49| El Último Ramírez.

La noticia conmocionó a sus conocidos; despertó curiosidad en los extraños e indiferencia en las mentes ocupadas con sus propios problemas.

En la radio, en el periódico, en prensas amarillistas y en televisión...no había sitio donde no se hablará de la terrible noche en que tan reconocidas vidas fueron arrebatadas por el hambre inconmensurable del fuego atroz.

Los cadáveres de dicha tragedia quedaron inmediatamente a mano de los forenses, dejando a las mentes carcomerse entre la curiosidad de todo aquel que siguiera la historia con cada paso que esta daba; incluyendo así, la presencia innegable de una posible víctima. Ésta, no mayor de los 13 años sumido en un profundo estado de shock, intentaba apagar con sus propias manos, según atestiguaron los presentes, el fuego que invadía el cuerpo que un joven cuya identidad seria revelada más tarde.

Según la autopsia, el joven era Emilio Ramírez, uno más de los nobles, cuya presencia en el caso sorprendió al público, dado que según los rumores, estaba en el extranjero estudiando medicina.

Sin embargo, aunque los bomberos, guiados por el humo que se extendía apartado de la hacienda, lograron apartar al pequeño de aquel cuerpo cuyas llamas aun rodeaban al cadáver, el daño estaba hecho.

No solo en esas manos ya marcadas por el fuego, sino que también, en la mente del niño que solo entonces, al ser apartado, cómo si el mismo infierno que contenían sus más frescos recuerdos se abriera nuevamente ante él, comenzó a gritar.

En sus ojos rojos, manchados por un trauma indescriptible, solo una íntima imagen se reflejaba: esa donde Emilio le sonrió por última vez antes de prenderse fuego a sí mismo; esa donde éste, gritaba y reía revolcándose en su propio dolor.

Entre el temblor de sus labios que musitaban el nombre de su amigo, y ya sin fuerzas para oponerse al hombre que lo apartaba de tan cruenta visión, se dejó guiar hasta la ambulancia, donde, al creerlo incapaz de nada fue descuidado un par de minutos. Para cuando volvieron, listos para atender al único herido y sobreviviente, éste se había marchado ya.

Desde que el incendio se efectuó, horas después, el caso tenía a todos con un ojo atento a cualquier dato nuevo; con los oídos agudos y la imaginación volando. Sin embargo, hasta que nueva información se filtrara, solo especulaciones pasaban de boca en boca, intentando adivinar entre las pocas opciones que tenían.

Así fue que, cuando la información se filtró, todos quedaron azorados al saber que entre los cuerpos hallados, tres de ellos, los de la madre, y las dos jóvenes que estaban con ella, habían muerto antes del incendio de una forma no menos dolorosa.
Cortada la yugular de la mujer mayor, roto el cuello de Esther, la menor, y pinchado el estómago de la hermana mayor, Elizabeth, no dejaban duda alguna de que aquel triste e inesperado final que acometió a los nobles, fuese premeditado.

Con el paso de los días, la investigación quedó abierta, y gracias a que parte de la hacienda pudo salvarse de ser carcomida por completo, fue que, al ver los pomos de las puertas que protegían las habitaciones que aún seguían en pie, no quedaron más dudas: la puerta de esa estancia había sido cerrada desde fuera, impidiendo que la persona dentro, un trabajador joven que al parecer no llevaba mucho trabajando para los nobles, muriese de asfixia antes de que el fuego pudiese siquiera llegar a su puerta; acrecentando con ello las sospechas de que todo fue premeditado.

Por otra parte, el dibujo del rostro hablado del único sobreviviente rondaba bajo cada artículo que tratará sobre la tragedia; así, cualquiera sería capaz de reconocerlo de verlo al otro lado de la calle. Pero el niño, de apoco, se transformó en un fantasma; poniendo en duda su existencia, volviéndose casi una ilusión de pena que ningún tierno corazón debía presenciar.

Así, volviéndose casi un mito, dos semanas después de la tragedia, un joven apareció frente a la puerta de la estación de policía:— ¿Por qué no nos lo habías informado antes?

Fue una de tantas preguntas que tuvo que contestar el joven, incómodo y culpable, removiéndose sobre su asiento cabizbajo.

—Ariel, ¿piensas contestar?—?Le preguntó ese hombre gigantesco nuevamente al no obtener respuesta.

—No sabía qué hacer...—respondió, guardando un largo silencio que el mismo rompió al cabo de un rato—Si les digo donde está, no le harán nada... ¿verdad?

—Tenemos el reporte de que el niño estaba herido. —se agregó un tercero; una mujer joven, de rostro amable y llamativo por su belleza —Primeramente, se le deben administrar los cuidados necesarios. Eso, sin contar que deben evaluarlo...ya sabes...­—señaló su cabeza con el dedo índice: —Después de eso, entonces, podremos proceder a interrogarlo.

Ariel lo meditó; viéndose atrapado en una telaraña de la que se sentía incapaz de salir.

Lo había hablado con su padre mucho antes de siquiera poner un pie cerca del edificio. Los rumores, y esa verdad que el negaría hasta toparse de frente a Jonathan, le carcomían los nervios desde que vio la imagen de Jonathan plasmada en grafito.

—Sé dónde puede estar—susurró finalmente, jugueteando con sus manos, con gran pesar. —Pero, quiero verlo antes. Hablar con él...

El enorme oficial se exasperó: —¿Por qué si sabes dónde está, no fuiste antes a verlo? —Ariel se encogió de hombros, absteniéndose de responder. El hombre, que conocía a su padre no preguntó más al respecto, solo suspiró, resignado. —¿Entonces que propones?






'

'Lo siento mucho'' fue lo único que pudo pronunciar el joven cuando vio la confusión del menor, quien miraba, al pie de la puerta de su habitación, a esos enormes hombres de blanco que le sonreían con cierta lastima.

Las cosas corrieron con gran rapidez. La noticia de que ese fantasma de existencia dudosa había sido encontrado finalmente, embraveció los ánimos de aquellos que de apoco habían dejado el caso en el olvido.

La imagen a color de Jonathan apareció en las revistas, noticieros y periódicos; finalmente, tenían el único eslabón que podría hablar sobre lo sucedido desde carne propia. Sin embargo, el menor desafortunadamente se encontraba inestable. Según anunciaron las autoridades.

Una vez curaron sus manos heridas, John fue llevado a un psiquiátrico infantil donde se le internó durante varios meses, atrasando con ello su versión, única y verdadera, sobre los hechos.

Con el tiempo corriendo inevitablemente, el suceso fue quedando atrás y Jonathan, el niño al que tanto querían entrevistar, fue quedando también en el olvido de cualquier ajeno. Solo unos pocos sabían sobre la condición del menor, quien nadando en una demencia provocada por los momentos que le tocó presenciar, vivió dos semanas enteras conviviendo con el cadáver de su mentor, Marcelo Díaz.

Según respondió el menor a una de las múltiples interrogativas, él se encontraba esperando que su mentor volviera junto al ya fallecido, Emilio Ramírez...

Era un asunto delicado; tan delicado como la estabilidad mental de ese niño que fue internado una noche de ese funesto Noviembre en el psiquiátrico, y con ello también, enclaustrado a voluntad propia dentro de su propio mundo imaginario.

Con la insensibilidad de un público adepto al morboso mundo de una muerte cruel; ese tipo de información no serviría de nada al momento de buscar consideración hacia la mente perturbada de un infante obligado a mirar entre los profundos abismos del mismo infierno...

Así, sometido a una soledad que iba en aumento, Jonathan era incapaz de hablar de los terribles hechos de esa noche. Parecía soportar muy bien su propia compañía ante los ojos de los externos. Pero cuando las luces se apagaban y la palabrería sin sentido de sus compañeros menos sensatos se difuminaban entre el sueño, empezaba ese escalofrío que siempre le susurraba al oído: '' No hay nadie a quien esperar. ''



 

       Su estancia se prolongó inevitablemente, y aquello que alguna vez fue arreglado en su inanidad volvió a agrietarse la madrugada del sábado 10 de Marzo, cuando Jonathan despertó gritando: — ¡VETE! ¡VETE! ¡DESAPARECE!

Sus chillidos llenaron los pasillos y aturdieron a sus compañeros de habitación, enalteciendo la algarabía de insanidad mental y amplificándola entre gritos de excitación y lamentos de dolor.

Cuando los enfermeros llegaron, encontraron al causante del desorden acurrucado en una esquina, con los ojos apretados y sus manos cubriendo su boca. Arrullándose en un vaivén que buscaba tranquilizarlo.

—¿Que viste exactamente?— preguntó el psiquiatra por sobre el tic-tac del reloj que colgaba de su pared.

Jonathan, por su parte, se miraba incómodo. No quería hablar de eso, y lo demostraba rasconeando su cabeza rapada, con la miraba en el suelo insistente.

—A él. — respondió con dificultad. —La persona de la que le hablé.

El psiquiatra asintió con la cabeza con cierta frialdad:—Ya veo...— anotó algo en su cuaderno y acomodó sus gafas. — Esta persona...dices que estaba... ¿Dónde?

—Junto a mi cama. —dijo, removiéndose sobre su asiento.

El hombre asintió. De repente, parecía decepcionado, triste. Jonathan había sido internado a inicios de Noviembre, consiguiendo, de apoco, mejorar a su lento paso.

Los primeros días, se negaba a hablar con nadie; se mostraba huraño; actitud que resultaba normal, ya que en su mente, había sido separado sin razón alguna de Mar, incapaz de aceptar el hecho innegable de que éste había sido asesinado.

Así, con este pensamiento, miraba a todos con recelo, casi podría decirse, con odio.

—¡Cuando sepan dónde estoy, vendrán por mí y entonces si...!—amenazaban sus labios cuando estos decidían separarse para decir algo.

Los días pasaron, entre ataques violentos, palabras que un niño de esa edad no debía decir; silencios largos, ayunos absurdos....Los días se volvieron semanas, y de apoco, la violencia desapareció entre inyecciones, siendo sustituida con una tranquilidad hilarante por el día, y una pena agitada por la noche.

Durante las sesiones, el psiquiatra, una vez Jonathan hubo bajado la guardia, fue capaz de entablar de apoco una conversación fructífera con el menor. Reconociendo en esos terribles sueños que despertaban a John empapado en sudor y lágrimas, indicios de que su mente buscaba liberar la verdad que él se negaba a ver.

Para cuando vivió a flor de piel el sufrimiento que le provoco saberse solo en el mundo, Jonathan fue capaz de disponerse, tal vez por su simple naturaleza tranquila y considerada, a hacer todo lo que se le pedía.

Ingería sus pastillas con diligencia. Respondía a cada pregunta de buena manera. Cuando mejoró, ayudaba en lo que podía y trataba a sus compañeros con cuidado y respeto, llegando a sentir pena por ellos.

El psiquiatra se encontraba satisfecho con el avance del menor y se alegraba enormemente al ver que, de seguir así, pronto podría dejarlo ir. «Pero... ¿adónde ira una vez este afuera?» se había estado preguntando el hombre de 34 años. Sin embargo, esa duda se disipo con crueldad cuando ese algo inesperado se había sentado junto a Jonathan esa madrugada.

           El 26 de Abril Ariel visitó a su antiguo compañero de trabajo, como hacia una vez cada mes. Guiado hacia el patio, encontró a Jonathan junto a un rosal, en cuclillas, acariciando los pétalos de una rosa amarilla. Al inicio, no reconoció la imagen del menor. La última vez que lo había visto, tenía la cabeza rapada y en ese entonces, tenía consigo el casco repleto de pelo que parecía crecer con gran rapidez.

Al inicio, conseguir una audiencia con Jonathan le fue difícil durante los dos primeros meses, debido a que el menor aún no estaba en buen estado. Sin embargo, conforme fue mejorando, perdonó rápidamente la acción de Ariel y le agradeció profundamente; de ahí en adelante, las visitas de Ariel eran esperadas con cierta ansia por parte del menor.

Esta vez no fue diferente y ambos se saludaron con alegría; Ariel le había llevado ropa, jabón y ciertas cosas que bien podrían hacerle falta a John; los altos mandos habían pagado por anticipado tres meses para que el único sobreviviente de la tragedia tuviese un buen trato por parte del psiquiátrico infantil; sin embargo, al haberse prolongado su estadía, quedando la historia y la atención de las masas de lado, no pusieron ni un peso más a favor de la víctima, creyéndola perdida entre sus delirios.

Desde entonces, el padre de Ariel había estado pagando la estancia del niño de Mar, a quien siempre tendrían en gran estima. Esa tarde, durante el tiempo de visita, Ariel y John hablaron con naturalidad junto al rosal. Hacia un día precioso y en ese sitio se estaba cómodamente bien.

—¿Cómo va todo?— preguntó Ariel al cabo de un rato. John se encogió de hombros.

—Sigo aquí...supongo que normal.

—No comas ansias chiquillo. Ya llegará el momento en que podrás dejar este lugar..

—Lo sé. Además, no es como si tuviera a donde ir.

— ¡Oye! ¡No digas eso! Me haces sentir como si estuviera pintado—  dijo indignado.

—No me iré contigo.— aseguró el menor—¿Quién va a querer tener a un loco en casa?

Ariel frunció el ceño: —No eres un loco —Lo regañó— . Eres menso, pero no un loco. ¿Entendiste?

John sonrió, asintiendo:—Entendido.

—Bien...volviendo al tema. Debes saber que mi casa es tu casa.

—Pero no es tu casa...es la de tu papá...

 —¡Como sea! Ya hablaré yo con él. Y ya que si no me deja llevarte a casa, pienso irme a rentar. Ya sabes, para saber lo que es vivir solo.

 —¿Piensas matarme de hambre?

—Algo así...—Ariel río, aliviado de ver que Jonathan volvía a ser él mismo.

Se había asustado cuando le habían informado sobre la ''visión'' que tuvo sobre esa persona. Entonces, sus ánimos se fueron al suelo; al recibir la noticia, no podía creer que Jonathan cayera nuevamente. Sin embargo, por suerte, no hubo episodios posteriores y aunque seguía bajo la lupa, Jonathan siguió demostrando mejoría. Ariel pasó su mano sobre la cabeza del menor, disfrutando la sensación de aquellos pelos cortos en su palma derecha.

—Oye... ¿soy yo o estás más alto? —definitivamente, John estaba un poco más alto.

También su semblante, aunque doliera admitirlo, se miraba ligeramente curtido; la pena se había quedado marcada en su blanca piel infantil junto al sutil aumento de edad emocional reflejada en su mirar.

La hora de la visita terminó con rapidez. El tiempo volaba y no había nada que se pudiese a hacer para detenerlo. Ariel se marchó, prometiendo volver el mes que entraba y con ello, esperando ir a verlo más de una vez. En su mente, la consigna de llevarse al menor con él se mantenía tan firme que debía trabajar más duro.

«Mar habría querido un sitio para Johnny... Y ¿Qué mejor sitio que la casa de un fiel amigo suyo? Un conocido quien se encargue de su niño...Un conocido que lo ayude a seguir adelante...»

Así, Ariel se marchó; motivado a conseguir ese futuro para el extraño que miraba como uno más de sus hermanos. John volvió su vista al rosal una vez perdió de vista a su amigo. Sonriendo para sí mismo, se puso en cuclillas a juguetear una vez más con aquella hermosa rosa que tanto le gustaba.

           El 19De Agosto, una mujer se presentó; elegante y de mirada penetrante, cruzó la habitación que John compartía con otros niños en condiciones ligeramente semejantes a la suya. Se acercó a él sin siquiera saludar; yendo al grano en los escasos minutos que compartió junto al menor y dejando con su ida una sensación de impotencia en éste, que vio su figura desaparecer, perplejo.

El papeleo necesario se había hecho. La documentación se había presentado ante la directiva y no hubo manera de detener el fuerte golpe que un simple papel donde se declaraba ante los ojos incrédulos del mismo psiquiatra que Jonathan ahora era un Ramírez.

Así, el 26 de Agosto, Jonathan fue dado de alta ante la sorpresa de todos y ante el miedo mismo del psiquiatra, que con una amarga sonrisa se despidió del temeroso y confundido niño; mirando con desdén a aquellas personas que lo obligaron a darlo de alta con la amenaza de una demanda que al ser adinerados, ganarían fácilmente.

Y así, con el aviso de un soplón desconocido, en un par de horas, la tragedia de los nobles fue devuelta a la luz. De esta manera, el 28 de Agosto se les obligó a los familiares declarar ante la prensa.

El menor confesó que desde su punto de vista, todo había sido un simple accidente, no ahondando demasiado en detalles: —No sé qué pasó. Yo dormía y un estallido retumbo. Salí al pasillo asustado; entonces vi a Emilio y el me llevó afuera. Estaba asustado también. Me dijo que volvería a dentro, por su madre, la señora Karina y sus hermanas. Pero ya no volví a verlo...

Guardó silencio y las preguntas le abarrotaron la cabeza: "¿Porque huiste de las escena?'', ''¿Es cierto que te topaste con Emilio Ramírez más tarde?'' , "¿Sabes qué hacía ahí el hijo mayor?'' ,''¿Qué hay de las puertas trabadas desde fuera?''

¿Eras empleado de la familia?— John negó a esa pregunta.

Y entonces, entre tanta palabrería que comenzaba a marearlo, la pregunta mas importante, afloró con su negativa.

¿No? Entonces ¿Qué parentesco tiene con la familia? 

John se removió incomodo, con inseguridad bien oculta gracias a la timidez que se espera de su juventud; miró a aquella hermosa mujer quien sin embargo, detrás de unos lentes oscuros, lo ignoraba esperando que aquella respuesta bien estudiada saliera de labios del menor.

Pero no fue capaz de responder.

Dado al silencio incomodo que de prolongarse más despertaría dudas innecesarias, alguien más habló por él. Un hombre que rosaba los cuarenta años, de expresión pétrea y mirada no menos penetrante que aquella que adornaba la de la mujer.

— Sepan entender que, recordar los hechos, aun calan sobre él; déjenme que les explique yo en su lugar, que después de todo, soy el mas cualificado para explicarlo. Verán... Mi hermana, La señora Karina, estaba pasando por días difíciles. —Comenzó a decir, atrayendo la atención hacia su persona— Desde la muerte de su marido, el querido Ernesto Ramirez, no volvió a ser la misma. Y como muchos saben, la mayor de sus hijas, Elizabeth, contraería matrimonio dentro de poco mientras que su hija Esther, la menor, iría a estudiar al extranjero justo como hizo su hermano mayor, Emilio; por lo que la idea de quedarse sola en una casa tan inmensa resultaba ser demasiado para ella, según me explicó. Por ello meses antes del incidente, firmó los papeles necesarios donde se aclara, legalmente, que este jovencito que ven aquí, es nada más y nada menos que el único heredero de la mitad de los bienes familiares.

Nuevas preguntas afloraron y entonces, tomando al menor por los hombros, intentaron escoltarlo al interior de su nuevo hogar.

¿Entonces que planean hacer con los restos del hijo mayor? — el silencio acogió el ambiente.

El corazón de Jonathan latió con fuerza. No sabía mucho al respecto, pero si lo suficiente como para saber que Emilio formaba parte de los tan reconocidos ''Nobles''.­

Según tengo entendido...es el único familiar que falta ¿Piensan llevar a cabo su ceremonia luctuosa?

El hombre lo meditó para después, regalar una sonrisa: — ­Ahora podemos — fue todo lo que dijo, terminando de guiar al recién proclamado Noble...El último Ramírez.






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