48 | La Pesadilla de un Sueño...
¡Hola!
Antes de que inicien con la lectura de este capitulo, primero quiero disculparme por la enorme tardanza. He estado enfrascada con otro proyecto y eso me ha impedido que el flujo de ideas para esta historia pudiese abundar como quería. Eso sin contar que me tome el tiempo de volver sobre mis pasos justo a los inicios de ''Soledad'' para encontrarme nuevamente con la identidad de ésta historia.(Eso ademas de que no pude evitar corregir algunos errores que no cambian en nada la historia) Pero bueno, ahora, con las energías nuevas para retomarla sin demora, con la decisión de tomar y/o excluir ciertos acontecimientos que me volvían loca, y la idea de que me había alejado la esencia de ''Soledad'', ya abandonada y castigada en un rincón, les dejo, ahora sí, el capitulo cuyo titulo quizás me atreveré a cambiar mas tarde. Espero sea de su agrado y de antemano, muchas gracias por leer.
Atte: Mariana Anderson
Todo se había perdido de repente. Su visión, sus sentidos, su presente velado por el negro de sus parpados. El tiempo no corría más.
Nada ni nadie existía en ese sitio silencioso que lo arropaba con una indiferencia que entonces, bien, le podría haber sabido a gloria. Sin cielo, ni tierra, alegría o tristeza; sin Mar ni Emilio...sin él mismo, ni la conciencia del pasar de los segundos. Jonathan, dejó de ver para simplemente, limitarse a vivir dentro de esa suave capsula que lo separaba de todo.
—Jonathan...
Lo llamaron dentro la oscuridad que le impedía percatarse del dolor que lo rodeaba.
—¿Puedes escucharme?— le preguntaron con la preocupación adornando su tono.
Sintiéndose asentir, el pequeño Jonathan, temeroso y crédulo, movió sus labios débilmente, emitiendo aquel vocablo que buscaba al dueño de semejante preocupación entre la locura antes presenciada.
— ¿Emilio...?—preguntó entonces, reconociendo en aquella imagen antes presenciada y mancillada por la sangre, un reflejo impostor que se le antojaba semejante a su amigo. —Eres Emilio... ¿verdad?— dijo, con un suspiro de alivio atorado en el pecho.
Esperó, hasta que en la bruma que habitaba su mente, volvió a escuchar aquella voz; Suave y cariñosa...reconoció el amor que enredaba su timbre e irremediablemente, lo coloreaba todo.
—Johnny...escucha, por favor —le pidió, desconociendo que entonces, no había nada que Jonathan quisiera escuchar más que su voz. —Si hay alguna parte dentro de ti, que aun sienta aprecio por mí...te suplico, que no abras los ojos. ¿Me harías ese favor? ¿Podrías mantenerlos cerrados...y no mirar aun si despiertas? Aunque escuches lo que escuches... ¿por agradable o terrible que sea?... ¿Me lo prometes?
El pequeño John creyó haber asentido. -Lo prometo.
—Buen niño...—Emilio suspiró y en ese sueño su tibia palma le rozó la mejilla helada —.Eres un buen niño— y así, su voz se diluyó de apoco como un eco que se alejaba en la inmensidad, hasta ser sustituida por un grito que pronto se multiplicó, desgarrando el cielo matutino entre la oscuridad desplegada de sus ojos.
Escuchó gemidos de dolor. Palabras fuertes, de esas que Mar le prohibía decir. Golpes tirados a objetos desconocidos. Dolor y pena. Lagrimas que creyó eran del cielo escurrirse sobre su rostro. Madera, vida y futuro... siendo tragados por el fuego...
Para cuando abrió los ojos, John se vio envuelto entre las sabanas de su cama. La luz de la mañana entraba por su ventana, iluminándolo todo con acostumbrada delicadez. Los recuerdos que ahora eran solo sueños se disiparon con cada deslizar que su mirada dio sobre las esquinas de su habitación. «Solo fue un sueño» se dijo sintiendo la alegría avivarse dentro de él, encontrándola indescriptible.
Así, saltó de la cama al verse a salvo en la comodidad de su habitación y con ello, de su hogar. Sus pies, enredados en las cobijas que lanzó a un lado y que pronto le rodearon suplicando su calor, lo hicieron trastabillar pero nunca volver. No tenía tiempo que perder en regresar y liberar sus pies.
Sacudiendo sus extremidades se deshizo de las sabanas, dejándolas a mitad del pasillo mientras, libre de ataduras, corría hacia la habitación de Emilio, llamándolo a gritos durante el trayecto hasta que estuvo frente a su puerta, la cual estaba abierta por completo, permitiéndole divisar la cama donde se suponía debía estar su amigo, vacía y perfectamente tendida. Con las blancas sabanas pulcramente extendidas sobre su superficie. El aire entrando por la ventana con diligencia, y el aroma a pino brotando del suelo.
—¡Emilio!—lo llamó nuevamente, dirigiendo sus pasos hacia la sala. Ahí, en la mesa, notó junto al plato con fruta, un papel en blanco en el que leyó: ''Fuimos al mercado. No tardaremos. Si te entra hambre, sobró comida de anoche. '' Reconociendo la ininteligible letra de Mar desde la distancia, encontró la palabra ''fuimos'' lo suficientemente reconfortante para que decidiera tranquilizar su agitado corazón.
Cavilando en todas las labores que debía realizar, hizo su cama, como todas las mañanas, desayunó y comenzó a hacer su parte de los deberes lleno de una extraña energía y buen ánimo. No deseaba tener ningún pendiente.
Esa tarde, una vez llegara, quería pasar el resto del día con Emilio y para ello, no necesitaba de distracciones innecesarias. Lavó los platos, las sabanas y parte de su ropa, aspirando el delicioso aroma del jabón de barra.
Disfrutando la espuma en sus manos y el frío del agua a la hora de enjuagar sus prendas. ¡Hasta entonces jamás había disfrutado tanto las tareas domésticas!
Una vez trapeó los suelos del primer piso y hubo escombrado el ligero desorden de la sala, al ver que ese par aún no llegaba, se dispuso a practicar un poco lo antes abandonado.
Conectó el teclado, abrió las los cuadernos con las partituras que ya comenzaba a leer con algo de facilidad, y por último, abrió el cuaderno del hombre bajo la lluvia, hablándole con acostumbrada ternura y familiaridad, sonriéndole y colocándolo frente a él con sumo cuidado.
«Cuando lleguen, no podré practicar ni un poco. Y debo mejorar. Quiero demostrarles lo bueno que puedo llegar a ser» Pensó y en voz alta dijo al dibujo- Y a ti también...
Con este propósito, embriagado de positivismo al igual que él día que se asomaba por las ventanas, las notas del teclado inundaron los rincones de la silenciosa casa; formando parte del murmullo ensordecedor que provenía de la copa de los árboles que rodeaban su hogar.
Ensimismado en su labor, Jonathan no alzó la vista hasta que el estómago le suplicó parar. Para entonces, el sol se había recorrido bastante, introdujendo en el pecho del menor un malestar punzante cuando lanzó su mirada fuera del monocromo de las teclas, justo hacia la ventana.
La casa seguía vacía. Eran las 4:42 según marcaba el reloj y ellos aún no habían vuelto. Con el estomagó exigiéndole alimento, Jonathan, al ser algo concienzudo hacia el viejo, había dejado parte del recalentado en la nevera por si alguien llegase a querer comer las sobras del día anterior.
«No creo que haya algo de malo en comérmelo todo. No llegan. Es natural que coma, ¿no?» se convenció y al cabo de varios minutos, se encontraba sentado a la mesa, mirando la puerta con frecuencia mientras tomaba un bocado y lo masticaba con dificultad.
No lo había notado hasta entonces, pero, la luz del día podía tomar formas letales para la soledad. Vestidos a veces de alegría, otras de nostalgia, los rayos del sol, conforme se deslizaban por la superficie de la tierra, podían traer consigo porciones nocivas para el alma que se volvían un nudo en la garganta.
Con esta incomoda percepción del tiempo soplando en su oreja, eventualmente, el agua del grifo volvió a caer mientras las manos del menor se llenaban de nueva espuma. Más tarde, siendo ya las seis, el momento de subir por las sabanas había llegado para el menor, que subió a la azotea con pasos rápidos, como si quisiera huir de algo.
Una vez arriba, las colocó dentro de su respectiva canasta, donde desprendían ese aroma a jabón impregnado de sol que de alguna forma, ya no le encantaba.
Las aves comenzaban a llamar a las suyas, haciendo su lio del día para volver a sus nidos antes de que el sol se ocultase por completo; y conforme el reloj seguía su curso, la anormalidad crecía en el ánimo de John, que ya comenzaba a impacientarse. A sentirse enfermo. Ansioso... extraño...
Esperó fuera, en la silla donde Mar solía sentarse, hasta que se puso el sol por completo, esperando ver las siluetas de sus dos personas queridas.
Desilusionado, molesto y temeroso, entró; se cobijó, encendió el televisor subiendo el volumen más allá de lo acordado con el viejo y entonces, al cabo de unos minutos de ignorar el programa que sintonizaban a esas horas, fue llamado por la oscuridad que comenzaba a rodear su hogar.
Miró por la ventana hasta perderse entre las sinuosas figuras de la noche que se avecinaba. Con él volumen alto del televisor que ignoraba deliberadamente solo para no tener que lidiar con el peso que el silencio llevaba consigo, los minutos pasaron. Llegó el momento de los ''Tres chiflados'' de reinar entonces dentro de aquella pantalla, consiguiendo sin mucha dificultad atraer al menor hacia los brazos de aquel confortable sillón.
Cuando comenzó a cabecear, con las piernas encogidas sobre el sillón y la luz de la pantalla pintando su rostro, el noticiero ya había comenzado. Cerrando sus ojitos por tiempo indefinido, repentinamente, escuchó como la puerta se abría lenta pero quejosamente. Saltando de alegría, esperaba ver los rostros de su pequeña familia cruzando el umbral. - ¡Hola Jonathan! - lo saludaron con timidez mientras la alegría que lo embargó se volvió confusión y decepción.
— ¿Qué haces aquí?—preguntó, apagando el televisor cuando éste comenzaba a mostrar las imágenes de la terrible noticia que estaba en boca de todos.
—Yo... vine a ver cómo estabas...
—Sabes que si Emilio te encuentra aquí te volverá a golpear ¿verdad? — comentó el menor, acercándose a él, quedando frente a la ventana nuevamente, donde, por acto reflejo se elevó un poco sobre sus puntillas, alzando la vista para ver a través de la ventana —Mar no está. Ambos salieron al mercado.
—¿Ah sí? Ya, ya veo — comentó nervioso el inesperado invitado —. Es una lástima.
—¿Quieres esperarlos?—preguntó John, mirando descaradamente aquella cicatriz que había quedado grabada en la frente de su ex-compañero de trabajo.
—¿Puedo? Hace frío afuera y ya oscureció...— dijo, con cierto temblor en su voz.
—¡Puedes!— exclamó— Y tú tranquilo, Ariel. Si Emilio llega y trata de hacerte algo, yo lo impediré. —lo consoló, señalándose el pecho inflado con que intentaba reforzar lo antes dicho. —Al final de cuentas, tú también eres mi amigo. Ven, siéntate.
Ariel se dispuso a obedecer, tomando asiento junto al menor y reconociendo la cobija a cuadros con la que Mar acostumbraba a cubrirse, rodeando al menor.
—Traje esto— anunció el joven, descolgándose un morral y sacando de su interior una bolsa de plástico —¿Ya cenaste? — John negó con la cabeza. —Yo tampoco. ¿Cenamos juntos?
—Debo esperar a Mar y a Emilio....siempre cenamos juntos.
Ariel frunció el ceño, contrariado: —Si...es cierto... ¡Pero ya es tarde! Seguro que tienes hambre. Conozco a Mar y sé que no querría que pasaras hambre por su culpa. ¡Vamos, si quieres y me dejas, ahora mismo caliento esto y cenamos juntos!... ¿va?
Aunque John se consideraba un ''hombrecito'' de convicciones, no pudo decirle que no a las delicias que estaban dentro de aquella bolsa. Con su aprobación, el sonido del agua hirviendo pronto inundo la cocina junto al humo que desprendían las alitas adobadas que Ariel apenas había sacado del horno.
— ¡Cuidado que está caliente!— lo alertó el joven haciendo a un lado al menor cuando este intentó servirse solo.
— Te recuerdo que sé cómo cocinar — se defendió John, fingiéndose ofendido.
—Sí, si...Como sea. Soy el mayor ¿Qué no?— Ariel pidió los platos y pronto se vieron sentados ante la mesa, degustando esa cena tan poco común para John.
Hablaron durante gran parte de la cena hasta que, en un momento de silencio incomodo, Jonathan preguntó: —¿Por qué tardan tanto? Se fueron desde temprano...
Ariel se movió incomodo sobre su silla, limpiando con el dorso de su mano la salsa de sus labios y con cautela, deslizó su vista hasta las manos del menor, que estaban expuestas sobre la mesa con naturalidad, e inmediatamente, en su rostro se dibujó una expresión de preocupación.
Abrió la boca, dispuesto a decir algo, pero al mirar el rostro del menor; apacible y lleno con la ternura infantil, no hizo más que callar aquella significativa palabra y sustituirla: —No te preocupes tanto —Intentó animarlo—. Están bien. Quizás pasaron con algún amigo de Mar. ¡Ese señor es querido por medio mundo!
Obteniendo una gran sonrisa, vio al menor asentir con gran énfasis, mostrando sus dientes manchados de salsa que con gran pesar suyo, consiguieron arrebatarle una risa.
Ambos habían convivido suficiente tiempo en la panadería, consiguiendo así, sentir aprecio el uno por el otro; sin contar que antes del incidente con Emilio, Mar era gran amigo de Don Tomas y del muchacho, al que tenía en alta estima. Por lo que ambos, con grandes similitudes en sus caracteres, no podían evitar llevarse tan bien.
Ya con la noche más espesa y las horas más altas, el menor se encontraba aún más preocupado que antes; y Ariel, más serio que nunca.
—Puedes quedarte a dormir aquí —Dijo el menor, secando el plato que el mayor le acaba de tender— . Después de todo, el cuarto de huéspedes siempre esta vacío — comentó sin verlo a la cara.
Era obvio que el menor no quería pasar la noche en una casa vacía. Siendo tan torpe para expresarse, Ariel pudo comprenderlo a la perfección
—Gracias— dijo éste, asintiendo con la cabeza lentamente.
—Oye, Ariel...
—Dime.
— ¿Crees que estén bien?— El joven desvió la mirada —Si. Ellos ahora están bien.
Confiando en aquellas palabras, el momento de apagar las luces había llegado con rapidez. John guio a Ariel por el pasillo, señalándole la dirección hacia su habitación, diciendo por ultimo: — ¿Te veo mañana?
Ariel asintió con la cabeza y despeinó la de John —Sí. No iré a ninguna parte— respondió.
Así, con la convicción de que no dormiría en una casa vacía, John entró a la habitación en la que dormiría. Subió a la cama y se volvió un ovillo bajo las sabanas, donde escuchó los pasos de Ariel alejarse por el pasillo.
Las luces se desvanecieron y pronto, todo quedó en silencio, menos el dolor que se le había instalado en el pecho a John, logrando que sus ojos se humedecieran hasta que de ellos se derramaran ríos de sal que pararían cuando conciliara el sueño.
La tranquilidad que había en la noche era sobrecogedora. No había alma humana que cruzara esos rumbos boscosos a semejantes horas donde los grillos dominaban los senderos con su orquesta, entre otras alimañas nocturnas que se paseaban llevando a cabo sus tareas nocturnas.
Los pasillos de la enorme casa estaban vacíos y las respiraciones de quienes dormían en su interior eran un ligero silbido que nadie podía escuchar.
Siendo la 1:42, el celular de Ariel vibró, consiguiendo aniquilar por un momento aquel silencio. Rápidamente fue sujetado, dejando entrever el mensaje recién enviado. Ariel abrió su buzón, leyendo con pasmosa lentitud y contestándolo con todo el tiempo del mundo.
No había conciliado el sueño hasta entonces, encontrando imposible hacerlo. Solo estaba allí acostado, mirando el techo fijamente, con sus manos reposando sobre su estómago; Inmóvil. Temeroso de hacer algún ruido innecesario, solo esperaba...
Eran pocas palabras las que conformaron su respuesta, pero ya habían sido enviadas y con ello, no habría marcha atrás.
Dedicó su atención al techo durante algunos minutos más, hasta que decidió levantarse.
No se había despojado de sus zapatos, ni su cinturón; ni siquiera de sus pequeñas pertenencias que podrían resultar incomodas de traer en los bolsillos. Estaba listo para lo que fuera. Si debía salir corriendo de allí, no dejaría nada atrás mientras lo hacía. Tomó aire y con pesar caminó, cuidando sus pasos, hacia la habitación donde dormía Jonathan.
De nuevo se le presentaba ese aroma que percibió cuando recién entró a la casa; al inicio le había estado picando la nariz, más, obligándose a silenciar sus dudas sobre la procedencia de dicho olor, se forzó a acostumbrarse a dicho aroma aunque este le repugnara.
Sin embargo, de pie ante la puerta entre abierta de la habitación donde estaba el menor, el aroma se avivó repentinamente, siendo tan fuerte y penetrante que le resultaba insoportable.
Asqueado, cubrió su boca y nariz con la palma de su mano y armándose de valor, entró al cuarto, aguantando las ganas de vomitar.
Allí, entre la penumbra, divisó el bulto que conformaba el cuerpo infantil de Jonathan.
«Ya vienen...» pensó mirando al niño dormir plácidamente. «... Ahora todo estará bien...ya lo verás John»
Quería ver a John una última vez, con esa calma que solo el sueño podía ofrecerle entonces. Sintiendo sus ojos arder mientras se miraba incapaz de distinguir si era por el aroma o las lágrimas que comenzaban a anidársele.
Lleno de lástima, no pudo evitar acercarse aún más al menor, queriendo sujetar sus manos.
Sin embargo, rápidamente se detuvo enternecido por una ilusión. No lo había notado, pero ahora, estando más cerca de él y con su vista acostumbrada, vio que Jonathan estaba acurrucado junto a un enorme bulto cubierto por las mantas. Un bulto al que intentaba acaparar con sus bracitos infantiles.
Sus manitas, aferradas a dicho bulto, estaban enrojecidas aun, mostrando el purpura de sus heridas; supurando dolor de sus manos abrasadas por el fuego ígneo al que fueron sometidas con desesperación.
Eran lágrimas de tristeza las suyas. Ariel lo supo entonces.
Lloraba un destino que le era ajeno entonces, mientras suavemente, retiraba aquella mano infantil deformada para alzar la manta.
Ahogando un grito y dando un paso hacia atrás que lo hizo tropezar, miraba atónito aquella escena, sintiendo que en cualquier momento, su corazón saltaría de su pecho.
Jonathan, plácidamente dormido, se acurrucaba aún más, como un desamparado polluelo, al cadáver putrefacto que yacía junto a él.
Con los ojos desorbitados y una mueca de dolor tatuada en su hinchado rostro, Mar permanecía inmóvil junto a él.
Frío, callado. Anidando gusanos sobre una gran mancha carmesí, seca e imborrable que descendía desde su cuello hasta gran parte de su pecho.
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