso.

El tic-tac del reloj no podía alcanzar la velocidad con que el corazón de Marco palpitaba: De repente, envuelto por ese suave y cálido tacto femenino, era como si se hubiese convertido en un niño de nuevo. Recordó a su madre. Mujer alta y severa, delgada y gris dentro de su propio mundo, mirándolo desde sus alturas mientras palpaba su hombro y le brindaba la primera y última sonrisa que Marco fue capaz de inspirarle.

De repente, se miró a si mismo sonriéndole con tanto cariño que sus mejillas dolían al no poder abarcar ni una pizca de todo su amor. Pero ella apretaba sus labios de nuevo, y simplemente dio media vuelta, cruzó la puerta y se marchó para no volver más que en oscuros recuerdos existentes solo gracias al cruel abandono.

      — ¿Por qué lloras?— preguntó Rosa con dulzura, acariciando la cabeza del joven que repentinamente, desconsolado, se había abrazado a ella vertiendo la sal al suelo y en parte, al delantal. Mientras reposaba su cabeza en aquel blando abdomen, el recuerdo de su hermana querida también  lo acometió con brusquedad. Ella tan amable. Tan buena y pura. Tan...— ¿A que le tienes miedo?— volvió a preguntar Rosa.

— ¡No quiero entrar!— exclamó Marco sollozando como un niño. — ¡Tengo tanto miedo, Rosa! ¡Estoy aterrado!

—Dejaste pasar mucho tiempo...—observó la mujer, sin dejar de acariciar sus cabellos. Él asintió. — Si fuese por ti, no habrías venido...—Marco sorbió la nariz. — No es conveniente dejar que el tiempo corra, muchacho. La gente suele decir qué el tiempo todo lo cura. Es mitad verdad...pero, para que comience a hacer su trabajo, uno debe dar el primer paso. Hay que afrontar el dolor, para que este pueda mutar en un futuro y desaparecer con todo y sus heridas...

Marco se aferró con más fuerza a ella, siendo una vez mas, ese niño asustado de 8 años. Rechazado. Herido de muerte por un ser al que amaba con toda su diminuta existencia.

—Iré a visitarla...— musitó el joven al cabo de unos minutos — lo prometo... Prometo que iré a ver a mi hermana... — sus sollozos llenaron la habitación y el pecho le pesaba cada vez más.

Doña Rosa sintió sus ojos arder y pronto percibió las telas de la pena cubriendo sus ojos oscuros también. Asintió, a pesar de que el portero no podía verla, y besó su cabeza con el amor de una madre marchita y olvidada por aquellos a quienes más amaba en el mundo.

Ambos, velados por el cóncavo ojo de la muerte; cobijados por la vida artera. Esperanzados en el porvenir incierto del correr de cada temporada despiadada, pero a la vez, dulce y sabia.

El rechinido de la puerta al abrirse le erizó la piel.

Vio levantarse el polvo entre la oscuridad de una habitación abandonada y percibió el aroma a encierro dispersarse con su presencia. Habían pasado unos cuantos meses desde la última vez que visitó aquel cuarto.

Todo, a pesar del polvo y la oscuridad provocada por las cortinas corridas, se miraba justo como lo recordaba. Libros de jardinería e insectos amontonados y dispersos por doquier; películas apiladas en el modular siendo la mayoría de ellas, sobre la vida salvaje. Macetas, floreros y terrarios pequeños se encontraban colocados en sitios estratégicos que llamaban la atención a quien fuese que entrara. Estaban en su mayoría vacíos, mostrando al pie de sus bases, tierra y probablemente, cenizas de lo que algún día fue una hermosa flor. Una vibrante palma. Un futuro árbol. El agua de los floreros se había evaporado, dejando una mancha mohosa y polvorienta como único indicio de su transitoria existencia.

«Todo se ve tan vacío» observó Marco, quien por un momento, había olvidado por completo que su amigo jamás volvería a casa.

— Creo que será bueno dejarte a solas. Toma el tiempo que quieras... también, puedes tomar lo que quieras. A él le hubiera gustado que conservaras algo suyo. — habló Rosa con suavidad, agachando la cabeza en un ademan y cerrando la puerta al final. Los pasos de la mujer se alejaron, suaves y rítmicos. Dejando tras de sí el eco cada vez más distante de su presencia.

Pasaron un par de minutos para cuando el joven decidió dar el primer un paso al frente, entrando así a la cocina; evocando con su simple acción un mundo distinto a su presente. Sus paredes azules, el azulejo blanco, agrietado pero aun así, funcional.

El suelo marrón...el foco empolvado sostenido sobre su cabeza gracias a un cable viejo y roído. Las ventanas, antes pulcramente pulidas, ahora se presentaban opacas y sucias. Su vista abarcaba perfectamente esa área sin mayor movimiento de pupilas. Sin duda, la cocina era pequeña pero...

—'' ¡suficiente para un hombre soltero como yo!''— La voz del jardinero volvió a inundar con su recuerdo el oído del joven. De repente, fue como verlo frente a él mostrándole su nuevo hogar, emocionado. Lleno de esa vitalidad característica de él.

—'' ¡Además de que no la usarás mucho; no sabes cocinar nada!''— había comentado Marco el día en que lo acompañó a buscar un cuarto que le quedara más cerca de su lugar de trabajo.

'' ¡Cállate hombre!''— Exclamó su risueño amigo, impregnando la habitación por primera vez con su sonora y agradable risa. —'' ¡Que sé cocinar más cosas que tú!''

La emoción de esa mañana había quedado en el pasado, pero... ¡que hermoso pasado era ese, que ahora, en esa habitación abandonada, consiguió arrebatarle una tenue sonrisa a ese rostro maltrecho. Sus pasos lo llevaron a la sala nuevamente, donde siguiendo derecho, entró a un pequeño pasillo.

— '' ¡Mira, tiene dos habitaciones! Esta será la mía. '' — Señaló— '' ¡Y en esta puedes quedarte tú cuando quieras!''

—'' ¡Ahí no cabe un colchón!''

—'' ¡Uno para niños sí que cabe! ¡Y tu cabes en uno de niños!— dijo Martin, esquivando a Marco para volver a la sala y entrar al cuarto de baño, el cual a Marco, le pareció aún más diminuto que la cocina —''Omitiré este de momento... ¡lo importante aquí es que tengo mi patio!''

—''Tu patio. O séase la azotea de la señora''

—''Azotea o no. ¡Aquí puedo poner a mis amores! ¿¡No es Genial!?''

''Si...supongo''— dijo, encogiéndose de hombros.

— '' ¡Vamos! ¡No seas amargado! ¡Finge al menos que te gusta un poco!''— Pidió de buena gana, con ese semblante relajado y alegre de siempre.

      El sol acariciaba la piel del portero justo como aquella vez. El aire soplaba. La vida afuera continuaba. Él continuaba existiendo aun cuando mancillaba un sitio al que no quería volver; un recuerdo amado, con su ahora, latente soledad.

«Hubo muchas cosas que nunca te dije... Martín» pensó, de pie en medio de aquel patio que tanto adoraba su torpe amigo.

Sus masetas portaban aun los cadáveres de sus amadas plantas; ya secas, ya muertas. El joven hizo una mueca, agachándose para acomodar aquello que alguna vez fue amado.

Apiló de apoco cada recipiente, uno sobre otro y con ello, arrojó la tierra de estos en una pileta que el jardinero había creado para usar como tiesto. «Ese día, mi actitud no significaba que yo fuera un amargado»
pensó, sintiendo los grumos de la tierra atascarse entre sus uñas.

Suspiró. Era cierto. Había tantas palabras atoradas en su garganta que, de haberlas dicho a tiempo, tal vez algo bueno hubiera salido de ello. Ese lejano día en que Marco se mostró tan abstinente respecto a ese sitio en el que su amigo viviría lo que le restaba de vida, masticó su sentir con fuerza, reteniendo entre sus dientes la verdad; sin duda alguna, esa lejana tarde, estaba molesto.

Ahora podía aceptarlo. De alguna manera...en el fondo, deseaba que el jardinero se entrometiera como siempre en su vida; que tomara la decisión de entrar a su casa, instalarse e ignorar las quejas mentirosas que Marco pudiese darle para echarlo de su morada. De esa manera, sus discusiones se prolongarían; Sus sermones se multiplicarían y las bromas no tendrían fin...

Al cabo de unos minutos de contemplación, Marco entró nuevamente. Esta vez, hasta la habitación del Jardinero. Su ropa, su material de jardinería y más plantas moribundas; su cama, esas cortinas horrendas que Marco más de una vez le dijo que botara a la basura... todo estaba allí.

Oculto como un hermoso tesoro que a ojos de un extraño no era más que un montón de baratijas y garras sucias.

Caminó hacia la ventana, para permitirle a la luz entrar e iluminar esa habitación «A él le gustaba la luz» pensó, admirando el paisaje urbano ya que desde allí, se tenía buena vista de la calle; seguramente, en sus días de ocio, Martin no hacía más que mirar a través de dicha ventana, esperando que el tiempo pasara.

Al abrirla, un benévolo viento acarició su rostro, levantando el polvo y limpiando la habitación de ese constante aroma a encierro. Marco suspiró al cabo de un rato, sentándose al borde de dicha ventana para después, cerrar los ojos ante el suave viento.

Listo para continuar, para hacer que el tiempo corriera y que hiciera su trabajo. Entre las manchas de luz que se anidaban y danzaban entre sus parpados, percibió un golpe seco a sus espaldas que lo hizo girar con la convicción de que era Doña Rosa entrando para ver cómo se encontraba.

Pero, detrás de él no había nadie. Solo un muro donde un alto mueble sostenía varias macetas que en su momento, habrían portado varias especies de plantas desconocidas para él.

«—Dejé algo importante de bajo de mi hermosa mimosa.» recordó de repente, como una ráfaga de luz lanzada a un mar de oscuridad. « Es importante...» Seguidamente, las coordenadas burdas que Martin le había dado en aquel extraño sueño se le revelaron claras e inequivocas.

Se levantó impulsado por una vaga determinacion revuelta en curiosidad y algo de escepticismo, dirigiéndose a dicho mueble; Alli, palpó y buscó. Dudando, aun así, de lo que estaba haciendo. «Fue solo un sueño...» pensó, palpando con su mano siluetas de los pequeños objetos que se encontraban a lo alto, manchando sus dedos sin compasión alguna con el polvo estancado. 

—Pero aun así...no pierdo nada con... — Su corazón saltó, golpeándole el pecho con tanta fuerza que lo sintió estremecerse.

Su mano derecha, al fin, había topado con algo en las alturas del mueble, las cuales apenas lograba alcanzar de puntillas. En lo mas alto, ebajo de una pequeña maceta que levantó, sintió la forma abultada de un sobre.

Tragando saliva, la trajo consigo, con los ojos anidandosele en lágrimas.

Era un sobre amarillo, no muy grande y aun así, lo suficientemente abultado para despertar la curiosidad de quien sea que lo tomase. Caminó hacia la ventana con paso lento y torpe, dejó la maceta junto a él y miró atento aquel sobre endurecido y manchado por el polvo y la humedad.

Apretó sus labios y lo giró: entonces sus ojos dejaron esacapar aquel tierno liquido y sus manos, sus piernas, cada fibra de él, comenzó a temblar al leer su nombre en la otra cara del sobre, reconociendo la letra del jardinero. Las dudas aumentaron y el miedo volvió a hacerlo su presa. Con tembloroso pulso, abrió dicho sobre, encontrando en su interior, varias hojas de papel dobladas burdamente.

—Eres un idiota...—musitó el antiguo portero del cementerio.

PRIMERA Y ÚLTIMA CARTA DE MARTÍN GARZA.

''No planeo que esto sea una nota de suicidio, hombrecito...'' 

Esas eran las primeras palabras escritas que conformaban el inicio de aquella carta de letra temblorosa pero muy a su manera, estética a los gustos de Marco.

Encerrado en aquella habitación, cuyo aire comenzaba a purificarse, se sentó al pie de la ventana, atónito ante semejante descubrimiento; dispuesto a leer las últimas palabras que su amigo le dedicó:

                                   

                                 ''Cuando leas esto, será porque yo no estaré allí para evitarlo.

Por desgracia, la mano con la que escribo esto, es la misma con la que, unas horas después, en mi presente; meses antes, en el tuyo, he de quitarme la vida.

Mis motivos son simples: él me lo pidió. ¿Quién es él? Te preguntarás...llamarlo una sombra me parece grosería. Un ''espectro'', como dicen en ese libro que me obligaste a leer hace tiempo, sería casi apropiado si vemos su contexto. Pero yo, lo llamaré destino.

Sé que suena estúpido incluso para alguien como yo. Pero es así. Siempre estuvo allí...callado, tranquilo. Jodidamente paciente.

Y yo, que me topé con él tantas veces, fui tan ciego para no haberme dado cuenta hasta hace unos días.

Él ''destino'' como lo llamaremos de ahora en adelante, me sonrió. Lo vi hacerlo, puedo jurarlo sin problema ni remordimiento. Me heló la sangre al ser yo la presa de su mirada. Temblé. Tal vez lloré. Ni siquiera sé cómo pude caminar de vuelta a casa. Sentía que perdería la cabeza. Con lo idiota que soy...sabrás que me costó mucho comprenderlo al inicio.

Habría sufrido menos de haber sido un poco inteligente: ¿Te hablé alguna vez sobre mi hermano menor, Paolo?

Él era la luz de mi vida, Marco. Sonará cursi, pero así era. La vida del hijo único es solitaria. Y a mis 10 años, lo era aún más; al menos, antes de saber que sería un apuesto, elocuente y divertido hermano mayor.

Su llegada fue lo mejor que pudo pasarme.

Llegó un hermoso y cálido 15 de mayo. Regordete y cachetón. Blanco como la luna. De labios rosados y pequeños como un pétalo de flor y con unas manitas diminutas que cabían sin problema alguno en mi mano. Desde que llegó, mi vida giró en torno a él. Por eso, una parte de mí se fue cuándo le perdí. ''

Marco se detuvo aquí, apartando la vista de la carta por unos segundos. 

Conformando parte de su carta, el relato que Martín le había contado en sueños, se encontraba plasmado en aquellas hojas arrugadas y manchadas.

Pasó de hoja en hoja, inmerso en lo que se le explicaba nuevamente. Abriendo su corazón y con ello, el baúl íntimo de sus secretos más preciados, Martín se esmeró en sus descripciones, sus sentimientos y sus pesares enredados en aquellos lejanos acontecimientos; atrapado así, como una mariposa en una delicada tela de araña donde está, acechaba en una esquina.

Cuando su relato terminó, Marco lanzó la cabeza hacia atrás, confundido y aterrado. Una visión terrible llegó a su mente cuando en la historia, el niño de los ojos tristes apareció.

Por otra parte, al terminar de relatar los sucesos que Martín creyó, tuvieron que ver con la muerte de su adorado hermano menor, la confesión de Martín, continuó:   

               ''  Esa última tarde en que te vi...después de encerrarme en casa durante 3 días sin comer ni beber nada, desenterré lo que se suponía, debía permanecer oculto hasta para mí mismo.

En mis delirios, lo volví a ver. ¡Volví a ver a Paolo, justo como en esos primeros días del duelo! Sentado junto a mí, abrazándome como solía hacerlo en vida y aun así, después de la muerte. Se miraba más grande a como lo recordaba... ¡sería un hombre atractivo, sin duda; como su hermano mayor!...

Debo admitir... con algo de pena (la poca que me queda) que con el paso de los años, fui imaginando como se amoldarían sus facciones con el pasar del tiempo. Así que esa visión, tan real y palpable, se ajustó bastante a mi deseo de verlo cursando semejante edad.

Sería para entonces, tres, cuatro años menor que tú. Pero al final, la realidad termina aplastándonos a todos, ¿verdad, Marco?

Caí repentinamente en la cuenta de que esa sombra no era mi hermano... mi hermano no podría tener 19 años, si ni siquiera, a los 11 llegó.

Cuando lo vi como realmente era; pequeñito y azul, sonriéndome con extraña alegría, lo comprendí. Era hora.

Sonará a idiotez, como sueles decirle a todas mis ideas poco brillantes. Pero...puedo decirte con toda confianza: ¡Jamás había estado tan seguro de algo en toda mi vida! Esta carta de despedida es la muestra de eso.

No se trata de un simple impulso; un brote de pendejez o tristeza...se trata nada más ni nada menos, de una revelación hacia la libertad.

Puede que me comprendas, más de lo que quisieras hacerlo; puede que no. Pero mientras escribo esto, ten el atrevimiento de imaginarme sonriendo. Porque así lo hago.

También, cierto es que estoy llorando...no te mentiré. Jamás he podido hacerlo, hombrecito, no a ti, mucho menos ahora.

¿Quieres saber por qué lloro? Puede ser que el miedo a morir florezca desde el interior de mi alma...justo como la flor de loto que debe pasar por el fango y la inmundicia, hasta elevarse y llegar a la brecha que divide las profundidades del lago y la superficie; donde planea extender sus pétalos y exhibir su belleza.

Esa, querido amigo, es la transición de mi alma en estos momentos. El miedo me carcome, pero debo continuar hacia el filo de una muerte hermosa, justo como esa flor. ''

                               ''Me cuesta admitirlo, pero, ya que cuando estés leyendo esto yo ya estaré más que tieso, no ha de importarme más: Así que, debo confesarte que en gran parte, el motivo de mis últimas lágrimas, también tiene que ver mucho contigo, pigmeo gruñón.

Temo por ti, por tu futuro. Sé que eres capaz. Me ha quedado más que claro a lo largo de los años que has decidido compartir con este vejestorio.

Conozco el dolor con el que cargas. Tu mismo me hablaste de el en nuestra primera y última borrachera juntos. Por lo tanto, conozco y padezco tus motivos y tus heridas, más de lo que imaginas. Y aunque mi muerte pueda parecerte una ilusión al principio...sé que caerás cómo solo tú sabes hacerlo.

Probablemente dejarás de comer por algunos días, te mal pasarás, te encerrarás en tu cuarto y te quedarás en tu cama hasta volverte uno con ella.

Alguien tendrá que ir y sacarte de allí...no podrás salir solo. Y antes de que el corazón te salte del pecho por la indignación, esto que acabo de decirte no es en nada una ofensa.

No te creo una persona incapaz e inútil. Sé que eres fuerte...que resistes a pesar de todo.

Pero también sé,que para coser nuestras heridas, esas que no se alcanzan a ver, todos, alguna vez, necesitamos la mano amiga de alguien. Sé que sufrirás mi perdida... ¡porque en el fondo sabes que me amas pequeño desgraciado!...Por eso, perdóname, hombrecito.

Lo último que quise en esta vida fue hacerte algún daño incensario. Eres como un hermano para mí. Mi única familia junto a Roberto, Marta y Rosa, las personas más importantes para mí en esta última estación donde el tren no zarpará más para mí.

Es curioso ¿no? a veces, ni las personas que mas amamos pueden retenernos y evitar nuestra partida...

Sin embargo, a veces, son el motivo perfecto para que continuemos en esta trayectoria que, a veces, parece no tener objetivo alguno.

Por eso... debes rodearte de la gente adecuada; cosa difícil, porque las apariencias engañan y las personas más amables y agradables pueden resultar peligrosas; mientras que esas, que a simple vista parecen menos confiables, pueden ser las más adecuadas.

Como sabes de sobra, no siempre somos lo que la gente ve en nosotros...por lo tanto, aunque suene estúpido, no debes confiar en las caras amables, Marco. No al menos, desde el inicio...creo que en el fondo, sabes de "qué y quien" me refiero...no debes confiar en - ''

Aquí, Marco apreció una larga mancha de plumón negro que tachaba una serie de palabras inteligibles hasta para el más observador.

Martín, al parecer, se había arrepentido de ellas y con las prisas, las borró de manera burda puesto que era la única elección que tenía al no contar con el tiempo suficiente para reiniciar la carta. Por lo tanto, dicha línea se extendía sobre dos renglones más, que continuaban hasta la siguiente página, donde, como si nada, continuaba con un: ''...Será difícil, pero debes hacerlo, hombrecito. No debes confiar en él''

                 ''Huye del destino, Marco. Del mío. Del de tu madre, tu hermana, incluso del de tu padre...huye de todos nosotros. Y sobre todo, del tuyo.

Corre cuanto puedas. Aléjate de él. No esperes a que el ''destino'' te muestre su verdadero rostro. No le permitas hacerte semejante daño. No ahora. No cuando las heridas siguen sin cicatrizar.

Un golpe mal dado y será todo: La vida se habrá ido y ni cuenta te habrás dado. Y...si en dado caso, no llegaras a leer esto a tiempo...

Vive...con miedo, con dolor, con la alegría momentánea del día a día...pero vive por ti. No te aísles. Hay personas que pueden vivir así. Pero no tú, compadre. Tu no. No es conveniente.

Busca la felicidad amigo. Vive tu vida...visita a tu hermana, no tengas miedo...ve a hablar con tu viejo, arregla las cosas con él, que es buen sujeto.

Consigue un trabajo mejor. Si quieres y tienes la ocasión, una linda mujer con quien compartir tu vida...un amigo simple, común...tranquilo. Con aspiraciones normales y mente normal. Alguien en quien confiar.

No te estanques en el pasado y los rencores. Saca esa ira que guardas dentro. Escapa de ella. Y de paso, si algo de estima me tuviste, vive por mí.

Es egoísta, pero atiende a mi dolor y a mi acto despreciable...te pido, también, que pidas por mi alma.

Nunca has sido una persona creyente...pero, sé que aprendiste a rezar gracias a tu hermana, que es en sí, la única imagen realista que sostienes de la religión y la santidad. Reza...hermano. Pide por mi alma pecadora con toda confianza... que, aunque no lo parezca, me arrepiento... me arrepiento de lo que estoy a punto de hacer... ''

La siguiente hoja, arrugada y sucia, parecía haber sido escrita en otra ocasión; posiblemente, horas después de haber escrito lo que Marco, sintió como "primera parte"

Está vez, en este fragmento, la letra del jardinero era temblorosa, espaciosa y fea. Dotada de una desesperación tal que atravesó el alma del portero.

Antes, en alguno de aquellos renglones, Martín le pidió imaginarlo sonriendo abiertamente mientras escribía aquellas palabras. ¡Imposible resultaba atender a su petición cuando, no solo en sus palabras, se percibía la más profunda angustia.

         ''¡Tengo miedo, tanto miedo de no obtener el perdón divino hombrecito...tengo miedo de que Dios me dé la espalda por lo que estoy a punto de hacer! ¡Así que por favor! ¡Por lo que más quieras, no apartes la vista de mi recuerdo! ¡Perdóname! ¡Perdona la estupidez de tu amigo! Que mi obrar no te obligue a escupir en mi tumba. ¡No me abandones, por piedad, en la oscuridad de la muerte; que allí...de no aborrecerme al punto de que tus labios ya no puedan pronunciar mi nombre.... tu plegaria será mi luz; tu memoria, mi única caloe. Tú amor, un abrazo que ha de reconfortarme en la eternidad de mi exilio...!''

            ''Hermano mío... pigmeo gruñon que tanto quise en vida y aun en los segundos que viva mi propia muerte...que mis motivos no apañen los tuyos.

Qué Dios se apiade de nuestras almas y me dé la oportunidad (si es que digno soy de su misericordia ) de volver a estar a tu lado aunque sea en otra vida, molestándote como solo yo sé hacerlo. Protengiendote, como no pude hacerlo en esta vida gracias a mi egoísmo.'

                            ''Que tengas buena travesía, mi querido amigo, que vivas...mas allá del dolor y la fatiga. Huye de la muerte...que no te engañe con sus tiernos modos y sus palabras amables. Vive...lo suficiente para que cuando ésta llegué, no tengas nada de que arrepentirte.''

"Mi tiempo se acabó... ¡está aquí! ''

''Me despido de ti, mi querido amigo...que tengas la mejor de las suertes.''

Atte; Tu fiel y siempre idiota amigo...Martín Garza.



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