25| ''Por desgracia''
«Lo que pasó...lo que sentí...lo que significó...»
― ¿Qué fue todo eso?― formuló esa pregunta quizás por cuarta vez. Tragó saliva y alzó la vista hacía el inexistente rostro del ángel de piedra. La tenue luz de la luna sustituyó a la del sol y las sombras se propagaron con mayor facilidad que otras noches. Las flores a su alrededor, colocadas desde temprano por la mano de su sembrador, extendían sus pétalos hacia el cielo con cariño de entre los pequeños jardines que rodeaban la placa de Emilio. Abarrotando con su aroma y color la frialdad de un monumento inexpresivo cuan hermoso e inmóvil.
Con la cruz de plata rodeada por su mano ya rojiza y entumecida por el frío, Marco permaneció de pie allí durante minutos, en el mismo lugar donde Jonathan, todos los días, vehemente y nostálgico, se arrodillaba para dedicar rezos al cascaron vacío de su querido difunto. «Un maestro» pensó no pudiendo evitar esbozar una sonrisa vacía al momento de imaginar los tiernos días de John y Emilio. Dio una pequeña patada, alejando un trozo de piedra que había llegado ahí por casualidad a lo largo del día. Escuchó como rodaba por sobre el liso suelo y abrió la boca, dejando salir un leve murmuro en forma de pregunta: ― ¿Eso fuiste para él? ¿Un guía...un amigo; un hermano...? ― esperó, seguro de que no obtendría respuesta por parte de nadie más que aquella que se creará a partir de sus propios conocimientos y suposiciones sobre el tema que ese día le subyugaba la cabeza con constante insistencia. ―Eras admirado Emilio. Seguido. Amado...un tipo afortunado, supongo. Lograste captar la atención de la fierecilla que John era en aquel entonces. Lo cambiaste. Quizás hasta lo motivaste... ― hubo un momento de pausa. Tomó aire e impulsado por la intimidad del momento, continuó con aquello que él consideraba una absurda charla con la nada―No conozco mucho sobre él, y menos sobre ti. Y aunque me cueste admitirlo; dudo ser capaz de hacerlo algún día. Pero, por lo que vi en la expresión de John, creo que memoricé lo más importante...eso, eso que los mantiene unidos hoy en día incluso...― Marco se sonrojo. Hablar con la nada no era de sus pasiones. Hacía años que no lo hacía y ahora, a sus veintitrés años, estaba ahí, hablándole a una fría placa de metal; tal vez por la necesidad de ser escuchado aunque solo fuese por las plantas...o quizás, aunque le constaba admitirlo, porque hacía años que no se sentía tan frágil ante alguien que no fuese él mismo.
Sorbió la nariz con fuerza. Ya no lloraba. Hacia horas que había logrado calmar su llanto; fuese porque logró apaciguar el mar de sentimientos que lo ahogaban entonces, o simplemente, porque sus ojos se habían secado por completo. Aun así, a pesar de la sequía que parecía gobernar vehementemente dentro de sus marrones ojos, su pecho no dejaba de doler de cuando en cuando; Al hablar con Roberto. Al reír con las ocurrencias de las secretarias. Al ser apapachado por Marta...en ese día que luchaba por culminar con naturalidad siguiendo las normas de lo común, la mente de Marco divagaba entre los boscosos y desconocidos acontecimientos de esa mañana. Intentando desesperadamente, conocerse a sí mismo al intentar revelar los misterios que helaron su sangre: porque si, aceptaba estar aterrado. Pero, aunque el miedo recorriera cada vena de su cuerpo tembloroso, no podía evitar, al mismo tiempo, que la curiosidad fuera participe en aquella miserable escena; y porque no, el mismo escepticismo que siempre buscaba enaltecer su ego al reconocer en todo aquello nada más que falsedad, superstición, y absurdos miedos creados a base de una ignorancia que él sentía totalmente ajena.
¡Cómo le hubiera encantado saber que la presencia de aquel hombre era genuina y no solo una aparición! ¡Cómo le hubiese encantado ver su imagen, desgastada y marchita, marcharse entre la espesa neblina sin necesidad de buscarla desesperadamente entre cientos de siluetas frívolas que confundían aún más su pobre corazón, ya cansado de engaños!...Ya cansado de verdades.
Haber escuchado el lastimero llanto oxidado del cancel a lo lejos, sería entonces, melodiosa armonía a sus oídos, puesto que con su llamado, se le notificaría al instante que había alguien más allí y con ello, aquella lechosa y delicada mano que acariciaba la mejilla de Jonathan, pertenecería a un ser humano de palpitante corazón y sonrojadas mejillas. Si tan solo las cosas fueran así, no se sentiría acongojado por el remolino de emociones que acometían en él, una tras otra, engulléndole poco a poco la cordura llena de escepticismo que aun lo mantenía en pie.
Por desgracia, el hombre había desaparecido. Nadie había cruzado la puerta. Y esos delicados dedos gráciles pertenecían a la nada misma.
Por desgracia, toda posible respuesta lógica, había quedado hecha polvo por un amor infinito e imperecedero que llenó el aire, antes abarrotado de fétida muerte, en algo más perenne. Más hermoso...e incluso, más humano que él mismo.
Ante él, aquel hombre había seguido el camino que la muerte abrió para él...para ellos. Esperó. Y ella, tal vez ingenua, o quizás sabia, soltó la soga que la mantenía atada al mundo e impulsada por el fatídico destino que la vida le tenía preparado, corrió hacia sus brazos amorosos que la levantaron al cielo una vez más mientras sonrisas y lágrimas de felicidad completaban su encuentro y con ello, un ciclo de corta vida. Un ciclo la larga y desconocida espera.
Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al recordar aquel vago sentimiento que le arrebató la postura, dando con ello, el nombre y la forma que en verdad merecía tan extraño sentir. Tan olvidada y a la vez, anhelada atmósfera: «Había felicidad...» Sin darse cuenta de ello, un vacío se había llenado frente a sus ciegos ojos. Un vacío que no era ni de Jonathan ni de él. Esa risa lejana cuan cercana, ese acto de misericordia hacia un corazón roto por la espera...aquellas palabras que el hombre había dedicado al viento, o mejor dicho, a lo que Marco creyó una insulsa manera de evadir la realidad que la muerte cimentaba para todos a su debido momento... Una disculpa, quizás un abrazo que solo el viento presenció junto a una promesa finalmente cumplida de una nueva vida más allá de lo esperado.
―La muerte lo permitió...― susurró meditabundo.
El rostro durmiente de Jonathan, mancillado por una lagrima vino de repente a su mente. «No estoy seguro. Pero, quizás, el motivo de esa lagrima pudo haber sido...» Acalló sus pensamientos un momento para después, hacer palpables sus conclusiones cimentadas en viejo nombre amado.―...eras tú. Emilio.― Susurró.
A aquella doliente imagen desvaneciéndose entre lastima y ansias de protección, le siguió de cerca la imagen donde John no hacía más que mirarlo con aires de preocupación una vez despertó de su sueño. Parecía estar asustado...justo como si se convirtiera en ese niño que imaginó y al que creía perdido entre falsedad y dolor.
«Entonces él hombre estuvo esperando.» concluyó Marco. «Y ella llegó a él cuando el tiempo así lo quiso. Sí fuera así... significa que Emilio espera. Pero, ¿qué hay de John?... ¿qué hay de mí?» Marco soltó un suspiro que hizo a su cuerpo temblar. Miró la cruz que su mano había estado apretando con fuerza desde minutos atrás: de cuerpo bañado en plata, su inanimado cuerpo brillaba con la luz de la luna grabando su regordeta imagen en la blancura de su palma y abriendo una brecha entre los caminos de su destino.
― ¡Qué tontería! ¡Mi cabeza quedo afectada...!― exclamó, guardando la cruz dentro de su camisa, justo en su pecho, y metiendo ambas manos en los bolsillos de su pantalón ― Estoy actuando como un supersticioso...― chasqueó la lengua― Rayos...ahora que lo pienso... creo que en mi lista se están acumulando más nombres ― admitió, intentando con ello alejar por un momento despejar la mente en otra cosa― Ahora no solo debo disculparme con Martin, sino que también, con John... ¡esto apesta!
― ¡Marco! ¡Muchacho carajo!― lo llamaron de repente a sus espaldas sobresaltándolo y obligándolo a girarse― ¿¡Que sigues haciendo aquí!? Yo te creía ya en el camión. Si es que no en tu casa. ¡Casi me da el patatús por verte ahí parado!
― ¡Lo siento Bob!― le contestó en un grito, dibujando en su rostro otro tipo de sonrisa, y dirigiéndose hacia el buen hombre que lo esperaba con las manos en la cintura y una mueca de desapruebo.
Mientras tanto, en esas calles que Marco recorrería más tarde acompañado por nada menos que su misma sombra, una pregunta salió disparada; y aun cuando la persona qué la formulaba se encontraba a pocos centímetros de él, su voz parecía lejana. Con aire distraído, levantó la vista de repente para mirar a su interlocutor ―Dije que tienes la cara de un muerto...― Le repitieron al ver la duda impregnada en su rostro ― ¿Pasa algo?
Él negó con la cabeza. ―Nada.― contestó con afable expresión― ¿Tan mal me veo?
― ¡Claro! Si te digo que tienes cara de muerto no es para halagarte. ¿Qué no has dormido bien?
―No...Creo que no. Últimamente me cuesta conciliar el sueño― John se pasó una mano por la cara, como si con eso pudiera disipar cualquier rastro de cansancio «Si, debería ser eso» pensó, frunciendo el ceño ante la imagen proyectada de una cara manchada en lagrimas que le sonreía entre mentiras. Inevitablemente, desde esa tarde, la imagen llorosa del portero habitaba con insistencia en su memoria semejando un estigma de duración desconocida.
Esa tarde, poco antes de que el sol se marchara y ocultara entre techos y edificios, Jonathan había estado esperando cualquier oportunidad para toparse con Marco, quien después de darle la misma respuesta a su insistente pregunta, se alejó de él con todo y lagrimas silenciadas, aprovechando la llamada de su jefe y esquivándolo desde entonces en cada momento que había oportunidad de sostener una conversación. ―''Estoy ocupado. Hablamos después ¿te parece?''― le decía el portero a John, cuando este se cercaba a él. Adoptando con esas palabras un rostro jovial e inusual en él. «Bastante forzado, diría yo»
―Estoy bien, no pasa nada.― le dijo por último, cuando la hora de cerrar se acercaba.― hoy me quedaré un poco más. Anoche unos tipos entraron y se robaron algunas cosas de la bodega. ¡Hicieron un desastre!
― ¿Eso quiere decir que te quedaras a...?
―En efecto. Le ayudaré a Martin a limpiar. Mañana tendrá una visita importante desde temprano y no podrá renegar y ordenar todo al mismo tiempo.
―Puedo esperar si quieres.― se ofreció John, deseando obtener un ''sí'' por respuesta. Pero Marco se mantuvo firme en su decisión.
―No. Vete a descansar, que supongo debes estar exhausto por las pocas horas de sueño que tuviste anoche. Dudo que dormir en una banca brinde un descanso envidiable. ― Marco hizo un gesto de tomarlo por la espalda para guiarlo a la salida, pero se detuvo en seco antes de siquiera tocarlo. Extendió una mano en cambio, mostrándole el camino a seguir e invitándolo a irse. Jonathan dudó unos segundos y resignándose ante la delicada presión que Marco ejercía sobre él, se dispuso a marcharse.
Así, mientras Jonathan se dirigía a casa en total silencio y con la mirada clavada en el suelo, se topó a una de sus vecinas a unas cuantas calles lejos de su vecindario. Él la saludo con el debido respeto acompañado de ademan con la cabeza y un movimiento de su mano, mientras que ella, llena de bolsas de mandado y con la confianza debida, le pidió ayuda y con ello, compañía de camino a casa. Su vecina era una mujer de cuarenta y tantos, delgada y de cabellos cortos; con dos hijos a cuestas y un marido adepto al trabajo. A ciencia cierta, era la mujer más amable que había conocido hasta entonces, aunque a simple vista parecía ser todo lo contrario, ya que casi se podía leer la palabra ''aléjate'' tatuada en su frente y reforzada a la vez por una mirada feroz para nada intencionada.Con los puños encerrando varias bolsas de plástico repletas de despensa, Jonathan aceptó ayudarla con la mejor cara que pudo poner. Y aunque el joven sonreía y asentía con la cabeza, entre palabras amenas que seguían un protocolo ya conocido para todo ser humano, apenas y prestaba atención a lo que le decía esa mujer y aun más, al perceptible hecho de que ella lo miraba de pies a cabeza con detenimiento una vez notó semejante desgaste que saltaba a la vista en un rostro tan bello como el de su joven vecino. ―Y por lo que veo, tampoco estas comiendo bien, ¿verdad?― se atrevió a preguntar una vez obtuvo la respuesta del joven― Estás más flaco que la última vez que te vi.
― ¿Cómo puede saberlo?― preguntó John asombrado, seguro de que su complexión era imposible de ser notada bajo esa gabardina.
―Te queda más grande que antes. No se nota a simple vista, pero...― sujetó el hombro de John, del cual pudo sostener un buen pedazo de tela perteneciente a la gabardina― para los que te vimos con este abrigo al inicio, es más que claro que se ve distinta. Antes la llenabas...
― No me diga... ¿Parecía tamal envuelto?― preguntó John fingiendo espanto y deseando apartar un poco el tema sobre su mala alimentación, o por lo menos, quitarle algo de importancia.
—Y uno mal envuelto...— contestó ella riendo ―pero ese no es el asunto: debes mejorar tu alimentación, John. Por tu salud más que todo. ¿Cómo vas con el trabajo? Ya no te he escuchado desde hace un buen tiempo.
―Estoy descansando un poco. Llevo un buen rato bloqueado...
― ¿Pues qué tanto puede ser eso?― se sorprendió ella― Hablamos de poco más de un mes. ¿Luego con qué vives?
―Eso no es problema señora Lourdes.― admitió incomodo.
― Sí, eso creí. Dedicándote a lo que te dedicas, es de suponer que tengas dinero aparte para sobrevivir...
―No menosprecie mi trabajo por favor. Componer es una de mis pocas pasiones en la vida.
―Las pasiones pocas veces te dan para comer.
―Tengo suerte, entonces. Ya que no vivo de mi pasión...
―Y Ahora que lo mencionas, y perdona que pregunte, pero ya que estamos en esto de las encuestas, ¿de dónde sacas el dinero? No dudo que seas buen compositor, yo misma he escuchado tu trabajo. Pero...no creo que saques mucho...y si logras sacar algo, es cada tanto de tiempo...―John, quien hasta entonces la miraba atento, volvió la vista al frente. Guardó silencio unos instantes, y antes de que ella cambiara el tema, segura de que la pregunta había ofendido en algo a su joven vecino, el simplemente le respondió— Herencia. — para luego añadir— Y es todo lo que puedo decir. Ya que es todo lo que hay que saber. — con ello, le dedicó una tierna sonrisa a la mujer, quien sin embargo, pareció ignorar ese dulce gesto por completo mientras exclamaba triunfal:
― ¡Herencia! ¡Ya decía yo!― Sus ojos negros, pequeños pero centelleantes, relampaguearon mucho más al decirlo. Como si todas sus dudas se hubiesen aclarado. Tan alegre se encontraba por su nuevo descubrimiento, que no vio la vuelta en ''U'' que una camioneta realizó de la nada, haciendo rechinar los neumáticos sobre el asfalto. Los focos iluminaron sus rostros mientras la camioneta buscaba subirse a la acera. John rápidamente dio un salto hacia atrás sujetando el brazo de la mujer y llevándola consigo. Las llantas rechinaron rasgando con su ruido los oídos de todo el que estuviera cerca. Desde dentro de la camioneta risas y gritos sonaban mientras el conductor retomaba el control del auto. Se alejaron a lo largo de la calle dejando tras de sí solo el eco de sus alegrías y el miedo combinado con la ira en los rostros de sus cercanas y posibles víctimas.
― ¿Está bien?― preguntó John, sintiendo como el corazón le golpeaba el pecho con fuerza.
― ¡Estos animales manejan del asco!― escupió ella, sin embargo, con desdén. Más enojada que asustada.
―No creo que sea adecuado llamarlos de esa manera, después de todo solo son simples-
― ¡Vándalos! ¡Inconscientes! ¡Se merecen ser llamados así y hasta peor! ¡A ese paso mataran a alguien! ― la mujer temblaba de coraje al mismo tiempo que rechinaba los dientes. John se limitó a sonreírle, menear la cabeza y guardar silencio, permitiéndole así, en todo lo que restaba de camino, desahogarse sin límite. Cuando el momento llegó, Jonathan se despidió de la mujer con aquellos modales tan esperados de él, y siguió su camino una vez la vio entrar a su casa, recorriendo una calle más para llegar a lo que muchos podrían llamar hogar.
Colocó la llave en la cerradura, la giró, pero ahí la dejó unos instantes: Su corazón dudaba.
Quitar el seguro, girar el pomo, abrir la puerta; cruzar. Acciones tan sencillas se volvían tan difíciles a medida que su mente las reconsideraba. ¿Qué encontraría al otro lado de la puerta? ¿Era ansiedad? ¿Miedo? No notaba diferencia. Hacerse esa pregunta solo era un acto desesperado de cambiar la realidad que lo esperaba al otro lado.
Lo sabía. Sabía que algo más que el vacío esperaba por él al otro lado de esa inanimada puerta que esperaba paciente y cruelmente burlona, conteniendo dentro de la intimidad de aquella cueva moderna sumida en tinieblas y silencio ensordecedor que le drenaba las alegrías por completo, provocando así a los interminables ecos del herido subconsciente, un terrible recordatorio. Una gota de sudor resbaló por su cuello. Tragó saliva, apretó con fuerza el pomo de la puerta y llenándose de repentino valor, se adentro en aquella peligrosa oscuridad que lo esperaba con codiciosas ansias.
―Ya llegué.― dijo con débil voz al momento de cerrar, indeciso, la puerta tras de sí.
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