43|Petición.

Sus ojos se llenaron de lirios marchitos cuyo color intentaba adivinar como blanco entre el marrón agrietado de sus pétalos. Marco, por su parte, movía sus manos nerviosamente entre sus cabellos, para después pasarlas por encima de sus sillones, acomodando los cojines y retirando algunas cosas que arrojó tiempo atrás, en su momento, con la banal esperanza de ordenarlas en su respectivo sitio ''más tarde''.

—Lamento el desorden— se disculpó ruborizado.

Casi incrédulo de ver la figura de Jonathan en medio de su sala mientras, como una ráfaga de viento, corria para abrir las ventanas, recordando el comentario despectivo que Raúl le había hecho en su momento; refiriéndose al olor que se respiraba en la casa.

Por si no fuese suficiente, con el corazón a tope mientras sentía el frío viento proveniente de la calle, recordó con pesar que ni siquiera se había dado una ducha en aquella semana de fatal duelo.

—No esperaba visitas...― dijo con una especie de risa nerviosa― Siéntate por favor.

—Lamento serte inoportuno—se disculpó, sin embargo, el joven, desidioso entre si debía sentarse o marcharse ante la evidente turbación del dueño de la casa; sabiendo mejor que nadie, que su repentina aparición había sido producto de su inconveniente ansía de verlo.

Nuevamente, después de tantos años, ese egoísmo característico en él, brotaba cuál tallo de bambú entre las enormes explanadas desérticas a las que privó de cuidado alguno mientras elevaba rezos al cielo dedicados a su amado difunto.

Había hecho mal, pensaba John, dirigiendo fugaces miradas al portero que caminaba por toda la sala como un loco, limpiando los sillones y acomodando sus cabellos compulsivamente junto a sus ropas arrugadas.

El portero vestía entonces unos pantalones deportivos que le quedaban grandes; una vieja camiseta gris, con una explosión amarillenta causada por el cloro que evidenciaba su desgaste. Traía como calzado, unos converse negros, también carcomidos por el tiempo y el uso, apenas ensamblados a sus pies, con las agujetas desamarradas y las taloneras aplastadas bajo su peso.

— Si quieres, puedo volver en otro momento...― se apresuró a decir Jonathan, señalando la puerta con un ademán.

—¡No, no! Para nada. Ya te lo dije. Nunca eres inoportuno. ¿Gustas algo para tomar? ¿Té, café, agua...un refresco?— Jonathan negó con la cabeza, agradeciéndole mientras tomaba asiento—. ¿Cómo has estado?— preguntó Marco, sentándose lo más lejos que pudo.

Temeroso de que su dejadez, repugnara a su pulcro compañero y añadiendo a su pregunta, un evidente interés mientras le sonreía con sinceridad

Examinó su figura delgada, alta y como siempre, bien presentable dentro de su extraña sencillez; notando con un deje de pesar, el cual, muy pronto, se convirtió en agrado, que los largos cabellos de John ahora se presentaban más cortos, llegando sus mechones a rozar apenas parte de sus mejillas.

También se había rasurado la escasa barba que de cuando en cuando se dejaba, detalle que, combinado con su corte, lo rejuvenecía enormemente, recordándole la diferencia de edad que había entre ellos.

Admirado, Marco esperó, deleitándose en aquella tranquila presencia que entonces, parecía adormecer sus dolencias. Pronto recibió respuesta, trayendo consigo el normal y más típico inicio para una conversación.

Por otra parte, Jonathan, aunque desalentado por la distancia que el portero obviamente imponía entre ellos, palpó el terreno cuidadosamente, eligiendo sus palabras para evitar tocar cualquier tema inoportuno sobre lo recién ocurrido en la vida del portero.

Sin embargo, conforme intentaba hablar y traer temas que solo les concernían a ambos, entre su nerviosismo, descubrió con amargura que entre aquellas memorias, Martin, de alguna forma u otra, había estado presente entre ellos: Ya fuese la vez en que fueron a tomar un café a escuchar Jazz, última noche donde vieron con vida al jardinero; o en la fonda, tarde que perteneció a esa infernal semana, donde su búsqueda se había extendido hasta los confines de las misma ansiedad.

«— ¿Qué se siente saber que tu compañía no hace más que conformar sus desgracias?» le preguntaron con maliciosa voz entre su penoso descubrimiento.

Jonathan se tragó el nudo en su garganta, viéndose perdido entre las palabras que podría emplear. Sentía el sudor por debajo de sus guantes, resbalando de sus poros con pasmosa lentitud.

De repente, cuando la alusión al simple tema que sacaron a flote terminó, el pánico llegó a él. ¿Qué debía decir entonces, si todos esos momentos estaban contaminados por la imagen espectral del jardinero?... ¿dónde había dejado toda esa seguridad que inspiró en él aquella carrera casi desesperada hasta la puerta de Marco?

Cualquier guión premeditado que pudiera haberse creado en su cabeza mientras cruzaba con impertinencia las calles, ignorando los semáforos en rojo para el peatón, y tomando atajos que lo acercaran a su destino, se había esfumado por completo.

Su cabeza estaba en blanco y solo las palabras ''intruso'' ''molestia'' ''enfado'' e ''indeseable'' se pintaban en ese lienzo, ahora en blanco, creado para atormentarlo dentro de su escaza confianza en sí mismo; sintiéndose un agregado, un visitante no deseado.

« ¿Por qué vine?» se preguntaba, avergonzado por aquel repentino impulso infantil que guió sus pasos hasta esa puerta, obligándolo a buscar a Marco dentro de esos muros que hasta entonces, le habían parecido una muralla impenetrable donde él no tenía permitido ingresar.

—Intenté ir al trabajo hoy —comentó Marco de repente, sacándolo de sus cavilaciones. Su voz le sabia bastante suave, casi tímida y lejana —...pero al parecer se me pegaron las sabanas. ¿Fuiste al cementerio?— John asintió— déjame adivinar ¡Rob puso el grito en el cielo al ver que nunca llegué!

—Estaba preocupado por ti. Estoy seguro de que entendió tus motivos....― se aventuró a responder.

Marco meneó la cabeza, esbozando una sonrisa sin motivo alguno. El silencio llegó y Jonathan no pudo hacer más que sentirse al límite de lo incómodo.

La excusa que había creado en su cabeza, esa misma que le daba la libertad de ir a ver al portero ante todo pronóstico, ante toda duda y todo temor; ante las advertencias que Rob le dio cuando iba saliendo del cementerio...esa excusa, era simple, creíble y fácil de recordar: ''Quería ayudar''  Una mentira que disfrazó su egoísmo y necesidad en mero altruismo.

Una mentira que nubló su vista haciéndole creer que estaría bien; que era requerido...que su intromisión en el duelo ajeno sería bien vista; bien recibida. Después de todo, viéndolo bien, era evidente que Marco se había desconectado de la realidad durante toda esa semana.

Se miraba desalineado, la barba comenzaba a brotar en su mentón y sus cabellos grasientos estaban enmarañados; su palidez era excesiva, y las ojeras bajo sus ojos proferían a gritos la falta de sueño.

Ya ahí, dentro de aquella impenetrable muralla, viendo y palpando la situación; dispersando los vapores de su egoísmo, John aceptaba que, de pies a cabeza, Marco era un desastre total, convergiendo en que su dejadez solo era producto de un profundo dolor que permanecería dentro de él, carcomiéndolo lentamente incluso si el portero seguía con sus días llenos de cotidianidad.

Sonriendo y siendo amable. Mostrándose feliz, contento...pleno. ¡Una semana no bastaba para aliviar las heridas de la letal perdida!

«Yo debería saberlo mejor que nadie» recapacitó, mirando de soslayo a Marco, quien, por otra parte, sintiéndose arder entre las llamas de la vergüenza absoluta por su apariencia, no dejaba de atacarse en silencio.

« Eres un idiota Marco, debiste haberlo visto llegar. ¡Joder!. ¿Por qué tenía que ser justo él, quien me viera así?» se preguntaba, desviando la mirada lejos « ¿Pensará que soy asqueroso? Es decir...la casa está hecho un asco. Normalmente no importa, pero ahora... ¡Importa y muchísimo! Maldita sea...solo me hace falta un bote de metal en con una fogata improvisada ardiendo en su interior para ser la imagen misma de un vagabundo navajero»

Sin embargo, mientras el portero no dejaba de injuriarse en silencio por su pésimo estado, al otro lado de la habitación su inesperada visita no podía dejar de mirarlo por mucho que lo intentara.

Sus oscuros ojos lo buscaban cada vez que Marco se distraía; admirando su existencia, repasando su rostro con cuidado, encontrando, muy a pesar suyo, dentro de la desdicha misma, una belleza sutil entre cada curvatura, línea y ángulo de ese maravilloso ser.

Viendo en él una flor marchita; justo como esos lirios de gracia perdida por la lenta putrefacción que los carcomió y les dio muerte. Y aunque esa comparación llegase a parecerle cruel y obscura aun a su creador, no desistiría en la idea de que era, al fin y al cabo, como una hermosa flor amada.

Digna de tomar y guardar hasta el último aliento entre las páginas de una vida. «Soy de lo peor» se dijo John con amargura, en un lapso en el que sus miradas chocaron y vio enrojecer el rostro de Marco. Reconociendo entonces, la vergüenza que éste sentía por su actual apariencia descuidada.

¡Era claro! ¿Cómo no lo pensó antes?

¡Marco no era capaz de descifrar que entre aquellas miradas sin malicia alguna, el más tierno sentimiento sin nombre emanaba a borbollones cual fuente de la vida! No era juzgado, tal como él creía. Si no, todo lo contrario. Era admirado, querido, poetizado por un corazón que se atrevería a acogerlo aún si solo fuese entre sigilosos actos, ansiado por unas manos dispuestas a mancharse de inmundicia con tal de arrancarlo de las entrañas mismas de la más espesa oscuridad; admirado, por unos ojos que siempre lo embellecerían y encontrarían entre las tinieblas que el mismo creaba para ocultarse de su reflejo. Marco...

«Marco no podría entenderlo...»

John esbozó una tenue sonrisa, decayendo un poco más de sus ánimos. « Sé que hice mal...que lo incomodo, y aun así, no puedo evitar sentirme feliz. Pude verlo...estoy aquí. Vine ignorando el hecho de que él aun no quería ver a nadie. Lo estoy importunando, ignorando su duelo y el como hizo estragos en su presente. Hastiándolo con mí presencia. Si en algún momento pensé en venir a ayudar, no he hecho más que estropearlo todo...debí haberlo esperado...aunque se alargara su encierro y mi espera. Yo, no debí venir...y aun así, esta mezcla agridulce de emociones no puede desaparecer. La balanza no se inclina entre amargura o dulzura. » Divisó unos segundos más el perfil de Marco, quien miraba con impaciencia el pasillo... «Definitivamente, soy de lo peor.»

«—Si te marchas, quizás, puedas redimirte. El estará bien. No te necesita. No seas agoista, Johhny querido...»

«—Quizás tengas razón... Quizás este mejor si me mantengo alejado... Estoy siendo egoísta, justo como aquella vez.»

«— Yo siempre te apoyaré Johnny. Estas haciendo lo correcto al decidir marcharte.» lo alentaron e incorporándose ensimismado, tomó aire para anunciar su partida y al fin, dejar tranquilo al portero.

— ¡No! ¡Siéntate por favor...!— lo detuvo Marco de inmediato, levantándose y extendiendo su mano mientras se acercaba un poco a él entre la desesperación que le provocaba su partida... — No te vayas...¡Quédate a cenar! ¡Acompáñame! — Lo invitó— No tengo nada aquí...—caviló, mirando el refrigerador y su alacena normalmente vacía con un cómico desaliento.

Apretó los labios, y con un gesto repentinamente animado, continuó, impulsado por la nueva idea que había sobrevenido a su mente.

》—¡Pero podemos salir a comer a alguna parte si quieres! Solo, espérame... Me daré una ducha. ¡Se dé un lugar donde venden pizza muy buena!— y con ello, caminó hacia el pasillo que se encontraba junto a la cocina y frente a la sala. Dando pasos agigantados y casi caricaturescos. Entró a aquel que John supuso ser su cuarto, hablando todavía con un éxtasis inesperado.

》— Si quieres, podemos ir ahí. A no ser que prefieras comer otra cosa. Lo que sea... ¡Comida china! ¡Tailandesa! ¡Italiana! ¡Tú solo di rana y yo salto! — y como golpeado repentinamente por una ola de realidad, salió, menguando su anterior impulso — Pero bueno, solo en dado caso de que quieras...— Marco lo miró entonces, consciente de lo penoso que aquello sonaba.

El temor, la necesidad y una posible despedida lo impulsó a hacer una invitación de lo más sosa, digna de un púberto de aquellos, de los que alguna vez se vanaglorió de no haber sido jamás debido a su mutismo y seriedad.

Movía sus manos compulsivamente, apresando la tela de sus pantalones y sobando su cuello con la cabeza ligeramente agachada.

》—pero, no sé... ¿quieres?— preguntó al fin, desconociendo que con su bochornosa solicitud, derribaba todo fundamento, toda idea, todo pesar que pudiera acongojar al muchacho frente a él, que con gran dificultad, evitaba mostrar su creciente júbilo.

Tosió con fuerza, echando el último candado a la puerta. Miró por a través de las rejas la abandonada calle que se extendía de derecha a izquierda, angosta e iluminada por farolas de naranja luz adorada como un dios por los moscos y palomillas que revoloteaban a su alrededor. Agitó una linterna entre sus manos por simple costumbre y se adentró al cementerio dando inicio a su ronda nocturna más que conocida y premeditada.

Trayendo inevitablemente a la memoria, con cada tambaleante paso, los años que derramó entre aquellos angostos pasillos abarrotados por pacientes siempre postrados, siempre callados, anestesiados por la muerte misma, devoto somnífero que te aseguraba el descanso eterno.

¡No más dolor! ¡No más tristeza! ¡Llanto!... Soledad...No más miedo... más que a la muerte misma que en tu lecho, en la hora luctuosa, se acurruca junto a ti, arrancándote el aliento con suave e inquietante caricia.

Besándote el alma como un fiel amante al que tu calor le faltó todos esos años; años en que te vio crecer con mirada amorosa; años en que extendiendo sus huesudos deditos, contaba así los días con impaciencia, estrechando caminos con sabiduría, hilando destinos con melancolía y cortando junto a la vida, vicios que llenaran vacíos.

Recordó los ladridos de su primer y último compañero. De largas orejas y cortas patas peludas. De blanco pelaje, moteado de marrón en el hocico lleno de besitos húmedos y olorosos que demostraban el inmenso amor que este pequeño cómplice cuadrúpedo le tenía. Rufus era su nombre. Un perrito no mayor del año que decidió adoptar a Bob poco después de que este, joven aun, tomará el puesto de velador. Estuvieron juntos durante doce años. Ayudándolo y haciéndole compañía en sus frustrantes horas compartidas a la existencia fenecida. «Todo velador debe tener consigo un fiel compañero» había pensado en su momento, embriagado por las monerías del pequeño y lindo animal.

Sin embargo, sin esperarlo siquiera, el momento de la despedida llegó al pasar el tiempo, y su fiel amigo, murió una vez cumplidos los doce años. Hasta entonces, jamás había llorado ni lamentado tanto la pérdida de un animal; inclusive se sorprendió al encontrarse excavando un agujero para su amigo Rufus, que fue enterrado bajo la sombra de un anchuroso árbol, ahí, en el cementerio, justo detrás de las oficinas, donde durante las tardes, con la caída del sol, ambos solían sentarse a observar como la oscuridad se tragaba la tierra. De ahí en adelante, jamás se atrevió a tener otro compañero, sometiéndose así, a un terrible aislamiento que poco a poco, pasó de ser insoportable a volverse casi necesario. Hizo del ruido su enemigo, y de la muerte una amiga concurrida. De la vida una vecina chismosa y del silencio un sabio consejo errante.

Después, Laura llegó a su vida de la manera más común que podría haber llegado. De bonita sencillez y lindos tratos, pronto cayó rendido a su femineidad. Se casaron a los dos meses de conocerse, puesto que eran otros tiempos y no se perdían entre bobas posibilidades e inseguridades. Tuvieron cuatro hijos, los criaron como pudieron entre peleas y los sacaron adelante para después, ser olvidados por estos.

Al final, Roberto y Laura se separaron, no llegando al divorcio pero sí a la indiferencia. Y entonces, Roberto se dedicó de lleno al cementerio.

Aprendió a ver en cada pequeño y lúgubre detalle que este pudiera tener, un único hogar y en sus habitantes diurnos, una familia. En las secretarias, un apoyo incondicional, empujado por una vivacidad digna de la juventud y el jolgorio que siempre llevaban a cuestas.

En Marta, siempre encontró el soporte de una hermana...

Y en Martin, a un hijo, con quien no compartía sangre pero si enormes afectos. Después de todo, el muchacho, que creció entre los angostos pasillos del cementerio, cuidaba de él cuando nadie más lo hacía. Si Roberto caía enfermo, el jardinero se quedaba ahí, de buena gana importándole poco si Rob se negaba, haciéndole compañía. Brindándole el apoyo que su propia familia jamás le dio.

Ahora, ese compañero inesperado, errante y querido, había fallecido. Se había perdido entre las dunas del tiempo dejando la semilla de una flor llamada suspiro enterrada en el jardín de su alma. De ella, brotarían cientos de retoños, que portarían los nombres de nostalgia, recuerdo, amargura, y también, felicidad, dicha, y esperanza...esta última, creada especialmente, con el capullo llamado futuro atrapada entre sus raíces para un ser en específico: Marco.

El portero que ese jovencito le había llevado con una necesidad creciente ayudarlo. De guiarlo y conseguir que lograra algo más. El recuerdo de ese muchacho vuelto a la tierra, hubiera querido llevarlo por su propia mano, pero esta misma, franca, cálida y de buena intención, fue con la que se quitó la vida.

«—Quiero que Marco logré mucho, mucho más que esto.»

Había dicho Martin en una ocasión, señalando el cementerio y hablándole sobre su amigo a Roberto, quien escuchaba atento los problemas del jardinero después de una larga jornada.

«—Tiene potencial. Dinero. Gente que lo puede apoyar... ¡es súper inteligente! -creo que esto ya te lo había dicho- Por lo que detesto verlo limpiando baños en aquel sucio bar, de cual, por cierto, ya lo despidieron...»

― ¿Otra vez?― se sorprendió Bob, que en varias ocasiones había escuchado sobre los líos que aquel desconocido había causado en sus anteriores trabajos.― ¿es un pandillero o qué?

― ¡Claro que no! ¡Es un debilucho nerd sin vida social! Joder...que es buen tipo― dijo, mirando sus pies colgando entre la escasa altura de aquella barda en la cual se había subido a pesar de que Rob se lo prohibió.

El atardecer pintaba su bronceada piel de naranja y sus cabellos del color del oro, mientras su sombra reflectada en el suelo, seguía sus movimientos con gran atención antes de desaparecer por la ausencia de luz que se aproximaba para aniquilarla, aunque solo fuese, por un lapso de segundo.

》― No me gusta verlo así. Sabes que yo no pude seguir estudiando porque no había dinero para hacerlo, además, nunca tuve cabeza para eso. Pero estoy seguro de que hubiera sido genial. El es joven aun, tiene tiempo y posibilidades. Pero se limita...― soltó repentinamente un gritó de hastió y removió su cabello, contrariado.― ¡Ese, ese... grandísimo idiota!

― ¿En verdad te importa tanto?― lo cuestionó Rob, dedicándole una mirada picara que le arrebató una risa a Martin― ¿no será que se te esta volteando cabron?

― ¡Viejo cochino!― golpeó levemente su hombro― sabes que le pertenezco a una sola persona.

―Sí, pero ella ni te pela.

―Algún día lo hará. ¡La enamoraré, nos casaremos y tendremos muchos hijos jardineros!

― ¿Y si uno quiere ser doctor?

― ¡Lo desheredo!- dijo con fingida seriedad.

―Con un padre cómo tu prefiero ser huérfano― bromeó Rob― pero, ya, hablando enserio. ¿De verdad lo estimas tanto como para llegar tan molesto al trabajo, echando pestes y poniendo tu cara de oler mier*a?

Martin asintió.―Es buen tipo― repitió― y no puedo evitar pensar en que se está cortando las alas él solo...quiero ayudar...pero no me hace caso. Ya ves, que le conseguí un buen trabajo, mínimo, uno más decente, y míralo, que lo hecho a perder, y a propósito.

―No puedes ayudar a quien no se quiere dejar ayudar. Es simple, ¿no lo entiendes cabezón? Hay personas a las que les gusta la mala vida.

―No quiero creer que le gusta esa vida.― insistió Martin. -Yo sé que quiere ayuda. Muy en el fondo él lo entiende. Entiende que no puede hacerlo solo...que tiene un problema.

-Pues por lo que me dices, no lo parece...

—Quizás...no soy el indicado. No soy yo quien debe ayudarlo...—consideró, desanimado— . Pero si no soy yo ¿Quién?— Martin negó con la cabeza, buscando una posible respuesta entre el silencio que reinó por un minuto entero de cavilaciones

》―No...no lo acepto. — Dijo finalmente— No permitiré que eche a la borda su vida solo por su inmensa estupidez.

Bajó de la barda y sacudió su trasero, y entonces, alzó la vista una vez terminó para después, soltar la bomba que le tenía reservada al buen hombre:

―Rodearse de muerte quizás ayude a traernos de nuevo a la vida.― dijo casi como para sí mismo. Roberto dudó, a lo que el jardinero, finalmente, expuso― Dale trabajo, por favor. Aunque tengas que tomar de mi paga para hacerlo.

« ¡Siempre fuiste un idiota!» pensó Rob, frente a su tumba sin lapida. Se agachó como pudo, apoyando una rodilla sobre el suelo, y con la yema de sus dedos, toco aquella tierra, manto suave que cubría el cuerpo de aquel muchacho al cual vio crecer con la ternura de un padre.― Siempre pensabas en los demás, muchacho...― le dijo―buscabas lo mejor para todos. Y la mayoría de las veces lograste tú cometido...creo que estuviste a punto de hacerlo con tu mejor amigo. Estabas seguro de que traerlo aquí lo ayudaría a pensar más en su futuro...quisiera ayudarte...y a él. Pero- vaciló- no puedo hacerlo...no soy el indicado...te lo dije antes: es imposible ayudar a alguien que no se quiere dejar ayudar...y tú mismo diste la respuesta: quizás no somos los indicados. No somos esa piedra que romperá los cristales que lo apresan. Y ante eso, muchacho, nada se puede hacer. - Guardó silencio un par de minutos, para, finalmente, agregar- Cuídalo. Tú que puedes hacerlo. Protégelo, guíalo si consigues como hacerlo. Al menos, hasta que el peligro pase.

Permaneció unos minutos allí, en cuclillas, hasta que el entumecimiento en sus atrofiadas piernas lo hizo levantarse. Alumbró con su linterna aquella zona que pronto sería decorada con una hermosa lapida donde el nombre de Martin Garza se alzaría junto a los demás restos perdidos; y donde cientos de gallardas flores serian plantadas para el hombre que tanto cuidó de ellas. Retomó su ronda nocturna, la primera de la noche, llegando a pasar junto a la tumba de los nobles, que ya no recibirían los cuidados ni las atenciones que antes se les daba a sus jardines. «Ya no tienen a quien hacer rabiar» pensó Bob cuando pasó a su lado, iluminando su camino con la ráfaga de luz blanca. Así mismo, pasó por la tumba de la pequeña Lily, la eterna infanta de risas silenciadas, con su gran mausoleo de pequeñas jardineras. «Sin duda alguna, este sitio no será lo mismo» observó, mirando como poco a poco, el pasto, antes podado y delimitado en su camino, comenzaba a salirse de sus seis centímetros de altura.

''No diez. No cuatro. Para estas flores, esta altura es esencial''

- ¡Yo no entiendo de plantas ni flores!- exclamó repentinamente, casi risueño, repitiendo aquello que alguna vez le respondió. Recorrió cientos de pasillos, estrechos y anchos. Largos y cortos, llegando al fin, al esperado inicio, deteniéndose frente al enorme ángel que ocultaba el poco brillo lunar que alcanzaba a filtrarse entre la espesura de las nubes. Caminó, con cierto andar lento, por aquel pasillo de marmoleado azul, llegando hasta los pies de la estatua. Los rosales estaban preciosos, como siempre. Y la placa, aunque ligeramente empañada por el frío de esa noche, mostraba el nombre de Emilio Ramírez entre su negra y exquisita fuente. Iluminó la banquita, a mano izquierda, y se sentó, vociferando un ''con permiso. '' Pensó, esperó, y lamió las palabras que estaba a punto de decir para después, omitir por completo. Miró la linterna en sus manos y ahí permaneció varios minutos.

-Espero que tu muchacho no le haga daño al mío. - Dijo sin motivo aparente. - el chico no es malo. Ninguno de los dos lo es. Sin embargo, desde aquella noche, cuando llegaste al cementerio, supe que el destino de ese chico sería aún más sombrío que el pasado que le regalaste. Y por desgracia, tu muchacho esta junto al mío, más de lo que quisiera...- tomó aire, volvió la vista al suelo y apretó los labios, sorprendido de lo que estaba a punto de decir:- Hunde a Jonathan tanto como te plazca. Es una lástima, porque como dije antes, es buen muchacho. Pero como te niegas a soltarlo, entonces, te pido que solo lo hundas a él. Lo prefiero así, antes de que lo hundas y con él, te lleves a mi portero... - Era cruel. Pero, al final de cuentas, era consciente de que nada podía hacer por John.

«Jamás lo prometí; nunca juré que lo protegería. Pero...»

- Al ser ese el mayor deseo de Martin, lo intentaré. Así que, llévate a tu muchacho, y déjame al mío en paz.

El silencio que resonó entonces taladró sus oídos. El murmuro del pasto siendo removido a lo lejos, junto al repentino y breve parpadear de su linterna, acompañó al silbar del viento que meció las rosas desprendiendo de ellas un aroma a podredumbre que erizo los pelos de Rob. «Déjalos en paz» pidió, mirando el vacío rostro del ángel teñido en sombras.











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¡Hola! :D

¡Muchas Gracias por leer! <3

Primero que nada, lamento la demora - especialmente de este capitulo- pero no pude escribir en un buen rato dado que mis lentes se rompieron y, aunque mi vista no es la de un topo, tampoco es la de un águila.

Por otra parte, espero que no se hiciera confusa la narración de este capitulo, ya que siento que cambia de una perspectiva a otra entre ambos personajes la mayoría de la primera parte (Marco y Jonathan) hice lo posible para que se entendiera ya que ni yo misma me entendía xD

Bueno, espero haya sido de su agrado y nos leemos en la siguiente actualización que espero suceda pronto.

¡Les deseo un buen día/tarde/noche! :)

AttE: Mariana Anderson

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