45| ''Un día.''
La vida se vio resumida en la muerte del girasol, la mudez de su suave voz y la palidez de su esencia errante. La vida se vio fragmentada en segundos de cifra indecible por versos de poco más de seis palabras. La temporada que se avecinaba entonces era fría, como muchas otras y aun así, ninguna que hubieran vivido antes, les habría de helar tanto el alma como aquella que amenazaba su cotidianidad ya volcada por los suelos secos y tristes en los que, hasta hace pocos meses, descansaban para mirar el cielo.
― ¡Sáquenlo! ¡Sáquenlo!― gritó esa mañana con más fuerzas que él día anterior. Se removía sobre su cama al tiempo en que intentaba incorporarse, viendo en sus esfuerzos, una inutilidad sin precedentes. Atado de pies, brazos y pecho, Emilio sudaba sobre su ya empapada camisa mientras pedía auxilio entre alaridos que rasgaban su garganta ya lastimada con anterioridad. Estaba asustado y de ser posible hacerlo por su propio pie, habría salido corriendo de aquella habitación en la que se vio enclaustrado aun en contra de su voluntad. Al poco tiempo en que dieron inicio sus lamentos, Mar cruzó la puerta ante su llamado. Caminando lento, ya no asustado; Ya no alterado. Casi con una resignación que le raspaba las plantas de los pies con cada paso y se filtraba en su mirada con cada mota de polvo que se escurría del marco de la puerta. En sus manos, una charola plateada con agua en su interior, y de su brazo, una toalla blanca, no muy grande, colgando piadosamente. Entró sin mirarlo, cómo si la habitación estuviese vacía y el silencio fuera todo lo que pudiese existir en su hogar; semejándose a un espectro que llegada cierta hora del día, aparece dejando un halo de misterio tras de sí. Colocó la charola en una mesita, alejada de Emilio, y corrió las cortinas para permitirle a la luz entrar a su placer. El día era precioso. Luminoso. Justo el tipo de día que Emilio tanto adoraba. Sin embargo, sus pupilas no eran capaces de apreciarlo entre la negrura que reflejaban y despertaban, en cada parpadear, pesadillas que solo él era capaz atestiguar.
Mar se remangó las mangas blancas. Empapó la toalla blanca que cabía perfectamente en las comisuras del plateado traste, mientras clavaba su vista en la lejanía. Asintió con la cabeza el buen hombre, con amarga sonrisa y suspiros ahogados que daban la sensación de contestar una pregunta jamás formulada. Exprimió la toalla y dirigiéndose hacia el joven que apreciaba sus movimientos con mirada atónita, casi incrédula, le hizo una señal. - Acuéstate, por favor. - le pidió Mar. Emilio inmediatamente alternó su vista entre el hombre y la esquina derecha de su habitación, junto a la ventana, entre el ropero.
- Sácalo de aquí...- pidió, intentando alzar sus manos por encima de sus ataduras. Removiéndose ansiosamente - Está aquí...
- ¿Dónde está esta mañana?- preguntó en cambió Mar con total calma, volviéndose para tomar una silla y colocarla junto a la cama. Emilio tragó saliva, posando sus ojos en el perfil bajo de ese incrédulo ser humano que dudaba de su palabra, su vista, y sus sentidos. El joven señaló con la cabeza. Apretando sus labios después de humedecerlos.
-Junto a la ventana. - dijo, removiendo como podía sus rodillas.
- ¿Viene solo?- preguntó Mar, siguiendo un protocolo que de alguna manera, habían estado siguiendo en esos tormentosos días que ya parecían ser una eternidad. Emilio asintió, apretó sus labios nuevamente y entre un tartamudeo y una negación con la cabeza, desechó lo antes dicho.
-Ahora está solo. - aseguró, centrando su vista entonces en el buen hombre, que a diferencia de él, se encontraba sereno.
- ¿Y el otro?- preguntó Mar, doblando la toalla, muy concentrado en su humilde tarea.
- El otro debe estar en el pasillo...Salió cuando abriste la puerta...
-Ya veo... ¿Tienes hambre? - Emilio guardó silencio. - Jonathan está preparando el desayuno. Hoy habrá avena...te gusta la avena ¿no?
Emilio volvió la vista hacia la esquina, mirando eso que parecía haber sido creado solo para sus ojos. -Ustedes...- habló, cabizbajo, con una sonrisa miserable en el rostro - ¿ustedes nunca me creerán, verdad?
-Ya hemos hablado de esto Emilio.
-Siempre vienen, desde entonces. No me dejan en paz...siempre están hablando; gritan, lloran, amenazan...pero ustedes aseguran no ver nada...
El mismo cantico de demencia salía de sus labios en esa doceava mañana, repitiéndose en acontecimientos pero no en las palabras que emplea; a veces coherentes dentro de su locura, otras, demasiado enmarañadas para siquiera prestarles atención. Era un nuevo día. Un día en que, si tenían suerte, el joven perdería su estabilidad por lo menos dos veces durante la jornada. Un día en que difícilmente sería desatado. Un día...en que sería vigilado entre mordiscos de tristezas, temores y cautelas. Llevaban dos semanas desde el suceso del baño y la conducta que entrevieron esa noche. Como era de esperarse, Mar no le permitió al menor estar a solas con Emilio, quien, de repente, se había vuelto como un niño pequeño al que había que tomar de la mano para ir y luchar contra sus monstruos internos, esos que alegaba, toda lo noche lo asediaban al pie de su cama. El día que siguió a esa noche, el joven se mostró totalmente tranquilo. Como si nada hubiese pasado. Amable y absurdamente atento.
Seguido de esto, fueron tres días de actuar sumiso que dieron paso, cual sismo que llega sin avisar, a una explosión de ira que le provocaba arrojar cosas a las paredes, agredirse a sí mismo una vez más con lo primero que tuviera a la mano y pudiera hacerlo sangrar, y asustar al menor cuya compañía anhelaba más que otra cosa entre injurias que dedicaba a ese nadie que lo acechaba. Con un total de cinco días en que nada parecía querer volver a la normalidad, Mar llevó al muchacho a dar un paseo a la clínica, donde, para desgracia del hombre, el muchacho se miraba perfectamente ''bien'' a ojos de los doctores, que encontraron en sus ademanes los de un joven encantador de buenos modales y afectos hacia las personas. Mar insistió en que miraran las heridas que este mismo se había provocado, molesto al sentir que el único loco, al parecer, era él. Pero bastó el rubor del joven, la mirada esquiva y avergonzada y el temblor púdico en su voz, para que las enfermeras se rehusaran a verificar lo que aquel viejo chiflado decía.
El porte y los tratos consiguieron embelesar a todo aquel que se cruzaba en el camino de Emilio. Sin duda alguna, quien lo viera, jamás habría de pensar que semejante locura creciera dentro de sus juicios. Al volver a casa, justo como se había mostrado todo el día, se desenvolvió con naturalidad. Se mostraba comprensivo hacia el temor de Jonathan y la cautela de Mar, y por ello las respetaba con madurez, aunque no podía negar el dolor que ello le infringía. Y aunque Mar se jactara de esto en sus adentros, hizo dudar por un momento a su pequeña familia, acrecentando las esperanzas que intentaban germinar por completo dentro de ellos.
Pero, al llegar la oscuridad absoluta, cuando ya todos se hallaban en sus habitaciones expectantes a lo que el porvenir les traería, el menor percibió murmullos dentro de sus quimeras. ¿Eran pesadilla aquellas palabras que se elevaban en la noche espectral acaso? Se removió en su cama, apretando los ojos intentando zambullirse en el sueño por completo. Eran escasas las horas que tenían para olvidar cuando durante la vida diurna padecían las pedradas del tiempo y su violenta realidad; Sin embargo, un golpe en la pared terminó por obligarlo a desistir de sus intentos.
Descalzo, recorrió el pasillo con sigilo entre la azulada luz de una luna que estaba a mitad del camino donde se encontraba la epitome de su hermosura. Con los pies helados y sus brazos rodeándolo como podían, llegó a la habitación de Emilio. No estando en sus planes llamar a la puerta, con cuidado, pegó oído a esta, notando a su vez que solo estaba emparejada gracias a la línea de luz que se desprendía de esta. Era una luz tenue. Natural. Pronto Jonathan vería que las cortinas estaban corridas y el azul pálido inundaba el cuarto.
-No lo haré. No lo haré. - Decía el joven entonces, moviendo su cabeza con dificultad y tallando su mejilla derecha contra su hombro -otra forma...pero no esa.
Guardó silencio un momento, como si estuviera escuchando a alguien. Jonathan puso su mano en el picaporte, empujando levemente la puerta y adentrando su mirada en aquella habitación. Vislumbro a Emilio hincado en el suelo, mirando la pared donde la cabecera de su cama estaba. Empapado en sudor a pesar del frío que hacía. Tembloroso, con el torso descubierto y la planta de sus pies sucias-No puedo. No quiero. No debo...no, no, no...- volvió el silencio. Emilio temblaba sin control alguno, parecía llorar en sus adentros. -No él...quien sea menos él.
El ojito curioso de John buscó en los alrededores, pero por más que lo hacía, era incapaz de ver a alguien más que a Emilio allá dentro. Este último se volvió un ovillo sobre sí mismo, abrazándose y tambaleándose de atrás hacia delante. Soltando el llanto en una prolongada lamentación. -Puedo hacer eso...creo que sí...- dijo de repente, alzando la cabeza con aire esperanzado. -Si lo hago, ¿los dejaras en paz? ...- negó con la cabeza al cabo de un rato para después asentir crédulo - Unos a cambio de otros...si, suena mejor. Parece mejor...pero ¿no le harás daño verdad?... ¿qué? No, ni así. Aun si se enteran, no los tocarás... ¡No, no, no! ¡He dicho que no! ¡Y Mucho menos a él!- se levantó del suelo, retando a la pared, molesto. Apretando sus puños y tensando la quijada. De repente, al cabo de medio minuto, sus brazos se aflojaron, bajó los hombros y negando con la cabeza casi incrédulo, se giró lentamente hacia la puerta. Un gruñido deformado proveniente de un algo que no estaba allí llegó a oídos de John a medida que la puerta se le cerraba de golpe, perdiendo la imagen de un Emilio asustado que intentó correr a él en vano.
El gruñido se volvió una especia de lamento gutural que se amplificaba a los oídos de Jonathan quien corría, sin más motivo que por la pureza que había en su miedo; llegó a su habitación, cerró la puerta y saltó a su cama, en cuyas sabanas se ocultó hasta llegada la mañana. Intentando ignorar aquella pesada presencia que entró sin abrir la puerta y se sentó junto a él, velando sus miedos y amplificándolos hasta hacerlo perder la noción de la realidad apresada entre sus parpados desplegados y bien asegurados.
Esa noche, el pequeño temblaba y el mayor lloraba en su cuarto: a la mañana siguiente, las muñecas de Emilio estaban sangrando cuando Mar entró a la habitación. El espejo estaba roto y el muchacho, sentado en el suelo, dibujando con sus manos algo sobre el piso y usando como tinta el espesor de su sangre.
******
Emilio comió ese día doceavo en cama nuevamente. Con la espalda recargada en la cabecera y los pies amarrados aun. Se miraba pálido y ojeroso. Y su mano derecha temblaba con cada bocado que se llevaba a la boca. Mar y Jonathan desayunaron a un lado suyo. No había muchas oportunidades de compartir la comida como antes, dado que normalmente, el joven despertaba excitado y en un estado de trance colérico del que no salía hasta entrado el medio día. Con la amargura resbalando de sus labios, Emilio detuvo en un momento dado, su brazo. Miraba su comida con pesar y los utensilios de plástico colorido y chillón. Alzó la vista hacia John, quien siempre lo miraba, atento a cualquier movimiento nuevo que saliera de su rutina.
-Está bueno- comentó Emilio. - es bueno comer juntos. Aunque sea en mi cuarto. Conmigo amarrado...es bueno...
-No era necesaria esta medida. - señaló Mar, jugueteando con su comida sin mirarlo.
- ¿Y meterme en un psiquiátrico si lo era?- preguntó con acida diversión.
-Tampoco.
-Yo pedí esto- lo consoló Emilio, con su suave voz, su mirada adulta y su tacto tan acostumbrado- sé que...no soy muy estable por las mañanas...menos por las noches...esto es lo mejor que podemos hacer de mientras...
-Pero te niegas a tomar las pastillas. - dijo Jonathan cabizbajo, jugueteando también con su comida en lo que fue la primera palabra que le dirigió al mayor en días- si las tomaras, todo sería mejor.
- ¿Eso crees?- lo cuestionó Emilio con amargura y Jonathan se llevó un bocado para callar su posible mentira. Ese ''sí'' mentiroso en que quería creer. Sabía perfectamente, ese pequeño que sufría al ver a su amigo en semejantes circunstancias, que las pastillas no habían servido de nada. Llevaba casi una semana tomándolas y en vez de ayudar, lo empeoraban todo. ¿Qué empeoraban? A simple vista, la actitud de Emilio. Y profundizando más allá de la vista; la mente de éste. Sea lo que fuese que viera o escuchara, no cesaría con medicamento. Entonces no podían ingresarlo al psiquiátrico ya que, aunque vieran con sus propios ojos la conducta de aquel joven, Mar no podría pagarlo para que le dieran un trato adecuado y no lo ''lanzaran'' con los demás, esas mentes perdidas de sueños eternos que los perseguían adheridos a su sombra.
Con esa pregunta al aire, nadie dijo palabra alguna durante lo que quedó del desayuno.
La vida era incierta entonces y el cambiante humor de Emilio fluctuaba como los rayos del sol. De un momento a otro, se le miraba deslizándose hacia otra conducta, otra mirada, otra persona...cambiaba todo en él, y por ello, esos pocos momentos en que se le veía cuerdo, eran apreciados en silencio. Después de todo, ¿Qué había por decir que no arruinara el momento? Nada. El nudo que todos compartían en la garganta se los impedía. -Hoy hace un día estupendo- anunció Emilio con su sonrisa cálida, siendo el valiente que haría de sus palabras pioneras en ese desayuno casi funesto. -me gustaría dar una vuelta por el jardín, la temporada está cambiando y me gustaría ver lo que queda de los girasoles. Posiblemente tengan los tallos todos amarillos, y solo queden sus caras alzadas, con algo de suerte, claro.
- Las alucinaciones- puntualizó Mar- ¿ahora mismo las vez?
Emilio negó con la cabeza. - Justo como ayer, después de que abrieras la puerta desaparecieron...me siento muy bien...creo que puedo hacerlo esta vez.
-No estoy tan seguro. - Dudó Mar. - esperaremos a que den las once y entonces veremos. - con el veredicto en pie, Mar abandonó la habitación con los trastes en mano mientras Jonathan debía sacar la charola con agua, ya sucia, y cambiarla por limpia.
- ¿Tú también crees que son alucinaciones?- preguntó de repente Emilio, esperando recibir respuesta del más joven. John se encogió de hombros.
- Alucinaciones o no... no me gusta cómo te pones. Así que da lo mismo.
- ¡¿Da lo mismo?! - Bufó- no cambias ¿verdad?- negó con la cabeza, divertido. Su risa era sincera al ver que en el tiempo que llevaba conociendo a Jonathan, éste se mostraba bastante simple, directo y casi irreverente. '' ¿Qué más da si sabe bien o no? Me dan asco y punto'' '' ¿Qué más da si te estabas muriendo de hambre? No toques mi comida. '' '' ¿Qué más da que te derritas de amor?''
«Muérete ya»
Emilio mantuvo su sonrisa, forzada ya gracias a ese último pensamiento y entonces miró la imagen del menor, distante y por un momento, borrosa. - No te he escuchado practicar. - comentó, con el fin de hacer que ese pequeño hablara un poco más y disipar aquel sentimiento negativo.
-No hay tiempo para hacerlo. Hay cosas que hacer. No puedo practicar-Alzó la charola, esperando terminar con la conversación y parecer tajante en el proceso.
-Antes lo hacías aun después del trabajo y tus tareas de la casa...-refutó Emilio- no digas que no hay tiempo. Que estoy loco, no tonto.
- ¡No digas eso!- lo amonestó John, caminando hacia la puerta-Tú no estás loco.
-Bueno, desequilibrado. Delicado. ¡Un tanto ''cucú''!...como quieras llamarlo...vamos, quiero escucharte tocar. Seguro que has estado estudiando las partituras mientras tanto. Y practicado imaginariamente con los dedos sobre la mesa, sin contar que has estado escuchando música en el viejo discman, aprendiendo canciones y melodías... Vamos, apuesto a que has mejorado tan solo con eso.
Bajo el umbral, John dudó. -Me da pereza ir por el teclado. - mintió.
-Estas aquí al lado. Sube el volumen a tres y lo escuchará hasta Mar. Vamos... ¿podrías hacerlo por tu inestable amigo?
-Dije que no te digas así.
-Entonces toca. Solo eso pido. Vamos... ¿Sí?
-Sigo siendo pésimo. Dudo que algo decente salga...
-No importa. Toca ''para Elisa''...esa subirá los ánimos hasta a un muerto.
John suspiró, alzó los ojos y arrastrando los pies, salió de la habitación, dejando una sonrisa en los labios de Emilio. Pronto el inicio de ''Para Elisa'' sonó al otro lado, en una torpe versión. Emilio cerró los ojos y suspiró. Le alegraba escuchar de nuevo la música que presionaban aquellos deditos infantiles a los cuales, con su inestable y tambaleante destino, les obligó a mudar y adoptar las gritas de una estatua sin vida. «Él cambiará después de esto» pensó con tristeza...«pero...respirara. Tendrá la oportunidad...» la música calló de repente.
- ¡Lo siento!- gritó John al otro lado, casi avergonzado por haber errado de tecla.
- ¡¿Qué dices?! ¡No puedo oírte bien por el tímpano que acabas de estropearme! ¡Habla más fuerte!- respondió gritando de más, esperando arrebatarle una sonrisa al menor.
******
Su silueta delgada, vestida en blanco. Su tez pálida. Sus ojos miel cubiertos mientras alzaba su cara hacia el cielo con una tenue sonrisa de placer. Un par de ojos que lo miraban con cautela y dolor. Otro par que lo miraba con dolor y esperanza...Su sola existencia, entonces, era triste arte destinado al polvo: hermoso, incomprendido por algunos, amado por otros. Tocaba con su interminable gama de colores, cada cuerda existente en el alma haciéndola vibrar; arrancándole risas, lágrimas, lamentos. Volviendo su líneas curvadas helado aliento; convirtiendo anhelos en pirotecnia que ilumina el cielo de esplendor y al final perece entre la oscuridad. Levantando ánimos cual botón de flor en temporada y hundiéndolos en el fango cual loto de paciente estirpe.
Sin las ataduras que lo mantenían en aquel cuarto, recorrió cada rincón de aquel su hogar con lentitud. Tocó las paredes, las cosas que le parecían bellas, coloridas. Dolorosas. Miró cada habitación con ojos nuevos, grabando cada esquina y grieta. Rememorando momentos vividos mientras miraba las alturas desde el alto piso donde Jonathan, antes de su llegada, pasaba sus tardes mirando los árboles que los rodeaban. Pisando el pasto con sus pies desnudos. Sintiendo la tierra, cada rastro de polvo y hebra seca en la hierba. Miró los girasoles, y los senderos que comenzaban fuera de su hogar para bajar a la civilización. Y finalmente, extendió sus miembros y se hecho al suelo.
Entonces Mar se quebró, tocó el hombro de John, quien sintió, al igual que su viejo, una punzada en el pecho. No necesitaron palabras. Jonathan comenzó a caminar, el viento a despeinarlo y el tiempo a agotarse.
- ¿Admirando el paisaje?- preguntó John cuidando que su voz no temblara. Emilio sonrió y entonces el menor tomó asiento entre la muerte de aquellos campos junto a su alegre y pálido amigo. - ¿Ya viste esa nube?- preguntó Emilio. John asintió sin ver el cielo. -Es genial ¿no?- John volvió a asentir. -Acuéstate. Que pronto no podremos hacerlo. El pasto pica un poco porque está seco, pero sigue siendo cómodo. - John atendió. Por un largo rato, Emilio hablaba y hablaba. Y John escuchaba, grabando cada una de sus palabras con más detalle que nunca, aprendiendo que su voz era clara, pero a veces, se volvía algo ronca, y esto solo era posible cuando la emoción de su relato se apropiaba del joven. Notó también, por primera vez, aquel lunar que tenía bajo su ojo izquierdo. Los rizos en su cabeza y los distintos tonos que estos tenían junto a las direcciones que lo adornaban, justo como una corona de rosas. El aroma a canela brotó de la cocina, como aquella vez, cuando él y Emilio, construyeron los cimentos de su amistad. Y entonces, John notó que el tiempo corría entre sus pequeñas manos. En ese campo, donde ahora se percibía la muerte de los girasoles, recobraron vida en la memoria, mostrándose grandes, hermosos y olorosos, con su amarillo de alegre coquetería; amando la presencia de Emilio, confundiéndola con los rayos del mismo sol en su momento mientras el aroma de la canela los acogía con gratitud. El mismo cielo y la misma iluminación de ese entonces, se hacían también presentes una vez más, pero esta vez, junto a una punzante sensación de abandono que crecía con cada palpitar.
Emilio miró a Jonathan, y este se volvió a reflejar en sus pupilas y en el iris miel de azucarado proceder que tanto quería. Entonces, sin saber porque, Jonathan miró, fugazmente, casi como una premonición, la tragedia que los esperaba fuera de su morada, donde los girasoles ya no crecerían.
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¡Buenas! :)
Intente publicar este capitulo lo mas pronto posible, pero se quedó en eso, en un intento; Simplemente, no podía escribir nada en su momento. Sabía en qué acontecimientos giraría la trama de éste episodio, pero no podía emplear las palabras apropiadas para darle forma, por lo que a la semana, desistí y deje de escribir (esta obra por lo menos) hasta ayer por la noche y hoy, a partir de las seis de la tarde.
Quisiera decir también, que en el capítulo anterior, el cual estaría dividido en dos partes, pospuse exactamente, la segunda parte por considerarla bastante...''ligera''. Por decirlo de alguna forma. Y aunque la segunda parte está escrita y prolongada en lo que casi les robaría 28 minutos de su valiosa atención, decidí omitirla y guardarla para lo que sería, tal vez, un capitulo extra. Hablo de algos bastante banal como para considerar agregarla a estas alturas.
Por otra parte, espero que fuera de su agrado este capitulo y me disculpo por las faltas que este pueda tener.
Sin decir más, pasó a retirarme y espero actualizar pronto. Muchas gracias por su atención y que pasen bonito día :)
AttE: Mariana Anderson
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